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miércoles, 8 de marzo de 2000

LA PENITENCIA DE CUARESMA





MIERCÓLES DE CENIZA 2011


Evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»


Para la Iglesia no hay celebración más importante que la de Pascua. Por eso la prepara de una manera excepcional, durante un período que dura cuarenta días. De ahí el nombre de "cuaresma" Cuarenta días antes del domingo de Ramos - en un día que coincide con un miércoles - damos comienzo a esa preparación. 
Este día se llama tradicionalmente "Miércoles de ceniza", porque en él se bendice y se impone ceniza sobre la cabeza de los fieles que concurren a la Iglesia. Es una jornada de especial austeridad, y todos los católicos que tienen entre dieciocho y cincuenta y nueve años cumplidos están obligados a observar la ley del ayuno, y todos los mayores de catorce años no pueden comer carne o deben realizar alguna otra obra penitencial. La Iglesia impone estas obligaciones en este primer día del tiempo de Cuaresma, pero se nos aconseja a todos que durante este período anterior al domingo de Pascua mantengamos el mismo espíritu de penitencia y recogimiento. 

La costumbre de bendecir e imponer la ceniza a los fieles proviene de la época en que los pecadores públicos se disponían durante estos días, mediante una intensa penitencia, a recibir la absolución el jueves santo. Los que habían cometido delitos conocidos por todos, concurrían a la Iglesia y en presencia de toda la comunidad recibían la ropa que significaba su estado de penitentes: una túnica de tela grosera, como arpillera, y ceniza sobre su cabeza y sus ropas. Colocarse ceniza sobre la cabeza es signo de gran humillación, porque todos cuidamos el cabello, lo peinamos y tal vez lo perfumamos, tratamos de llevar la cara limpia, y las mujeres además suelen embellecerla por medio de cosméticos. 

Si en vez de todo esto nos ponemos ceniza, estamos afeando lo que llevamos con más orgullo y cuidado. El sacerdote, al ponernos la ceniza sobre la cabeza, nos dice algunas palabras tomadas de la Biblia. Pueden ser las que Dios dijo al hombre después del primer pecado, y que nos recuerda nuestra condición de mortales: "de polvo eres y al polvo volverás". También pueden ser las de la primera predicación de Jesús y que nos introducen en el espíritu que tiene que dominar durante toda la cuaresma: "Conviértete y cree en el Evangelio"


 LAS PRÁCTICAS DEL TIEMPO DE CUARESMA

Actualmente todos nos presentamos como pecadores públicos y recibimos nuestro hábito penitencial. De esta forma comenzamos nuestra preparación, para que cuando lleguen los días más solemnes, que son los que llamamos "la Semana Santa", nos encuentren bien dispuestos. La ceniza que aceptamos sobre nuestra cabeza es un compromiso de cambiar nuestra vida antes de la Semana Santa, como hacían los antiguos pecadores públicos. La primera práctica que tenemos en vista es la de la conversión, que significa "cambiar de mente", "cambiar nuestra forma de pensar". Es un cambio de camino, dejar el equivocado para tomar otro de acuerdo con el Evangelio. Junto a esta práctica, que es la principal, la Iglesia nos propone otras, a partir del Evangelio, que a su vez son como un camino para conseguir la primera: la limosna, la oración y el ayuno. 

Estas tres prácticas son las tradicionales de la piedad del pueblo judío, y que ya ocupaban un lugar privilegiado en la religiosidad del tiempo de Jesús. El evangelio de san Mateo, escrito para una comunidad judeocristiana, dedica un espacio del sermón de la montaña para instruir sobre la forma de realizar estas tres prácticas tradicionales, al mismo tiempo que corrige algunos defectos. 

En cada caso el evangelio se preocupa por la realización en secreto de estas prácticas religiosas. Tiene en vista a aquellos que las hacen solamente para ser vistos por la gente y recibir elogios y aplausos. No seamos tan literalistas que lleguemos a pensar que nunca podemos dar limosna, rezar o ayunar si alguien se puede enterar de nuestro gesto. El mismo Jesús, que aquí aparece diciendo estas cosas, en otras partes del evangelio aparece rezando en presencia de otras personas, y mandando a sus discípulos que pongan sus buenas obras a la vista de todos para que así los hombres glorifiquen al Padre. Lo que quiere decir el evangelio es que no debemos hacer las obras de piedad con la intención de que nos vean y nos aplaudan.
Si evitamos esta mala intención, debemos hacer las obras piadosas sin dar importancia al hecho de que los demás las vean o no.

LA LIMOSNA, LA ORACIÓN Y EL AYUNO

Para lograr nuestra conversión se nos recomienda en primer lugar practicar la limosna, la oración y el ayuno. Cuando hablamos de limosna, no pensemos en una moneda dada de lo que nos sobra. Limosna significa 'misericordia'. La Iglesia antigua  entendía que era privarse de algo para dar al que necesitaba, y por eso siempre iba unida al ayuno: un día sin comer para poder dar al que no tiene nada. Un Papa de los primeros siglos aconsejaba a los fieles: “Hágase de la abstinencia de los fieles el alimento de los pobres, Y lo que Cada cual sustrae de su alimentación, aproveche al necesitado"

Es por eso que el ayuno y la abstinencia es una forma privilegiada de la conversión. Nos hace salir de nosotros mismos para ocuparnos de las necesidades del prójimo. Mediante la limosna dejamos de pensar sólo atención en las necesidades que en nosotros para fijar nuestra están padeciendo otros hermanos nuestros, y tratamos de compartir. En vez de acumular para nosotros, o adquirir lo superfluo, tratamos de remediar las carencias de los que reciben un salario que no les alcanza para comprar los alimentos necesarios o cubrir los gastos de cada día, o nos hacemos cargo de las necesidades de quienes no tienen trabajo, o por la edad o la enfermedad ya no pueden trabajar.

El ayuno no es una práctica que realizamos por conveniencia para nuestra salud, ni para adquirir mayor dominio sobre nosotros mismos, como hacían los antiguos filósofos. Para un cristiano el ayuno debe ir acompañado de la limosna: privarse del alimento para darlo a quien no lo tiene. Al mismo tiempo es elegir una forma de solidaridad con el pobre, padeciendo voluntariamente lo que él tiene que padecer diariamente por necesidad. A quienes buscamos siempre el bienestar, la práctica del ayuno nos saca de nosotros mismos para colocarnos en la condición del prójimo y nos ofrece otro camino de conversión.