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lunes, 29 de mayo de 2000

JESÚS NO SE VA





Evangelio del Domingo 29 de mayo del 2011

San Juan 14,15-21.
Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.
Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.
Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él".

LA PARTIDA DEL SEÑOR
En la misa de este día se continúa el texto del evangelio de san Juan que se comenzó el domingo pasado. los discípulos están apenados porque el Señor anuncia que se va. El Señor les aclara que esta partida no es motivo de tristeza sino todo lo contrario, es un motive de inmensa alegría ya que para Jesús significa su glorificación, la vuelta al Padre, y para los discípulos es el comienzo de una nueva vida que se les concederá gracias a la pasión y resurrección de Cristo. 
Se trata de la nueva vida que gozarán a partir de la donación del Espíritu Santo. Los discípulos están tristes porque ellos entienden la presencia de Jesús como la de cualquier otro hombre, que puede estar físicamente en un lugar, se lo puede ver y tocar, pero no puede estar en otra parte al mismo tiempo. Interpretan entonces que cuando Jesús habla de ir hacia el Padre les está anunciando que los abandonará y solamente les dejará su recuerdo y sus enseñanzas.
Muchos hombres piensan todavía así, incluso algunos que se confiesan cristianos. Como los hijos ante la muerte de su padre, los discípulos piensan que quedarán huérfanos una vez que Jesús se vaya al Padre Celestial.

LA FUERZA DEL AMOR
Pero Jesús les abre otra realidad: se va para estar mucho más presente que antes, con una presencia tan distinta que solamente podrá ser percibida por aquellos que lo amen sinceramente, es decir que lo amen no de palabra sino cumpliendo sus mandamientos. Al hablar de sus mandamientos Jesús se refiere a un tema ya anunciado en el mismo discurso: los mandamientos de Jesús se reducen a uno sólo: el del amor. 
Pero un amor que no es el del mandamiento del Antiguo Testamento: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", sino como lo enuncia Jesús: "Que se amen unos a otros como yo los he amado". El antiguo mandamiento ordenaba poner la mirada a la altura de los hombres, la medida del amor era lo que cada uno quería para si mismo. En cambio Jesús habla de amar poniendo la mirada en el amor que nos tiene el mismo Jesús: "como yo...".
A quienes se les concede la gracia de poder amar de esta manera, se les anuncia que podrán gozar para siempre de la presencia de Jesús, hasta llegar a verlo cuando todos los demás consideren que Jesús ha muerto definitivamente. 

EL PARÁCLITO
A los que amen, Jesús les promete la venida del Paráclito, que es el mismo Espíritu Santo que vendrá a habitar en los discípulos como en un santuario. Advertimos que en el evangelio de San Juan vanas veces se nombra al Espíritu Santo con este nombre griego: Paráclito. 
Esta palabra se deja así como está en griego, sin traducir, porque no hay en nuestro idioma ninguna palabra que tenga todos los matices que tiene en su lengua original. Si quisiéramos decirlo de una sola vez, sonaría como: "El que es llamado para que esté al lado", y con distintas funciones: para que ayude en una tarea difícil; para que asesore en cosas complicadas; para que ensene; para que presente pruebas y defienda en un tribunal; etc. Algunos prefieren traducir todo esto por "Abogado", pero se ve que no cubre toda la cantidad de posibilidades. Otros, por error, tradujeron antiguamente "Consolador", pero fue porque entendieron mal la palabra. 
Este Paráclito no vendrá por un momento o en alguna oportunidad excepcional, sino que permanecerá siempre con los discípulos y dentro de ellos. De esta forma los cristianos se aseguran esta fuerza divina que los fortalecerá, los instruirá, los convertirá en testigos de Jesús en medio de este mundo que los ataca y los persigue. Es evidente que el mundo pecador, que no sabe amar, tampoco puede recibir al Paráclito porque no lo conoce.


JESÚS PRESENTE
Pero así como el mundo no puede conocer al Paráclito, tampoco puede ver ni reconocer a Cristo Resucitado. Para el mundo Jesús murió y está sepultado para siempre. Para poder ver a Cristo resucitado hace falta una luz especial que venga de Dios e ilumine los ojos de la fe. Con la fuerza y la ayuda del Paráclito los discípulos descubren que a través de la cruz Cristo ha pasado a la gloria y que en el sepulcro solamente han quedado las vendas y el sudario. 

Quienes tienen esa nueva vida comunicada por el Espíritu son los que tienen capacidad para descubrir la presencia del Señor resucitado entre nosotros. El Paráclito junto a nosotros (y en nosotros) nos ayuda a ver y a entender que la resurrección de Jesús no es un acontecimiento que le ha sucedido a Él y que tenemos que alegrarnos únicamente porque Él ha triunfado. Es mucho más: Cristo está en nosotros y nosotros estamos en Cristo. 
Se ha producido una unidad tan estrecha, tan grande y tan real, que por ella recibimos en nosotros la vida que Jesús glorificado tiene junto al Padre. Vivimos para siempre en Jesús, y sentimos que el Padre, al amarlo a Jesús, también nos ama a nosotros así como nos ama Jesús.

DISCIPULOS AMADOS
El discípulo que ama a Jesús es un discípulo amado por Jesús. El evangelio de San Juan nos habla varias veces de un discípulo al que se lo llama "amado del Señor": es el que está junto al pecho de Jesús en la cena, sigue al Señor hasta la cruz, recibe a María por madre, va al sepulcro y cree en la resurrección, y por último es el que reconoce al Señor resucitado cuando se aparece junto al lago. 
Con unas pocas pinceladas, el autor del evangelio nos ha dado el retrato del discípulo así como lo quiere Jesús. Para llegar a ser discípulos amados tenemos que comenzar por cumplir el mandamiento de Jesús: amar como Él. 
Pero vivimos en un mundo que parece estar incapacitado para amar. Las noticias normales en nuestra historia son los hechos de violencia, injusticia, crueldad, degradación de la humanidad. A este mundo ha venido Cristo para reunir a los hijos de Dios y a este mundo nos ha enviado a trabajar para continuar con esa obra de formar la familia cristiana que se caracteriza por amar. Para eso nos ha dado un mandamiento que no es un mandato imposible de cumplir, sino una fuerza que es capacidad para amar tanto como Él y de la misma forma que Él. Allí donde vemos personas que aman sinceramente y que se sacrifican por el prójimo podemos descubrir la presencia y la acción misteriosa de Cristo resucitado.

NOSOTROS, LOS DISCIPULOS
Individualmente y como Iglesia tenemos el mandate de dar esa prueba de que Cristo ha resucitado. El mundo debe darse cuenta de que Cristo ha vencido a la muerte porque aquí hay gente que sabe amar hasta el sacrificio. Este es el ejemplo que nos dejó Cristo, y no solamente eso, sino también la fuerza que Él ns comunica porque ha resucitado y vive en su Iglesia.

lunes, 22 de mayo de 2000

EL CAMINO PARA LLEGAR A DIOS


Domingo 22 de mayo del 2011
Evangelio según San Juan 14,1-12.
No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy".
Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?".
Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. 
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En el evangelio según San Juan podemos leer un largo discurso de Jesús que tiene lugar durante la última cena. Allí el Señor se despide de sus discípulos y les da preciosas instrucciones acerca de su próxima partida.
En esta hora de las despedidas, los discípulos se sienten angustiados, entristecidos, como si la partida de Jesús fuera definitiva. El único que habla de alegría, de paz, de tranquilidad es Jesús.
Jesús les habla de prepararles un lugar en la Casa de su Padre. Hasta ese momento la Casa del Padre era el Templo de Jerusalén. Los hombres podían ir al Templo para encontrarse con Dios durante los minutos que duraban las ceremonias del culto. Jesús quiere hacer comprender a los discípulos que habrá un nuevo Templo, una nueva Casa del Padre, donde ellos tendrán un lugar permanente. Para eso es necesario que Él desaparezca de entre nosotros, que con su cuerpo entre en la gloria del Padre, para que ese mismo cuerpo sea el lugar del encuentro entre Dios y los hombres, no por unos momentos sino para siempre. Si Cristo muere en la Cruz, se abrirá la fuente del Bautismo; gracias a Él los hombres entrarán a formar parte del cuerpo de Cristo Resucitado. El Bautismo une a los hombres con Cristo, lavándolos de todos sus pecados. San Pablo -para explicar este mismo Misterio- dirá que por el Bautismo todos formamos un solo cuerpo, todos juntos somos como los miembros de un único Cuerpo que es el de Cristo. En ese Cuerpo los hombres se encuentran con Dios y para siempre.
COMO VAMOS A CONOCER EL CAMINO
Todos los discípulos tendrían que saber que Cristo, al morir, va al encuentro de la gloria de su Padre. Pero uno de ellos -Tomás- no lo entiende. Él piensa que el camino que tiene que recorrer Cristo se puede encontrar en una guía, que se puede aprender como se aprende el recorrido de una ruta sobre el mapa. Por eso dice: “¿cómo vamos a conocer el camino?"
En Tomás están representados aquellos hombres que quieren recetas fáciles para encontrarse con Dios: un método, un sistema que se pueda estudiar en unas pocas lecciones. Cuando los  antiguos hablaban de un "camino'' se referían a una forma de comportarse, a una filosofía, a una disciplina que se adquiría mediante el estudio o el ejercicio.
La respuesta de Jesús es una de las frases más conocidas del Evangelio. El Señor quiere sacar a Tomás de su error. El camino no se aprende estudiando, porque el Camino es el mismo Jesús: "Yo soy el Camino". A Dios Padre no se llega haciendo ejercicios, ni estudiando ciencias ocultas, ni practicando una cantidad de reglas cada día. Para transitar el camino que lleva al Padre es necesario unirse a Jesús: por el Bautismo llegar a ser uno con Él.
Cristo es el Camino porque es la Verdad. La verdad es lo que siempre permanece igual, lo que nunca cambia. Todas las cosas de este mundo cambian, muchas son engañosas: parecen una cosa pero son otra. Alguien encuentra un apoyo y cree que está seguro; de pronto el apoyo desaparece, no existe más...
Sólo Cristo puede decir que Él es la Verdad. Es la Verdad porque es la Palabra de Dios: permanece para siempre, no cambia nunca, es fiel. Cualquiera puede apoyarse en El con tranquilidad sabiendo que esta seguro.
Cristo es el Camino porque es la Vida. Todos tienen ansias de vivir. Pero la vida que se goza en este mundo no es completa. Existe la muerte que pone límites. Antes que llegue la muerte hay infinidad de elementos que hacen que la vida no pueda ser gozada plenamente: la tristeza, la enfermedad, los males de la pobreza... En fin, todo aquello por lo que tantas veces se dice: "¡esto ya no es vida!". La vida se encuentra solamente en Dios. Él es el único que vive, y la vida de Dios esta en Cristo. Más aún: ¡Cristo es la Vida! En Él se encuentra la garantía de vivir plenamente y para siempre. Quien se una a Cristo y viva diariamente su Bautismo, encontrará el Camino, la Verdad y la Vida. 



SEÑOR, MUÉSTRANOS AL PADRE
Felipe interrumpe: "¡Señor, muéstranos al Padre!". En Felipe se reconocen los hombres que quieren hacer del cristianismo un espectáculo: sentados tranquilamente en una butaca, quieren que Dios se aparezca para verlo pero ellos no se comprometen con nada.
Los hombres que han comprendido a Dios quieren verlo. Es natural que se quiera contemplar aquello que se sabe que es tan grande, tan importante. Eso no es condenable. Lo malo está en quedarse allí, en una contemplación estéril, como Felipe que dice: “¡eso nos basta!"
También hay que sacar de su error a Felipe. No se puede contemplar a Dios sin estar unido a Cristo, sin vivir y amar como Cristo. No se puede porque Cristo y el Padre están tan unidos que quien ve a Cristo esta viendo al Padre. No hay contemplación del Padre si no se acepta el compromiso del Bautismo. La prueba de que Cristo y el Padre están unidos, se da en las obras que Cristo realiza. Si Cristo habla, es el Padre que habla en Cristo. Si Cristo salva a los hombres, es el Padre el que está salvando a los hombres.
Y Jesús no se queda allí. Termina con una promesa sorprendente: los que se unan a Él, harán las mismas obras que Él, y aun mayores. Unidos a Cristo, amarán, vivirán y obrarán con la energía que reciben de Cristo. Si Cristo fue capaz de amar hasta la muerte, el cristiano que vive su Bautismo también dará su vida por sus hermanos. Si Cristo murió por la salvación de todos los hombres, también el cristiano entregará  toda su vida por la causa del Evangelio. Si Cristo recorrió la tierra de Israel llamando a los hombres a su Reino, el cristiano recorrerá todo el mundo para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios

lunes, 15 de mayo de 2000

LA PUERTA Y LOS PASTORES

Evangelio del Domingo 15 de mayo del 2011 (Jn 10,1-10): En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños»
Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

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En el capítulo 10 del evangelio de san Juan se encuentra la comparación del pastor. Es un discurso que sigue, sin ninguna separación, al relato de la curación del ciego de nacimiento. En este capítulo se mezclan distintas comparaciones referentes al mismo tema. Se advierte con facilidad que en un memento Jesús se compara con la puerta por la que entra el pastor, en otro con la puerta de las ovejas; más adelante se compara también con el pastor. Los comentaristas opinan que el autor del evangelio, para componer este trozo, se ha valido de elementos de distintos discursos, o de distintos borradores de un mismo discurso. Esto explicaría estas irregularidades, que para los judíos no eran tales, ya que ellos pensaban con una lógica distinta de la nuestra. La liturgia ha escogido como lectura para este año el primer fragmento del discurso, en el que Jesús se compara con la puerta por la que entra el pastor y la puerta por la que entran y salen las ovejas. Se deja para otro año el trozo en el que Jesús se identifica como el pastor. Tratemos de comprender estos aspectos de la enseñanza, teniendo en cuenta que en este domingo se reza especialmente por las vocaciones, es decir, por los que han sido llamados para ser pastores del pueblo de Dios.
 LA PUERTA DEL PASTOR
 La comparación que propone Jesús es la de un corral en el que hay muchas ovejas pertenecientes a distintos pastores. Se supone entonces que es un lugar donde varios dueños de ovejas reúnen a sus rebaños para que pasen la noche al abrigo de las inclemencias del tiempo y estén protegidos de ladrones y fieras. Al llegar la mañana cada pastor va a retirar sus propias ovejas. El pastor las llama con los nombres cariñosos que le ha puesto a cada una de las suyas, y ellas lo reconocen por la voz, por sus gritos y sus silbidos. Cada rebaño sigue confiadamente a su pastor, y éste las conduce a lugares donde encontrarán alimento y no temerán ningún peligro. La comparación alude también a otra persona que está interesada por las ovejas. Es el ladrón y criminal que viene para robar y matar. Lo que permite identificar a primera vista a pasturas y ladrones es la forma de acercarse a las ovejas. Los pastores vienen a plena luz, por la puerta. En cambio los ladrones vienen en las sombras y saltando por la pared, por donde no pueden ser vistos.
 JESÚS ES LA PUERTA DEL PASTOR
 Con esta comparación Jesús nos dice que hay una sola forma de ser pastor en su Iglesia: entrando a través del mismo Jesús. Él es la puerta por la que pasa el pastor. Todo aquel que no entre por esa puerta es un ladrón y asesino, que viene para robar y destruir. A los verdaderos pastores, los que entran por la puerta que es Cristo, se los reconoce por la voz. Es decir, por lo que dicen y cómo lo dicen. Ellos nos tienen que hablar como nos habla Jesús, y nos tienen que hablar solamente de lo que ensenó Jesús. Los fieles cristianos deben reconocer la voz de esos pastores, y deben seguirlos confiadamente. Pero si aparece otro que se hace llamar pastor de la Iglesia, pero no nos habla como Jesús, ni nos ensena las cosas que Jesús enseñó, seguramente que éste es alguien que viene para destruir. A ese falso pastor no se lo debe seguir. Como nos dice el Señor en la comparación, hay que huir de él. Además, los pastores que entran por la puerta tratan a las ovejas como el verdadero pastor. Los pastores de la Iglesia que son enviados por Jesús se deben parecer a Jesús por la dedicación y por el cariño que muestran hacia todos los cristianos. La comparación dice que conducen a las ovejas, van delante de ellas y todas lo siguen. En los pastores que están siempre junto a los cristianos reconocemos la presencia del mismo Jesús. A través de ellos Él se hace presente para salvar: conduce con la palabra que se predica, da vida por medio de los sacramentos, instruye por medio del ejemplo de su vida, consuela en los momentos de dolor por la presencia fraternal, ayuda a superar las dificultades y además anima, fortalece y estimula para que entre todos hagamos de este mundo el reino de Dios. En todas estas cosas, y en muchas más, los cristianos sentimos que Jesús está entre nosotros en la persona de nuestros pastores. Los pastores puestos por Jesús deben dar también su vida por las ovejas. Como Él, también ellos deben entregarse totalmente para que las ovejas vivan, y para que vivan para siempre. En cambio los que no entran por la puerta que es Cristo, éstos buscan solamente su conveniencia. Algunos quieren estar en el lugar de los pastores para poder dominar, otros lo hacen por  interés, para poder sacar provecho, y hay algunos que solamente vienen para destruir. Estos tratan de deshacer las comunidades cristianas sembrando la división y enfrentando a unos con otros. Es muy fácil descubrirlos.


LA PUERTA DE LAS OVEJAS
También Jesús se compara con la puerta por la que entran y salen las ovejas. Se trata de una puerta que conduce a lugares seguros y a pastizales donde pueden encontrar alimento. Las ovejas que pasen por otra puerta caerán en algún abismo o se introducirán en un desierto donde morirán por falta de comida. Así como en otra parte de este mismo evangelio de san Juan el Señor dice que Él es el camino, ahora en este lugar dice que es la puerta. Si en primer lugar nos previno para que no nos dejáramos engañar por cualquier pastor que viniera diciendo que viene en nombre de Jesús, ahora nos advierte que no podemos encontrar salvación si no es siguiendo al único salvador que es Cristo. Él es el único que murió por nuestros pecados, y también es el Hijo Único que conoce al Padre y nos puede hablar de Él y llevarnos a Él. Cualquier otro que venga a ofrecernos una salvación diferente será un mentiroso, porque no tendrá nada para ofrecemos. Tal vez traiga enseñanzas novedosas muy interesantes, tal vez nos prometa muchas cosas atrayentes. Hasta es posible que venga con mucho dinero y trate de conquistarnos con regales o ayudas. Pero con toda seguridad que no nos puede llevar al Padre ni nos puede salvar, porque hay un único Salvador que es el único Camino y la única Puerta. Él es el único que nos ama tanto que fue capaz de derramar su sangre por nosotros.  
RECEMOS POR LOS PASTORES
 En este domingo del Buen Pastor la Iglesia nos invita a rezar por las vocaciones. Tenemos conciencia de que hacen falta muchos pastores para conducir el pueblo de Dios. Hay que pedirle al Señor que envíe muchos pastores a su Iglesia; pastores que reproduzcan la imagen de Cristo, que vivan de tal manera que hagan sentir a todos los cristianos la presencia de Jesús en medio de ellos. Y recemos también por los pastores que gobiernan la Iglesia de Dios: por el Papa, por nuestro Obispo, por todos los Obispos, por el sacerdote de nuestra parroquia, por todos los sacerdotes y ministros de la Iglesia. Recemos para que el Señor de perseverancia a los seminaristas que se preparan para asumir la tarea de pastores en la Iglesia. Esta meditación sobre el evangelio tiene que hacernos comprender que es muy difícil la carga que asume el que se compromete a ser pastor, y que sin embargo no es más que un hombre tan débil como los demás. Recemos para que el Señor del rebaño les conceda fortaleza y fidelidad.

lunes, 8 de mayo de 2000

EMAUS: RECONOCER AL RESUCITADO

DOMINGO 8 DE MAYO DEL 201
Evangelio según San Lucas 24,13-35.
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.



Los relatos de los acontecimientos que tuvieron lugar en el día de la Resurrección del Señor tienen rasgos muy propios que es necesario conocer para que lleguemos a comprender lo que los autores quieren decirnos por medio de ellos. En apariencia son narraciones muy sencillas, pero a cualquier lector que se toma el trabajo de leer con atención estos relates en los cuatro Evangelios le salta inmediatamente a la vista que hay gran dificultad en ponerlos de acuerdo como para tener una crónica ordenada. Los detalles de las narraciones no siempre coinciden, e incluso a veces se oponen. 

Esto sucede porque lo que en apariencia es una narración muy sencilla es en realidad una profunda enseñanza, muy elaborada por el autor, y desarrollada a partir de algún acontecimiento histórico. El autor no ha pretendido darnos con precisión los detalles del hecho tal como sucedió, sino que ha puesto toda su intención en la enseñanza. Por eso en el relato debemos advertir dos cosas: la primera es el hecho narrado. Es lo primero que aparece, pero en realidad el lector no debe detenerse en ese punto sino que debe tratar de penetrar más en lo profundo ya que la narración no es nada más que el punto de partida.

La segunda cosa a advertir es la más importante: es la enseñanza que el autor quiere transmitir. Para eso se debe leer la narración prestando gran atención a los detalles, a los gestos, a las palabras de los personajes, ya que todo esto ha sido colocado cuidadosamente por el autor como yo para que el lector pueda quedar enriquecido con una verdad que se refiere a la fe.

LOS DOS VIAJEROS

Se nos presenta el caso de dos viajeros que van hacia una población cercana a Jerusalén. No pertenecen al grupo de los apóstoles. Llenos de dudas, no comprenden el sentido de la muerte de Jesús. Por el camino se encuentran con otro caminante que resulta ser el mismo Jesús resucitado. Pero a pesar de que lo han visto otras veces y de que lo han oído hablar, no pueden reconocerlo. Una razón misteriosa se lo impide. Durante la caminata, Jesús se comporta como un predicador: les explica las Sagradas Escrituras enseñándoles el sentido de las palabras de los profetas que se refieren a la pasión y muerte del Salvador. Un segundo momento del relato nos lleva a lo que sucedió cuando llegó la hora de cenar. Era la hora de la tarde, están sentados a la mesa, Jesús toma el pan, recita la oración de acción de gracias, parte el pan y lo da a comer a los dos que estaban con él. Todos estos detalles, narrados de esta manera recuerdan lo que sucedió durante la última cena. En ese momento reconocieron a Jesús.

LA PRESENCIA DEL RESUCITADO

El autor nos hace este relato antes de hablar de la aparición del Señor resucitado a los once apóstoles, y con esto nos muestra dos maneras diferentes de encontrarse con Jesús después de su resurrección. En primer lugar está la experiencia que tuvieron  los apóstoles y algunos otros como las mujeres que fueron al sepulcro: se encontraron con Jesús en las apariciones con las que fueron favorecidos y que se concedieron solamente a ellos. 

En segundo lugar está la experiencia de los dos viajeros que también se encuentran con Jesús, pero sin reconocerlo. Ni los ojos ni los oídos les indicaban que estaban en presencia de Jesús, pero esta presencia era verdadera. El autor ha tomado un hecho sucedido a algunos discípulos y lo ha presentado de tal manera que nos hace comprender a nosotros, los que vivimos en otras épocas y en otros lugares, cómo podemos encontrarnos con Jesús. Ha querido corregir el error en el que caeríamos si dijéramos que nosotros no podemos ver a Jesús resucitado como lo vieron los apóstoles. 

San Lucas afirma que ahora podemos ver al Señor con los ojos de la fe. La resurrección no ha sido un salir del sepulcro para seguir viviendo como antes, con las limitaciones propias de nuestra naturaleza encerrada en un tiempo y en un espacio. Al contrario: resucitar es vivir de otra forma, en la eternidad, con una presencia que se extiende a todo tiempo y a todo lugar. Por eso Jesús ahora está presente cuando está la comunidad reunida, cuando hay dos o tres reunidos en su nombre, cuando hay dos que parten el pan, así como está en los hermanos sobre todo los más pobres, y de una manera muy especial cuando se celebran los sacramentos, en particular el de la eucaristía.

RECONOZCAMOS AL RESUCITADO

Como los dos viajeros, podemos encontrarnos también con Jesús. Lo encontraremos en la explicación de las Sagradas Escrituras y en la fracción del pan. Basta con abrir los ojos de la fe: creer que ha resucitado verdaderamente y que ahora es el Señor de la Iglesia. Si lo aceptamos así, entonces él se manifestará a nosotros como se manifestó a los dos viajeros que lo recibieron en su casa y partieron el pan con Él.


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«Precisamente en la Misa dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los Apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf. Jn 20,19). En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de la Iglesia, estaba en cierto modo presente el Pueblo de Dios de todos los tiempos. A través de su testimonio llega a cada generación de los creyentes el saludo de Cristo, lleno del don mesiánico de la paz, comprada con su sangre y ofrecida junto con su Espíritu: «¡Paz a vosotros!» Al volver Cristo entre ellos «ocho días más tarde» (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el «día del Señor> o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos de la bienaventuranza prometida por él: “Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). Esta intima relación entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narración sobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (24,30). Los gestos de Jesús en este relate son los mismos que él hizo en la Última Cena, con una clara alusión a la «fracción del pan», como se llamaba a la Eucaristía en la primera generación cristiana». (Juan Pablo II, Encíclica «Dies Domini» III, 32)

martes, 2 de mayo de 2000

Felices los que creen sin haber visto: la Fe que nos alcanza


 DOMINGO 1º DE MAYO DEL 2011
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre (Jn 20,19-31).

Todos los años, en este segundo domingo de Pascua, se proclama esta página del evangelio de san Juan en la que se relatan las dos apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Las dos apariciones tienen lugar en día domingo: la primera en el mismo domingo de la resurrección, y la segunda ocho días más tarde. El autor del evangelio indica las dos veces que Jesús se aparece cuando las puertas están cerradas. Quiere hacer ver con esto que las condiciones del Señor resucitado son diferentes de las que tenía antes de la Pasión. Es el mismo, y tiene un cuerpo, desde el memento que puede mostrar en sus manes y en sus pies las marcas que dejaron los claves, así como la perforación de la lanza en su costado. Pero sin embargo no tiene necesidad de trasladarse porque aparece de pronto en medio de ellos, y puede entrar y salir sin necesidad de abrir las puertas. En la primera parte de la lectura se relata la aparición del mismo domingo de Pascua. En las palabras con que el autor del evangelio describe este encuentro de Jesús con sus discípulos se encuentran alusiones a palabras de Jesús que se encuentran en el sermón de la Ultima cena, y se produce aquí una especie de juego de promesa y cumplimiento. Durante la última cena Jesús dijo que les dejaba a la paz, una paz que no era como aquella que da el mundo. Ahora que se aparece resucitado insiste por tres veces en que les da la paz. Esta paz que no es la del mundo es la paz anunciada por los profetas, la paz que viene del cielo y que es don de Dios, porque es participación de la vida y la de la felicidad de Dios. Se indica en el texto que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor resucitado. En el sermón de la cena se habló también de la alegría, cuando Jesús dijo que cuando lo volvieran a ver tendrían una alegría que nadie les podría guitar. Todas las alegrías de este mundo son limitadas y pasajeras. La única alegría que nadie puede guitar es la alegría total y definitiva que posee Dios. Lo mismo que se ha dicho de la paz se debe decir de la alegría. Es la consecuencia de la participación en la vida divina.  Jesús sopló sobre ellos y les dio el Espíritu Santo. Todos estamos más familiarizados con el relate de la donación del Espíritu Santo del libro de los Hechos de los Apóstoles, porque lo revivimos cada ano en una liturgia especial. San Lucas ha relacionado el don del Espíritu con la fiesta de Pentecostés, que celebra la entrega de la Ley del Sinaí, en el libro del Éxodo. San Juan, en cambio, ha preferido relacionarlo con el Génesis. Al decir que fue "el primer día de la semana" y que se hizo con un soplo sobre las personas ha aludido claramente al relate de la creación. Así como en el comienzo Dios sopló sobre Adán y le dio la vida, ahora Jesús sopla en el primer día de una nueva semana y da nueva vida a sus discípulos. Pero no es como la vida de Adán, que "era polvo y al polvo debía volver", sino que ahora es la vida que da el Espíritu Santo, la vida que dura para siempre porque es participación de la vida divina. Finalmente Jesús envió a sus discípulos, así como Él mismo había sido enviado por el Padre. La misión con la que había sido enviado Jesús, para destruir el pecado y todas sus consecuencias, ahora es conferida a los discípulos. Los creyentes en Cristo participan de la vida y del amor de Dios, y por eso mismo reciben del Padre y a través de Cristo la moción del Espíritu que los impulsa a transformar el mundo. La segunda parte de la lectura describe la segunda aparición, que tiene lugar ocho días después de la Pascua, es decir en un día como hoy. En este caso toda la atención está centrada en la actitud de Tomás, un discípulo que es prácticamente desconocido en los otros evangelios pero que tiene una importancia especial en el de Juan. En la actitud de Tomás se manifiestan las actitudes que se hacen presentes cuando se anuncia el mensaje de la resurrección de Jesús. Son muchos los que se niegan a aceptarlo y piden pruebas sensibles. Piensan que la única forma de conocer al Señor es por medio de los sentidos. También existen algunos cristianos - como había muchos en la época en la que san Juan escribió su evangelio - que piensan que los discípulos que vieron y oyeron a Jesús cuando predicaba en Galilea o en Jerusalén estaban en mejores condiciones para creer que ellos, que viven tantos anos después y no han tenido posibilidad de ver y oír al Señor. Éstos piensan que conocer al Señor por medio de los sentidos es mejor y más perfecto. Precisamente aquí hay que volver a la donación del Espíritu que hizo Jesús en el primer encuentro con los discípulos después de la resurrección. Durante la última cena, cuando el Señor les prometió el Espíritu, les anunció que con este Maestro Divino podrían conocer la verdad y ser familiares de la Trinidad. El conocimiento de Dios, y por eso mismo el conocimiento de Cristo resucitado, ya no sería una simple suma de dates adquiridos por los sentidos, o en libros, o en una escuela, sino una experiencia por un contacto de vida, muy distinta de la que se tiene con los ojos y los oídos del cuerpo. De esta forma se ve que en este relato Tomás representa el deseo de volver al conocimiento de Jesús solo por los sentidos. Pero esta clase de conocimiento también la tuvieron otros para los cuales no fue de ninguna utilidad. Pensemos en Judas, en Caifás, en Pilato...
Los discípulos que habían recibido el Espíritu y que anunciaban el misterio de la resurrección ya conocían a Jesús de otra forma, así como lo iban a conocer todos los creyentes que vendrán en los tiempos futuros. Por eso Jesús le dijo a Tomás: Son más felices los que han creído sin haber visto. Tomás necesitó ver a Jesús para poder creer en la resurrección, pero los discípulos que son "más felices", aquellos que tienen al Espíritu Santo, no necesitan verlo porque lo sienten y lo viven cada día, en cada memento. Perciben la presencia de este Jesús que ya no está muerto y tratan con él como se trata con un amigo a quien se tiene adelante. Ellos no ven a Jesús como Judas o como Pilato, tampoco ven a una estatua sino que perciben y sienten a un ser viviente que por ser el Hijo de Dios resucitado los fortalece, los ilumina y aconseja, y sobre todo los hace participar de la vida y del amor de Dios. Es el Cristo resucitado, conocido de esta manera más perfecta, el que nos presta la mirada de Dios para que comprendamos de otra forma lo que percibimos por los ojos de nuestro cuerpo. Así como a los Apóstoles llorosos porque habían visto cerrarse el sepulcro los llenó de alegría haciéndoles ver la gloria de la resurrección.
LOS TESTIGOS DE LA RESURRECCION
Jesús resucitado ha salido del sepulcro y está entre nosotros. Todos no lo pueden ver sino solamente aquellos que tienen fe. Él ya no se deja ver como en los primeros tiempos. Pero aquellos que pueden verlo por la fe son testigos ante el mundo. Los que conocen a Jesús que ahora está viviente, son los encargados de anunciar a todos los hombres lo mismo que dijeron los diez apóstoles a Tomás: "¡Hemos visto al Señor!" Muchos hombres harán la pregunta de Tomás: "¿Cómo voy a creer, si no veo?". Los cristianos deben responderle con su ejemplo, con su vida. La presencia de Cristo resucitado se deja ver ante el mundo en la presencia y en la vida de los cristianos que viven su fe. En el mundo todavía hay tristeza, hay dolor, hay pecado. Pero una comunidad que vive unida, dando ejemplo de alegría, de amor, de solidaridad, que irradia paz, es la prueba de que Jesús no está muerto. Esa alegría, ese amor, esa solidaridad, esa paz de los cristianos no es la de los simples hombres. La tenacidad y el heroísmo de los santos y de los mártires no es el simple heroísmo humane. La pureza y la santidad, la sabiduría y la luminosidad de la Iglesia no tienen ninguna otra explicación que la resurrección de Cristo. Mirando a nuestro alrededor nos damos cuenta de que los hombres por sus solas fuerzas no pueden hacer todo esto: solamente Jesús resucitado, habitando en los cristianos, puede llegar a transformar de esta forma sus vidas. Y los cristianos, viviendo unidos en la comunidad de la Iglesia, alimentados diariamente con el cuerpo y la sangre del Señor resucitado, meditando sin cesar en su palabra y dejándose transformar por el Espíritu Santo, tienen como misión transformar el mundo para que deje de ser un sepulcro de dolor y lágrimas y se inunde con la luz y la alegría de la nueva vida que Cristo nos trae con su resurrección. Dichosos los que tienen la mirada de la fe, mucho más penetrante que la de Tomás, para poder percibir la presencia del Señor que ahora vive entre nosotros después de haber vencido la muerte y el sepulcro.