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lunes, 26 de junio de 2000

ESTRATEGIAS DE AFIRMACIÓN : Ser capaz de recibir muestras de atención y afecto


 RELATO
 
Costumbre amerindia
Los amerindios tienen reputación de ingratos: no dan las gracias cuando reciben un regalo ni hacen otro regalo a cambio. Esperan, guardan en su memoria el obsequio y se impregnan de él.Pasados unos años, expresan finalmente su reconocimiento el regalo. Obran así para evitar el «toma y daca». (Jean  Monbourquette)

Para reflexionar
«Recibir es más importante que dar; recibir es darse en la propia vulnerabilidad».
(Jean Monbourquette )

OBJETIVO
Aprender a alimentar la autoestima y la autoconfianza mediante la acogida de las muestras de atención y afecto.

EXPLICACIÓN
La manera de recibir las muestras de atención y afecto es el factor determinante de la autoestima. Si no estamos dispuestos a acoger las muestras de atención y afecto de los demás, es muy difícil que crezcamos en autoestima. Hay personas que son incapaces de recibir muestras de atención y afecto debido a sus resistencias. Veamos una lista de las diferentes resistencias:
 
-Interpretan mal las muestras de atención y afecto. Las ven como intentos de manipulación. Ejemplo: esas personas han vivido experiencias en las que las muestras de atención y afecto escondían una demanda.


-Su imagen de sí mismas está tan deteriorada que ya no creen en la autenticidad de la muestra de atención y afecto que se les da.
 
-Rechazan las muestras de atención y afecto debido a su educación, que preconizaba humildad y que les enseñó a abstenerse de cualquier sentimiento de orgullo.
 
-Tienen miedo a mostrar su vulnerabilidad y sus emociones cuando reciben muestras de atención y afecto. Quieren mantener un control rígido, e incluso enfermizo, sobre su supuesta «debilidad».  
-Como corolario de las muestras de atención y afecto, esperan reproches.
 
-Etcétera.

Después de haber vencido las resistencias personales, veamos cómo recibir y acoger muestras de atención y afecto:

· Concentrarse en la muestra de atención y afecto recibida.

· Darse tiempo para impregnarse de ella.

· Dar las gracias al otro con cortesía.

· Continuar nutriéndose de ella posteriormente.

Ejemplos:

-Tras recibir una carta de agradecimiento, conservarla un cierto tiempo bien a la vista.

-Recordar un cumplido y repetírselo para seguir nutriéndose de él.

ESTRATEGIA :Detectar las resistencias personales
 
1) Piensa en una muestra de atención o afecto que hayas recibido recientemente.

2) Relee la lista de las diferentes resistencias ante las muestras de atención o afecto. ¿Te reconoces en la descripción de alguna de esas resistencias?

3) ¿Qué ves en tu resistencia?; ¿que te dices?; ¿qué sientes?

4) ¿Cómo cambiarías tus imágenes, palabras y sentimientos para hacer evolucionar tu resistencia?

domingo, 25 de junio de 2000

ALIMENTO PARA LA ETERNIDAD






Evangelio del domingo 26 de junio del 2011

San Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»

EL MANÁ DEL DESIERTO

El texto del Evangelio que se proclama en esta solemnidad está tomado del largo capítulo de san Juan en el que se relata la multiplicación de los panes y se reproduce el discurso que pronunció Jesús al día siguiente en la sinagoga de Cafarnaúm. Después de la multiplicación de los panes la multitud cruzó el lago de Galilea y se reunió en la Sinagoga, donde los judíos se juntan para leer y explicar las Escrituras y para rezar. Por lo que sigue a continuación en el Evangelio, se supone que allí han leído una parte de la Biblia donde se relata cómo Dios alimentó milagrosamente a los israelitas durante el tiempo en que estuvieron en el desierto. Se dice en el libro del Éxodo que cuando estuvieron con hambre, el Señor les envió una comida que caía del cielo, llamada el maná. La primera lectura proclamada en la Misa de hoy, tomada de otro libro de la Biblia, alude al mismo alimento milagroso. Los judíos preguntaron a Jesús sobre un Salmo de la Escritura donde se refiere este hecho diciendo: "Les dio a comer el Pan del cielo".

Tomando este texto como punto de partida, Jesús los instruyó explicándoles que aquél pan que habían recibido en el desierto no era verdadero pan del cielo, ya que es un hecho conocido por todos que los que estuvieron con Moisés en el desierto murieron después de algún tiempo, así como también murió Moisés. Si el maná hubiera sido verdadero pan del cielo, les habría comunicado la vida eterna. Con estas explicaciones Jesús provocó un interrogante: ¿Entonces cuál es el verdadero Pan del cielo del que hablan las Escrituras? El Evangelio proclamado en esta Misa contiene la última parte de la respuesta de Jesús. Son palabras que sorprenden y escandalizan a los oyentes: Quien distribuye el verdadero pan del cielo no es Moisés sino Dios, y el pan no es el maná sino el mismo Jesús: "Yo soy el Pan verdadero que ha bajado del cielo". Y si estas palabras inesperadas resultaban inaceptables para muchos, Jesús añadió: "El Pan... es mi carne".

EL PAN VERDADERO 

Si por una parte los oyentes no podían aceptar que este Jesús que ellos creían conocer se proclamara como Pan bajado del cielo, por otra parte les parecía totalmente fuera de lugar que Él dijera que había que comer su carne. ¿A quién no le produce repugnancia y horror el pensar en comer carne humana? Esto se agrava cuando Jesús añade que se debe beber su sangre. A los semitas en general, la idea de beber sangre les produce repugnancia. Mucho más si se trata de beber sangre humana. El Antiguo Testamento castigaba con la pena de muerte a quienes comieran la carne con su sangre o simplemente bebieran sangre. Hasta el día de hoy los judíos comen la carne desangrada. De las enseñanzas de Jesús surgen las respuestas a estas cuestiones que plantean los judíos. En primer lugar que Él es el Pan verdadero. Esto significa que todo otro pan, también el milagroso que comieron los israelitas en el desierto, es una figura. El pan que comemos diariamente para saciar nuestra hambre y evitar la muerte es una figura de ese otro alimento que nos envía Dios para que saciemos el hambre de vida eterna y podamos vencer a la Muerte para siempre.
Pero advirtamos que cuando utilizamos la palabra “Pan” no nos estamos refiriendo sólo a esta sustancia alimenticia elaborada con harina, sino que es un término común con el que se indica todo lo que el ser humano necesita para vivir. Si tenemos esto en cuenta, las palabras de Jesús resultan mucho más sorprendentes todavía. Jesús viene desde el Padre y se ofrece a los hombres para que lo reciban por medio de la fe. Aquellos que se abren a Él y lo aceptan, creyendo en su Palabra y dejándose redimir, se alimentan de Jesús porque reciben de Él la vida que proviene del Padre, y que es la vida eterna, la que no tiene mezcla de mal ni puede conocer el límite de la muerte. Por esa razón Él es pan, y es verdadero pan porque comunica una vida que dura para siempre.
Cuando decimos vida eterna tenemos que recordar que no se trata de seguir viviendo largos y numerosos años como una continuación de la vida que ahora llevamos. La vida eterna es la vida total, es el poder alcanzar la totalidad de todos los bienes que ahora poseemos en pequeña medida: vida, alegría, amor, sabiduría. Y todo esto sin mezcla de ningún mal, sin envejecimiento ni enfermedades, y sobre todo, sin el sombrío límite que impone la muerte. Por eso el pan de nuestra comida diaria es una figura: nos asegura la vida terrenal, nos concede un poco más de tiempo en este mundo, pero no nos puede dar de ninguna manera la vida eterna, es decir la vida total.

EL PAN OUE ES SU CARNE

Para los oyentes de Jesús resultaba inaceptable que Él se presentara como un pan que alimenta con la vida eterna a quienes lo reciben por la fe. Jesús les explicó que Él también es pan de otra forma, porque tanto su carne como su sangre deben ser recibidas para poder tener la vida eterna. Los oyentes reciben estas palabras con horror. Ellos piensan que tienen que comer la carne de un cadáver y por eso no lo pueden admitir. Jesús les dice entonces que la carne y la sangre que Él ofrece como comida y bebida es la carne y la sangre del "Hijo del Hombre".
"El Hijo del hombre" es el nombre con el que Jesús se designa a sí mismo cuando se refiere a su glorificación. Cuando dice que hay que comer la carne del "Hijo del hombre" quiere decir que se trata de recibirlo a Él en su condición glorificada. No es un cadáver, sino un cuerpo glorioso, que ya no puede padecer ni se puede corromper. Su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Toda otra comida y toda otra bebida es una figura. La comida y la bebida que Jesús ofrece son su carne y su sangre como carne y sangre de un viviente que vive porque recibe a vida eterna que es propia del Padre, y todo aquel que se alimente de la carne y de la sangre de Cristo se asegura esta vida eterna. Quien no los reciba no tendrá esta vida.


LA EUCARISTÍA

Estas palabras solamente se entienden cuando se tiene conocimiento y experiencia de lo que es recibir la Eucaristía. Al participar de este sacramento recibimos un pan que es verdaderamente carne y sangre de Cristo viviente. Entre tantas cosas sorprendentes que tiene esta enseñanza de Jesús, nos llama la atención que diga que los que reciben su carne y su sangre tienen ya ahora la vida eterna. La vida eterna no es solamente promesa para el futuro. Y ya se ha dicho que vida eterna es participar de la vida que es propia de Dios.
A los que comulgan se les ofrece ya desde ahora esa vida que viniendo del Padre está en Cristo, y por lo tanto es un comienzo de la felicidad plena que se da en el cielo. El Pan de la Eucaristía comunica el amor de Dios, para que los creyentes que lo reciben sean capaces de dar la vida por los hermanos, como lo hizo el mismo Jesús. Todos los que comulgamos nos unimos en un solo cuerpo con Jesús para poder vivir y amar como Él vive y ama.
Lejos de encerrarnos en nosotros mismos, la comunión tiene que abrirnos para amar la vida y amar cada vez más a Dios y a nuestros hermanos. Amar de esa manera, hasta el heroísmo, puede parecer algo tan imposible como vivir ya en la felicidad del cielo a pesar de todas las tristezas y dolores que nos rodean. 

Pero toda esta incapacidad humana queda superada cuando oímos que Jesús no nos ofrece alimentos de este mundo, ni siquiera un pan milagroso como el maná, sino el Pan verdadero que es su mismo cuerpo viviente, pleno de la vida de Dios.
La vida de los santos, el ejemplo de los mártires, e incluso nuestra propia experiencia cuando nos alimentamos frecuentemente con la Sagrada Comunión, nos hacen ver cómo la débil creatura humana puede llegar a superarse a sí misma hasta realizar lo que para los hombres es imposible: vencer el pecado para vivir en la santidad, destruir el egoísmo para entregarse generosamente a practicar el amor a los demás, vivir intensamente la alegría de la unión con Dios hasta el punto de no perder esta alegría ni siquiera en medio de los tormentos más crueles.
Y si esta es la fuerza que nos comunica en este mundo el Pan verdadero, podemos estar seguros de que con ese Pan también estamos recibiendo la vida que dura para siempre.

martes, 13 de junio de 2000

RECIBAN EL ESPIRITÚ SANTO






Evangelio del domingo 12 de junio del 2011

(Jn 20,19-23): Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Todo es miedo y desesperanza al caer la tarde, hay un dejo de opresión en todos.
La escena se transforma en un instante cuando aparece Jesús resucitado: Él les da la paz y ellos se llenan de alegría. Para que no quede lugar a dudas les muestra las heridas de los claves en sus manes y la abertura que ha dejado la lanza en su costado. La paz, la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús. Todo podía haber terminado ahí: una vez recuperada la tranquilidad, quedarse todos juntos como buenos amigos celebrando la resurrección de Jesucristo y gozando de su compañía. Pero Jesús añade unas palabras que abren una nueva perspectiva a la vida de sus discípulos: "Como el Padre me envió, así los envío yo a ustedes". Los apóstoles no tienen que quedarse encerrados, sino que tienen que salir al mundo: para eso son enviados como el mismo Jesús fue enviado por el Padre. Jesús no era de este mundo, pero Dios, por el gran amor que tiene a los hombres. lo envió para que nos hiciera conocer al Padre y nos llevara hacia Él, para que nos liberara de la esclavitud del pecado y nos hiciera hijos de Dios, para que nos quitara el temor de la muerte y nos hiciera gozar de la vida eterna. Jesús envía ahora a sus discípulos para que continúen con la misma misión. Es la misma misión originada en el mismo amor de Dios. Pero Cristo pudo llevarla a cabo porque estaba unido con el Padre: Él dijo claramente: "Yo y el Padre somos uno'• Jesús contaba con la vida y con la fuerza divina para realizar esta obra de salvar a los hombres. Los discípulos podrán decir: "Esta no es una obra que esté a nuestro alcance. No tenemos fuerzas suficientes". Por esta razón Jesús sopló sobre ellos y dijo: "Reciban el Espíritu Santo". Cuando Dios creó al primer hombre, sopló sobre él y de una estatua de barro se formó un hombre viviente. El soplo de Dios es vida, y puede vivificar un trozo de barro.
EL ESPIRITU SANTO
 A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese memento es uno solo con el Padre y con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor, ahora entrega al Espíritu Santo para que dé vida, fuerza y amor a los creyentes. El Espíritu Santo es dado para que actúen. Por eso, de todas las obras que tienen que realizar los discípulos enviados por Jesús, en el Evangelio se menciona una sola que parece ser la que de ninguna manera puede ser llevada a cabo por un simple hombre, la de perdonar los pecados.  pecados, sino solamente Dios?", dijeron una vez aquellos hombres que oyeron a Jesús perdonando los pecados. Ahora Jesús les concede este poder a los hombres, lo que equivale a decir que les está otorgando el poder de hacer cosas que solamente pueden ser hechas por Dios. Y si algunos hombres pueden perdonar los pecados es porque han recibido este Espíritu Santo que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, el fuego de Dios hace desaparecer totalmente el pecado cometido, es un nuevo acto de creación, es como comenzar a existir otra vez. Tenían razón los que decían: "¿Quién puede perdonar los pecados sino solamente Dios?", porque los hombres que pueden perdonar los pecados lo hacen una vez que han recibido el Espíritu Santo, que actúa en estos hombres para que de distintas maneras perdonen los pecados administrando los Sacramentos y anunciando la palabra de Dios en la Iglesia. Sabemos que esos discípulos que unos mementos antes estaban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles, ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar porque hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.
ENVÍA SENOR TÚ ESPIRITU
 Si miramos a nuestro alrededor no será difícil descubrir que muchos viven como los discípulos de Jesús en los primeros días después de la crucifixión del Señor. Algunos viven encerrados por temor. Los discípulos habían sido testigos del juicio en el que Jesús fue condenado a muerte y ahora tenían miedo de que también a ellos les pudiera suceder lo mismo. Por eso no salen a la calle, no hablan en público, no se muestran ni se dan a conocer. En la actualidad ese mismo temor existe en muchos que se llaman cristianos. Temen las burlas o las falsas acusaciones, temen ser perseguidos por vivir cristianamente, temen perder la seguridad que les da el vivir de acuerdo con un mundo que no se comporta de acuerdo con la voluntad de Dios. Este temor les hace asumir actitudes contradictorias, opuestas al nombre de cristiano. Reducen su vida cristiana a todo lo que es oculto, a lo que se hace en el secrete del corazón o en la penumbra de una iglesia. Pero en la vida cotidiana nada hacen que los pueda hacer aparecer como discípulos de Jesús. Otros viven sumergidos en la tristeza. Los acontecimientos de la vida, los sufrimientos personales, las noticias de lo que pasa en el mundo, los temores de lo que puede pasar en el futuro, tienen tanta fuerza que han logrado apagar en ellos la alegría cristiana. Siempre viven tristes, todo lo juzgan negativamente y el pesimismo parece ser la norma por la que se rigen para pensar, hablar y actuar. Y por último están aquellos que viven totalmente desorientados. Ante las circunstancias adversas que les ha tocado vivir o ante algún fracaso que se les ha presentado, ya no saben para donde mirar. Todo les parece oscuro y difícil, no encuentran el camino e ignoran el valor que puede tener la vida, el trabajo o cualquier otra cosa que tengan que realizar. El temor, la tristeza y la desorientación se disipan con la presencia de Cristo resucitado. El evangelio nos dice que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. El mismo Jesús les dijo por dos veces que les daba la paz. Esa paz que significa tranquilidad, felicidad, plena posesión de todas las bendiciones que Dios ha prometido a los hombres. Pero sobre todo desaparece el temor, la tristeza y la desorientación cuando Cristo otorga el Espíritu Santo. El soplo de Dios tiene tal fuerza que puede hacer desaparecer los temores, las tristezas y las desorientaciones de los hombres, y en su lugar crea seguridad, alegría, firmeza y decisión.
EL BARRO QUE SE TRANSFORMA
 Los que no se atreven a manifestarse como cristianos porque tienen miedo al "qué dirán'' o a las reacciones de los demás, aquellos que no se animan a asumir una actitud plenamente cristiana porque se sienten muy cómodos en su tibieza o en su pecado, los que no se atreven a sufrir por Cristo, tienen que pedir insistentemente que se les conceda la gracia de recibir el Espíritu Santo en esta fiesta de Pentecostés. El Espíritu Santo los llenara de una fuerza desconocida que los transformará como transformó a los Apóstoles. También los tristes deben pedir la venida del Espíritu Santo porque así sentirán que su tristeza se convierte en alegría. El Espíritu Santo les hará ver que el dolor, el sufrimiento y la misma muerte no carecen de sentido para un cristiano. Cuando Jesús se manifestó resucitado a sus discípulos les mostró ante todo las llagas de sus manes y la herida del costado: a partir de ese momento los discípulos comprendieron que lo que ellos habían interpretado como un fracaso, ante los ojos de Dios era un triunfo; que los dolores y la muerte son como un camino por el cual Dios nos hace ir hacia la gloria de la resurrección. Si para los hombres sin fe el dolor carece de sentido, para quien cree en la resurrección de Jesús los sufrimientos tienen valor porque se unen a los sufrimientos de Cristo en la cruz. Dicho de otra forma, el cristiano no puede pensar en el sufrimiento sin pensar al mismo tiempo en la gloria y la alegría de la resurrección. Y esto mismo es lo que hace encontrar el rumbo a los desorientados. El Espíritu Santo nos hace hijos de Dios y al mismo tiempo nos hace tomar conciencia de nuestra condición de hijos. Es el mismo Espíritu el que en nuestro interior nos mueve para que recemos y podamos invocar a Dios como Padre. El Espíritu Santo enriquece nuestra vida, nos hace valorar nuestro trabajo, nos hace tomar en consideración la vida de los demás. 


ENVIADOS COMO JESÚS
El soplo de Dios es capaz de transformar una estatua de polvo en un hombre viviente, puede cambiar a los débiles y temerosos discípulos en ardientes e intrépidos misioneros que llegan a derramar su propia sangre por anunciar el Evangelio. El Espíritu Santo provoca en nosotros un nuevo nacimiento haciéndonos nacer como hijos de Dios; se puede decir que recibir el Espíritu Santo es como ser creados de nuevo. Si el Espíritu Santo nos da una nueva vida esto significa que nos da también un nuevo dinamismo. Al recibir al Espíritu nos comprometemos en la misma misión de Cristo: así como el Padre lo envió a Él, ahora somos enviados nosotros. El amor de Dios nos impulsa por medio del Espíritu para que salgamos a transformar el mundo. Todo lo que el Espíritu Santo hizo en el grupo de los Apóstoles, ahora lo vuelve a realizar en nosotros, pero a través de nosotros lo quiere hacer en todo el mundo. A un mundo envejecido, desilusionado y triste hay que llevarle la presencia del Espíritu Santo para que lo rejuvenezca, le de nueva fuerza y alegría. Pero para eso hacen falta apóstoles dinámicos y valientes, testigos de Cristo que vivan bajo la fuerza del Espíritu, y no estatuas de barro que se deshagan ante la primera contrariedad.
EL ESPÍRITU Y NUESTRA MISIÓN
La donación del Espíritu Santo no se limita al memento en que lo recibieron los apóstoles en la tarde del primer domingo de resurrección. Jesús sigue entregando el Espíritu a su Iglesia, y este Espíritu hace que los cristianos lleguen a ser testigos. La fuerza del Espíritu, obrando en los hombres, les hace sentir y experimentar la presencia de Dios y el amor del Padre expresado en Cristo para que todos puedan hablar de lo que “han visto y oído", y actuar como verdaderos testigos y no como repetidores de cosas aprendidas en los libros o dichas por otros. El Espíritu Santo actúa en los cristianos para hacerlos verdaderos evangelizadores, y también despliega su fuerza en la Iglesia y en sus ministros para que mediante los sacramentos puedan hacer renacer a los hombres a la vida divina y alimenten y acrecienten esa misma vida. Finalmente, la presencia del Espíritu que une con Cristo y con el Padre es la que mantiene unidos a los cristianos en una sola Iglesia y la que da impulses a los que están separados para que busquen la unidad. La fiesta de Pentecostés nos llama a reunirnos en torno a Jesús para que le pidamos insistentemente el Espíritu Santo. Pidamos el Espíritu Santo que nos capacite para ser evangelizadores, viviendo la vida de hijos de Dios y acompañando a los demás hombres para que lleguen a ser participantes de esa misma vida. Esto es lo que hizo Jesús y nos dejó como tarea a los cristianos. "Harán las mismas obras que yo he hecho, y las harán también mayores" dijo el Señor. Pidamos el Espíritu Santo que nos una con Dios y también entre nosotros. Pidamos ese Espíritu que haga cesar todas las divisiones entre los hijos de Dios. El Espíritu es el que da la unidad, y tenemos que disponernos para recibirla. Pidamos el Espíritu que reavive cada día más el ímpetu misionero de la Iglesia, para que todos los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios. ¡Que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre toda la Iglesia para que no desfallezca en su misión de llevar una nueva vida al mundo entero!

lunes, 5 de junio de 2000

LA EXPERIENCIA DEL TIEMPO SEGÚN LAS DISTINTAS COMPULSIONES



Compartimos ésta ficha sobre  las variaciones que hay en como se percibe y utiliza el tiempo segun la tipología ordenada de las compulsiones del eneagrama.Es muy importante no sólo para identificarnos , sino para entender nuestras reacciones frente al espacio-tiempo y nuestra forma de relacionarnos con el otro.
El yo compulsivo tiene otra forma de ver el mundo a través de la propia relación con el tiempo. El tiempo supone el cambio: objetivamente es la medida del cambio en la realidad externa. En el interior de cada persona existe un reloj interno utilizado para medir las transiciones en la experiencia de esa persona. Cada tipo del eneagrama tendrá su propia forma de consciencia del tiempo porque cada uno percibe la realidad de modo diferente, como muestra la figura 2 que subimos en este blog al principio del articulo.

Los UNO se sienten dominados por el tiempo. Lo experimentan como una fuerza que los empuja o tira de ellos en contra de su voluntad. Como tienen la sensación de que no disponen de tiempo suficiente para hacer las cosas bien, están resentidos contra el tiempo. A menudo les parece que sus pies están presos de la rueda del tiempo y gritan: «¡Espera un momento!», tratando de detener su paso. Ellos querrían decir: «Hagamos esto despacio para hacerlo bien; hagámoslo de nuevo para estar seguros de que está bien.» Pretenden volver atrás, llevar a los demás a su propio marco temporal, hasta que les parece que el aspecto sobre el que insisten está terminado a su gusto. Entonces pretenden pasar al siguiente elemento más significativo.
2. Los DOS experimentan el tiempo como una oportunidad para los encuentros personales. Para ellos, un momento bueno es interpersonal y un momento malo no interpersonal. Les parece que la plenitud del empleo del tiempo consiste en sentirse próximos a otras personas. Tienden a vivir en el tiempo del otro y a manipularle para conseguir su tiempo. El tiempo les arrastra cuando no pueden entrar en una buena relación. En consecuencia, a menudo se sienten exasperados en las reuniones de negocios. Miden el tiempo de la reunión, no por la cantidad de puntos del orden del día tratados, sino por su experiencia de relaciones  personales. Son muy sensibles ante los que parecen agraviados o amenazados por lo dicho en la reunión y rápidamente acuden a su rescate. Cuando las cuestiones a tratar son impersonales, es fácil que se levanten para servir café o abrir una ventana. Algunos se preparan para aguantar el esperado aburrimiento de las reuniones llevándose la labor o papel para escribir cartas, con el fin de hacer, al menos, algo para alguien durante el tiempo de la reunión.
3.  Los TRES experimentan el tiempo como medio para algo. Es un vehículo para hacer algo, un instrumento, una herramienta de productividad. El tiempo es algo para utilizar. Mide los fines y objetivos. Debe emplearse cada minuto; lo contrario representa una oportunidad perdida. Los TRES experimentan el tiempo como algo limitado; no hay posibilidad de aumentarlo. Tras la fecha límite es demasiado tarde. En consecuencia, ajustan sus objetivos al tiempo de que disponen. Como pretenden logros, tienden a abarcar demasiado en su tiempo disponible por lo que suelen retrasarse un poco, aunque son plenamente conscientes de ello y hacen las pertinentes acomodaciones sobre la marcha. Aunque quieren empezar y acabar a tiempo, eso les resulta secundario en relación con el trabajo a hacer. Cuando consiguen algo, dan por bueno el tiempo empleado. Con frecuencia les desconcierta que otros necesiten tanto tiempo «para sí mismos», en especial si esto significa que las cosas no se hagan a tiempo.
4.  Para los CUATRO, el sentido del tiempo es muy subjetivo y lo miden por su intensidad emocional. Cuando están emocionalmente implicados en algo, les parece que el tiempo vuela; si no, les da la sensación de que los arrastra. Tienden a retrasarse porque pierden la noción del tiempo, aunque llegan pronto a las citas cuando prevén que será una experiencia de profunda implicación personal. A menudo, la nostalgia y la melancolía les impiden participar en el momento presente. Experimentan el pasado como algo inacabado, lleno de oportunidades perdidas, así como de experiencias emocionales que necesitan penetrar de manera más profunda. Cuando hablan del pasado, no mencionan los hechos en orden cronológico, sino empezando por lo que les resulta más significativo o hermoso desde el punto de vista emocional.
5. Típico de los CINCO es observar cómo pasa el tiempo, como si estuvieran mirando una serie de momentos o experiencias significativas. Cuando observan las cosas que ocurren, reflexionan sobre ello para reconstruirlo de manera significativa. Al narrar el pasado, mencionan cada experiencia y su significación en orden cronológico. Para ellos, siempre hay algo interesante y, si no sucede en el exterior, puede desarrollarse en su interior. No les gusta que nada les arrastre porque hay muchas otras cosas que comprender y observar; cuando se termina un asunto, quieren pasar inmediatamente al siguiente para conocerlo. Son capaces de hacer mucho en un tiempo determinado, pero dicen que no tienen bastante tiempo porque pretenden hacer algo original y completo. Como hace falta tiempo para ser exhaustivos, son tacaños con él. Les duele carecer del tiempo suficiente para verlo y comprenderlo todo.
 6.  Para los SEIS, el tiempo es el que manda. El reloj es una autoridad con la que hay que contar. Se someten a él aunque les cree conflictos internos. El tiempo constituye un conjunto de amenazas. Como creen que hay que despachar las cosas con urgencia, trabajan increíblemente rápido. Temen cometer errores si se entretienen. Los plazos son muy importantes; tratan de observarlos con empeño, de lo contrario se verían en apuros. El tiempo juzga su fidelidad a su cometido. El problema consiste en responder a las demandas que constantemente les hacen. Es típico que lleguen y se marchen en punto. El tiempo no les pertenece personalmente. En cambio, es una medida de la responsabilidad hacia otros.
7.  Para los SIETE, el tiempo es como una enorme tarta que puede cortarse en un número infinito de trozos; hemos cogido sólo uno pero hay muchos más. Para ellos, el tiempo siempre es consumible. Mientras se diviertan, siempre hay tiempo suficiente y procuran que siempre haya una cosa que siga a la anterior. En consecuencia, les cuesta llegar a tiempo. A menudo su disfrute se orienta hacia el futuro; experimentan el futuro antes de que llegue por su forma de planificar y preverlas cosas. Como para ellos la planificación es tan importante y les produce tanto entusiasmo, a menudo se contentan con tener la idea en vez de implicarse en su desarrollo hasta llevarla a la práctica. Con frecuencia abandonan las ideas porque no les resulta divertido entrar en detalles.
8. Los OCHO no dejan que el tiempo les controle; lo controlan. Se empeñan en que el reloj vaya a su propio paso. No sólo son puntuales, sino que llegan con frecuencia antes de tiempo. Experimentan el tiempo como algo que se estira, aplanándose, con pocas características interesantes. Deciden lo que es significativo y hacen de ello un hito con el que medir el tiempo. Cuando se implican en lo que es significativo para ellos, el tiempo no constituye ningún problema y no hace falta medirlo. Les resulta difícil saber cuándo alcanzarán su objetivo, por lo que procuran mantenerse en movimiento. Esto les confiere una impaciencia callada, dándoles un ímpetu en sus actividades que les hace mantener la misma velocidad y fuerza inexorable.   
9.  Los NUEVE tienen un sentido metronómico del tiempo. Cada momento tiene la misma duración y cada hecho la misma importancia. Sienten que como hay demasiado que hacer al mismo tiempo, lo importante es guardar el horario establecido y mantener a raya el contenido emocional. Necesitan calendarios y horarios y les trastorna con facilidad cualquier cambio. No encuentran modo de incluir nada nuevo en su horario y tendrán que añadirlo al final de todo lo demás. Para ellos es terriblemente importante ir o no en punto cuando son responsables de algo. Su respuesta a la sobrecarga es aceptarla y no trastornarse por ello.

UN HOMBRE EN EL TRONO DE DIOS


DOMINGO 5 DE JUNIO DEL 2011
Evangelio según San Mateo 28,16-20.
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo". 
Después de su resurrección, Jesús se apareció a las piadosas mujeres que habían ido al sepulcro. Ellas fueron encargadas de llevar un mensaje a los discípulos: "¡El Señor ha resucitado! ¡Vayan a Galilea, que allí lo verán!". La fe de los discípulos era puesta a prueba: tenían que aceptar la palabra de unas mujeres que decían que habían visto vivo al que ellos habían visto muerto. Y además, ahora les exigían que emprendieran un largo viaje para ir a encontrarse con El. Es posible que algunos hayan comenzado el viaje de muy buena gana, con mucha fe y con deseos de ver nuevamente a Jesús. Pero otros deben haber ido de mala gana, con poca iniciativa y más bien llevados por sus compañeros. Efectivamente, al llegar a Galilea fueron al lugar que se les había indicado y ahí estaba Jesús esperándolos. Hubo reacciones diferentes; los que tenían fe aceptaron que aquél a quien estaban viendo era el mismo Jesús, y por eso mismo se arrojaron al suelo postrándose ante Él. Pero los otros, los que no habían creído desde el principio, tampoco ahora creían. Se quedaron un poco más atrás y miraron con desconfianza: ¿Sería efectivamente Jesús este hombre que estaban viendo? Las palabras con las que Jesús se dirige a ellos no han podido ser repetidas jamás por ningún otro hombre. Son la pretensión de todos los ambiciosos y poderosos, son el sueño de todos los tiranos, pero son verdad solamente en los labios de Jesús: "He recibido todo el poder en la tierra y en el cielo"

 LA OBEDIENCIA AL PADRE
En más de una oportunidad Jesús había hablado de su futura muerte expresándose de tal manera que dejaba entender que Él la aceptaba cumpliendo la voluntad del Padre. Durante la última noche antes de la Pasión, cuando estaba rezando lleno de angustia en Getsemaní, le hablaba al Padre diciéndole: "¡que no se haga mi voluntad sino la tuya!" 
En el Evangelio de San Juan, Jesús se refiere a esa voluntad diciendo que es un "mandamiento" que le ha dado su Padre. Y este mandamiento consiste en dar su vida por los hombres. Por la admirable armonía que existe entre el Padre y el Hijo, el Hijo hecho hombre acepta la voluntad del Padre en un acto de amor infinito, y entrega su vida en sacrificio por todos los otros hombres, sus hermanos. San Pablo lo explica con pocas palabras: “Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Y continúa diciendo: "Por eso Dios lo elevó", Como respuesta a la obediencia, el Padre ha sentado a este hombre Jesús en el trono de Dios. Tal vez esto sea algo difícil de entender, pero conviene hacer un esfuerzo para clarificar las ideas. El Hijo de Dios, que es Dios y que existe desde siempre, en un momento de la historia humana se hizo hombre en el seno de María. Nació como hombre y fue verdadero hombre. Y como verdadero hombre sufrió, sintió hambre, sed, tristeza y debió estar sometido a la tentación. Y aunque era Dios, experimentó nuestras mismas limitaciones. Un autor del Nuevo Testamento dice que "Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado". Y por eso también pudo obedecer; el mismo autor dice que: “aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer, y de este modo alcanzó la perfección Y esto es lo grandioso de la resurrección y la ascensión de Jesús, que así como el Hijo de Dios vino hacia la humanidad y se unió con ella en este hombre-Dios que es Jesús, y permaneció unido con ella hasta en la cruz, ahora la humanidad va hacia el trono de Dios porque este hombre-Dios sigue siendo hombre y Dios para siempre. Ahora podemos contemplar algo que ninguno podía haber imaginado antes: en el trono de Dios está sentado un hombre que siendo débil como nosotros y siendo igual a nosotros en todo menos en el pecado, obedeció a Dios hasta la muerte porque es el Hijo de Dios. 

Cuando decimos en el Credo que "subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre" queremos decir que Jesús no ha dejado de ser hombre después de su resurrección, sino que siendo siempre verdadero Dios y verdadero hombre, ahora comparte el poder con el Padre y con el Espíritu Santo y gobierna sobre los cielos y sobre la tierra. Si ya tenemos un motivo de alegría pensando en la resurrección de nuestro Salvador, ahora nos sentimos orgullosos al ver que siendo de nuestra misma familia humana, el mismo que estuvo acostado en el pesebre y que padeció, el suplicio de la cruz tiene todo el poder sobre la totalidad de las cosas creadas, tanto las del cielo como las de la tierra.

 “HAGAN DISCIPULOS..."
Se trata ahora de ejercer el poder que Jesús ha recibido. Por eso se adelanta y les habla dándoles órdenes muy precisas. La primera de todas es la misión : "¡Vayan!''. Los discípulos no tienen que quedarse mirando. La orden del Señor es urgente, no admite demoras. Hay que comenzar inmediatamente. Él los envía haciendo uso de esa autoridad que ha recibido del Padre. Los once apóstoles tienen que salir para ir a ''hacer discípulos". No basta con que lleven la noticia de la muerte y la resurrección de Jesús. Tienen que hacer que todas las naciones del mundo puedan obtener la dignidad de "discípulos" que hasta ese momento tenían solamente ellos. Todo lo que hicieron antes los apóstoles para conocer a Jesús y convertirse en sus discípulos tiene que repetirse de ahí en adelante en cada uno de los hombres. Jesús dice que tienen que “hacer discípulos a todos los pueblos". 

La mirada de Jesús no conoce límites. Hasta ese momento el Pueblo de Dios estaba formado solamente por los miembros del pueblo judío. A este pueblo se le había anunciado la palabra de Dios y se le habían hecho todas las promesas. Jesús predicó solamente a los miembros de este pueblo, y nunca salió como misionero por otros países. Pero ahora, cuando Jesús ya tiene plenos poderes sobre toda la tierra envía a sus Apóstoles para que amplíen los límites del Pueblo de Dios. Este pueblo ya no tiene fronteras: todos los hombres, de todas las nacionalidades, de todas las razas y de todas las lenguas, están llamados a formar parte de él.

"BAUTIZANDO Y ENSEÑANDO”
 Para que los hombres lleguen a ser "discípulos" se requieren dos actos de los Apóstoles: tienen que bautizar y tienen que enseñar. En el Evangelio, hasta ese momento el Único bautizado con el Espíritu Santo era Jesús. Mientras todos se bautizaban solamente con agua para prepararse a la llegada del Reino de Dios, Jesús salió del agua y el Espíritu Santo descendió sobre él. Al mismo tiempo se oyó la voz de Dios que decía: "Este es mi Hijo, el Amado en el que yo tengo mi complacencia". Ese bautismo de Jesús inauguró una nueva forma de bautizar. Ya no es un símbolo para preparar la venida del Reino, sino que es un símbolo en el cual Dios une realmente a cada hombre con su Hijo Jesucristo, le comunica su Espíritu Santo y pronuncia también sobre él : “Este es mi hijo". Por eso Jesús ordena a los Apóstoles que bauticen: "...en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". 

Bautizar significa "sumergir". Jesús ordena a sus apóstoles que “sumerjan" a todos los seres humanos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Dicho de otra forma, se ordena que todos los hombres sean sumergidos, introducidos dentro del mismo Dios, de tal forma que queden envueltos en el Nombre de las personas de la Trinidad. Desde el momento que Jesucristo tiene todo poder en el cielo y en la tierra, puede disponer que todos los nombres que obtienen la dignidad de "discípulos" queden en cierta forma divinizados. No tenemos que pasar por alto que de este bautismo se siguen muchas consecuencias: hemos dicho que por el bautismo nos hacemos hijos de Dios, que recibimos el Espíritu Santo que nos santifica y nos enriquece con sus dones. Pero al decir que nos unimos con Jesucristo, prestemos atención a lo que veníamos diciendo: este hombre-Dios que nos une con Él para que participemos de su titulo de “Hijo", ya "subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre". Un texto del Nuevo Testamento nos llama la atención sobre esta unión con Cristo que no se rompe, a pesar de que nosotros todavía estamos en la tierra y El ya está en la gloria del Padre: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó... nos hizo revivir con Cristo, y con Cristo nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo''. Es tan verdadera, tan real esta unión con Jesús que podemos decir que ya hemos empezado a resucitar y a reinar porque él ya ha resucitado y está reinando con el Padre en los cielos. La promesa de nuestra futura resurrección ya ha comenzado a cumplirse desde el momento que Jesús resucitó y subió a los cielos Pero todavía nos queda un camino que recorrer. Por eso es necesario que los Apóstoles "enseñen" a todos los hombres a cumplir todas las cosas que Jesús les ensenó. No podemos pensar que por el solo hecho de haber oído hablar de Jesús y de haber sido bautizados ya estamos salvados y que no nos queda nada por hacer sino ir a recibir el premio en los cielos. Si decimos que estamos unidos a Jesús, debemos vivir como él vivió, nos dice la primera carta de san Juan. 
La unión con Cristo tiene que manifestarse también en nuestra vida, y por eso la Iglesia no puede dejar de enseñar cada día cómo se debe vivir como discípulos de Jesús. Todos los días se presentan nuevas situaciones ante las cuales podemos preguntarnos ¿cómo se aplicará en este momento lo que dijo Jesús? ¿ante tantas opiniones y modos de preceder, qué seguridad tenemos de cuál es la verdadera interpretación de la palabra del Señor? 
Por eso es necesaria la palabra autorizada, que nos diga en nombre de Jesús qué es lo que tenemos que hacer si queremos ser sus discípulos. Los Apóstoles y sus continuadores que son el Papa y los Obispos, nos "enseñan a cumplir todo lo que Jesús nos ha mandado". 


"HASTA EL FIN DEL MUNDO"
 Las palabras de Jesús a los Apóstoles se cierran con una promesa de permanecer para siempre con los discípulos: "Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo". Desde el momento de nuestro bautismo quedamos unidos con Cristo, y esa unión no se rompe ni se disminuye por el hecho de que Él esté reinando en el cielo. Todo lo contrario. Hay una presencia de Jesús en su Iglesia que no terminará nunca. Podrá haber momentos difíciles, podremos pasar por muchas pruebas, pero el Señor siempre estará con nosotros. La Iglesia nos enseña cuáles son las formas en las que Jesús se hace presente: está en la Eucaristía, en la reunión de la comunidad cristiana, en la lectura de la Escritura, en la celebración el culto cristiano, en la predicación de los que tienen el cargo de ser Pastores, en la misma presencia de los cristianos... De muchas maneras Jesús se hace presente para fortalecer, gobernar, y asistir a su Iglesia. Esta promesa, que se sigue cumpliendo todos los días, nos da una gran confianza. Nunca tendremos que temer ningún peligro porque el Señor está siempre junto a nosotros y en nosotros mismos. Pero volvamos a pensar en la presencia de Cristo en nosotros por la unión que se ha establecido en el bautismo: Él está con nosotros y nosotros estamos con Él. 

Formamos una unidad tan grande que la Escritura puede hablar de "nuestra" resurrección porque Cristo ha resucitado. Pero también de la misma manera podemos hablar de los trabajos, sufrimientos y dolores de Cristo cada vez que nosotros trabajamos, sufrimos y padecemos. Desde el momento que Cristo ha subido a los cielos, toda la vida de los cristianos comienza a tener otro valor. Ya Dios mira como sufrimientos de su Hijo todo lo que padecen los hombres en la tierra. Dios ya valora como trabajos de su Hijo lo que hacen los hombres cuando trabajan en este mundo, aunque sea pequeño e imperfecto. La fiesta de la Ascensión del Señor nos anima para seguir anunciando el Evangelio a todos los hombres, para que todos los pueblos lleguen a ser discípulos de Jesús; también reafirma nuestra esperanza porque nos insiste una vez más que por nuestra condición de hijos, recibida en el bautismo, ya hemos comenzado a subir al cielo junto con Jesús; y finalmente nos hace ver el sentido de nuestra vida, porque nos dice que Dios mide y pesa todos los actos que realizamos, valorándolos con el precio que corresponde a los actos de un hijo de Dios.

Por todo esto la Iglesia dice en la misa de este día, que Jesús, ascendiendo al cielo "no se ha desentendido de este mundo, sino que ha ido delante de nosotros para que vivamos en la ardiente esperanza de que lo seguiremos en su Reino" 


PENTECOSTÉS
Pentecostés es el nombre de una antigua fiesta judía. Se celebra cincuenta días después de Pascua, para recordar el día en que los israelitas liberados de la esclavitud del Faraón de Egipto llegaron al monte Sinaí. Allí se manifestó Dios sobre la montaña en medio del fuego y de la nube, con relámpagos y fuertes truenos que llenaban de terror a todos los presentes. Dios habló a Moisés y luego hizo un pacto, una alianza con los israelitas. A partir de ese día Israel comenzaba a ser un pueblo: el pueblo de Dios, y Dios, a su vez, era el Dios de Israel. El antiguo pueblo de Dios se formó con los esclavos fugitivos que pertenecían a las doce tribus que venían de la cautividad. En lo alto de la montaña, con gran ruido y manifestación de fuego se realizó la alianza y se entregaron los mandamientos. Este nuevo pueblo, el pueblo de Israel, se distinguiría de los demás pueblos porque tendría una Ley que le había dado el mismo Dios. San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta que la primera comunidad cristiana formada por los Apóstoles y los discípulos reunidos en tomo a María, la Madre de Jesús, estaban celebrando alegremente la fiesta de Pentecostés. Era la primera después de la resurrección del Señor. De pronto se oyó un fuerte ruido y aparecieron llamas de fuego que se posaron sobre todos los que estaban reunidos. El Espíritu Santo se mostraba de esta forma como derramándose sobre todos aquellos que creían en Jesús, el Hijo de Dios. Así como en los antiguos tiempos Dios se había formado un pueblo con los israelitas liberados de la esclavitud con la sangre de un cordero sacrificado en un día de Pascua, ahora formaba un nuevo pueblo con los hombres de todas las razas y naciones liberados en la nueva y definitiva Pascua, por la sangre de Jesús. Con las mismas palabras del Antiguo Testamento san Lucas describe el comienzo del nuevo pueblo de Dios. 

En un día de Pentecostés, estando en un lugar alto, también hay manifestación de ruido y fuego. Pero ahora no están las doce tribus sino todos los pueblos de la tierra. El relato del libro de los Hechos menciona a los Partos, Medos, Elamitas, los de la Mesopotamia... Y finalmente, lo que unifica a todos estos pueblos no es la Ley sino el Espíritu Santo. Aunque los que hablan son galileos, todos los extranjeros pueden entenderlos porque cada uno lo oye hablar en su propia lengua. El nuevo pueblo se forma porque todos los hombres liberados del pecado reciben un mismo Espíritu, el Espíritu de Dios que Cristo y el Padre derraman sobre los creyentes. Este Espíritu, a la vez que une a los cristianos, los va conduciendo hacia el Padre, santificándolos y perfeccionándolos cada día, haciéndolos cada vez más parecidos a Jesús.