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sábado, 25 de noviembre de 2000

ESPERANDO CONTRA TODA ESPERANZA

Domingo 27 de noviembre de 2010
Mt 24, 37-44 
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada".

Palabra del Señor.

Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza.


Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza. 
ciudadredonda.org

lunes, 20 de noviembre de 2000

CRISTO REY

DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DEL 2011
HOLA A TODOS LOS AMIGOS DE ESTE CENTRO Y EN ESPECIAL A TODOS LOS QUE SE INTERESAN POR EL P. RAÚL, COMO HAN VISTO EN OTRA NOTA DE ESTE BLOG O EN FACEBOOK, RAÚL ESTÁ PASANDO UN MOMENTO DE ENFERMEDAD QUE LE DIFICULTA DESARROLLAR LAS ACTIVIDADES HABITUALES, PERO QUERIENDO ESTAR SIEMPRE CERCA ME PIDIÓ QUE COMPARTA ESTE EVANGELIO QUE UN TIEMPO ANTES DE CAER ENFERMO ESTUVIMOS TRABAJANDO JUNTOS. ¿PORQUE ES IMPORTANTE ESTE EVANGELIO?
LA IGLESIA HA ELEGIDO ESTE TEXTO PARA QUE SEA PROCLAMADO EN LA FESTIVIDAD DE CRISTO REY. EN EL DÍA EN QUE CONTEMPLAMOS EL SUPREMO DOMINIO DE CRISTO SOBRE TODO LO CREADO LEEMOS ESTA PÁGINA EN LA QUE SE PROCLAMA QUE LA DIGNIDAD DE CRISTO RECUBRE A QUIENES SON MENOS IMPORTANTES ANTE LOS OJOS DEL MUNDO. QUIENES HOY PROCLAMAMOS QUE ACEPTAMOS ESTE DOMINIO DE CRISTO SOBRE TODOS NOSOTROS, DEBEMOS RECORDAR QUE SEREMOS JUZGADOS POR LA MANERA EN QUE HAYAMOS RECONOCIDO Y REVERENCIADO ESA DIGNIDAD CADA VEZ QUE NOS ENCONTRAMOS CON EL POBRE.

SALUDOS A TODOS Y NO DEJEN DE ESCRIBIRLE A RAÚL, EL LEE TODO PERO DEBIDO A LA ENFERMEDAD NO PUEDE ESCRIBIR.
MARTÍN.

EVANGELIO
Mt 25, 31-46
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fluimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me alojaron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Éstos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.

CRISTO REY
El año litúrgico concluye en este domingo, con una solemnidad dedicada a Cristo como Rey del universo. Después de haber recorrido el desarrollo de la historia de la salvación a través de todas las celebraciones que tuvieron lugar en el transcurso del año, en este último domingo contemplamos a Cristo que volverá lleno de gloria, constituido como Señor de cielos y tierra, como lo confesamos en el Credo. Se proclama este texto que está tomado del Evangelio de san Mateo, en el que se nos presenta el cuadro del juicio final. En este caso ya no es el Señor que nos habla desde el tiempo de su peregrinación terrenal, sino el Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos. Ya no aparece como el Cristo terrenal que va poniendo los cimientos del Reino, sino como el Rey que viene con todo el esplendor de su majestad y va a dictar justicia desde su trono. En ese momento hará la separación entre los que van a participar de su Reino y los que quedarán afuera.
RECONOCER A JESÚS EN LOS HERMANOS
El evangelio de san Mateo concluye el último de sus discursos con esta Impresionante descripción del juicio final. Después de haber mostrado en una serie de parábolas la forma en que los discípulos deben permanecer en vigilancia hasta la venida gloriosa de Cristo (parábolas del mayordomo; de las muchachas prudentes y las muchachas necias; de los talentos), la instrucción se termina con un gran cuadro donde se representa el juicio que el Cristo glorioso hará sobre todas las naciones. Se trata de un texto de carácter didáctico, en el que sin dificultad se descubre la intención del relator. No se pretende hacer una descripción cuidadosa de lo que será el juicio final, sino que se centraliza la atención sobre un solo tema, que es el que se quiere grabar en la mente de los lectores: el cumplimiento de ciertas obras con el prójimo, aquellas que nosotros llamamos "obras de misericordia" 
De entrada, se presenta al Cristo glorioso que vuelve como rey y juez: se habla de venida gloriosa, de cortejo de ángeles, de trono también glorioso, se le da el título de rey. Por eso Se elige este texto para esta fiesta. La presentación responde a lo que los judíos pensaban sobre el Hijo del hombre, el personaje celestial que Dios enviaría al final de los tiempos, que llegaría sobre las nubes del cielo para instaurar el Reino de Dios y juzgar a justos y culpables dando a cada uno lo que merecían sus obras. Los lectores del evangelio comprenden que se trata de una nueva venida de Jesús, no en la humildad de la carne para padecer, sino en la gloria para juzgar y reinar. Se dice también que todas las naciones se reúnen delante de él. También se pensaba que el Hijo del hombre juzgaría a los paganos. Pero los libros de la época insisten más bien en que el juicio contra las naciones será muy severo porque se las juzgará por sus pecados y sobre todo por los atropellos cometidos contra Israel. 
En este punto comienza lo novedoso de la predicación de Jesús: el juicio no se hará por el trato dado a Israel sino por el comportamiento que se ha tenido con el mismo Cristo.
CRISTO Y LOS PEQUENOS
El Señor es comparado con un pastor que separa las ovejas de los cabritos. La figura de Dios como pastor es frecuente en los profetas. Generalmente se la utiliza para hablar del cuidado y la bondad que Dios muestra a su pueblo, como aparece en el texto del profeta Ezequiel que se ha proclamado como primera lectura. Pero el mismo profeta Ezequiel dice, en otro momento, que este Dios, que es Pastor, juzgará a las ovejas y a los cabritos. La parábola, entonces, añade el título de Pastor a los ya mencionados de Rey y de Juez. 

Cristo comienza llamando a los que son destinados a heredar el Reino, no en su etapa incipiente en este mundo, sino en la forma de su consumación final. Pronuncia la sentencia favorable e inmediatamente pasa a dar las razones por las que han merecido esta suerte. Se describe el trato misericordioso que han tenido con el mismo Cristo cuando este se hallaba necesitado. Le dieron lo que le faltaba cuando estaba con hambre, con sed o desnudo; lo recibieron cuando era extranjero o forastero, es decir cuando no tenia domicilio ni derechos en el lugar; lo asistieron cuando estaba enfermo o preso. Ante esta afirmación, los que reciben el Reino responden con una pregunta: ¿Cuándo han visto a Cristo en estas situaciones? Por lo que se puede ver, ninguno es consciente de haber asistido a Cristo, y sin embargo el Señor los premia por haberlo hecho. El mismo Juez se encarga de explicarles el misterio: asistieron a Cristo cada vez que lo hicieron con uno de sus hermanos más pequeños. Hermanos de Jesús y pequeños son dos nombres que los cristianos, los discípulos del Señor, tienen en el evangelio de san Mateo. Con estos dos nombres muestran la gran dignidad con que se recubren los que siguen a Cristo, y al mismo tiempo la condición primera que hay que cumplir para poder ser discípulos: la pequeñez, la pobreza interior, la humildad.

En este texto del juicio, a esta cualidad de la pequeñez se le añade algo más: la circunstancia de estar en una grave necesidad. Así como en otra página del Evangelio se ha dicho que quien aspire a ser el mayor debe asimilarse a Cristo haciéndose servidor de todos y dando la vida por los demás, ahora se dice que es Cristo quien se asimila a sus discípulos cuando estos se encuentran padeciendo graves necesidades por la miseria, la enfermedad, la cárcel... Pero lo más sorprendente de las palabras del evangelio es que Jesús se está dirigiendo a todas las naciones, y no hay indicios de que se esté tratando de la situación de los cristianos dispersos por el mundo, sino más bien de todos los menesterosos, sin diferencia de origen y de religión. 

Jesús se solidariza con estos necesitados hasta el punto de que se considera como hecho a él mismo todo lo que se haga a quienes se encuentran en estas situaciones, aunque no sean cristianos.

LOS REPROBADOS 
La descripción del juicio continúa con las palabras dirigidas a los que son destinados a la condenación eterna. También a ellos se les dan las razones de tan grave castigo. Es porque no hicieron ninguna de las obras que a los otros les alcanzaron el premio: no asistieron a Cristo en su necesidad. También los réprobos preguntan, ya que no son conscientes de haber dejado sin ayudar al Señor en ningún memento. Y también a estos se les responde que no sirvieron a Cristo cada vez que dejaron sin ayuda a alguien que estaba en la necesidad. El detalle de los motives de la condena nos hace ver que la dignidad de los necesitados es algo mayor que lo que parecía a primera vista. Si solamente se hubiera hablado del premio a los que practicaron las obras de misericordia, podríamos haber pensado que Dios, en su bondad, quiso añadir un premio tan grande a esas obras porque él se ocultaba bajo el aspecto de un pobre, como se cuenta en las historias de algunos santos. Pero al decir que los que no las practicaron son condenados porque dejaron de hacérselas a Cristo, esto implica que el que pecó tiene que haber sido consciente de estar ofendiendo a esa suprema dignidad, porque nadie puede ser castigado por faltas cometidas inconscientemente. 

La solidaridad de Cristo con los que padecen necesidad se extiende hasta el punto de que el pobre, el hambriento, el enfermo, el carente de derechos, el menospreciado, son personas que han quedado recubiertas con la dignidad de Cristo. La condición de pobre ha quedado tan enaltecida por Cristo, que se hizo pobre por nosotros, que en cualquier lugar en que haya un hombre pobre, allí está presente el Señor de una manera misteriosa

SERVIR A CRISTO
Cuando se pronuncia la sentencia contra los réprobos, se dice que es porque no sirvieron a Cristo atendiéndolo en la persona de los necesitados. Servir al Señor es también una expresión bíblica para decir que se es religioso. En el Antiguo Testamento ya se decía que se servía al Señor practicando el culto, celebrando las ceremonias y las festividades. El evangelio también trae una novedad en este sentido: el Señor quiere ser servido en la persona de nuestros hermanos, y sobre todo en la persona de los más pobres. Los gestos de adoración, de veneración, de amor y respeto que hacemos cuando celebramos la liturgia, no deben quedar aislados en el ámbito del templo. Por el contrario, deben extenderse a todos los lugares donde sabemos que está presente el Señor. Los gestos de nuestra devoción deben dirigirse al Señor también a través del servicio a todo hombre, y principalmente a aquellos que experimentan las carencias más graves y más urgentes. No se trata de oponer una forma de servicio a otra, ni de optar entre la liturgia y el servicio al prójimo. El mismo Señor que ha establecido una es el que nos ha ordenado hacer también lo otro. Debemos buscar la manera de ofrecer a Dios un culto integral. Finalmente, conviene reiterar que el texto de la descripción del juicio final es un texto didáctico. Pretende instruirnos acerca de un aspecto de la vida cristiana, sin ocuparse de otros. No se dice nada, por ejemplo, de la necesidad de la fe para alcanzar la salvación. Se cometería un grave error si se absolutizara este texto y, prescindiendo de otros textos igualmente importantes, se dijera que toda la vida cristiana se puede circunscribir sola y exclusivamente a la atención de los necesitados.


La Iglesia ha elegido este texto para que sea proclamado en la festividad de Cristo Rey. En el día en que contemplamos el supremo dominio de Cristo sobre todo lo creado leemos esta página en la que se proclama que la dignidad de Cristo recubre a quienes son menos importantes ante los ojos del mundo. Quienes hoy proclamamos que aceptamos este dominio de Cristo sobre todos nosotros, debemos recordar que seremos juzgados por la manera en que hayamos reconocido y reverenciado esa dignidad cada vez que nos encontramos con el pobre.

lunes, 6 de noviembre de 2000

HAY QUE ESTAR ATENTOS

DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DEL 2011

HOLA A TODOS, ES GRATO ENCONTRARNOS NUEVAMENTE PARA REFLEXIONAR JUNTOS SOBRE LA PALABRA DEL DOMINGO. DESPUÉS DE UN INTERVALO JUSTIFICADO PARA CUIDAR LA SALUD, UNA PAUSA OBLIGADA, ACÁ ESTAMOS ACERCANDONOS AL ADVIENTO QUE NOS PONE EN ALERTA PARA RECIBIR AL NIÑO.

Mt 25, 1-13
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'. Pero éstas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos'. Pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora".

LA PARÁBOLA
Esta parábola forma parte de una serie que el evangelista san Mateo coloca a continuación del discurso sobre la destrucción de Jerusalén y la manifestación gloriosa del Hijo del hombre. Después de haber insistido en la incertidumbre sobre el día y la hora en que vendrá el Señor, Jesús pronuncia varias parábolas que tienen como tema común la vigilancia. Esta parábola de las diez jóvenes es una de ellas. En los próximos domingos se proclamarán las de los talentos y la del juicio final, que forman parte del discurso, y encaran otros aspectos de la enseñanza.
La figura de la novia ha servido para representar a Israel en el Antiguo Testamento, y el Nuevo Testamento retoma esta imagen para describir a la Iglesia. Igualmente el banquete de bodas es una de las formas de describir la felicidad definitiva, cuando se cumpla totalmente el Reino de Dios.
La parábola tiene en cuenta estas figuras bíblicas y alude a las costumbres orientales para la celebración de los matrimonios. En la noche de la fiesta de bodas, el esposo se dirige a la casa de su novia para llevarla al domicilio que tendrán como casados. El novio viene acompañado por sus amigos, mientras que la novia sale con el cortejo de sus amigas. Se forma una alegre procesión con cantos en la que todos los acompañantes llevan antorchas y lámparas. Para iluminar mejor el camino y disipar la oscuridad de la noche, las lámparas se cuelgan de largas varas.
La parábola dice que hay diez jóvenes que esperan al novio. Según la costumbre oriental, son diez esposas de un mismo joven que lo están esperando para casarse con él. En muchas copias y traducciones antiguas se hizo un añadido en la primera frase. Donde el texto dice que las jóvenes esperaban al novio, agregaron "y a la novia", con lo que el grupo de las diez muchachas se convirtió en un cortejo que acompaña a la pareja de recién Casados. Muchos tendrán esta imagen en su memoria, porque esta forma de traducir el texto se difundió mucho hasta hace poco tiempo. Pero la severidad con la que se cierra la puerta después que las diez jóvenes han entrado en la sala nupcial una vez que ha llegado el esposo, parece indicar que se trata más bien del matrimonio del novio con las diez jóvenes. La narración se limita a la presentación de las jóvenes y al incidente que tiene lugar cuando llega el novio.
Las diez muchachas son presentadas diciendo que son cinco prudentes y cinco necias. Estos nombres, prudentes y necias, se encuentran con mucha frecuencia en los libros sapienciales. Al describir la Sabiduría de Dios, se enseña que quien vive y obra de acuerdo con la instrucción dada por la Sabiduría divina es el sabio, el prudente. En cambio aquel que no se deja guiar por la Sabiduría es el impío, el necio. Mientras que los sabios y prudentes llegan a ser felices y adquieren inmortalidad, los necios viven mal, nunca llegan a la felicidad, y su fin es la destrucción.
El incidente que ocupa la mayor parte del relato es la llegada del esposo a medianoche, cuando todas las jóvenes están dormidas. Las prudentes han tenido precaución de llevar suficiente aceite como para que sus lámparas no se apaguen durante la noche, en cambio las necias solamente tienen aceite para los primeros mementos. A la hora tardía en que el esposo llega, ya sus lámparas se están apagando. Mientras van en busca de un negocio abierto a esas horas de la noche, el esposo llega y la puerta de la sala de bodas se cierra una vez que han entrado aquellas muchachas que estaban preparadas. Es inútil que las necias vengan a golpear después de haber conseguido aceite: la puerta ya no se abrirá más.
LA ESPERA DEL ESPOSO
Para los lectores del evangelio de san Mateo, la figura de la espera del esposo está ligada a la enseñanza de la venida del Señor para instaurar el Reino de los cielos. En el capítulo que precede a esta parábola se ha hablado de la venida del Hijo del hombre y de la necesidad de estar preparados. San Mateo nos dice que esa venida del Señor no está limitada a un hecho futuro, al final de los siglos, sino que ya comienza con la resurrección del Señor. A partir de entonces, el Señor está viniendo todos los días y el Reino se va haciendo presente.
Junto a esta enseñanza del regreso del Señor, el evangelio habla de insistentes advertencias para que todos estemos atentos y preparados. A esa preparación se refieren todas las parábolas de la vigilancia que encontramos en esta parte del evangelio.
Algunos, como sucede a menudo en las sectas, confunden esta vigilancia con una actitud enfermiza de ansiedad ante un inminente fin del mundo. Pero esto es muy distinto de lo que enseña san Mateo. Si examinamos atentamente las parábolas sobre la vigilancia, que se encuentran junto a esta de las diez jóvenes, nos encontramos con que vigilancia significa cumplir bien el oficio o ministerio que hemos recibido (parábola del mayordomo), obtener frutos de los bienes que se nos han dado (parábola de los talentos), servir al prójimo necesitado (juicio final). Se trata del empeño de vivir cada día mejor la vocación cristiana, sabiendo que el Señor está viniendo constantemente a nosotros.
En el relato se dice que las jóvenes se duermen. Y esto les sucede a todas, tanto a las prudentes como a las necias. Cuando el esposo llega no se reprocha a nadie porque se han dormido, pero son rechazadas las que no tenían aceite suficiente en sus lámparas.
Tal vez este detalle de la narración nos sirva para insistir en el aspecto señalado más arriba: la espera del Señor no tiene que ser una actitud de ansiedad enfermiza. Durante el día podemos estar distraídos en muchas cosas, pero sin embargo hay que estar preparados. La preparación para un encuentro con el Señor tiene que ser constante, aun cuando estemos ocupados en los trabajos o en los necesarios esparcimientos y descansos. El aceite no tiene ningún significado especial; en la parábola no cumple otro papel que el de significar la disposición como para poder gozar de la compañía del Señor cada vez que se nos manifieste.
Si la venida del Señor es constante, es muy probable que nos encontremos muchas veces al día con Él: será en la oración, en la liturgia, en la palabra de la Iglesia, en las situaciones que debamos enfrentar, en un hermano que se nos acerca... Si no tenemos la suficiente disposición, el Señor pasará de largo y no nos habremos dado cuenta de que lo hemos tenido tan cerca.
LA LLEGADA DEL ESPOSO 
El relato se detiene en la confusión de las jóvenes necias cuando se despiertan y tratan de encender sus lámparas en el memento en que oyen anunciar al Esposo que llega. La respuesta de las jóvenes prudentes a las necias, así como la severidad del esposo una vez que se ha cerrado la puerta, sorprenden a los lectores. Se habría esperado una actitud más caritativa hacia las compañeras, así como mayor comprensión por parte del esposo. Pero se ve que el relato no trata de reproducir con verosimilitud los detalles del cuento, sino que mira más bien a lo que se está significando.
Una vez que llega el Esposo-Cristo, ya es demasiado tarde para ir a adquirir disposiciones que no se han obtenido durante la vida. Y las disposiciones que unos tienen no se pueden transmitir ni prestar a otros. La entrada a la fiesta de las bodas indica la llegaba a la felicidad eterna, que se representa también con las figuras del banquete, de la alianza definitiva, del cielo... Sabemos que todo esto se dará un día, pero también sabemos que ya ha comenzado: lo ha logrado Cristo en la cruz y en la resurrección, nosotros comenzamos a gozarlo ya en el bautismo, y lo vamos acrecentando cada día hasta que lleguemos a la plenitud en el último día. Pero para que se dé este acrecentamiento debemos estar preparados y dispuestos a fin de que se realice en nosotros el encuentro constante con el Señor que viene en todos los mementos. Es inútil que tratemos de conseguir la realización plena en el último día si no se ha hecho antes todo el recorrido previo. Será como el golpear de las jóvenes que llegaron una vez que la puerta estaba cerrada. Es imposible que descubramos la presencia del Señor cerca de nosotros a cada momento si no adquirimos la capacitación mediante una vida cristiana llevada seriamente.

PRUDENTES Y NECIAS
Se ha dicho más arriba que prudencia y necedad son conceptos que se encuentran en los libros sapienciales. No se trata de la simple prudencia humana, sino de aquella que se obtiene cuando se recibe la instrucción de la Sabiduría divina, así como la necedad es la carencia o el rechazo de esa misma Sabiduría. La Sabiduría de Dios, eterna e infinita como es el mismo Dios, es la que ha obrado en la creación del mundo, pero que también se ha manifestado a los hombres en la palabra de Moisés, en la predicación de los profetas y en las reflexiones de los sabios de Israel. Es esta Sabiduría que habla en el texto sapiencial que se ha proclamado en la primera lectura de este domingo, y que busca discípulos por todas partes. El hombre que medita en la palabra de Dios y vive de acuerdo con las enseñanzas de Moisés y de los profetas, va haciendo transparentar en su persona esa sabiduría: es el sabio, es el prudente. Como no se trata de prudencia y sabiduría humanas, sino de una participación de la sabiduría de Dios, este hombre se va convirtiendo en amigo de Dios y en heredero de la inmortalidad. Esta es la condición que tienen aquellos que participarán en la fiesta de las bodas eternas, como nos dice la parábola.
Es preciso ser prudentes. En otra parábola del evangelio de san Mateo se nos ha hablado de un hombre que entró en una fiesta de bodas sin llevar ropa apropiada. No difiere mucho de lo que se nos enseña en la parábola de las diez muchachas: no basta con tener la invitación para participar de la alegría divina, porque todos los hombres están invitados, sin excepción. Pero además de la invitación hay que tener las disposiciones debidas.
No sabemos cuando será la llegada definitiva del Señor que anuncia el evangelio. Tal vez será dentro de unos días, o quizá sea dentro de muchos millones de años. Pero sin embargo debemos vivir con vigilancia, debemos adquirir las disposiciones necesarias para encontrarnos con Él. En otras palabras, debemos ser prudentes como ensena la Biblia: vivamos de acuerdo con la palabra de Dios, siguiendo las enseñanzas de Moisés y de los profetas. De esta manera, cuando el Señor se nos presente a cada momento del día podremos reconocerlo. Y cuando llegue el momento en que nos llame para que entremos en la otra vida, estemos preparados y no participemos de la confusión que tuvieron las jóvenes necias.