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martes, 29 de mayo de 2012

PENTECOSTÉS




PENTECOSTÉS
Jn 20, 19-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.


Pentecostés es el nombre de una antigua fiesta judía. Se celebra cincuenta días después de Pascua, para recordar el día en que los israelitas liberados de la esclavitud del Faraón de Egipto llegaron al monte Sinaí. Allí se manifestó Dios sobre la montaña en medio del fuego y de la nube, con relámpagos y fuertes truenos que llenaban de terror a todos los presentes. Dios habló a Moisés y luego hizo un pacto, una alianza con los israelitas. A partir de ese día Israel comenzaba a ser un pueblo: el pueblo de Dios, y Dios, a su vez era el Dios de Israel. El antiguo pueblo de Dios se formó con los esclavos fugitivos que pertenecían a las doce tribus que venían de la cautividad. En lo alto de la montaña, con gran ruido y manifestación de fuego se realizó la alianza y se entregaron los mandamientos. Este nuevo pueblo, el pueblo de Israel, se distinguiría de los demás pueblos porque tendría una Ley que le había dado el mismo Dios. San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta que la primera comunidad cristiana formada por los Apóstoles y los discípulos reunidos en torno a María, la Madre de Jesús, estaban celebrando alegremente la fiesta de Pentecostés. Era la primera después de la resurrección del Señor. De pronto se oyó, un fuerte ruido y aparecieron llamas de fuego que se posaron sobre todos los que estaban reunidos. El Espíritu Santo se mostraba de esta forma como derramándose sobre todos aquellos que creían en Jesús, el Hijo de Dios.

EL SOPLO QUE DA LA VIDA
Tratemos de imaginar cómo se encontraban los discípulos de Jesús después de la crucifixión del Señor. El Evangelio de San Juan nos dice que estaban "con las puertas cerradas por temor". Tristeza, miedo, desorientación y duda serían algunas de las características más sobresalientes de ese primer domingo de Pascua. La escena se transforma en un instante cuando aparece Jesús resucitado: El les da la paz y ellos se llenan de alegría. Para que no quede lugar a dudas les muestra las heridas de los claves en sus manos y la abertura que ha dejado la lanza en su costado. La paz la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús. Todo podía haber terminado ahí: una vez recuperada la tranquilidad, quedarse todos juntos como buenos amigos celebrando la resurrección de Jesucristo y gozando de su compañía. Pero Jesús añade unas palabras que abren una nueva perspectiva a la vida de sus discípulos: "Como el Padre me envió así los envió yo a ustedes". Los apóstoles no tienen que quedarse encerrados, sino que tienen que salir al mundo: para eso son enviados como el mismo Jesús fue enviado por el Padre. Como ya se ha dicho en otro momento, la palabra “como” que aparece en la frase de Jesús ("corno el Padre me envió, yo los envío a ustedes"), tiene el sentido de una comparación y al mismo tiempo de una fundamentación: el acto por el que Jesús envía a los discípulos se produce porque el Padre lo ha enviado a El. El Padre ha enviado a Jesús, y la fuerza de ese envío llega a todos los discípulos por medio de Jesús.

EL ESPÍRITU SANTO
A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la Vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese momento es uno solo con el Padre y con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor,  ahora entrega al Espíritu Santo para que dé vida fuerza y amor a los creyentes. El Espíritu Santo es dado para que actúen. Por eso, de todas las obras que tienen que realizar los discípulos enviados por Jesús en el Evangelio se menciona una sola que parece ser la que de ninguna manera puede ser llevada a cabo por un simple hombre, la de perdonar los pecados. "¿Quién puede perdonar los pecados sino solamente Dios?", dijeron una vez aquellos hombres que oyeron a Jesús perdonando los pecados. Ahora Jesús les concede este poder a los hombres, lo que equivale a decir que les esta otorgando el poder de hacer cosas que solamente pueden ser hechas por Dios. Y si algunos hombres pueden perdonar los pecados es porque han recibido este Espíritu Santo que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, es un nuevo acto de creación. Esos discípulos que unos momentos antes estaban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar porque hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.
ENVIADOS COMO JESUS
El Espíritu Santo provoca en nosotros un nuevo nacimiento haciéndonos nacer como hijos de Dios; se pude decir que recibir el Espíritu Santo es como ser creados de nuevo. El Espíritu Santo nos hace hijos de Dios y al mismo tiempo nos hace tomar conciencia de nuestra condición de hijos. Es el mismo Espíritu el que en nuestro interior nos mueve para que recemos y podamos invocar a Dios como Padre. El Espíritu Santo enriquece nuestra vida nos hace valorar nuestro trabajo, nos hace tomar en consideración la vida de los demás. Al recibir al Espíritu nos comprometemos en la misma misión de Cristo: así como el Padre lo envió a El, ahora somos enviados nosotros. El amor de Dios nos impulsa por medio del Espíritu para que salgamos a transformar el mundo.
 
EL ESPÍRITU Y NUESTRA MISIÓN
La donación del Espíritu Santo no se limita al momento en que lo recibieron los apóstoles en la tarde del primer domingo de resurrección. Jesús sigue entregando el Espíritu a su Iglesia, y este Espíritu hace que los cristianos lleguen a ser testigos. Finalmente, la presencia del Espíritu que une con Cristo y con el Padre es la que mantiene unidos a los cristianos en una sola Iglesia y la que da impulsos a los que están separados para que busquen la unidad. La fiesta de Pentecostés nos llama a reunirnos en torno a Jesús para que le pidamos insistentemente el Espíritu Santo. Pidamos el Espíritu Santo que nos capacite para ser evangelizadores, viviendo la vida de hijos de Dios y acompañando a los demás hombres para que lleguen a ser participantes de esa misma vida. Esto es lo que hizo Jesús y nos dejó corno tarea a los cristianos. "Harán las mismas obras que yo he hecho, y las harán también mayores" dijo el Señor. Pidamos el Espíritu Santo que nos una con Dios y también entre nosotros. Pidamos el Espíritu que haga cesar todas las divisiones entre los hijos de Dios. El Espíritu es el que da la unidad, y tenemos que disponernos para recibirla. Pidamos al Espíritu que reavive cada día más el ímpetu misionero de la Iglesia, para que todos los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios. Que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre toda la Iglesia para que no desfallezca en su misión de llevar una nueva vida al mundo entero.

martes, 22 de mayo de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO

 
LA LIBERTAD INTERIOR DEL HOMBRE

El tema de la libertad ocupó un lugar central en la filosofía griega. El concepto griego de la existencia se caracterizaba por su sentido de la libertad humana. Y cuando los escritos del Nuevo Testamento hablan de la libertad para la que Cristo nos ha liberado, responden también al anhelo griego de la libertad.
Al estudiar la filosofía estoica me encontré con la siguiente frase de Epicteto: nadie puede ser herido sino por sí mismo. Que con gran asombro he visto citada repetidas veces por los padres de la Iglesia.
Juan Crisóstomo redactó sobre esto un escrito cuyo título es Nadie puede herir a quien no se hiere a sí mismo. Cuando leí este escrito me maravillé de la forma como trata a la Biblia este padre de la iglesia y qué lugares utiliza para reforzar su tesis, tomada de Epicteto.

EL ESCRITO PROVOCADOR DE JUAN CRISÓSTOMO
Siempre resulta peligroso dar a una frase un valor absoluto. Por lo tanto, no es mi intención demostrar que la provocadora frase de san Juan Crisóstomo haya de tener un valor general.
Cuando se nos hiere de niños, no podemos impedirlo, no hay posibilidad de defendernos y evitar las heridas. Pero, tanto si hurgo una y otra vez en las viejas heridas sin dejar de enconarlas, como si me reconcilio con ellas y las olvido, siempre es asunto mío, yo soy el responsable. Naturalmente, cada hombre tarda más o menos tiempo en desprenderse de sus viejas heridas.
Hoy se tiende a cultivar las heridas, el filosofo Bruckner lo describe en su libro Sufro, luego existo. En él habla de la victimación, de la inclinación a sentirse víctima.
Crisóstomo sostiene la tesis radicalmente opuesta de que ninguna victima es victima de alguien, sino que sufre la suerte que ella misma se impone.
Sentirse victima significa declararse siempre libre de culpa, echarles la culpa a los demás. Un estudio detenido de la tesis estoica de que somos nosotros los que nos herimos, puede poner en tela de juicio la ideología del sufrimiento, según la cual uno tiene que sentirse siempre mal y todo ha de estar siempre mal, y con ello obligarnos a preguntarnos sobre nuestro planteamiento. Esta tesis no puede legar el sufrimiento real o restarle importancia.
En esta tesis es decisivo que el obispo de Constantinopla  y los padres de la Iglesia en general, haya entendido también el camino espiritual como un camino terapéutico , como un camino para afrontar con madurez las heridas y la historia de la propia  vida. La meta del camino espiritual es salvar y liberar al hombre. Cristo es el hombre libre que no depende del mundo, sino que únicamente depende de Dios.

El que lleva la huella de Dios, es el que ha nacido de Dios, ese es el verdaderamente libre. Tal es el mensaje básico de la Biblia. Para mí el camino místico es el camino que conduce a la libertad. Es en este camino donde por primera vez encontramos nuestra verdad y sólo nuestra verdad nos hará libres. En él nos damos cuenta de los modelos de vida a los que nos mantenemos asidos, nuestros ilusorios puntos de vista que nos desfiguran las cosas y con los que nos herimos. Cuanto más cerca de Dios, más claramente vemos nuestra verdad. Y cuanto más uno somos con Dios, más libres somos.
La experiencia de Dios y la experiencia de la libertad interior son sustancialmente lo mismo.

sábado, 19 de mayo de 2012

LA ASCENCIÓN, FIESTA NUESTRA




EVANGELIO DEL DOMINGO 20 DE MAYO DEL 2012

Mc 16, 15-20

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán". Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Palabra del Señor.
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El texto escogido para que este año se proclame en el Evangelio de este día es parte de lo que se conoce como "final del Evangelio de Marcos". Es un fragmento que no pertenece a la forma original de ese Evangelio, sino un añadido posterior que proviene de otra mano. Esto se sabe por algunos indicios literarios y porque no figura en muchos de los manuscritos más antiguos. Sin embargo, es un trozo que tiene una venerable antigüedad, y la Iglesia lo reconoce como inspirado y como perteneciente a la Sagrada Escritura. Se lo enuncia como "Evangelio de san Marcos", aunque se sabe que originalmente no pertenecía a ese Evangelio.
COMPARTIMOS SU DIGNIDAD
Cristo se humilló hasta la muerte. Padeció una muerte vergonzosa, indigna hasta de los peores criminales. Y no fue porque lo mereciera, ya que en Él nadie podrá encontrar el más mínimo pecado. Si debió subir a la cruz fue por un acto de obediencia total a su Padre, que para salvar a todos los hombres quiso que su Hijo Único compartiera la vida de los seres humanos y fuera solidario con ellos hasta en sus últimas consecuencias. Pero Jesús. resucitado de entre los muertos, "subió a los cielos y esta sentado a la derecha de Dios Padre". Cuando subió a la cruz, estuvo unido con todos nosotros y asumió misteriosamente todas nuestras culpas para redimirnos. Al estar sentado a la derecha del Padre continúa unido a nosotros y nos comunica algo de lo que Él es y tiene en esta situación gloriosa. Se hizo uno con nosotros para poder cargar con nuestros pecados y continúa siendo uno con nosotros para poder darnos su gloria y su vida. Todos nosotros, los bautizados, formamos un gran cuerpo. Este cuerpo tiene una Cabeza, y esa Cabeza es Cristo. Nosotros estamos todavía en la tierra, pero nuestra Cabeza ya esta en el cielo.. Algunos podrán pensar que unas personas son mas importantes que otras. Es verdad que algunos desempeñan funciones de mayor responsabilidad, pero si tenemos en cuenta que todos formamos este Cuerpo de Cristo, entonces debemos admitir que aun el que parece más pequeño, más insignificante, tiene gran importancia. En el cuerpo humano, aun los órganos más pequeños, los miembros más olvidados, son también parte del cuerpo y reciben su importancia de la persona a la que pertenecen. También los cristianos reciben su importancia de la Cabeza: todo cristiano es miembro del cuerpo de Cristo. Nuestra Cabeza ya está en el cielo, sentado junto al Padre. Hay algo nuestro que ya ha alcanzado el cielo y reina junto a Dios. Esto tiene su repercusión en lo que cada cristiano trabaja o sufre.  Si trabajamos, trabajamos con Cristo; si sufrimos, sufrimos con Cristo; si rezamos, rezamos con Cristo; si hacemos el bien, lo hacemos con Cristo, y san Pablo se atreve a decir que si pecamos, lo estamos manchando a Cristo...
COMPARTIMOS SU MISIÓN
Cuando Jesús resucitó y desapareció de nuestra vista, el Espíritu comenzó a actuar a través de la comunidad cristiana para extender por todo el mundo la obra salvadora realizada por el Señor. El Evangelio que hoy se proclama describe esta tarea por medio de las instrucciones y mandatos que Jesús da a sus discípulos antes de ser llevado al cielo. Ante todo les ordenó salir por todo el mundo a llevar la Buena Noticia a toda la creación. Llevar la Buena Noticia significa llevar el mensaje y también la salvación. La comunidad que Jesús deja en el mundo tiene que continuar a través de todos los tiempos y por todo el mundo la acción que Él vino a realizar: anunciar el mensaje del Padre y reconciliar a los hombres con Dios, debe poner al alcance de todos, los medios que Cristo ha traído para nuestra salvación Los hombres que aceptan este mensaje y esta salvación no son hombres que solamente rezan en el secreto de su corazón, sino que son hombres que viven de una manera distinta, saben usar de otra forma las cosas que Dios ha creado, organizan sus familias y la sociedad humana de una forma diferente. En resumen: los hombres que viven el Evangelio transforman el mundo y la sociedad, y de esta forma el Evangelio llega también hasta las cosas creadas. Cristo no es solamente Cabeza de la humanidad salvada por su sangre, sino que es el punto en el que se apoya toda la creación. Si en un mundo dominado por el pecado las cosas sirven para la injusticia, para el vicio, para el placer deshonesto, en un mundo que es redimido y vive intensamente la Palabra de la Buena Noticia todas estas cosas se orientan hacia Dios y según la voluntad de Dios.

COMPARTIMOS SU PODER
Los discípulos de Cristo, al salir a proclamar la Buena Noticia de la salvación, irán acompañados por algunos prodigios que confirmarán la fuerza del mensaje: expulsarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, no se dañaran con los venenos, curarán milagrosamente a los enfermos... Ahora queda a disposición de los evangelizadores el mismo poder con que actuaba Cristo mientras realizaba su misión entre nosotros. El poder que Él les otorga está en proporción con la obra tan grande y difícil que les confía. Ningún cristiano puede sentirse solo y falto de fuerzas cuando se entrega generosamente a la obra de llevar la salvación a los hermanos porque sabe que Cristo esta con él acompañándolo y dándole fortaleza. El Señor prometió a los discípulos que estos milagros acompañarían la obra de evangelización. Los milagros se entienden solamente cuando están en relación con el anuncio del Evangelio. Cumplen la función de signos de que la buena noticia de la salvación ya esta obrando en el mundo, y sirven para suscitar y fortalecer la fe en la palabra del evangelio. Es algo muy diferente de lo que se lee que sucedía con los antiguos taumaturgos, que realizaban obras portentosas solamente para atraer la atención de la gente sobre su propia persona. Por esa razón se ve que en todo tiempo hay cristianos que han realizado y realizan milagros cuando tratan de llevar la salvación a otros hombres. No son sólo los casos extraordinarios y espectaculares, porque todos somos testigos de otros milagros que se producen diariamente cuando la Iglesia, a través de sus ministros, y sobre todo en la administración de los sacramentos, realiza la reconciliación de los hombres pecadores con Dios, o cura los corazones enfermos y endurecidos por el pecado. En toda la acción de la Iglesia se ve el poder de Cristo que sigue realizando su obra, aun cuando los hombres que actúan en su nombre sean débiles y limitados. Así como ningún cristiano puede pretender que él solo, individualmente, ha recibido el mandato de llevar la Buena Noticia a toda la creación, de la misma forma, ninguno puede arrogarse el poder de realizar todos estos milagros que se mencionan en el texto del Evangelio que estamos comentando. El Señor no mandó realizar milagros, sino que prometió que los milagros acompañarían a los evangelizadores.

LA ASCENSIÓN, FIESTA NUESTRA
La fiesta de la Ascensión del Señor nos llena de alegría porque Cristo, que es nuestro Salvador y nuestro amigo, es elevado a la gloria que le corresponde como Hijo de Dios y ocupa su lugar a la derecha del Padre. Es una fiesta que nos llena de alegría porque sabemos que Cristo al ascender al ciclo no nos abandona sino que sigue unido con nosotros: todos recibimos algo de su gloria y comenzamos a subir al cielo junto con Él. Debemos felicitarnos a nosotros mismos y también felicitarnos unos a otros porque la fiesta de la Ascensión no es solamente fiesta de Cristo sino también de todos aquellos que formamos un solo Cuerpo con El. Y también es una fiesta que nos recuerda la responsabilidad de la evangelización.

sábado, 12 de mayo de 2012

NO HAY AMOR MÁS GRANDE


EVANGELIO DEL DOMINGO 13 DE MAYO DEL 2012

Jn 15, 9-17
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros".
Palabra del Señor.


EL MANDAMIENTO DEL PADRE
El domingo pasado oímos la primera parte del discurso de Jesús sobre la vid verdadera, en el que se apelaba a la imagen de una planta para explicar la relación que existe, después de la Pascua, entre Jesús y los creyentes Jesús es la vid de la que nosotros somos los sarmientos. En la segunda parte del discurso que se proclama en la Misa de hoy, se saca una consecuencia referida al amor. 

En primer lugar se habla sobre el amor de Cristo con los discípulos. Como en otras partes del sermón se establece una comparación entre el amor del Padre a Jesús y el amor de Jesús a los discípulos. Y también sobre la obediencia de Cristo al mandamiento que le ha dado el Padre, y la obediencia de los discípulos al mandamiento que les da Cristo. 
Sorprende desde el primer momento que Jesús hable de su amor a los discípulos diciendo que los ama así corno Él es amado por el Padre. No dudamos del amor que nos tiene Cristo, pero quedamos admirados al oír que la intensidad de este amor es como la del amor que le tiene el Padre. Nuestra sorpresa va en aumento si advertimos que estas palabras se encuentran en el contexto de la alegoría de la vid, en la que Jesús se compara con una planta en la que Él es la planta entera y nosotros somos los sarmientos. De esta manera podernos llegar a comprender que el amor del Padre que se vuelca sobre su Hijo Jesucristo tiene que descender necesariamente sobre todos nosotros porque ahora estamos unidos a Jesús como las ramas están en un árbol.
Nosotros entendemos esta palabra "como" con su significado en castellano: una comparación. Pero en la lengua griega, y particularmente como la usa el autor de este evangelio. la palabra que se utiliza para decir "como" tiene además el significado de una fundamentación. Puede traducirse por "porque''. Jesús nos ama, no solamente 'como' es amado por el Padre, sino 'porque' es amado por el Padre.
 Nosotros debemos amarnos solamente 'como' nos ama Cristo, sino 'porque' somos amados por Cristo. La fuerza del amor del Padre a Cristo es la que se derrama en el amor de Cristo hacia nosotros, la fuerza del amor de Cristo hacia nosotros es la que nos capacita para amar a los hermanos. La alegoría de la vid nos ayuda a comprender este texto del amor a los discípulos y nos lleva mucho mas alto todavía porque nos dice que nosotros -las ramas- vivimos porque estarnos unidos a Cristo, y Cristo vive porque siempre permanece unido al Padre. Es una sola vida y es un solo amor que viniendo del Padre se encuentra en Cristo, y de Cristo llega a todos los que nos encontrarnos unidos a Él. 

En segundo lugar Jesús nos dice que para permanecer en esa corriente de vida y amor debemos cumplir su mandamiento, así sorno Él ha cumplido el mandamiento que le ha dado el Padre. ¿Cuál es ese mandamiento? Jesús lo dice en otra parte del mismo evangelio de san Juan que hemos oído en uno de los domingos precedentes. Cuando habla del pastor y las ovejas, Jesús nos dice que Él da su vida por las ovejas para recuperarla en la resurrección. Y añade que ese es el mandamiento que ha recibido de su Padre.
Lo que Jesús llama mandamiento es la fuerza del amor del Padre que se manifiesta como una voluntad de que todos los hombres participen de la vida divina y sean salvados de la muerte eterna. Para realizarlo, Dios entregó a su Hijo único. Jesucristo asumió ese imperativo del amor como un "mandamiento" y lo cumplió entregando su vida en la cruz. Dicho con otras palabras: la fuerza del amor de Dios Salvador, que se encuentra en Jesús y que lo lleva a la cruz por la salvación de todos, es derramada en los discípulos por Cristo resucitado y les permite amar corno Él. No es un mandamiento que nos viene desde afuera y que nos obliga, sino que es una fuerza que desde lo interior nos impulsa a amar y a entregar nuestra vida por los demás.


EL EJEMPLO DEL AMOR
Para decir cómo tiene que ser ese amor de los cristianos, Jesús muestra la medida de su amor a los hombres: ha dado la vida por ellos, y esa es la mayor prueba de amor. Esto se ilustra con una frase famosa de la antigüedad: Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por aquellos a quienes ama. Muchos sabios y filósofos lo habían dicho. Se trata de algo indiscutible. Jesús ha dado esa medida de amor. Ahora comprendemos la dignidad que tenemos ante Dios. Es cierto que siempre somos servidores del Señor, pero por el modo en que nos trata, Él nos pone en la categoría de amigos. Al sentirnos amados de esa manera, y al saber que no se trata solamente de un ejemplo que debemos imitar sino de una fuerza que ya actúa en nosotros y que nos impulsa para que vivamos y muramos como Cristo, tenemos El Señor ha puesto de manifiesto el nivel de su amor para que sus discípulos sepan hasta dónde tienen que amar. 

En la primera carta de san Juan se dice: "En esto hemos conocido el amor: en que El entregó su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos" Prestemos atención a lo que vemos en la alegoría de la vid: si somos ramas no podemos ser diferentes ni dar otros frutos que los que da el árbol. Por nosotros corre la misma savia: una misma vida y un mismo amor que viene desde el Padre. Saquemos la conclusión: no podemos mirar a los demás hombres de otra manera distinta a la forma en que los mira el Padre; no podemos hacer por ellos otra cosa que lo que hizo Jesús, que vivió y murió por todos, también por sus enemigos. Ya no podemos mirar a ningún hombre como a un enemigo, porque si tenernos que dar la vida por ellos, ellos también son nuestros amigos.

LA ORACIÓN
Corno consecuencia de todo lo que se ha dicho sobre el amor con que Dios nos mira, Jesús dice que seremos siempre escuchados cuando pidamos algo al Padre. No puede ser de otra manera. Formamos un solo cuerpo con Cristo, siendo Él la vid y nosotros los sarmientos. De ahí se sigue que hay una sola oración al Padre, hecha por Cristo y todos sus discípulos. San Agustín nos ha enseñado que Cristo reza en nosotros y nosotros rezamos por medio de Él.

El Padre no puede dejar de escuchar las oraciones de su Hijo, y por esa razón tenernos la certeza de que nuestras oraciones son siempre escuchadas. Lamentablemente en algunos lugares se ha difundido la errónea creencia de que las oraciones son como las palabras mágicas de los cuentos infantiles: se pronuncian y automáticamente producen su efecto ("Usted dice tantas veces esta oración, y al cabo de tantos días recibirá..."). Ante todo, la oración debe surgir desde la fe. El que reza, lo hace porque reconoce que todo precede de Dios, y todo se debe esperar de El. 

De allí se sigue que el que pide debe estar en una actitud de humildad, tratando de que su voluntad esté de acuerdo con la de Dios. El modelo del orante es el mismo Jesucristo: "¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!". Y por eso, la oración debe conservar siempre la forma de súplica: Dios es el que sabe lo que conviene, y Él tiene el poder de darlo. Nosotros solamente podemos suplicar. 
El Padre, que nos mira con amor porque somos las ramas de la vid que es su Hijo amado Jesucristo, siempre escucha nuestras oraciones y no concede lo que es conveniente para nosotros.

domingo, 6 de mayo de 2012

EL VIÑADOR, LA VID Y LOS SARMIENTOS


LA VID VERDADERA



EVANGELIO DEL DOMINGO 6 DE MAYO DEL 2012
Jn 15, 1-8
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Palabra del Señor.
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EL SERMÓN DE LA CENA
El evangelio de san Juan tiene diferencias muy marcadas con respecto a los otros evangelios. Una de ellas es que el autor no se contenta con reproducir más o menos literalmente las palabras pronunciadas por Jesús y conservadas por la tradición de la comunidad primitiva, sino que a partir de esas palabras y de esas tradiciones ofrece a los lectores largos desarrollos que permiten contemplar las profundidades que se ocultaban en esos dichos.
 El autor del evangelio, guiado e iluminado por el Espíritu Santo, alcanza con su mirada hasta donde ninguno de los otros evangelistas había llegado. Por esa razón, desde muy antiguo, se ha elegido el águila como el signo con el que se representa el evangelio de san Juan, por la altura y la majestuosidad de su vuelo. En este evangelio se narra una cena de Jesús celebrada antes de la fiesta de la Pascua, en la que el Señor se extiende en un largo discurso. Para componer este discurso, el autor del Evangelio ha desarrollado y profundizado expresiones de Jesús que daban a entender de manera velada cual es la relación que hay entre El y el Padre, y entre El y los discípulos.

La comunidad llegó a comprender el sentido de esas expresiones sino después de la venida del Espíritu Santo. Con esta mayor comprensión, el autor del evangelio ha compuesto este discurso. Este hermoso texto que se proclama en la misa de este domingo pertenece a ese largo discurso que sigue a la Última Cena en el evangelio de san Juan. Se trata de una comparación o alegoría, semejante a otras igualmente encabezadas por la expresión "Yo soy" que se encuentran en el mismo evangelio. Y en las que Jesús se presenta como el pan, la luz, la puerta, el pastor, la resurrección y la vida, el camino, verdad y la vida. La vid. Estas metáforas expresan cual es la relación que existe entre Cristo y los hombres redimidos por Él.
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