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viernes, 31 de agosto de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO-LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD II




¿Quién os hará mal si buscáis con entusiasmo el bien?

La primera Carta de Pedro se escribió probablemente hacia el año 90. El autor se dirige a los cristianos sometidos a una presión creciente por el entorno hostil que los rodea, con objeto de consolarlos y de exhortarlos a la perseverancia. Se trata pues de la cuestión de cómo tengo que afrontar el sufrimiento que me viene de fuera y que no puedo evitar. El autor, que muy bien podría no ser Pedro, invita a los cristianos a asumir sus sufrimientos, pero también a mantener la libertad ante ellos mediante la unión con Cristo. Un motivo de consuelo es que los cristianos son aquí forasteros y no tienen ninguna patria (1 Pe 2, 11).
Otro motivo que tienen los cristianos para superar el sufrimiento que les inflige su entorno, es que sufren con Cristo y que al final la maldad de los hombres no les puede causar ningún daño si permanecen en Cristo. Así anima el autor a sus lectores y lectoras: «¿Quién os hará mal si buscáis con entusiasmo el bien? Dichosos si tenéis que padecer por hacer el bien. No temáis las amenazas ni os dejéis amedrentar. Dad gloria a Cristo, el Señor, y estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones. Hacedlo, sin embargo, con dulzura y respeto, como quien tiene limpia la conciencia. Así, quienes hablan mal de vuestro buen comportamiento como cristianos, se avergonzarán de sus calumnias» (1 Pe 3, 13-16). Aquí el autor parece aludir a la tesis estoica de que los hombres no pueden herirnos con su maldad. ¿Y por qué los hombres con sus amenazas no pueden darnos ningún miedo? Porque buscamos celosamente el bien. Pues si tenemos en Dios nuestro apoyo, la persecución de fuera no nos puede hacer nada. La primera Carta de Pedro puede describir también nuestro fundamento espiritual como «Cristo en nosotros». Pues si tenemos a Cristo en nuestros corazones, no tenemos ningún miedo a lo que asusta a los demás. Entonces no hay poder en el mundo que pueda
desconcertarnos. Pues aunque los cristianos se sientan muy amenazados por gente enemiga, por dentro siguen siendo libres. Y eso porque saben que llevan a Cristo en sus corazones. 
Otro motivo de que los cristianos sean invulnerables es su buena conciencia. Aquí tenemos la palabra syneidesis, que Epicteto tanto valoraba. Designa al yo interior, al yo espiritual, como diría la psicología transpersonal. Al que vive desde este yo interior, al que vive en sintonía con él, a ése no le afectan para nada ni las hostilidades ni las calumnias de los hombres. A la buena conciencia todavía hay que añadir que ellos viven su vida en Cristo. Están sumergidos en Cristo. Hay en ellos un espacio que sólo Cristo llena. Y a este espacio interior, las heridas de fuera no tienen ningún acceso. La experiencia que tenían los destinatarios de la primera Carta de Pedro era la persecución, era ser objeto de la maldad de los hombres. Hoy no se nos suele perseguir a causa de nuestra fe. Pero mucha gente tiene hoy la experiencia de que nos hallamos rodeados por una inmensa maldad. Una mujer me habló una vez de su espantosa niñez. Varios hombres de su familia abusaron sexualmente de ella. Ella siente como si una maldición planeara sobre su cabeza. Nació en el contexto de una obsesión que desde hace generaciones caracteriza a su familia. 

En estas situaciones, la terapia tiene sus límites. Entonces yo sólo le podía aconsejar que «tuviera a Cristo en el corazón», que creyera que Cristo habita en ella. Y si Cristo habita en alguna parte de ella, es toda ella santa y salva.  El mal ahí no tiene nada que hacer. La maldición no tiene ningún poder sobre ella. Esta mujer apenas tiene fuerzas para asimilar las terribles experiencias de su niñez. Sólo puede creer que hay en ella un espacio en donde las heridas de su niñez no tienen ningún acceso, que no ha sido rozado por la maldad de los hombres. Y puede tener a Cristo en sus heridas. Y Cristo puede poco a poco irlas curando. Pero normalmente esto no sucede enseguida, sino, como advierte la Carta de Pedro, cuando se tiene a Cristo en el corazón, cuando la gracia de Cristo penetra en la desgracia que ruge en el interior. Este texto de la primera Carta de Pedro me trae a la cabeza los versos tan conocidos de santa Teresa de Jesús: Nada te turbe, nada te espante,
todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta. Para la gran mística española, la experiencia de Dios nos lleva a la libertad interior. Si Dios está realmente en nosotros, si el amor de Dios significa tanto para nosotros que él solo nos basta, entonces nadie podrá hacerme nada. Entonces ya no tendremos ningún miedo al mal que nos causa el entorno, ya no temeremos a los que irrumpen avasallando desde fuera. 
El camino místico, tal como Teresa lo entiende, es también y siempre el camino de la libertad, el camino que nos libera del poder de los hombres, el camino que nos libra de las heridas que nos causamos nosotros mismos y de las heridas que nos vienen de fuera. Pero esta inviolabilidad que genera en nosotros la experiencia de Dios, no es ningún carro blindado donde nos metemos para que no nos llegue nada de fuera. No se trata de ser insensibles, sino de experimentar el amor. El amor nos hace ciertamente vulnerables. Pero esta vulnerabilidad no tiene nada que ver con que nos hiramos a nosotros mismos. El amor de Dios puede ser una especie de ayuda frente a la maldad de los que quieren herirnos. El amor de Dios es más fuerte que todo lo que nos amenaza desde fuera. Y si con ese amor amamos también a quienes nos hieren y persiguen, entonces descubrimos en ese quehacer hiriente sus propias enfermedades, que tratan de continuar en nosotros. Entonces ya no tomamos sus heridas como algo personal, sino como expresión de sus propias heridas. Si nuestro amor es lo suficientemente fuerte, puede incluso curar las heridas de los que nos hieren. El amor de Cristo, que en su muerte amó incluso a quienes lo mataron, tenía fuerza para curar las heridas de sus asesinos.

domingo, 26 de agosto de 2012

DIOS DÁ LA FÉ




EVANGELIO
Jn 6, 60-69
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?". Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".

 Desde hace algunos domingos la liturgia propone a nuestra reflexión el capítulo VI del evangelio de san Juan, en el que Jesús se presenta como el "pan de la vida bajado del cielo" y añade: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51). A los judíos que discuten ásperamente entre sí preguntándose: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (v. 52) —y el mundo sigue discutiendo—, Jesús recalca en todo tiempo:"Si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes" (v. 53); motivo también para que reflexionemos si hemos entendido realmente este mensaje. 

Hoy, XXI domingo del tiempo ordinario, meditamos la parte conclusiva de este capítulo, en el que el cuarto evangelista refiere la reacción de la gente y de los discípulos mismos, escandalizados por las palabras del Señor, hasta el punto de que muchos, después de haberlo seguido hasta entonces, exclaman: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?" (v. 60). Desde ese momento "muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (v. 66), y lo mismo sucede continuamente en distintos períodos de la historia. Se podría esperar que Jesús buscara arreglos para hacerse comprender mejor, pero no atenúa sus afirmaciones; es más, se vuelve directamente a los Doce diciendo: "¿También vosotros queréis marcharos?" (v. 67).
Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se "escandalizan" ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta "adaptar" su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. "¿También ustedes quieren irse?". Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida "en su pensar y en su querer". Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente.
"¿
También ustedes quieren irse?". A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los Apóstoles, de los creyentes de todos los siglos: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (vv. 68-69). También nosotros podemos y queremos repetir en este momento la respuesta de Pedro, ciertamente conscientes de nuestra fragilidad humana, de nuestros problemas y dificultades, pero confiando en la fuerza del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. 
La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, confianza libre y total del hombre en Dios; la fe es escucha dócil de la palabra del Señor, que es "lámpara" para nuestros pasos y "luz" en nuestro camino (cf. Sal 119, 105). Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por él, podemos experimentar también nosotros, como por ejemplo el santo cura de Ars, que "nuestra única felicidad en esta tierra es amar a Dios y saber que él nos ama".

sábado, 18 de agosto de 2012

CAMINOS DE LIBERTAD


Configuración bíblica de la libertad
Quisiera reflexionar ahora en tres pasajes de los escritos tardíos del Nuevo Testamento que están en la línea del pensamiento de san Juan Crisóstomo. Hay pasajes que, como el obispo de Constantinopla, comparten el pensamiento de la Stoa y de la filosofía griega y traducen conscientemente el mensaje cristiano al mundo helenístico de finales del siglo I.
La valoración de muchos exegetas y teólogos sobre la teología de las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro es fundamentalmente negativa. Así, al referirse a las cartas pastorales H. Köster habla de una «liquidación total de la teología paulina» (Oberlinner, XLVIII). Sin embargo, estos escritos tardíos del Nuevo Testamento constituyen para mí unos testimonios importantes de la dimensión mística del caminocristiano.
Actualmente tienen una importancia extraordinaria porque tratamos de redescubrir la mística cristiana y comprenderla en diálogo con la mística del hinduismo y del budismo. Y como las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro tratan de insertar el mensaje cristiano en la cultura griega, creo que legítimamente puedo interpretarlas sobre todo en diálogo con la mística. Pues el helenismo se caracterizaba por su espiritualidad mística. En él confluyeron el acervo intelectual egipcio, oriental, griego y judío (Altaner, 167). Se caracteriza por el culto de los misterios y por las prácticas místicas tal como entonces se precipitaron desde Oriente hacia Occidente.
Así, estos escritos tardíos del Nuevo Testamento pueden ayudarnos a formular de nuevo la dimensión mística del mensaje cristiano en diálogo con otras tradiciones religiosas y espirituales, respondiendo así al anhelo de experiencia de Dios que tiene el hombre de hoy. Debe quedar bien claro, además, que el camino místico es siempre el camino hacia la libertad interior, que en el camino espiritual debemos encontrar nuestro auténtico yo, que debe estar libre de las heridas que nos causan los demás y también de las autolesiones que nuestro yo enfermo nos procura. La primera vez que penetré en el contenido de las cartas pastorales y las dos cartas de Pedro, fue cuando las interpreté a la luz de la psicología transpersonal. Creo con Ken Wilber, el representante más significativo de la psicología transpersonal, que los tres textos que he seleccionado son testimonios del triple camino de la mística.
El primero es el camino de la mística del amor, tan magníficamente descrito por Teresa de Jesús. En él se trata de la unión personal con Dios o con Jesucristo. La unión con Dios transforma al hombre. Teresa lo explica mediante el gusano de seda. En la unión con Dios, la oruga se convierte en mariposa. «Muere el yo y resurge el alma» (Wilber, 363). Creo que la primera Carta de Pedro es testigo de esta
transformación del hombre por la experiencia del amor de Cristo y por la unión con él.
Pues esa carta nos dice que la vida en Cristo nos libera del miedo a las heridas que nos causan los otros y de los modelos inconscientes de vida con los que nos herimos nosotros mismos.

Testigo del segundo camino es el maestro Eckhart. Se trata del camino de la mística de la unión. El yo se despierta y descubre su identidad con Dios. El maestro Eckhart habla de la irrupción de lo finito «en el origen infinito e increado» (Wilber, 371). No se trata ya aquí del encuentro amoroso con Dios, sino de la experiencia de nuestra unidad originaria con Dios. Cuando logramos llegar al núcleo de nuestra alma, allí encontramos a Dios y a nuestro verdadero yo. Pues bien, a la luz de esta mística de la unión quisiera interpretar el texto de Tito 2, 11-14. Con ello no se agota naturalmente toda la teología de la Carta de Tito. Pero desde el trasfondo de la mística de la unión, las palabras de la Carta de Tito resuenan en mí de un modo nuevo. El tercer camino de la mística podría describirse como experiencia de pura presencia. Para Ken Wilber, la mística en este grado es «el simple sentimiento de ser; puro apercibimiento como la apertura o la iluminación» (Wilber, 379). El hombre reconoce en todas las cosas la naturaleza divina. El maestro Eckhart lo expresa así:«Ve a Dios en todas las cosas, pues Dios está en todas las cosas... pues Dios es Uno... todas las cosas serán para ti manifiestamente Dios» (Wilber, 379).
Representante de esta clase de mística, que ve a Dios en todo como su auténtico fundamento, y que descubre en el hombre y en la creación su naturaleza divina, puede ser 2 Pe 1, 3-8. En este texto nos encontramos con esa expresión singular que ha desconcertado a tantos exegetas, es decir, que por Cristo somos partícipes de la naturaleza divina. Por un lado quisiera describir estos tres textos como caminos de la mística, pero por otro quisiera preguntarles a continuación qué pueden aportar a la cuestión de la autolesión y de la experiencia de la libertad interior. Para mí, el camino místico es también un camino terapéutico. Sin embargo el camino místico tiene una dimensión distinta a la del camino psicológico normal, en el que situamos las heridas de nuestra niñez, las asimilamos y así las curamos. El camino místico no cura nuestras heridas, sino que nos conduce a un lugar que trasciende nuestras heridas, al espacio interior de nuestra alma, que no puede ser herido. Y al descubrir en este camino nuestro yo invulnerable, somos verdaderamente libres. Cuanto más vaya de fuera a dentro, más libre seré frente al mundo exterior. No se trata, sin embargo, de una retirada a la pura interioridad, sino de un camino, de una nueva forma de relacionarse con el mundo exterior, de preservar la libertad interior en cada encuentro con los hombres y las cosas, y desde esta libertad comprometerme apasionadamente con este mundo. La libertad interior es la condición para no herirnos sin cesar a nosotros mismos. Nos libera de los viejos modelos de vida con los que nos dañamos a nosotros mismos, y de las falsas ideas que nos hemos hecho de la realidad. Pues tanto la Biblia como la filosofía de la Stoa se muestran convencidas de que lo que nos hiere de verdad son las ideas que tenemos de las cosas. La meta del camino místico es la unión con Dios y la libertad del hombre, el venir-a-sí-mismo del hombre, su ser él mismo.
Cuando el hombre descubre a Dios en él y se hace uno con él, entonces entra cada vez más en contacto con la imagen originaria que Dios se ha hecho de él. Y cuando se identifique con la imagen primitiva de Dios, entonces será realmente libre, entonces la realidad externa ya no podrá herirle.

PAN DE VIDA




EVANGELIO
Jn 6, 51-59
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.

 Nuevamente nos encontramos en el Evangelio con el Discurso del Pan de Vida. En el pasaje escogido para este domingo, Jesús repite varias veces que Él es el alimento que da vida eterna. Teniendo en cuenta también las otras lecturas [Proverbios 9, 1-6; Salmo 34 (33); Efesios 5, 15-20], sigamos reflexionando sobre lo que significa para nosotros el sacramento de la Eucaristía, al que se refiere la Palabra del Señor en la liturgia de hoy.

La Eucaristía es acción de gracias: en ella le damos gracias a Dios por su Amor
El apóstol san Pablo exhorta en la segunda lectura a los primeros cristianos de Éfeso, en el Asia Menor (hoy Turquía), a que “den gracias sin cesar a Dios Padre por todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. El verbo que emplea corresponde al término griego eucaristía, que significa acción de gracias o alabanza agradecida.
En efecto, cuando nos reunimos en la Santa Misa -o en la Sagrada Eucaristía-, le damos gracias a Dios por su amor infinito. Son varias las expresiones de agradecimiento a Dios a lo largo de la celebración eucarística. En el himno que comienza con la frase “Gloria a Dios en el cielo” le decimos: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias”. En el ofertorio, al presentarle el pan y el vino, manifestamos nuestra gratitud diciendo: “bendito seas por siempre Señor”. En el prefacio -la oración introductoria de la llamada plegaria eucarística, inmediatamente antes de la consagración del pan y del vino que se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos del Señor-, el sacerdote que preside la celebración invita a la comunidad a expresar su gratitud diciendo “demos gracias al Señor nuestro Dios”, y después de la respuesta “es justo y necesario”, exclama dirigiéndose a Dios Padre: “en verdad es justo y necesario (…) darte gracias siempre y en todo lugar…”. Luego, en la fórmula de la consagración, el celebrante dice que Jesús, antes de tomar en sus manos el pan y el vino, se dirigió a su Padre “dando gracias”.

En la continuación de la plegaria eucarística, en varias de sus fórmulas, se hace explícita nuevamente la acción de gracias, que a su vez se expresa en el ofrecimiento: “te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia” ; “te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo ”. Y en el Padre Nuestro, después del brindis en el que proclamamos el honor y la gloria que debemos reconocerle y darle siempre a Dios, la frase “santificado sea tu nombre” equivale a “bendito seas”, siendo ambas expresiones de reconocimiento agradecido.

 En la Eucaristía escuchamos la Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta
La primera lectura nos presenta un texto de la literatura bíblica llamada “sapiencial”. En él la sabiduría personificada invita a quienes quieran salir de la ignorancia y la inexperiencia a que compartan el pan y el vino que ha preparado para todos los que quieran tener vida siguiendo “un camino razonable”. Ese camino razonable es precisamente el que nos señala la Palabra de Dios que nos instruye y nos orienta para que podamos llegar a ser eternamente felices.
Es el propio Jesús quien nos habla en las lecturas bíblicas que reconocemos como Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero, sobre todo, en la Eucaristía se nos hace presente Él como la Palabra de Dios hecha carne, que se hizo presente y actuante en un ser humano. Por eso a lo que se nos invita en la Eucaristía es no sólo a escuchar la Palabra del Señor, sino a saborearla de tal manera que podamos asimilarla hasta el punto de identificarnos con ella. En este sentido, el hecho de “comulgar” significa que la Palabra de Dios no sólo llega a nuestros oídos, sino a lo más profundo de nuestro ser para que sea ella la que dirija nuestra existencia desde dentro de nosotros mismos.
En la Eucaristía recibimos la vida de Cristo, prenda de nuestra resurrección
Jesús insiste en que quien coma su carne y beba su sangre, es decir, quien se alimente de Él mismo, tendrá vida eterna: “Y yo lo resucitaré en el último día”, es la frase que queda resonando en nuestras mentes y en nuestros corazones, para que no sólo la entendamos sino que ante todo la sintamos como dicha a cada uno de nosotros.
A quien recibimos en la comunión es a Jesucristo resucitado, y por eso, cuando en el Discurso del Pan de Vida Él nos dice que su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, esta afirmación no corresponde a una realidad de orden material sino espiritual, como lo es el cuerpo glorioso del Señor y como lo será el de todo ser humano que después de esta existencia terrena resucite a una vida nueva y eternamente feliz como la suya.
Démosle gracias entonces a Dios Padre, nuestro Creador, por el don de su Hijo Jesucristo, que se entregó a la muerte de la cruz para hacernos participes de su propia vida divina y resucitada mediante la comunión de su cuerpo y su sangre. Y pidámosle que nos disponga a participar constantemente en la Eucaristía con una actitud de reconocimiento agradecido, de escucha atenta para recibir y asimilar su Palabra, y de apertura a la acción de su Espíritu para dejarnos llenar de la vida gloriosa de Cristo, recibiéndolo en la sagrada comunión y obrado en coherencia con sus enseñanzas.-

sábado, 11 de agosto de 2012

PAN PARA LA VIDA ETERNA





EVANGELIO
Jn 6, 41-51
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo". Y decían: "¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo?'". Jesús tomó la palabra y les dijo: "No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: 'Todos serán instruidos por Dios'. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Palabra del Señor.

Pan para compartir.

 El Maestro desafía a sus discípulos y enfrenta su capacidad de fe al preguntarles: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?" Las posibilidades no son muchas. Para que todos coman un mendrugo de pan deben disponer de una suma exorbitante para sus arcas siempre vacías. Un niño posee cinco panes de cebada y dos peces. Algún pastorcito seguramente. Lo que hoy llamaríamos la merienda de un obrero de la construcción. La calidad del pan es ínfima. La harina de cebada es inferior a la de trigo e indica la precariedad del alimento de los más pobres. Lo que desea Jesús es saciar el hambre de su palabra. Lo han acompañado hasta allí para verlo y escucharlo. Debe enseñarles a compartir, a producir el milagro de la transformación de un alimento insuficiente y de baja calidad en otro, nutritivo y abundante. 

 Ausencia y presencia del amor. 

Para ello dispone ordenadamente a unos junto a los otros, en el extenso prado del mundo, para que la proximidad constituya la invitación a compartir lo poco y pobre y, de esa manera, se opere la prodigiosa multiplicación. La predisposición a compartir parece anteceder necesaria e inmediatamente a la multiplicación del alimento.  Compartir es clave para que el alimento existente, me refiero a todos los bienes, sacie el hambre de los hombres, mujeres y niños de nuestro maltratado planeta. La siembra del amor verdadero florece y se expresa al partir el pan de los bienes y al bendecir a Dios. La ausencia de ese amor, devenido desierto árido, no permite partir el pan, y menos bendecir a Dios, mientras otorgue la totalidad de los bienes al gozo de unos pocos y el dolor de su carencia a la mayoría.

El Evangelio vuelve, sin pausa, a recordar que Jesucristo es el Pan que alimenta al hombre que se ha propuesto humanizar la creación, conforme al mandato original de "dominar la tierra". No cualquier dominio. El hombre es síntesis e interprete de la obra visible de Dios. No puede arrogarse derechos que no tiene, no debe ceder al despotismo que lo intenta seducir desde un proyecto falso de sí mismo. El manejo indiscriminado de las relaciones interpersonales y el maltrato ecológico del universo manifiestan la debilidad y decrepitud que afectan a la inteligencia y a la voluntad del hombre. 

Cuando nos referimos a Cristo "Pan bajado del Cielo", como Él mismo lo da a entender, no pensamos únicamente en el Sacramento de la Eucaristía. El hombre que, de alguna manera, no se alimenta de ese misterioso Pan, muere irremediablemente: "Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera". Nuestra preocupación por la evangelización responde a la urgencia de distribuir ese Pan a todos. Que nadie padezca hambre y, sobre todo, que todos recuperen el apetito.

martes, 7 de agosto de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO SAN JUAN CRISÓSTOMO IV


La casa edificada sobre roca
Paso por alto los ejemplos de Caín y Abel, así como las experiencias del apóstol Pablo que Crisóstomo aduce para probar su tesis. Al leer el discurso me ha impresionado cómo interpreta el padre de la Iglesia el pasaje de la casa edificada sobre roca, tomado del sermón del monte. El cree que las tempestades y las olas
vendrán sobre nosotros toda la vida. Eso forma parte de nuestra existencia humana. Pero no nos pueden herir, si hemos edificado nuestra casa sobre roca, si edificamos nuestra casa interior como corresponde a su estructura. Pues la edificación de una casa requiere unos sólidos cimientos.
El que edifica su casa sobre arena, se hiere a sí mismo y además puede ser herido por las tempestades exteriores hasta el punto de que se derrumbe la casa. En los sueños, la casa es siempre el símbolo del estado de nuestra conciencia. Si nuestra casa se derrumba, quiere decir que lo vivido hasta el momento ya no se sostiene, que tenemos que construir una nueva casa sobre nuevos cimientos. El que vive inconscientemente, el que no está en contacto con su estado interior, construye su casa sobre arena y así se hiere a sí mismo.
Mateo nos transmite la imagen de la casa sobre roca al final del sermón del monte. Para él, el que oye y cumple la palabra de Jesús es el hombre prudente que edifica su casa sobre roca. La conducta correcta es pues un fundamento sólido para nuestra casa. Pero el que oye la palabra de Jesús y no la sigue «es como un hombre imprudente que edifica su casa sobre arena» (Mt 7, 26). La palabra griega moros significa propiamente corto, estúpido, necio, tonto, poco fino. Así pues, el que va de estúpido por la vida, el que vive insulsamente y sin finura, ése se hiere a sí mismo. El que otea lo que sería bueno para él, pero no lo hace porque le resulta incómodo o no responde a las expectativas de los demás, se perjudica a sí mismo. La ética cristiana se interpreta aquí de una forma nueva. No se trata de cumplir las normas, sino de vivir como le corresponde a nuestro ser. El que vive contra su naturaleza se hiere a sí mismo. Las palabras de Jesús quieren introducirnos en una vida que nos haga bien porque está en línea con nuestro ser. Para Crisóstomo, sólo el hombre que escucha las palabras de Jesús y las pone en práctica, evita para siempre el peligro de herirse a sí mismo.

lunes, 6 de agosto de 2012

EL PAN DE LA VERDAD




EVANGELIO

Jn 6, 24-35

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado". Y volvieron a preguntarle: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: 'Les dio de comer el pan bajado del cielo'". Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed".

Palabra del Señor.

El Pan de la Verdad. Jesucristo sacia el hambre trascendente del hombre. Como es la Verdad,para allegarse más al hombre se hace alimento simple, al alcance del bolsillo de cada uno. Basta una simple y elemental capacidad de entender para asimilar esa Verdad y saciarse de ese Pan. El pecado entorpece el entendimiento e incapacita para alimentarse de ese Pan. Es sorprendente la discapacidad que manifiesta el hombre regido por el pecado. Es casi común la torpeza y es particularmente notable entre quienes manifiestan, por otro lado, una habilidad extraordinaria para la ciencia, la profesión y la técnica. El Pan en el que se convierte Cristo para sus hermanos aparece como de inferior calidad. Él mismo asume una naturaleza por debajo de la angélica e infinitamente inferior a la divina. La Eucaristía conserva el nivel de la Encarnación. La insensatez humana inspira una carrera vertiginosa hacia el prestigio vano y el engañoso bienestar. A nadie se le ocurre ubicarse en el último lugar, a llamar bienaventurada la pobreza, a describir como un ideal el ocultamiento, a preferir el despojo de todo por el Reino. Al recorrer las propuestas y exhortaciones evangélicas advertimos la diferencia de sentido entre su lenguaje y el nuestro. Lo que para Él es la expresión más perfecta de la verdad, para el hombre “prudente y sabio” del mundo es una tontería. ¿Dónde está la verdad? ¿a quién asiste la razón? Si tenemos fe otorgaremos a Jesús todo el crédito y, obviamente, desecharemos otra autoridad que no sea la suya. 
 
Hacia nuevos espectadores.
 
 Su presencia, en la conciencia de nuestro pueblo, incorpora los valores que no se deterioran. De ellos tenemos hambre y sed. Son los que verdaderamente necesitamos para desarrollar nuestra vida humana y cristiana. El contacto personal con Jesús actúa de manera inmediata, racionalmente impredecible, como si el Señor creara cada instante, sin repetirse, desafiado por el proverbial enemigo del hombre: la muerte. El lenguaje que el Señor emplea, en su relación con los hombres, produce las expresiones más atractivas y simples. Quienes las atendieron entonces abrieron sus inteligencias a las manifestaciones de su sabiduría y no ofrecieron resistencia a su acción invisible y silenciosa. Lo vieron cara a cara, impresionados por sus gestos y la fuerza de su testimonio. ¿Ahora? En el anonadamiento de los tiempos presentes, reducido a un sitio de la historia y no, como en realidad lo es,
abarcándola por completo. ¿Qué requiere hoy sin imagen física y sin posibilidad de ser espectáculo? Lo que Él mismo estableció a partir de la Ascensión: una Iglesia de testigos, empeñados en adiestrar anuevos “espectadores” en la interpretación de los signos de la fe. La acción evangelizadora no depende de lo sensiblemente comprobable sino de la fe. No obstante, el mundo necesita ver y escuchar a quienes están siendo renovados por la gracia del Salvador. Es allí donde se le ofrece la posibilidad de una opción que lo incorpora a la novedad anunciada por el Evangelio.
 
 La solidaridad como compromiso. 
Ese anuncio reclama gestos comprometedores por parte de los testigos. Particularmente el gesto sintetizador de todos: la caridad. En eso “reconocerán que son mis discípulos” y, por ello, que la gracia hoy operable establece vínculos nuevos, reconstructores de la auténtica solidaridad para una nueva sociedad. El amor que Jesús propone a sus discípulos y amigos compromete en una solidaridad activa que asciende desde la asistencia a la promoción humana. El reparación de la justicia constituye el gesto de amor más genuino. Se orienta a la afirmación de la igualdad sobre la base de la diversidad. De esa manera se restablece la dignidad personal, común a todos, y se asegura la convivencia en paz. Persiste la cizaña en medio del trigo que espera la cosecha para ser excluida y destruida por el fuego. Mientras tanto se intentará el equilibrio que evite la destrucción del trigo por causa de la cizaña. Un combate firme en el que se pone en juego la seguridad efectiva y la sanción medicinal correspondiente. Es la obra de los poderes constitucionales en equilibrio y respetuosos de sus autonomías. Quienes los ejercen deben ser escogidos entre los más virtuosos: prudentes,
honestos y abnegados servidores del bien común.. Algunos lo considerarán subversivo del “orden” que se han fabricado irresponsablemente. Será vituperado por ello en sus creyentes y testigos; se intentará su silencio a cualquier precio. Es preciso que su palabra sea conocida.
Muchos hombres y mujeres de buena voluntad despertarán si acceden a ese conocimiento. La mentira es una atmósfera, a la que se han acostumbrado muchos ciudadanos, aclimatados a ella como si fuera naturalmente la propia. Disipar la mentira es extraer el venenoso oxígeno sin el cual, en esas deplorables condiciones, parecen no poder respirar. No es el medio ambiente que les corresponde; su alejamiento del mismo es urgente e inevitablemente doloroso. La conversión incluye un llamado y una gracia para decidir el cambio del clima social. El acostumbramiento en el desorden y en la inmoralidad fija estereotipos aparentemente inmodificables. La vida cristiana es la práctica de una revolución, que modifica esa rígida estructura cultural, inspirada únicamente en el amor.