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martes, 30 de julio de 2013

LAS CONSECUENCIAS LÓGICAS Y NATURALES PRINCIPIOS BÁSICOS


LAS  CONSECUENCIAS LÓGICAS Y NATURALES
PRINCIPIOS BÁSICOS

 *los castigos y las recompensas restan a las personas la ocasión  de tomar sus propias decisiones y de ser responsables de sus comportamientos.

*Las consecuencias naturales y lógicas exigen que cada uno sea responsable de su propio comportamiento.

* las consecuencias naturales son aquellas que permiten aprender del orden natural del mundo físico. Por ejemplo: que no comer produce hambre; que fumar inevitablemente deteriora los órganos respiratorios.

*Las consecuencias lógicas son aquellas que permiten aprender a partir de la realidad que constituye el orden social. Por ejemplo: el niño que se levanta tarde, llegará al colegio con retraso. Perderá las clases y tendrá mayor trabajo para ponerse al día.

* para ser eficaces , las consecuencias deben ser percibidas por la persona, como una consecuencia lógica de su comportamiento, y no depende de la voluntad del otro.

* la utilización de las consecuencias lógicas y naturales tiene como objetivo motivar a las personas a tomar decisiones responsables, no manipular a otros. Las consecuencias son eficaces solamente si se evita tener fines ocultos como querer ganar o controlar.

* conviene ser amable y firme a la vez. Amable en el momento de presentar las opciones de alternativa. Firme en el momento de mantener la decisión y respetar el espacio de responsabilidad.

*dar mensajes claros. Evitar dar sermones. Hablar poco y actuar más.

* cuando se hacen por un niño o por un adulto las cosas que tendría que hacer él, se le priva del respeto por sí mismo, del desarrollo de su autonomía de la responsabilidad de sus actos.

*evitar luchas de poder. Negociar sobre la base del respeto mutuo. Expresar su punto de vista con claridad y ofrecer una alternativa.


* ser paciente. Puede pasar algún tiempo antes de que las consecuencias naturales y lógicas produzcan sus efectos.

Fiesta de San Ignacio de Loyola- 31 de julio del 2013

ACERCANDOSE LA FESTIVIDAD DEL SANTO, ES BUENO LEER QUIÉN ERA Y LOS FUNDAMENTOS DE SU OBRA TAN GRANDE Y PROFUNDA

San Ignacio y Sus Primeros Años

Joven Ignacio en su armadura. Iñigo de Loyola nació en 1491 en Azpeitia, en la provincia vasca de Guipúzcoa en el norte de España. Era el más pequeño de trece hijos. A los 16 años sus padres lo enviaron a servir como paje de Juan Velázquez, el administrador del reino de Castilla. Como miembro de la casa de Velázquez, Iñigo frecuentaba la corte y desarrolló el gusto por los placeres que ésta ofrecía, especialmente las mujeres. Era adicto al juego, le gustaban las batallas y tomaba parte en duelos de vez en cuando. De hecho, en una querella entre los Loyola y otra familia, Ignacio, su hermano, y otros parientes dieron una emboscada a algunos clérigos que eran miembros de la otra familia. Ignacio tuvo que escaparse de la ciudad. Cuando por fin lo llevaron ante la justicia, alegó inmunidad clerical utilizando la excusa de que había sido tonsurado de muchacho, y por lo tanto estaba exento de persecución civil. La defensa había sido engañada porque durante muchos años Ignacio había vestido como guerrero, con escudo y armadura, llevando espada y otras armas — ciertamente no el traje normal de un clérigo. El caso se prolongó por semanas, pero al parecer los Loyola eran poderosos. Probablemente gracias a la influencia de su poder, se abandonó el pleito contra Ignacio.
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domingo, 28 de julio de 2013

EVANGELIO EXPLICADO Domingo 28 de julio 2013



Domingo XVII del tiempo ordinario - Ciclo C - (28 de julio 2013)

Una vez, Jesús estaba orando en un lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús les dijo: -Cuando oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal. No nos expongas a la tentación.” 
También les dijo Jesús: -Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa, y no tengo nada que darle.” Sin duda el otro no le contestará desde adentro:“No me molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo ya estamos acostados; no puedo levantarme a darte nada.” Les digo que, aunque no se levante a darle algo por ser su amigo, lo hará por su impertinencia, y le dará todo lo que necesita. Así que yo les digo: Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! (Lucas 11, 1-13).

1. Cuando oren, digan: “Padre…”

Varias veces los evangelios nos presentan a Jesús en oración, siendo ésta una de las características que más resaltan de aquél Maestro bueno que se mantenía en constante unión con el Dios cuya cercanía predicaba y al que llamaba Padre. Esta invocación aparece en algunos pasajes con la palabra Abbá, que, en el idioma arameo empleado por Jesús significaba exactamente lo mismo que nosotros expresamos con el término Papá. Por eso, cuando los discípulos de Jesús le piden a su Maestro que les enseñe a orar como Juan el Bautista lo había hecho con los suyos, comienza diciéndoles cómo invocar a Dios Creador: como a un padre bondadoso y compasivo, reconociéndonos por tanto como sus hijos y, por ello mismo, como hermanos entre nosotros. Nadie antes se había dirigido así a Dios, y en eso consiste en gran parte la novedad del mensaje de Jesús. En las dos versiones del “Padre nuestro” que aparecen en los evangelios, la oración se hace en plural: tanto en la de Mateo -que es la más extensa, la empleada por la liturgia y la que nosotros rezamos- y la de Lucas -que corresponde al evangelio de este domingo-. Esta forma en plural quiere decir que, cuando Jesús enseña a sus discípulos a orar, los exhorta a superar el individualismo egoísta y tener en cuenta a toda la humanidad. Por eso el “Padre nuestro” es una oración solidaria, en la que si decimos “danos cada día nuestro pan…”, o si pedimos perdón o imploramos ayuda para no caer en la tentación, no lo estamos haciendo para uno o unos cuantos, sino para todos.

2. El Padre Nuestro es oración de alabanza, ofrecimiento y petición

El “Padre Nuestro” suele ser considerado como una oración de petición, y en verdad lo es. Sin
embargo, lo primero que encontramos en ella es la alabanza, en segundo lugar el ofrecimiento, y por último vienen las peticiones, una de las cuales es la del perdón pero que también implica la disposición a perdonar. Primero está la alabanza, porque al decir santificado sea tu nombre, expresamos nuestra gratitud y nuestro deseo de que el Creador, que se reveló en el monte Sinaí con el nombre de “Yahvé” (Yo soy), sea reconocido y glorificado en su ser como un Padre que nos ama a todos sus hijos e hijas. Luego está el ofrecimiento, porque cuando decimos venga tu reino -o ven a reinar en nosotros-, le estamos ofreciendo nuestra disposición a que su poder, que es el poder del Amor, dirija nuestra vida personal y social para que así podamos ser todos felices, que es lo que Él quiere. La versión del Evangelio según san Lucas, correspondiente a este domingo, omite la frase “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, que sí aparece en el de san Mateo. Pero, en definitiva, esta frase ya está implícita en la anterior (venga tu Reino), pues la realización del Reino de Dios es justamente el cumplimiento de lo que él quiere, que se haga presente cada vez más en nosotros el poder de su Amor. Y después de la alabanza y el ofrecimiento, vienen las peticiones propiamente dichas. Jesús nos invita a pedir que no nos falte el alimento: danos cada día el pan que necesitamos; no se trata solamente del pan material, sino también del espiritual que recibimos con la Palabra de Dios y la comunión en la Eucaristía. Jesús nos invita a pedir perdón, manifestando nosotros nuestra disposición a perdonar: Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal. Y finalmente, Jesús nos invita a pedirle al Creador que no nos exponga a la tentación, lo (aquí concluye la versión de Lucas, mientras que la de Mateo agrega “y líbranos del maligno”). Son tres peticiones que a su vez nos recuerdan las tres necesidades fundamentales de nuestra vida: el alimento diario, la reconciliación con nuestros prójimos como condición para estar en paz con Dios, y la fuerza protectora de su Espíritu para no dejarnos vencer por las tentaciones y el poder del mal.

3. Lo que ante todo debemos pedir en la oración

Un detalle muy importante en el Evangelio de hoy es la conclusión que saca Jesús de su parábola del amigo insistente, con la que concluye su enseñanza sobre la oración: “Pues si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”. Con esta reflexión Jesús no sólo nos invita a pedir con constancia, sino además a pedir lo que de verdad y ante todo necesitamos. Muchas veces podemos experimentar la tentación de desanimarnos y desistir de la oración porque sentimos que Dios no atiende a nuestras peticiones. Pero lo que puede estar ocurriendo en estos casos es que el Señor no nos concede lo que no nos conviene para nuestra verdadera felicidad, que en definitiva es la felicidad eterna. Por eso lo primero que debemos pedirle es justamente la disposición que necesitamos para recibir lo que sólo Él sabe que es más conveniente para nuestra vida. Esta disposición sólo podemos tenerla si actúa en nosotros el Espíritu Santo, y éste es precisamente el sentido de la frase venga tu Reino: dejar que actúe en nosotros el poder de Dios, que es el poder del Amor.

martes, 23 de julio de 2013

EL ESPACIO CONTAMINADO SALVADOR-VICTIMA-PERSEGUIDOR


EL ESPACIO CONTAMINADO
SALVADOR-VICTIMA-PERSEGUIDOR

Para desarrollar nuestra competencia y utilizar las consecuencias lógicas con fines educativos, , es conveniente conocer ciertas posturas  psicológicas o tendencias de la conducta humana. Al relacionarse entre sí, las personas suelen tomar posiciones y representar roles. Se adoptan posturas, generalmente inconscientes, de salvado, de Víctima, o de Perseguidor.
Cuando estas tendencias se exageran  y se utilizan como máscaras, la persona se vuelve manipuladora. Busca atraer la atención y lograr sus objetivos. Estas exageraciones se llaman juegos e impiden vivir relaciones profundas y gratificantes. Se juega en lugar de vivir. Podemos identificar nuestra tendencia y moderarla, buscando el equilibrio a partir del triángulo de Karpan 

SALVADOR: es alguien que con el pretexto de ayudar, sobreproteje y mantiene a los demás dependientes de él. Invita a que le tengan lástima.

VÍCTIMA: es alguien que se relaciona con los demás a partir de su impotencia, de su debilidad. Crea culpabilidad. Invita a que lo abandonen.
PERSEGUIDOR: es alguien que fija límites, corrige y pone reglas innecesariamente estrictas. Desacredita y disminuye. Invita a la venganza.

Al crear relacionamientos falsos, comunicación superficial y dependencias inaceptables, estas tendencias contaminan el espacio y hacen que el otro detenga su crecimiento.

Muchas veces, cuando decidimos aplicar las consecuencias lógicas, descubrimos que la situación  se creó porque hemos invadido el espacio del otro jugando uno de estos roles.

domingo, 21 de julio de 2013

Domingo 21 de julio 2013:Dos formas distintas de atención al Señor



Domingo XVI del tiempo ordinario - Ciclo C - (21 de julio 2013)
Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, fíjate que mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lucas 10, 38-42).

1. Dos formas distintas de atención al Señor
Por los datos que encontramos en los otros tres evangelios, pero especialmente en el de Juan, el pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas se llama Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos de una familia que tenía una especial amistad con Jesús. El Evangelio de Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque seguramente no el único, pues el evangelista menciona además a los doce apóstoles. De Lázaro no se nos dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende a los invitados de distinto modo. Marta preparándoles algo de comer y beber, y María dedicada únicamente a escuchar a Jesús. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso estar con ellos y escucharlos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios? Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. En la Iglesia existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración (que son las propias por ejemplo de las comunidades llamadas “contemplativas”), otras dedicadas al trabajo externo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, sea en diferentes comunidades religiosas o en variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio a través del cual se presta un servicio constructivo a los demás. Todas estas formas de servir a Dios son valiosas, pero, eso sí, en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado.

2. No desperdiciar la presencia del Señor
La primera lectura bíblica de este domingo, tomada del Génesis (18, 1-10a), nos cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó a Abraham y a Sara su presencia a través de aquellos visitantes, para anunciarles que tendrían un hijo. Abraham hubiera podido dejar pasar de largo a los tres caminantes, pero no desperdició la presencia de Dios, como tampoco la desperdiciaron Marta y María en Betania al recibir y atender a Jesús. Él está en el sagrario, pues en la Eucaristía ha querido dejarnos su presencia real. Pero también se nos hace presente de muchas otras formas, por ejemplo en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia? Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en la vida cotidiana de cada uno y cada una de nosotros de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía y su presencia.

3. “Sólo una cosa es necesaria…”
Muchas veces el ajetreo de las preocupaciones materiales nos impide atender a nuestras necesidades espirituales y prestar la atención debida a lo que nos quiere decir el Señor. De tal manera podemos dejarnos envolver por el activismo, que no encontremos tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a situaciones en las cuales no tenemos espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios. Pensemos por ejemplo en la familia: esposos y esposas enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la recreación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación). Por eso, a la luz de la Palabra de Dios, revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de la verdadera prioridad, que en definitiva es lo “único necesario”: abrir espacios en nuestra vida para escuchar a Dios en el silencio interior de la oración personal y en lo que pueden o necesitan decirnos las personas con quienes convivimos y trabajamos. Todo lo demás vendrá por añadidura.- 

sábado, 13 de julio de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 14 DE JULIO DEL 2013




En cierta ocasión, un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué es lo que lees? El maestro de la Ley contestó: -'Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente';y 'ama a tu prójimo como a ti mismo.' Jesús le dijo: -Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida.Pero el maestro de la Ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo?Jesús entonces le contestó:  -Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: 'Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.' Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la Ley contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo.(Lucas 10, 25-37).


1. “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”
Cuando Jesús contesta a esta pregunta del maestro de la Ley con otra que lo remite a la Sagrada Escritura (cuyos cinco primeros libros componen lo que en hebreo se llama la “Torá”,es decir, la Ley), lo invita a que este mismo, que se precia de conocerla al pie de la letra, se confronte ante lo que en ella se dice. La primera lectura de este domingo, tomada de uno de los 5 libros de la Torá, el Deuteronomio (30, 10-14), nos invita a escuchar la voz de Dios y guardar sus mandamientos, que son conocidos y están al alcance de todos.  Y en el Evangelio, el maestro de la Leyal responderle a Jesús cita en primer lugar otro pasaje del mismo Deuteronomio (escrito hacia el siglo VII a. C. y que en griego significa “la segunda formulación de la ley”): Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu (6, 4- 5). Este es el primero de los diez mandamientos, descritos anteriormente en el Éxodo (20, 1- 17) -otro libro de la Torá cuyo nombre significa “salida” y que narra la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto-, y nuevamente formulados en el Deuteronomio (5, 1-21).  Pero para explicitar con mayor claridad la esencia de la Ley de Dios, es preciso citar además -y es lo que hace el mismo maestro de la Ley- otro precepto que se encuentra también en la Torá, en el libro llamado Levítico, correspondiente a la tradición sacerdotal judía según la cual los levitas o descendientes de la tribu de Leví -uno de los 12 hijos de Jacob- se ocupaban desde el siglo V a. C. de la administración del culto en el Templo de Jerusalén. En este libro, después de una nueva evocación de los diez mandamientos y de otros preceptos referentes a las relaciones humanas (19, 3-18a), se concluye diciendo: Ama a tu prójimo como a ti mismo (19,18b).


2.“¿Y quién es mi prójimo?”
Toda la Ley de Dios se resume en una sola palabra: hesed en hebreo, ágape en griego. Estos términos bíblicos equivalen en castellano a nuestro término amor (o caridad) en su sentido más completo: el amor benevolente, que supera la autosatisfacción del “ego” para querer por encima de todo el bien del otro. Su grado máximo es la compasión, es decir, la disposición efectiva a compartir el sentimiento y aliviar la situación de quien padece cualquier tipo de dolor o necesidad. Por eso la “parábola del buen samaritano” puede llamarse también parábola de la compasión y parábola del prójimo. Los judíos solían considerar prójimos -próximos o cercanos- a los de su misma raza, cultura, nación o religión. Jesús, en cambio, muestra como prójimo nada menos que a un extranjero, perteneciente a un pueblo de distinta procedencia étnica y de distinto credo, y además enemigo de los judíos. Esta forma de pensar de Jesús era inconcebible para sus contemporáneos y sigue siéndolo hoy para quienes no son capaces de reconocer la dignidad de cualquier ser humano. Por eso la parábola del buen samaritano constituye una enseñanza no sólo en el sentido de la compasión como grado máximo del amor, sino aún más: nos enseña también que el prójimo es cualquier persona, sin importar las diferencias, y especialmente toda persona necesitada; y además que Jesús mismo, representado en el samaritano, es nuestro “prójimo”, el Dios próximo, el Dios cercano, el Dios-con-nosotros, el Dios compasivo y misericordioso que se hizo hombre para salvarnos, hasta dar su vida por toda la humanidad con su sangre derramada en la cruz -como escribe san Pablo en su carta a los Colosenses, de la cual está tomada la segunda lectura-, y por eso podemos dirigirnos a él con las palabras del Salmo 69 (68), que se encuentra entre las lecturas de este domingo: Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compasión vuélvete hacia mí … Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu salvación me levante.

3- Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo.
Es muy común la expresión “yo no le hago mal a nadie”, por parte de quienes dicen que no tienen nada de qué arrepentirse. No obrar el mal ya es algo en un mundo o un país plagado de violencia. Pero no es suficiente. Además del pecado de acción, existe el de omisión, que es el más frecuente y nos hace cómplices de la injusticia social, la primera de todas las violencias, cuando pasamos de largo y nos desentendemos del pobre, del necesitado, del oprimido, del marginado, del excluido, del que sufre. Tal es en la parábola de Jesús la actitud del sacerdote y del levita (o funcionario del culto), que consideraban más importante llegar temprano al templo que atender a aquél pobre hombre que yacía en el camino malherido y medio muerto.  Al rezar el Yo confieso, reconocemos ante Dios y la comunidad que hemos pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y una de las modalidades más frecuentes del pecado de omisión es dejar de hacer el bien a las personas necesitadas. Que nuestra reflexión sobre la parábola del buen samaritano, de la compasión o del prójimo, nos confronte y nos impulse a no pasar de largo ante tantos hombres y mujeres que sufren los efectos de la injusticia social y de todas las demás formas de la violencia.