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lunes, 30 de septiembre de 2013

sábado, 28 de septiembre de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO



Domingo XXVI del tiempo ordinario - Ciclo C - (29 de septiembre de 2013)
En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola: - «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos vio de lejos a Abraham y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas." Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia ustedes, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." Abraham le dijo: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."» (Lucas 16, 19-31).


1. El drama del pobre ante la indiferencia del rico
El sufrimiento de los pobres ante la indiferencia de los ricos es un tema recurrente en la Biblia. El profeta Amós, por ejemplo, de cuyo libro está tomada la primera lectura (Amós 6, 1a.4-7), critica “la orgía de los disolutos”, insensibles ante la realidad de los marginados y excluidos, y Evangelio nos presenta el relato conocido como la Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lucas 16. 19-31). El nombre Epulón es sinónimo de banqueteador. Y Lázaro es un nombre proveniente del hebreo El’azar, que significa “Dios ayuda”. En la parábola, mientras el destino final del rico Epulón es un estado de sufrimiento por no haberle importado la suerte del pobre Lázaro, éste después de su muerte disfruta de una vida feliz en “el seno de Abraham”, figura simbólica que corresponde a un estado de paz. Estas descripciones corresponden a lo que suele llamarse respectivamente el infierno y el cielo, que no son lugares físicos, sino estados espirituales en una dimensión diferente de las del espacio y el tiempo.

2. La pobreza de muchos no es culpa de Dios, sino del egoísmo humano
Jesús en la parábola no dice que el rico estuviera maltratando al pobre. Pero coexistía con él sin importarle su miseria. Por eso el destino final del “Epulón” es el “infierno”, es decir, el estado de sufrimiento perpetuo de quien ha optado por encerrarse en su egoísmo en lugar de abrirse activamente al Amor (es decir, a Dios, que es Amor). A primera vista, la parábola parecería corroborar la mentalidad de quienes predican la resignación conformista de los pobres porque en el “más allá” recibirán el alivio de su miseria. No es éste el sentido del Evangelio. El mensaje de Jesús, no sólo con su predicación sino también con su ejemplo, consiste, por el contrario, en un llamado a la compasión efectiva, solidarizándonos con quienes padecen la pobreza para contribuir a que salgan durante su vida terrena de esa situación, que no proviene de Dios, sino de la injusticia social que a lo largo de la historia humana ha ido haciendo que unos pocos acumulen cada vez más riquezas a costa de un número cada vez mayor de desposeídos, marginados y excluidos.

3. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo, qué debemos hacer?
Los índices estadísticos de la pobreza en el mundo son un llamado a nuestra reflexión:
Ante esta realidad, ¿qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué debemos hacer para contribuir a transformar esta situación? ¿Vivimos indiferentes, o nos duele la miseria que
vemos a nuestro alrededor? ¿Nos contentamos con “no hacerle mal a nadie”, o vamos más allá, saliendo de la indiferencia insensible y contribuyendo a la instauración de una sociedad más justa en la que todos sin exclusiones, empezando por los más pobres, vean realizado su derecho a una vida digna como personas, como hijos de Dios? A la luz de estos interrogantes cobra todo su sentido la exhortación del apóstol Pablo en la segunda lectura (1 Timoteo 6, 11-16): “practica la justicia, la piedad (…), el amor”. En la mentalidad bíblica, la justicia es no sólo la equidad en las relaciones sociales en cuanto reconocimiento eficaz de la dignidad y los derechos de todo ser humano, sino ante todo la opción preferencial por los más pobres, para que sean ellos los primeros en ser atendidos; la piedad es no sólo la relación de unión con Dios mediante la oración y los ritos religiosos, sino ante todo la actitud práctica de compasión de quien siente como suyo propio el sufrimiento de los demás -y esto es precisamente lo que significa la palabra com-pasión, no la lástima sino la actitud de compartir el dolor con el que sufre-; y el amor que nos enseña Jesucristo es no sólo el afecto hacia las personas que nos caen o nos tratan bien, o que nos pueden recompensar, sino ante todo la solidaridad con los
desposeídos para buscar con ellos la liberación de su miseria. Nos reunimos en la Eucaristía alrededor de una misma mesa en la que partimos el pan para compartir como hermanos, hijos del mismo Dios Creador, la presencia y la vida de su Hijo, Jesucristo muerto en la cruz y resucitado. Dispongámonos, movidos por su Espíritu, a realizar en nuestra existencia cotidiana lo que aquí significamos, compartiendo lo que tenemos especialmente con los más necesitados, para que así se manifieste entre nosotros y en nuestra sociedad la presencia de Dios que es Amor.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Evangelio del Domingo 22 de Septiembre del 2013



Domingo XXV del tiempo ordinario - Ciclo C - (22 de septiembre de 2013)
En aquel tiempo les dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Había un hombre rico que tenía un mayordomo; y fueron a decirle que éste le estaba malgastando sus bienes. El patrón lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es esto que me dicen de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque ya no puedes seguir siendo mi mayordomo’. El mayordomo se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me deja sin trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener quienes me reciban en sus casas cuando esté sin trabajo’. Llamó entonces uno por uno a los que le debían algo a su patrón. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi patrón?’ Le contestó: ‘Le debo cien barriles de aceite’. El mayordomo le dijo: ‘Aquí está tu vale; siéntate enseguida y haz otro por cincuenta solamente’. Después preguntó a otro: ‘Ý tú, ¿cuánto le debes?’ Éste le contestó: ‘Cien medidas de trigo’. Le dijo: ‘Aquí está tu vale; haz otro por ochenta solamente’. El amo reconoció que el mayordomo había sido listo en su manera de hacer las cosas. Y es que cuando se trata de sus propios negocios, quienes pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz. Les aconsejo que usen las riquezas de este mundo pecador para ganarse amigos, para que cuando las riquezas se acaben, haya quien los reciba a ustedes en las viviendas eternas. El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho. De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece? Ningún sirviente puede servir a dos señores, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16, 1-13).

1. La parábola del administrador astuto
En esta parábola Jesús nos invita a obrar siempre con benevolencia hacia los demás, para que ellos a su vez “nos reciban en las viviendas eternas”. Pero podemos preguntarnos: ¿No es ésta una invitación a actuar por puro interés egoísta? Nada más lejos del mensaje de Jesús, pues Él mismo nos muestra con su propia vida todo lo contrario: su benevolencia y misericordia infinita hacia todo ser humano, de cualquier condición, pero especialmente hacia los pobres, marginados o excluidos, sin esperar devolución alguna de favores. Entonces ¿en qué quedamos? La clave nos la da el mismo Jesús: si los que él llama quienes pertenecen al mundo (en otras traducciones los hijos de este mundo), es decir, los que no son sus discípulos, son capaces en el mundo de los negocios de ganarse amigos haciéndoles favores con propósitos de lucro, quienes sí lo somos o queremos serlo deberíamos no dejarnos ganar en astucia, pero para actuar ya no movidos por el interés de un pago material, sino por razón de la felicidad espiritual que se logra al obrar con misericordia.
Ahora bien, existe el peligro de hacer obras de caridad con la pretensión de acallar la mala conciencia, como suelen hacerlo quienes acumulado dineros mal habidos. Nada más lejos de lo que nos enseña la Palabra de Dios. Precisamente en la primera lectura (Amós 8, 4-7), el profeta critica duramente la conducta de los explotadores que hacen trampa y compran por dinero al pobre. Por lo tanto, no se puede limpiar la conciencia como pretenden hacerlo los cínicos al mostrar una pretendida caridad que nada tiene que ver con el auténtico amor al prójimo, el cual no se compadece con la injusticia ni con la deshonestidad. 

2. Dos máximas para nuestra reflexión
Aparecen también en el Evangelio de este domingo dos máximas para nuestra reflexión: La primera es esta: quien no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho. Jesús hace énfasis en la honradez, en medio de un mundo invadido por la corrupción. Los comportamientos se aprenden en el hogar desde la infancia, a partir del ejemplo de los padres como primeros educadores. Quien desde niño o niña aprende a respetar hasta en los más pequeños detalles a los demás viendo el ejemplo de ello en sus padres y sus mayores, será cuando crezca una persona decente y honrada; pero quien movido por el mal ejemplo aprende a robar en lo poco y no es educado para la honradez, es seguro que de adulto será un corrupto de marca mayor. La segunda máxima es esta: no se puede servir a Dios y a las riquezas. Se trata de escoger entre el verdadero Dios y el falso dios dinero. Cuando el dinero o los bienes materiales no se usan como medios sino que se convierten en fines, sucede lo que vemos a nuestro alrededor: el ser humano es tratado como objeto de compraventa y se pisotea al pobre, instaurándose el reino de la injusticia social, opuesto diametralmente al Reino de Dios. Cuando se le rinde culto al dinero o a las riquezas materiales, se sacrifica a las personas al incrementar cada vez más el número de marginados y excluidos.

3. “Orar por los que gobiernan y por todas las autoridades”
Finalmente, una reflexión sobre la segunda lectura, tomada de la primera Carta de San Pablo a Timoteo (2, 1-8). El apóstol exhorta a su amigo y discípulo para que promueva la oración “por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica”. La única forma de lograr una vida tranquila y pacífica que supere las situaciones de violencia -empezando por acabar con la injusticia social que es la primera de estas situaciones-, es reconocernos todos en nuestra dignidad de personas humanas y respetar cada cual los derechos del otro. Para que esto suceda hay que crear y desarrollar estructuras sociales que garanticen ese reconocimiento y ese respeto, erradicando de la sociedad toda forma de corrupción. Todos deberíamos contribuir a un cambio que haga esto posible, pero en esta exigencia tienen una responsabilidad especial quienes están constituidos en autoridad: en la familia, en las instituciones educativas, en las empresas, en las organizaciones, en las entidades estatales, en todos los estamentos de la sociedad. Dispongámonos a poner en práctica las enseñanzas de Jesús, para que podamos ir logrando este anhelo de todas las personas de buena voluntad.-

martes, 17 de septiembre de 2013

EL MENSAJE TU Y EL MENSAJE YO, COMO RECONOCERLOS



CONTINUAMOS DESARROLLANDO LA EXPLICACIÓN SOBRE EL MENSAJE YO, EL MENSAJE TU Y COMO PONERLO EN PRÁCTICA EN NUESTRA VIDA PARA MEJORAR LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL.

El mensaje Yo y la confrontación tú
Podemos comprobar que en nuestra cultura existe la tendencia a hablar en tú en vez del hacerlo en yo.
Con mucha facilidad responsabilizamos al otro de nuestras vivencias y encontramos a los culpables de nuestras frustraciones y nuestros sentimientos desagradables. En una situación penosa, es muy común escuchar " es tu culpa" " me hiciste equivocar" .
El mensaje así codificado se vuelve una mera justificación de una responsabilidad mía que me niego a asumir. Casi todos los problemas en la comunicación parten desde los mensajes tu. El mensaje tu es un código inadecuado para habla desde mi espacio. Es agresivo, culpabilizador, complica la relación y perturba la comunicación  " Me tenes cansada" " me impedís trabajar" ..el que habla en tú se ubica en el espacio del otro y le atribuye una responsabilidad que no le corresponde, en lugar de hacerlo desde la situación creada desde su propio espacio. Esto equivale a expresarse desde el exterior. 

Características del mensaje tu
Es común atribuir al otro la responsabilidad de un sentimiento desagradable, agradable, de un éxito o de una equivocación  " tu me haces feliz" "tu me pones triste" "me hiciste equivocar" 

Estos mensajes responden inevitablemente a alguna de las siguientes características: 

1- transfieren al otro un poder falso
Nadie tiene el poder de alegrarme, entristecerme, si yo no le dejo tener ese poder. Nadie me desalienta si yo no le doy el poder de hacerlo. Lo que ocurre en verdad es que yo me dejo desalentar.
2- Contienen una acusación
Me defiendo acusando al otro. Es en realidad una defensa auto-evasiva  Me hiciste equivocar de camino. Por tu culpa chocamos. Me sacaste la paz.
3- Son juicios, inaceptables o imprudentes generalmente exagerados o erróneos  A veces se acercan a la adulación. Sos complicado. Sos maravilloso, único. Sos un cobarde.
4- Son proyecciones. Este es un mecanismo por el cual proyecto en el otro mis propios sentimientos y motivaciones. Tu no me aceptas. Tu no me quieres como antes. Tu me rechazas.
5- Efectos del mensaje tu.
Estos mensajes complican la comunicación y las relaciones. En primer lugar por que el que los recibe se siente herido o provocado, y entonces se cierra a comunicarse o reacciona defendiéndose  Ademas son ineficaces porque manejan un código equivocado, que no corresponde a la realidad. Comunicarse desde el propio espacio, es hablar desde mi interior, es hablar en yo: yo pienso... yo siento...yo necesito...

EL MENSAJE YO
Cuando utilizo el mensaje yo puedo expresar mis sentimientos, mis necesidades y mis valores con honestidad, respeto y amabilidad, teniendo en cuenta al otro. Hablar en yo supone estar en contacto con mi interioridad, con mi realidad personal y al mismo tiempo desarrollar la capacidad de clarificar e identificar mis necesidades, mis sentimientos y valores. Yo necesito este trabajo terminado para mañana...
Estoy muy contenta...
Soy una persona honesta y no acepto esta propuesta...

      

domingo, 15 de septiembre de 2013

EVANGELIO DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE 2013



Domingo XXIV del tiempo ordinario - Ciclo C - (15 de septiembre de 2013)
Solían acercarse a Jesús los publicanos o recaudadores de impuestos y los pecadores para escucharlo. Y los fariseos y los escribas doctores de la ley murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come
con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
“Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y al encontrarla, reúne a las amigas y vecinas para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.’ Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.” También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia.’ El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’ Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los empleados le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.’ Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentaba persuadirlo, y él le replicó: ‘Mira: en tantos años que llevo sirviéndote sin desobedecer una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando viene ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.’ El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ ” (Lucas 15, 1-32).
1. Jesús revela con sus hechos y palabras a un Dios compasivo
La primera de estas narraciones llamadas “parábolas de la misericordia” -la de la oveja perdida y rescatada-, inspiró a los cristianos que se refugiaban en las catacumbas de las afueras de Roma durante las persecuciones desatadas contra ellos. En una de esas catacumbas, la de San Calixto, fue encontrada la imagen figurativa más antigua que se conoce de Jesús: la de un joven pastor que carga una oveja sobre sus hombros. Con esta parábola, como también con la segunda, la de la moneda perdida y hallada, Jesús quiso mostrar la misericordia infinita de Dios que busca al pecador para que se convierta. Y con la tercera, conocida como la parábola del “hijo pródigo” (o derrochador), pero que en su sentido completo debería llamarse más bien la parábola del “padre misericordioso y del hijo arrepentido”, nos muestra el amor infinito de Dios a quien, reconociendo y confesando su pecado, le pide perdón: sin dejarle terminar la confesión que había preparado, el Padre recibe con un abrazo a su hijo que ha vuelto y le celebra una fiesta.

2. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo
Los fariseos y escribas o doctores de la ley, que se consideraban a sí mismos santos, rechazaban a Jesús porque dejaba que se le acercaran los “publicanos” o recaudadores de impuestos del imperio romano, que eran considerados pecadores por trabajar para los opresores y enriquecerse a costa de los contribuyentes. Y murmuraban contra él porque no sólo acogía a los pecadores, sino incluso comía con ellos. La actitud farisaica, soberbia e incapaz de compasión, que existe también actualmente en no pocas personas que se creen superiores a los demás, corresponde a la del hijo mayor de la tercera parábola. Jesús, en cambio, con su actitud misericordiosa, no sólo nos muestra cómo se comporta el Dios verdadero, totalmente distinto del falso dios rencoroso y vengador en el que creen los fanáticos religiosos, sino que además nos invita a tener nosotros la misma actitud de compasión y la misma disposición a perdonar que Él nos ha enseñado con su propio ejemplo como Dios hecho hombre. En otro pasaje del mismo Evangelio (Lucas 6, 36), Jesús nos dice: “Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo”. Esta frase corresponde a la que nos trae el Evangelio según san Mateo (5, 48), dicha también por Jesús en el mismo contexto: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”, lo cual quiere decir que la perfección de Dios consiste precisamente en su compasión.

3. Perdonar como Dios perdona y pedir perdón como el hijo arrepentido
El Dios verdadero, tal como nos lo presenta la primera lectura (Éxodo 32, 7-11.13-14), es un Dios que “se arrepiente” de la amenaza que le había hecho a su pueblo. Así, ya desde el Antiguo Testamento se nos va mostrando una evolución en la forma de reconocer al Dios verdadero, al que Jesús iba a revelar como un padre infinitamente misericordioso. Y ese mismo Dios compasivo es el que nos presenta el apóstol San Pablo en la segunda lectura (I Timoteo 1, 12-17): “Dios tuvo compasión de mí (…)”. “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero (…)”.

jueves, 12 de septiembre de 2013

MENSAJE YO:EXPRESARME DESDE MI ESPACIO SIN HERIR

Mi espacio como persona.
Para crecer,vivir en armonía y ser feliz, la persona necesita asumir su espacio. Al hacerlo, busca realizar lo mejor de si, desarrollar sus potencialidades, su valor personal y mantener un buen relacionamiento con los demás.
Pero asumir su espacio no significa inflar el yo, ni desarrollar un orgullo egocéntrico  sino constituirse en una persona responsable, autónoma y en crecimiento. Cada persona, es dueña de su espacio y tiene derecho a crecer en él. Sin embargo en esta tarea no podemos negar que existen algunos obstáculos  Estos pueden ser de orden subjetivo: timidez, baja autoestima, complejos....y de orden objetivo: sistemas autoritarios, inhibiciones sociales y económicas, presiones, etc.
Es cierto que yo no tengo poder sobre ciertos factores externos a mi persona, pero si sobre mi interior. El espacio es mio, me pertenece y soy el único responsable de asumir la gestión de mi vida.
 Asumo la responsabilidad de mi espacio: me expreso desde mi interior
La persona que asume su espacio aprende a relacionarse con firmeza y con calma. Es capaz de expresar con espontaneidad su opinión, sus sentimientos, sus necesidades y sus valores, respetando el espacio de los demás  Al comunicarse desde su espacio, la persona lo hace desde su interior, desde su personalidad propia, sin herir ni crear hostilidades. Expresarse diciendo: "esto es lo que soy, esto es lo que pienso, lo que siento, lo que necesito, esta es la forma en que lo veo..." es desarrollar un comportamiento afirmativo. Cuando hablo así  yo me considero una persona que tiene derechos y valores y hablo a partir de ellos. Pero también , cuando los siento amenazados, soy capaz de afirmarlos.
En el comportamiento afirmativo también puedo expresar mi desacuerdo y mi ira, pero no lo hago en forma acusadora. Puedo decir:" cuando llegas tarde me siento molesto" " yo decidí no hacer cosas que vayan en contra de mis valores" Este comportamiento es eficaz y liberador. Al comunicarse así  yo tengo mas poder de decisión  mas autonomía en mis relaciones interpersonales, y crezco en responsabilidad. Asumo mis necesidades, me expreso con honestidad, y no me dejo explotar ni psicológica ni socialmente. Elijo yo mismo mis objetivos y puedo lograrlos sin invadir el espacio ajeno. Estoy contento conmigo mismo, experimento un sentimiento de bienestar personal.

domingo, 8 de septiembre de 2013

EVANGELIO DOMINGO 8 DE SEPTIEMBRE DEL 2013

Domingo XXIII del tiempo ordinario - Ciclo C - (8 de septiembre de 2013)
Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: -Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? De otra manera, si pone los cimientos y después no puede terminarla, todos los que lo vean comenzarán a burlarse de él diciendo: 'Este hombre empezó a construir y no pudo terminar.' O si algún rey tiene que ir a la guerra contra otro, ¿no se sienta primero a calcular si con diez mil soldados puede hacer frente a quien va a atacarlo con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro esté aún lejos le mandará mensajeros a pedir la paz. Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14, 25-33).

En el Evangelio de este domingo Jesús plantea las exigencias que implica la decisión de seguirlo. Tratemos de aplicar este texto del Evangelio a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de la liturgia eucarística de hoy: Sabiduría 9, 13-18; Salmo 90 (89); Carta de san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17.


1. La verdadera sabiduría

 En el lenguaje bíblico la sabiduría es entendida como la capacidad de identificar y emplear lo smedios que más y mejor puedan conducirnos a cumplir la voluntad de Dios y así alcanzar la verdadera felicidad, que es el fin último para el cual fuimos creados. Dios quiere que cada persona llegue a ser plenamente feliz, viviendo en armonía con su propia conciencia, con la naturaleza, con todos los seres humanos y con Él, de acuerdo con su plan creador que es un plan de amor. Jesús, con sus enseñanzas y su ejemplo, nos mostró cómo lograr este fin y nos invita a seguirlo, dándole prioridad a la voluntad de Dios por encima de cualquier lazo afectivo, incluso de la propia familia y de los propios intereses. Así lo entendieron y vivieron los primeros cristianos, cuando dentro de sus parientes encontraban oposición para el seguimiento de Jesucristo. La primera lectura (Sabiduría 9, 13-18) dice: ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? El designio de Dios es su voluntad, que se va concretando para cada persona en el transcurso de su vida. Y esta voluntad de Dios para cada cual la descubrimos mediante la oración personal.

2. La importancia de planear para el futuro

Con las alegorías de la construcción de la torre y la preparación de la batalla, Jesús nos indica la importancia de la planeación del futuro. En todas las empresas humanas, en todo proyecto que una persona decida realizar, tiene que programar no sólo los pasos o las etapas requeridas para lograr con éxito su objetivo -que además debe estar muy claro desde el principio-, sino también la utilización de los medios o recursos necesarios.

Jesús les propone a sus discípulos, a toda persona que quiera seguirlo, un proyecto concreto de vida que consiste básicamente en colaborar con Él para que Dios, o sea el Amor, reine en su existencia personal, y mediante esto, conseguir la felicidad eterna. Esta tarea, que no es otra que el establecimiento y el desarrollo de lo que en los Evangelios se llama el Reino de Dios, implica un constante discernimiento, una reflexión que, desde el examen y la oración personal, nos conduzca a identificar cómo quiere el Señor que actuemos para seguirlo en nuestras opciones fundamentales y en las situaciones cotidianas de nuestra vida, con qué medios contamos y en qué forma debemos emplearlos para lograr el fin para el cual Dios nos creó, que es precisamente el de ser felices. Todo esto supone y exige que tengamos en cuenta la finitud de nuestra existencia. En el salmo responsorial -Salmo 90 (89)- encontramos esta petición: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Se trata de adquirir la verdadera sabiduría, de modo que aprovechemos al máximo el poco tiempo que tenemos en nuestra existencia terrena, comparado con la eternidad.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Evangelio del Domingo Explicado 1 de septiembre de 2013



Domingo XXII del tiempo ordinario - Ciclo C - (1 de septiembre de 2013)
Un sábado Jesús fue a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos lo estaban espiando. Y al ver Jesús cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: --Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir a decirte: 'Dale tu lugar a este otro.' Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento. Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, pásate a un lugar de más honor.' Así recibirás honores delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido. Dijo también al hombre que lo había invitado: --Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten. (Lucas 14, 1.7-14). Según la costumbre en aquel tiempo, al inicio de un banquete el invitado solía decir unas palabras. En esta ocasión Jesús, siendo invitado a una cena, plantea una enseñanza relacionada con tres temas: la humildad, el desapego de los intereses egoístas y la preferencia por los pobres. Al participar hoy en la mesa del Señor, tratemos de aplicar a nuestra vida lo que nos dice el Evangelio, teniendo en cuenta también los demás textos bíblicos: Eclesiástico (o Sirácida) 3, 17-18. 20. 28-29; Salmo 68 (67); Hebreos 12, 18-19. 22-24a. 

 Proceder con humildad
Jesús inicia su intervención indicando una norma de buena educación: no buscar los primeros puestos. Esta norma había sido ya expresada unos 450 años antes en el libro de los Proverbios: “No te des importancia ni tomes el lugar de la gente importante; vale más que te inviten a subir allí, que ser humillado ante los grandes señores” (25, 6-7). Pero el mensaje del Evangelio va mucho más allá de la simple etiqueta (o “pequeña ética”). Lo que Jesús quiere hacernos ver es la importancia de la humildad como una virtud totalmente opuesta a la actitud arrogante de los fariseos que se creían superiores al resto de la gente, de los doctores de la ley que menospreciaban a los demás considerándolos ignorantes y pecadores, y de los que ejercían el poder propio de su estrato social despreciando y excluyendo a los pobres.
“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad”. Así comienza la primera lectura de este domingo, tomada del libro del Eclesiástico -escrito en el siglo II antes de Cristo y también llamado el Sirácida, por ser su autor un maestro llamado Ben Sirac (hijo de Sirac). En este libro, como en el de los Proverbios y en otros escritos bíblicos del Antiguo Testamento llamados “sapienciales” por su referencia a la sabiduría práctica, se dice que la humildad es la virtud característica del auténtico sabio, que vive con sencillez en vez de hacer alarde de sus conocimientos, de su posición o de sus méritos. Una de las características de la humildad es no hacer ruido. La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, contrapone la imagen del Dios terrible de la antigua alianza, que manifestaba su grandeza por medio del fuego, la tormenta y la trompeta, a la del Dios cercano que se revela en la persona de Jesús, el maestro manso y humilde de corazón que actúa como “mediador de una nueva alianza” (Hebreos 12, 18-19. 22-24a).

Obrar desinteresadamente
En la segunda parte del Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a obrar de forma desinteresada, sin cálculos egoístas de recompensa. Todos solemos tener la inclinación natural a obrar por interés, esperando que nos paguen por los favores, como dice el refrán popular: “favor con favor se paga”. En las relaciones humanas, esta actitud egoísta puede llevarnos a buscar siempre y ante todo nuestra propia recompensa, en lugar de aplicar lo que dijo Jesús: “hay mayor felicidad en dar que en recibir” (frase evocada por el apóstol san Pablo en su discurso a los presbíteros de Éfeso -Hechos de los Apóstoles 20, 35 ss.). Pero ¡atención! Al dar, existe el peligro de caer en la tentación de hacer sentir inferior al pobre. La verdadera caridad cristiana no consiste en sentir lástima los de “arriba” por los de “abajo”, permaneciendo y afianzándose los que dan en sus posiciones superiores y quedando los que reciben en su situación de miseria. No. El amor verdadero a los pobres exige la solidaridad para buscar con ellos la realización de condiciones de justicia social que les hagan posible superar su pobreza y vivir de acuerdo con su dignidad humana. 

 La verdadera sabiduría implica optar preferentemente por los pobres
Y por último, la reflexión final que le propone Jesús a quien lo ha invitado hay que entenderla como una exhortación a cambiar la jerarquía de valores propia de un sistema social que desprecia y excluye a los pobres, a los débiles, a los que considera inútiles. Son éstos justamente los preferidos de Dios, a quienes en primera instancia quiere Él que llegue su invitación al banquete de la vida eterna, prefigurado en la Eucaristía. Un canto litúrgico muy antiguo, llamado en latín Panis angelicus (Pan de los ángeles), dice en uno de sus versos: “¡O res mirabilis! Manducant Dominum pauper, servus et humilis” (“¡Oh realidad admirable! Se alimentan del Señor el pobre, el servidor y el humilde”). Esta realidad se manifiesta también en nuestras celebraciones, sobre todo en las grandes iglesias. Sin embargo, más admirable sería que en nuestra vida cotidiana se mostrara por parte de cada uno de nosotros una disposición abierta al reconocimiento, la aceptación y la acogida generosa del pobre. Se trata de una opción preferencial que es precisamente la opción de Dios. “Tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres”, dice el Salmo responsorial. Esta es la opción de Jesús, tal como nos lo enseñó Él no sólo de palabra, sino con obras concretas: poniéndose siempre de parte de los débiles, de los necesitados, de los excluidos, de los oprimidos. Y si esta es la opción de Jesús, ¡también tiene que ser la nuestra!-