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domingo, 27 de abril de 2014

Felices los que creen sin haber visto: la Fe que nos alcanza





Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre (Jn 20,19-31).

Todos los años, en este segundo domingo de Pascua, se proclama esta página del evangelio de san Juan en la que se relatan las dos apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Las dos apariciones tienen lugar en día domingo: la primera en el mismo domingo de la resurrección, y la segunda ocho días más tarde. El autor del evangelio indica las dos veces que Jesús se aparece cuando las puertas están cerradas. Quiere hacer ver con esto que las condiciones del Señor resucitado son diferentes de las que tenía antes de la Pasión. Es el mismo, y tiene un cuerpo, desde el memento que puede mostrar en sus manes y en sus pies las marcas que dejaron los claves, así como la perforación de la lanza en su costado. Pero sin embargo no tiene necesidad de trasladarse porque aparece de pronto en medio de ellos, y puede entrar y salir sin necesidad de abrir las puertas. En la primera parte de la lectura se relata la aparición del mismo domingo de Pascua. En las palabras con que el autor del evangelio describe este encuentro de Jesús con sus discípulos se encuentran alusiones a palabras de Jesús que se encuentran en el sermón de la Ultima cena, y se produce aquí una especie de juego de promesa y cumplimiento. Durante la última cena Jesús dijo que les dejaba a la paz, una paz que no era como aquella que da el mundo. Ahora que se aparece resucitado insiste por tres veces en que les da la paz. Esta paz que no es la del mundo es la paz anunciada por los profetas, la paz que viene del cielo y que es don de Dios, porque es participación de la vida y la de la felicidad de Dios. Se indica en el texto que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor resucitado. En el sermón de la cena se habló también de la alegría, cuando Jesús dijo que cuando lo volvieran a ver tendrían una alegría que nadie les podría guitar. Todas las alegrías de este mundo son limitadas y pasajeras. La única alegría que nadie puede guitar es la alegría total y definitiva que posee Dios. Lo mismo que se ha dicho de la paz se debe decir de la alegría. Es la consecuencia de la participación en la vida divina.  Jesús sopló sobre ellos y les dio el Espíritu Santo. Todos estamos más familiarizados con el relate de la donación del Espíritu Santo del libro de los Hechos de los Apóstoles, porque lo revivimos cada ano en una liturgia especial. San Lucas ha relacionado el don del Espíritu con la fiesta de Pentecostés, que celebra la entrega de la Ley del Sinaí, en el libro del Éxodo. San Juan, en cambio, ha preferido relacionarlo con el Génesis. Al decir que fue "el primer día de la semana" y que se hizo con un soplo sobre las personas ha aludido claramente al relate de la creación. Así como en el comienzo Dios sopló sobre Adán y le dio la vida, ahora Jesús sopla en el primer día de una nueva semana y da nueva vida a sus discípulos. Pero no es como la vida de Adán, que "era polvo y al polvo debía volver", sino que ahora es la vida que da el Espíritu Santo, la vida que dura para siempre porque es participación de la vida divina. Finalmente Jesús envió a sus discípulos, así como Él mismo había sido enviado por el Padre. La misión con la que había sido enviado Jesús, para destruir el pecado y todas sus consecuencias, ahora es conferida a los discípulos. Los creyentes en Cristo participan de la vida y del amor de Dios, y por eso mismo reciben del Padre y a través de Cristo la moción del Espíritu que los impulsa a transformar el mundo. La segunda parte de la lectura describe la segunda aparición, que tiene lugar ocho días después de la Pascua, es decir en un día como hoy. En este caso toda la atención está centrada en la actitud de Tomás, un discípulo que es prácticamente desconocido en los otros evangelios pero que tiene una importancia especial en el de Juan. En la actitud de Tomás se manifiestan las actitudes que se hacen presentes cuando se anuncia el mensaje de la resurrección de Jesús. Son muchos los que se niegan a aceptarlo y piden pruebas sensibles. Piensan que la única forma de conocer al Señor es por medio de los sentidos. También existen algunos cristianos - como había muchos en la época en la que san Juan escribió su evangelio - que piensan que los discípulos que vieron y oyeron a Jesús cuando predicaba en Galilea o en Jerusalén estaban en mejores condiciones para creer que ellos, que viven tantos anos después y no han tenido posibilidad de ver y oír al Señor. Éstos piensan que conocer al Señor por medio de los sentidos es mejor y más perfecto. Precisamente aquí hay que volver a la donación del Espíritu que hizo Jesús en el primer encuentro con los discípulos después de la resurrección. Durante la última cena, cuando el Señor les prometió el Espíritu, les anunció que con este Maestro Divino podrían conocer la verdad y ser familiares de la Trinidad. El conocimiento de Dios, y por eso mismo el conocimiento de Cristo resucitado, ya no sería una simple suma de dates adquiridos por los sentidos, o en libros, o en una escuela, sino una experiencia por un contacto de vida, muy distinta de la que se tiene con los ojos y los oídos del cuerpo. De esta forma se ve que en este relato Tomás representa el deseo de volver al conocimiento de Jesús solo por los sentidos. Pero esta clase de conocimiento también la tuvieron otros para los cuales no fue de ninguna utilidad. Pensemos en Judas, en Caifás, en Pilato...
Los discípulos que habían recibido el Espíritu y que anunciaban el misterio de la resurrección ya conocían a Jesús de otra forma, así como lo iban a conocer todos los creyentes que vendrán en los tiempos futuros. Por eso Jesús le dijo a Tomás: Son más felices los que han creído sin haber visto. Tomás necesitó ver a Jesús para poder creer en la resurrección, pero los discípulos que son "más felices", aquellos que tienen al Espíritu Santo, no necesitan verlo porque lo sienten y lo viven cada día, en cada memento. Perciben la presencia de este Jesús que ya no está muerto y tratan con él como se trata con un amigo a quien se tiene adelante. Ellos no ven a Jesús como Judas o como Pilato, tampoco ven a una estatua sino que perciben y sienten a un ser viviente que por ser el Hijo de Dios resucitado los fortalece, los ilumina y aconseja, y sobre todo los hace participar de la vida y del amor de Dios. Es el Cristo resucitado, conocido de esta manera más perfecta, el que nos presta la mirada de Dios para que comprendamos de otra forma lo que percibimos por los ojos de nuestro cuerpo. Así como a los Apóstoles llorosos porque habían visto cerrarse el sepulcro los llenó de alegría haciéndoles ver la gloria de la resurrección.
LOS TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN
Jesús resucitado ha salido del sepulcro y está entre nosotros. Todos no lo pueden ver sino solamente aquellos que tienen fe. Él ya no se deja ver como en los primeros tiempos. Pero aquellos que pueden verlo por la fe son testigos ante el mundo. Los que conocen a Jesús que ahora está viviente, son los encargados de anunciar a todos los hombres lo mismo que dijeron los diez apóstoles a Tomás: "¡Hemos visto al Señor!" Muchos hombres harán la pregunta de Tomás: "¿Cómo voy a creer, si no veo?". Los cristianos deben responderle con su ejemplo, con su vida. La presencia de Cristo resucitado se deja ver ante el mundo en la presencia y en la vida de los cristianos que viven su fe. En el mundo todavía hay tristeza, hay dolor, hay pecado. Pero una comunidad que vive unida, dando ejemplo de alegría, de amor, de solidaridad, que irradia paz, es la prueba de que Jesús no está muerto. Esa alegría, ese amor, esa solidaridad, esa paz de los cristianos no es la de los simples hombres. La tenacidad y el heroísmo de los santos y de los mártires no es el simple heroísmo humane. La pureza y la santidad, la sabiduría y la luminosidad de la Iglesia no tienen ninguna otra explicación que la resurrección de Cristo. Mirando a nuestro alrededor nos damos cuenta de que los hombres por sus solas fuerzas no pueden hacer todo esto: solamente Jesús resucitado, habitando en los cristianos, puede llegar a transformar de esta forma sus vidas. Y los cristianos, viviendo unidos en la comunidad de la Iglesia, alimentados diariamente con el cuerpo y la sangre del Señor resucitado, meditando sin cesar en su palabra y dejándose transformar por el Espíritu Santo, tienen como misión transformar el mundo para que deje de ser un sepulcro de dolor y lágrimas y se inunde con la luz y la alegría de la nueva vida que Cristo nos trae con su resurrección. Dichosos los que tienen la mirada de la fe, mucho más penetrante que la de Tomás, para poder percibir la presencia del Señor que ahora vive entre nosotros después de haber vencido la muerte y el sepulcro.

jueves, 17 de abril de 2014

LOS SIGNOS DE LA RESURRECCIÓN Y DE LA FE

LOS SIGNOS DE LA PASCUA- explicación


PARA ÉSTA PASCUA, DIVIDIMOS LA REFLEXIÓN EN DOS MOMENTOS, EL RELATO DE LA PASIÓN Y EL DE LOS SIGNOS DE LA RESURRECCIÓN. 
EN EL PRIMERO TRATEMOS DE IDENTIFICARNOS CON ALGUNO DE LOS PERSONAJES  DE LA PASIÓN, ESTO NOS AYUDARÁ A HACER UNA COMPOSICIÓN DE LUGAR, NO SOLAMENTE PARA ADENTRARNOS EN LO HISTÓRICO SI NO TAMBIÉN EN LA HISTORIA DE VIDA QUE LLEVA A CADA UNO A SER PARTE EN ESTA CRUCIFIXIÓN. ¿DONDE ESTÁBAMOS AL MOMENTO DE LA MUERTE DEL SEÑOR?
EN SEGUNDO LUGAR SE TRATA DE VER LOS SIGNOS DE LA RESURRECCIÓN Y DE LA FE QUE NOS HACEN SEGUIR A CRISTO RESUCITADO.
QUE TENGAMOS TODOS UNA MUY FELIZ PASCUA!
P. RAÚL BRADLEY S.J


PERSONAJES DE LA PASIÓN 
Los relatos de la pasión del Señor que leemos en las celebraciones litúrgicas de estos días nos hacen conocer las actitudes de muchos hombres y mujeres que queriéndolo o no tuvieron que participar en los dramáticos momentos del juicio, condena y ejecución del Salvador. Algunos asumieron el momento y actuaron admirablemente, otros dejaron un recuerdo lamentable a todos los cristianos.
 
PONCIO PILATO
Es el primer personaje en el que pensamos cuando recordamos la Pasión. El Credo también ha conservado su nombre: "...padeció bajo el poder de Poncio Pilato. Poncio Pilato pertenecía a la nobleza romana, aunque no era de un rango muy elevado. Gobernaba la provincia de Judea en nombre del Emperador. Tanto los historiadores de la época como el mismo Evangelio (Lc 13,1) nos hablan de las atrocidades cometidas durante su gobierno. Por su sensación de omnipotencia a tantos kilómetros del poder de Roma, y con un gran desprecio por los judíos, no perdía oportunidad de ensañarse con sus gobernados y de burlarse de ellos. Los judíos se quejaron repetidas veces al César, hasta que seis años después de la muerte de Jesús fue depuesto de su cargo. Lo que sucedió después nos es desconocido. La leyenda se ha ocupado de llenar la laguna: algunos hablan de un suicidio, otros de que fue ejecutado, no faltan los que dicen que se hizo cristiano, y hasta alguna Iglesia de Oriente lo cuenta entre los Santos. Durante su gobierno de la provincia de Judea, Poncio Pilato residía en la ciudad de Cesarea. Pero en las grandes fiestas religiosas de los judíos se trasladaba a Jerusalén para poder actuar más rápidamente en caso de cualquier intento de sublevación. Las ansias de libertad del pueblo judío no se adormecían, y las concentraciones religiosas eran una buena oportunidad para mostrar públicamente su descontento por la opresión del gobierno romano. En la Pascua del año 30, Poncio Pilato estaba en Jerusalén. De pronto irrumpen ante él los sacerdotes judíos trayendo a un acusado: Jesús de Nazaret. Decían que alborotaba al pueblo que quería hacerse Rey, que negaba la obediencia al César... Pilato no era ningún tonto. Descubrió rápidamente que detrás de estas acusaciones había otros motivos: eran las discusiones religiosas de los judíos que él no entendía ni tenía interés en comprender. Pero era necesario actuar con urgencia, antes de provocar algún problema que diera lugar a otra sublevación de los judíos. Comenzó por interrogar al detenido, pero se encontró con el más absoluto silencio. Ante un caso así encontró otra solución más cómoda: ¡que juzgue un judío!
Entonces lo envió a Herodes, que era gobernante del territorio vecino de Galilea, pero que por ser fiesta había venido a Jerusalén. Pilato se decepcionó: poco rato después Jesús era traído nuevamente a su Tribunal: Herodes no había encontrado ninguna causa de condena. Era necesario sacarse este problema de encima. La solución más rápida era la de declarar inocente al acusado. Pero podía provocar el descontento de los sacerdotes, quienes irían inmediatamente a llevar las quejas al César. La solución llegó por otro camino. Por ser la fiesta de Pascua entraron al Tribunal de Pilato unos cuantos judíos que venían a pedir la libertad de un sedicioso que estaba en la prisión esperando su ejecución. Pilato encontró la forma fácil de liberarse de Jesús y de los sacerdotes, burlándose de uno y de otros: ¡qué decidan los amigos de Barrabás! Y como era de esperar, el público pidió la libertad de Barrabas, y que Jesús fuera ejecutado en su lugar. Fue otro acto de crueldad de Pilato, que para no poner en peligro su puesto se rió de la justicia y desprecio a sus subordinados.
 
HERODES ANTIPAS
Era uno de los hijos del viejo Rey Herodes, que reinó en la época del nacimiento de Jesús. A la muerte de su padre, le tocó gobernar una parte del antiguo reino: la Galilea. El Emperador Romano no le dio el título de Rey, sino solamente de tetrarca que era una especie de subordinado. No tenía escrúpulos religiosos, y gobernaba con mucha astucia tratando de no crearse enemistades. Con todo, por secundar las protestas de los sacerdotes contra Pilato, se ganó la enemistad de éste. Y más tarde, cuando se unió con la esposa de su hermano, mereció ser reprendido por San Juan Bautista. A instancias de la mujer, silenció la predicación austera de Juan enviándolo a la muerte. Su conciencia no quedó tranquila, porque al enterarse de la predicación de Jesús, se alarmó creyendo que Juan Bautista había resucitado También Herodes Antipas había venido a Jerusalén en la Pascua del año 30. Su sorpresa fue tan grande cuando debió recibir a un grupo de sacerdotes que venían de parte de Pilato trayéndole a un acusado para que lo juzgase. Esta señal de deferencia por parte de Pilato fue el signo de reconciliación después de algunos años de enemistad. Herodes Antipas se alegró, al ver a Jesús. Hacia tiempo que quería verlo. Pero no quería oír mas predicaciones. Reunió a toda la corte y pidió a Jesús que hiciera algunos milagros para entretenerlos. También aquí Jesús permaneció, en silencio sin dar una sola respuesta: Herodes Antipas se había equivocado, la religión no es un espectáculo de circo. Herodes reaccionó, cruelmente: vistió a Jesús de loco y lo envió de nuevo a Pilato.
 
BARRABAS
San Mateo dice que se llamaba Jesús Barrabas, y san Juan explica que era "ladrón". Pero la palabra que se usa para decir "ladrón" es la que en aquellos tiempos se usaba para designar a los sediciosos que cansados de la opresión de los romanos habían elegido el camino de la violencia para liberarse de ellos. Se reunían en los lugares desiertos, formaban pequeños ejércitos, y se lanzaban sobre las poblaciones haciendo actos de vandalismo, asesinando a los romanos o a todos los que colaboraban o simpatizaban con ellos. Querían reconquistar la tierra de Israel derramando sangre, y Jesús les respondió que "solamente los mansos poseerán la tierra". Para estos sediciosos, los romanos habían establecido la pena más terrible: la crucifixión. Y Barrabas esperaba la hora de ser llevado a este suplicio porque también el había sido detenido durante una sublevación y era culpable de la muerte de un hombre. En la mañana de Pascua asomó para el la esperanza de la salvación: sus amigos vinieron a pedir al Gobernador Romano que según la costumbre, Barrabás fuera amnistiado. y Barrabás fue testigo de un espectáculo muy extraño: el Gobernador Romano lo hizo traer, lo colocó junto a Jesús, y luego preguntó a los que estaban allí reunidos: "¿A quién quieren que suelte, a Jesús Barrabás, o a Jesús llamado el Mesías?". Y sus amigos respondieron como era de esperar: "¡A Barrabas!" Y así fue como Barrabás salió en libertad, mientras Jesús – que había predicado contra la violencia - era condenado a la pena de la crucifixión.
 
JUDAS ISCARIOTE
No sabemos cuando lo llamó el Señor para que formara parte del grupo de los Apóstoles. Tampoco han quedado recuerdos de su actuación como discípulo si no es por el triste episodio de la traición. Los eruditos discuten sobre el sentido del titulo "Iscariote"¿Significa que era de la ciudad de Karioth? ¿o que pertenecía a un grupo subversivo? Todo queda en el terreno de lo hipotético. Los Evangelios sólo recuerdan que tenía una sórdida atracci0n por el dinero: se guardaba lo que se ponía en la bolsa común del grupo de Jesús y los apóstoles; protestó cuando se usó dinero para honrar a Jesús; y recibió dinero - tal vez lo pidió ~ por traicionar a Jesús. Nunca sabremos qué sucedi6 en el corazón de Judas. ¿Por qué traicionó al Señor? Quizá él esperaba otra cosa: un Reino en este mundo donde pudiera palpar con sus manes la riqueza y el poder. Pero se sintió decepcionado con la predicación y la actuación de Jesús. Entonces, para qué seguir jugándose al lado de este Maestro que era buscado por las autoridades. Judas habrá pensado sacar el mejor partido: abandonarlo, pero no sin obtener alguna ganancia. La siniestra figura del amigo traidor aparece de relieve en la escena de la entrega: se aprovecha del conocimiento que tiene de las costumbres de Jesús para acercarse de noche seguido por los guardias; se adelanta, y para que no se confundan en la oscuridad y detengan a otro, saluda a Jesús besándolo: es él deténganlo y llévenlo con cuidado!". Ya en tiempos en que se escribieron los Evangelios circulaban diversas versiones sobre su fin, de modo que hoy no podemos decir con certeza qué sucedió con él después de la Pasión: Mateo nos dice que se suicidó, el libro de los Hechos que murió en un accidente en un campo que se compró con el dinero de la traición, un antiguo escritor del siglo II recoge una tradición según la cual murió en medio de horribles dolores producidos por una penosa enfermedad.
 
SIMÓN DE CIRENE
Era el padre de dos cristianos conocidos en la comunidad de Roma: Alejandro y Rufo. De el sabemos muy poco; solamente que volvía del campo cuando acertó a cruzar por donde iban los que llevaban a Jesús a crucificar. Los soldados romanos, viendo el estado de agotamiento de Jesús, llamaron a Simón y lo obligaron a que llevara la cruz detrás de Jesús. Este era uno de los “derechos" que tenían los romanos: podían detener a un judío y obligarlo a hacer cualquier trabajo. Simón se encontró en una situación muy extraña: sin saber de qué se trataba ¡Tener que llevar la cruz de un condenado a muerte! El Señor le retribuyó muy bien: su familia se hizo cristiana. Y los Evangelios, al contar el episodio de Simón, lo hacen usando palabras que a los cristianos les hablan de algo mucho más profundo que de la prepotencia de los soldados romanos: "Simón de Cirene cargó la cruz y la llevó detrás de Jesús". ¿No es esto lo que Jesús pide a todos los cristianos? Por encima de este penoso incidente, se nos da una lección.
 
PEDRO
Es el principal de los Apóstoles. Uno de los primeros que siguieron a Jesús, y el que estaba llamado a ser piedra fundamental de la Iglesia. Era muy vehemente. Pero así también se apagaba en cuanto se encontraba ante una dificultad. Lo demostró, la noche del juicio de Jesús. Poco antes había prometido morir si era necesario, para acompañar al Señor. Pero en cuanto se encontró con una mujer que le preguntó si era uno de los discípulos, lo negó, y hasta juró que no conocía a Jesús. Pero fue capaz de reconocer su error: lloró amargamente cuando Jesús lo miró. Y así como había sumado sus negaciones a las falsas acusaciones de los sacerdotes, sus lágrimas de arrepentimiento acompañaron la condena y la ejecución de Jesús.
 
LOS SACERDOTES JUDÍOS
Entre los partidos políticos/religiosos del tiempo de Jesús, los fariseos se caracterizaban por su oposición al gobierno romano. Los sacerdotes judíos, en cambio, trataban de mantener su situación de privilegio mediante la condescendencia para con las autoridades. Por ese motive Jesús les parecía un elemento peligroso: en los últimos anos habían surgido muchos pretendidos Mesías - es decir "salvadores" - que habían provocado sediciones. Todas ellas habían sido ahogadas en sangre por parte del poder romano, que con su aparato represivo iba reduciendo cada vez más el ámbito de las libertades y privilegios judíos. Si Jesús era otro de estos Mesías, los privilegios sacerdotales estaban en peligro. El juicio de Jesús ante los sacerdotes judíos trató sobre sus pretensiones mesiánicas. Y Jesús no solo se proclamó Mesías, sino que afirmó que Él estaba a la derecha de Dios. Esto era ya demasiado: no sólo Mesías sino por encima de los sacerdotes. Lo llevaron ante Pilato, pero con acusaciones de carácter menos religioso: oposición al César. Hubo que convencer al Gobernador y mover al pueblo para obtener la ejecución de Jesús. Así las autoridades romanas podían estar contentas porque se habían librado de un sedicioso. Y los sacerdotes judíos mantenían sus privilegios felices de no tener que enfrentarse con Jesús que los juzgaba. Por eso expresaron su alegría burlándose de Cristo en la cruz.
 
EL PUEBLO
En la Pascua del año 30 había varios millones de judíos. Muchos de ellos habían ido a Jerusalén, pero esa mañana en la casa de Pilato había solamente unos pocos. Algunos amigos de Jesús que se habían enterado de la detención del Maestro; tal vez apóstoles, o beneficiados por sus milagros, o gente impresionada por su predicación. .. Junto a ellos, algunos judíos nacionalistas simpatizantes de un sedicioso llamado Barrabas, para quien pedían la libertad. Todos asisten en silencio, hasta que Pilato se dirige a ellos para preguntarles: "¿A quién quieren que ponga en libertad?". Los amigos de Barrabás ya tienen la respuesta. Los amigos de Jesús también, pero se sentirían avergonzados y llenos de temor. Además están los sacerdotes judíos, que con su prestigio y su autoridad les indican cuál es la respuesta correcta. Y así todos responden a una sola voz: "¡A Barrabás!" Los amigos de Jesús acompañan el cortejo hasta el lugar de la ejecución. Muchos otros se habrán agregado en el camino. Todos asisten al espantoso espectáculo: ¡La muerte del Señor que ellos han negado delante de Pilato! Pero el Evangelio termina su relato con estas consoladoras palabras: "Y todo el pueblo que se había reunido..., volvió a su casa golpeándose el pecho" (Lc 23, 48). En ese atardecer del primer viernes santo, hay un gesto de penitencia y de perdón para todo ese pueblo que en el momento crítico, por temor o por ignorancia, o por maldad de sus dirigentes, negó al Señor.
 
LAS MUJERES
Se habla de muchas de ellas en los relates de la Pasión. Algunas son individualizadas: María Magdalena, María la hermana de Lázaro, Juana, Salomé, la esposa de Pilato... Otras son recordadas como formando grupos: las que habían venido con Jesús desde Galilea, las que lloraban al ver a Jesús camino del Calvario, las que contemplaban la muerte del Señor... En todos los cases representan la actitud de valentía. Ellas son las únicas que se atreven a confesarse y a manifestarse como discípulas de Jesús cuando los otros discípulos lo callan por temor. En vísperas de la Pasión, cuando Judas está tramando la traición, María -la hermana de Lázaro- rinde homenaje a Jesús rompiendo un frasco de perfume muy caro y derramando su contenido sobre el cuerpo del Señor. Por eso merece los reproches de Judas y de los demás Apóstoles. El Señor en cambio la elogia. Mientras Jesús es llevado a la crucifixión, y todos sus enemigos se ensañan con él, un grupo de mujeres piadosas manifiesta su dolor llorando amargamente en la calle. Jesús tiene palabras de consuelo para ellas. Los crueles mementos de la crucifixión, la agonía y la muerte del Señor, tuvieron como mudos testigos a las mujeres que desde lejos "contemplaban" lo que estaba sucediendo. Si ponemos entre comillas el verbo "contemplar" es porque se trata de la palabra elegida por San Lucas para describir la actitud de estas mujeres: una actitud de recogimiento, de oración. No es la simple curiosidad de ver lo que pasa, sino de observar religiosamente, tratando de asimilar en el corazón. Dejamos el último lugar para la esposa de Poncio Pilato. Una sola vez es mencionada en toda la Biblia, pero impacta al lector porque tratándose de una pagana interviene en favor de Jesús fundándose en algún extraño sueno que ha tenido: "No te metas con ese hombre justo, porque anoche he tenido un sueno horrible...". Contrasta su actitud con la de los conciudadanos y amigos de Jesús, que en ese memento lo atacan o lo abandonan.
 
JOSE DE ARIMATEA
Era un hombre rico, del partido de los fariseos. Vivía cerca de Jerusalén y era miembro del Supremo Tribunal de los judíos: el Sanedrín. Como fariseo, era celoso de la Ley y de las tradiciones judías; no toleraba a los romanos que aplastaban al Pueblo Santo, así como tampoco podía permitir ninguna doctrina que fuera en detrimento de la religión de Israel. Cuando le tocó votar en el juicio de Jesús, él no dio su voto para la condena. Conocía a Jesús y simpatizaba con su doctrina,
 
LA FE EN LA RESURRECCIÓN
Evangelio del día de Pacua- SAN JUAN 20, 1-9
 
El evangelio que se lee en este domingo de Pascua no se refiere directamente a Jesús sino a sus discípulos, Y a la impresión que ellos tuvieron cuando descubrieron el sepulcro vacío. En primer lugar aparece María Magdalena. Esta discípula del Señor había estado al pie de la cruz, había sido testigo del descendimiento del cadáver, y también había visto como se realizaba la sepultura de Jesús. Movida por el profundo amor que sentía por el Señor se dirige al lugar del sepulcro antes que ningún otro, y descubrió con sorpresa que la pesada piedra que cubría la entrada de la gruta había sido quitada. Lo único que pudo imaginar en ese momento era que alguien había retirado el cadáver para llevarlo a otro lugar. Así fue como lo relató a Pedro y al discípulo anónimo, a quien el evangelio llama con el nombre de "amado por Jesús" Pedro y el otro discípulo fueron rápidamente al sepulcro. El evangelio dice que corrían. Ellos sabían que ninguno de los apóstoles y de los amigos de Jesús había retirado el cuerpo. ¿Qué habría sucedido? ¿Los ladrones? ¿Los enemigos? Cualquier explicación era posible. Lo único que no entraba en sus cálculos era la posibilidad de la resurrección. Al llegar observaron que en el lugar quedaban las vendas con las que había sido envuelto el cuerpo, como se hacia con las momias. En un lugar aparte estaba el sudario, que era una especie de pañuelo con el que se envolvía la cabeza y se ajustaba con un nudo en el cuello. Pero al contemplar esto, el evangelio dice que el discípulo amado del Señor vio y creyó. Al leer esta afirmación recordamos inmediatamente que en el mismo evangelio, pocos renglones más abajo, se encuentra el relato de Tomas, que exigió ver para creer. No se puede entender un texto sin tener presente al otro.
 
EL DISCÍPULO AMADO Y TOMÁS
El autor del evangelio intenta darnos una catequesis utilizando la figura de estos dos personajes. Uno es el discípulo incrédulo, que quiere ver y tocar para aceptar que Jesús ha resucitado. El otro es el discípulo al que Jesús ama, que cree después de haber visto, pero que no ha visto a Jesús sino otra cosa. Los dos discípulos llegan a la fe después de haber visto, pero ven realidades diferentes. Tomás cree una vez que vio al Señor. Y merece escuchar de Jesús que "son felices los que creen sin haber visto". En cambio el discípulo amado no exigió nada, tampoco vio al Señor resucitado, y sin embargo creyó. Él sólo vio el sepulcro vacío y las vendas caídas. El autor del evangelio se encuentra en la Iglesia con personas como Tomás, que exigen pruebas para creer, o que piensan que los cristianos de la primera generación, que tuvieron la oportunidad de ver al Señor con los ojos de su cuerpo, fueron más felices que nosotros que no lo vemos de esa manera. A ellos les responde que están equivocados: es más perfecto conocer a Jesús como lo conocemos nosotros, por medio de la iluminación que nos da el Espíritu Santo. Por eso el discípulo amado, que es como la figura del cristiano perfecto, no necesita pruebas para creer en el Señor resucitado. Le basta con ver las vendas y la tumba vacía: un signo, una señal que le confirma la palabra de la Sagrada Escritura que anuncia la resurrección.
 
NUESTRA FE EN LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Ante el anuncio feliz de la resurrección del Señor, se nos propone como ejemplo la actitud del discípulo amado. Su repuesta es la del cristiano que actúa según el modelo que enseña el evangelio de san Juan. Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús resucitado con los ojos de nuestro cuerpo. Solamente nos encontramos con una palabra de la Sagrada Escritura que nos anuncia que Cristo murió por nuestros pecados y que resucitó, para no morir nunca mas; esa palabra nos enseña que por la muerte y la resurrección del Señor hemos quedado liberados del pecado para vivir la vida nueva de los hijos de Dios. Ante estos anuncios debemos responder con la fe, y nuestra fe debe ser un acto libre. Por eso no hay pruebas en el sentido estricto de la palabra. Solamente hay signos, señales: una tumba vacía... En todas partes se muestran las tumbas que contienen los restos de grandes héroes y personajes de la antigüedad. También los fundadores de religiones tienen sus sepulcros. Pero de Jesús solamente ha quedado en Jerusalén una tumba vacía que se encuentra en la basílica del Santo Sepulcro. Aunque no vayamos a Jerusalén para ver esa tumba, también nosotros podemos ver y creer como el discípulo amado. No vemos a Jesús resucitado, pero vemos que la muerte ha sido vencida. Podemos contemplar que la muerte pierde su eficacia porque triunfa la vida. Es verdad que por todas partes hay guerras y dolor, que parece que el mal se hace cada día más evidente, que cada día son más las personas que están en la pobreza y en la miseria... Pero así como el discípulo amado vio las vendas, nosotros podemos ver que hay personas que no se dejan dominar por el pecado. Tenemos ejemplos de pecadores que sin que sepamos explicar las razones, de un día para el otro abandonan su antiguo proceder para comenzar una vida de virtud.
Aquí será un joven que abandona la droga, allá un avaro y egoísta que comienza a compartir sus bienes, en otra parte un rencoroso que se decide a perdonar, y muchos otros ejemplos más. Pero también están los que diariamente se sacrifican cumpliendo por amor a su familia las exigencias del trabajo penoso y rutinario, los que en medio de la pobreza no pierden el ánimo y trabajan hasta extenuarse para alimentar a sus hijos, Los que con heroísmo sobrehumano pasan en medio de todas las tentaciones y atracciones del pecado y sin embargo mantienen su fidelidad a Cristo. Están los que en silencio y con paciencia soportan el dolor. Están también los que sin ninguna obligación y solamente por amor están trabajando voluntariamente para atender a enfermos, huérfanos o desposeídos... o los que siguiendo su vocación sacerdotal o religiosa se dedican a vivir para Dios y para los hermanos. Esta finalmente el signo que es la misma Iglesia, que a pesar de la debilidad y de los defectos de sus miembros, permanece siempre estable, a través de los siglos, para dar testimonio de la palabra del Señor y para llevar a todos los hombres la buena noticia de la salvación. Todos estos signos son como las vendas: no nos muestran a Jesús resucitado, pero nos indican que está vivo, porque de lo contrario estas cosas no podrían suceder. Estos hechos confirman la palabra de la Escritura que dice que Jesucristo salió del sepulcro vencedor de la muerte. Si analizarnos nuestra propia vida encontraremos sin duda muchos signos de la vida que nos da Cristo resucitado. Y viéndoles, también creemos. Como el discípulo amado, junto a Pedro, que representa en este relate a los pastores de la Iglesia, reafirmemos nuestra fe en la resurrección del Señor. De esta manera tendremos un apoyo sólido v un aumento de fortaleza en nuestro camino hacia la vida definitiva. Profesando la fe en Cristo resucitado renovemos nuestro compromiso de luchar cada día para que triunfe la vida sobre la muerte, el amor sobre el odio, la verdad sobre la mentira, la alegría sobre el dolor.

sábado, 12 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS-PROCESIÓN




Evangelio según San Mateo (Mt 21, 1-11)
Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, diciéndoles:
Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá.
Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo.
Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió.
¿Quién es éste? decían. Y la gente decía:
Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea. 

EL REY DE LA PAZ
Desde la época medieval la Iglesia acostumbra comenzar la celebración de la Semana Santa con una solemne procesión dedicada a Cristo Rey. La Iglesia, representada por el clero y los fieles, sale del templo al encuentro de Cristo que viene para ser elevado a la gloria a través de la pasión. En esos tiempos, los fieles iban en procesión hasta algún lugar donde se preparaba una imagen especial de Cristo, que era traída en medio de aclamaciones hasta el temple. Por eso el sacerdote que presidía también debía llevar un ramo o palmas como los demás fieles. 

En la procesión de los ramos, al comenzar la Semana Santa, nosotros también hacemos memoria de la llegada de Jesús a Jerusalén y leemos este trozo del evangelio. Se nos relata como Jesús preparó esa entrada enviando a dos de sus discípulos para que le trajeran unos animales que le podían servir de cabalgadura. En la forma en que lo relata el evangelista Mateo se pone de relieve la autoridad de Jesús. Envía a los apóstoles con la orden de traer los animales y no dice que tengan que pedir permiso a nadie; todo sucede como si los mismos pertenecieran a Jesús. A lo más, si alguien pregunta, deben decir que se los llevan porque el Señor los necesita. 

El autor del evangelio destaca, además, que todo esto sucedía para que se cumpliera lo que había sido anunciado por uno de los profetas del Antiguo Testamento. Se refiere al profeta Zacarías, e inmediatamente reproduce el texto. Se trata de un texto de la segunda parte del libro de Zacarías, donde un profeta anuncia la llegada de un nuevo rey hijo de David. En la época en que predicaba este profeta, es muy probable que todo el oriente se viera conmovido por la campana de conquistas realizada por Alejandro Magno, el victorioso guerrero proveniente de Macedonia. Este militar, montando en su famoso caballo, avanzaba rápidamente y nadie podía oponerse a su paso: todos los reyes caían vencidos y todos los territorios eran conquistados por sus armas invencibles. A los afligidos habitantes de Judá, que contemplaban asombrados esta campaña arrolladora, el profeta les recuerda el anuncio de la venida del hijo de David, que tiene que venir de acuerdo con la promesa del Señor. En el anuncio del profeta, el rey prometido llega a Jerusalén así como entró en la ciudad el primer hijo de David que le sucedió en el trono: Salomón. Cuenta el libro de los Reyes que Salomón, después de ser coronado, entró en Jerusalén montado en una mula. Además Salomón fue un rey de paz: durante su gobierno no emprendi9 campanas guerreras como las que había hecho su padre. Tomando como modelo esa entrada de Salomón, el profeta anuncia la venida del rey futuro. Le aplica varios títulos al hijo de David: Justo, Victorioso, Manso. Pero el autor del Evangelio, para no distraer a los lectores con otros temas que él no quiere tratar en este lugar, deja solamente uno: Manso. La mansedumbre es una virtud muy apreciada en la Biblia: es la cualidad del que no recurre a la violencia porque toda su fuerza la tiene en Dios. Todos los rasgos de Jesús que presenta el evangelio de Mateo para describir la entrada de Jesús en Jerusalén se concentran en la idea del rey de paz. Como Salomón, y en oposición al gran conquistador de la época del profeta, no viene montado en un caballo de guerra sino en un asna. Dispone de todas las cosas con autoridad como verdadero rey, y su característica mas sobresaliente es la mansedumbre. Si seguimos leyendo el texto del profeta en los renglones que siguen, veremos confirmada esta idea porque se continúa diciendo que el nuevo rey destruirá todas las armas de guerra, suprimirá los caballos que sirven para el combate, y finalmente anunciará la paz a todas las naciones.

En la descripción de san Mateo, el pueblo judío que acompaña a Jesús reconoce en Él estos rasgos porque se comportan realmente como quienes reciben a un rey. Algunos se despojan de sus mantos, otros cortan ramas de los árboles, y entre todos alfombran el camino por donde debe pasar el Señor montado en su asna. Ahora el rey de paz puede avanzar hacia la ciudad de Jerusalén. Mientras el cortejo va en movimiento la multitud expresa su alegría dando gritos con las palabras de un Salmo de la Biblia, en el cual introducen la referencia al hijo de David.

NUESTRA PROCESIÓN DE RAMOS
Con la lectura de este evangelio comenzamos la procesión. La liturgia de este ano nos invita a participar con esta idea: Salimos a recibir al rey de paz. Todo el pueblo cristiano, sacerdotes, ministros y fieles, tomando ramas de árboles en sus manes, salen a recibir a Jesús que llega como rey y se dirige a Jerusalén para entrar en su Reino a través de la cruz.
Esta recepción es la que corresponde a aquellos que están ya cansados de oír hablar de guerras, que se han decepcionado del recurso a la violencia, y aspiran a que llegue el reino de paz que Dios ha prometido a los hombres, cuando las armas de guerra sirvan para fabricar arados. Como en los tiempos del profeta, el mundo nos ofrece la imagen de los que quieren triunfar por la fuerza, imponiéndose por las armas. Muchos se dejan seducir por estas figuras y quieren utilizar los mismos medios, incluso con el noble fin de establecer la justicia. Pero la experiencia nos muestra que la violencia siempre engendra violencia, y que no deja otra cosa que sangre derramada, lágrimas, ruinas, odios y deseos de venganza. 

Con el gesto de participar de la procesión de los ramos estamos dando un testimonio de que nos comprometemos a favor de la paz y en contra de todo recurso a la violencia. Aclamamos corno a nuestro rey a aquel que viene sin armas y destacándose por su mansedumbre. Nuestra tarea comienza al terminar la procesión. A partir de ese memento debemos asumir el compromiso de trabajar a favor de la paz, dando testimonio ante el mundo del reino al que pertenecemos y del rey al que hemos jurado fidelidad. Habrá que desterrar las agresividades y los recursos a la violencia aun en las pequeñas cosas de cada día. En el trato con los demás habría que dejar de lado todo lo que signifique menospreciar u oprimir a los demás, o aprovecharnos de su debilidad. 

No nos sumemos a los que aplauden y promueven la violencia. Demos, más bien nuestro apoyo y nuestra aprobación a todos los que trabajan sinceramente por la paz Y con nuestras actitudes, con nuestras palabras y ejemplos vayamos creando a nuestro alrededor el ambiente propicio paraqué pronto llegue a establecerse el reino que nos trae el manso rey de la paz.
Tradicionalmente, la rama de olivo es símbolo de la paz.
Muchos acostumbran conservar en sus casas la rama bendecida que llevaron durante la procesión. Colocada en un lugar visible, servirá para que todos los días del año les recuerde que han jurado fidelidad al rey de la paz.

sábado, 5 de abril de 2014

TU HERMANO RESUCITARÁ

Domingo 6 de abril de 2014

Nos acercamos a la entrada aclamada de Jesús en Jerusalem, el próximo Domingo de Ramos. En esta lectura reflexionamos sobre la fe como el umbral hacia la vida eterna y signo del amor de Jesús.



 San Juan 11, 1-45

VIVIR PARA SIEMPRE

El Evangelio de san Juan presenta una serie de hechos de Jesús a los cuales el autor llama signos o señales. Se trata de actos prodigiosos realizados por el Señor, que en los otros evangelios son designados como milagros, y a través de los cuales Jesús se manifiesta a sí mismo. 

El domingo pasado hemos tenido oportunidad de conocer uno de ellos: la curación del ciego de nacimiento. Más que el poder del Señor, lo que el evangelista quiere poner ante los ojos del lector es la misma persona de Jesús. Por eso algunos de estos signos están en estrecha relación con pronunciamientos del Señor en los que se expresa que el milagro en realidad lo describe a Él. 

Así leemos que después de la multiplicación de los panes, Jesús dice: Yo soy el pan de la vida; antes de dar la vista al ciego pronuncia las palabras: Yo soy la luz del mundo; y antes de resucitar a Lázaro declara que Él es la resurrección y la vida. Sabiendo estas cosas, debemos leer el relato de la resurrección de Lázaro buscando captar la intención del autor del Evangelio: él ha querido mostrarnos a Jesús como vida y resurrección de los hombres.

LÁZARO, EL QUE MUERE

El relato trata sobre un amigo de Jesús llamado Lázaro, hermano de Marta y María. El evangelio de san Lucas menciona a estas dos hermanas, pero omite decirnos que tenían un hermano. Lázaro era muy amigo de Jesús, hasta el punto de que para avisar al Señor que él estaba enfermo, en vez de mencionar su nombre, dicen simplemente: "Aquel a quien tú amas". Lo que el evangelista quiere mostrar ante todo es el amor de Jesús hacia Lázaro. Lo mismo se repite pocos renglones más abajo, y también hacia el final en el comentario de la multitud que ve llorar a Jesús. Pero Lázaro muere. Sus dos hermanas dicen como de común acuerdo que su muerte se produjo porque Jesús no estaba allí. El autor del Evangelio insiste en la realidad de la muerte de Lázaro: ya lleva cuatro días en el sepulcro, ya despide mal olor.


LA MUERTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Es bueno preguntarnos sobre lo que la muerte significaba para los hombres antes de la venida de Cristo. Para el hombre de la Biblia, en el Antiguo Testamento, la muerte era total y sin esperanza de otra vida o de una resurrección, sólo unos pocos textos del Antiguo Testamento hablan de inmortalidad y de resurrección. Pero esos textos, en su mayoría, no eran conocidos ni aceptados por los judíos de lengua hebrea. La creencia de otra vida después de la muerte no era compartida por todos. Pero aun para esos judíos piadosos que esperaban una resurrección al final de los tiempos, entre el momento de la muerte y el día de la resurrección no había nada. La muerte se les presentaba como una realidad sumamente dolorosa y terrible. Era un volver a la nada sin que quedara algo de la persona muerta hasta que llegara aquel momento lejano en que Dios, por un nuevo acto creador, volviera a dar vida a quienes se habían convertido en polvo. En esos términos se expresa el Libro de Daniel, el único texto hebreo del Antiguo Testamento que menciona la resurrección.

JESÚS Y LÁZARO

Tratemos de comprender ahora el llanto de Jesús. Antes de preceder a sacar el muerto de su tumba, Jesús se detiene a contemplar lo que es la condición del hombre bajo el poder del pecado y sin la redención que Él trae. Jesús, llorando ante la tumba de Lázaro, nos hace ver la actitud de Dios que no se complace ni queda indiferente ante la destrucción del hombre. 
Jesús ama a los seres humanos y no se complace de su condición después del pecado: por eso se entregará para poder darles la resurrección y la vida eterna. Él trae a los hombres la certeza de que hay una resurrección. Con su propia muerte y resurrección, Él vence la muerte y nos asegura la esperanza de una resurrección para una vida eterna. Cristo es el que pone fin a una situación de muerte que se ha establecido como consecuencia del pecado de los hombres.

EL ANUNCIO DE JESUS

Las palabras de Jesús a Marta, colocadas en el centro del relato, constituyen la novedad del mensaje cristiano. En cierta manera corrigen la creencia de Marta, que como muchos judíos piadosos de su tiempo esperaba sólo una resurrección al final de los tiempos. Jesús le asegura que quien cree en Él posee ya la vida eterna. Esta vida comienza con el acto de fe en Cristo, y por eso para los creyentes no habrá una muerte total. La resurrección de Lázaro fue solamente un signo de la resurrección que viene a traer Cristo. Lázaro revivió, pero continuó viviendo una vida como la anterior, debiendo morir nuevamente. Por eso salió del sepulcro llevando su mortaja como signo de muerte. No sucedió lo mismo con Jesús, que al resucitar para no morir más, dejó en el sepulcro las vendas y el sudario.















En las palabras dirigidas a Marta, Jesús anuncia que aquellos que creen en Él no morirán jamás. La fe es la que nos introduce en la vida eterna y en la resurrección. La fe en Cristo no consiste solamente en una aceptación de la mente de verdades que se proclaman, sino de una adhesión a Dios o de una unión con Cristo que el evangelio de Juan llega a comparar con la unión que existe entre una planta y sus ramas ("la vid y los sarmientos'). Son realidades distintas que se unen, pero en realidad constituyen una sola cosa. Así como Cristo es uno solo con el Padre, de la misma manera se hace uno con el que cree en Él. Y esta unión es la que posibilita al hombre vencer la muerte que parecía inevitable. Quien está unido a Cristo, recibe de Él la vida y la posibilidad de no morir jamás. 

La carta de san Pablo que se ha proclamado como segunda lectura nos aclara que esta Vida divina nos es comunicada por Cristo por medio del Espíritu. El Espíritu que es la Vida del Padre, y que ha resucitado a Jesús, nos es dado para que también nos dé la Vida eterna a todos nosotros. Aunque todavía queda el amargo momento de la muerte física que todo hombre debe pasar, el creyente tiene la certeza de que ya no morirá definitivamente sino que seguirá viviendo para siempre, gozando de la vida de los hijos de Dios, hasta el día en que también el cuerpo resucitado reciba la glorificación. A nosotros se nos anuncia una resurrección que ya comienza desde ahora, y que finalmente consistirá en la participación de la gloria de Cristo. La vida que se nos anuncia es la vida en su plenitud, la que todos ansiamos. Vivir no es solamente respirar, o tener circulación de sangre por las venas. Vivir es poder desplegar todas las facultades, poner en ejercicio todas las potencias que hemos recibido, llegar a ser totalmente nosotros mismos. Hay muchas fuerzas que nos impiden vivir, que nos impiden llegar a ser. Sobre todo se opone a nosotros la fuerza de la muerte, que nos va desgastando y deteriorando cada día, hasta que llegue a destruirnos y a impedimos toda forma de vida. La única fuerza que se puede oponer a la muerte es la fuerza divina, que viene del Padre y se nos da en Cristo cuando nos unimos a Él por la fe y por el bautismo.

Es esa vida que vamos desarrollando y fortaleciendo por medio de los sacramentos. Es esa vida que se manifiesta cuando crecemos en el conocimiento de la fe y cuando practicamos el amor a Dios y a los hermanos. De diversas maneras la muerte despliega su fuerza entre nosotros ya antes de que vayamos al sepulcro. Con el odio y la enemistad nos va separando de los demás hombres antes de que seamos separados de todos ellos por la muerte física; distintas maneras de opresión y de pobreza nos impiden llegar a ser nosotros mismos; los vicios y sus consecuencias no nos permiten gozar con libertad y alegría de nuestro propio cuerpo y de las bellezas de la creación. 

Todas estas son formas de estar casi muertos antes de que llegue la muerte. La única esperanza para el hombre es el encuentro con Cristo, que tiene poder para arrancar de las garras de la muerte y de dar la vida definitiva y eterna, esa vida que se goza en la libertad de los hijos de Dios.