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sábado, 5 de septiembre de 2009

LAS EXIGENCIAS DEL SEGUIMIENTO




DOMINGO 5 DE SEPTIEMBRE
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33)
"Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío."

"Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."


EL TEXTO DE LA LECTURA

Se nos ofrece un breve discurso de Jesús donde propone a quienes tienen la intención de llegar a ser sus discípulos. Las frases están redactadas de tal manera que sirven para desalentar a todos aquellos que quieren ser cristianos, pero carecen de espíntu heroico.El discurso pertenece al matenal propio del evangelio de san Lucas, ya que fuera de algunas semejanzas, nada de él se encuentra en los otros evangelios.


El evangelista ha escogido estas palabras de Jesús y ha compuesto este discurso para completar la ensenanza que se contiene en ia página precedente. Si tomamos el libro de los evangelios y buscamos el trozo de la lectura de hoy, podremos ver que viene a continuación de una parábola de Jesús que lamentabiemente no hemos leído el domingo pasado. Se trata de la parábola de los invitados descorteces: aquellas personas que se negaron a ir a una fiesta para la que eran invitados.

Mientras que san Mateo aprovecha esta paràbola para ofrecernos una lectura alegórica de la historia del pueblo judío, san Lucas ha presentado el drama más personal de aquellos que son Ilamados por Dios pero se niegan a responder, poniendo para ello diversas excusas.

Como vemos en el evangelio, la parábola finaliza con una orden del organizador de la fiesta, mandando a sus sirvientes a que vayan a buscar a otros que inicialmente no habían sido invitados, a fin de que vengan -incluso a la fuerza- a Ilenar la sala del banquete.


Las parábolas, como ya se sabe, no pretenden explicar todos los aspectos de una enseñanza, sino solamente uno. En este caso de los invitados, se explica la universalidad del Ilamado, pero no se dice una sola palabra sobre las condiciones o requisitos para poder entrar en el reino.


SI NO ODIA...

El texto comienza poniendo un marco a las palabras del Señor, como es habitual en el evangelio de Lucas. Se dice que Jesús pronunció estas palabras cuando un gran gentío caminaba junto con él. A estos, el Señor les indica cuáles son las condiciones para seguirlo.Parece que se establece una diferencia entre caminar con el Señor y seguirlo. Esto es porque seguir a alguien es tomarlo como maestro, ser su discípulo. Por esa razón, al comienzo del relato se evitan palabras que puedan indicar que todas esas multitudes ya son discípulos del Señor. Todavía no han Ilegado a ese punto, sino que se han sentido atraídas por él y caminan juntos, sin comprometer sus vidas de una manera más definitiva. A éstos que vienen, Jesús les dinge estas severas palabras de las condiciones que hay que reunir para Ilegar a ser discípulos.La primera condición -si la leemos en el original, en lengua griega- suena muy mal a nuestros oídos occidentales, porque dice textualmente: "Si alguno no odia a su padre y a su madre...". Las palabras parecen elegidas a propósito para causar impacto en los oyentes. Pero, sin atenuar su exigencia, aclaremos que en las lenguas semíticas se puede decir "odiar" para indicar que "se ama memos que a otros". Así lo entiende y lo escribe san Mateo cuando reproduce esta frase, y así también se ha traducido en la lectura de este domingo.La primera condición impuesta por jesús es la de postergar todos los amores, incluyendo aquellos que parecen ser los más impostergables: padre, madre, esposa, hijos... y en ese menosprecio se incluye la propia vida.
El seguimiento de Cristo, la condición de discípulo, nos coloca diariamente ante opciones, y nuestro corazón se inclina hacia donde esté la atracción mayor, el amor más fuerte.Alguna vez en la vida puede darse el caso de que nos encontremos ante esta alternativa: o aquellos seres que más queremos o Cristo. O también: conservar nuestra vida, o ser fieles al Señor. Tenemos que estar preparados para estas opciones, por más que sean excepcionales. Y por eso Jesús ya nos anticipa que al decidirnos por el seguimiento, debemos haber hecho un ordenamiento de nuestros afectos. Quien se decide por Cristo, debe haber puesto todas las cosas en segundo lugar, incluso su propia vida.

QUIEN NO CARGUE SU PROPIA CRUZ...

En otra parte del evangelio encontramos frases muy parecidas, cuando Jesús anuncia por primera vez su pasión. Ahora las hallamos unidas a las otras exigencias para el seguimiento.
Debemos atender a que estas palabras nos traen a la memoria el camino del Calvario. Pero sin embargo, el autor del evangelio ya las utiliza cuando todavía no ha hablado de la crucifixión del Señor. En el actual contexto del evangelio, estas palabras suenan como habran sonado para cualquier contemporáneo de Jesús, que todavía no conocía el desenlace de los acontecimientos.


Para ese tiempo, la cruz era simplemente un instrumento de tortura, el más temble que habían inventado los hombres. La cruz era utilizada por los romanos para los más despreciables, tan temible que era considerada indigna de un ciudadano romano. Al utilizar estos términos, Jesús exige de sus seguidores que estén dispuestos a ser menospreciados hasta lo último. La exigencia antenor terminaba con la postergación de la propia vida, esta nueva exigencia ilustra de manera más dramática lo que aquello podía significar.

Al aceptar la enseñanza de Cristo, el discípulo no solamente cambia su propia vida, sino que también se convierte en un factor transformante de la sociedad. Las comunidades cnstianas, si verdaderamente viven el evangelio, son células que deben ir creciendo y creando un nuevo mundo, una nueva civilización. Es lógico que el antiguo sistema, fundado sobre el pecado y regido por sus leyes, actúe todos sus elementos de defensa para no verse destruido y suplantado. Como sucedió en los primeros días del cristianismo, las comunidades cnstianas fueron acusadas como de sospechosas y nocivas, mientras que los cristianos debieron padecer la persecución y la muerte acusados de ser subversivos de la sociedad.

El que quiera vivir tibiamente su cristianismo, sin entrar en conflictos con los demás y reduciéndose a practicar sus actos de devoción de manera individualista, no reúne las condiciones para el seguimiento de Cnsto. El Señor exige una disposición tal como para enfrentarse con el mundo, asumiendo el cristianismo hasta sus últimas consecuencias, incluso hasta la muerte.

QUIEN NO RENUNCIA A TODO...

La tercera condición impuesta por el Señor es la de renunciar a todo lo que se tiene. Este es uno de los temas predilectos del evangelio de san Lucas. Y observemos que la renuncia a todos los bienes no se impone a aquellos decididos a adoptar una forma especial de vida en la Iglesia, sino a todos. Esta exigencia
es una precisión todavía mayor sobre las dos antenores. Si hay que renunciar a la propia vida, con más razón a las posesiones.
Los primeros discípulos debían seguir a Cnsto, que continuamente iba de camino, trasladándose de un lugar a otro. Era imposible seguirlo si no se abandonaba todo lo que se tenía. Así hicieron los doce y todos los demás discípulos. Cuando pasó la Pascua, y la Iglesia comenzó a existir como comunidad, la forma de renunciar a los bienes se venficó de otra manera, que es la que hoy se nos propone a nosotros: la comunidad estaba compuesta por personas que no tenían nada como propio, sino que todo lo compartían con los demás.Quien quiera vivir de manera egoísta, gozando de sus propios bienes sin ocuparse de las necesidades de los otros, carece de una de las pnmeras condiciones que Jesús impone a sus discípulos.


LAS DOS PARÁBOLAS

Al oír estas palabras tan severas de Jesús, aquel que quiere ser su discípulo debe sentarse a reflexionar. ¿Podrá asumir estas exigencias? ¿No claudicará en el momento de la prueba?
A esta reflexión se refieren las dos parábolas que san Lucas ha introducido en medio de las exigencias que Jesús impone a quienes quieren ser sus discípulos.
La primera parábola, la del hombre que quiere edificar una torre, nos presenta el caso cotidiano de quien está por emprender una construcción. La actitud prudente es la de quien primero calcula si con la cantidad de matenales a su disposición puede emprender el trabaj o y Ilevarlo a cabo. El necio, por el contrario, comenzará a edificar y dejará la obra inconclusa cuando los matenales se acaben. La segunda parábola, la de la guerra, nos coloca ante un rey que no tiene más que diez mil soidados y va al encuentro de otro que tiene veinte mil. Es necesano que antes de presentar combate se siente a calcular y a planear la estrategia, para evitar un desastre irreparable. En caso contrano, la prudencia aconseja una digna retirada con un tratado de paz.
Los que venían a Jesús y caminaban con él eran grandes multitudes. Como en el final de la parábola del banquete, venían buenos y males, sin discnminación. Ahora Ilega el memento deponerse a pensar si es posible aceptar el Ilamado de Jesús. El Señor no quiere tibios. En otra parte de la Biblia, en el libro del Apocalipsis, el Seìior dice que prefiere a los frios, pero a los tibios los vomita de su boca.
La lectura del Evangelio de este domingo nos coloca ante esta realidad: el Señor Ilama a todos, pero no basta con decir que sí. Es necesano comprometerse y vivir la vocación cristiana. Si medimos las exigencias de Jesús y las comparamos con nuestra pobre fuerza humana, sin lugar a dudas que tendremos que responder que no es posible ser cnstianos.
Por eso, en el memento de reflexionar debemos tener presente las palabras de san Pablo: Dios da el querer y el obrar.