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martes, 18 de diciembre de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO-CONCLUSIONES



Maduración personal a través de las heridas
Quiero terminar estos pensamientos sobre la autolesión y sobre el camino bíblico y místico de la libertad con la conocida historia del Talmud, que nos cuenta H. Nouwen.
“Rabí Joshua ben Levi se encontró con el profeta Elías, que estaba a la entrada de la cueva de Rabí Simran ben Johais... Y le preguntó a Elías:
- ¿Cuándo vendrá el Mesías?
- Ve y pregúntaselo a él -le respondió Elías.
- ¿Dónde está?
- Está sentado a la puerta de la ciudad.
-¿Cómo podré reconocerlo?
- Está sentado entre los pobres, lleno de heridas por todas partes. Los otros dejan sus heridas al aire libre y vuelven a cubrirlas más tarde. Pero él sólo se quita una venda y se la vuelve a poner enseguida, pues se dice: quizás alguien me necesite, y en ese caso tengo que estar siempre preparado y no me puedo retrasar ni un solo instante».
 

La vida siempre nos herirá, lo queramos o no. El sufrimiento es un elemento esencial de nuestra vida. Así lo dice la segunda Carta de Pedro. La cuestión es cómo afrontar el sufrimiento que nos viene de fuera, si lo ahondamos hiriéndonos a nosotros mismos, o si por el contrario vendamos con esmero las heridas que nos causa la vida, preparándonos así para curar las heridas de los demás. Todos los que están sentados ante la puerta tienen alguna herida. La diferencia entre ellos y el Mesías está en que unos dejan de golpe todas sus heridas al aire, mientras el Mesías sólo se desvenda una para poder levantarse cuando se le necesite. Los primeros se limitan a girar en torno a sus heridas. Las dejan al aire libre para poder vendarlas poco a poco. Lo único que les preocupa son sus heridas. Pero el Mesías se quita sólo la venda de una herida. Y es que sabe que hay muchos hombres heridos que le están esperando. Él puede olvidarse de sus heridas para levantarse y ayudar a los demás. Puede tomar distancia de sus heridas y así puede convertirlas en fuente de salvación para los hombres que le llaman.
La tesis de san Juan Crisóstomo de que nadie puede herirnos si no nos herimos nosotros mismos, no pierde fuerza por esta historia del Talmud. Pues la tesis no dice que la vida no nos hiera. Dice más bien que las heridas no nos pueden dañar si nosotros no nos herimos. De lo que realmente se trata es de cómo nos comportamos con nuestras heridas. Si nos hacemos falsas ideas sobre nuestras heridas, entonces sí que nos herimos a nosotros mismos. Las ideas que hieren pueden ser, por ejemplo: «Las heridas podrían muy bien no existir», «Pero si ya hemos sido heridos, entonces tendremos que curarlas lo antes posible para no sentirlas», «Las heridas me impiden vivir», «Mientras esté herido, sólo podré ocuparme de mí».
Crisóstomo no quiere minimizar el sufrimiento que nos puede traer la vida. Lo único que pretende es invitamos a establecer una relación constructiva con él, convertir nuestras heridas en fuente de salvación. Y nos comportamos creativamente con ellas si nos reconciliamos con ellas, si contamos con que nos acompañarán a lo largo de toda nuestra vida. Si aceptamos nuestras heridas, jamás podrán paralizarnos. No nos quejaremos de estar heridos. Jamás permitiremos que la herida nos impida levantarnos cuando alguien nos llame, cuando alguien requiera nuestra ayuda. La herida nos hará más sensibles para con los hombres que nos rodean. Si siguiendo los pasos del Mesías somos esmerados y cautelosos con nuestras heridas, entonces incluso nos permitirán vendar y curar las heridas de nuestros hermanos los hombres. No nos lamentaremos mutuamente de que la vida sea tan dura. Más aún, cuando se nos necesite, nos levantaremos como hombres heridos. Nos alzaremos a favor de la vida, a favor de los hombres. Nos convertiremos en médicos y pastores de almas de lo que hay dentro del hombre, en médicos y pastores que están heridos. Dejaremos de herirnos y encontraremos en la fe un camino, nuestro camino para que nuestras heridas puedan producir fruto. Como dice Hildegard von Bingen, se convertirán en perlas preciosas. Las llevaremos con nosotros como un preciado tesoro que nos pone en contacto con nuestro verdadero ser, con nuestra naturaleza divina, como dice la segunda Carta de Pedro. Y el conocimiento de nuestra naturaleza divina y del espacio interior que subyace a nuestras heridas en el que nadie puede herirnos, nos liberará de los viejos modelos de la autolesión.
Si nos comportamos así de libres con nuestras heridas, entonces, como dice Crisóstomo, el sufrimiento nos hará más maduros y creíbles. No nos destruirá ni herirá. Nos pertenecerá como algo valioso que nos hace partícipes de los sufrimientos de Cristo, que hace que seamos uno con Jesucristo, en él nuestras heridas se convertirán en fuente de salvación.En el amor de Cristo, nuestras heridas serán la puerta de entrada del amor

salvador y liberador de Dios en este mundo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

EVANGELIO DEL DOMINGO 16 DE DICIEMBRE DEL 2012


EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO

En aquel tiempo, al acercarse a Juan para recibir su bautismo, la gente le preguntaba: "¿Entonces qué debemos hacer?" Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo". Llegaron también a bautizarse unos publicanos -los que cobraban impuestos para Roma- y le preguntaron: "¿Maestro, qué debemos hacer nosotros?" El les contestó: "No exijan más de lo establecido". Unos soldados le preguntaron: "¿Y qué debemos hacer nosotros?" El les contestó: "No hagan extorsión ni se aprovechen de nadie, sino conténtense con su salario". El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y les dijo a todos:
"Yo los bautizo a ustedes con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego; trae su aventador en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja; guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará". Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba a la gente y anunciaba la Buena Noticia (Lucas 3,10-18).

En el mensaje que al celebrar este tercer domingo de Adviento nos trae la Palabra de Dios (Sofonías 3,14-18; Cántico de Isaías 12, 2-6; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3,10-18), podemos identificar tres notas características de lo que la Sagrada Escritura expresa como la “Buena Noticia” comunicada por Dios a todos los hombres y mujeres que la reciben con una disposición adecuada. Veamos cuáles son.
1. La Buena Noticia consiste en que Dios en persona viene a salvarnos por medio de su Hijo Jesús
El término “eu-angelion”, que significa “buena noticia” o “buena nueva”, es empleado por la primera traducción griega del Antiguo Testamento en un texto del libro de Isaías escrito hacia el siglo VI antes de Cristo. “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz y trae buenas nuevas, que anuncia la salvación y dice a Sión: ‘¡Ya reina tu Dios’! ” (Isaías 52, 7).
Unos seis siglos después de este texto del libro de Isaías, el mismo término es empleado por los escritos del Nuevo Testamento llamados precisamente Evangelios. Así el de Marcos (1,1), al iniciar su relato de la vida pública de Jesús, lo titula Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. El de Mateo (4, 23) lo llama Evangelio del Reino, para indicar así que Jesús, como Dios hecho hombre, vino a salvar a la humanidad haciendo presente en la historia humana el “Reino de Dios”. Y cuando la palabra “evangelio” aparece por primera vez en el de Lucas indicando el contenido de la predicación de Juan Bautista -como acabamos de escucharlo en el pasaje evangélico de este domingo-, lo que nos da a entender es que este contenido es, en definitiva, la persona de Jesús, cuyo nombre significa “Yahvé salva”, y quien constituye en sí mismo el cumplimiento y el contenido de los antiguos anuncios proféticos.
2. La Buena Noticia nos invita a estar siempre “alegres en el Señor”
Lo que más resalta como elemento común en las lecturas bíblicas de este domingo es que la Buena Noticia proveniente de Dios es un motivo de alegría. En el pasaje del libro de Isaías anteriormente mencionado, como también en los otros textos bíblicos correspondientes a la 1ª lectura y al cántico responsorial, la tónica predominante es una invitación al júbilo, al gozo por el acontecimiento de la liberación del destierro en Babilonia: “Regocíjate, grita de júbilo (…), alégrate de todo corazón” (1ª lectura, del profeta Sofonías). “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación…; gritad jubilosos” (Cántico tomado del libro de Isaías).
En el Nuevo Testamento, el motivo del gozo es la presencia salvadora de Jesucristo, a quien sus primeros discípulos reconocieron como “el Señor”: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén siempre alegres” (2ª lectura, de la carta a los Filipenses). En esta exhortación del apóstol Pablo hay dos detalles que caracterizan la alegría propia de quienes acogen debidamente la Buena Noticia: por una parte, se trata de una alegría en el Señor, que es la verdadera -no la falsa y aparente de quienes, alejándose de Dios, buscan satisfacer sus impulsos instintivos en los excesos del licor y de las pasiones materiales desenfrenadas -; y por otra es una alegría permanente, no fugaz como los goces mundanos que desconocen los valores espirituales.
3. La Buena Noticia nos invita a la renovación de la gracia recibida en el bautismo
Juan distinguía entre el bautismo realizado por él y el que iba a realizar nuestro Señor Jesucristo. El de Juan era un rito que, como lo decía él mismo al responder a quienes le preguntaban qué debían hacer, implicaba la disposición a compartir lo que se tiene con los desposeídos, a obrar honradamente, a respetar a todas las personas y así estar preparados para recibir al Señor que viene. El bautismo de Jesús sería el sacramento o signo sensible del inicio de su acción salvadora y transformadora en cada persona que acogiera la Buena Noticia presente en Él, en sus enseñanzas y en su misma vida ordenada por entero al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y el contenido de la voluntad de Dios es el mismo que indicaba Juan Bautista, pero ya no desde la expectativa del Salvador que vendrá, sino desde la fe en Jesucristo que en el sacramento del Bautismo nos ha comunicado su Espíritu y así nos hace posible compartir nuestros bienes con el pobre, reconocer eficazmente la dignidad y los derechos de todos y colaborar activamente en la construcción de la paz.
En conclusión, acoger la Buena Noticia es acoger al propio Jesucristo en nuestra vida, lo cual exige de nosotros una disposición a dejarnos purificar de nuestro egoísmo y de nuestras inclinaciones desordenadas, dejando que actúe en nosotros la energía santificadora del Espíritu Santo, simbolizado en el fuego que quema la maleza. Dejémonos pues purificar en este tiempo de Adviento, para que, al celebrar las fiestas de Navidad que se avecinan, se renueve en nosotros la gracia de Dios, es decir, la participación en su vida divina, que recibimos cuando fuimos bautizados.

jueves, 13 de diciembre de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO-AUTOLESIÓN Y RELACIÓN CON DIOS



Autolesión y relación con Dios
¿Tienen las afirmaciones de la segunda Carta de Pedro algo que ver con nuestro tema de la autolesión y de la libertad interior? El que siempre está girando alrededor de sí y de sus problemas, se hiere a sí mismo. Aquel cuya única meta es liberarse de sus miedos, permanecerá siempre anclado en su miedo. El que quiere controlarlo todo, seguro que tendrá una vida descontrolada. El que todo quiere hacerlo bien, comprobará al final que todo lo ha hecho mal.
Son principios básicos de nuestra vida. Pero muchas veces no somos conscientes de ello. Estamos tan compenetrados con nuestros viejos modelos vitales que los seguimos a cierra ojos y por tanto nos continuamos hiriendo a nosotros mismos. Le fijamos una meta muy corta a nuestra vida. Sólo queremos lograr que disminuyan nuestras necesidades, pero no las rebasamos para llegar a Dios como verdadero fundamento de nuestra vida.
De ahí que cuando superamos una necesidad, venga inmediatamente otra. Pues la causa de nuestras necesidades radica en muestra falsa concepción de la vida. Para los budistas, la causa de todo sufrimiento está en ser prisioneros de este mundo. Para la segunda Carta de Pedro es, sin embargo, «la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo» (2 Pe 1, 4).
Mientras seguimos dando vueltas, tratando de satisfacer nuestros deseos y de cambiar las situaciones dolorosas, nos seguiremos hiriendo a nosotros mismos. De lo que más bien se trata es de descubrir la causa de nuestras necesidades, de que abandonemos los viejos modelos de vida y de que descubramos en la fe el verdadero camino para vivir.
Para la segunda Carta de Pedro, la vida es el conocimiento de que por Cristo hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina, de que Dios es el fundamento auténtico de nuestro ser, de que todo nuestro ser está penetrado por Dios. Si esto lo tomamos en serio, si permanecemos en este conocimiento y en esta experiencia, entonces seremos verdaderamente libres, entonces dejaremos de herirnos a nosotros mismos, entonces dejaremos de quejarnos como niños pequeños cuando no se cumplen nuestros deseos.
Así pues, la experiencia de lo que Dios ha hecho en nosotros por Jesucristo es la premisa para una vida auténtica, para una vida donde el mecanismo de la autolesión desaparece por completo. Penetrados por la naturaleza divina, viviremos como corresponde a nuestro auténtico ser.
Para este tiempo nuestro, que ha perdido su relación con Dios, ha descrito Pascal Bruckner cómo los hombres le están buscando un sustituto, cómo sustituyen el vacío y la fría racionalidad por un nuevo encantamiento del mundo, mientras éste les presenta una superoferta de cosas que dan la impresión de una infinita plenitud. «El consumo es una religión venida a menos, la fe en la resurrección sin fin de las cosas, cuya iglesia es el supermercado y cuyo evangelio es la publicidad» (Bruckner, 57). La promesa de que se pueden satisfacer todos los deseos sustituye nuestro más profundo anhelo de lo divino. El que participa de la naturaleza divina, no necesita en absoluto de este sustituto de la religión que es el consumo, en el que nos herimos continuamente a nosotros mismos porque nos esforzamos en vano. Otra razón de que nos hiramos a nosotros mismos es que muchas cosas que encontramos en nosotros ya de antemano pensamos que son malas, corruptas, sucias y molestas en nuestro camino. Si interpretamos místicamente la afirmación sobre la naturaleza divina, como hicieron los padres griegos de la Iglesia a excepción de Plotino, entonces todo es fundamentalmente bueno.
El mundo en sí mismo no está corrompido, sólo lo está cuando lo dominan las pasiones, cuando todo lo vemos desde nuestro ego. Pero en principio todo es bueno porque todo viene de Dios y ha fluido de Dios. Todo lo finito participa de Dios. Por tanto no podemos hallar a Dios al margen del mundo, sino sólo a través de él. El maestro Eckhart insiste machaconamente en ello: «El que permanece en la interioridad como debe, ese está bien en todos los lugares y con todas las personas. Pero el que no está bien, no está bien en ningún sitio y con ninguna persona. Ahora bien, está bien interior mente el que tiene realmente a Dios en sí mismo. El que tiene a Dios en la verdad, le tiene también en todos los lugares, le tiene en la calle y en toda la gente tan bien como en la iglesia, o en el desierto o en la celda, y todo lo que hace no lo hace tanto él como Dios que está en él» (Eckhart, 182).
Si hemos sido hechos por Cristo partícipes de la naturaleza divina, todo en nosotros está por completo impregnado de la naturaleza divina. No podemos pues separar algunas esferas, como la sexualidad y la agresividad, y considerarlas malas. Y como muchos cristianos han contrapuesto totalmente Dios y mundo, naturaleza terrena y naturaleza divina, han desencadenado a menudo un ascetismo salvaje contra sí mismos y se han hecho un serio daño.
En mi tarea de acompañamiento veo con frecuencia cómo la gente espiritual es la que más suele herirse, y ello justamente porque demoniza y oprime las dos fuerzas básicas del hombre, la agresividad y la sexualidad. Pero a Dios no se le encuentra almargen de la agresividad y de la sexualidad, sino a través de ellas. Quien secciona la agresividad y la sexualidad, pierde una gran parte de la energía creadora que Dios nos ha dado.
La segunda Carta de Pedro nos dice: «Dios, con su poder (dynamis, fuerza, energía, potencia, fuerza salvadora, fuerza para vivir) y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha dado todo lo necesario para la vida y la religión» (2 Pe 1, 3).
La fuerza divina nos ha dado también la energía (dynamis) de la agresividad y de la sexualidad, como fuerzas buenas (o necesarias, cf. Vögtle, 137) para nuestra vida y nuestra religiosidad. Por lo tanto no es cuestión de cercenarlas sino de tratarlas con humanidad, de integrarlas en la concepción de nuestra vida.

sábado, 8 de diciembre de 2012

EVANGELIO DEL DOMINGO 9 DE DICIEMBRE DEL 2012



EVANGELIO
Lc 3, 1-6
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios".



 Dios se comunica en la historia humana
El Evangelio que acabamos de leer sitúa en una época específica de la historia humana el inicio de la predicación de Juan el Bautista, el precursor de Jesús. El relato comienza haciendo referencia a la situación de dependencia política de la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén, sometida al imperio romano, para ubicar la acción de Juan que predicaba en el desierto, a orillas del río Jordán, “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Recordemos que, en su significado ritual originario, bautizarse era sumergirse en el agua del río, que simboliza el torrente de la vida, para salir de ella vitalmente renovado.
También hoy, en este preciso momento de la historia presente, en este tiempo litúrgico del Adviento, comenzando el último mes del año  y estando próximas las fiestas de Navidad, la palabra de Dios nos invita a reconocer la necesidad de convertirnos, rectificando nuestro comportamiento en todo lo que implica seguir el camino que nos conduce a Él, para que así se renueve en nosotros la vida espiritual que un día recibimos en nuestro bautismo.
“Preparen el camino del Señor”
En nuestro lenguaje contemporáneo solemos emplear el término “voz que clama en el desierto” para referirnos a un mensaje que nadie escucha o que no es tomado en cuenta. Sin embargo, el significado original de esta expresión, que el Evangelio toma del profeta Isaías (40, 3-5) para aplicarla a la predicación de Juan el Bautista en el desierto de Judea, es el de un anuncio que proviene de Dios y llega a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Tanto esta profecía de Isaías como la evocada en la primera lectura (Baruc 5, 1-9), se habían escrito cinco siglos y medio antes de Jesucristo, cuando los judíos se preparaban para emprender el camino de regreso a Jerusalén después de su destierro en Babilonia. La liberación de aquel cautiverio en el que habían permanecido durante cuarenta años, fue precisamente el origen del Salmo 126 [125], que este domingo se propone como salmo responsorial y en el cual se expresa la esperanza en Dios que para quienes sufren y se acogen a Él puede cambiar la tristeza en alegría, el llanto en canciones de gozo.
En el texto del profeta Baruc, es Dios mismo quien “ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro”. En el de Isaías, evocado por el Evangelio, hay una exhortación específica a que los beneficiarios de la acción liberadora de Dios colaboren activamente en la preparación del camino. En efecto, la traducción de este pasaje en la versión titulada “Biblia de Jerusalén” dice así: “Una voz clama: „En el desierto abrid el camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios‟...”.
En todo caso, se trata de una imagen simbólica para indicar que el camino que conduce al reencuentro con Dios es necesario no sólo recorrerlo sino rehacerlo, allanando los senderos y enderezando lo torcido. Hoy diríamos, repitiendo el verso de los “Cantares” del poeta Antonio Machado, que tan bellamente llevó Joan Manuel Serrat a la música moderna: “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”…
“Y todos verán la salvación de Dios”
El texto del Evangelio de hoy termina con esta frase de la cita del profeta Isaías, que constituye una promesa para quienes efectivamente se dispongan a encontrarse con Dios, rectificando lo que hay que rectificar, corrigiendo lo que hay que corregir. “Ver la salvación de Dios” es, en el sentido más profundo de este texto bíblico, experimentar vitalmente su acción liberadora, que Él ha querido realizar por medio de Jesús, Dios hecho hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre -como Jesús mismo solía llamarse-, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar una vez más al terminar este año .
El tiempo litúrgico del Adviento en el cual nos encontramos no sólo se refiere a la primera venida de Jesús hace poco más de 20 siglos, sino que implica también una esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva al final de los tiempos, que para cada uno de nosotros será el momento nuestro con Él cunado pasemos a la eternidad. En la segunda lectura de este domingo (Filipenses 1, 4-6.8-11), el apóstol san Pablo les dice a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, ciudad situada en Macedonía, al norte de Grecia, unas palabras que también vienen dirigidas hoy a nosotros y que constituyen una plegaria a la cual podemos unirnos aquí y ahora: “Pido en mi oración que el amor de Cristo Jesús siga creciendo más y más en ustedes (…). Así podrán vivir una vida limpia y avanzar sin tropiezos hasta el día en que Cristo vuelva (…)”.
Preparémonos, pues, para que en las fiestas de Navidad podamos realmente ver la salvación que quiere realizar el Señor en cada uno y cada una de nosotros, si lo dejamos actuar en nuestra vida. Tal salvación sólo es posible para quien quiera de verdad convertirse a Él saliendo del cautiverio del egoísmo, de la violencia y de la injusticia, rectificando lo que hay que corregir para ponerse en camino, con la ayuda de Dios, hacia el encuentro pleno y feliz con Él en una verdadera comunidad de amor.-

martes, 4 de diciembre de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO-Partícipes de la naturaleza divina II



Formas de manifestarse la naturaleza divina en nosotros
Para la segunda Carta de Pedro, somos partícipes de la verdadera vida porque hemos sido llamados por Cristo y porque creemos en el mensaje del Apóstol. Quiere también mostrarnos que vale la pena ser cristianos, confiar en el mensaje de la Escritura. Pues sólo entonces viviremos de verdad, conforme a nuestra naturaleza divina.
Esta vida nueva y real requiere sin embargo formas concretas de manifestarse. Por eso el autor enumera una serie de virtudes que todo aquel que ha sido tan agraciado por Dios debiera realizar con el máximo celo, para que la naturaleza divina de los cristianos resplandezca a los ojos del mundo «como una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones» (2 Pe 1, 19).
Se despliega aquí una cadena de ocho eslabones que empieza con la fe y termina con el amor. Estas cadenas de virtudes estaban muy en boga entre los autores helenistas (cf. Vötgtle, 149). Es una tarea extraordinariamente honrosa la que el cristiano debe realizar aquí. El cristiano puede realizar todas las virtudes tan apreciadas en el entorno helenista, porque participa de la naturaleza divina. La cadena de virtudes empieza con la fe. La fe es el cimiento sobre el que el cristiano edifica su vida. De la fe viene la virtud, la eficiencia, la fuerza. El que cree puede vivir de otro modo, más consciente y dotado de una nueva energía. No vive desde sí mismo, sino desde la fuente divina que mana en él y jamás se agota, de la fuerza divina que jamás se debilita. De la virtud y la fuerza viene el conocimiento, la gnosis. Gnosis indica aquí la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo. Y significa ver la realidad correctamente, verla tal como ha sido creada y pensada por Dios.
Gnosis es la visión correcta, que está libre de las falsas ideas (dogmata) a las que se refiere Epicteto. Tanto los hombres de entonces como los de ahora suspiran por la gnosis, el conocimiento y la iluminación. El camino místico es pues un camino hacia el verdadero conocimiento de las cosas. Del conocimiento viene el autodominio (egkrateia). El hombre tiene dominio sobre sí mismo y no es determinado por sus instintos. Vive él y no es vivido por nadie más, ni por otros hombres ni por otras fuerzas. Egkrateia puede significar también
abstinencia. Quien tiene dominio sobre sí mismo puede decidir libremente lo que quiere y lo que no quiere. No ha de tenerlo todo. También puede renunciar. Sobriedad no significa una dura ascesis, sino libertad de decisión. Requiere paciencia (hypomone), perseverancia, estabilidad, solidez. Tiene que defenderse de todas las artes persuasivas de fuera que quieren empujar al hombre hacia algo que en el fondo de su corazón no quiere. Hypomone
significa literalmente resistir, mantenerse abajo, decir sí a lo que es. No situarse por encima de la realidad, sino mantenerse bajo ella, es decir, aceptarla tal cual es, confiar que incluso Dios mismo acepta y confía en esta realidad. 
 De la perseverancia y estabilidad viene el temor de Dios, la piedad, el respeto a los mandamientos de Dios. El hombre piadoso, es decir, el que teme a Dios, tiene su sitio en Dios. Edifica su casa sobre roca y no sobre la arena de las pasiones y deseos que apartan al hombre de su interior. Eusebeia, piedad y temor de Dios «es un saber sobre Dios que hace que el hombre tome en serio a Dios en su voluntad, que le une a Dios y aumenta su confianza en Dios» (Grundmann, 69). Es interesante que los Setenta interpreten la famosa frase de la sabiduría judía «principio de la sabiduría es el temor del Señor» con la también típica frase griega «el respeto a Dios es el principio de la experiencia» (Grundmann, 69). Quien sabe algo de Dios y de su misterio incomprensible y lo trata con respeto, ese experimenta la realidad tal cual es, sienta las bases de una profunda experiencia existencial, puede llegar a una experiencia mística que los místicos de todas las religiones anhelan como meta del camino espiritual. De la piedad viene la fraternidad (philadelphia), el amor al hermano, el amor fraternal. Quien ha encontrado su sitio en el Señor, no gira alrededor de sí mismo, sino que es libre para amar a sus hermanos y hermanas. Se compromete con este mundo. Fomenta una conciencia de responsabilidad social y una sensibilidad ante las necesidades de sus hermanos los hombres. Y de ahí se deriva el amor, el agape, que ahora lo abarca todo, tanto a Dios, como a los hombres, es decir, a toda la creación. El amor es el fruto de la fe. El amor es el último eslabón de los ocho que tiene la cadena. Ocho significa siempre plenitud y totalidad, la eternidad. En el ocho, lo infinito,lo eterno y lo divino ocupan el primer plano. Por eso las pilas bautismales son siempre octogonales. En el bautismo recibimos la vida divina en plenitud. Por eso la cadena de ocho eslabones es una descripción de la naturaleza divina de la que hemos sido hechos partícipes a través de Cristo. Ella describe la vida que ha sido penetrada por la presencia salvadora y liberadora de Dios y que se ha convertido en divina.

sábado, 1 de diciembre de 2012

ADVIENTO: ESPERANDO AL NIÑO DE BELÉN



EVANGELIO
Lc 21, 25-28. 34-36
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.

 Comienza hoy un nuevo ciclo litúrgico anual con el Adviento, nombre proveniente del vocablo latino Adventus, que significa advenimiento o venida. La petición del Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu Reino, es especialmente significativa en este tiempo correspondiente a 4 domingos, durante el cual nos preparamos para celebrar en la Navidad la venida de Dios hecho hombre a la tierra.
1. Un tiempo en el que se nos invita a la conversión
El libro del profeta Jeremías nos presenta en la primera lectura (33, 14-16) un anuncio del Mesías prometido, descendiente del rey David, cuya misión es poner en práctica la justicia con todo lo que ella implica: reconocer efectivamente la dignidad y los derechos de todos los seres humanos, empezando por los más débiles y excluidos.
Para quienes creemos en Jesucristo esta profecía comenzó a cumplirse hace poco más de veinte siglos. Sin embargo, hoy como entonces necesitamos que la acción redentora de Jesús llegue hasta nosotros como resultado de una disposición sincera a convertirnos, dejándonos transformar por su Espíritu. Por eso el tiempo del Adviento es una ocasión muy propicia para revisar nuestra vida y expresar nuestra disposición de convertirnos a Dios mediante el Sacramento de la Reconciliación.
2.- Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza
La venida de Dios hecho hombre a la tierra no es sólo un hecho que sucedió hace poco más de 20 siglos con el nacimiento de Jesús. Él sigue llegando a cada persona dispuesta a recibirlo. Cada vez que celebramos la Eucaristía repetimos después de la consagración la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa y que quedó escrita al final del Nuevo Testamento en el penúltimo versículo del Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús! (22, 20). De modo similar, en la novena de Navidad que pronto volverá a resonar con sus gozos, decimos: Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto. Así en el Adviento se nos invita a proclamar nuestra esperanza en el Reino de Dios, que ya vino en la persona de Jesús, que sigue llegando a nosotros cuando lo recibimos en la comunión, y que se manifestará plenamente en su venida gloriosa al final de los tiempos.
Para cada uno de nosotros, el final de los tiempos será el momento de nuestro paso de la vida presente a la eternidad. Mientras tanto, tenemos que experimentar los problemas propios de esta vida presente. El lenguaje de la Biblia llamado apocalíptico describe el paso de este mundo al futuro con las imágenes simbólicas de un cataclismo universal, pero no para que nos sumamos en el pesimismo, sino para que, animados por nuestra esperanza, en lugar de agachar nuestras cabezas como esclavos oprimidos, las levantemos para que el Señor nos libere de las cadenas del egoísmo y, como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, estemos bien preparados para “el día en que venga Jesús, nuestro Señor” (Tesalonicenses 3, 12 - 4,2).
3.- Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia
El tiempo de las fiestas de Navidad, que la publicidad comercial inicia incluso desde antes del Adviento con sus anuncios y decoraciones, suele ser para muchos un tiempo de rumba en el que abunda el licor y se multiplican los afanes materiales, mientras lo que verdaderamente significa la conmemoración del nacimiento y la infancia de Jesús pasa a un segundo plano o simplemente desaparece.
Frente a este olvido del sentido auténtico del Adviento y la Navidad, la palabra de Dios nos invita a no dejarnos encadenar por el libertinaje, la embriaguez o el ajetreo de las preocupaciones materiales, como dice también san Pablo en la segunda lectura. Renovemos, pues, al iniciar el Adviento, nuestra disposición a celebrar las fiestas navideñas de fines de este año y de comienzos del año nuevo, como una oportunidad de renovación en la que tenga prioridad para cada uno de nosotros la dimensión espiritual de nuestra vida.-