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martes, 18 de diciembre de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO-CONCLUSIONES



Maduración personal a través de las heridas
Quiero terminar estos pensamientos sobre la autolesión y sobre el camino bíblico y místico de la libertad con la conocida historia del Talmud, que nos cuenta H. Nouwen.
“Rabí Joshua ben Levi se encontró con el profeta Elías, que estaba a la entrada de la cueva de Rabí Simran ben Johais... Y le preguntó a Elías:
- ¿Cuándo vendrá el Mesías?
- Ve y pregúntaselo a él -le respondió Elías.
- ¿Dónde está?
- Está sentado a la puerta de la ciudad.
-¿Cómo podré reconocerlo?
- Está sentado entre los pobres, lleno de heridas por todas partes. Los otros dejan sus heridas al aire libre y vuelven a cubrirlas más tarde. Pero él sólo se quita una venda y se la vuelve a poner enseguida, pues se dice: quizás alguien me necesite, y en ese caso tengo que estar siempre preparado y no me puedo retrasar ni un solo instante».
 

La vida siempre nos herirá, lo queramos o no. El sufrimiento es un elemento esencial de nuestra vida. Así lo dice la segunda Carta de Pedro. La cuestión es cómo afrontar el sufrimiento que nos viene de fuera, si lo ahondamos hiriéndonos a nosotros mismos, o si por el contrario vendamos con esmero las heridas que nos causa la vida, preparándonos así para curar las heridas de los demás. Todos los que están sentados ante la puerta tienen alguna herida. La diferencia entre ellos y el Mesías está en que unos dejan de golpe todas sus heridas al aire, mientras el Mesías sólo se desvenda una para poder levantarse cuando se le necesite. Los primeros se limitan a girar en torno a sus heridas. Las dejan al aire libre para poder vendarlas poco a poco. Lo único que les preocupa son sus heridas. Pero el Mesías se quita sólo la venda de una herida. Y es que sabe que hay muchos hombres heridos que le están esperando. Él puede olvidarse de sus heridas para levantarse y ayudar a los demás. Puede tomar distancia de sus heridas y así puede convertirlas en fuente de salvación para los hombres que le llaman.
La tesis de san Juan Crisóstomo de que nadie puede herirnos si no nos herimos nosotros mismos, no pierde fuerza por esta historia del Talmud. Pues la tesis no dice que la vida no nos hiera. Dice más bien que las heridas no nos pueden dañar si nosotros no nos herimos. De lo que realmente se trata es de cómo nos comportamos con nuestras heridas. Si nos hacemos falsas ideas sobre nuestras heridas, entonces sí que nos herimos a nosotros mismos. Las ideas que hieren pueden ser, por ejemplo: «Las heridas podrían muy bien no existir», «Pero si ya hemos sido heridos, entonces tendremos que curarlas lo antes posible para no sentirlas», «Las heridas me impiden vivir», «Mientras esté herido, sólo podré ocuparme de mí».
Crisóstomo no quiere minimizar el sufrimiento que nos puede traer la vida. Lo único que pretende es invitamos a establecer una relación constructiva con él, convertir nuestras heridas en fuente de salvación. Y nos comportamos creativamente con ellas si nos reconciliamos con ellas, si contamos con que nos acompañarán a lo largo de toda nuestra vida. Si aceptamos nuestras heridas, jamás podrán paralizarnos. No nos quejaremos de estar heridos. Jamás permitiremos que la herida nos impida levantarnos cuando alguien nos llame, cuando alguien requiera nuestra ayuda. La herida nos hará más sensibles para con los hombres que nos rodean. Si siguiendo los pasos del Mesías somos esmerados y cautelosos con nuestras heridas, entonces incluso nos permitirán vendar y curar las heridas de nuestros hermanos los hombres. No nos lamentaremos mutuamente de que la vida sea tan dura. Más aún, cuando se nos necesite, nos levantaremos como hombres heridos. Nos alzaremos a favor de la vida, a favor de los hombres. Nos convertiremos en médicos y pastores de almas de lo que hay dentro del hombre, en médicos y pastores que están heridos. Dejaremos de herirnos y encontraremos en la fe un camino, nuestro camino para que nuestras heridas puedan producir fruto. Como dice Hildegard von Bingen, se convertirán en perlas preciosas. Las llevaremos con nosotros como un preciado tesoro que nos pone en contacto con nuestro verdadero ser, con nuestra naturaleza divina, como dice la segunda Carta de Pedro. Y el conocimiento de nuestra naturaleza divina y del espacio interior que subyace a nuestras heridas en el que nadie puede herirnos, nos liberará de los viejos modelos de la autolesión.
Si nos comportamos así de libres con nuestras heridas, entonces, como dice Crisóstomo, el sufrimiento nos hará más maduros y creíbles. No nos destruirá ni herirá. Nos pertenecerá como algo valioso que nos hace partícipes de los sufrimientos de Cristo, que hace que seamos uno con Jesucristo, en él nuestras heridas se convertirán en fuente de salvación.En el amor de Cristo, nuestras heridas serán la puerta de entrada del amor

salvador y liberador de Dios en este mundo.

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