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domingo, 15 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO 2013



Evangelio según San Mateo 11,2-11.

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.

 EXPLICAMOS Y ENTENDEMOS:

San Juan Bautista es un personaje al cual los evangelios le dan mucha importancia. Él fue el último de los profetas, el que tuvo el privilegio de presentar al Salvador esperado, lo bautizó en el Jordán y preparó a algunos de los que serian después sus discípulos. Para cumplir con tan honroso ministerio se retiró al desierto y se dedicó a la ascética rigurosa, y al final de su vida puso un digno broche entregando su sangre como mártir. Fue tan grande la influencia de san Juan Bautista en los primeros días del cristianismo, que algunos llegaron a confundirse y formaron una secta que afirmaba que el Mesías era san Juan y no Jesús.

LA PREGUNTA DE JUAN BAUTISTA
 Esta página del evangelio nos hace ver que la fe no fue fácil para Juan Bautista. El también tuvo necesidad de interrogar a Jesús y de dejarse instruir por el Señor. La pregunta  que hizo a Jesús por medio de sus discípulos no fue una simple curiosidad, ni tampoco una ignorancia fingida con el fin de que se instruyeran los enviados, como han dicho algunos. Él fue llevado a la cárcel por atreverse a censurar la moral del Tetrarca Herodes Antipas. Mientras estaba allí, oyó hablar del comportamiento de Jesús y se ha sentido confuso. Ese comportamiento no era el que Juan esperaba cuando presentaba a Jesús como el que debía venir. Si leemos con atención la predicación del Bautista en los días que precedieron al bautismo del Señor, así como se encuentra en uno de los primeros capítulos del evangelio de san Mateo -que hemos leído el domingo pasado veremos que èl esperaba la llegada de un Juez que viniera a castigar a los pecadores y a dar a cada uno su merecido. La predicación de san Juan Bautista abunda en expresiones referentes al castigo y deja en la penumbra todo lo que se puede referir a la misericordia. Esto nos hace ver que hasta los más grandes santos son personas de su tiempo, y que también ellos deben dejarse conducir e instruir por el Señor. En la época en que apareció Jesús la espiritualidad judía acentuaba los rasgos vengativos del Mesías, sin dejar mayor espacio para la salvación de los pecadores o para la misericordia hacia todos. Y Juan Bautista oye decir que Jesús no condena a nadie. Por eso se pregunta: ¿Será éste el que debe venir? ¿O tal vez habría que esperar a otro?
 LAS OBRAS DE JESÚS
Cuando el evangelio dice que Juan Bautista oyó hablar de las obras de Jesús, se está refiriendo a lo que se relata en las páginas precedentes del libro de los Evangelios. Los últimos capítulos del evangelio de san Mateo, antes de la pregunta del Bautista, se ocupan de los milagros de Jesús, de la comida del Señor con los pecadores y del envío de los doce Apóstoles para que vayan a buscar las ovejas perdidas. En realidad la imagen que presenta Jesús es muy distinta de la que podía esperar el Bautista. Al curar a los enfermos, Jesús se ha acercado a los que eran considerados religiosamente impuros, ha curado al sirviente de un centurión romano, aprovechando la oportunidad para poner de relieve la buena disposición y la fe de aquel pagano. Ha llamado a un cobrador de impuestos para que forme parte del grupo de los doce apóstoles, cuando el gremio de los que cobraban impuestos era aborrecido por todo el pueblo religioso y además estaba prácticamente excomulgado. Finalmente, al sentarse a comer como amigo con los que estaban marginados de la comunidad religiosa por causa de su mal comportamiento y de su condición pecadora, había suscitado el escándalo de todos los piadosos y el conflicto interior de Juan. Pero el Bautista no criticó a Jesús ni dejó de creer en él. Por el contrario, con toda humildad mandó a sus discípulos para que le preguntaran. El que era maestro de otros, no se avergonzó de que sus discípulos vieran que él también necesitaba instrucción.
LA RESPUESTA DE JESÚS
Jesús no respondió con un sí o con un no. Simplemente les dijo a los enviados que fueran a decir a Juan lo que ellos oían y veían. Juan, que era buen conocedor de las profecías mesiánicas, sabía interpretar correctamente esos hechos. Las palabras de Jesús en el Evangelio explicitan los obras de las que son testigos los discípulos de Juan Bautista: Los ciegos ven, los paralíticos caminan... A primera vista son referencias a los milagros que el autor del Evangelio ha relatado en las páginas precedentes. Pero hay que ir más al fondo de la cuestión. Para los conocedores de la Sagrada Escritura, estas afirmaciones corresponden al texto del profeta Isaías que se proclama como Primera Lectura en este domingo. Este profeta habla de ciegos que comienzan a ver, de sordos que oyen, de paralíticos que saltan, de mudos que gritan... y todo esto en un contexto en el que se está anunciando el tiempo de la salvación. No se trata entonces de milagros que favorecen a uno o a otro sino a la situación de todo un pueblo que se encuentra ciego, sordo, mudo, muerto... y que necesita una intervención de Dios para sacarlo de esa condición miserable. En el mismo libro de Isaías se encuentra el texto en el que un Profeta relata su vocación diciendo que Dios lo ha ungido y le ha dado el Espíritu Santo para que vaya a anunciar la Buena Noticia a los pobres. Jesús concluye la lista de milagros añadiendo esta referencia al final de su mensaje a Juan Bautista. Al remitirlo a todos estos textos, Jesús le está diciendo al Bautista que en el Antiguo Testamento, además de los anuncios del tremendo día del juicio en el que Dios retribuirá a cada uno su merecido, están los anuncios de un tiempo de salvación en el que el mismo Dios curará las heridas de todos los hombres y recogerá cariñosamente a los que estaban perdidos y necesitados de perdón.
Como una discreta advertencia, la respuesta de Jesús termina con una bienaventuranza: "feliz aquél para quien Yo no sea motivo de tropiezo!". Ante el preceder de Jesús es fácil escandalizarse. Los hombres, aunque parezca contradictorio, no aceptan con facilidad que el Salvador sea amigo de los pecadores. ¡Feliz el que no se escandaliza, porque ese tiene una gran fe!.
De un manera indirecta, a través de su confusión y su pregunta, san Juan Bautista nos ha instruido a todos los que en este tiempo de Adviento nos preparamos para celebrar la venida del Señor. En esta Navidad nos encontraremos con el Salvador que viene a buscar la oveja perdida y a sanar todas nuestras enfermedades y dolencias. Si reconocemos que somos débiles y pecadores, el encuentro con El no debe producirnos temor, porque no viene a nosotros como Juez inflexible. La respuesta dada a Juan debe llenarnos más bien de confianza y de deseos de que venga.
Jesús habla a su Pueblo

LAS OBRAS DE LA IGLESIA
Muchos censuran a la Iglesia sin tener la misma humildad de san Juan Bautista. Le exigen que condene a todos los pecadores, que expulse de su seno a quienes no viven de acuerdo con las leyes rigurosas de la moral, que no se mezcle con la gente que vive al margen de la comunidad religiosa. Es cierto que a veces es necesario tomar medidas con algún miembro de la familia cristiana, y los apóstoles nos han dado el ejemplo. Pero esto no se debe hacer antes de agotar todos los medios. El mismo Jesús no expulsó a Judas del grupo de los apóstoles ni tomó medidas contra Pedro después de su negación..
La misión de la Iglesia es continuar las obras de Jesús. No debe adelantar el juicio final, sino que debe buscar a todos los que son ciegos, paralíticos, sordos, leprosos y muertos para devolverles la vida y la salud. Es necesario que la Iglesia busque a los pobres y se siente a comer alegremente con ellos para anunciarles la buena noticia del amor y del perdón de Dios. Estas obras de la Iglesia, que son las obras de Cristo, podrán escandalizar a algunos. En el texto que viene inmediatamente después del que estamos comentando, Jesús se lamenta porque muchos dicen que él es un glotón y borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. El preceder de Jesús con la gente fue ocasión para que le crearan mala fama. Solamente los que tienen fe son capaces de descubrir en Jesús y en la Iglesia que se ocupa de los pobres los rasgos del Buen Pastor anunciado en los profetas, que busca a la oveja perdida y la abraza cariñosamente

domingo, 8 de diciembre de 2013

Segundo domingo de Adviento



Segundo domingo de Adviento – Ciclo A - 8 de diciembre de 2013
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto:
"Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos." Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión, y no se hagan ilusiones, pensando: "Abraham es nuestro padre", pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12).


La invitación a la conversión tiene como trasfondo la esperanza, tema central del tiempo del Adviento.
De esta virtud es el mejor ejemplo María Santísima, la madre de Jesús, de cuya Inmaculada Concepción
-libre de pecado desde el primer instante de su existencia- se celebra la fiesta el 8 de diciembre.
En las lecturas de hoy encontramos tres temas que nos muestran la relación entre la conversión y la esperanza.
1. Las promesas de Dios a los patriarcas hebreos son motivo de esperanza para toda la humanidad Los patriarcas -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien procedieron las 12 tribus de Israel-, son evocados por el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9). Aquellos “patriarcas” fueron los primeros creyentes en un solo Dios y por lo mismo nuestros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. San Pablo se refiere a ellos para exhortarnos a que “mantengamos la esperanza” en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo, no sólo de formar a partir de ellos un pueblo numeroso, sino de realizar en su favor una acción liberadora.
El cumplimiento de estas promesas no iba a ser sólo para los israelitas, sino también para los gentiles, es decir, quienes perteneciendo a distintas razas y culturas iban a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se hizo presente en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo, Dios mismo hecho hombre.

2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a iniciar el Reino de Dios
“Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura, del libro de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a .C. para ser rey de Israel y como tal fue “ungido” (“Mesías” en hebreo, “Cristos” en griego). Poco más de dos siglos y medio después, Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías -descendiente de Jesé y de su hijo David- que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. En su anuncio el profeta emplea una metáfora: las fieras salvajes ya no serán temibles, pues convivirán en armonía con los animales mansos y con los niños. El Salmo 72 (71) se cantaba en la entronización de cada rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera justicia y paz no sólo a la nación sino a todo el mundo: del gran río (Jordán) hasta el confín de la tierra. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que serán liberados los pobres, o sea los que sufren las consecuencias de la injusticia y todas las demás formas de violencia: los desposeídos, marginados, excluidos, secuestrados, desplazados. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el Salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.

3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión
El Evangelio nos presenta a san Juan Bautista que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán, invitando a la conversión: “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas -Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” en atención a los judíos, que evitan por respeto pronunciar el nombre de Dios-. Esta invitación es también para nosotros, y su realización sólo es posible desde el reconocimiento de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de fariseos y saduceos que critica Juan llamándolos “raza de víboras”. Quienes escuchaban a Juan Bautista y acogían su invitación a convertirse, “confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Nosotros, con la confesión de nuestros pecados ante Dios y ante la comunidad -representada por el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación-, podemos expresar nuestro reconocimiento de la acción misericordiosa de Dios, siempre dispuesto a perdonarnos, y así se renueva para nosotros la gracia del Bautismo. Dispongámonos, pues, a que la conmemoración del Nacimiento de Jesús no se nos quede en la superficie de una navidad comercializada. Por el contrario, con nuestra actitud de conversión y de reconciliación con Dios y entre nosotros, empezando por la vida familiar, manifestemos sinceramente, unidos a María Inmaculada, lo que Jesús nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: Venga a nosotros tu Reino, que es, en definitiva, lo mismo que pedimos también en la Eucaristía después de la consagración del pan y del vino: Ven, Señor Jesús.-

domingo, 1 de diciembre de 2013

ESPERANDO CONTRA TODA ESPERANZA

ESPERANDO CONTRA TODA ESPERANZA


Domingo 1° de Diciembre del 2013
Mt 24, 37-44 
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada".Palabra del Señor.









Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza.


Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza.