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domingo, 28 de abril de 2013

AMANESE LOS UNOS A LOS OTROS-EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO


EVANGELIO
Jn 13, 31-33a. 34-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Durante la última cena, después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".
Palabra del Señor.


Hoy el Evangelio nos invita a meditar sobre el mandamiento nuevo que Jesús les dio a sus primeros discípulos, y a través de ellos a todas las personas que iban a creer en Él. Profundicemos en su significado, para que este mandamiento vaya calando en nuestra vida y nos identifiquemos cada día más con él.

 “Les doy un mandamiento nuevo”
En primer lugar, Jesús habla de un mandamiento. Pero ¿puede el amor ser objeto de un mandato? ¿No es más bien la consecuencia obvia del reconocimiento del amor recibido? Sin embargo, Jesús dice que es un mandamiento. ¿Por qué? La razón podemos encontrarla en su contenido. Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Todas las sabidurías han expresado de distintas formas la llamada regla de oro de las relaciones humanas: no le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti (formulación negativa, en términos de prohibición, antes de Cristo), y trata a los demás como esperas que los demás te traten a ti, (formulación positiva en términos de exhortación, empleada por Jesús en el Sermón del Monte: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, también hacedlo vosotros con ellos" -Mateo 7, 12-; "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también hacedlo vosotros con ellos" -Lucas 6, 31, dentro de la enseñanza sobre el amor hacia los enemigos-, y que equivale a la máxima bíblica ama a tu prójimo como a ti mismo -Levítico 19, 18- Pero además de formularla en positivo, Jesús le da un nuevo sentido a esta norma ética. Por eso dice que se trata de un mandamiento nuevo, porque nunca antes la regla de oro había sido expresada en los términos empleados por Él, indicando como referente definitivo no el amor que uno se tiene a si mismo, sino el ejemplo dado por Él con la entrega de su propia vida.
Los amó hasta el extremo (Juan 13, 1) dice al comienzo del mismo capítulo 13 el Evangelio según san Juan del cual se ha extractado el texto de este domingo. ¿Hasta qué extremo? Pues hasta derramar la última gota de su sangre desde su corazón abierto, como lo indica el mismo Evangelio más adelante en su capítulo 19, al concluir el relato de lo sucedido en el Calvario con la lanzada que recibió Jesús crucificado (Juan 19, 34). 


 “Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros”
Hemos indicado anteriormente que Jesús no dice ámenme a mi, sino ámense los unos a los otros. Esto quiere decir que el amor, la más importante de las tres virtudes llamadas teologales -fe esperanza y amor-, en el nuevo sentido que le ha dado Jesús tiene como referente inmediato al prójimo, precisamente porque es amando al prójimo como podemos mostrar nuestro amor a Dios, y como dice otro texto procedente del mismo apóstol Juan, si alguno dice “Yo amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, al que ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1ª Carta de Juan 4, 20). Ahora bien, Jesús se nos presenta a sí mismo como el modelo de este amor: como yo los amo a ustedes, como yo los he amado. Se trata del amor compasivo que canta el salmo responsorial - El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor [Salmo 145 (144), 8-9. 10-11.12- 13ab]- hasta las últimas consecuencias.
Ante esta muestra de su amor, ¿cómo estamos nosotros respondiendo? Siempre tendremos que reconocer que aún nos falta mucho para identificarnos con el amor de Dios manifestado en Jesucristo, y por eso sigue vigente lo que en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27), se nos cuenta que decían los apóstoles Pablo y Bernabé: que para entrar en el Reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones”, es decir, hay que solidarizarse compasivamente con todos los seres humanos, en especial con los que sufren. 

“Si se aman los unos a los otros, todo  el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” La comunidad cristiana que empezó a formarse en Jerusalén a partir de la resurrección de Jesús se distinguió por el amor que se tenían los unos a los otros. Esta era y sigue siendo la forma más eficaz de proclamar la Buena Nueva de Jesús resucitado, consistente en el anuncio de lo que nos indica la segunda lectura de este domingo: un cielo nuevo y una tierra nueva, simbolizados en la imagen de la nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis (21, 1-5a), de acuerdo con lo que significa el nombre Jeru-salem: lugar de paz. Vean cómo se aman, escribió Tertuliano -a fines del siglo II después de Cristo- que exclamaba la gente ante el testimonio vivo de la forma en que se trataban unos a otros los creyentes en Cristo. ¿Podríamos decir nosotros lo mismo hoy de nuestra Iglesia, en la que a menudo encontramos odios, envidias, intrigas, rencores, abusos y manifestaciones de violencia o de indiferencia ante la miseria y el dolor de los demás? La Palabra de Dios nos invita hoy a preguntarnos qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué debemos hacer para cumplir a cabalidad el mandamiento nuevo del amor que nos dejó Jesús como su última voluntad antes de su muerte en la cruz, y que nos repite hoy desde su vida resucitada y gloriosa. Pidámosle a Él que nos envíe su Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor, para que estemos siempre dispuestos a amar a nuestros prójimos como Dios mismo nos manifestó en Jesucristo que nos ama: Hasta las últimas consecuencias.- 

lunes, 22 de abril de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO

ESTA SEMANA EL P. RAÚL LAMENTABLEMENTE NO PUDO GRABAR EL VIDEO Q ACOMPAÑA ESTE TEXTO DEBIDO A UNA GRIPE QUE LO AQUEJA. ESPERAMOS QUE IGUALMENTE EL TEXTO AYUDE A ENRIQUECER LA MIRADA SOBRE EL EVANGELIO.


EVANGELIO
Jn 10, 27-30
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús dijo: "Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa".
Palabra del Señor.


Este cuarto domingo del tiempo pascual es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque en el Evangelio se evoca la alegoría empleada por Jesús para designarse a sí mismo como tal. Todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan está dedicado a este tema. En las lecturas propias del Ciclo C de la liturgia el texto corresponde a la última parte de dicho capítulo, pero es muy conveniente leerlo y meditarlo completo para entender mejor quién es Jesucristo para nosotros y cómo Él mismo nos presenta su acción salvadora. Centrémonos en los versículos del Evangelio escogidos para este domingo, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52; Salmo 100 (99), 2.3.5; Apocalipsis 7, 9.14b-17.

1. La figura del pastor
La imagen de pastor no es cercana a los imaginarios urbanos de la civilización moderna. Sin embargo, sigue siendo muy significativa en la historia de la salvación que nos transmiten los textos bíblicos tanto del Antiguo como de Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia conserva esta figura y la aplica a su misión, entendida como una labor pastoral que continúa la acción salvadora de Jesucristo, el Buen Pastor, como nos dice en uno de sus versículos anteriores el mismo evangelista que Jesús se llamó a si mismo (Juan 10, 14); por eso también son llamados pastores quienes por una vocación especial son escogidos y enviados por Él para realizar esta misión mediante el sacramento del Orden, y por eso precisamente este domingo se nos invita a orar de manera muy especial por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales. En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aparece constantemente la imagen del pastor para indicar cómo actúa Dios: como aquél a quien le importan de verdad las ovejas y se desvive por ellas hasta entregar su propia vida por ellas. Israel fue en sus orígenes un pueblo de pastores: Abraham, Isaac y Jacob recorrieron 18 siglos antes de Cristo las tierras de Canaán buscando pastos para sus ganados de ovejas. Moisés, quien vivió en el siglo XII a.C., aprendió el oficio de pastor junto al monte Sinaí antes de ser llamado por Dios para ser su mediador en la liberación de los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto, y su conductor por el desierto hacia la tierra prometida. Desde entonces los israelitas reconocieron al Dios que se le había revelado a Moisés con el nombre de Yahvé, como el pastor que guiaba a su pueblo protegiéndolo y conduciéndolo hacia fuentes de agua fresca y prados de hierba abundante. Al rey David, que vivió en el siglo X a.C. y en su infancia había cuidado el rebaño de su padre Jesé, se le atribuyen los salmos que invocan a Dios como el pastor de Israel, como por ejemplo el escogido para este domingo: Sepan que el Señor es Dios, que él nos hizo, y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Los profetas, por su parte, emplearon la imagen del pastor para referirse a la misericordia infinita de Señor que prometía liberar a sus ovejas de la opresión y el abandono a que habían sido sometidas por los falsos pastores, los jefes políticos y religiosos que las explotaban para su propio beneficio y se desentendían de ellas.

2. “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”
Jesús se presentó a sí mismo empleando la imagen del pastor aplicada a Dios por los salmos y los profetas, y esto fue tan significativo para los primeros cristianos, que la imagen figurativa de Jesucristo más antigua que se conoce – encontrada en una e las catacumbas de las afueras de Roma – es la de un pastor con una oveja sobre sus hombros. Esta figura, tomada de los Evangelios según san Mateo (18, 10-14) y san Lucas (15, 1-7), evoca la misericordia infinita de Dios que, en la persona de Jesús, busca a la oveja perdida, la encuentra y la lleva de vuelta al rebaño. En el Evangelio según san Juan, por su parte, encontramos resaltada una característica del Buen Pastor: el conocimiento que Él tiene de sus ovejas: de todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. Conocer, en el lenguaje bíblico, significa tener una experiencia vital de alguien o de algo. Por eso, cuando Jesús dice que “conoce” a sus ovejas, está refiriéndose a la experiencia vital que Él mismo ha querido tener de la realidad humana en virtud del misterio de su encarnación, pero además nos está diciendo que se ocupa personalmente de cada uno y cada una de nosotros.
3. “Y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre”
Jesús hace partícipes de su resurrección gloriosa a todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. En la segunda lectura de este domingo encontramos también una referencia directa a la imagen del pastor, identificado de tal modo con sus ovejas, que se ha entregado en sacrificio como
cordero pascual: Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. La palabra del Señor nos hace hoy una doble invitación: por una parte, a revisar si estamos escuchando con atención su voz, es decir, aquello que Él nos dice a través de su palabra, a través del magisterio de la Iglesia, a través de las personas por medio de las cuales también Él puede manifestarnos su voluntad o su orientación, a través los acontecimientos cotidianos que constituyen no pocas veces oportunidades de reflexión en las que Él mismo nos invita a descubrir el sentido de nuestra existencia; y por otra, a renovar nuestra fe pascual y por lo mismo la esperanza en nuestra resurrección futura, de la cual es primicia y prenda la vida nueva de Nuestro Señor Jesucristo que celebramos de manera especial en este tiempo litúrgico de Pascua.-

domingo, 14 de abril de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 14 DE ABRIL DEL 2013



EVANGELIO
Jn 21, 1-19
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".


Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla...

La experiencia pascual de la presencia de Jesús resucitado fue un amanecer de esperanza para sus primeros discípulos, que habían quedado sumidos en la oscuridad del pesimismo luego de los sucesos de la pasión y muerte de su maestro. Los pescadores habían vuelto a sus labores cotidianas, y después de una noche de brega inútil tienen una experiencia que les devuelve el optimismo: Jesús se les manifiesta, ya no en la misma forma de su vida terrena, sino con una presencia espiritual que inicialmente no son capaces de captar (no sabían que era él), pero que poco a poco van reconociendo en la medida en que, siguiendo sus instrucciones, descubren que es posible sacar resultados positivos de las situaciones difíciles, basados en la fe a la que Él mismo los invita.
Esta es para nosotros una primera enseñanza del relato evangélico de este domingo: Él nos invita a no desanimarnos en las situaciones en las cuales lo vemos todo oscuro y sin salida. Para poder ver la luz al final del túnel, para obtener el fruto esperado de nuestros esfuerzos por resolver los problemas que se nos presentan, es necesario que nos dispongamos a escuchar sus orientaciones. La oración y un acompañamiento espiritual de alguien que nos pueda aconsejar bien, son dos elementos imprescindibles para ello.

Ninguno se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor 
 
Seis veces aparece en el relato del Evangelio de hoy el título de Señor aplicado a Jesucristo resucitado. Este titulo constituye a la vez un reconocimiento de la divinidad de Jesús y de su humanidad glorificada. En efecto, en virtud de su resurrección, la humanidad de Jesús es exaltada hasta el punto de participar Él mismo, una vez sacrificado como Cordero de Dios, del señorío de Dios Padre todopoderoso -el Señor Dios Rey celestial a quien proclamamos como tal en el himno del “Gloria”, junto con el Espíritu Santo, en el que quien también la fórmula más extensa del Credo reconoce a  Dios como “ Señor y dador de vida”.
Reconocer a Jesús resucitado como el Señor es proclamar que en Él se realiza plenamente el Reino de Dios, es decir el poder del Amor que hace posible la realización de un mundo nuevo en el que imperen la justicia y la paz. Él se nos presenta de muchas formas a través de los acontecimientos cotidianos y extraordinarios de nuestra vida, y por eso es preciso que nos mantengamos atentos para poder reconocerlo y dejar que sea Él verdaderamente el Señor de nuestras vidas, a partir de nuestra disposición sincera a cumplir su voluntad que es voluntad de justicia, de amor y de paz. 
 “Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero”
La triple pregunta del resucitado a Simón Pedro nos muestra la misericordia de Jesús con quien lo había negado tres veces durante el proceso de su pasión. Tres veces a su vez le responde Pedro, empleando el título Señor como para que no quede duda del cambio que se opera en su vida. Ya Jesús le había perdonado, cuando, después de la triple negación en la noche anterior a su muerte en la cruz, se había arrepentido de su infidelidad. Ahora le ofrece la oportunidad de expresar públicamente y por tres veces su confesión -que es confesión de fe-, ante la comunidad de los discípulos.
También el Señor nos ofrece siempre a nosotros la oportunidad de reconciliarnos con Él cuando, como se suele decir en el lenguaje popular “la hemos embarrado”. Como lo hizo con Simón Pedro, también a cada cual le pregunta interiormente, llamándolo o llamándola por su nombre: ¿me amas? Escuchemos a Jesús resucitado que nos invita a reconocerlo como nuestro Señor, confiemos en su misericordia infinita y dispongámonos a vivir cada vez más en coherencia con este reconocimiento-.

domingo, 7 de abril de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO : “Dichosos los que creen sin haber visto”




EVANGELIO DEL DOMINGO 7 DE ABRIL DEL 2013
2° DOMINGO DE PASCUA

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: « La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡ Señor Mío y Dios Mío!» Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengan vida en su nombre (Juan 20, 19 -31) 

 “Dichosos los que creen sin haber visto”
Los relatos de apariciones de Jesús resucitado en los Evangelios nos remiten a experiencias de fe que corresponden a una dimensión distinta de las que captan físicamente los sentidos. Si bien emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso muestran a Jesús resucitado realizando acciones que les permitan a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva y gloriosa, no condicionada ya por las dimensiones del espacio y del tiempo. En el encuentro del Señor resucitado con el apóstol Tomás, la referencia a las señales dejadas por los clavos y la lanza significa que se trata del mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia distinta de la física. Una presencia real, pero sólo captable por la fe. En este sentido, la frase de Jesús a Tomás -  Dichosos los que creen sin haber visto - viene dirigida a nosotros como una invitación a creer sin exigir pruebas de laboratorio , a reconocer desde la fe la presencia espiritual de Cristo  resucitado. Esta misma fe nos puede llevar a repetir cada cual interiormente, como muchos solemos hacer lo después de la consagración del pan y del vino, la expresión del apóstol Tomás que a su vez es un acto de adoración a Jesús realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28). 

 “La paz esté con ustedes”
Este saludo de Cristo resucitado que encontramos tres veces en el Evangelio de hoy, constituye una invitación a la esperanza. Es el mismo saludo que se nos invita a darnos unos a otros inmediatamente antes de la comunión, y que cobra todo su sentido en la situación concreta que nos ha tocado vivir en medio de la violencia y de acontecimiento s trágicos que llenan de dolor y de tristeza a tantas personas y las sumen en el miedo, como sucedió inicialmente con los primeros discípulos. Y en este sentido son iluminadoras las palabras con las que Jesús resucitado se presenta ante el autor del libro del Apocalipsis: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (2ª Lectura: Apocalipsis 1, 9 -11a. 12-13. 17-19).Al proclamar que Cristo ha resucitado, expresamos nuestra esperanza en un porvenir nuevo en el que la vida triunfará sobre la muerte, y el amor sobre el abismo sin fondo de la maldad. 

 “Reciban el Espíritu Santo”
La paz que nos da Cristo resucitado es la que proviene de la reconciliación con Dios y entre nosotros, como resultado del perdón pedido y concedido gracias al Espíritu Santo que Él nos comunica: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados...”
El término espíritu, en su sentido bíblico originario, quiere decir soplo, aire, aliento vital renovador y refrescante. En el lenguaje bíblico el Espíritu Santo es el aliento vital y renovador de Dios, Dios mismo que con su energía creadora hace surgir la vida y la renueva. El capítulo 2 del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento y de toda la Biblia, contiene un relato simbólico de la creación del ser humano en el cual se nos cuenta que Dios le comunicó su aliento vital infundiendo en él su propio Espíritu. En el Evangelio según san Juan, que con las tres Cartas y el libro de Apocalipsis, provenientes de este mismo apóstol y evangelista -o más precisamente de la llamada escuela joánica -, constituye cronológicamente la culminación de los escritos del Nuevo Testamento, encontramos la narración de un nuevo acto creador , una nueva creación: Dios Padre, a través de su Hijo Jesucristo resucitado, les comunica a sus primeros discípulos, y desde ellos también lo hace con nosotros, su Espíritu dador de una vida nueva , que nos libera del pecado – es decir, de la ruptura con Dios y con nuestros prójimos causada por nuestros egoísmos y comportamientos opuestos a su voluntad, que es voluntad de amor. La forma en que se manifiesta la primera comunidad cristiana como una comunidad de hijos e hijas de Dios, y por lo mismo de hermanos y hermanas que forman parte de una misma familia espiritual (1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 5, 12 -16), es un testimonio vivo de la verdad del mensaje proclamado por los primeros discípulos de Cristo: que Él ha resucitado, está vivo y sigue actuando constructivamente a través de ellos. Por eso la celebración de la Eucaristía implica también para nosotros, si queremos ser sus discípulos o seguidores actuales, el compromiso de realizarlo que significamos en ella, contribuyendo cada cual a la construcción de una comunidad reconciliada y reconciliadora, sobre la base del reconocimiento de la misericordia infinita de Dios: “porque es eterna su misericordia”, como dice el salmo responsorial [Salmo 118(117)]. Esta misericordia se nos ha revelado plenamente en la persona de nuestro Señor y Salvador Jesucristo con su muerte en la cruz, con su corazón abierto y con su resurrección gloriosa , y por eso a este II Domingo de Pascua se le llama también, en la liturgia de la Iglesia Católica, Domingo de la Divina Misericordia.
Dispongámonos por tanto a reconocer desde la fe pascual el amor misericordioso de Dios manifestado en Cristo vivo y presente en nuestra vida personal, familiar y social, ya dar un auténtico testimonio de ese mismo amor en nuestra vida cotidiana.

lunes, 1 de abril de 2013

NO BUSQUEN ENTRE LOS MUERTOS





EVANGELIO
Lc 24, 1-12
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día’”. Y las mujeres recordaron sus palabras. Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.


Palabra del Señor.
No busquen entre los muertos
Cristo, muerto, es descolgado de la cruz y sepultado rápidamente. Se hacía la noche, y antes de la primera estrella, tenían que terminar de inhumar los restos. Había que respetar el solemne descanso sabático de la Pascua. Los enemigos de Jesús descansaban tranquilos luego de haber terminado para siempre con el “molesto” Rabí. Los apóstoles, que habían celebrado ya la Pascua con el Maestro, se escondían acongojados y sin esperanzas. Entre la desilusión y el dolor, pensaban en su futuro, en volver a lo que habían abandonado, volver a empezar. Las mujeres, después de respetar el sábado, fueron durante el amanecer al sepulcro para rendir un último homenaje a quien habían amado tanto.
La ciudad, que se había convulsionado en esos días, volvía a la normalidad. Los romanos se tranquilizaban en su fortaleza, la calma reinaba en Jerusalén. Todos tenían algo en común: daban a Jesús por muerto y para siempre, todos menos una mujer: María, su madre. Ella tenía la esperanza, alimentada entre lágrimas, de que se cumpliera la profecía de la Resurrección. Su corazón de madre tal vez traía a la memoria muchas palabras de Jesús que le decían que no todo había terminado. María también recordaría la resurrección de Lázaro y la del hijo de la viuda. Si había resucitado a otros, la muerte no podría tener poder sobre él... También había soldados que custodiaban el sepulcro, precisamente para que el muerto bien muerto se quedara. Pero el sepulcro se abrió con un ruido de terremoto, las tapas de piedras se separaron y dieron paso al resucitado, y la vida venció para siempre. Se acabó la muerte eterna. Nadie que crea en el Resucitado lo busca entre los personajes de la historia, que están muertos. A Jesús se lo encuentra entre los vivos.