EVANGELIO
Jn 13, 31-33a. 34-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Durante
la última cena, después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del
hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha
sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará
muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy
un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he
amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los
unos a los otros".
Palabra del Señor.
Hoy el Evangelio nos invita a meditar sobre el mandamiento nuevo que Jesús les dio a sus primeros discípulos, y a través de ellos a todas las personas que iban a creer en Él. Profundicemos en su significado, para que este mandamiento vaya calando en nuestra vida y nos identifiquemos cada día más con él.
“Les doy un mandamiento nuevo”
En primer lugar, Jesús habla de un mandamiento. Pero ¿puede el amor ser objeto de un mandato? ¿No es más bien la consecuencia obvia del reconocimiento del amor recibido? Sin embargo, Jesús dice que es un mandamiento. ¿Por qué? La razón podemos encontrarla en su contenido. Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Todas las sabidurías han expresado de distintas formas la llamada regla de oro de las relaciones humanas: no le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti (formulación negativa, en términos de prohibición, antes de Cristo), y trata a los demás como esperas que los demás te traten a ti, (formulación positiva en términos de exhortación, empleada por Jesús en el Sermón del Monte: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, también hacedlo vosotros con ellos" -Mateo 7, 12-; "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también hacedlo vosotros con ellos" -Lucas 6, 31, dentro de la enseñanza sobre el amor hacia los enemigos-, y que equivale a la máxima bíblica ama a tu prójimo como a ti mismo -Levítico 19, 18- Pero además de formularla en positivo, Jesús le da un nuevo sentido a esta norma ética. Por eso dice que se trata de un mandamiento nuevo, porque nunca antes la regla de oro había sido expresada en los términos empleados por Él, indicando como referente definitivo no el amor que uno se tiene a si mismo, sino el ejemplo dado por Él con la entrega de su propia vida.
Los amó hasta el extremo (Juan 13, 1) dice al comienzo del mismo capítulo 13 el Evangelio según san Juan del cual se ha extractado el texto de este domingo. ¿Hasta qué extremo? Pues hasta derramar la última gota de su sangre desde su corazón abierto, como lo indica el mismo Evangelio más adelante en su capítulo 19, al concluir el relato de lo sucedido en el Calvario con la lanzada que recibió Jesús crucificado (Juan 19, 34).
En primer lugar, Jesús habla de un mandamiento. Pero ¿puede el amor ser objeto de un mandato? ¿No es más bien la consecuencia obvia del reconocimiento del amor recibido? Sin embargo, Jesús dice que es un mandamiento. ¿Por qué? La razón podemos encontrarla en su contenido. Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Todas las sabidurías han expresado de distintas formas la llamada regla de oro de las relaciones humanas: no le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti (formulación negativa, en términos de prohibición, antes de Cristo), y trata a los demás como esperas que los demás te traten a ti, (formulación positiva en términos de exhortación, empleada por Jesús en el Sermón del Monte: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, también hacedlo vosotros con ellos" -Mateo 7, 12-; "Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también hacedlo vosotros con ellos" -Lucas 6, 31, dentro de la enseñanza sobre el amor hacia los enemigos-, y que equivale a la máxima bíblica ama a tu prójimo como a ti mismo -Levítico 19, 18- Pero además de formularla en positivo, Jesús le da un nuevo sentido a esta norma ética. Por eso dice que se trata de un mandamiento nuevo, porque nunca antes la regla de oro había sido expresada en los términos empleados por Él, indicando como referente definitivo no el amor que uno se tiene a si mismo, sino el ejemplo dado por Él con la entrega de su propia vida.
Los amó hasta el extremo (Juan 13, 1) dice al comienzo del mismo capítulo 13 el Evangelio según san Juan del cual se ha extractado el texto de este domingo. ¿Hasta qué extremo? Pues hasta derramar la última gota de su sangre desde su corazón abierto, como lo indica el mismo Evangelio más adelante en su capítulo 19, al concluir el relato de lo sucedido en el Calvario con la lanzada que recibió Jesús crucificado (Juan 19, 34).
“Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros”
Hemos indicado anteriormente que Jesús no dice ámenme a mi, sino ámense los unos a los otros. Esto quiere decir que el amor, la más importante de las tres virtudes llamadas teologales -fe esperanza y amor-, en el nuevo sentido que le ha dado Jesús tiene como referente inmediato al prójimo, precisamente porque es amando al prójimo como podemos mostrar nuestro amor a Dios, y como dice otro texto procedente del mismo apóstol Juan, si alguno dice “Yo amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, al que ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1ª Carta de Juan 4, 20). Ahora bien, Jesús se nos presenta a sí mismo como el modelo de este amor: como yo los amo a ustedes, como yo los he amado. Se trata del amor compasivo que canta el salmo responsorial - El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor [Salmo 145 (144), 8-9. 10-11.12- 13ab]- hasta las últimas consecuencias.
Ante esta muestra de su amor, ¿cómo estamos nosotros respondiendo? Siempre tendremos que reconocer que aún nos falta mucho para identificarnos con el amor de Dios manifestado en Jesucristo, y por eso sigue vigente lo que en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27), se nos cuenta que decían los apóstoles Pablo y Bernabé: que para entrar en el Reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones”, es decir, hay que solidarizarse compasivamente con todos los seres humanos, en especial con los que sufren.
Hemos indicado anteriormente que Jesús no dice ámenme a mi, sino ámense los unos a los otros. Esto quiere decir que el amor, la más importante de las tres virtudes llamadas teologales -fe esperanza y amor-, en el nuevo sentido que le ha dado Jesús tiene como referente inmediato al prójimo, precisamente porque es amando al prójimo como podemos mostrar nuestro amor a Dios, y como dice otro texto procedente del mismo apóstol Juan, si alguno dice “Yo amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, al que ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1ª Carta de Juan 4, 20). Ahora bien, Jesús se nos presenta a sí mismo como el modelo de este amor: como yo los amo a ustedes, como yo los he amado. Se trata del amor compasivo que canta el salmo responsorial - El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor [Salmo 145 (144), 8-9. 10-11.12- 13ab]- hasta las últimas consecuencias.
Ante esta muestra de su amor, ¿cómo estamos nosotros respondiendo? Siempre tendremos que reconocer que aún nos falta mucho para identificarnos con el amor de Dios manifestado en Jesucristo, y por eso sigue vigente lo que en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27), se nos cuenta que decían los apóstoles Pablo y Bernabé: que para entrar en el Reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones”, es decir, hay que solidarizarse compasivamente con todos los seres humanos, en especial con los que sufren.
“Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” La comunidad cristiana que empezó a formarse en Jerusalén a partir de la resurrección de Jesús se distinguió por el amor que se tenían los unos a los otros. Esta era y sigue siendo la forma más eficaz de proclamar la Buena Nueva de Jesús resucitado, consistente en el anuncio de lo que nos indica la segunda lectura de este domingo: un cielo nuevo y una tierra nueva, simbolizados en la imagen de la nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis (21, 1-5a), de acuerdo con lo que significa el nombre Jeru-salem: lugar de paz. Vean cómo se aman, escribió Tertuliano -a fines del siglo II después de Cristo- que exclamaba la gente ante el testimonio vivo de la forma en que se trataban unos a otros los creyentes en Cristo. ¿Podríamos decir nosotros lo mismo hoy de nuestra Iglesia, en la que a menudo encontramos odios, envidias, intrigas, rencores, abusos y manifestaciones de violencia o de indiferencia ante la miseria y el dolor de los demás? La Palabra de Dios nos invita hoy a preguntarnos qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué debemos hacer para cumplir a cabalidad el mandamiento nuevo del amor que nos dejó Jesús como su última voluntad antes de su muerte en la cruz, y que nos repite hoy desde su vida resucitada y gloriosa. Pidámosle a Él que nos envíe su Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor, para que estemos siempre dispuestos a amar a nuestros prójimos como Dios mismo nos manifestó en Jesucristo que nos ama: Hasta las últimas consecuencias.-
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