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martes, 25 de septiembre de 2012

100 AÑOS DE JESÚS MARÍA EN ARGENTINA!





100 AÑOS DE JESÚS MARÍA EN ARGENTINA! 
Estamos celebrando los 100 años de la llegada de las religiosas de Jesús María a la Argentina.
La primera actitud es la de reconocer el fecundo despliegue del carisma de la Educación viendo sus resultados, y la irradiación misionera de sus centros educativos.
La segunda actitud, que es un poco la más personal, es la actitud de iglesia que con serenidad ha sabido leer los signos de los tiempos y tomar las decisiones adecuadas.
Y la visión de fondo que tengo de haber pasado muchos momentos, muchas horas , en diferentes  lugares y situaciones, ¡Y CREO QUE FUERON BASTANTES ! es la de reírme un poco compartiendo con picardía el ESPÍRITU DE AVENTURA que hace que sea un grupo religioso capaz de vivir su juventud. 
Por eso invito a toda la barra de amigos y conocidos a unirnos en una breve oración, que son las que tienen más fuerza...Y creo que más de una entenderá a qué me refiero 
¡QUE IGNACIANAS SON ESTAS CHICAS!
P.RAÚL BRADLEY s.j.

domingo, 23 de septiembre de 2012

LA TENTACIÓN DE QUERER SER ALGUIEN




EVANGELIO
Mc 9, 30-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado".



"Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos" ( Mc 9, 36). Este singular gesto de Jesús, que nos recuerda el evangelio que acabamos de proclamar, viene inmediatamente después de la recomendación con la que el Maestro había exhortado a sus discípulos a no desear el primado del poder, sino el del servicio.
Una enseñanza que debió impactar profundamente a los Doce, que acababan de
"discutir sobre quién era el más importante" ( Mc 9, 34). Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza tan difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura . Abrazó a un niño, que según los parámetros de aquella época no contaba para nada, y casi se identificó con él: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí" ( Mc 9, 37). En el abrazo al niño Cristo revela ante todo la delicadeza de su corazón, capaz de todas las vibraciones de la sensibilidad y del afecto. Se nota, en primer lugar, la ternura del Padre , que desde la eternidad, en el Espíritu Santo, lo ama y en su rostro humano ve al "Hijo predilecto" en el que se complace (cf. Mc 1, 11; 9, 7). 


 Lo primero que encontramos en el Evangelio es el segundo de los tres anuncios que los relatos evangélicos nos cuentan que les hizo Jesús a sus discípulos acerca de su pasión, su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa.
Si bien estos relatos fueron hechos y puestos por escrito después de los acontecimientos del Calvario y en el contexto de la experiencia pascual de los primeros seguidores de Jesús, es importante recordar que el significado de tales anuncios tiene que ver con el verdadero sentido de la fe en Él como el Mesías o Cristo, el Ungido o consagrado, no como un jefe político triunfante o un guerrero victorioso, sino como el servidor de Dios y por lo mismo de la humanidad para liberarnos a todos de cuanto nos impide ser verdaderamente felices.
Aquellos primeros discípulos de Jesús, empezando por los “doce” a quienes había llamado para que fueran sus apóstoles, es decir sus enviados a proclamar el evangelio, la buena noticia de esa liberación que Dios está dispuesto a obrar en cada ser humano si le abre espacio en su vida a la acción transformadora de su Espíritu, tenían el peligro de malinterpretar las palabras y los hechos de su Maestro reduciéndolo a un líder terrenal que no sólo los libraría de la dominación del imperio romano que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer.
Por eso, para que se bajen de esa nube de ambiciones terrenales, Jesús les anuncia lo que verdaderamente implica el cumplimiento de su misión como Mesías: entregar su vida por completo, hasta la última gota de su sangre, como consecuencia de solidarizarse hasta lo último con los pobres, los pequeños, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia en todas sus formas.


Esa disposición de solidaridad es lo que Jesús nos muestra en su propia vida puesta al servicio desinteresado de todos los seres humanos sufrientes o necesitados. Y por eso mientras sus discípulos se pelean entre sí discutiendo quién es o va a ser el mayor o el más importante, Jesús les dice que “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos…” ¿Cómo? Pues disponiéndose a ser el servidor de todos.
En otros pasajes evangélicos paralelos a éste de san Marcos, es decir, en los de los evangelios según san Mateo y san Lucas, Jesús añade una explicación refiriéndose a su propio ejemplo de vida: “porque el Hijo del Hombre -como solía llamarse a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir”. Y es esta actitud de servicio la que nos conecta precisamente con la imagen profética del Siervo o Servidor anunciado unos seis siglos atrás en el libro del profeta Isaías, como también con la del justo -descrito unos cincuenta años antes de Cristo en el libro de la Sabiduría del cual está tomada la primera lectura de este domingo-, quien precisamente por solidarizarse con las víctimas inocentes de la injusticia les resulta incómodo a los que obran el mal aprovechándose del pobre, oprimiéndolo y explotándolo en beneficio de sus propios intereses egoístas.
La Carta de Santiago, de la que está tomada la segunda lectura, es muy significativa con respecto a una actitud totalmente contraria a la codicia envidiosa de quienes obran el mal: la de los “amantes de la paz “, que son “comprensivos y llenos de misericordia”

Los pobres, los humildes, los sencillos, suelen ser simbolizados en los Evangelios con la imagen del niño que necesita de la protección y la ayuda amorosa de sus padres y de sus mayores para salir adelante en la vida.
Este es el sentido de la frase de Jesús al final del texto evangélico de hoy: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado”. En otras palabras, atender o acoger al desvalido y ponerse a su servicio es atender y acoger a Jesús mismo, y por lo tanto al Dios verdadero


jueves, 20 de septiembre de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO- LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD IV



Mucha gente está condicionada por los modelos de vida que han recibido de sus padres y de su trayectoria vital. Creen que son libres, pero lo que hacen en realidad es limitarse a seguir inconscientemente los modelos que han interiorizado de sus padres. La psicología nos ayuda a penetrar esos modelos. El psicólogo transpersonal Fadiman llama dramas de la personalidad a esos «modelos de conducta estereotipadamente repetidos y por tanto previsibles» (Fadiman, 196). El cometido de la terapia consiste para él en «irse distanciando de los propios dramas» (idem., 196).
Para la primera Carta de Pedro es el amor de Cristo el que nos puede liberar de estos modelos de conducta y de estos dramas personales.
Algunos ejemplos nos harán ver lo actual que es aún este mensaje. Una mujer se echa siempre la culpa de todo. Si algo no le sale, no se pregunta por qué, sino que se echa la culpa de que siempre le pasa lo mismo, de que todo lo hace mal. Y lo mismo le sucede en todas sus relaciones. Si su amiga la acusa de que se preocupa poco de ella, asume las acusaciones y se disculpa en seguida diciendo que no ha ido a verla porque ha estado muy ocupada..
Ante la idea de que las acusaciones de su amiga podrían dar la impresión de que lo que pretende es acapararla, de que lo que quiere es aprovecharse de ella, renuncia a ir a verla. Y tampoco se atreve a tomar en serio sus sentimientos, es decir, las agresiones que dirige contra sí misma. Éstas podrían ciertamente no existir. Durante la conversación queda muy claro que ha asumido los modelos de su madre. Esta determinaba siempre lo que estaba bien y no estaba bien para ella. Su madre siempre tenía razón. Los fallos eran siempre un reflejo de la maldad o de la pereza de su hija.
Este modelo se instala en el inconsciente y determina la conducta de esta mujer. ya adulta, desde hace tiempo. Esta mujer era piadosa. Quería vivir conscientemente en el espíritu de Cristo. Y como el encuentro con Cristo significa también liberarse de los falsos modelos, de momento se encuentra lejos de él. Pero seguir a Cristo es también para la primera Carta de Pedro captar el sinsentido de los modelos que hemos recibido de nuestros padres o de nuestras madres. Mirar a Cristo, que se ha entregado por nosotros, que ha muerto por mí en la cruz, puede liberarme de estos modelos insensatos de mi vida que, ponen malo a
cualquiera. Cuando en los ejercicios espirituales propongo para la meditación 1 Pe 1, 18s,
muchos caen en la cuenta de qué es lo que ha marcado su vida. Muchas veces han luchado contra sus fallos, pero no han ido más allá. Han vuelto a caer más tarde en los mismos. La meditación de este texto de la Biblia les ayuda a descubrir por qué se comportan así, a reconocer sus fallos, a penetrar las «conductas insensatas heredadas de los padres».
Traté una vez a una religiosa, que de niña jamás vio en su madre un «hogar». Su madre siempre tenía que llamarle la atención por algo. Y ella tenía que tener mucho cuidado en no ser una carga para su madre. Nunca podía dejarse llevar por sus sentimientos, sino que tenía que poner todo su empeño en que su madre estuviera contenta para que no se pusiera nerviosa y no se enfadara seriamente. En la comunidad de la institución religiosa encontró su hogar. Y se entregó a él absolutamente, con todas sus fuerzas. Pero siempre que alguna hermana joven se atreve a discutir algo en comunidad, reacciona llena de pánico. Acusa duramente a la joven hermana diciéndole que cómo se le ocurre pensar así. Y cree que debería controlar mejor su enfado. Ahora reconoce que de lo que realmente se trata es de penetrar y deponer las conductas insensatas heredadas de su madre. En su niñez había sobrevivido mientras todo lo hacía bien sólo para que su madre se enfadara menos. Ahora, con todo su empeño, ha conseguido que en la comunidad se le respete. La comunidad es su hogar, por el que ella lo da todo, pero ella también lo necesita para poder contener el profundo temor que siente ante la soledad y la falta de hogar. Cuando ahora una hermana se mete con el hogar, aflora su miedo del inconsciente y se convierte en pánico.
Sólo cuando descubrimos esos mecanismos, podemos distanciarnos de ellos y aprender poco a poco a reaccionar de otro modo ante la crítica y el cuestionamiento. Para algunos se trata simplemente de un conocimiento puramente psicológico. Pero a mí me resulta interesante que mucha gente choque con sus mecanismos psíquicos justamente cuando se confrontan con un texto de este tipo. Mirar a Cristo que se entrega por mí y que por esta entrega amorosa me libera «de la conducta insensata heredada de nuestros padres», me anima a descubrir los modelos que he recibido por tradición y a discernir los que me impiden vivir. La meditación de esos textos bíblicos puede tener efectos terapéuticos. Pero también es decisivo que yo perciba qué relación tienen con mi vida concreta. Si los interpreto sólo moralísticamente, sucede que me exigen demasiado. Y entonces estoy continuamente preocupado porque tengo que cambiar y mejorar absolutamente todo. Y no me doy cuenta de que con esos pensamientos lo único que hago es seguir el viejo modelo heredado de los padres, un modelo que me dice que todo lo hago mal y que he de cambiarlo todo desde su raíz para poder ser cristiano. Cuando en un curso con gente joven medité sobre el texto de 1 Pe 1, 18s y hablé de la conducta vital que hemos recibido de nuestros padres y madres, muchos se sintieron aludidos. Y hablaron de los modelos que les hacen sufrir. La cuestión era cómo liberarse de esos modelos. Mucha gente reconoce sus modelos. Pero tienen la     la impresión de recaer continuamente en ellos.
Es el caso de una mujer que por miedo a las palizas de sus padres se ha creado un modelo que la lleva a infravalorarse y a considerarse siempre una fracasada. Así anticipaba siempre las palizas de los padres. Pero con este modelo se ha herido a sí misma. Porque ha anticipado el castigo que temía, y se ha castigado a sí misma. De niña, éste era su modelo para poder sobrevivir. Pero ahora, que es ya una mujer madura, ese mismo modelo la sigue haciendo sufrir y es consciente de que la está destruyendo.
Es el caso también de un hombre, al que su padre consideró siempre un fracasado. Ahora, por miedo a volver a fracasar, le consiente todo a su mujer y no hace caso de sus sentimientos que a veces le piden que satisfaga sus necesidades y ponga límite a su compañera cuando le pone continuamente verde y le trata poco más o menos como su padre. Hay también una mujer joven que ha asumido el modelo depresivo de su madre. Ahora reacciona siempre impaciente y depresivamente con su amigo y se condena por eso. Le parece que es un peso para él. Asume la valoración de su madre, de que no puede ser depresión, y que por eso ella no ha crecido lo suficiente para la vida. En vez de descubrir la vertiente creativa de su melancolía, cada vez se hunde más con su lado melancólico.
Otra mujer joven, cuando era más joven, no sabía nunca lo que tenía que hacer. No tenía ninguna posibilidad de pasarle el agua a su hermana mayor. Su enorme inseguridad la había llevado a preguntarse siempre si sería capaz de hacerlo correctamente. La obsesión de que sea correcto todo lo que emprende, le hace la vida imposible. Al querer hacerlo todo bien, resulta que todo lo hace mal. Ella quiere hacer la voluntad de Dios, pero lo único que ha puesto en marcha como un «drama personal» es el modelo de su niñez.
La cuestión es cómo liberarnos de estos modelos insensatos que nos destruyen por completo. El primer paso es conocerlos. Porque es realmente fatal que alguien considere virtud su obsesión por el trabajo, que se dedique a los demás hasta agotarse y que tenga tiempo para todos menos para él. Pero en realidad se trata sólo del modelo de que tiene que demostrar lo que vale, que tiene que hacer ver a su madre lo útil que es que haya asumido como guión de su vida su autoinmolación por la familia. Mucha gente confunde su modelo con la voluntad de Dios. Pero en realidad no se trata de la voluntad de Dios, sino del modelo heredado de los padres.
Duele reconocer este hecho, y además todavía no nos libera del modelo. Pero al menos establece una cierta distancia ante él. Pues si no capto el modelo, me hiere cada vez más sin que yo lo vea. Y entonces me siento de algún modo engañado en mi vida. Pero ya es demasiado tarde para verme libre de este modelo. El segundo paso sería reconciliarse con el modelo. Ahí está, clavado en mi  ida. Y no podré librarme de él de la noche a la mañana. Además, el modelo no es algo radical y totalmente malo. Hubo un tiempo en que tuvo su sentido y me ayudó a sobrevivir. Pero ahora lo único que hace es ponerme trabas. Si logro reconciliarme con mi modelo, entonces podré irme distanciando de él. Pero para eso necesito también humor.
Saludo a mi modelo: «¡Hola! Otra vez aquí. Sí, ya te conozco. Puedes estar tranquilo. Pero hoy no te voy a seguir. Hoy no te necesito». Los modelos vuelven a aparecer una y otra vez. Y entonces mucha gente se enfada y quisiera despacharlos violentamente. Pero cuanto más de frente los abordan, tanto más marcados quedan por ellos. Tengo que aceptar mi modelo vital. Porque sólo entonces puedo distanciarme de él y relativizarlo. Y algún día me daré cuenta de que ese modelo ya no me maneja. Sí, aparecerá de vez en cuando, pero ya no me condicionará. El movimiento tiene forma de espiral. Volvemos siempre al punto de partida de nuestra evolución, pero cada vez en un nivel más alto.
Con los viejos modelos que hemos recibido de nuestros antepasados, nosherimos a nosotros mismos. No vivimos como deberíamos vivir. Estamos  condicionados por una conducta insensata y vacua. Muchos modelos vitales son directamente autodestructivos. Van contra nosotros, nos quitan la libertad, nos esclavizan. Volvemos a cometer una y otra vez los mismos fallos, porque no captamos lo vacuos e insensatos que son nuestros listones. El encuentro con Cristo debe llevarnos a una conducta que responda a lo que somos. Ese encuentro quiere liberarnos de los viejos modelos, del poder del super-yó que a menudo nos esclaviza. El que capta estos modelos, puede confirmar lo que Crisóstomo subraya una y otra vez en su sermón: El que no se hiere a sí mismo, no puede ser herido por nadie. Nos herimos a nosotros mismos, proseguimos las heridas de la niñez si no nos dejamos liberar de la «conducta insensata heredada de nuestros padres».

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO-CAMINOS HACIA LA LIBERTAD III



Liberación de los viejos modelos de vida

1 Pe 3, 16 contiene la palabra de la anastrophe, del cambio de vida en Cristo.
La primera Carta de Pedro contrapone esta conducta en Cristo a «la insensata conducta heredada de vuestros mayores» (1 Pe 1, 18), de la que Cristo nos ha liberado. Estas palabras me han dicho mucho últimamente. Y en mi tarea de acompañamiento he visto también lo mucho que pueden hacer estas palabras:«Sabed que no habéis sido liberados de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores, con bienes caducos -el oro o la plata-, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha> (1 Pe 1, 18s).
H. Schlier traduce que Cristo nos ha liberado: «de vuestra vida de apariencias recibida de los padres» (Schlier, 273). Por «salvación por Jesucristo» entiende el autor que hemos sido liberados de la insensatez y vacío de nuestra vida, tal como la hemos recibido de nuestros padres. A esta vida se la denomina mataios, que significa insensato, fatuo, vano. «No era lo que pretendía ser. No estaba preñada de ser, como se decía, sino que era algo arbitrario... Se trataba pues de una vida irreal, de una vida de apariencias, de una vida objetivamente estúpida -esta es otra acepción de mataiosporque rebosa ilusiones sobre ella misma» (Schlier, 272).
Nos hemos hecho muchas ilusiones sobre nuestra vida. Los hindúes hablan de mala, de apariencia, de ilusión. La fe nos libera de las ilusiones que nos hemos hecho sobre nuestra vida. Entre ellas, la de que podemos tener todo lo que queremos, que todo es posible, que la felicidad y la satisfacción interior son bienes que podemos comprar. La salvación por Jesucristo es una liberación para la realidad. Hemos sido sacados de una vida en la ignorancia (cf. 1 Pe 1, 14), de la desorientación (1 Pe 2, 25), de las tinieblas (1 Pe 2, 9). H. Sechlier cree que la cotidianidad sexualizada y demonizada de una antigüedad niveladora y desintegradora fue «para los cristianos la prueba definitiva de una vida radicalmente inaudita e irreal por su falta de compromiso y su arbitrariedad» (Schlier, 274). Cristo nos ha liberado de todo esto. Cirilo de Jerusalén llama rnataios a las «representaciones teatrales, a las carreras de caballos y a la caza». Todo el mundo de apariencias de la Antigüedad, que era puro brillo exterior, para el que el contenido de la vida era sólo teatro y sensación, es para los cristianos algo vacío, fatuo e insensato. De esta realidad aparente los cristianos se
sienten liberados por Cristo.

Los cristianos deben estar en Cristo y no dejarse configurar por el mundo. Son forasteros en este mundo y por el nuevo nacimiento en el bautismo han sido elevados al mundo de Dios. Han pasado a ser reyes, hombres libres, sobre los que este mundo no tiene ningún poder. Deben ser pues «sensatos y vivir sobriamente para dedicarse ala oración» (1 Pe 4, 7).
Esta vida desde la oración y la gracia se caracteriza porque «se está libre de ilusiones y sueños, porque se es más ‘realista', pero no en el sentido de un compromiso oportunista con eso que se denomina realidad, tal como la entiende el espíritu de este tiempo, sino en el sentido de una visión imparcial e imperturbable de las cosas» (Schlier, 294).
El fundamento de la libertad interior con la que Cristo vive en este mundo, sin que éste le domine, con la que él se siente libre de todos los falsos modelos de vida y de las ilusiones que embargan a la gente que le rodea, es su propia entrega en su muerte en la cruz. La preciosa sangre de Jesucristo apunta al amor con el que Cristo nos ha amado hasta el foral y con el que se ha entregado por nosotros.
Es el lenguaje de la mística del amor el que pudiera entresacarse de estas palabras de la primera Carta de Pedro. Y porque Cristo nos ama así, es por lo que tendremos una vida nueva, por lo que volveremos a nacer, por lo que seremos libres del señorío de este mundo y de la «conducta insensata, heredada de nuestros padres».

El amor de Dios, que se mostró con la máxima claridad en la autoentrega de Jesús en la cruz por nosotros, nos transforma. Nos libera del lastre del pasado. No somos un puro y simple producto de la historia de nuestra vida. No estamos condenados a repetir lo que hemos aprendido de nuestros padres. En razón del amor de Cristo hemos sido liberados de las cadenas de nuestros modelos de vida. Los primeros cristianos han tenido la clara experiencia de que el amor de Cristo, que se hizo visible en su preciosa sangre en la cruz, es quien los ha liberado de la vida de apariencias que hasta entonces habían vivido junto con sus contemporáneos. El amor de Cristo les abrió nuevas posibilidades. De tal manera que, desde ese momento, no quedaban atados a los viejos modelos de vida que habían recibido de sus padres.
Teresa de Jesús tuvo la experiencia de cómo el amor de Dios la liberó de todos los miedos y preocupaciones. A partir de ahí ya no se volvió a preocupar de si era correcto todo lo que hacía. Desde entonces le traía absolutamente sin cuidado lo que los demás pensaran de ella. La experiencia del amor de Dios le procuró tranquilidad interior y una profunda libertad.
Mientras un día de fiesta estaba sumida en oración, vio que Jesús estaba muy cerca de ella. La Santa lo cuenta así: «Yo, como estaba ignorantísima de que podía haber semejante visión, diome gran temor al principio y no hacía sino llorar, aunque en diciéndome una palabra sola de asegurarme, quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningún temor. Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión imaginaria, no sabía en qué forma; mas estar siempre al lado derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco, o no estuviese muy divertida, podía ignorar que estaba cabe mí» (Teresa de Jesús, 195).
La experiencia de la cercanía amorosa de Cristo puede también liberarnos a nosotros de los modelos de vida inconscientes que normalmente nos condicionan. Cristo nos libera para la realidad. Si él está en nosotros, entonces haremos justicia a la realidad y dejaremos de oscurecerla con nuestros viejos modelos. Mucha gente está condicionada por los modelos de vida que han recibido de sus padres y de su trayectoria vital. Creen que son libres, pero lo que hacen en realidad es limitarse a seguir inconscientemente los modelos que han interiorizado de sus padres.

Para la primera Carta de Pedro es el amor de Cristo el que nos puede liberar de estos modelos de conducta y de estos dramas personales.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CARGA CON TU CRUZ Y SIGUEME




EVANGELIO
Mc 8, 27-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas". "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías". Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará".

 Este domingo —XXIV del tiempo ordinario— la Palabra de Dios nos interpela con dos cuestiones cruciales que resumiría así: "¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?". Y a continuación: "¿Tu fe se traduce en obras o no?". El primer interrogante lo encontramos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús pregunta a sus discípulos: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mc 8, 29). La respuesta de Pedro es clara e inmediata: "Tú eres el Cristo", esto es, el Mesías, el consagrado de Dios enviado a salvar a su pueblo. Así pues, Pedro y los demás Apóstoles, a diferencia de la mayor parte de la gente, creen que Jesús no es sólo un gran maestro o un profeta, sino mucho más. Tienen fe: creen que en él está presente y actúa Dios. Inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que padecer y morir, el propio Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y de muerte. Entonces Jesús tiene que reprocharle con fuerza para hacerle comprender que no basta creer que él es Dios, sino que, impulsados por la caridad, es necesario seguirlo por su mismo camino, el de la cruz (cf. Mc 8, 31-33). Jesús no vino a enseñarnos una filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida.
Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él. Lo afirma claramente Santiago en la segunda lectura de la misa de este domingo: "La fe, si no tiene obras, está realmente muerta" (St 2, 17). Al respecto me agrada citar un escrito de san Juan Crisóstomo, uno de los grandes Padres de la Iglesia que el calendario litúrgico nos invita hoy a recordar. Justamente comentando el pasaje citado de la carta de Santiago, escribe: "Uno puede incluso tener una recta fe en el Padre y en el Hijo, como en el Espíritu Santo, pero si carece de una vida recta, su fe no le servirá para la salvación. Así que cuando lees en el Evangelio: "Esta es la vida eterna: que te conozcan ti, el único Dios verdadero" (Jn 17, 3), no pienses que este versículo basta para salvarnos: se necesitan una vida y un comportamiento purísimos" (cit. en J.A. Cramer, Catenae graecorum Patrum in N.T., vol. VIII: In Epist. Cath. et Apoc., Oxford 1844).

 El contenido de la profesión de fe de Pedro constituye el tema central de la fe cristiana: reconocer que Jesús es el “Mesías”, título proveniente del hebreo que corresponde al griego “Cristos” y significa ungido o consagrado, es decir, elegido para realizar la misión de hacer presente en la tierra el Reino de Dios. Este título había cobrado un sentido especial desde los tiempos de los profetas del Antiguo Testamento, quienes anunciaron la promesa de un Salvador que sería ungido por Dios mismo para liberar al pueblo de Israel después de las experiencias dolorosas del destierro y de la explotación sufridas durante las distintas dominaciones extranjeras.
Por eso existía la tentación de esperar un Mesías guerrero, que por la fuerza de las armas recobraría el poder político derrotando al imperio opresor. Por eso precisamente dice el Evangelio que Jesús, después de ser reconocido por Pedro como el Cristo o Mesías, “les prohibió que se lo dijeran a otros”: para que no se confundiera su misión con la de un líder político. Este tipo de líder era el que anhelaban muchos en aquel tiempo, y por eso no les cabía en la cabeza a los primeros discípulos de Jesús que Él les hablara de su pasión y muerte, así agregara la referencia a la resurrección. Y por eso mismo Pedro se resiste a aceptar este anuncio que les hace Jesús, y trata de disuadirlo.
La reacción de Jesús puede parecernos a primera vista muy dura contra Pedro, a quien llama Satanás, palabra proveniente del hebreo que significa originariamente “opositor” o “adversario” y que corresponde al griego diabolos. Lo que quiere decir este término en el contexto del relato evangélico es que, al resistirse Pedro a aceptar la pasión y muerte de aquél a quien acababa de reconocer expresamente como el Mesías, estaba actuando de la misma manera que el tentador a quien había tenido que enfrentarse Jesús en el desierto inmediatamente antes del comienzo de su vida pública.

“Si alguien quiere venir conmigo, renuncie a sí mismo, cargue su cruz …”
Esta exhortación de Jesús a sus discípulos es diametralmente contraria a la tentación de una vida sin esfuerzo y un éxito fácil. Por eso, si queremos nosotros ser de verdad cristianos, es decir, seguidores de Cristo, tenemos que identificarnos con Él: salir cada cual de sí mismo renunciando a toda forma de egoísmo, para ponerse al servicio del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz, hasta las últimas consecuencias.
En la primera lectura de este domingo, el libro que lleva el nombre del profeta Isaías (50, 5-9) anuncia precisamente al Mesías no como un rey terreno que domina, sino como el servidor sufriente que se somete al dolor sin oponer resistencia. Los textos proféticos del libro de Isaías que, como éste, son llamados “poemas del siervo de Yahvé” o del servidor de Dios, nos ofrecen un relato anticipado de la pasión redentora del Mesías prometido, la misma que Jesús les anuncia a sus discípulos inmediatamente después de la profesión de fe de Pedro.
Ahora bien, la pasión de Jesucristo y su muerte en la cruz no son presentadas por los Evangelios para que las contemplemos pasivamente. Los evangelistas las han narrado para que nos identifiquemos con Aquél que dio su vida por nosotros y por toda la humanidad, y nos dispongamos también, cada cual cargando su propia cruz, a realizar el Reino de Dios mediante una actitud de servicio, a imagen y semejanza del mismo Jesús, quien diría más adelante también a sus discípulos después del segundo y del tercer anuncio de su pasión: “el Hijo del hombre -como solía llamase Él a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Marcos 10, 45).

“¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?”
Expresar nuestra fe en Jesu-Cristo, implica demostrarla con las obras. Esta relación indisoluble entre el reconocimiento de Jesús como el Mesías y la realización de sus enseñanzas siguiendo su ejemplo de vida, es precisamente la que nos plantea la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de Santiago (2, 14-18) en el Nuevo Testamento. El ejemplo que ilustra este planteamiento es muy claro: ante la situación de quien carece de ropa y alimento, no basta con decir “que les vaya bien, vístanse y aliméntense”, sino que es preciso hacer algo para ayudar a resolver el problema.
¿Cómo es nuestra relación entre la fe que proclamamos cuando reconocemos a Jesús como el Cristo, y las obras a través de las cuales estamos llamados a demostrar que este reconocimiento es sincero? En definitiva, lo que cuenta son las obras. Por eso dice el apóstol Santiago: “muéstrame tu fe sin las obras, que yo, con las obras, te probaré la fe que tengo”.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LA PEOR SORDERA




LA PEOR SORDERA


EVANGELIO
Mc 7, 31-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Palabra del Señor.



Este trozo del evangelio comienza ubicándonos geográficamente. Si buscamos en un mapa veremos que son territorios que estaban  habitados por paganos antiguamente: Tiro, Sidón y la Decápolis.
Tiene importancia advertir esta ubicación, porque para los religiosos judíos de ese tiempo eran como “seres impuros”, de los que se habló el domingo pasado. Se los consideraba separados de la historia de la salvación porque no conocían al verdadero Dios y no cumplían sus mandamientos.
La persona curada por Jesús es de esas regiones y por lo tanto, un pagano.
LOS SORDOS Y LOS MUDOS.
El autor del Evangelio relata un milagro de Jesús, pero al final del relato pone en palabras de la multitud  un texto tomado del profeta Isaías, que se encuentra como primera lectura de este domingo. Al aludir al profeta Isaías, el autor muestra que su intención va más allá. El Profeta hablaba en lenguaje poético. No se refería a enfermos que padecían ceguera, sordera  y mudez, sino que con estos nombres designaba viejos males espirituales del pueblo.
Ciegos por no querer ver la obra de Dios en la historia diaria. Sordos los que se resisten a oír la palabra de Dios a través de sus profetas. Mudos los que no responden cuando Dios espera una respuesta.
LOS GESTOS DE JESÚS
Generalmente Jesús realiza sus milagros por medio de su palabra, también ha curado a distancia y a veces tocando a la persona que quiere curar. En este relato abundan los gestos. Introduce los dedos en los oídos, pone saliva sobre la lengua del enfermo, suspira, dice una palabra en su mismo idioma.
Así nos indica el autor del evangelio que para redimirnos  y sacarnos de nuestro pecado, el Señor no lo hizo dando una orden desde los cielos. Él descendió a nuestro mundo y se introdujo en nuestra historia.
UNA BUENA NOTICIA PARA NOSOTROS
El relato trae una buena noticia. Dios se acerca a nosotros y quiere reparar la imagen divina con la que fuimos creados. Aunque nos encontremos en una situación desesperante por nuestros hábitos de pecado, Jesús puede cambiarnos en un momento. Para eso se introdujo en el mundo tenebroso de los paganos y buscó  a los sordos y mudos. Jesús quiere entrar en contacto con nosotros y para eso nos toca con sus sacramentos. Nos lava con el agua del bautismo, nos vuelve a purificar con la palabra de la absolución en el sacramento de la reconciliación, nos alimenta poniendo en nuestras manos su misma carne y su misma sangre en la Eucaristía. Así va restaurando en nosotros la imagen y semejanza de Dios que nosotros hemos deteriorado con nuestro proceder culpable.
No temamos en reconocer nuestra impureza, nuestra sordera y nuestra mudez. Dejémonos tocar por el médico bondadoso que ha venido hasta nosotros para curarnos. Solamente él lo puede hacer.