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lunes, 30 de junio de 2014

Festividad de San Pedro y San Pablo

La roca y fuego
Tal vez todos nos hemos hecho alguna vez la pregunta de por qué la Iglesia une en una misma fiesta a Pedro y a Pablo, los dos grandes apóstoles y columnas de la Iglesia. ¿Es qué no merecen cada uno por separado una conmemoración propia? ¿No resulta que al celebrar sus figuras el mismo día vienen como a hacerse sombra el uno al otro? De hecho, la Iglesia remedia en cierto modo esta situación dedicándoles a cada uno por separado otras dos fiestas: la conversión de san Pablo (el 25 de enero) y la de la Cátedra de San Pedro (el 22 de febrero). Pero la celebración principal, con el rango de solemnidad, es este 29 de junio, en que los recordamos juntos.
Este hecho, que puede parecernos extraño, responde a una antigua tradición romana, relacionada con el traslado de los restos de Pedro y Pablo en el año 258 a una cripta en la vía Apia (donde se erigió una basílica a los dos apóstoles, en el lugar en que hoy se levanta una iglesia a san Sebastián) para preservarlos durante la persecución de Valeriano. Los testimonios sobre los lugares en que reposaban originariamente los restos de los dos Apóstoles datan de tiempos anteriores. Sólo al llegar la paz de Constantino esos restos fueron llevados a sus emplazamientos iniciales, donde el mismo Constantino levantó dos templos en sus actuales emplazamientos de la colina Vaticana (Basílica de san Pedro) y de la vía Ostiense (Basílica de San Pablo extramuros).



Pero aquí, como tantas veces, la anécdota se eleva a categoría, y lo que puede parecer una mera coincidencia histórica revela un significado profundo, incluso providencial. Porque Pedro y Pablo, además de ser dos personalidades formidables y fundamentales en la historia de la primera Iglesia, representan dos principios esenciales e inseparables de la Iglesia universal, de la misma fe que Cristo encargó preservar y difundir a los apóstoles y, con ellos, a toda la Iglesia. El aparente antagonismo entre ellos que cree descubrir una mirada superficial esconde una profunda unidad y complementariedad.
Pedro representa la confesión firme, la roca de la fe, la seguridad en el contenido de la misma. La fe es un acto personal de adhesión; pero no es un acto meramente subjetivo, en el que poco importa lo que se crea, con tal de que se crea firmemente. Hoy somos especialmente proclives a esa forma de subjetivismo. Pero, como vemos en el evangelio de hoy, Jesús, al preguntar a los apóstoles sobre lo que las gentes piensan de Él, y sobre lo que piensan ellos mismos, está dando a entender que no cualquier opinión tiene el mismo valor, incluso si esas opiniones son favorables y positivas. En su tiempo se le tenía por profeta, por uno de los grandes profetas antiguos (como Elías) o recientes (como Juan el Bautista). Después se le ha visto, casi siempre de manera positiva, como un maestro de moral, un renovador o un revolucionario social, un adalid de la fraternidad universal, y así un largo etcétera. Pero ninguna de esas opiniones es suficiente. Pedro no emite una opinión, sino que realiza una verdadera confesión de fe, fruto de una experiencia personal que es, además, una revelación de lo alto: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y justo porque confiesa la verdadera identidad de Jesús recibe una bendición, una nueva identidad y una misión: ser piedra y fundamento, garante de la fe.
Pablo representa el viento, el riesgo y el arrojo de la evangelización: el anuncio abierto universalmente de aquella fe confesada. Porque la fe en Cristo tiene que ser primero confesada, esto es, aceptada y asimilada hasta conformar de un modo nuevo la propia identidad. Pero no es posible quedarse ahí: como no puede esconderse la luz (cf. Mt 5, 14), la fe no puede no ser proclamada, anunciada y comunicada. Pues creer que Cristo es el Hijo de Dios y el salvador del mundo, muerto y resucitado para reunir a todos los seres humanos en la única familia de los hijos de Dios, significa que el creyente no puede guardarse esa fe para sí solo, sino que tiene que darla a conocer a todos, pues todos son llamados a ingresar en esa familia, a gozar de la misma bendición. Y Pablo, que no había conocido al Jesús histórico, pero conoció tan bien al Cristo al que había perseguido, reclama con fuerza el título de verdadero apóstol, apóstol de los gentiles, porque sabe que la fe en Cristo atraviesa épocas y también traspasa fronteras. Pablo comprendió como nadie la universalidad del Evangelio, que debe abrirse sin condiciones, ni culturales, ni raciales, ni religiosas.
De hecho, que el principio petrino (el cimiento firme y seguro) y el paulino (la evangelización abierta y sin límites) no están reñidos se echa de ver con claridad si consideramos que Pedro ya dio el primer paso hacia la apertura a los gentiles (cf. Hch 10), y que toda la actividad evangelizadora de Pablo no tiene otro centro que la confesión apasionada del Señor Jesucristo (cf., por ejemplo Flp 3, 8; 1 Cor 2, 2). Y aunque en alguna ocasión pudieran discutir o tener un enfrentamiento (cf. Gal 2, 14), esto no elimina en modo alguno la profunda amistad de los principios que representan, que, separados el uno del otro, se debilitan y mueren. Si nos quedamos sólo con la roca, resulta una identidad cerrada sobre sí misma y estéril. Pero si afirmamos sólo una apertura universal sin contenidos concretos, nos disipamos en una formalidad vacía que nada ofrece en concreto, que se disuelve en meras poses de aceptación de todo, hasta comulgar con ruedas de molino.
Encontramos, pues, en esta celebración conjunta de Pedro y Pablo, una sabia pedagogía divina, que la Iglesia ya en sus primeros siglos comprendió con clarividencia, vinculando para siempre a estos dos grandes apóstoles, a los dos principios que representan al servicio de la única fe en Jesucristo. Y la prueba principal de la unión indisoluble y necesaria de estas dos columnas de la fe se encuentra en el testimonio martirial que los hermana. Los dos por igual, en la misma persecución y en la misma ciudad, aunque de modos distintos, entregaron su vida por la fe que confesaron y difundieron, culminando de esta manera una vida de entrega sufrida y total al único Señor y Salvador. Las dos primeras lecturas dan fe de esa entrega. En la primera lectura, tras el martirio de Santiago, Pedro se encuentra también en situación de extremo peligro. La orden que recibe del ángel: “levántate, ponte el cinturón, sígueme” nos recuerdan esas otras palabras que le dirige Jesús en el evangelio de Juan: “Cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará a dónde no quieres. Tú sígueme” (Jn 21, 18. 19). Se ve que Pedro ha alcanzado ya la madurez del discípulo dispuesto a seguir al Maestro a donde quiera que vaya. De modo similar, el texto de la carta a Timoteo ofrece una especie de resumen final de la vida de Pablo, en el que expresa una confianza total en Aquel por el que ha combatido su combate y ha corrido hasta la meta, sabiendo que, tras librarle de toda clase de peligros, le liberará del mal radical, como rezamos en el Padre nuestro, una liberación que atraviesa también el muro de la muerte, destruido por Cristo en el altar de la Cruz.
Para nosotros hoy, como para los cristianos de todos los tiempos, conmemorar juntos a Pedro y a Pablo tiene especial significación. Mirándolos a los dos podemos vencer la tentación (digámoslo así, cediendo a los clichés en circulación) “conservadora” de una fe numantina, a la defensiva, encerrada sobre sí misma que mira al mundo sólo con temor y desconfianza; y también la otra tentación “progresista” de un aperturismo sin criterio, que acepta todo lo que va apareciendo como nuevo, sin pasarlo por el crisol de la fe confesada y personalizada. Es necesario unir en la vivencia de nuestra fe los dos principios, la inspiración de los dos Apóstoles, apoyándonos por igual en las dos columnas: confesar a Cristo sin fisuras, y, desde esa fe, abrirnos a todos sin temor: capaces de acoger con amor a todos, pero también de anunciar con convicción y sin complejos que “no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación” (Hch 4, 12), que sólo Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, que “Dios salva al hombre no por cumplir la ley sino por la fe en Jesucristo” (Gal 2, 15). Confesión y apertura, la roca y el fuego, que se ponen a prueba y se autentifican, como en Pedro y en Pablo, en la disposición a dar la vida por Aquel en el que hemos creído y del que nos hemos fiado (cf. 2 Tim 1, 12).

domingo, 22 de junio de 2014

Celebración de Corpus Christi 2014

ALIMENTO PARA LA ETERNIDAD







Evangelio del domingo 22 de junio del 2014

San Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»



EL MANÁ DEL DESIERTO

El texto del Evangelio que se proclama en esta solemnidad está tomado del largo capítulo de san Juan en el que se relata la multiplicación de los panes y se reproduce el discurso que pronunció Jesús al día siguiente en la sinagoga de Cafarnaúm. Después de la multiplicación de los panes la multitud cruzó el lago de Galilea y se reunió en la Sinagoga, donde los judíos se juntan para leer y explicar las Escrituras y para rezar. Por lo que sigue a continuación en el Evangelio, se supone que allí han leído una parte de la Biblia donde se relata cómo Dios alimentó milagrosamente a los israelitas durante el tiempo en que estuvieron en el desierto. Se dice en el libro del Éxodo que cuando estuvieron con hambre, el Señor les envió una comida que caía del cielo, llamada el maná. La primera lectura proclamada en la Misa de hoy, tomada de otro libro de la Biblia, alude al mismo alimento milagroso. Los judíos preguntaron a Jesús sobre un Salmo de la Escritura donde se refiere este hecho diciendo: "Les dio a comer el Pan del cielo".

Tomando este texto como punto de partida, Jesús los instruyó explicándoles que aquél pan que habían recibido en el desierto no era verdadero pan del cielo, ya que es un hecho conocido por todos que los que estuvieron con Moisés en el desierto murieron después de algún tiempo, así como también murió Moisés. Si el maná hubiera sido verdadero pan del cielo, les habría comunicado la vida eterna. Con estas explicaciones Jesús provocó un interrogante: ¿Entonces cuál es el verdadero Pan del cielo del que hablan las Escrituras? El Evangelio proclamado en esta Misa contiene la última parte de la respuesta de Jesús. Son palabras que sorprenden y escandalizan a los oyentes: Quien distribuye el verdadero pan del cielo no es Moisés sino Dios, y el pan no es el maná sino el mismo Jesús: "Yo soy el Pan verdadero que ha bajado del cielo". Y si estas palabras inesperadas resultaban inaceptables para muchos, Jesús añadió: "El Pan... es mi carne".

EL PAN VERDADERO 

Si por una parte los oyentes no podían aceptar que este Jesús que ellos creían conocer se proclamara como Pan bajado del cielo, por otra parte les parecía totalmente fuera de lugar que Él dijera que había que comer su carne. ¿A quién no le produce repugnancia y horror el pensar en comer carne humana? Esto se agrava cuando Jesús añade que se debe beber su sangre. A los semitas en general, la idea de beber sangre les produce repugnancia. Mucho más si se trata de beber sangre humana. El Antiguo Testamento castigaba con la pena de muerte a quienes comieran la carne con su sangre o simplemente bebieran sangre. Hasta el día de hoy los judíos comen la carne desangrada. De las enseñanzas de Jesús surgen las respuestas a estas cuestiones que plantean los judíos. En primer lugar que Él es el Pan verdadero. Esto significa que todo otro pan, también el milagroso que comieron los israelitas en el desierto, es una figura. El pan que comemos diariamente para saciar nuestra hambre y evitar la muerte es una figura de ese otro alimento que nos envía Dios para que saciemos el hambre de vida eterna y podamos vencer a la Muerte para siempre.
Pero advirtamos que cuando utilizamos la palabra “Pan” no nos estamos refiriendo sólo a esta sustancia alimenticia elaborada con harina, sino que es un término común con el que se indica todo lo que el ser humano necesita para vivir. Si tenemos esto en cuenta, las palabras de Jesús resultan mucho más sorprendentes todavía. Jesús viene desde el Padre y se ofrece a los hombres para que lo reciban por medio de la fe. Aquellos que se abren a Él y lo aceptan, creyendo en su Palabra y dejándose redimir, se alimentan de Jesús porque reciben de Él la vida que proviene del Padre, y que es la vida eterna, la que no tiene mezcla de mal ni puede conocer el límite de la muerte. Por esa razón Él es pan, y es verdadero pan porque comunica una vida que dura para siempre.
Cuando decimos vida eterna tenemos que recordar que no se trata de seguir viviendo largos y numerosos años como una continuación de la vida que ahora llevamos. La vida eterna es la vida total, es el poder alcanzar la totalidad de todos los bienes que ahora poseemos en pequeña medida: vida, alegría, amor, sabiduría. Y todo esto sin mezcla de ningún mal, sin envejecimiento ni enfermedades, y sobre todo, sin el sombrío límite que impone la muerte. Por eso el pan de nuestra comida diaria es una figura: nos asegura la vida terrenal, nos concede un poco más de tiempo en este mundo, pero no nos puede dar de ninguna manera la vida eterna, es decir la vida total.

EL PAN QUE ES SU CARNE

Para los oyentes de Jesús resultaba inaceptable que Él se presentara como un pan que alimenta con la vida eterna a quienes lo reciben por la fe. Jesús les explicó que Él también es pan de otra forma, porque tanto su carne como su sangre deben ser recibidas para poder tener la vida eterna. Los oyentes reciben estas palabras con horror. Ellos piensan que tienen que comer la carne de un cadáver y por eso no lo pueden admitir. Jesús les dice entonces que la carne y la sangre que Él ofrece como comida y bebida es la carne y la sangre del "Hijo del Hombre".
"El Hijo del hombre" es el nombre con el que Jesús se designa a sí mismo cuando se refiere a su glorificación. Cuando dice que hay que comer la carne del "Hijo del hombre" quiere decir que se trata de recibirlo a Él en su condición glorificada. No es un cadáver, sino un cuerpo glorioso, que ya no puede padecer ni se puede corromper. Su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Toda otra comida y toda otra bebida es una figura. La comida y la bebida que Jesús ofrece son su carne y su sangre como carne y sangre de un viviente que vive porque recibe a vida eterna que es propia del Padre, y todo aquel que se alimente de la carne y de la sangre de Cristo se asegura esta vida eterna. Quien no los reciba no tendrá esta vida.


LA EUCARISTÍA

Estas palabras solamente se entienden cuando se tiene conocimiento y experiencia de lo que es recibir la Eucaristía. Al participar de este sacramento recibimos un pan que es verdaderamente carne y sangre de Cristo viviente. Entre tantas cosas sorprendentes que tiene esta enseñanza de Jesús, nos llama la atención que diga que los que reciben su carne y su sangre tienen ya ahora la vida eterna. La vida eterna no es solamente promesa para el futuro. Y ya se ha dicho que vida eterna es participar de la vida que es propia de Dios.
A los que comulgan se les ofrece ya desde ahora esa vida que viniendo del Padre está en Cristo, y por lo tanto es un comienzo de la felicidad plena que se da en el cielo. El Pan de la Eucaristía comunica el amor de Dios, para que los creyentes que lo reciben sean capaces de dar la vida por los hermanos, como lo hizo el mismo Jesús. Todos los que comulgamos nos unimos en un solo cuerpo con Jesús para poder vivir y amar como Él vive y ama.
Lejos de encerrarnos en nosotros mismos, la comunión tiene que abrirnos para amar la vida y amar cada vez más a Dios y a nuestros hermanos. Amar de esa manera, hasta el heroísmo, puede parecer algo tan imposible como vivir ya en la felicidad del cielo a pesar de todas las tristezas y dolores que nos rodean. 

Pero toda esta incapacidad humana queda superada cuando oímos que Jesús no nos ofrece alimentos de este mundo, ni siquiera un pan milagroso como el maná, sino el Pan verdadero que es su mismo cuerpo viviente, pleno de la vida de Dios.
La vida de los santos, el ejemplo de los mártires, e incluso nuestra propia experiencia cuando nos alimentamos frecuentemente con la Sagrada Comunión, nos hacen ver cómo la débil creatura humana puede llegar a superarse a sí misma hasta realizar lo que para los hombres es imposible: vencer el pecado para vivir en la santidad, destruir el egoísmo para entregarse generosamente a practicar el amor a los demás, vivir intensamente la alegría de la unión con Dios hasta el punto de no perder esta alegría ni siquiera en medio de los tormentos más crueles.
Y si esta es la fuerza que nos comunica en este mundo el Pan verdadero, podemos estar seguros de que con ese Pan también estamos recibiendo la vida que dura para siempre. 

domingo, 15 de junio de 2014

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Dios :Padre, Hijo y Espíritu Santo


Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18):
Domingo 15de junio del 2014

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunidad de amor.
Hoy celebramos la solemnidad de la santísima trinidad. Cuando confesamos que Dios es Uno y Trino no podemos renunciar al deseo que entender qué es lo que esto significa, y por eso a lo largo de la historia del cristianismo muchos han intentado explicar esta afirmación desde distintos conceptos y teorías. Algunas de ellas nos pueden parecer más sugerentes que otras, pero lo que sí que es común a todas ellas y a la experiencia de quienes se adentraron en este esfuerzo intelectual es que al final la realidad de Dios no puede encerrarse en nuestros parámetros y conceptos. Por eso decimos que Dios es un misterio, Alguien que se insinúa, que se sugiere, pero que no se deja encerrar en definiciones intelectuales ni se agota en nuestra experiencia por profunda y dilatada que ésta sea.
Por eso entender el misterio de Dios es adentrase en el misterio de la Trinidad, y eso ha de hacerse no únicamente por la vía del pensamiento, sino también y sobre todo por la vía de experiencia. Dios nos muestra su ser a través de su acción en la historia. En ella llegamos a la convicción que nuestro Dios es comunidad, que Dios no es un ser solitario, soltero, encerrado en sí mismo; al contrario, la comunicación de amor y de vida están inscritas en su mismo ser.  
Este es un buen criterio que discernimiento para ver la autenticidad de nuestra experiencia de Dios y de nuestra práctica como cristianos. La fe en el Dios que anuncia Jesucristo hace referencia directa a la comunidad, nace en el seno de una comunidad que es la que me transmite la Buena Noticia. En ella la fe crece y se purifica. Y desde ella somos enviamos para en el mundo vivir comprometidos en la construcción del Reino de Dios. Tan importante es esto para nosotros que podemos decir que no se puede vivir en cristiano independientemente de la pertenencia más o menos intensa a una comunidad. Por eso sin la comunidad, la fe se convierte en ideología, se hace subjetiva y fácilmente manipulable, se convierte en hábito o superstición… La comunidad garantiza la autenticidad de nuestra experiencia de fe y nos lanza al compromiso. La comunidad es el aire que necesitamos como cristianos para permanecer vivos. 
Celebrar la fiesta de la Trinidad es celebrar el Amor de Dios Padre creador, del Hijo que nos muestra el rostro de Dios Padre y del Espíritu que vivificando a la Iglesia y lanzándola al mundo para crear esa gran comunidad a la que la creación entera está llamada, la gran familia de los hijos de Dios. 

domingo, 8 de junio de 2014

FIESTA DE PENTECOSTES 2014



Jn 20, 19-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.

Un misterio llamado Iglesia
La fiesta de Pentecostés cierra el ciclo pascual. En este día, la comunidad de los  primeros creyentes, apóstoles, discípulos, las mujeres que acompañaban a Jesús (entre ellas, María, la madre del Señor), recibieron al Espíritu Santo. Desde entonces, Dios mismo vino a habitar entre nosotros. El Señor les dio el poder de perdonar los pecados. Para ellos fue como comenzar de nuevo, como criaturas diferentes, recién creadas por Dios. Así comenzó la historia con Adán y Eva. Así comenzó nuestra Iglesia: toda pura. La fuerza del Espíritu no nos convierte automáticamente en santos y perfectos. Continuamos con nuestras debilidades y tentaciones, pero con la posibilidad de perdonar y ser perdonados. Esa es la fuerza que hace que la Iglesia, la comunidad de los creyentes, sea siempre joven, dinámica y que supere crisis, escándalos, dificultades y problemas que parecen invencibles. Es así desde hace más de 2000 años. Cuando escuchamos la palabra “iglesia”, inmediatamente pensamos en edificios muy lindos, grandes o chicos. 

Pero no hay en el mundo templo más hermoso que la persona humana, de cualquier raza y condición, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Este es el gran misterio y el gozo de Pentecostés: el envío del Espíritu a las personas, que todas unidas formamos la Iglesia, el pueblo creyente. En estos tiempos de crisis, de dura lucha para vivir, se busca, a menudo, un momento de paz en las iglesias de Material. Y, en cierta medida, se lo encuentra. Pero mucho más profunda es la paz que puede dar el Espíritu que habita en nosotros. 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Pont o y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua” (Hechos 2, 1-11).
El término Pentecostés, que en griego significa Quincuagésimo Día o día número 50, proviene de una antigua fiesta anual con motivo de la cosecha del trigo y la cebada. Era llamada fiesta de la Semana de Semanas o de las 7 Semanas, y tenía lugar 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los judíos le dieron un significado histórico al conmemorar en ella la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después del acontecimiento de la Pascua con el que habían sido liberados los israelitas de la esclavitud en Egipto. Para quienes creemos en Jesucristo, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que, 50 días después de la Resurrección del Señor, once de los discípulos a quienes Él había llamado sus “apóstoles” o enviados, y el duodécimo que había sido designado para ocupar el puesto que había dejado vacío Judas Iscariote el traidor, reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo prometido para realizar la misión de proclamar la Buena Noticia de una nueva Ley -la ley del amor universal-, ya no
sólo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad. En la fiesta de Pentecostés se utilizan ornamentos de color rojo, que simboliza el fuego del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios
Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según Juan 20, 19-23 escogido para este Domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos para decirles: “reciban el Espíritu Santo”.
Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo:
- El fuego simboliza la energía divina que transforma, dinamiza, da luz y calor.
- El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo.
- El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza , se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos.
- La paloma (Génesis 8, 11), en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32) evoca al Espíritu que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2).
- Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo
Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna según la vocación de cada cual. Estos dones son siete:
1. Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas.
2. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios
3. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.
4. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda.
5. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades.
6. Piedad para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.
7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos.
San Pablo dice (Romanos 8, 8-7) que el espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo les había prometido a sus discípulos que Dios Padre enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b 26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe. Y es también lo que nosotros podemos experimentar cuando, en las situaciones difíciles, reconocemos la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente a lo que llamamos “Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor
Toda la historia de la acción creadora, salvadora y renovadora de Dios es un paso de la incomunicación de Babel a la comunicación de Pentecostés. Cuando la intención es de dominación opresora, la consecuencia es una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Génesis 1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa en el amor, saliendo cada cual del egoísmo individualista, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12).
Al celebrar la fiesta de Pentecostés, unidos en oración como los primeros discípulos lo estaban con María, la madre de Jesús, invoquemos la intercesión de nuestra Señora en este mes de junio, y repitamos en nuestro interior la petición que antecede en la liturgia eucarística al Evangelio de este día: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.-

domingo, 1 de junio de 2014

INTRODUCCIÓN AL ÚLTIMO ESTUDIO SOBRE LOS “HECHOS DE LOS APÓSTOLES”


Primera Parte: durante Junio y Julio

1.      El “kerigma” (anuncio) apostólico: la fé en Cristo

a)      formas literarias frecuentes en Hechos
b)      expansión espiritual del Cristianismo

Segunda Parte: durante Agosto y Septiembre
2.      San Pablo (su vida/ teología/ escritos).

a)      esbozos de su vida
b)      Pablo y el encuentro con Jesús
c)      Pablo entre la conversión y el Concilio de Jerusalén
d)      Pablo y su Evangelio (pautas teológicas)

Tercera Parte : durante Octubre, Noviembre y Primera quincena de Diciembre
3.      San Pablo : Los viajes misionales (I°, II° y III°)

a)      Las Epístolas de San Pablo.
b)      Las cartas pastorales.
c)      Su testamento espiritual.

Fecha de Inicio : 4 de Junio/2014      Día asignado : Miércoles de 18,45 a 20 hs.
Lugar : Av. Callao 542 – 2º piso
Colaboración sugerida  :  $ 80 por clase. Por favor abonar con cambio
Secretaría :Lic. Myriam Ruiz Carmona:Martes, Miércoles, Jueves y Viernes de 18,30 a 20hs.
                                               Tel: 4373.9799

* Los invitamos a conocer nuestro blog: www.centroamarservir.blogspot.com

Constelación Familiar y Dinámicas de Conciliación



El P. Raúl Bradley s.j  los invita a participar del taller de Constelación Familiar y Dinámicas de Conciliación, para aprender a ampliar la percepción sobre nuestras relaciones interpersonales, y así descubrir soluciones sistémicas.
La misma se realizará el sábado 07/06/2014 y, como siempre, con la coordinación de la Lic. Gladys Brites.
IMPRESCINDIBLE: confirmar asistencia a través de este medio o al teléfono de Secretaría abajo consignado.

Los cupos de inscripción son limitados.

“No se admite la participación de aquéllas personas que no se hubieren inscripto previamente” (Pueden hacerlo vía telefónica, o a través de nuestro correo)

Quienes asisten por primera vez a la Constelación, deben concurrir a las 15 hs. para la instrucción grupal previa con el P. Bradley.

Les pedimos hacer extensiva la presente invitación a toda persona interesada en el tema de referencia.
Fecha de realización :sábado 07 de Junio de 2014
Horario :16 hs a 19 hs. (se ruega puntualidad)
Lugar :Callao 542 – 2º piso
Colaboración sugerida : $120. 
Información en Secretaría :Lic. Myriam Ruiz Carmona :Martes, Miércoles, Jueves y Viernes de 18,30 a 20 hs.
Tel :4373.9799 (puede dejar mensaje)

            

LA SANTISIMA TRINIDAD


EVANGELIO
Mt 28, 16-20
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Después de la Resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo".
Palabra del Señor.
LA TRINIDAD Y NOSOTROS
El domingo pasado con pentecostés termino el tiempo de pascua. Antes  de retomar el ciclo de los domingos durante el año, en la solemnidad del domingo pasado se celebró el misterio de la Santísima Trinidad. Los miembros de todas las iglesias cristianas nos encontramos unidos en esta profesión de nuestra fe en un dios uno que es a la vez Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El texto del evangelio Jesús nos revela el misterio de la Santísima Trinidad cuando ordena a los apóstoles, después de la resurrección, y que vayan y hagan discípulos a todos los pueblos de la tierra, bautizándolos en el nombre del Padre, Hijo y del Espíritu Santo.
Se trata este pasaje de la conclusión del evangelio de san Mateo y se nos da una revelación, el misterio de la Trinidad, pero en un contexto de misión. Para comprender mejor el sentido de esta revelación debemos prestar atención al marco que le da el evangelista: la gloria de Cristo resucitado y la misión de la Iglesia centrada en el hecho de bautizar.
VAYAN Y BAUTICEN
 Con toda la autoridad de Jesús, este envía a sus discípulos para que vayan a bautizar a todas las naciones. Bautizar significa “sumergir” . San Juan Bautista bautizaba sumergiendo a la gente en las aguas del Jordán, pero anunció que Jesús los sumergiría en el Espíritu Santo. Hasta ese momento el único bautizado en el Espíritu Santo era  Jesús,  recordemos cuando el Señor salió de las aguas  y el espíritu Santo descendió sobre él. Al mismo tiempo se oyó la voz de Dios que decía  “este es mi Hijo, el Amado en el que yo tengo complacencia “
A partir de entonces se inaugura una nueva forma de bautizar. Deja de ser un gesto simbólico de limpieza mientras se espera la venida del Reino. Es un símbolo de que nos sumergimos en el Espíritu Santo, Dios Padre  une realmente a cada hombre con su Hijo Jesucristo, le comunica su Espíritu Santo  y pronuncia sobre él  “Este es mi hijo”.
Bautizar “en el nombre” significa “sumergir dentro del nombre”. Esto es algo sorprendente, que los seres humanos podamos sumergirnos dentro del nombre de la Trinidad. Por el bautismo somos incorporados en cierta forma dentro de la misma divinidad : nos asociamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Al revelarnos este misterio de la Trinidad en este contexto bautismal, la Palabra de Dios nos advierte que el misterio no nos es dado  para alimentar la curiosidad ni detenernos en elucubraciones. El que podamos conocer la intimidad de Dios es signo de su amor y de su predilección por nosotros. Este acontecimiento tiene que hacernos sentir más obligados a responder con amor a este gesto del amor de Dios.

Pero también tiene que hacernos sentir más responsables con respecto a nuestro compromiso bautismal. Si todos somos hijos y tenemos un único Padre, al mismo tiempo que nos sabemos obligados para con Dios, nos debemos sentir obligados para con todos nuestros hermanos, hijos también del mismo Padre.