ALIMENTO PARA LA ETERNIDAD
Evangelio del domingo 22 de junio del 2014
San Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
EL MANÁ DEL DESIERTO
El
texto del Evangelio que se proclama en esta solemnidad está tomado del
largo capítulo de san Juan en el que se relata la multiplicación de los
panes y se reproduce el discurso que pronunció Jesús al día siguiente en
la sinagoga de Cafarnaúm. Después de la multiplicación de los panes la
multitud cruzó el lago de Galilea y se reunió en la Sinagoga, donde los
judíos se juntan para leer y explicar las Escrituras y para rezar. Por
lo que sigue a continuación en el Evangelio, se supone que allí han
leído una parte de la Biblia donde se relata cómo Dios alimentó
milagrosamente a los israelitas durante el tiempo en que estuvieron en
el desierto. Se dice en el libro del Éxodo que cuando estuvieron con
hambre, el Señor les envió una comida que caía del cielo, llamada el
maná. La primera lectura proclamada en la Misa de hoy, tomada de otro
libro de la Biblia, alude al mismo alimento milagroso. Los judíos
preguntaron a Jesús sobre un Salmo de la Escritura donde se refiere este
hecho diciendo: "Les dio a comer el Pan del cielo".
Tomando este texto como punto de partida, Jesús los instruyó
explicándoles que aquél pan que habían recibido en el desierto no era
verdadero pan del cielo, ya que es un hecho conocido por todos que los
que estuvieron con Moisés en el desierto murieron después de algún
tiempo, así como también murió Moisés. Si el maná hubiera sido verdadero
pan del cielo, les habría comunicado la vida eterna. Con estas
explicaciones Jesús provocó un interrogante: ¿Entonces cuál es el
verdadero Pan del cielo del que hablan las Escrituras? El Evangelio
proclamado en esta Misa contiene la última parte de la respuesta de
Jesús. Son palabras que sorprenden y escandalizan a los oyentes: Quien
distribuye el verdadero pan del cielo no es Moisés sino Dios, y el pan
no es el maná sino el mismo Jesús: "Yo soy el Pan verdadero que ha
bajado del cielo". Y si estas palabras inesperadas resultaban
inaceptables para muchos, Jesús añadió: "El Pan... es mi carne".
EL PAN VERDADERO
Si
por una parte los oyentes no podían aceptar que este Jesús que ellos
creían conocer se proclamara como Pan bajado del cielo, por otra parte
les parecía totalmente fuera de lugar que Él dijera que había que comer
su carne. ¿A quién no le produce repugnancia y horror el pensar en comer
carne humana? Esto se agrava cuando Jesús añade que se debe beber su
sangre. A los semitas en general, la idea de beber sangre les produce
repugnancia. Mucho más si se trata de beber sangre humana. El Antiguo
Testamento castigaba con la pena de muerte a quienes comieran la carne
con su sangre o simplemente bebieran sangre. Hasta el día de hoy los
judíos comen la carne desangrada. De las enseñanzas de Jesús surgen las
respuestas a estas cuestiones que plantean los judíos. En primer lugar
que Él es el Pan verdadero. Esto significa que todo otro pan, también el
milagroso que comieron los israelitas en el desierto, es una figura. El
pan que comemos diariamente para saciar nuestra hambre y evitar la
muerte es una figura de ese otro alimento que nos envía Dios para que
saciemos el hambre de vida eterna y podamos vencer a la Muerte para
siempre.
Pero
advirtamos que cuando utilizamos la palabra “Pan” no nos estamos
refiriendo sólo a esta sustancia alimenticia elaborada con harina, sino
que es un término común con el que se indica todo lo que el ser humano
necesita para vivir. Si tenemos esto en cuenta, las palabras de Jesús
resultan mucho más sorprendentes todavía. Jesús viene desde el Padre y
se ofrece a los hombres para que lo reciban por medio de la fe. Aquellos
que se abren a Él y lo aceptan, creyendo en su Palabra y dejándose
redimir, se alimentan de Jesús porque reciben de Él la vida que proviene
del Padre, y que es la vida eterna, la que no tiene mezcla de mal ni
puede conocer el límite de la muerte. Por esa razón Él es pan, y es
verdadero pan porque comunica una vida que dura para siempre.
Cuando
decimos vida eterna tenemos que recordar que no se trata de seguir
viviendo largos y numerosos años como una continuación de la vida que
ahora llevamos. La vida eterna es la vida total, es el poder alcanzar la
totalidad de todos los bienes que ahora poseemos en pequeña medida:
vida, alegría, amor, sabiduría. Y todo esto sin mezcla de ningún mal,
sin envejecimiento ni enfermedades, y sobre todo, sin el sombrío límite
que impone la muerte. Por eso el pan de nuestra comida diaria es una
figura: nos asegura la vida terrenal, nos concede un poco más de tiempo
en este mundo, pero no nos puede dar de ninguna manera la vida eterna,
es decir la vida total.
EL PAN QUE ES SU CARNE
Para
los oyentes de Jesús resultaba inaceptable que Él se presentara como un
pan que alimenta con la vida eterna a quienes lo reciben por la fe.
Jesús les explicó que Él también es pan de otra forma, porque tanto su
carne como su sangre deben ser recibidas para poder tener la vida
eterna. Los oyentes reciben estas palabras con horror. Ellos piensan que
tienen que comer la carne de un cadáver y por eso no lo pueden admitir.
Jesús les dice entonces que la carne y la sangre que Él ofrece como
comida y bebida es la carne y la sangre del "Hijo del Hombre".
"El
Hijo del hombre" es el nombre con el que Jesús se designa a sí mismo
cuando se refiere a su glorificación. Cuando dice que hay que comer la
carne del "Hijo del hombre" quiere decir que se trata de recibirlo a Él
en su condición glorificada. No es un cadáver, sino un cuerpo glorioso,
que ya no puede padecer ni se puede corromper. Su carne es verdadera
comida y su sangre es verdadera bebida. Toda otra comida y toda otra
bebida es una figura. La comida y la bebida que Jesús ofrece son su
carne y su sangre como carne y sangre de un viviente que vive porque
recibe a vida eterna que es propia del Padre, y todo aquel que se
alimente de la carne y de la sangre de Cristo se asegura esta vida
eterna. Quien no los reciba no tendrá esta vida.
LA EUCARISTÍA
Estas
palabras solamente se entienden cuando se tiene conocimiento y
experiencia de lo que es recibir la Eucaristía. Al participar de este
sacramento recibimos un pan que es verdaderamente carne y sangre de
Cristo viviente. Entre tantas cosas sorprendentes que tiene esta
enseñanza de Jesús, nos llama la atención que diga que los que reciben
su carne y su sangre tienen ya ahora la vida eterna. La vida eterna no
es solamente promesa para el futuro. Y ya se ha dicho que vida eterna es
participar de la vida que es propia de Dios.
A
los que comulgan se les ofrece ya desde ahora esa vida que viniendo del
Padre está en Cristo, y por lo tanto es un comienzo de la felicidad
plena que se da en el cielo. El Pan de la Eucaristía comunica el amor de
Dios, para que los creyentes que lo reciben sean capaces de dar la vida
por los hermanos, como lo hizo el mismo Jesús. Todos los que comulgamos
nos unimos en un solo cuerpo con Jesús para poder vivir y amar como Él
vive y ama.
Lejos
de encerrarnos en nosotros mismos, la comunión tiene que abrirnos para
amar la vida y amar cada vez más a Dios y a nuestros hermanos. Amar de
esa manera, hasta el heroísmo, puede parecer algo tan imposible como
vivir ya en la felicidad del cielo a pesar de todas las tristezas y
dolores que nos rodean.
Pero
toda esta incapacidad humana queda superada cuando oímos que Jesús no
nos ofrece alimentos de este mundo, ni siquiera un pan milagroso como el
maná, sino el Pan verdadero que es su mismo cuerpo viviente, pleno de
la vida de Dios.
La
vida de los santos, el ejemplo de los mártires, e incluso nuestra
propia experiencia cuando nos alimentamos frecuentemente con la Sagrada
Comunión, nos hacen ver cómo la débil creatura humana puede llegar a
superarse a sí misma hasta realizar lo que para los hombres es
imposible: vencer el pecado para vivir en la santidad, destruir el
egoísmo para entregarse generosamente a practicar el amor a los demás,
vivir intensamente la alegría de la unión con Dios hasta el punto de no
perder esta alegría ni siquiera en medio de los tormentos más crueles.
Y si esta es la fuerza que nos comunica en este mundo el Pan verdadero,
podemos estar seguros de que con ese Pan también estamos recibiendo la
vida que dura para siempre.
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