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sábado, 30 de marzo de 2013

Liturgia de la Palabra en la Noche Gloriosa de la Resurrección



Hemos incluido todas las lecturas que indica la Liturgia de la Palabra en la Noche Gloriosa de la Resurrección y un video explicandolas brevemente con algunas claves para tener presente en estos días de Pascua.


PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DEL GÉNESIS 1,1-2,2

SEGUNDA LECTURA
LECTURA DEL LIBO DEL GÉNESIS 22,1-18


TERCERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 14, 15-15,1

CUARTA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 54, 5-14

QUINTA  LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 55. 1-11


SEXTA  LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE BARUC 3, 9-15. 32—4, 4

SÉPTIMA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE EZEQUIEL 36, 16-28

EPISTOLA
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 6, 3-11


EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 24, 1-12
El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron:

— ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO.
Acordaos de los que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado, y al tercer día resucitar”. Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.
Palabra del Señor







viernes, 29 de marzo de 2013

EXAMEN DE CONCIENCIA PARA ÈSTA SEMANA SANTA



 Texto de la conferencia “La realidad como oportunidad: el examen ignaciano”, de Adolfo Chércoles SJ, 
Especialista es Espiritualidad Ignaciana 

El Examen que S. Ignacio propone va a afrontar dos trampas que toda persona tiene: una respecto a Dios y la otra respecto a uno mismo. En efecto, el creyente tiene la trampa de la proyección (de vivir de sueños e ilusiones que no tienen nada que ver con su realidad):
queremos que Dios coincida con nosotros, proyectando nuestros “deseos” e “ilusiones

” y convirtiéndolos en “dios”; es una trampa que nos lleva a manipular a Dios. 
Esta “trampa” en el no creyente consiste en convertirse sin más en el “centro”, en una especie de “absoluto”, y que lleva a lo mismo que en el caso del creyente.La segunda trampa es respecto a uno mismo: es la trampa de la de la justificación.
Somos capaces de justificarlo todo para quedarnos tranquilos. Es la trampa de la seguridad de la buena conciencia. Pues bien, los dos primeros puntos del Examen pretenden desenmascarar estas dos trampas, para poder acceder a nuestra verdad.
Primer punto: dar gracias a Dios N.S. por los beneficios recibidos. Y empecemos por constatar (por descubrir) que, no cualquier “acción de gracias” es válida. En la parábola del Fariseo y el Publicano, la “acción de gracias” del primero no es válida: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos...” (Lc 18, 11). En esta acción de gracias, el Fariseo está en el centro. Consiste en una exposición de “logros” y por lo que da gracias es “por sí mismo” (‘el día que yo nací nacieron todas las flores’). En esta acción de gracias la persona queda satisfecha de sí misma: es una autosatisfacción narcisista (mirarnos el ombligo).
Vamos a ver por qué “dio gracias” Jesús, y qué “acción de gracias” echó de menos.
La acción de gracias en Jesús siempre es una sorpresa. En Lc 10, 17-22, Jesús va a dar gracias por la alegría de los discípulos que vuelven de su primera ‘misión’: “Regresaron los setenta y dos alegres, diciendo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre’. Él les dijo: ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo... ; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegráos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos’. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas osas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
Es decir, la acción de gracias surge de una sorpresa, no de un “logro” que refuerza mi narcisismo (mirarme el ombligo), y lo que suscita es alegría por un don, en cierto sentido, inesperado. No es dar gracias “por lo formidable, lo auténtico, lo fiel que soy”, sino “gracias por las sorpresas que me das y que desbordan mis expectativas”. En realidad no damos gracias por “lo que se nos debe”, sino por lo que es “regalo”, gracia diríamos en un lenguaje más teológico.
Es interesante ver cómo Jesús se sorprende y por qué. En efecto, Jesús se sorprende y da gracias por lo inesperado: por la viuda que echó dos moneditas en el Tesoro de templo (Lc 21, 1-4), por la fe del centurión, un pagano (Lc 7, 1-10), lo mismo que la cananea (Mt 15, 21- 28). Sólo el que es capaz de sorprenderse puede abrirse al agradecimiento.
Pero nuestro narcisismo puede ser tan exacerbado (exagerado) (cuanto menos madura -
más infantil- es la persona, menos capacitada estará para agradecer, porque piensa que todo se le debe), que “no volvamos a dar las gracias”, como ocurrió con los nueve leprosos que Jesús curó (Lc 17, 11-19). Como el refrán dice, “es de bien nacido ser agradecido”. Ahora bien, seguramente todos somos “bien nacidos”, pero a lo mejor no todos somos “bien crecidos” y a veces ‘nos falta un hervor’.
Nos encontramos, pues, con el problema de si estamos capacitados para dar gracias. A esto se añade otra pregunta: ¿por qué damos gracias?, o ¿cuando las damos? S. Ignacio, en la última Contemplación de su método de los EE (Ejercicios Espirituales ) que él denomina “para alcanzar amor”, propone una petición que puede ayudarnos en este momento: “...pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad”. En efecto, el problema está en caer en la cuenta - ¿conocimiento interno?,¿sorpresa? - que todo es don.
Es decir, no se trata sólo de si somos “agradecidos”, sino que tenemos que descubrir aquello por lo que verdaderamente hay que dar gracias. Sólo un ejemplo: cuando en el siglo XIX el Papado pierde sus Estados Pontificios, el mundo católico de aquel momento ¿vivió aquello como un don? Sin embargo, ¿no damos gracias hoy por ello?
Ése es el problema de la “acción de gracias”. Tenemos que empezar por pedir conocimiento interno: es una gracia que se nos abran los ojos, porque si no vamos a estar girando en torno a nuestro narcisismo convirtiendo la acción de gracias en un asfixiante ‘mirarse el ombligo’ (cuando nos miramos el ombligo estamos siempre ahogados, asfixiados).
Tenemos que percibir la sorpresa de que aquello por lo que tenemos que dar gracias de verdad, son cosas que, cuando las vivimos, en absoluto se nos hubiese ocurrido que llegaría un día en que tendríamos que dar gracias, no por la cosa en sí, sino por lo que aquella dificultad posibilitó en mi vida.
Y es que las cosas que dejan huella en nosotros son, con mucha frecuencia, las negativas: damos por supuesto que las cosas deben salir bien, y nos fijamos tan sólo en lo negativo, cargándonos así de negatividad, dando la espalda a la realidad. ¿ Esta Bondad-Belleza no estamos capacitados para descubrirla en el momento. Sólo si “no tiramos nada a la papelera”, nos sorprenderemos cómo todo se “va colocando” y haciéndonos madurar (¡si no salimos corriendo!) Como dice S. Pablo en Rom 8, 28: “Por lo demás, sabemos que en todas cosas interviene Dios para bien de los que le aman...” Dicho de otra manera todo está llamado a ser oportunidad, pero nosotros todo lo podemos vivir como inconveniente.
S. Ignacio nos hacía pedir gracia para descubrir “tanto bien recibido”, pero seguía:
“para que yo enteramente reconociendo...” ¿Qué quiere decir con esto? Que me sorprenda, que me abra a lo nuevo. Nos asusta la novedad y preferimos la inercia (dejarnos llevar); pero lo nuevo, que en un primer momento nos asusta, es lo que nos libera y lo que al final agradecemos. ¡A la larga, nunca agradecemos la inercia! A esto apunta el ser contemplativo (que está abierto a lo que le rodea y lo agradece, no el que está pensando sólo en él y no se entera de todo lo bueno que hay a su alrededor). El Examen no apunta a una contemplación “estética”, sino a una contemplación que, sorprendida, se transforma en respuesta agradecida: “...pueda en todo amar y servir a su divina majestad”, termina Ignacio su petición. “En todo”, no pone excepción. Es abrirnos a un Dios palpable en sus dones (su Bondad-Belleza) que nos sorprenden, nos descolocan, nos abren los ojos, nos hacen nuevos. Dios no es la expectativa de la “omnipotencia” (de que Dios lo puede todo), sino la constatación de la gracia, que no es lo mismo.
Si todo esto es lo que deberíamos descubrir en este primer punto del Examen, queda claro que nos prepara y dispone para acceder a “nuestra verdad”. En efecto, por muy desastrosa que sea nuestra vida, podemos contar a priori (de antemano) con un Dios que sólo palpamos en la sorpresa del don. Más aún, veíamos que hasta el mismo pecado, reconocido y confesado va a ser “lugar de encuentro” con ese Dios que ha venido a buscar lo que estaba perdido. Esto es lo que pretende el segundo punto:
Segundo punto: pedir gracia para conocer los pecados y lanzallos.(lanzarlos)
En efecto, este punto va a preparar y disponer nuestro yo para ese reconocimiento y confesión de nuestros pecados y así poder encontrarnos con Dios y con nuestra verdad. Frente a nuestra actitud espontánea de autodefensa y autojustificación (el que siempre está defendiendose y justificándose y es incapaz de reconocer ningún fallo), Ignacio plantea la actitud de desnudarse, de no dar nada por supuesto, y menos la propia inocencia. La primera “gracia” que necesitamos es la de acceder a nuestro pecado. Este punto nos abre a la propia sospecha (El pecado en el NT es un lugar de encuentro, . Por eso es una genialidad el que S. Ignacio nos platee aquí pedir la gracia de acceder al propio pecado, pues, , el pecado propio es la gran ignorancia. Si no salimos de esta ignorancia, difícilmente podrá darse la recuperación, seguiremos ciegos. Es alcanzar la actitud del publicano y de Pedro, no la de Judas.
Al Examen va uno a encontrarse con su verdad, y para ello hay que empezar por confesar que no podemos acceder a ella. Este punto pretende destruir nuestras defensas, nuestros mecanismos de justificación. Por eso pedimos gracia: ‘a ver si me entero’. ¡Cuántas veces nos topamos con personas que están haciendo daño y no se dan cuenta! Queremos no ser uno de ellos. Pero no queda ahí la petición: no es sólo acceder a nuestra verdad negativa, sino que necesitamos gracia también para lanzallos. Todo es gracia, de nada sirve el “voluntarismo”. La propia “recuperación” nos va a venir de Dios, aunque con nuestro consentimiento operativo. ¡Dios no impone la recuperación!
Estos dos puntos, por tanto, nos preparan y disponen para acceder a la realidad, y en su doble dimensión, la positiva (primer punto) y la negativa (segundo punto), pero de forma que ni lo positivo nos engría, ni lo negativo nos hunda. Ya estamos, pues, preparados para
acceder a un Examen que, como decíamos, se ha inventado para suspenderlo. Ahora podemos acceder a nuestra vida con más garantías de no engañarnos: no tenemos que aparecer “puros” ante un Dios que nos acosa con dones y nos espera en lo más bajo, ni ante nosotros mismos. “La verdad nos hará libres” (Jn 8, 32). No hay cosa que más nos repugne que ver a alguien que no acepta su fallo y pretende justificarse...
Los tres puntos que siguen recogen lo que siempre hemos entendido por “examen de conciencia”. Sin embargo, sólo después de los dos primeros podemos decir que tenemos cierta garantía que ese acceso a nuestra vida real, sea también real y verdadero.
Tercer punto: demandar cuenta al alma...
Como sugeríamos en el esquema, este tercer punto pretende abrirnos a nuestro pasado, nuestra historia. Ahí están nuestros “enganches”. Una vez que hemos desmontado nuestros mecanismos de defensa y de justificación, podremos acceder a nuestra verdad. Pero él sugiere que lo hagamos en tres ámbitos:
- de pensamiento: el mundo de nuestras intenciones, donde se fraguan nuestras actitudes.
- de palabra: el mundo de nuestras relaciones personales, de la verdad.
- de obra: responsabilizarnos de nuestras acciones, de lo que vamos dejando hecho.
Cuarto punto: pedir perdón a Dios nuestro Señor por las faltas.
No podemos salirnos del presente. Tenemos que vivir un momento real, en el que constatemos el reconocimiento de nuestro pasado negativo, vivido como perdón, no como
culpabilidad. Sólo cuando pedimos perdón hemos reconocido la falta. Es la ruptura necesaria (el “y después de quitadas” de EE 1) para acceder al punto siguiente.
Quinto punto: proponer enmienda con su gracia.
Es la apertura válida al futuro. Si no hubiésemos cortado con los “enganches” del pasado, el futuro estaría hipotecado, no habría nada que buscar ni que hallar. Esa voluntad de Dios a la que me abro pasa por la enmienda, aunque siempre contando con su gracia. 

Este es el Examen que S. Ignacio nos propone. Ahora podemos entender que sea el único instrumento que dejó después del proceso de EE: a través de los cinco puntos sintetiza todo el proceso. Por otro lado hay que reconocer que un examen de conciencia así planteado es pura oración, con la ventaja de que nunca podrá ser ilusa, pues para acceder a Dios no se escapa de la realidad. Esto explica que dé mayor importancia al Examen que a la oración. En momentos puntuales de crisis admite una intensificación en la oración (que se dedique más tiempo a hacer oración), pero el encuentro con Dios no lo concibe como una huida de la realidad, sino más bien, abrirnos a ella para cargar con ella y “en todo amar y servir a su divina majestad”.

domingo, 24 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS 2013




EL REY DE LA PAZ
Desde la época medieval la Iglesia acostumbra comenzar la celebración de la Semana Santa con una solemne procesión dedicada a Cristo Rey. La Iglesia, representada por el clero y los fieles, sale del templo al encuentro de Cristo que viene para ser elevado a la gloria a través de la pasión. En esos tiempos, los fieles iban en procesión hasta algún lugar donde se preparaba una imagen especial de Cristo, que era traída en medio de aclamaciones hasta el temple. Por eso el sacerdote que presidía también debía llevar un ramo o palmas como los demás fieles. 

En la procesión de los ramos, al comenzar la Semana Santa, nosotros también hacemos memoria de la llegada de Jesús a Jerusalén y leemos este trozo del evangelio. Se nos relata como Jesús preparó esa entrada enviando a dos de sus discípulos para que le trajeran unos animales que le podían servir de cabalgadura. En la forma en que lo relata el evangelista Mateo se pone de relieve la autoridad de Jesús. Envía a los apóstoles con la orden de traer los animales y no dice que tengan que pedir permiso a nadie; todo sucede como si los mismos pertenecieran a Jesús. A lo más, si alguien pregunta, deben decir que se los llevan porque el Señor los necesita. 


El pueblo judío que acompaña a Jesús reconoce en Él estos rasgos porque se comportan realmente como quienes reciben a un rey. Algunos se despojan de sus mantos, otros cortan ramas de los árboles, y entre todos alfombran el camino por donde debe pasar el Señor montado en su asna. Ahora el rey de paz puede avanzar hacia la ciudad de Jerusalén. Mientras el cortejo va en movimiento la multitud expresa su alegría dando gritos con las palabras de un Salmo de la Biblia, en el cual introducen la referencia al hijo de David.
NUESTRA PROCESIÓN DE RAMOS
Con la lectura de este evangelio comenzamos la procesión. La liturgia de este año nos invita a participar con esta idea: Salimos a recibir al rey de paz. Todo el pueblo cristiano, sacerdotes, ministros y fieles, tomando ramas de árboles en sus manes, salen a recibir a Jesús que llega como rey y se dirige a Jerusalén para entrar en su Reino a través de la cruz.
Esta recepción es la que corresponde a aquellos que están ya cansados de oír hablar de guerras, que se han decepcionado del recurso a la violencia, y aspiran a que llegue el reino de paz que Dios ha prometido a los hombres, cuando las armas de guerra sirvan para fabricar arados. Como en los tiempos del profeta, el mundo nos ofrece la imagen de los que quieren triunfar por la fuerza, imponiéndose por las armas. Muchos se dejan seducir por estas figuras y quieren utilizar los mismos medios, incluso con el noble fin de establecer la justicia. Pero la experiencia nos muestra que la violencia siempre engendra violencia, y que no deja otra cosa que sangre derramada, lágrimas, ruinas, odios y deseos de venganza. 

Con el gesto de participar de la procesión de los ramos estamos dando un testimonio de que nos comprometemos a favor de la paz y en contra de todo recurso a la violencia. Aclamamos corno a nuestro rey a aquel que viene sin armas y destacándose por su mansedumbre. Nuestra tarea comienza al terminar la procesión. A partir de ese memento debemos asumir el compromiso de trabajar a favor de la paz, dando testimonio ante el mundo del reino al que pertenecemos y del rey al que hemos jurado fidelidad. Habrá que desterrar las agresividades y los recursos a la violencia aun en las pequeñas cosas de cada día. En el trato con los demás habría que dejar de lado todo lo que signifique menospreciar u oprimir a los demás, o aprovecharnos de su debilidad. 

No nos sumemos a los que aplauden y promueven la violencia. Demos, más bien nuestro apoyo y nuestra aprobación a todos los que trabajan sinceramente por la paz Y con nuestras actitudes, con nuestras palabras y ejemplos vayamos creando a nuestro alrededor el ambiente propicio para qué pronto llegue a establecerse el reino que nos trae el manso rey de la paz.
Tradicionalmente, la rama de olivo es símbolo de la paz.
Muchos acostumbran conservar en sus casas la rama bendecida que llevaron durante la procesión. Colocada en un lugar visible, servirá para que todos los días del año les recuerde que han jurado fidelidad al rey de la paz.

domingo, 17 de marzo de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 17 DE MARZO Y VIDEO EXPLICATIVO DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA





JUNTO CON EL TEXTO Y EXPLICACION DEL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO 17 DE MARZO, ACOMPAÑAMOS LOS MISMOS CON UN VIDEO DONDE EL P. RAÚL DESARROLLA QUE SON LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES Y ESPIRITUALES






Jesús se dirigió al Monte de los Olivos. Y por la  mañana temprano fue otra vez al templo, y todo el pueblo se reunió junto a Él. Él se sentó y se puso a enseñarles. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer que habían sorprendido cometiendo adulterio, la colocaron en medio y le dijeron a Jesús: “Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el momento mismo de cometer adulterio. En la Ley nos mandó Moisés que a esas personas hay que darles muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para ponerle dificultades y tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir con el dedo en el suelo.Como ellos siguieron insistiendo con la pregunta, Él se levantó y les dijo: “¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!”. Y se volvió a inclinar y siguió escribiendo en el suelo. Ellos, al oír esto, se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos; y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Entonces se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?” Ella contestó: “Nadie, Señor”. Jesús le dijo: “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más” (Juan 8,1-11).

Durante su estadía en Jerusalén, Jesús solía ir con sus discípulos al Monte de los Olivos. Allí, cerca de la ciudad que puede contemplarse desde el huerto de Getsemaní, descansaba y oraba para recibir la energía espiritual que le hacía posible afrontar la oposición cada vez más intensa de los escribas o doctores de la ley, que en su mayoría pertenecían a la secta de los fariseos, los “incontaminados”, cumplidores fanáticos de las prescripciones de una legislación rigorista que hacían derivar de Moisés, pero que en realidad era el resultado de una concepción religiosa muy alejada del Dios misericordioso y liberador que se le había revelado al mismo Moisés doce siglos atrás.Y después de rehacer sus fuerzas con el descanso y la oración, Jesús bajaba con sus discípulos nuevamente a Jerusalén para enseñarles de palabra y con su ejemplo a las gentes que acudían a oírlo cada día en mayor cantidad, hasta el punto de llegar a decir el evangelista que “todo el pueblo se reunió junto a Él”. Y lo que les enseñaba era justamente que Dios es un Padre compasivo, siempre dispuesto a perdonar a quien se
acoja sinceramente a su misericordia.

“En la Ley nos mandó Moisés que a esas personas -las mujeres adúlteras- hay que darles muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?”Además de corresponder el planteamiento a una posición machista según la cual es criminalizada la infidelidad conyugal de las mujeres y no la de los hombres, esta pregunta llevaba una intención malévola. Sí Jesús respondía que no estaba de acuerdo con matar a piedra a aquella mujer, se pronunciaría contra lo que mandaba 
supuestamente la “Ley de Moisés”; y si decía que estaba de acuerdo, se manifestaría en contra del gobierno imperial de Roma, que se reservaba el poder de condenar a muerte.La respuesta de Jesús implica un rechazo frontal a la pena de muerte, venga de donde venga, y contrasta con la actitud de los escribas y fariseos que habían tergiversado la Ley de Dios con unas prescripciones contrarias a lo que Él había dicho varios siglos antes a través de sus profetas “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequiel 33, 11). ¿Sería esto lo que Jesús escribía en el suelo antes de contestarles?...

“¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!”

¡Cuántas veces se condena a las personas a la destrucción de sus posibilidades de redención, convirtiendo injustamente su existencia en un infierno sin salida! Nadie tiene derecho a destruir la vida de otros sobre la base de haber éstos cometido determinados delitos, por graves que sean. Quienes los hayan cometido, en la medida en que han afectado a otras personas, deben reconocer y reparar en lo posible los daños que ha causado su comportamiento, pero su derecho a la vida sigue vigente a pesar de las posiciones propias de aquella supuesta justicia basada en el imperio de la venganza que, al destruir la vida humana, en lugar de resolver los problemas, los agrava más y más.Hay un detalle significativo: “se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos”. El Evangelio parece querer decirnos que, cuanto más se vive, más se debe vencer la tendencia a juzgar y condenar a los demás, reconociendo cada cual su propia condición de pecador y disponiéndose a reformar su propia vida en lugar de querer acabar con la de los demás.

“Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más” 

Se suele confundir a la adúltera de este relato del Evangelio según san Juan, con otra mujer cuyo nombre tampoco se menciona y que en los demás Evangelios unge con perfume los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos, antes de su llegada a Jerusalén (Marcos 14, 3-8, Mateo 26, 6-13, Lucas 7, 36-50), y que en el pasaje de Lucas es caracterizada como una “mujer de mala vida” arrepentida. A ambas se las suele también identificar con María Magdalena, otra mujer distinta de las anteriores, que acompañó a Jesús y sus discípulos en Galilea, que había sido curada por Jesús (Lucas 8, 2), que luego estaría presente en su crucifixión y sería la primera testigo de su resurrección.Pero, mas allá de estas distinciones, el mensaje central es el mismo: el Dios que se nos ha revelado personalmente en Jesús de Nazaret no es un juez condenador, sino un Padre siempre dispuesto a perdonar y a ofrecerle un porvenir nuevo a quien reconoce su necesidad de salvación. Este mensaje implica una invitación a mirar el futuro con esperanza: “No se queden recordando lo antiguo… ya que voy a hacer algo nuevo” (1ª lectura: Isaías 43, 16-21)… “Quedaré a paz y salvo con Dios no por mis propios méritos y basado en la ley, sino que Dios mismo será quien, en virtud de la fe, me ponga a paz y salvo consigo … olvidando lo pasado y lanzado hacia delante” (2ª lectura: Filipenses 3, 8-14). Aprovechemos pues este tiempo de Cuaresma que ya está para terminar, disponiéndonos a perdonar como Jesús nos mostró con su ejemplo que Dios perdona, y en lugar de juzgar y condenar a los demás empecemos por reconocer nuestra propia condición de necesitados de la misericordia divina.-
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domingo, 10 de marzo de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE MARZO-EL HIJO PRODIGO




EVANGELIO

Lc 15, 1-3. 11-32

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!'. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".

Palabra del Señor.




Esta parábola es conocida como la del hijo pródigo o derrochador, pero tiene en realidad tres protagonistas. Deberíamos llamarla mejor parábola del padre compasivo, el hijo arrepentido y el hermano insensible, reconociendo como protagonista principal a Dios Padre que perdona y que nos invita a perdonar.
El contexto de la parábola lo marca la murmuración de los escribas y fariseos contra Jesús porque acogía a publicanos y pecadores. Los publicanos o recaudadores de impuestos al servicio del imperio romano, se caracterizaban por su conducta deshonesta
porque se aprovechaban de la gente y sobre todo de los pobres al cobrarles más de lo establecido para sacar ellos su propia tajada. Por eso eran despreciados por quienes presumían de justos y procuraban estar lejos de ellos para no contaminarse.Jesús, en cambio, se acerca a todos los pecadores y les ofrece la posibilidad de rehacer sus vidas. El Evangelio de hoy nos invita, por una parte, a sentir la misericordia infinita de Dios, reconociendo humildemente nuestra necesidad de salvación; y por otra, a tener la misma actitud compasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar.
 Me pondré en camino… y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti El menor de los dos hijos pide y recibe su parte de la herencia, la malgasta y llega a una situación que lo lleva a examinar su vida y recapacitar, disponiéndose a volver y a pedirle perdón. Este examen y esta contrición, junto con la confesión que se propone realizar, son los tres primeros pasos de un proceso efectivo de conversión.El hijo arrepentido de la parábola es para cada uno de nosotros una figura de lo que puede también acontecer en nuestras vidas cuando nos hemos alejado de Dios. Pero Dios mismo nos ofrece siempre la oportunidad de recapacitar y volver a Él, es decir, de convertirnos reorientando nuestra vida, poniéndonos en camino hacia su casa, que simboliza la comunidad de la cual nos apartamos cuando nos dejamos llevar por nuestros egoísmos y nuestros apetitos desordenados.
Su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, lo recibió con abrazos y besos…Dios es un Padre infinitamente misericordioso. Este es el mensaje central de toda la predicación de Jesús. Él espera que el pecador recapacite y se arrepienta, siempre está dispuesto a recibirlo y perdonarlo. Jesús, con su actitud de acercamiento a los pecadores, nos muestra cómo se comporta Dios con sus hijos. Por eso lo podemos reconocer como el revelador del Padre, del Dios que se nos ha hecho visible en Él.Desde el momento en que el hijo arrepentido se propone volver a la casa del padre, es perdonado. Lo que acontece cuando este hijo regresa es una celebración, una fiesta en la que el padre quiere que participe toda la familia. Este es el sentido del Sacramento de la Reconciliación: desde el momento en que reconocemos nuestro pecado, nos arrepentimos y decidimos volver a Dios, Él nos perdona, pero es necesario que expresemos esta disposición en el ámbito de la familia que formamos todos como hijos e hijas de Dios. Por eso decimos: “Yo confieso, ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado…” Y éste es a su vez el sentido de la confesión ante el sacerdote, que representa tanto a Dios como a la comunidad en el Sacramento de la Reconciliación, al cual se refiere la segunda lectura (1ª Corintios 5, 17-21).

Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido
La parábola quedaría sin su sentido completo si suprimiéramos la última parte, en la que interviene el hermano mayor. Él representa la actitud insensible e intransigente de los escribas y fariseos que criticaban a Jesús por su acercamiento a los pecadores. La lección es clara y corresponde a lo que el mismo Jesús quiso enfatizar cuando les enseñó a orar a sus primeros discípulos: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos…” En conclusión, la enseñanza definitiva de la parábola corresponde a una frase de Jesús que encontramos en el mismo Evangelio según san Lucas: “Sean ustedes compasivos, como su Padre es compasivo” (Lucas 6, 36).-


domingo, 3 de marzo de 2013

CUARESMA: EVANGELIO DEL DOMINGO 3 DE MARZO DEL 2013

EVANGELIO
Lc 13, 1-9
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'. Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".
Palabra del Señor.

 Los textos bíblicos de este III Domingo de Cuaresma plantean temas importantes para nuestra reflexión: el de la primera lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) -y también el salmo responsorial [Salmo 104 (103), 1-2.3-4.6-7.8 y 11]-, que se refiere al encuentro con Dios que nos libera; el de la segunda lectura (1 Corintios 10, 1-6.10-12), donde el apóstol Pablo exhorta a la vigilancia; y el del Evangelio, en el que Jesús mismo, con la parábola de la higuera, nos invita a la conversión, propia de este tiempo de la Cuaresma.

Cuaresma: un tiempo propicio para el encuentro con Dios liberador
La 1ª lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) nos presenta la escena en la cual el Señor se le revela a Moisés con el nombre de Yahvé, que en hebreo significa Yo soy, y cuya traducción más completa sería Yo actúo. Ser y actuar son verbos inseparables en el lenguaje bíblico, y por eso los ídolos no “son”, porque no actúan. La acción de Yahvé es una acción liberadora del Dios único, que se compadece del pueblo de Israel y decide librarlo de la esclavitud que sufre en Egipto.
La rememoración de la historia del pueblo de Israel tiene un sentido especial para nosotros en este tiempo de la Cuaresma : el de invitarnos a renovar, desde la fe, nuestra experiencia de la acción salvadora de Dios, que está siempre dispuesto a librarnos de la mayor esclavitud que puede padecer un ser humano: la esclavitud del pecado, que no es otra que la del egoísmo con todas sus consecuencias. Este mismo Dios liberador viene a nuestro encuentro personalmente en Jesús, cuyo nombre en hebreo -Yehoshua- proviene del término Yahvé y significa Yo actúo salvando.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para tener una experiencia profunda de Él, para sentir su presencia y su acción liberadora que nos anima y nos impulsa a salir de las situaciones de pecado que nos oprimen.

Cuaresma: un tiempo propicio para reforzar nuestra vigilancia
“El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”, les dice el apóstol san Pablo en su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 10, 1-6.10-12), a quienes él mismo había evangelizado en uno de sus viajes misioneros.
Esta exhortación a reforzar la vigilancia constante para no caer en la tentación, la hace el apóstol evocando la historia del pueblo de Israel después de haber sido liberado de la esclavitud en Egipto, en su camino por el desierto hacia la tierra prometida. Durante ese camino, fueron muchas las tentaciones que experimentaron los hebreos y muchos los que cayeron descuidándose y dejándose seducir por los apetitos desordenados. Pero también hubo un resto de personas que permanecieron fieles a Dios, poniendo toda su confianza en él y esforzándose para no apartarse del camino del bien.
También nosotros, en medio del desierto que tenemos que atravesar durante esta vida terrena hasta llegar a la felicidad eterna que el Señor nos promete, debemos reforzar constantemente nuestra vigilancia para no dejarnos vencer por las tentaciones, para no caer. ¿Cómo hacerlo? Pues acudiendo al poder liberador de Dios mediante la oración, poniendo cada cual de su parte mediante el autocuidado, y buscando también cada cual la ayuda de otra o de otras personas cuando esté en problemas.

 Cuaresma: un tiempo propicio para renovar nuestra actitud de conversión
La parábola de la higuera que nos presenta el Evangelio (Lucas 13, 1-9), viene precedida de dos referencias a hechos que habían sucedido poco antes de que Jesús los mencionara. Ambos habían sido hechos de muerte, uno por asesinato, proveniente del gobierno de los romanos, y otro por un accidente. Jesús los menciona para indicar que ninguno de estas muertes había ocurrido porque quienes las sufrieron eran pecadores, como si los hechos trágicos o las calamidades fueran consecuencia necesaria del pecado personal o colectivo, una creencia muy difundida en la antigüedad, y que todavía es muy común. Contra esta suposición, Jesús nos dice que la muerte, sea cual fuere su causa, es el destino de todos, y por lo mismo todos debemos estar listos para que no nos sorprenda desprevenidos.
Como a la higuera de la parábola, Dios nos concede el tiempo de vida terrena que nos queda para producir el fruto que Él espera de nosotros. Hagamos entonces en esta Cuaresma una revisión de nuestra vida, y dejémonos fertilizar por el Espíritu Santo. Como el labrador de la parábola, Jesús mismo, el Hijo de Dios, intercede por nosotros ante su Padre eterno, que es también Padre nuestro como Él mismo nos lo reveló, para que nos dé la oportunidad de vivir productivamente durante el tiempo que nos queda en este mundo.
Con un examen sincero de nuestra conciencia, podemos ver en qué debemos cambiar y qué debemos hacer para aprovechar esta oportunidad que el Señor nos ofrece. Una manera muy adecuada de hacerlo es acudir al sacramento de la Reconciliación para expresar nuestra intención sincera de conversión, como también para pedir orientación y consejo y recibir, junto con la absolución de nuestros pecados, la gracia de Dios propia de este sacramento. Este tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para ello.