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viernes, 29 de marzo de 2013

EXAMEN DE CONCIENCIA PARA ÈSTA SEMANA SANTA



 Texto de la conferencia “La realidad como oportunidad: el examen ignaciano”, de Adolfo Chércoles SJ, 
Especialista es Espiritualidad Ignaciana 

El Examen que S. Ignacio propone va a afrontar dos trampas que toda persona tiene: una respecto a Dios y la otra respecto a uno mismo. En efecto, el creyente tiene la trampa de la proyección (de vivir de sueños e ilusiones que no tienen nada que ver con su realidad):
queremos que Dios coincida con nosotros, proyectando nuestros “deseos” e “ilusiones

” y convirtiéndolos en “dios”; es una trampa que nos lleva a manipular a Dios. 
Esta “trampa” en el no creyente consiste en convertirse sin más en el “centro”, en una especie de “absoluto”, y que lleva a lo mismo que en el caso del creyente.La segunda trampa es respecto a uno mismo: es la trampa de la de la justificación.
Somos capaces de justificarlo todo para quedarnos tranquilos. Es la trampa de la seguridad de la buena conciencia. Pues bien, los dos primeros puntos del Examen pretenden desenmascarar estas dos trampas, para poder acceder a nuestra verdad.
Primer punto: dar gracias a Dios N.S. por los beneficios recibidos. Y empecemos por constatar (por descubrir) que, no cualquier “acción de gracias” es válida. En la parábola del Fariseo y el Publicano, la “acción de gracias” del primero no es válida: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos...” (Lc 18, 11). En esta acción de gracias, el Fariseo está en el centro. Consiste en una exposición de “logros” y por lo que da gracias es “por sí mismo” (‘el día que yo nací nacieron todas las flores’). En esta acción de gracias la persona queda satisfecha de sí misma: es una autosatisfacción narcisista (mirarnos el ombligo).
Vamos a ver por qué “dio gracias” Jesús, y qué “acción de gracias” echó de menos.
La acción de gracias en Jesús siempre es una sorpresa. En Lc 10, 17-22, Jesús va a dar gracias por la alegría de los discípulos que vuelven de su primera ‘misión’: “Regresaron los setenta y dos alegres, diciendo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre’. Él les dijo: ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo... ; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegráos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos’. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas osas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
Es decir, la acción de gracias surge de una sorpresa, no de un “logro” que refuerza mi narcisismo (mirarme el ombligo), y lo que suscita es alegría por un don, en cierto sentido, inesperado. No es dar gracias “por lo formidable, lo auténtico, lo fiel que soy”, sino “gracias por las sorpresas que me das y que desbordan mis expectativas”. En realidad no damos gracias por “lo que se nos debe”, sino por lo que es “regalo”, gracia diríamos en un lenguaje más teológico.
Es interesante ver cómo Jesús se sorprende y por qué. En efecto, Jesús se sorprende y da gracias por lo inesperado: por la viuda que echó dos moneditas en el Tesoro de templo (Lc 21, 1-4), por la fe del centurión, un pagano (Lc 7, 1-10), lo mismo que la cananea (Mt 15, 21- 28). Sólo el que es capaz de sorprenderse puede abrirse al agradecimiento.
Pero nuestro narcisismo puede ser tan exacerbado (exagerado) (cuanto menos madura -
más infantil- es la persona, menos capacitada estará para agradecer, porque piensa que todo se le debe), que “no volvamos a dar las gracias”, como ocurrió con los nueve leprosos que Jesús curó (Lc 17, 11-19). Como el refrán dice, “es de bien nacido ser agradecido”. Ahora bien, seguramente todos somos “bien nacidos”, pero a lo mejor no todos somos “bien crecidos” y a veces ‘nos falta un hervor’.
Nos encontramos, pues, con el problema de si estamos capacitados para dar gracias. A esto se añade otra pregunta: ¿por qué damos gracias?, o ¿cuando las damos? S. Ignacio, en la última Contemplación de su método de los EE (Ejercicios Espirituales ) que él denomina “para alcanzar amor”, propone una petición que puede ayudarnos en este momento: “...pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad”. En efecto, el problema está en caer en la cuenta - ¿conocimiento interno?,¿sorpresa? - que todo es don.
Es decir, no se trata sólo de si somos “agradecidos”, sino que tenemos que descubrir aquello por lo que verdaderamente hay que dar gracias. Sólo un ejemplo: cuando en el siglo XIX el Papado pierde sus Estados Pontificios, el mundo católico de aquel momento ¿vivió aquello como un don? Sin embargo, ¿no damos gracias hoy por ello?
Ése es el problema de la “acción de gracias”. Tenemos que empezar por pedir conocimiento interno: es una gracia que se nos abran los ojos, porque si no vamos a estar girando en torno a nuestro narcisismo convirtiendo la acción de gracias en un asfixiante ‘mirarse el ombligo’ (cuando nos miramos el ombligo estamos siempre ahogados, asfixiados).
Tenemos que percibir la sorpresa de que aquello por lo que tenemos que dar gracias de verdad, son cosas que, cuando las vivimos, en absoluto se nos hubiese ocurrido que llegaría un día en que tendríamos que dar gracias, no por la cosa en sí, sino por lo que aquella dificultad posibilitó en mi vida.
Y es que las cosas que dejan huella en nosotros son, con mucha frecuencia, las negativas: damos por supuesto que las cosas deben salir bien, y nos fijamos tan sólo en lo negativo, cargándonos así de negatividad, dando la espalda a la realidad. ¿ Esta Bondad-Belleza no estamos capacitados para descubrirla en el momento. Sólo si “no tiramos nada a la papelera”, nos sorprenderemos cómo todo se “va colocando” y haciéndonos madurar (¡si no salimos corriendo!) Como dice S. Pablo en Rom 8, 28: “Por lo demás, sabemos que en todas cosas interviene Dios para bien de los que le aman...” Dicho de otra manera todo está llamado a ser oportunidad, pero nosotros todo lo podemos vivir como inconveniente.
S. Ignacio nos hacía pedir gracia para descubrir “tanto bien recibido”, pero seguía:
“para que yo enteramente reconociendo...” ¿Qué quiere decir con esto? Que me sorprenda, que me abra a lo nuevo. Nos asusta la novedad y preferimos la inercia (dejarnos llevar); pero lo nuevo, que en un primer momento nos asusta, es lo que nos libera y lo que al final agradecemos. ¡A la larga, nunca agradecemos la inercia! A esto apunta el ser contemplativo (que está abierto a lo que le rodea y lo agradece, no el que está pensando sólo en él y no se entera de todo lo bueno que hay a su alrededor). El Examen no apunta a una contemplación “estética”, sino a una contemplación que, sorprendida, se transforma en respuesta agradecida: “...pueda en todo amar y servir a su divina majestad”, termina Ignacio su petición. “En todo”, no pone excepción. Es abrirnos a un Dios palpable en sus dones (su Bondad-Belleza) que nos sorprenden, nos descolocan, nos abren los ojos, nos hacen nuevos. Dios no es la expectativa de la “omnipotencia” (de que Dios lo puede todo), sino la constatación de la gracia, que no es lo mismo.
Si todo esto es lo que deberíamos descubrir en este primer punto del Examen, queda claro que nos prepara y dispone para acceder a “nuestra verdad”. En efecto, por muy desastrosa que sea nuestra vida, podemos contar a priori (de antemano) con un Dios que sólo palpamos en la sorpresa del don. Más aún, veíamos que hasta el mismo pecado, reconocido y confesado va a ser “lugar de encuentro” con ese Dios que ha venido a buscar lo que estaba perdido. Esto es lo que pretende el segundo punto:
Segundo punto: pedir gracia para conocer los pecados y lanzallos.(lanzarlos)
En efecto, este punto va a preparar y disponer nuestro yo para ese reconocimiento y confesión de nuestros pecados y así poder encontrarnos con Dios y con nuestra verdad. Frente a nuestra actitud espontánea de autodefensa y autojustificación (el que siempre está defendiendose y justificándose y es incapaz de reconocer ningún fallo), Ignacio plantea la actitud de desnudarse, de no dar nada por supuesto, y menos la propia inocencia. La primera “gracia” que necesitamos es la de acceder a nuestro pecado. Este punto nos abre a la propia sospecha (El pecado en el NT es un lugar de encuentro, . Por eso es una genialidad el que S. Ignacio nos platee aquí pedir la gracia de acceder al propio pecado, pues, , el pecado propio es la gran ignorancia. Si no salimos de esta ignorancia, difícilmente podrá darse la recuperación, seguiremos ciegos. Es alcanzar la actitud del publicano y de Pedro, no la de Judas.
Al Examen va uno a encontrarse con su verdad, y para ello hay que empezar por confesar que no podemos acceder a ella. Este punto pretende destruir nuestras defensas, nuestros mecanismos de justificación. Por eso pedimos gracia: ‘a ver si me entero’. ¡Cuántas veces nos topamos con personas que están haciendo daño y no se dan cuenta! Queremos no ser uno de ellos. Pero no queda ahí la petición: no es sólo acceder a nuestra verdad negativa, sino que necesitamos gracia también para lanzallos. Todo es gracia, de nada sirve el “voluntarismo”. La propia “recuperación” nos va a venir de Dios, aunque con nuestro consentimiento operativo. ¡Dios no impone la recuperación!
Estos dos puntos, por tanto, nos preparan y disponen para acceder a la realidad, y en su doble dimensión, la positiva (primer punto) y la negativa (segundo punto), pero de forma que ni lo positivo nos engría, ni lo negativo nos hunda. Ya estamos, pues, preparados para
acceder a un Examen que, como decíamos, se ha inventado para suspenderlo. Ahora podemos acceder a nuestra vida con más garantías de no engañarnos: no tenemos que aparecer “puros” ante un Dios que nos acosa con dones y nos espera en lo más bajo, ni ante nosotros mismos. “La verdad nos hará libres” (Jn 8, 32). No hay cosa que más nos repugne que ver a alguien que no acepta su fallo y pretende justificarse...
Los tres puntos que siguen recogen lo que siempre hemos entendido por “examen de conciencia”. Sin embargo, sólo después de los dos primeros podemos decir que tenemos cierta garantía que ese acceso a nuestra vida real, sea también real y verdadero.
Tercer punto: demandar cuenta al alma...
Como sugeríamos en el esquema, este tercer punto pretende abrirnos a nuestro pasado, nuestra historia. Ahí están nuestros “enganches”. Una vez que hemos desmontado nuestros mecanismos de defensa y de justificación, podremos acceder a nuestra verdad. Pero él sugiere que lo hagamos en tres ámbitos:
- de pensamiento: el mundo de nuestras intenciones, donde se fraguan nuestras actitudes.
- de palabra: el mundo de nuestras relaciones personales, de la verdad.
- de obra: responsabilizarnos de nuestras acciones, de lo que vamos dejando hecho.
Cuarto punto: pedir perdón a Dios nuestro Señor por las faltas.
No podemos salirnos del presente. Tenemos que vivir un momento real, en el que constatemos el reconocimiento de nuestro pasado negativo, vivido como perdón, no como
culpabilidad. Sólo cuando pedimos perdón hemos reconocido la falta. Es la ruptura necesaria (el “y después de quitadas” de EE 1) para acceder al punto siguiente.
Quinto punto: proponer enmienda con su gracia.
Es la apertura válida al futuro. Si no hubiésemos cortado con los “enganches” del pasado, el futuro estaría hipotecado, no habría nada que buscar ni que hallar. Esa voluntad de Dios a la que me abro pasa por la enmienda, aunque siempre contando con su gracia. 

Este es el Examen que S. Ignacio nos propone. Ahora podemos entender que sea el único instrumento que dejó después del proceso de EE: a través de los cinco puntos sintetiza todo el proceso. Por otro lado hay que reconocer que un examen de conciencia así planteado es pura oración, con la ventaja de que nunca podrá ser ilusa, pues para acceder a Dios no se escapa de la realidad. Esto explica que dé mayor importancia al Examen que a la oración. En momentos puntuales de crisis admite una intensificación en la oración (que se dedique más tiempo a hacer oración), pero el encuentro con Dios no lo concibe como una huida de la realidad, sino más bien, abrirnos a ella para cargar con ella y “en todo amar y servir a su divina majestad”.

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