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domingo, 15 de diciembre de 2013

III DOMINGO DE ADVIENTO 2013



Evangelio según San Mateo 11,2-11.

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.

 EXPLICAMOS Y ENTENDEMOS:

San Juan Bautista es un personaje al cual los evangelios le dan mucha importancia. Él fue el último de los profetas, el que tuvo el privilegio de presentar al Salvador esperado, lo bautizó en el Jordán y preparó a algunos de los que serian después sus discípulos. Para cumplir con tan honroso ministerio se retiró al desierto y se dedicó a la ascética rigurosa, y al final de su vida puso un digno broche entregando su sangre como mártir. Fue tan grande la influencia de san Juan Bautista en los primeros días del cristianismo, que algunos llegaron a confundirse y formaron una secta que afirmaba que el Mesías era san Juan y no Jesús.

LA PREGUNTA DE JUAN BAUTISTA
 Esta página del evangelio nos hace ver que la fe no fue fácil para Juan Bautista. El también tuvo necesidad de interrogar a Jesús y de dejarse instruir por el Señor. La pregunta  que hizo a Jesús por medio de sus discípulos no fue una simple curiosidad, ni tampoco una ignorancia fingida con el fin de que se instruyeran los enviados, como han dicho algunos. Él fue llevado a la cárcel por atreverse a censurar la moral del Tetrarca Herodes Antipas. Mientras estaba allí, oyó hablar del comportamiento de Jesús y se ha sentido confuso. Ese comportamiento no era el que Juan esperaba cuando presentaba a Jesús como el que debía venir. Si leemos con atención la predicación del Bautista en los días que precedieron al bautismo del Señor, así como se encuentra en uno de los primeros capítulos del evangelio de san Mateo -que hemos leído el domingo pasado veremos que èl esperaba la llegada de un Juez que viniera a castigar a los pecadores y a dar a cada uno su merecido. La predicación de san Juan Bautista abunda en expresiones referentes al castigo y deja en la penumbra todo lo que se puede referir a la misericordia. Esto nos hace ver que hasta los más grandes santos son personas de su tiempo, y que también ellos deben dejarse conducir e instruir por el Señor. En la época en que apareció Jesús la espiritualidad judía acentuaba los rasgos vengativos del Mesías, sin dejar mayor espacio para la salvación de los pecadores o para la misericordia hacia todos. Y Juan Bautista oye decir que Jesús no condena a nadie. Por eso se pregunta: ¿Será éste el que debe venir? ¿O tal vez habría que esperar a otro?
 LAS OBRAS DE JESÚS
Cuando el evangelio dice que Juan Bautista oyó hablar de las obras de Jesús, se está refiriendo a lo que se relata en las páginas precedentes del libro de los Evangelios. Los últimos capítulos del evangelio de san Mateo, antes de la pregunta del Bautista, se ocupan de los milagros de Jesús, de la comida del Señor con los pecadores y del envío de los doce Apóstoles para que vayan a buscar las ovejas perdidas. En realidad la imagen que presenta Jesús es muy distinta de la que podía esperar el Bautista. Al curar a los enfermos, Jesús se ha acercado a los que eran considerados religiosamente impuros, ha curado al sirviente de un centurión romano, aprovechando la oportunidad para poner de relieve la buena disposición y la fe de aquel pagano. Ha llamado a un cobrador de impuestos para que forme parte del grupo de los doce apóstoles, cuando el gremio de los que cobraban impuestos era aborrecido por todo el pueblo religioso y además estaba prácticamente excomulgado. Finalmente, al sentarse a comer como amigo con los que estaban marginados de la comunidad religiosa por causa de su mal comportamiento y de su condición pecadora, había suscitado el escándalo de todos los piadosos y el conflicto interior de Juan. Pero el Bautista no criticó a Jesús ni dejó de creer en él. Por el contrario, con toda humildad mandó a sus discípulos para que le preguntaran. El que era maestro de otros, no se avergonzó de que sus discípulos vieran que él también necesitaba instrucción.
LA RESPUESTA DE JESÚS
Jesús no respondió con un sí o con un no. Simplemente les dijo a los enviados que fueran a decir a Juan lo que ellos oían y veían. Juan, que era buen conocedor de las profecías mesiánicas, sabía interpretar correctamente esos hechos. Las palabras de Jesús en el Evangelio explicitan los obras de las que son testigos los discípulos de Juan Bautista: Los ciegos ven, los paralíticos caminan... A primera vista son referencias a los milagros que el autor del Evangelio ha relatado en las páginas precedentes. Pero hay que ir más al fondo de la cuestión. Para los conocedores de la Sagrada Escritura, estas afirmaciones corresponden al texto del profeta Isaías que se proclama como Primera Lectura en este domingo. Este profeta habla de ciegos que comienzan a ver, de sordos que oyen, de paralíticos que saltan, de mudos que gritan... y todo esto en un contexto en el que se está anunciando el tiempo de la salvación. No se trata entonces de milagros que favorecen a uno o a otro sino a la situación de todo un pueblo que se encuentra ciego, sordo, mudo, muerto... y que necesita una intervención de Dios para sacarlo de esa condición miserable. En el mismo libro de Isaías se encuentra el texto en el que un Profeta relata su vocación diciendo que Dios lo ha ungido y le ha dado el Espíritu Santo para que vaya a anunciar la Buena Noticia a los pobres. Jesús concluye la lista de milagros añadiendo esta referencia al final de su mensaje a Juan Bautista. Al remitirlo a todos estos textos, Jesús le está diciendo al Bautista que en el Antiguo Testamento, además de los anuncios del tremendo día del juicio en el que Dios retribuirá a cada uno su merecido, están los anuncios de un tiempo de salvación en el que el mismo Dios curará las heridas de todos los hombres y recogerá cariñosamente a los que estaban perdidos y necesitados de perdón.
Como una discreta advertencia, la respuesta de Jesús termina con una bienaventuranza: "feliz aquél para quien Yo no sea motivo de tropiezo!". Ante el preceder de Jesús es fácil escandalizarse. Los hombres, aunque parezca contradictorio, no aceptan con facilidad que el Salvador sea amigo de los pecadores. ¡Feliz el que no se escandaliza, porque ese tiene una gran fe!.
De un manera indirecta, a través de su confusión y su pregunta, san Juan Bautista nos ha instruido a todos los que en este tiempo de Adviento nos preparamos para celebrar la venida del Señor. En esta Navidad nos encontraremos con el Salvador que viene a buscar la oveja perdida y a sanar todas nuestras enfermedades y dolencias. Si reconocemos que somos débiles y pecadores, el encuentro con El no debe producirnos temor, porque no viene a nosotros como Juez inflexible. La respuesta dada a Juan debe llenarnos más bien de confianza y de deseos de que venga.
Jesús habla a su Pueblo

LAS OBRAS DE LA IGLESIA
Muchos censuran a la Iglesia sin tener la misma humildad de san Juan Bautista. Le exigen que condene a todos los pecadores, que expulse de su seno a quienes no viven de acuerdo con las leyes rigurosas de la moral, que no se mezcle con la gente que vive al margen de la comunidad religiosa. Es cierto que a veces es necesario tomar medidas con algún miembro de la familia cristiana, y los apóstoles nos han dado el ejemplo. Pero esto no se debe hacer antes de agotar todos los medios. El mismo Jesús no expulsó a Judas del grupo de los apóstoles ni tomó medidas contra Pedro después de su negación..
La misión de la Iglesia es continuar las obras de Jesús. No debe adelantar el juicio final, sino que debe buscar a todos los que son ciegos, paralíticos, sordos, leprosos y muertos para devolverles la vida y la salud. Es necesario que la Iglesia busque a los pobres y se siente a comer alegremente con ellos para anunciarles la buena noticia del amor y del perdón de Dios. Estas obras de la Iglesia, que son las obras de Cristo, podrán escandalizar a algunos. En el texto que viene inmediatamente después del que estamos comentando, Jesús se lamenta porque muchos dicen que él es un glotón y borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. El preceder de Jesús con la gente fue ocasión para que le crearan mala fama. Solamente los que tienen fe son capaces de descubrir en Jesús y en la Iglesia que se ocupa de los pobres los rasgos del Buen Pastor anunciado en los profetas, que busca a la oveja perdida y la abraza cariñosamente

domingo, 8 de diciembre de 2013

Segundo domingo de Adviento



Segundo domingo de Adviento – Ciclo A - 8 de diciembre de 2013
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto:
"Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos." Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión, y no se hagan ilusiones, pensando: "Abraham es nuestro padre", pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12).


La invitación a la conversión tiene como trasfondo la esperanza, tema central del tiempo del Adviento.
De esta virtud es el mejor ejemplo María Santísima, la madre de Jesús, de cuya Inmaculada Concepción
-libre de pecado desde el primer instante de su existencia- se celebra la fiesta el 8 de diciembre.
En las lecturas de hoy encontramos tres temas que nos muestran la relación entre la conversión y la esperanza.
1. Las promesas de Dios a los patriarcas hebreos son motivo de esperanza para toda la humanidad Los patriarcas -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien procedieron las 12 tribus de Israel-, son evocados por el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9). Aquellos “patriarcas” fueron los primeros creyentes en un solo Dios y por lo mismo nuestros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. San Pablo se refiere a ellos para exhortarnos a que “mantengamos la esperanza” en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo, no sólo de formar a partir de ellos un pueblo numeroso, sino de realizar en su favor una acción liberadora.
El cumplimiento de estas promesas no iba a ser sólo para los israelitas, sino también para los gentiles, es decir, quienes perteneciendo a distintas razas y culturas iban a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se hizo presente en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo, Dios mismo hecho hombre.

2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a iniciar el Reino de Dios
“Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura, del libro de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a .C. para ser rey de Israel y como tal fue “ungido” (“Mesías” en hebreo, “Cristos” en griego). Poco más de dos siglos y medio después, Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías -descendiente de Jesé y de su hijo David- que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. En su anuncio el profeta emplea una metáfora: las fieras salvajes ya no serán temibles, pues convivirán en armonía con los animales mansos y con los niños. El Salmo 72 (71) se cantaba en la entronización de cada rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera justicia y paz no sólo a la nación sino a todo el mundo: del gran río (Jordán) hasta el confín de la tierra. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que serán liberados los pobres, o sea los que sufren las consecuencias de la injusticia y todas las demás formas de violencia: los desposeídos, marginados, excluidos, secuestrados, desplazados. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el Salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.

3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión
El Evangelio nos presenta a san Juan Bautista que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán, invitando a la conversión: “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas -Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” en atención a los judíos, que evitan por respeto pronunciar el nombre de Dios-. Esta invitación es también para nosotros, y su realización sólo es posible desde el reconocimiento de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de fariseos y saduceos que critica Juan llamándolos “raza de víboras”. Quienes escuchaban a Juan Bautista y acogían su invitación a convertirse, “confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Nosotros, con la confesión de nuestros pecados ante Dios y ante la comunidad -representada por el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación-, podemos expresar nuestro reconocimiento de la acción misericordiosa de Dios, siempre dispuesto a perdonarnos, y así se renueva para nosotros la gracia del Bautismo. Dispongámonos, pues, a que la conmemoración del Nacimiento de Jesús no se nos quede en la superficie de una navidad comercializada. Por el contrario, con nuestra actitud de conversión y de reconciliación con Dios y entre nosotros, empezando por la vida familiar, manifestemos sinceramente, unidos a María Inmaculada, lo que Jesús nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: Venga a nosotros tu Reino, que es, en definitiva, lo mismo que pedimos también en la Eucaristía después de la consagración del pan y del vino: Ven, Señor Jesús.-

domingo, 1 de diciembre de 2013

ESPERANDO CONTRA TODA ESPERANZA

ESPERANDO CONTRA TODA ESPERANZA


Domingo 1° de Diciembre del 2013
Mt 24, 37-44 
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada".Palabra del Señor.









Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza.


Hay esperas y esperas. No es lo mismo la espera del padre que en la sala de espera del hospital aguarda que le comuniquen el nacimiento de su hijo que la del soldado que en la trinchera aguarda el comienzo de la batalla. No es lo mismo el adviento que el espíritu de las lecturas de estos últimos domingos que nos hablaban casi del fin del mundo con imágenes terroríficas de destrucción y cataclismos cósmicos.

Es que ya hemos comenzado el Adviento. Comienza un nuevo año litúrgico, la oportunidad de domingo a domingo volver a meditar los grandes misterios de la vida de nuestro señor Jesucristo, el centro, el Alfa y la Omega, el principio y el fin de nuestra fe. Si seguimos aquí, si somos miembros de la comunidad creyentes es porque la figura de Jesús sigue estando en el centro de nuestros pensamientos. Y su reino es el sueño que anima nuestro compromiso. Y su Padre nos hace sentirnos miembros de la misma familia de Jesús y hermanos de todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Y su Espíritu lo sentimos dentro de nosotros, animando nuestra vida, impulsando nuestros esfuerzos por crear fraternidad y vencer al odio y la violencia que demasiadas veces nos hacen hundirnos en el barro de la historia.



Comienza el Adviento

Y el primer misterio que hay que celebrar es el nacimiento de Jesús. No es un nacimiento más. Nos habla de la encarnación del Hijo de Dios. Nada es accidental en ese nacimiento. Todos los detalles tienen un poderoso significado para nuestra fe. Por eso no podemos llegar a celebrar la Navidad sin una adecuada preparación. El Adviento es ese tiempo que nos dispone para celebrar la Navidad, para darnos cuenta de lo que celebramos y vivimos, para que llegue a lo más hondo de nuestro corazón y entendimiento el misterio de un Dios hecho niño en un pesebre.

Adviento es tiempo de espera alegre. Lo que se nos viene encima no es una amenaza sino una gracia. La invitación a estar en vela no es para estar preparados ante el desastre final sino para disfrutar en comunidad de una espera que es casi tan alegre y gozosa como la misma celebración del hecho. En la espera anticipamos la realidad que viene, la presencia de Dios entre nosotros. En la espera nos permitimos soñar con un mundo diferente. Y ese sueño transforma ya nuestra manera de comportarnos, nos hace vivir de otra manera.

En la espera, volvemos a leer los textos de los antiguos profetas y sus palabras resuenan en nuestro corazón y pintan una sonrisa en nuestro rostro. Leemos y releemos las palabras de Isaías en la primera lectura y nos dan ganas de salir caminando hacia el monte del Señor. Es como si el Espíritu de Dios nos convocará a salir de las iglesias, de nuestras casa, a marchar por la calle anunciando a todos el gozo que se avecina. Por muchas noticias de crisis y desastres de los que están llenos nuestros telediarios, hay una noticia más importante Va a nacer Jesús, será el árbitro de las naciones. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. Es el más viejo sueño de la humanidad –la paz, la felicidad, el bienestar para todos– que se atisba ya en el horizonte. Y nosotros sabemos que ese sueño se va a hacer realidad. Se ha hecho ya realidad en Jesús, cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar.



Tiempo para estar en vela

Por eso es hora de despertarnos del sueño. O de las pesadillas en que a veces estamos tan metidos que no vemos la luz del Señor que se atisba ya en el horizonte. La realidad es que la noche está avanzada y el día se echa encima. Hay que levantarse, desperezarse, salir de casa y ponerse trabajar por un mundo mejor, como dice la lectura de la carta de Pablo a los Romanos.

Es lo mismo que nos dice el Evangelio: ya está cerca algo tan importante que va a cambiar nuestra vida cotidiana. Hasta ahora la gente comía, bebía y se casaba. Ahora viene algo nuevo. Algo que va a cambiar el color de todo lo que hacemos, que va a dar un nuevo sentido. Lo que viene es la presencia novedosa del Espíritu de Dios, la irrupción de la gracia de Dios que, como un torrente, inunda nuestro presente y nos hace vivir de otra manera: bajo la luz de la misericordia, la reconciliación, el perdón, la comprensión. En definitiva, bajo el inmenso paraguas del amor de Dios que desea la vida de todas sus criaturas.

Por eso hay que estar preparados, en vigilia, y ya desde ahora gozar de esa presencia. ¿No se dice siempre que las vísperas de una fiesta son casi mejores que la fiesta misma? Pues ya estamos en las vísperas de la Navidad. Es tiempo de disfrutar y de gozar con la preparación de la fiesta mayor del año: viene Jesús. No es tiempo de angustia sino de esperanza. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

FESTIVIDAD DE CRISTO REY:RECONOCER A JESÚS EN LOS HERMANOS

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE DEL 2013
HOLA A TODOS LOS AMIGOS DE ESTE CENTRO, LA IGLESIA HA ELEGIDO ESTE TEXTO PARA QUE SEA PROCLAMADO EN LA FESTIVIDAD DE CRISTO REY. EN EL DÍA EN QUE CONTEMPLAMOS EL SUPREMO DOMINIO DE CRISTO SOBRE TODO LO CREADO LEEMOS ESTA PÁGINA EN LA QUE SE PROCLAMA QUE LA DIGNIDAD DE CRISTO RECUBRE A QUIENES SON MENOS IMPORTANTES ANTE LOS OJOS DEL MUNDO. QUIENES HOY PROCLAMAMOS QUE ACEPTAMOS ESTE DOMINIO DE CRISTO SOBRE TODOS NOSOTROS, DEBEMOS RECORDAR QUE SEREMOS JUZGADOS POR LA MANERA EN QUE HAYAMOS RECONOCIDO Y REVERENCIADO ESA DIGNIDAD CADA VEZ QUE NOS ENCONTRAMOS CON EL POBRE.



EVANGELIO
Mt 25, 31-46
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús dijo a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquéllas a su derecha y a éstos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me alojaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fluimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me alojaron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Éstos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.

CRISTO REY
El año litúrgico concluye en este domingo, con una solemnidad dedicada a Cristo como Rey del universo. Después de haber recorrido el desarrollo de la historia de la salvación a través de todas las celebraciones que tuvieron lugar en el transcurso del año, en este último domingo contemplamos a Cristo que volverá lleno de gloria, constituido como Señor de cielos y tierra, como lo confesamos en el Credo. Se proclama este texto que está tomado del Evangelio de san Mateo, en el que se nos presenta el cuadro del juicio final. En este caso ya no es el Señor que nos habla desde el tiempo de su peregrinación terrenal, sino el Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos. Ya no aparece como el Cristo terrenal que va poniendo los cimientos del Reino, sino como el Rey que viene con todo el esplendor de su majestad y va a dictar justicia desde su trono. En ese momento hará la separación entre los que van a participar de su Reino y los que quedarán afuera.
RECONOCER A JESÚS EN LOS HERMANOS
El evangelio de san Mateo concluye el último de sus discursos con esta Impresionante descripción del juicio final. Después de haber mostrado en una serie de parábolas la forma en que los discípulos deben permanecer en vigilancia hasta la venida gloriosa de Cristo (parábolas del mayordomo; de las muchachas prudentes y las muchachas necias; de los talentos), la instrucción se termina con un gran cuadro donde se representa el juicio que el Cristo glorioso hará sobre todas las naciones. Se trata de un texto de carácter didáctico, en el que sin dificultad se descubre la intención del relator. No se pretende hacer una descripción cuidadosa de lo que será el juicio final, sino que se centraliza la atención sobre un solo tema, que es el que se quiere grabar en la mente de los lectores: el cumplimiento de ciertas obras con el prójimo, aquellas que nosotros llamamos "obras de misericordia" 
De entrada, se presenta al Cristo glorioso que vuelve como rey y juez: se habla de venida gloriosa, de cortejo de ángeles, de trono también glorioso, se le da el título de rey. Por eso Se elige este texto para esta fiesta. La presentación responde a lo que los judíos pensaban sobre el Hijo del hombre, el personaje celestial que Dios enviaría al final de los tiempos, que llegaría sobre las nubes del cielo para instaurar el Reino de Dios y juzgar a justos y culpables dando a cada uno lo que merecían sus obras. Los lectores del evangelio comprenden que se trata de una nueva venida de Jesús, no en la humildad de la carne para padecer, sino en la gloria para juzgar y reinar. Se dice también que todas las naciones se reúnen delante de él. También se pensaba que el Hijo del hombre juzgaría a los paganos. Pero los libros de la época insisten más bien en que el juicio contra las naciones será muy severo porque se las juzgará por sus pecados y sobre todo por los atropellos cometidos contra Israel. 
En este punto comienza lo novedoso de la predicación de Jesús: el juicio no se hará por el trato dado a Israel sino por el comportamiento que se ha tenido con el mismo Cristo.
CRISTO Y LOS PEQUENOS
El Señor es comparado con un pastor que separa las ovejas de los cabritos. La figura de Dios como pastor es frecuente en los profetas. Generalmente se la utiliza para hablar del cuidado y la bondad que Dios muestra a su pueblo, como aparece en el texto del profeta Ezequiel que se ha proclamado como primera lectura. Pero el mismo profeta Ezequiel dice, en otro momento, que este Dios, que es Pastor, juzgará a las ovejas y a los cabritos. La parábola, entonces, añade el título de Pastor a los ya mencionados de Rey y de Juez. 

Cristo comienza llamando a los que son destinados a heredar el Reino, no en su etapa incipiente en este mundo, sino en la forma de su consumación final. Pronuncia la sentencia favorable e inmediatamente pasa a dar las razones por las que han merecido esta suerte. Se describe el trato misericordioso que han tenido con el mismo Cristo cuando este se hallaba necesitado. Le dieron lo que le faltaba cuando estaba con hambre, con sed o desnudo; lo recibieron cuando era extranjero o forastero, es decir cuando no tenia domicilio ni derechos en el lugar; lo asistieron cuando estaba enfermo o preso. Ante esta afirmación, los que reciben el Reino responden con una pregunta: ¿Cuándo han visto a Cristo en estas situaciones? Por lo que se puede ver, ninguno es consciente de haber asistido a Cristo, y sin embargo el Señor los premia por haberlo hecho. El mismo Juez se encarga de explicarles el misterio: asistieron a Cristo cada vez que lo hicieron con uno de sus hermanos más pequeños. Hermanos de Jesús y pequeños son dos nombres que los cristianos, los discípulos del Señor, tienen en el evangelio de san Mateo. Con estos dos nombres muestran la gran dignidad con que se recubren los que siguen a Cristo, y al mismo tiempo la condición primera que hay que cumplir para poder ser discípulos: la pequeñez, la pobreza interior, la humildad.

En este texto del juicio, a esta cualidad de la pequeñez se le añade algo más: la circunstancia de estar en una grave necesidad. Así como en otra página del Evangelio se ha dicho que quien aspire a ser el mayor debe asimilarse a Cristo haciéndose servidor de todos y dando la vida por los demás, ahora se dice que es Cristo quien se asimila a sus discípulos cuando estos se encuentran padeciendo graves necesidades por la miseria, la enfermedad, la cárcel... Pero lo más sorprendente de las palabras del evangelio es que Jesús se está dirigiendo a todas las naciones, y no hay indicios de que se esté tratando de la situación de los cristianos dispersos por el mundo, sino más bien de todos los menesterosos, sin diferencia de origen y de religión. 

Jesús se solidariza con estos necesitados hasta el punto de que se considera como hecho a él mismo todo lo que se haga a quienes se encuentran en estas situaciones, aunque no sean cristianos.

LOS REPROBADOS 
La descripción del juicio continúa con las palabras dirigidas a los que son destinados a la condenación eterna. También a ellos se les dan las razones de tan grave castigo. Es porque no hicieron ninguna de las obras que a los otros les alcanzaron el premio: no asistieron a Cristo en su necesidad. También los réprobos preguntan, ya que no son conscientes de haber dejado sin ayudar al Señor en ningún memento. Y también a estos se les responde que no sirvieron a Cristo cada vez que dejaron sin ayuda a alguien que estaba en la necesidad. El detalle de los motives de la condena nos hace ver que la dignidad de los necesitados es algo mayor que lo que parecía a primera vista. Si solamente se hubiera hablado del premio a los que practicaron las obras de misericordia, podríamos haber pensado que Dios, en su bondad, quiso añadir un premio tan grande a esas obras porque él se ocultaba bajo el aspecto de un pobre, como se cuenta en las historias de algunos santos. Pero al decir que los que no las practicaron son condenados porque dejaron de hacérselas a Cristo, esto implica que el que pecó tiene que haber sido consciente de estar ofendiendo a esa suprema dignidad, porque nadie puede ser castigado por faltas cometidas inconscientemente. 

La solidaridad de Cristo con los que padecen necesidad se extiende hasta el punto de que el pobre, el hambriento, el enfermo, el carente de derechos, el menospreciado, son personas que han quedado recubiertas con la dignidad de Cristo. La condición de pobre ha quedado tan enaltecida por Cristo, que se hizo pobre por nosotros, que en cualquier lugar en que haya un hombre pobre, allí está presente el Señor de una manera misteriosa

SERVIR A CRISTO
Cuando se pronuncia la sentencia contra los réprobos, se dice que es porque no sirvieron a Cristo atendiéndolo en la persona de los necesitados. Servir al Señor es también una expresión bíblica para decir que se es religioso. En el Antiguo Testamento ya se decía que se servía al Señor practicando el culto, celebrando las ceremonias y las festividades. El evangelio también trae una novedad en este sentido: el Señor quiere ser servido en la persona de nuestros hermanos, y sobre todo en la persona de los más pobres. Los gestos de adoración, de veneración, de amor y respeto que hacemos cuando celebramos la liturgia, no deben quedar aislados en el ámbito del templo. Por el contrario, deben extenderse a todos los lugares donde sabemos que está presente el Señor. Los gestos de nuestra devoción deben dirigirse al Señor también a través del servicio a todo hombre, y principalmente a aquellos que experimentan las carencias más graves y más urgentes. No se trata de oponer una forma de servicio a otra, ni de optar entre la liturgia y el servicio al prójimo. El mismo Señor que ha establecido una es el que nos ha ordenado hacer también lo otro. Debemos buscar la manera de ofrecer a Dios un culto integral. Finalmente, conviene reiterar que el texto de la descripción del juicio final es un texto didáctico. Pretende instruirnos acerca de un aspecto de la vida cristiana, sin ocuparse de otros. No se dice nada, por ejemplo, de la necesidad de la fe para alcanzar la salvación. Se cometería un grave error si se absolutizara este texto y, prescindiendo de otros textos igualmente importantes, se dijera que toda la vida cristiana se puede circunscribir sola y exclusivamente a la atención de los necesitados.


La Iglesia ha elegido este texto para que sea proclamado en la festividad de Cristo Rey. En el día en que contemplamos el supremo dominio de Cristo sobre todo lo creado leemos esta página en la que se proclama que la dignidad de Cristo recubre a quienes son menos importantes ante los ojos del mundo. Quienes hoy proclamamos que aceptamos este dominio de Cristo sobre todos nosotros, debemos recordar que seremos juzgados por la manera en que hayamos reconocido y reverenciado esa dignidad cada vez que nos encontramos con el pobre.

viernes, 15 de noviembre de 2013

¿CUANDO SERÁ EL FIN DEL MUNDO?



 
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,5-19
Correspondiente al domingo 17 de noviembre del 2013


Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: “De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?”. Jesús respondió: “Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin”. Después les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas”.
Palabra del Señor.
LA SEGURIDAD PUESTA EN EL TEMPLO 
Los discípulos de Jesús se sentían orgullosos del magnífico Templo que había en Jerusalén. Se lo mostraban a Jesús y le hacían notar la belleza de la construcción, el valor de los materiales, la riqueza de las donaciones... Pero la respuesta del Señor cayó sobre ellos como un balde de agua fría: "Todo será destruido... no quedará piedra sobre piedra..." Todos buscamos seguridad. Y al pueblo judío le pasó lo mismo que a muchos de nosotros. Hasta tal punto llegaba la seguridad en el Templo, que muchos pensaban que solamente podría destruirse cuando llegara el fin del mundo. Algo semejante pasa con algunos de nosotros que pensamos que si tenemos un hermoso temple, una iglesia bien adornada, o una imagen en la que Dios manifiesta de una forma especial su protección sobre nosotros, ya con eso podemos sentirnos satisfechos y libres de la responsabilidad de vivir nuestra fe. El Señor reprendió muchas veces a su pueblo por medio de los Profetas. Existe un famoso discurso del profeta Jeremías sobre este tema, y por haberlo pronunciado debió padecer mucho de sus connacionales. No se puede vivir en el pecado pensando que Dios nos va a proteger lo mismo, o que vamos a salir triunfadores en el Juicio sólo porque en nuestra ciudad o en nuestro barrio tenemos un hermoso templo. Dios no quiere que pongamos nuestra seguridad en esas piedras. Más de una vez, en la histona del pueblo de Dios, la desaprobación del Señor por la conducta de los hombres se manifestó de esa forma: Dios permitió que el Temple y la ciudad fueran destruidas. Si ellos ponían su confianza en la construcción del Temple, que sepan entonces que ni el mismo Temple era un lugar seguro; también podía ser destruido.

¿ESTAREMOS SEGUROS SI SABEMOS LA FECHA DEL FIN DEL MUNDO? 

Ya que no podemos confiar en el Templo, por lo memos sepamos cuándo será el día en que todo terminará y Dios hará el. juicio contra los pecadores. De esa forma podremos estar preparados. Los discípulos que oyeron a Jesús reaccionaron rápidamente: "¿Cuándo será todo eso? ¿Será la señal. ..?". A muchos les ha preocupado, y todavía les preocupa, la fecha del fin del mundo. Jesús tuvo que insistir ante sus discípulos: "No les toca a ustedes saber cuando será". "Esa fecha nadie la sabe, sino sólo el Padre...", "Vendrá en el memento menos pensado como un ladrón...". Años más tarde san Pablo tenía que volver a repetir lo mismo ante los fieles cristianos que se preocupaban por averiguar lo que nadie podrá saber. Todavía hoy hay sectas y cristianos exaltados que pretenden tener datos sobre la fecha exacta en que el Señor pondrá fin a nuestra historia y comenzará el juicio. Los discípulos de Jesús que oyeron hablar de la destrucción del Temple también quisieron tener esta seguridad. Y Jesús les respondió a ellos como también a nosotros: "Que nadie los engañe...", cuando vengan diciendo que el memento está cerca, "no vayan detrás de ellos». ¡Ni Jesús da la fecha, ni nos permite confiar en los que dicen saberla! Tampoco nos permite esa seguridad de conocer cuál es el día en que tenemos que estar preparados para enfrentar el Juicio de Dios. Jesús nos dice cómo debemos responder a quienes vengan a inquietarnos con la noticia de que se acerca el fin del mundo: «No vayan detrás de ellos». 

¿PONDREMOS NUESTRA SEGURIDAD EN EL ORDEN DEL MUNDO? 

Sin que los discípulos se atrevan a preguntar algo más, Jesús sigue hablando para demoler cualquier intento de poner la seguridad y la confianza en algo de este mundo: "guerras..., revoluciones..., terremotos..., epidemias..., hambre..., espanto...". Bastaría con echar una mirada a una Histona universal para saber que toda la vida de la humanidad sobre la tierra ha sido y sigue siendo una continua sucesión de guerras, con la inevitable consecuencia de dolor y lágrimas. El mundo no puede ayudamos a sentirnos seguros. Esa verdad es irrefutable. Lo experimentamos todos los días. La inseguridad es la característica de los tiempos que vivimos. Pero los antiguos no vivían mejor. En tiempos de los Apóstoles algunos pensaban que ya se acercaba el fin del mundo porque eran tan terribles los tiempos que vivían, que no podían ser peores. Y la histona va demostrando que nunca se está tan mal que no se pueda estar peor. El orden del mundo no promete seguridad al cristiano. 

¿ENTONCES ESTAREMOS SEGUROS SIENDO CRISTIANOS? 

Muchos piensan que por ser cristianos, ya tienen un seguro de que todo les va a ir bien. Se sorprenden y protestan cuando algo sale mal: "¿Cómo es posible, si yo soy tan religioso. ..?". En su discurso a los discípulos, Jesús les dice que de una cosa pueden estar seguros: de que van a ser perseguidos. La única señal que da Jesús es que "... antes de todo eso, ustedes serán perseguidos, serán llevados a las cárceles y a los tribunales...". Y todo esto comenzó a cumplirse con la misma Pasión de Cristo. Él fue perseguido, encarcelado, juzgado y ejecutado. E inmediatamente pasó lo mismo con los Apóstoles, y después de ellos vinieron todos los mártires de la Iglesia antigua. Pero las persecuciones no han terminado: todavía hoy la Iglesia sigue sufriendo persecución en distintos lugares y de distintas maneras, y se ha visto que los mártires de los últimos tiempos son más que los de los primeros siglos. Algunos son perseguidos abiertamente: cárcel, muerte, torturas... Otros de una manera más discreta: críticas, calumnias, burlas. O también se los rodea de tentaciones, para que su cristianismo se enfríe y se debilite. De una forma o de otra, se trata de hacer desaparecer al cristiano. El verdadero cristiano molesta. Y en esto tampoco hay segundad de nada. Jesús dice que aún nuestros seres más queridos pueden conspirar contra nuestro compromiso cristiano: "Hasta sus padres, parientes y hermanos y amigos los traicionarán...". El que quiere vivir cristianamente sabe que cuando se trata de conveniencias personales, aun los más allegados y los más queridos son los que quieren hacerle olvidar la responsabilidad cristiana. 

LA ÚNICA SEGURIDAD 

Jesús termina diciendo: "Pero yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrán responder los adversarios... A ustedes no se les caerá ni un cabello...". Nuestra única seguridad consiste en saber que estamos en manos de Dios. Ni siquiera debemos poner la confianza en nuestra buena disposición ni en nuestra preparación: "No se preocupen por preparar la defensa. ..". En esto consiste la auténtica fe: en tener confianza solamente en Dios, sabiendo que estamos en sus manes y que Él cuida de nosotros. 

El texto evangélico que nos propone la Iglesia al terminar el año podría parecernos excesivamente exigente. No puede ser de otra manera. Trata de sacudirnos para que no nos apoyemos en aquellas cosas que no constituyen ninguna garantía. Se nos muestra cuál es la única segundad: la fidelidad de Dios hacia nosotros y nuestra fidelidad hacia Dios. En medio de la inestabilidad del mundo, Jesús nos recuerda cuál es nuestra misión: "Ustedes tendrán que dar testimonio...". Debemos vivir de tal manera que con nuestra conducta seamos testigos de Cristo, y para eso Él nos promete su continua asistencia. Para obtenerla debemos permanecer aferrados a Él, como alguien que, caído en el mar, se aferra a una roca en medio de una tempestad cuando todo se mueve a su alrededor. De esa manera todo lo demás tendrá sentido, perseverando como cristianos. Viviendo la vida que hemos recibido en el Bautismo y que se alimenta en los demás Sacramentos y en la Palabra que nos transmite la Iglesia. Por eso el texto del Evangelio concluye con estas palabras: "Con la perseverancia, ustedes se salvarán...". 


domingo, 10 de noviembre de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 10 DE NOVIEMBRE DEL 2013



Domingo XXXII del tiempo ordinario

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» (Lucas 20, 27-38).

Las lecturas bíblicas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre el sentido de nuestra esperanza en la resurrección de los muertos que afirmamos en el Credo, a la luz de nuestra fe en Jesucristo resucitado.

1. El sentido de nuestra esperanza en la resurrección de los muertos
Los saduceos, miembros de la casta religiosa sacerdotal del judaísmo antiguo, se gloriaban de ser herederos de Sadoq, un antepasado a quien el rey Salomón, nueve siglos antes de Cristo, había nombrado sumo sacerdote del templo de Jerusalén (1 Reyes 2, 27 ss.). Ellos sólo aceptaban como inspirados por Dios los cinco primeros libros de la Biblia (que contenían la “Torá”, es decir la “Ley” de Dios transmitida por Moisés), y no creían en la resurrección porque estos libros no hablaban de ella. La respuesta del Señor a la pregunta que le hacen los saduceos nos invita a revisar nuestro concepto de la resurrección, que sería errado si la confundimos con un regreso a la misma forma de vida que tenemos ahora. Jesús utiliza una comparación muy significativa cuando dice que la vida futura después de la muerte será como la de los ángeles. Es un modo de indicar que la resurrección no es una vuelta a la existencia material, sino el paso a una nueva vida de carácter espiritual. De manera semejante el apóstol san Pablo, al explicar como será la resurrección de los que han muerto, dice en una de sus cartas que se siembra un cuerpo natural y resucita un cuerpo espiritual (1 Corintios 15, 44). En efecto, si quienes han muerto regresaran a la vida con el mismo cuerpo natural o material de antes, se volverían a morir. Pero la vida nueva que nosotros esperamos tener después de la actual, es precisamente una vida perdurable, cuya forma concreta no puede expresar adecuadamente nuestro limitado lenguaje y por eso necesitamos recurrir a imágenes simbólicas para referirnos a ella. La resurrección es un misterio de fe, que no corresponde al plano de la materia sino al del espíritu.

2. La creencia en la reencarnación no es compatible con la fe en Jesús resucitado
Un error frecuente con respecto a lo que ocurrirá después de la muerte es la idea de la “reencarnación”, que afirma la preexistencia de unas almas que vuelven a este mundo revestidas de otro cuerpo con el fin “purificarse”. La creencia en la reencarnación no es compatible con nuestra fe, pues la antropología cristiana considera al individuo humano como un solo ser que, mientras existe en las dimensiones actuales del espacio y del tiempo, está ligado a condiciones materiales, pero cuando muere pasa a otra forma de vida en condiciones distintas, ya no de orden material sino espiritual. Por lo tanto, cuando nos referimos al “cielo” no estamos hablando de un lugar material, sino de un estado espiritual de felicidad completa que esperamos como nuestra vida futura después de la presente. Esa “vida del mundo futuro” -como dice la versión del Credo proclamada por los Concilios de Nicea y Constantinopla- es una vida nueva en otra dimensión y no un regreso a este mundo; es la vida que esperamos quienes creemos en un Dios que, como dice Jesús en el Evangelio aludiendo a Moisés -a quien se remitían los saduceos-, no es Dios de muertos sino de vivos. Es la vida futura que esperaban los Macabeos, aquellos judíos del siglo II antes de Cristo, hermanos de sangre, de quienes nos cuenta la primera lectura que defendieron hasta la muerte el respeto a sus convicciones religiosas (2 Macabeos 7, 1-2.9-14). Y será nuestra participación plena de la vida resucitada y gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.

3. “Al despertar, Señor me saciaré de tu semblante”
El Salmo 17 (16) expresa con la imagen del despertar de un sueño el paso de esta forma actual de nuestra existencia terrena a la futura: Al despertar, Señor me saciaré de tu semblante. Este semblante es lo que también se denomina el rostro de Dios. Es un modo de expresar la felicidad que tendremos cuando nos encontremos, por decirlo así, “cara a cara” con el Señor, para disfrutar de la participación en la resurrección gloriosa de Jesucristo, quien precisamente por su encarnación es el rostro humano de Dios. La seguridad de una vida nueva y sin fin que no sólo aguardamos para el futuro, sino cuyas primicias ya poseemos en la medida en que le abrimos espacio a Jesús y a su Espíritu Santo en nuestra existencia, es precisamente, como nos lo recuerda el apóstol Pablo en la segunda lectura (2 Tesalonicenses 2,16 - 3,5), la gran esperanza que expresamos de manera especial en la liturgia de cada domingo y cada vez que evocamos la memoria de quienes nos han precedido en la fe, como lo hemos hecho en los dos días iniciales de este mes de noviembre al celebrar la fiesta de todos los Santos -con María la Madre de Jesús como la primera entre ellos- y el día de todos los Difuntos. Tal es el verdadero sentido de la resurrección, que reconocemos ya obrada en la naturaleza humana de Cristo y que aguardamos también para nosotros. Y es en este sentido como podemos dar razón de nuestra esperanza, no con creencias falsas, sino con una fe auténtica en Él, que así como nos creó para esta vida, si dejamos que actúe en nosotros su Espíritu de Amor puede re-crearnos para una vida nueva en la eternidad.-

domingo, 3 de noviembre de 2013

Dios quiere que todos los hombres se salven


 Evangelio según San Lucas 19,1-10. 
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".
Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham,
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido"

LOS COBRADORES  DE IMPUESTOS
Desde la distancia en el tiempo, tal vez no lleguemos a darnos cuenta de la importancia del signo que hizo Jesús al entrar a la casa de Zaqueo.
Como se dijo el domingo pasado, en aquellos tiempos para los habitantes de Judea y Galilea los cobradores de impuestos, o publicanos como también se los llama, eran lo peor entre los más males. Cuando se los nombraba era para ponerlos como representantes de los peores pecadores.

UNA VISITA PARA ZAQUEO

Zaqueo era nada menos que el Jefe de los cobradores. Esto significa que había comprado el cargo de cobrador de impuestos para todo un territorio, y tenía varios subordinados que cobraban para él. Este hombre quería ver a Jesús pero no podía conseguirlo.
No queda muy claro en el texto si Zaqueo era la persona de baja estatura, y no podía ver porque los más altos se lo impedían, o si era Jesús, y entonces Zaqueo no podía verlo porque la multitud lo tapaba. Pero a pesar de todo, para ver a Jesús no encontró mejor manera que treparse a una higuera de las que abundan por Palestina, llamadas también higueras egipcias o sicómoros. Era tan grande su curiosidad que no pensó en que podía quedar en ridículo. Cuando Jesús llegó a ese lugar miró hacia arriba y lo llamó. Todos se habían reído de Zaqueo: una persona tan importante en una situación tan cómica. Pero a Zaqueo le importaba muy poco, ya que él estaba deseoso de ver al Señor. Pero Jesús no señaló a Zaqueo para reírse de él ni para que se rieran los demás. El Señor llamó a Zaqueo diciéndole que iba a ir a alojarse a su casa; Tremenda sorpresa para Zaqueo, que no esperaba tanto, y también para el pueblo que estaba alrededor, que no aprobaba de ninguna manera esa clase de visitas prohibidas por las normas religiosas«Todos murmuraban» dice el Evangelio. A todos les pareció muy mal la actitud de Jesús, que también se manchaba yendo a casa de un pecador tan grande, traidor a la patria, que trataba con paganos y que se enriquecía injustamente con el dinero de los pobres. El Evangelio no relata la conversación entre Zaqueo y Jesús. Solamente nos dice las últimas palabras para contrastarlas con las criticas del pueblo. A pesar de las criticas, Zaqueo demostró que todavía era capaz de convertirse. Dividió la fortuna en dos partes: la mitad la dio a los pobres, y con la otra parte reparó, pagando cuatro veces más, como se estipulaba para las estafas, el robo que había hecho al pueblo. Sin embargo, aquí es necesario hacer una salvedad. Si se presta atención a la forma en que está redactada la Frase que dice Zaqueo, el texto puede ser leído de una forma diferente. Algunos comentaristas observan que Zaqueo no dice que "dará" la mitad de sus bienes ni "restituirá" lo que cobró de más. Traduciendo fielmente el texto original griego, así como está en el Leccionario que se lee en la Misa, él se expresa en tiempo presente: "yo doy la mitad de mis bienes... le doy cuatro veces más". Entonces ¿Zaqueo está haciendo un propósito para el futuro? ¿o más bien responde a la critica de la gente mostrando lo que él habitualmente hace? En este último caso, Zaqueo tendría muy mala fama entre la gente a pesar de ser una persona honesta.

ES UN HIJO DE ABRAHAM
Aparte de la forma en que interpretemos las palabras de Zaqueo, prestemos atención ahora a lo que Jesús dice explicando su visita a la casa del cobrador de impuestos: Él vino a traer la salvación porque este hombre es también un hijo de Abraham. Aquí está io sorprendente para los oyentes: los juicios que hacen los hombres no impiden la actuación de Dios. Hay una promesa de Dios dirigida "a Abraham y a su descendencia, para siempre". No importa cuál era el comportamiento de Zaqueo, Dios sólo se acuerda de la promesa de salvación que un día le hizo a Abraham, y ha venido a cumplirla. Por más que los hombres excluyan a algunos porque los consideran pecadores - tanto si lo son verdaderamente, como si no lo son - Dios no se olvida de su promesa de salvación. Para Dios no hay excluidos.  Sin entrar a discutir en este lugar cómo se deben entender las -palabras de Zaqueo, quedémonos por ahora con la interpretación más difundida. Supongamos, aunque sea por un momento, que este hombre era un gran pecador, un pecador tan grande que de él ya no se podía esperar nada bueno. Los religiosos lo habían dejado de lado y ya no se  preocupaban más. A tal punto desesperaban, que vieron mal que Zaqueo recibiera a Jesús en su casa, así como vieron mal que el Señor entrara en casa de Zaqueo. Si Zaqueo era un pecador, su pecado habrá sido muy grande porque es el de un hombre que ha cerrado su corazón y que sólo ha pensado en su propio interés, en cómo aumentar su riqueza sin detenerse a pensar en los medios. Pero entró Jesús en su vida. Jesús no es un predicador que con palabras y argumentos más o menos brillantes ha tratado de hacer que su vida cambiara, sino que es la misma Palabra de Dios, poderosa como en el primer día de la creación, que vino a anunciarle la salvación, que se presentó para hacerle conocer el amor de Dios que le ofrecía su salvación. Era la misma Palabra que al principio dijo «Que haya luz» la que ahora le abría los ojos para que viera a los demás hombres y comprendiera que todos son hijos del mismo Padre: Zaqueo abrió su corazón y en él actuó la obra salvadora de Dios. La Palabra de Jesús es tan poderosa que pudo cambiar el corazón de Zaqueo. Este comenzó a comprender que no estaba solo en el mundo y que no podía seguir pensando solamente en sí mismo. Se abrió a Dios y se abrió a sus hermanos. Si hasta ese memento había traicionado a los suyos, ahora compartía sus bienes con todos; si hasta ese memento había sido injusto, reparaba todas las injusticias que había hecho; si hasta ese memento había sido considerado como un impuro, al escuchar la palabra de Dios había dejado que esta Palabra lo purificara y lo colocara otra vez en la familia de los hijos de Abraham, herederos de las promesas de Dios. Nuestros criterios son muchas veces muy estrechos. Al ver a ciertos pecadores ya decidimos por nuestra cuenta que la salvación de Dios no es para ellos. Las palabras del libro de la Sabiduría que en este domingo se proclaman como primera lectura nos muestra el preceder amoroso de Dios, que aparta los ojos de los pecados de los hombres esperando la conversión de todos. Nosotros, en cambio, olvidamos con frecuencia aquellas palabras de la Escritura: "Dios quiere que todos los hombres se salven...". Para nuestros criterios, muchos ya están "perdidos" y no se puede esperar de ellos ningún cambio. Pero Jesús vino para buscar a estos que ya estaban perdidos y que habían endurecido sus corazones. El, como Buen Pastor buscó la oveja perdida y cambió el corazón de Zaqueo. Al utilizar la palabra "perdido", el autor· del evangelio nos remite a otro texto: en el capítulo de la parábola del hijo pródigo se utiliza este término con respecto a la oveja, a la moneda y al hijo. Si unimos ahora los dos textos podremos descubrir muchas relaciones enriquecedoras.No desesperemos de nosotros mismos si nos vemos agobiados por grandes pecados, y tampoco consideremos a nadie indigno del perdón de Dios.

viernes, 25 de octubre de 2013

Todo el que se ensalza será humillado


Evangelio según San Lucas 18,9-14.

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 



El argumento de la parábola es muy simple y se lo puede entender sin ninguna dificultad: hay dos personas que rezan de distinta manera y solamente hay que prestar atención a quiénes son y qué es lo que están diciendo.

EL PRIMERO ERA UN FARISEO
Los fariseos eran los miembros de un partido político-religioso que comenzó a existir aproximadamente un siglo antes del nacimiento de Jesús. Ellos estaban muy preocupados porque veían que los paganos y los enemigos de la religión hacían toda clase de esfuerzos para impedir el culto al Verdadero Dios: con la enseñanza y con el ejemplo, con amenazas y persecuciones, buscaban la forma para que los judíos adoptaran las costumbres y las formas de pensar y actuar de los paganos. Los judíos más piadosos se unieron y formaron un partido que se empeñó en conservar la religión. Este era el partido de los Fariseos.
Cada uno de los fariseos se preocupaba por estudiar a fondo la religión heredada de los antepasados. Tenían como ideal llegar a conocer todo lo que decía la Biblia y todo lo que se conocía Y practicaba por tradición. Ponían mucho cuidado en cumplir todas las leyes de Dios y las tradiciones religiosas hasta en sus más pequeños detalles. Y esto lo hacían también para que los demás aprendieran a hacer lo mismo. Al mismo tiempo que se destacaban por este cumplimiento tan exigente, los fariseos se caracterizaban también por su oposición a las novedades: cuando alguien decía o hacía algo que no era tradicional, o no era igual a lo que habían hecho en la antigüedad, los fariseos ya sospechaban que se podía tratar de un desvío de la verdadera religión. "¿Esta nueva forma de hablar o de actuar no será una forma más o memos oculta que tienen los paganos para introducirse entre nosotros y destruirnos?"
Con respecto a esto último tenemos muchos ejemplos en el Evangelio: ¡cuántas veces los fariseos se opusieron a Jesús y discutieron con El porque decía cosas que no habían dicho otros maestros de épocas anteriores!
Se puede ver fácilmente cómo los fariseos tenían ideales muy nobles. Su forma de estudiar y de actuar también era buena, pero sin embargo encerraba un peligro muy grande: con mucha frecuencia caían en la vanidad y en la arrogancia de creerse más buenos y más santos que los otros. Así también su temor a las novedades los cerró en más de una ocasión para que algunos de ellos no pudieran sentir el soplo renovador del Espíritu de Dios.

EL OTRO ERA PUBLICANO
Los cobradores de impuestos o publicanos como se los llama muchas veces, eran un gremio que se encontraba en el polo opuesto de los fariseos. No eran un partido político sino una categoría social: personas que trabajaban en este oficio que existe hasta en nuestros días. Pero las condiciones políticas de esos años hacían que el ser cobrador de impuestos fuera considerado como un pecado gravísimo. En la época en que Jesús predicaba, los judíos habían perdido su independencia. Los romanos habían tomado el poder y gobernaban sobre el reino que había pasado a ser una provincia del Imperio. Los judíos no soportaban esa invasión ni esa opresión: odiaban a los romanos y hacían esfuerzos por liberarse de ellos. Constantemente había intentos revolucionarios e incluso había grupos terroristas que trataban de conseguir nuevamente la libertad. Además los romanos eran paganos: en sus costumbres y en su religión eran todo lo opuesto al judaísmo.
Pero había algunos hombres que no tenían sentimientos religiosos y que no participaban del patriotismo de sus conciudadanos. Cuando los odiados romanos necesitaron gente que se ocupara de cobrar los impuestos (a beneficio de ellos, por supuesto), ellos se presentaron y comenzaron a colaborar con los invasores. Por eso merecieron el odio de todos los demás que luchaban por conseguir la libertad.
En Galilea, donde Jesús predicaba, gobernaba Herodes Antipas, que era judío. Pero este gobernante estaba totalmente volcado a las costumbres paganas y además era un títere de los romanos. De modo que los judíos también veían como una traición que se cobraran impuestos en beneficio de Herodes, ya que en parte el dinero servía para sostener una corte paganizada, y en parte iba a parar a las áreas romanas. En Judea tenían un gobernador romano, que en esos años era Poncio Pilato. En este caso, los cobradores de impuestos recaudaban directamente para el gobierno romano.
Para poder tener este oficio, los publicanos pagaban una suma al gobierno, y luego podían quedarse con todo lo que cobraban, de modo que se enriquecían rápidamente, porque no tenían alguien que controlara lo que ellos establecían. Contaban, además, con la protección del ejército romano, y nadie podía decir nada ni tenía a quién ir a quejarse.
Los judíos de esos años consideraban a los cobradores de impuestos como los hombres más pecadores: carentes de conciencia, sin principios morales, colaboradores de sus propios enemigos, enriquecidos de la manera más injusta. Las riquezas de los cobradores de impuestos iban siempre en aumento, pero eso se conseguía a un precio vergonzoso. Por esa razón los cobradores de impuestos eran tenidos como impuros. Había que tratarlos como si fueran paganos. Comprendemos ahora la razón por la que la gente se sorprende y se
escandaliza cuando ve que Jesús se sienta a comer en una reunión de cobradores de impuestos, como se relata en otro lugar del Evangelio

YO TE DOY GRACIAS
Esas dos personas tan distintas entran un día, a la misma hora, a rezar al Temple. Los dos rezan de pie, como era la antigua costumbre de rezar entre los judíos y entre los primeros cristianos. Pero las  palabras de ellos dos son tan diferentes como las personas.
El fariseo, el hombre tan religioso y tan exigente, piensa en la forma en que vive y en todo lo que hace por cumplir los preceptos y mandamientos de la religión. Lo primero que se le ocurre decir es que él se siente diferente de los demás, y para eso nada mejor que señalar los defectos de los otros: los demás son todos pecadores, como también es un pecador ese cobrador de impuestos que ve rezando en otro rincón del Temple. Y no solamente él es un santo porque no se parece a todos los demás, sino que hace cosas que ni siquiera son obligatorias. No se conforma con ayunar el día que está mandado por la Ley de Dios, sino que él ayuna todas las semanas, y hasta dos veces por semana! (muchos fariseos acostumbraban a ayunar los lunes y los jueves). No sólo paga el impuesto de lo que corresponde, sino que da la décima parte de «todo lo que tiene», ¡también de lo que no está incluido en la ley de impuestos!
El fariseo, por lo tanto, es una persona ejemplar. Lo sabe y se siente contento por eso.

¡TEN PIEDAD DE Mí!
El cobrador de impuestos también está de pie pero en otra parte del Temple, tal vez junto a la puerta. No se atreve a mirar hacia arriba, y baja los ojos como si fuera un chico avergonzado a quien han descubierto haciendo una travesura.
El no tiene nada de qué alegrarse delante de Dios. Por eso lo único que hace es golpearse el pecho mientras dice: "¡Ten piedad de mí, que soy un pecador!". El cobrador de impuestos ve su vida con tanta claridad como el fariseo. Esa claridad le hace ver que todo está mal en él, y que no es digno de presentarse delante del Señor. En su oración tan breve reconoce dos cosas: que lo único bueno viene de Dios: la misericordia, y que lo que él presenta es solamente lo malo: el pecado.

UNO SOLO FUE ESCUCHADO
Jesús termina su parábola explicando que de estos dos hombres, uno solo fue escuchado. Y ese hombre era el pecador. Los que escuchaban a Jesús habrán pensado que era al revés: la opinión más común es que Dios escucha y premia a los buenos, y que no atiende a los males. Pero el caso que Jesús nos presenta es diferente.
Aquí tenemos a uno que es bueno y que se satisface mostrando todas las cosas buenas que hace. Pero comete un grave error: habla con Dios como esperando que Dios le diga: "¡Te felicito!", y no contento con eso, cae en otro defecto más grave: comienza a compararse con los demás: «¡No soy como los otros! ¡No me parezco en nada a ese cobrador de impuestos!». En su oración parece decirle a Dios que él se puede arreglar solo, y que Dios solamente tiene que intervenir para premiarlo: «¡Yo hago esto! ¡Yo hago lo otro!». El fariseo no le dejó lugar a Dios. Todo el espacio lo ocupó él. Y por eso Dios lo dejó ir del Temple tal como había venido. Vino con una santidad que él mismo había fabricado y no se dio cuenta de que en su interior llevaba también una pesada carga de pecado: la soberbia de creerse mejor que los otros y de despreciar a los demás. El cobrador de impuestos, por el contrario, no tenía nada. Solamente tenía que pedirle a Dios que actuara: «¡necesito misericordia!». No acusó a los otros, sino que dijo: «¡yo soy un pecador!» Y como le dejó espacio a Dios, el Señor actuó y lo santificó. El Evangelio dice que «fue justificado», es decir «Dios lo hizo justo». El cobrador de impuestos volvió a su casa cambiado. No llevó una santidad hecha por él, sino la que concede Dios cuando toma a un hombre y lo crea de nuevo haciéndolo semejante a su Hijo Jesús. La santidad que consiguió el cobrador de impuestos es infinitamente más grandiosa que la que había ganado el fariseo con su propio esfuerzo

¡CUIDADO CON LAS COMPARACIONES!
A casi todos nos· gusta hablar de los demás. Comentamos lo que los otros hacen y los criticamos. Al criticar, estamos dando a entender que nosotros no somos como ellos. Al obrar así estamos cayendo en los dos pecados en que cayó el fariseo de la parábola: en primer lugar pecamos porque hablamos como si nuestra bondad fuera obra nuestra y nos olvidamos de que todo depende de Dios. Somos buenos porque Dios nos hace buenos, y el mismo esfuerzo que hacemos para ser buenos es comenzado, acompañado y terminado por Dios. Lo único que podemos decir cuando nos damos cuenta de que somos buenos es: «¡No me vayas a soltar de tu mano, porque entonces no podré seguir siendo bueno!».
En segundo lugar, pecamos porque nos colocamos como jueces de los otros. Nos olvidamos de que el único Juez de todos los hombres es Dios. Para poder juzgar a un hombre tendríamos que conocer muchas cosas que están totalmente ocultas: ¿qué habríamos hecho nosotros en su lugar? ¿cómo se ha educado? ¿qué fuerzas le ha dado Dios? ¿cómo es su debilidad?
 El mismo pecado no es igualmente grande en todas las personas. Dios es el único que puede conocer todos los resortes interiores del hombre y medir la ceguera y la debilidad de cada uno como para poder acusar, castigar o premiar en cada uno de los cases. Y a cada uno se le va a pedir según lo que se le ha dado: «A quién se le dio más, se le pedirá más», ha dicho Jesús. Si la santidad dependiera solamente de nuestro esfuerzo y todos fuéramos exactamente iguales, tendriamos derecho a compararnos. Pero como la santidad es la obra de Dios en nosotros, y todos somos muy distintos («cada hombre es un mundo», se dice), no podemos hacer comparaciones.
DIOS ELEVA AL QUE SE HUMILLA
Como en otras partes del Evangelio, aquí también se nos enseña que la condición que Dios ha puesto para que seamos elevados es que nos empeñemos en hacernos más pequeños. Dios ha prometido elevar al que se haga inferior a los demás. En cambio el que se ponga por encima de los otros recibirá únicamente humillación.
El fariseo de la parábola habría ganado más si se hubiera puesto en una actitud de misericordia y comprensión hacia al pecador que estaba junto a él en el Temple. O si hubiera aprovechado esa oportunidad para humillarse delante de Dios al contemplar esta realidad: que todo lo bueno que encontraba en su vida era solamente obra de Dios. Y en ese caso tendría que haber agradecido por lo que recibía, así como debería haber pedido perdón por las trabas que él mismo, indudablemente, le pondría a la acción de Dios. Su oración tendría que haber sido muy parecida a la del pecador: "¡yo soy un pecador! Pero a pesar de todo no lo tomas en cuenta, y todos los días siento que tu misericordia me va haciendo más bueno. Ayúdame para que no te ponga trabas y llegue a ser tan bueno como quieres!"