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domingo, 30 de junio de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO DEL 30 DE JUNIO DEL 2013




Domingo XIII del tiempo ordinario - Ciclo C - (30 de junio 2013)
Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: -Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, un hombre le dijo a Jesús: -Señor, deseo seguirte a dondequiera que vayas. Jesús le contestó: -Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Jesús le dijo a otro: -Sígueme. Pero él respondió: -Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: -Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: -El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios (Lucas 9, 51-62). 


Este pasaje del Evangelio nos propone una reflexión sobre las condiciones que exige el seguimiento de Jesús. Veamos cuáles son esas condiciones, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo [1 Reyes 19, 16b.19-21; Salmo 16 (15); Carta de Pablo a los Gálatas 5, 1.13-18]. 
“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?”
La primera condición para seguir a Jesús es la actitud de tolerancia, opuesta diametralmente al fanatismo. El relato del Evangelio nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos de norte a sur, es decir, desde la región de Galilea hacia la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén. Para llegar a esta ciudad tenían que pasar por el país de Samaria, cuyos pobladores, los llamados “samaritanos”, eran enemigos de los judíos. La reacción de Santiago y Juan, que en los evangelios son apodados “los hijos del trueno” seguramente por los impulsos de su temperamento primario pero también precisamente por aquello de querer que cayera un rayo sobre los samaritanos que no habían querido recibir a Jesús, es ni más ni menos la misma de los fanáticos religiosos, que consideran que su causa tiene que triunfar mediante la destrucción o eliminación de quienes se les opongan. Esta actitud intransigente e intolerante, que tiene mucho en común con las posiciones políticas extremas -sean de “izquierda” o de “derecha”-, existen por desgracia en todas las religiones, como también en todos los grupos sectarios que se consideran a sí mismos como los buenos y santos, y conciben a Dios como un juez castigador y destructor de aquellos a quienes ellos consideran los malos y pecadores. La actitud de Jesús, que con su ejemplo nos revela cómo es y como actúa Dios, es totalmente contraria al fanatismo intolerante. 
Revisemos entonces cuál es nuestro grado de tolerancia o de intolerancia, y saquemos nuestras propias conclusiones si de verdad queremos ser coherentes con nuestra opción de ser auténticos seguidores de Cristo. ¿Aceptamos la diferencia de pensamientos y opiniones? ¿O somos intransigentes porque nos creemos los “buenos” y consideramos “malos” a quienes no piensan como nosotros?

“El Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”
Una segunda condición del seguimiento de Jesús es el desapego, consistente en la disposición a no vivir instalados. Ser discípulo de Cristo exige no apegarse a las comodidades materiales y tener la fortaleza necesaria para asumir las dificultades y los sacrificios que implica cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de amor mostrada más en las obras que en las palabras. Esta disposición va en contra de la tentación del facilismo, tan característica de la mentalidad de quienes quieren el éxito sin esfuerzos, el dinero sin trabajo, las comodidades y los placeres propios de una existencia esclavizada por el culto a lo material. El verdadero seguidor de Jesús, por el contrario, es un ser libre de la esclavitud del egoísmo que impide realizar la ley del amor, tal como nos lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura: “Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: "Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5, 1. 13-14). Preguntémonos: ¿Tengo la disposición de asumir el esfuerzo que implica seguir a Jesús, con la libertad propia de quien no se deja atar por los apegos o afectos desordenados? ¿Cuáles son en mi caso esos apegos, esos afectos que me impiden seguir libremente a Jesucristo, y por lo mismo me impiden amar de verdad? 

“El que empuña el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios”
La tercera condición es no dejarse enredar por lo que pueda impedir la perseverancia en el camino emprendido. En contraste con lo que cuenta el relato de la primera lectura refiriéndose a la vocación profética de Eliseo para seguir como discípulo al profeta Elías (1 Reyes 19, 16b.19-21), a primera vista parece desconsiderado lo que le dice Jesús a quien le pide ir primero a enterrar a su padre, o al otro que quiere ir a despedirse de su familia. Sin embargo, lo que el Evangelio pretende resaltar es la radicalidad que implica la decisión prioritaria de seguir a Cristo: el Señor está por encima de todo, incluso de la propia familia, a la cual podría estar uno tan apegado que los lazos de parentesco le impidan seguirlo con una disponibilidad total. Esto resulta muy significativo en el contexto en el que fueron escritos los primeros evangelios -como el de Lucas-, entre los años 64 y 80 d. C., cuando los cristianos eran perseguidos y podían tener en sus propia familias a posibles delatores ante las autoridades del imperio romano. La imagen del arado, instrumento con el que se prepara el campo para la siembra, es muy significativa en el lenguaje de Jesús, que empleaba comparaciones tomadas de la vida cotidiana de sus oyentes. Cada uno de nosotros está llamado a colaborar con Él en la tarea de sembrar la semilla del reino de Dios, reino de justicia y de amor cuya cosecha será la paz y la felicidad para todos los que acojan la Palabra de Dios. ¿Estamos realizando esta tarea con la tenacidad de quienes persisten a pesar de las dificultades? Pidámosle al Señor que nos ayude a seguirlo con la disponibilidad plena que exige nuestra opción por Él, cumpliendo las condiciones que Él mismo nos señala para ser sus auténticos discípulos.-

martes, 25 de junio de 2013

REFORMULACIÓN Y REFLEJO





REFORMULACIÓN Y REFLEJO

Existen dos habilidades que son de mucha utilidad para ordenar el discurso, para expresarlo con más claridad y precisión y facilitar la expresión de sentimientos y de las emociones. El objetivo es lograr que la persona, al hablar, vaya tomando conciencia de los diversos elementos de su problemática, que hasta ese momento, tal vez, no tenía integrados. Estas dos habilidades son la Reformulación y el Reflejo.

Descripción
Reformulación: reformular un mensaje es repetir lo esencial del discurso de la otra persona. Es volver a formular sus propias palabras y repetir sus conceptos.
Reflejo: reflejar una vivencia emocional es hacer el espejo de los sentimientos y de las emociones de la otra persona. Es ponerle enfrente su propio sentir.

Aplicación
Reformulación: es concentrar la atención en las situaciones que la persona va contando, en los conceptos que va desarrollando y reformular lo esencial del mensaje. Es decir, devolverle lo dicho repitiendo su propio discurso. Para hacerlo, se retienen especialmente los verbos y los sustantivos y se reconstruye el mensaje. También es conveniente tratar de funcionar en la principal tendencia sensorial de la otra persona. Identificar su principal área sensorial y utilizar términos que estén en esa línea.
Por ejemplo:
VISUAL=veo.., está claro que .., imagino…,
AUDITIVO=escucho…, me decís…, me contás…,

Reflejo: a medida que la persona va hablando, prestar atención a las emociones, a los sentimientos que está viviendo, probablemente, sin estar consciente de ello, y de reflejarle su vivencia emocional. Es decir, hacer el espejo de sus propias emociones, de lo que está sintiendo en ese momento. Para ello es conveniente acercarse a lo que vive emocionalmente. Aquí hay dos aspectos que pueden ayudar a perfeccionar la práctica de la Escucha Activa:
1-observar el lenguaje no verbal de la persona: su cuerpo, sus gestos, su rostro, su mirada, hablan mucho de sus sentimientos.
2- desarrollar la empatía, que es identificar dentro de mis propias vivencias el sentimiento del otro. Para eso me puedo ayudar con esta pregunta: ¿cómo se siente alguien que vive lo que está contando?
Hablar desde mi profundidad hace que el reflejo sea más autentico. Para hacer un reflejo se utilizan especialmente adjetivos. Estos van acompañados de expresiones como: “estás…”, “te sientes...” (contento, cansado, deprimido, sereno…)


Antes de practicar estas habilidades es bueno aceptar que vamos a escuchar sin juzgar, sin interpretar, sin aconsejar, y sobre todo, sin dar soluciones. Saber que vamos a repetir lo dicho y reflejar las emociones, buscando comprender y acompañar.
Estos son los efectos que la reformulación y el reflejo producen en la persona que cuenta un problema; “me está escuchando”, “me toma en serio”, “me siento aceptado”, “me siento reconocido”, “me siento importante”.

La reformulación ayuda al otro a ubicarse en su problema, a ver mejor la situación, a aclarar sus ideas, a ser más objetivo y a orientarse hacia una solución propia. El reflejo, por su parte, ayuda a precisar su sentir, a tomar conciencia de sus emociones, a aceptar sus sentimientos y a expresarlos, iniciando así un proceso de sanación y de liberación.
Sugerencias para mejorar la escucha activa

1-    Estar a la escucha de las propias emociones para poder identificarlas, aceptarlas y permitirles que se transformen.
2-    Habituarse a observar los pequeños cambios físicos en la persona. Escuchar el tono de voz. Estar atento a los signos no verbales que son los que mejor revelan la emoción.
3-    Una emoción que se expresa, se transforma en otras emociones. Seguir la evolución de una emoción. Evitar quedarse  en la primera expresión de la emoción cuando realmente ella está cambiando.
4-    Cuando el mensaje se presenta incompleto y la información es confusa, se dificulta el contacto con la experiencia vivida. En estos casos es posible pedir aclaraciones utilizando preguntas.
5-    A nivel del lenguaje posible verificar si las dos personas dan a las palabras el mismo significado. Ej: “¿Qué significa para vos que te llamen irresponsable?”
6-    Evitar estos errores:
·         Perturbar el ritmo de apertura
·         Hacer como loro, reflejar sin ninguna emotividad.
·         Cerrar las puertas después de haberlas abierto.
·         No respetar los silencios. Forzar la apertura.

lunes, 24 de junio de 2013

Evangelio del domingo explicado: 23 de Junio del 2013


EVANGELIO
Lc 9, 18-24
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran a nadie, diciéndoles: "El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará".


Palabras del Papa Francisco antes del rezo del Angelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo resuena una de las palabras más incisivas de Jesús: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará” (Lc 9, 24).
Aquí hay una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresada con una paradoja muy eficaz, que nos hace conocer su modo de hablar, casi nos hace sentir su voz…
Pero, ¿qué significa “perder la vida por causa de Jesús”? Esto puede suceder de dos maneras explícitamente confesando la fe, o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una fila inmensa de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo son tantos, tantos, más que en los primeros siglos, tantos mártires que dan su vida por Cristo. Que son llevados a la muerte por no renegar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia, hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero también está el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la donación, del sacrificio. Pensemos: ¡cuántos papás y mamás cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia! Pensemos en esto. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios! ¡Cuántos jóvenes renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los minusválidos, a los ancianos…! ¡También estos son mártires, mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad!
Y después hay tantas personas, cristianos y no cristianos, que “pierden su propia vida” por la verdad. Y Cristo ha dicho “yo soy la verdad”, por tanto, quien sirve a la verdad sirve a Cristo.
Una de estas personas, que ha dado su vida por la verdad es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la solemnidad de su nacimiento. Juan fue elegido por Dios para ir delante de Jesús a preparar su camino, y lo indicó al pueblo de Israel como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Cfr. Jn 1, 29). Juan se consagró completamente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero al final, ¿qué sucedió?, murió por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio del rey Herodes y de Herodías. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! ¡Cuántos hombres rectos prefieren ir contracorriente, con tal de no renegar la voz de la conciencia, la voz de la verdad! Personas rectas que no tienen miedo de ir contracorriente, y nosotros no debemos tener miedo. Entre ustedes hay tantos jóvenes. Pero a ustedes jóvenes les digo no tengan miedo de ir contracorriente. Cuando te quieren robar la esperanza, cuando te proponen estos valores que son valores descompuestos, valores como la comida descompuesta, cuando un alimento está mal nos hace mal. Estos valores nos hacen mal por eso debemos ir contracorriente. Y ustedes jóvenes son los primeros que deben ir contracorriente. Y tener esta dignidad de ir precisamente contracorriente. ¡Adelante, sean valientes y vayan contracorriente! Y estén orgullosos de hacerlo.
Queridos amigos, recibamos con alegría esta palabra de Jesús. Es una regla de vida propuesta a todos. Y que san Juan Bautista nos ayude a ponerla en práctica.
Por este camino nos precede, como siempre, nuestra Madre, María Santísima: ella perdió su vida por Jesús, hasta la Cruz, y la recibió en plenitud, con toda la luz y la belleza de la Resurrección. Que María nos ayude a hacer cada vez más nuestra la lógica del Evangelio.
Después del ángelus, el Papa dijo:
Y recuerden bien: no tengan miedo de ir contracorriente, sean valientes y así como nosotros no queremos comer una comida que se ha descompuesto no llevemos con nosotros estos valores que están descompuestos y que arruinan la vida y quitan la esperanza. ¡Adelante!

domingo, 16 de junio de 2013

EVANGELIO DOMINGO 16 DE JUNIO DEL 2013










Un fariseo invitó a Jesús a comer en su casa. Entró, pues, Jesús a aquella casa y tomó asiento. Y una mujer de mala vida que había en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume, se colocó detrás, a los pies de Jesús, llorando, y con sus lágrimas empezó a bañarle los pies; se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y derramaba sobre ellos el perfume. Al ver esto el fariseo que lo había invitado, pensó: “Si este hombre fuera profeta, se daría cuenta de quién es la mujer que lo está tocando, y de lo que es: una mujer de mala vida”. Jesús entonces le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Dilo, maestro”, respondió él. Y le dijo Jesús: “Dos hombres debían dinero a su prestamista. El uno le debía dinero
por valor de quinientos jornales, y el otro por valor de cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos se mostrará más agradecido?” Simón contestó: “Supongo que aquél a quien más le perdonó. “Tienes toda la razón”, respondió Jesús. Luego, volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: “¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, tú no me ofreciste agua para lavarme los pies. Ella, en cambio, me los bañó con sus lágrimas y me los secó con sus cabellos. Tú no me saludaste con un beso, y ella, desde que llegué, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ofreciste ungüento para la cabeza, y ella derramó perfume en mis pies. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, pues se ha mostrado tan agradecida. En cambio, al que poco se le perdona, se muestra poco agradecido”.
Entonces le dijo a la mujer: Tus pecados están perdonados”. Los otros convidados
empezaron a decirse: “¿Quién será este hombre, que hasta perdona los pecados?” Y Jesús le dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz”. (Lucas 7, 36-50).

Esta pecadora arrepentida suele ser identificada con María Magdalena (de Magdala), a quien nombra el evangelista Lucas al iniciar el capítulo siguiente de su Evangelio como una de las seguidoras de Jesús que, con los doce apóstoles, lo acompañaban mientras Él recorría la región de Galilea (Lc 8, 1-3). Sin embargo, no hay en el Evangelio ninguna indicación de que ella sea la misma mujer mencionada sin nombre en el relato de la comida de Jesús con Simón el fariseo. Sea la misma o no, lo importante es lo que nos enseña Jesús mostrándonos cómo es la misericordia de Dios, y cómo debemos nosotros actuar si queremos ser sus auténticos seguidores. Meditemos, pues, en lo que constituye el mensaje central del Evangelio y las otras lecturas de este domingo [2 Samuel 12, 7-10.13; Salmo 32 (31); Gálatas 2, 16.19-21].


1. La misericordia de Dios es acogida por quien reconoce su necesidad de salvación
Lo primero que resalta en el relato del Evangelio es el contraste entre lo que piensa el fariseo y la actitud de Jesús. Para el fariseo, aquella mujer ya estaba rotulada como una prostituta, y como tal merecía ser despreciada. Así piensan siempre quienes se creen superiores a los demás, y por eso para ellos las personas a las que consideran pecadoras no tienen posibilidad de redención. En cambio, el mensaje que nos comunica Jesús es que para cualquier persona, por más bajo que haya caído, si se reconoce necesitada de salvación y está dispuesta a cambiar su comportamiento, puede empezar un nuevo porvenir.
Dios nos ama, no porque nosotros seamos “buenos”, sino porque quiere liberarnos del pecado, ofreciéndonos siempre su perdón y la fuerza del Espíritu Santo para que podamos vivir de acuerdo con Él, que es Amor. Esto es lo que nos indica en la segunda lectura el texto de la Carta de Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia, una comunidad que el mismo apóstol había formado en el Asia Menor durante uno de sus viajes misioneros (Ga 2, 16.19-21). Y esto mismo es lo que Jesús le enseña al fariseo al contarle la parábola de los deudores y el prestamista, refiriéndose al detalle de la gratitud. El fariseo pensaba que nada le debía a Dios, y por eso nada tenía que agradecerle. Pero la pecadora sí que tenía motivos para dar gracias.
2. El sacramento de la reconciliación, signo de la misericordia de Dios
Varios de los elementos constitutivos del sacramento de la reconciliación -examen de conciencia, contrición de corazón o arrepentimiento, propósito de la enmienda,
confesión, absolución, reparación- aparecen en las lecturas de hoy. En la primera, Dios le habla a David a través del profeta Natán, invitándolo a examinar su conciencia después del pecado que ha cometido al darle muerte al jefe de su ejército -“Urías el hitita”- para casarse con su mujer. Y David reconoce su pecado, se arrepiente y lo confiesa: he pecado contra el Señor. El salmo responsorial proclama dichoso quien es absuelto de sus culpas al reconocerlas y confesarlas.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo relaciona la obtención de perdón con la fe en la misericordia de Dios revelada por Jesús. Y en el Evangelio, la pecadora confiesa con su actitud que está dispuesta a cambiar de vida, y recibe de Jesús la absolución: Tus pecados están perdonados. Falta explicitar la reparación (popularmente llamada “penitencia”), que consiste en procurar una compensación, en lo posible, del mal que se le haya causado a alguien; éste es el sentido precisamente de la relación entre verdad y reconciliación: reconocer uno su culpa ante la persona a quien ha ofendido, es ya en sí la manifestación de una voluntad de reparación.

3. Ser seguidores de Jesucristo es estar siempre dispuestos a reconocernos
pecadores, y también a perdonar como Él nos perdona
No es fácil pedir perdón a quienes se ha ofendido, sobre todo si son seres humanos. Con frecuencia es más difícil que perdonar, porque reconocer la propia culpas ante los demás supone una actitud de humildad, la de quien precisamente se reconoce necesitado de salvación. Pero también perdonar suele ser muy difícil, sobre todo cuando los sentimientos de rencor enceguecen y empujan a deseos de venganza. Ambas caras de la moneda, pedir perdón y perdonar, las encontramos en la oración que Jesús nos enseñó para dirigirnos a Dios, nuestro Creador: en el Padre Nuestro pedimos perdón -y en la Eucaristía lo rezamos en comunidad, como también en comunidad hemos dicho al inicio de ella “Yo confieso ante Dios… y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho”; y luego, al decir “como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, manifestamos que nos comprometemos siempre a perdonar. Dispongámonos, pues, a realizar en nuestra vida lo que significa la oración que Jesús nos enseñó, para que nos identifiquemos cada vez más con los sentimientos del Corazón compasivo de nuestro Señor Jesucristo, cuya fiesta -la del Sagrado Corazón de Jesús-, celebró la Iglesia el viernes pasado. Y también lo que significa la oración a la madre de Dios, cuando en el Ave María le decimos “ruega por nosotros pecadores”.-

domingo, 2 de junio de 2013

COMO HACER UNA ESCUCHA ACTIVA


LOS ESPACIOS Y LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL

La escucha es una actitud que me permite entrar en comunicación con la otra persona poniendo toda mi atención en lo que ella dice y en lo que ella siente. La escucha activa es, fundamentalmente, esta actitud. Además, dispongo de habilidades de  comunicación que facilitan al otro la comprensión y la expresión de sí mismo.

APLICACIÓN DE LA HABILIDAD
COMO HACER UNA ESCUCHA ACTIVA
Saber que escuchar es importante, que es un acto de amor y que responde necesidad del otro. Liberarse desde el inicio de la obligación de responder
Acoger al otro con un silencio respetuoso que manifieste nuestra atención y nuestra  aceptación. Vivir esa actitud de tal manera que nuestro lenguaje corporal también lo manifieste. El lenguaje no-verbal de la aceptación, sincronización corporal, gestos con las manos, con la cabeza, miradas, etc.
Utilizar palabras y frases de apertura: llamar a la persona por su nombre decir «tengo tiempo», «te escucho», «quieres hablar», «veo que tienes un problema» Invitar al otro a hablar sin presionar.
Adaptarse al ritmo del otro y seguir acompañando su apertura con términos inofensivos: «Ah, si». «Sí». «Es así». «Es cierto».
Utilizar las habilidades específicas de la escucha activa.
Reflexionar con la persona buscando una solución.
Repetir lo que el otro acaba de expresar. REFORMULAR con sus propias palabras lo esencial del mensaje. Escuchar de boca de otro lo que acaba de decir, ayuda a la persona en dificultades a tomar distancia ante su problema y, al mismo tiempo, le da la seguridad de que está siendo escuchada.
Prestar atención a la vivencia emocional del otro en el momento de expresarse y REFLEJAR sus sentimientos, elegir adjetivos adecuados y hacer el espejo de sus emociones. Más allá del contenido del mensaje existe una tonalidad emocional que se transparente sobre todo en el tono de voz, en los gestos, en la actitud corporal. Un reflejo preciso tiene como efecto la disminución de la tensión emocional, y un cierto sosiego que ayuda al otro a comprenderse y a aceptar sus sentimientos.
El éxito de este proceso de Escucha Activa se comprueba al ver que la persona en dificultades clarifica su vivencia y comienza a encontrar,  dentro de sí, sus propias soluciones.
Pueden presentarse casos donde al otro no le resulte fácil orientar su problemática Es cuando buscando formar y educar, se puede reflexionar con él y acompañarlo en la búsqueda de una solución.
 ALGUNOS CRITERIOS PARA TENER EN CUENTA:
Aceptar al otro en un momento difícil es:
·         Respetar lo que vive emocionalmente.
·         Estimular en él una mejor comprensión de sí mismo, y una mayor autoestima
·         Comunicarle que él mismo puede encontrar soluciones a su problema favorecer su autonomía
·         Cuando se trata de un hijo, esta actitud mejora la relación y hace que él se sienta más dispuesto a aceptar al padre.
 Cuándo hacer una escucha activa

1. Cuando el otro da signos de no estar bien
2. Cuando la persona expresa que tiene un problema
3. Cuando envía mensajes ambiguos. Aquí conviene aprender a descifrar mensajes poco claros. Por ejemplo: « ¿qué piensas de las relaciones pre-matrimoniales?» o «¡Mañana estarás muy ocupado .

 LECTURA
ESCUCHAR Y COMPRENDER
«Suponga el lector que tiene problemas en la vista y que decide visitar a un oculista. Después de escuchar brevemente su queja, el oculista se saca las gafas y se las entrega. Póngase éstas le dice. Yo he usado este par de gafas durante diez años y realmente me han sido muy útiles. Tengo otro par en casa. Quédese usted con éste. El lector se las pone, con lo que el problema se agrava. Esto es horrible.’ - exclama usted -¡No veo nada! Por qué no le sirven? A mí me han dado un resultado excelente. Ponga algo más de empeño.  Lo pongo, pero lo veo todo borroso. Bueno, ¿qué pasa con usted? Piense positivamente. 
Positivamente no veo nada. Vaya ingratitud! -le increpa el oculista Después de todo. ¡Lo único que pretendía a ayudarle!
Qué posibilidad existe de que usted vuelva junto a ese oculista la próxima vez que necesite ayuda?  Creo que no muchas. No se puede confiar en alguien que no escucha antes de prescribir. Pero  en la comunicación. ¿con cuánta frecuencia dejamos de escuchar?


La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo



Domingo IX - El Cuerpo y la Sangre de Cristo - Ciclo C - (2 de junio 2013)
En aquel tiempo la gente iba en busca de Jesús, Él los acogió y comenzó a hablarles del reino de los cielos y a curar a los que lo necesitaban. Ya empezaba a caer la tarde cuando los Doce se le acercaron y le dijeron: “Despide a la multitud para que vayan a los pueblos y a los campos de los alrededores a pasar la noche y a buscar alimento, porque aquí estamos en un lugar despoblado”. Él les dijo: “Denles ustedes de comer”. Y ellos contestaron: pero no tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que fuéramos a comprar
comida para todo ese gentío”. Porque había como cinco mil hombres. Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos de unas cincuenta personas”. Así lo hicieron y se sentaron todos. Jesús tomó los panes y los dos pescados, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y empezó a dárselos a los discípulos, para que ellos los repartieran a la multitud. Y todos comieron y quedaron
satisfechos. Después recogieron lo que sobró: doce canastos llenos (Lucas 9, 11b-17). 

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y contrarrestar así el error de quienes, en aquella época -como también ocurre hoy-, la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor con sus discípulos. Esta fiesta constituye para nosotros una oportunidad de reflexionar sobre el sentido de nuestra fe en la Eucaristía.


EL PAPA FRANCISCO EN SU HOMILÍA NOS EXPLICA SOBRE ESTE EVANGELIO :

En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Denles ustedes de comer” (Lc 9,13). Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.

1.- Ante todo: ¿quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos al inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio a ella elige a los Doce Apóstoles para permanecer con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con gozo, bendice al Señor.

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.

2.- Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida (cfr. Lc 9, 12).

Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”. Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros los que demos de comer a una multitud? “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”.

Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos hacer sentar a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida. Y todos se saciaron, escribe el Evangelista.

Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que Él nos dona su cuerpo una vez más, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su Palabra, en el nutrirse de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar del ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él.

Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?

3.- Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta se encuentra en la invitación de Jesús a los discípulos “Denles ustedes”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente.

Y son justamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen sentar a la muchedumbre y distribuyen - confiándose en la palabra de Jesús - los panes y los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia pero también en la sociedad existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano!

Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba jamás, una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la muerte.

También esta tarde Jesús se dona a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, aquel del servicio, del compartir, del donarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la potencia del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.

Esta tarde entonces preguntémonos, adorando a Cristo presente realmente en la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor que se dona a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de donar, de compartir, de amarlo a Él y a los demás?

Seguimiento, comunión, compartir. Oremos para que la participación a la Eucaristía nos provoque siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda. Amen.