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martes, 27 de noviembre de 2012

NO HACERSE DAÑO A UNO MISMO-Partícipes de la naturaleza divina



Partícipes de la naturaleza divina
 
Todavía se aproxima más a lo que la psicología transpersonal llama consciencia, la afirmación de la segunda Carta de Pedro, en la que tropiezan muchos exegetas y a la que consideran no cristiana y exclusivamente helenista. Pero no es sino el intento de llevar el mensaje cristiano a círculos imbuidos por la filosofía griega y la cultura helenista. «Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y potencia, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión. Y también nos ha otorgado valiosas y sublimes promesas, para que, evitando la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo, os hagáis partícipes de la naturaleza divina. Por eso mismo, poned todo vuestro empeño en unir a vuestra fe una vida honrada; a la vida honrada, el conocimiento; al conocimiento, el dominio de sí mismo; al dominio de sí mismo, la paciencia; a la paciencia, la religiosidad sincera; a la religiosidad sincera, el aprecio fraterno; y al aprecio fraterno, el amor. Pues si poseéis en abundancia todas estas cosas, no quedaréis inactivos ni estériles en orden al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» (2 Pe 1, 3-8). La salvación por Jesucristo se describe aquí con el lenguaje del culto de los misterios y de la gnosis como un regalo de Dios, que en Jesucristo nos hace partícipes de la naturaleza divina. La idea del parentesco divino del hombre era familiar para los griegos. 

Aquí nos dice el autor de la segunda Carta de Pedro que justamente por el don de Cristo participamos del modo de ser y de la naturaleza de Dios (cf. Grundmann, 7U). Los padres griegos insisten una y otra vez que por la encarnación de Cristo hemos sido deificados. La deificación del hombre por Cristo nos hace bien. Nos da vida verdadera (zoe) y piedad (eusebeia), el lugar correcto ante Dios y ante el mundo, el respeto ante el misterio de Dios que atraviesa toda la creación. Junto con la naturaleza divina se nos dio también parte en la gloria y fuerza de Jesucristo. Y esta fuerza nos libra de la corrupción que la concupiscencia ha traído al mundo. Muchos interpretan este texto desde una perspectiva moral.
 El encuentro con la psicología transpersonal me ha enseñado a entender estas afirmaciones como camino hacia la libertad. El que vive conscientemente, el que está en contacto con su patria interior, con ese sitio donde Dios habita en él, el que vive sabiendo que tiene una naturaleza divina, ese se ve libre de la corrupción (phthora), de la ausencia de horizontes, de la falta de éxito, del vacío y del sinsentido, de la falsificación y de la profanación de la vida verdadera. Ese ya no será movido por la concupiscencia, no tendrá por qué tener todo lo que ve. No tendrá por qué conseguir, todo lo que se puede conseguir. Puede embarcarse en la vida que Dios le da. No tiene por qué estar siempre pendiente de lo que tienen los demás. Vive consciente de su naturaleza divina. Así vive de verdad. Y al vivir totalmente presente, plenamente en el ahora, con «los ojos bien abiertos», vive a fondo y no necesita nada más. La libertad frente al poder de las propias pasiones no es el resultado de una dura ascesis, sino de una nueva experiencia de la vida divina. Así lo ve también la psicología transpersonal: «Los hábitos perjudiciales y las necesidades aparentemente irrenunciables palidecen poco a poco, cuando se ve que las experiencias transpersonales proporcionan una mayor satisfacción» (Fadiman, 194). 

El maestro Eckhart confirma las afirmaciones de la segunda Carta de Pedro sobre la libertad frente a las pasiones: «El alma no descansa hasta que rompe con todo lo que no es Dios y llega a la libertad divina. Es libre quien de nada depende y al que nada le prende. Es totalmente libre el alma que se eleva por encima de todo lo que no es Dios, mientras que con su concupiscencia no se agarra ni a las criaturas ni a sí misma» (Eckhart, 158).
Hablar de la naturaleza divina, de la que somos partícipes por Cristo, no es una defección del mensaje cristiano de la salvación ni, como piensa Käsemann, una «recaída del cristianismo en el dualismo helenista» (Grundmann, 77), sino un camino para traducir el mensaje cristiano al lenguaje místico del culto de los misterios y de la gnosis.
La segunda Carta de Pedro es el escrito más tardío del Nuevo Testamento, que se escribió probablemente entre los años 120-125. Aventura un prudente equilibrio entre un paso hacia la helenización del mensaje cristiano y una fuerte protesta en nombre de la escatología apocalíptica contra una excesiva helenización, que diluiría la sustancia cristiana» (Vötgle, 128).
Su teología de la deificación del hombre fue asumida sobre todo por los padres griegos, empezando por Clemente de Alejandría y pasando por Orígenes hasta Atanasio. La auténtica salvación y liberación del hombre está para los padres griegos en la participación en la naturaleza divina y en la fuerza divina de Cristo. En ella se nos libra del carácter efímero y perecedero de nuestra naturaleza mortal. En ella participamos en la verdadera vida que no puede ser destruida ni siquiera por la muerte. En ella somos liberados del miedo a la muerte, que corroe y corrompe (phthora) la vida humana.

sábado, 24 de noviembre de 2012

DOMINGO 25 DE NOVIEMBRE-SOLEMNIDAD DE CRISTO REY




EVANGELIO
Jn 18, 33b-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Pilato llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Palabra del Señor.


La fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, instituida en 1925 por el Papa Pío XI y que se celebra el último domingo del tiempo ordinario del año litúrgico, proclama la soberanía de Jesús sobre todos los poderes de la tierra. Veamos qué significa esta celebración para nuestra vida, a la luz del Evangelio -que corresponde al relato de la Pasión de Jesús según San Juan- y de las demás lecturas bíblicas de hoy [Daniel 7, 13-14; Sal. (93) 92, 1-5; Apocalipsis 1, 5-8].
1. "¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?"
Muchas veces hemos rezado el himno del “Gloria”, en el que llamamos a Jesús “Señor Dios, Rey celestial…” y el Credo en el que proclamamos que “su Reino no tendrá fin”. Es más, siempre que lo llamamos Señor estamos diciendo que es Rey, porque ese es el significado del término griego Kyrios (Señor), con el cual los primeros discípulos comenzaron a referirse y dirigirse a Él después de su resurrección. Lo mismo sucede cuando lo llamamos Cristo; este título proviene también del griego y corresponde al término Mesías, procedente del hebreo, que significa “Ungido” y era aplicado desde el Antiguo Testamento a quien era consagrado por Dios para ser rey.
Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan que poco antes de comparecer ante Pilato, en el juicio que le había montado a Jesús el sanedrín judío, cuando el sumo sacerdote le preguntó si era el Mesías, el Hijo de Dios (otro título que en la tradición hebrea se aplicaba únicamente al Rey), Él había respondido: “Tú lo has dicho, y (…) verán ustedes al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo” (Mateo 26, 64 y paralelos en Marcos y Lucas). Este otro apelativo con el que Jesús se llamaba frecuentemente a sí mismo, evoca la profecía de Daniel que nos trae hoy la primera lectura y que también se relaciona con la soberanía del Mesías prometido: “Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, su reino no será destruido jamás”.
Ahora bien, cuando nosotros empleamos los títulos bíblicos que se refieren a la soberanía de Jesús, ¿somos realmente conscientes de lo que decimos? ¿Estamos de veras convencidos del señorío de Jesús sobre el universo, y más concretamente sobre nuestra propia vida?. Si nuestra respuesta es que sí lo estamos, toda nuestra existencia debe ser una entrega completa y constante al cumplimiento de su voluntad.
2. "Mi Reino no es de este mundo…"
Jesús había proclamado con hechos y palabras que el Reino de Dios estaba cerca. Cuando Él hablaba de “Dios” se refería a quien llamaba “mi Padre”, el mismo a quien había enseñado a sus discípulos a invocar como “Padre nuestro”, diciéndole “venga a nosotros tu reino” y “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Ahora, dirigiéndose al representante del emperador romano en Judea, Jesús le dice “Mi Reino no es de este mundo”, manifestando así que participa plenamente de la soberanía universal de Dios Padre, la cual difiere de los imperios terrenales. En el lenguaje del evangelista Juan, el mundo significa específicamente todo cuanto se opone al proyecto salvador de Dios. Por eso la frase mi Reino no es de este mundo, en lugar de ser entendida como si se tratara de un reinado etéreo sin nada que ver con las realidades concretas de la historia humana, tiene que ser comprendida en su auténtico sentido.
Jesús había predicado que el Reino de Dios o de los Cielos les pertenece a quienes tienen hambre y sed de justicia y se esfuerzan por construir la paz, es decir, a quienes se esfuerzan por contribuir a que podamos todos convivir sin que nadie pretenda dominar, oprimir o explotar a los demás, como suelen hacerlo los poderosos de este mundo. Él había procurando evitar que se confundiera su soberanía con los poderes del mundo, no dejándose proclamar Rey después de la multiplicación de los panes (Juan 6, 15), y les dijo claramente a sus discípulos que Él, siendo el Maestro y el Señor, no había venido a ser servido, sino a servir. En otras palabras, el Reino de Cristo no es un poder dominador y opresor, sino la soberanía del Amor en su significado más completo.
3. "Para esto he nacido y venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”
Es significativo que la respuesta de Jesús a Pilato termine con una frase que se refiere a “la verdad”. Esto concuerda con lo que dice el libro del Apocalipsis en la segunda lectura, al llamar a Jesucristo “el Testigo fiel”: aquél que da un testimonio veraz, transparente, del proyecto creador y salvador de Dios sobre la humanidad. Además, Jesús le estaba diciendo a Pilato que la pretendida soberanía universal del emperador romano, que exigía ser adorado como un dios, era una mentira soberana.
También nosotros podemos aplicar esta afirmación de Jesús a nuestra realidad actual. En el prefacio de la Misa de este domingo proclamamos el señorío universal de Jesucristo como “reino de la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz”. Dispongámonos todos por tanto a poner en práctica nuestro reconocimiento de su soberanía, para que sea Él quien reine verdaderamente en nuestra vida

domingo, 18 de noviembre de 2012

LA VENIDA GLORIOSA DEL SEÑOR



EVANGELIO
Mc 13, 24-32
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Jesús dijo a sus discípulos: "En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre".
Palabra del Señor.

 En este pasaje del Evangelio, situado en el contexto de las exhortaciones finales a sus discípulos, Jesús emplea un género literario llamado apocalíptico, y con la ayuda de una parábola tomada de la experiencia agrícola nos invita a descubrir en los acontecimientos la acción salvadora de Dios, mostrándonos que este mundo es transitorio y por eso debemos estar preparados para cuando nos llegue el momento de pasar a lo que llamamos “la vida eterna”. Reflexionemos sobre lo que el Señor nos enseña en este pasaje, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo: Daniel 12, 1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10, 11-14.18.
1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad”
En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura de hoy, el libro del Daniel, escrito en su redacción final hacia el año 165 a. de C., narra una visión simbólica también propia del género apocalíptico y que contiene una profecía referente al Mesías prometido: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Esta parece ser la razón por la que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo “el Hijo del hombre”.
En este mismo contexto, primera lectura de hoy (Daniel 12, 1-3) nos presenta una visión simbólica de lo que será el fin del mundo y el juicio final, en la que aparece el arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa “Quién como Dios”, y se hace referencia el triunfo definitivo del bien sobre el mal. Este acontecimiento es anunciado en el pasaje evangélico de hoy, en el que Jesús, hablándoles a sus discípulos en el Monte de Los Olivos, desde donde se podía ver el Templo de Jerusalén, pocos días antes de su pasión y muerte en la cruz, les anuncia a sus discípulos lo que será “el fin del mundo”.
El mismo pasaje del libro de Daniel en la primera lectura dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán, los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio, a su vez, Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro
vientos, de horizonte a horizonte. Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento de nuestro encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena.
2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta”
Los primeros discípulos de Jesús y quienes empezaron a formar junto con ellos la Iglesia primitiva, pensaban que estaba muy próximo eso que nosotros llamamos “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo. Sin embargo, la creencia inicial en que aquello sucedería en medio de un cataclismo cósmico inminente fue cambiando hacia una fe madura, unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios.
La oración que en la Misa sucede al Padre Nuestro, en la que le pedimos a Dios que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”, termina con esta frase: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. Así expresamos la esperanza en que la vida triunfará sobre la muerte, y un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido de lo que dice la segunda lectura de este domingo, al afirmar que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal.
3. “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”
Esta frase de Jesús en el Evangelio debe ser para nosotros un motivo de esperanza gozosa en medio de la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo material, que es pasajero, y poner toda nuestra confianza en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable, más allá de nuestra existencia terrenal, si nos atenemos a sus enseñanzas.
Toda persona que cree de veras en Jesucristo, mira hacia el futuro no con miedo ni con pesimismo, sino con la confianza propia de quienes sabemos, desde la fe, que Dios Padre, gracias a la redención obrada por su Hijo Jesús, está siempre dispuesto a darnos a todos la energía del Espíritu Santo para participar de su vida resucitada, desde ahora sacramentalmente, y en forma plena y definitiva cuando pasemos a la vida eterna.

martes, 13 de noviembre de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO:VIVIR CON PIEDAD



Es interesante que para la psicología transpersonal el tercer concepto, «piedad», pertenezca también a la vida libre y consciente. Después que Bugental habló del arte de vivir conscientemente, de ser libres desde el conocimiento de nuestra patria interior frente al impulso de tener que buscar en lo de fuera consuelo y plenitud, escribe: «Hay una palabra que a mi juicio apunta a nuestra subjetividad indescriptible -  al potencial imposible de imaginar que hay en cada uno de nosotros, a nuestro anhelo de más verdad y vivacidad, a nuestro profundo sentimiento por la tragedia del hecho de ser hombres, a la dignidad permanentemente atacada y sin embargo no destruida de nuestro ser, a la sensación maravillosa en que vivimos sin cesar si somos conscientes de verdad, y a nuestra voluntad de anunciar esa maravilla, la esencia del ser hombre- y esa palabra es Dios. Nuestra idea de Dios corresponde a nuestra más honda intuición de eso que, en definitiva, está en nuestra propia profundidad» (218).

La relación con Dios nos pone en contacto con la fuente interior que hay en nosotros, de la que siempre podemos sacar agua porque nunca se agota. Ella nos regala eso que el evangelio de Juan llama «vida eterna», vida auténtica, plenitud de vida.
«Si tenemos en Dios nuestro fundamento, si vivimos piadosamente», es decir, con devoción, entonces percibimos la inmensa tragedia del hombre, que consiste justamente en que pasa por la vida al margen de sí mismo, en que corre tras ilusiones, en que se hiere a sí mismo porque no se hace justicia a sí mismo. Y la relación con Dios nos da el sentido de la maravilla en la que vivimos. Vivimos en y de Dios. Esta es nuestra dignidad más profunda. Esto nos libera del poder del mundo. Esto nos permite reconocer el misterio de nuestra humanidad. La palabra griega eusebes, piadoso, viene de sebomai, esto es, retroceder, mostrar temor respetuoso ante las órdenes de Dios, adorar a Dios. 
Por eusebes Platón entiende la actitud respetuosa ante los dioses y las órdenes dadas por ellos (Foerster, 176). En esta palabra se refleja el sentimiento auténticamente griego de reverencia ante la majestad y grandeza de Dios y ante el mundo puro de lo divino.
 
Mientras Pablo evita la palabra eusebeia, en las Cartas pastorales define la recta conducta del hombre ante Dios como un estilo de vida que en todo se refiere a Dios. La piedad se puede ejercitar como una virtud. Es el arte de una vida sana, que respeta el orden de Dios, que vive conforme a su ser por respeto a Dios, el Creador. En esta actitud de piedad (eusebeia) se percibe algo de eso que la psicología transpersonal llama consciencia, el conocimiento de Dios como la verdadera realidad, la vida desde la patria interior, desde el fundamento del alma, como llama Tauler a esta patria interior, desde el fundamento originario de nuestra alma. Así concibe en definitiva el camino místico la Carta a Tito. Y el camino místico siempre es también un camino que conduce hacia la libertad frente a las ilusiones y frente a los modelos deconducta que nos hieren a nosotros mismos.

domingo, 11 de noviembre de 2012

DAR TODO LO QUE TENEMOS





EVANGELIO

Mc 12, 38-44

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

Jesús enseñaba a la multitud: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Éstos serán juzgados con más severidad". Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".

La escena que nos muestra hoy el Evangelio sucede en un lugar situado junto a las puertas del Templo de Jerusalén, donde se congregaba la gente para escuchar a Jesús en los días previos a la fiesta de la Pascua después de haber llegado Él a la ciudad con sus discípulos poco antes de su pasión. Meditemos en las enseñanzas que nos trae este relato, teniendo en cuenta también las otras lecturas de este domingo: [I Reyes 17, 10-16, Salmo 146 (145), Hebreos 9, 24-28].
 

1. La soberbia de quienes se creen mejores va unida siempre a la hipocresía
Jesús les echaba en cara su soberbia e hipocresía a los doctores de la Ley pertenecientes al grupo de los “fariseos”, un término que significa originariamente “separados” o “segregados” y que ellos se aplicaban a sí mismos para indicar que eran distintos de los demás por ser cumplidores de la Ley de Dios, e incontaminados porque no se juntaban con los pecadores. Su actitud arrogante que los llevaba a aprovecharse de sus conocimientos y de su poder para oprimir y explotar a los demás, iba siempre acompañada de un comportamiento hipócrita que ocultaba sus intenciones torcidas.
Este tipo de comportamiento sigue existiendo hoy en quienes se creen superiores a los demás (y eso es lo que significa propiamente la soberbia, en latín superbia, y en términos del lenguaje popular actual la “sobradez”), y se la pasan engañando con el vestido de las apariencias. Por eso también el Evangelio nos invita a todos, cualquiera que sea nuestra posición en la sociedad, a revisar nuestras actitudes y comportamientos y a rechazar tanto en nosotros como en los demás la soberbia y la hipocresía.

2. La ostentación del poder y las riquezas es un insulto a los pobres
Esta reflexión, implícita en el relato del Evangelio, corresponde a una realidad que también es de ayer y de hoy. Pero con una diferencia: actualmente el insulto de la opulencia a los desposeídos tiene repercusiones mucho mayores, de una parte porque con frecuencia un cierto uso de los medios de comunicación ha hecho de éstos cajas de
resonancia del culto al lujo y a las apariencias, y de otra porque el sistema económico imperante en el mundo ha venido ensanchando cada vez más la brecha entre unos pocos que se hacen cada vez más ricos y poderosos y ostentan descaradamente su pretendida omnipotencia, y otros muchos que se sumen cada vez más en la miseria y constituyen la masa creciente de los marginados y excluidos.
A lo anterior se agrega, especialmente en países como el nuestro, la prepotencia de quienes creen que por tener mayor poder valen más que los demás y se dan el lujo de explotar a quienes someten a su servicio. En este sentido, con no poca frecuencia tanto los jefes políticos como los religiosos se aprovechan de los pobres para su propio beneficio personal, para satisfacer sus intereses egoístas.

3. Vale mucho más darnos a nosotros mismos que dar de lo que nos sobra
Esta es la que podríamos considerar la “moraleja” final del relato evangélico de este domingo. La verdad que ella encierra también es aplicable a todos los tiempos. La ofrenda hecha por aquella pobre viuda que a duras penas sobrevive en medio de una pobreza extrema, es una lección que Jesús quiere hacer notar a quienes creen que están haciendo el bien al dar ostentosamente y con mucha publicidad de lo que les sobra, y por ello esperan ser reconocidos como grandes benefactores.
La enseñanza que Jesús nos da a partir del ejemplo de la viuda, y que como nos cuenta la primera lectura tiene su antecedente en la actitud generosa de aquella otra mujer, también viuda, que compartió con el profeta Elías lo muy poco o casi nada que tenía, constituye una invitación a todos nosotros, cualquiera que sea nuestra condición económica o posición en la sociedad, a estar dispuestos siempre a compartir no sólo dando de lo que nos sobra -si tenemos mucho-, sino entregándonos a nosotros mismos, sea cual sea nuestra condición económica, con un compromiso real para contribuir a la construcción de una sociedad en la que todos nos reconozcamos efectivamente como iguales en dignidad y en derechos, porque somos hijos e hijas de un mismo Creador, el mismo que quiere, con nuestra colaboración, hacer justicia a los oprimidos, como dice la primera estrofa del Salmo 146.
Jesús mismo es en definitiva nuestro modelo en ese ofrecimiento total de si mismo en sacrificio por toda la humanidad, tal como nos lo presenta hoy el texto de la segunda lectura. Que Dios nuestro Creador y Padre, por la mediación redentora de su Hijo Jesucristo, renueve en cada uno de nosotros la acción de su Espíritu Santo, que es la única que nos puede mover a la verdadera humildad y a la disposición del corazón para ofrecernos y darnos a nosotros mismos, comprometiéndonos sinceramente en la construcción de una sociedad en la que todos nos reconozcamos como hijos e hijas de Dios y obremos en consecuencia con este reconocimiento.-

martes, 6 de noviembre de 2012

¿QUIÉN ERA EPICTETO?- NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO


Biografía

Epícteto nació en el año 55 en Hierápolis de Frigia (actualmente Pamukkale, en el sudoeste de Turquía), a unos 6 km. al norte de Laodicea. Aún en su infancia llegó a Roma como esclavo del liberto Epafrodito, que a su vez había servido como esclavo del emperador Nerón; a instancias de Epafrodito, estudió con el filósofo estoico Musonio Rufo.

La fecha de la manumisión de Epícteto es incierta; se sabe que alrededor del año 93 fue exiliado, junto con los restantes filósofos residentes en Roma, por el emperador Domiciano. Se trasladó a Nicópolis, en el noroeste griego, donde abrió su propia escuela, adonde concurrieron numerosos patricios romanos. Entre ellos se contaba Flavio Arriano, que llegaría a ser un respetado historiador bajo Adriano y conservaría el texto de las enseñanzas de su maestro. La fama de Epícteto fue grande, mereciendo —según Orígenes— más respeto en vida del que había gozado Platón.

Epícteto fundó su escuela en Nicópolis, a la que se dedicó plenamente, pues él, a imitación de Sócrates, uno de sus modelos, no escribió nada. Las enseñanzas de Epícteto tenían su base en las obras de los antiguos estoicos; se sabe que se aplicó a las tres ramas de la filosofía en la tradición de la Stoa, lógica, física y ética. Sin embargo, los textos que se conservan tratan casi exclusivamente de ética. Según ellos, el papel del filósofo y maestro estoico consistiría en vivir y predicar la vida contemplativa, centrada en la noción de eudaimonía ('felicidad'). La eudaimonía, según la doctrina estoica, sería un producto de la virtud, definida mediante la vida acorde a la razón. Además del autoconocimiento, la virtud de la razón estoica consiste en la ataraxia ('imperturbabilidad'), apatía ('desapasionamiento') y las eupatías ('buenos sentimientos'). El conocimiento de la propia naturaleza permitiría discernir aquello que el cuerpo y la vida en común exigen del individuo; la virtud consiste en no guiarse por las apariencias de las cosas, sino en guiarse para todo acto por la motivación de actuar racional y benevolentemente, y, sobre todo, aceptando el destino individual tal como ha sido predeterminado por Dios.

Entre lo poco que se conoce de la física de Epícteto está su noción de la naturaleza de la inteligencia, a la que consideraba —de manera materialista— una penetración del cuerpo intangible de dios en la materia. Todos los seres participarían de la naturaleza divina, en cuanto ésta es la que impone las formas esenciales al caos de la materia; la racionalidad del hombre le permitiría una forma más alta, autoconsciente de participación. Uno de los puntos en los que Epicteto hace más hincapié es en la idea de que el estudio de la filosofía no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para aprender a vivir conforme a la naturaleza. Epicteto confía en que sus discípulos aprendan por encima de todo, a comportarse de acuerdo a los principios que estudian, es decir, distinguiendo lo que depende del albedrío de lo que no depende de él, y actuando en consecuencia, preocupándose por lo primero y despreciando lo segundo.
Filosofía

Epícteto, más que un filósofo, fue un moralista, volcado más a la práctica que a la teoría y pensaba, por ejemplo, que donde el hombre debía probar su valía era en la vida cotidiana, en el contraste con la realidad. Él trató de ofrecer a sus discípulos un camino adecuado para alcanzar la felicidad personal. Solamente si hacemos lo correcto se puede alcanzar una vida plena y feliz. Pero, ¿Cómo sabemos qué es lo correcto?. Tenemos que aprender a distinguir qué es lo que podemos cambiar, y de esta forma saber en qué se puede mejorar. Pero hay muchas cosas que no podemos cambiar, entonces, no nos queda más que aceptarlas. Aprendiendo a aceptarlas seremos felices, pero también debemos hacer un buen uso de las «representaciones» o las ideas y así distinguir lo que es útil de lo que no lo es.

Los seres vivos venimos al mundo con capacidad de formarnos representaciones o ideas sobre la realidad que nos rodea. Estas representaciones pueden provocar en nosotros el deseo o el rechazo, el impulso o la repulsión, la negación o la suspensión del juicio. De este modo, el objetivo de la filosofía consiste en enseñar a los hombres a hacer un uso correcto de las representaciones. El bien y el mal afectan a la parte más importante, mejor y más noble del ser humano: el albedrío, que es la capacidad de elección que tiene cada ser humano. Para realizar buenas elecciones, Epícteto decía que había que aprender a distinguir entre los bienes verdaderos (tener deseos, sentir impulsos y aceptar o negar racionalmente de acuerdo con el bien del albedrío) y los bienes aparentes (salud, riquezas, posición social, etc.).

Epícteto propuso dos modelos: Sócrates y Diógenes. Para él, estos dos personajes representan el modelo del sabio estoico, conocedor de la verdad, imperturbable, siempre acertado en sus juicios y sus comportamientos, modelos que Epícteto se consideró incapaz de alcanzar y que difícilmente alcanzarían sus discípulos

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO: VIVIR CON JUSTICIA


Justicia
Si creemos que «vivir con justicia» en el sentido de Epicteto es no herirse a sí mismo, no hacerse daño a sí mismo, no vivir contra el propio orden interno, entonces vemos una conformación de todo eso en la psicología transpersonal. Para Bugental lo que realmente importa es que vivamos en sintonía con nuestra naturaleza humana y con la realidad.
Esto nos da libertad interior ante muchas cosas que preocupan y hacen sufrir a mucha gente. El que vive contra su naturaleza, se hiere a sí mismo, es víctima de sí mismo. «Todos nuestros esfuerzos serán baldíos, mientras no aceptemos nuestra naturaleza y no reconozcamos que somos detentores y no víctimas de nuestro destino» (218).
Muchos quieren mejorar su situación exterior adquiriendo cada vez más cosas lujosas, ganando cada vez más, para poder permitirse cada vez más. Pero si siguen actuando al margen de su naturaleza, «actúan incontestablemente contra sí mismos» (218), se están hiriendo al obrar de ese modo. El ajetreo con el que mucha gente va hoy por la vida, para participar en el juego de roles de la sociedad, lleva a menudo al vacío. ¿Pues de qué nos vale que seamos reconocidos por la sociedad, si vivimos al margen de lo que somos?
Aquí la psicología transpersonal nos confirma lo que ya dijo Jesús: «¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo si pierde su vida?» (Mc 8, 36). La Vulgata lo traduce:«si perjudica a su alma». El que dejando al lado su ser busca su felicidad en lo de fuera, ése se perjudica, se hiere a sí mismo. Pero no se trata solamente de acumular posesiones. Hay mucha gente que pone un enorme esfuerzo con tal de conseguir de los demás un poco de aceptación. Hacen lo que creen que les piden los demás. Se sacrifican por ellos, sólo para obtener unas palabras de reconocimiento. Creen que eso es bueno para ellos. Pero lo que hacen es herirse a sí mismos porque persiguen algo que no corresponde a su propia dignidad.Los primeros cristianos comprobaron que en su mundo todo valía con tal de conseguir una gloria externa. Y desenmascararon todo esto como pura apariencia, porque habían tocado otra realidad. La recomendación de vivir con circunspección, justicia y religiosidad en este mundo, no es por tanto una exigencia ascética de renunciar a todo y de limitarse simplemente a vivir. Responde más bien a la experiencia de su verdadera realidad, de su dignidad divina. Y la experiencia de esta realidad divina los libera de la presión de participar en la vacua actividad de la antigua sociedad. Pero para mucha gente de hoy lo que hacen esas palabras de la Biblia es negar la vida. Nada más lejos de la realidad, porque lo que hacen es confirmarla. Lo que quieren es ayudarnos a que vivamos de acuerdo con lo que somos, que vivamos con circunspección, con justicia, con corrección, en consonancia con nuestro auténtico ser.
En mi trabajo de acompañamiento sufro cuando veo que algunos religiosos y religiosas han hecho a lo largo de su vida un enorme esfuerzo por cumplir todos sus deberes religiosos, sin que jamás hayan llegado por este camino a establecer contacto con su verdad interior. En su actividad religiosa han alimentado también la ilusión de que tenían que hacerse notar ante Dios. Y con demasiada frecuencia su actividad era también el camino que utilizaban para ser valorados y reconocidos por la gente, por sus superiores, por sus hermanos o hermanas. Un camino así no conduce a la amplitud ni a la libertad, sino a la decepción y a la amargura. Algunos se dan cuenta a los sesenta años de que se les ha estafado en su vida, de que ellos mismos se han estafado. No han vivido «con circunspección y justicia», sino que lo único que han intentado es satisfacer a los demás y responder a las expectativas de los otros, hacer justicia a los mandamientos en lugar de ser justos consigo mismos. Y claro, con eso se han hecho una profunda herida.