EVANGELIO
Jn 18, 33b-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Juan.
Pilato llamó a Jesús y le preguntó:
"¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices
esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó:
"¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han
puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi
realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a
mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero
mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres
rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido
y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad,
escucha mi voz".
Palabra del Señor.
La fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo,
instituida en 1925 por el Papa Pío XI y que se celebra el último domingo del
tiempo ordinario del año litúrgico, proclama la soberanía de Jesús sobre todos
los poderes de la tierra. Veamos qué significa esta celebración para nuestra
vida, a la luz del Evangelio -que corresponde al relato de la Pasión de Jesús
según San Juan- y de las demás lecturas bíblicas de hoy [Daniel 7, 13-14; Sal.
(93) 92, 1-5; Apocalipsis 1, 5-8].
1. "¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho
otros de mí?"
Muchas veces hemos rezado el himno del “Gloria”, en el
que llamamos a Jesús “Señor Dios, Rey celestial…” y el Credo en el que
proclamamos que “su Reino no tendrá fin”. Es más, siempre que lo
llamamos Señor estamos diciendo que es Rey, porque ese es el significado
del término griego Kyrios (Señor), con el cual los primeros
discípulos comenzaron a referirse y dirigirse a Él después de su resurrección.
Lo mismo sucede cuando lo llamamos Cristo; este título proviene también
del griego y corresponde al término Mesías, procedente del hebreo, que
significa “Ungido” y era aplicado desde el Antiguo Testamento a quien era
consagrado por Dios para ser rey.
Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan que
poco antes de comparecer ante Pilato, en el juicio que le había montado a Jesús
el sanedrín judío, cuando el sumo sacerdote le preguntó si era el Mesías,
el Hijo de Dios (otro título que en la tradición hebrea se aplicaba únicamente
al Rey), Él había respondido: “Tú lo has dicho, y (…) verán ustedes al Hijo
del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes
del cielo” (Mateo 26, 64 y paralelos en Marcos y Lucas). Este otro apelativo
con el que Jesús se llamaba frecuentemente a sí mismo, evoca la profecía de
Daniel que nos trae hoy la primera lectura y que también se relaciona con la
soberanía del Mesías prometido: “Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su
presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones
y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, su
reino no será destruido jamás”.
Ahora bien, cuando nosotros empleamos los títulos
bíblicos que se refieren a la soberanía de Jesús, ¿somos realmente conscientes
de lo que decimos? ¿Estamos de veras convencidos del señorío de Jesús sobre el
universo, y más concretamente sobre nuestra propia vida?. Si nuestra respuesta
es que sí lo estamos, toda nuestra existencia debe ser una entrega completa y
constante al cumplimiento de su voluntad.
2. "Mi Reino no es de este mundo…"
Jesús había proclamado con hechos y palabras que el Reino
de Dios estaba cerca. Cuando Él hablaba de “Dios” se refería a quien
llamaba “mi Padre”, el mismo a quien había enseñado a sus discípulos a invocar
como “Padre nuestro”, diciéndole “venga a nosotros tu reino” y “hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Ahora, dirigiéndose al representante del emperador romano
en Judea, Jesús le dice “Mi Reino no es de este mundo”, manifestando así
que participa plenamente de la soberanía universal de Dios Padre, la cual
difiere de los imperios terrenales. En el lenguaje del evangelista Juan, el mundo
significa específicamente todo cuanto se opone al proyecto salvador de
Dios. Por eso la frase mi Reino no es de este mundo, en lugar de ser
entendida como si se tratara de un reinado etéreo sin nada que ver con las
realidades concretas de la historia humana, tiene que ser comprendida en su
auténtico sentido.
Jesús había predicado que el Reino de Dios o de los
Cielos les pertenece a quienes tienen hambre y sed de justicia y se esfuerzan
por construir la paz, es decir, a quienes se esfuerzan por contribuir a que
podamos todos convivir sin que nadie pretenda dominar, oprimir o explotar a los
demás, como suelen hacerlo los poderosos de este mundo. Él había procurando
evitar que se confundiera su soberanía con los poderes del mundo, no dejándose
proclamar Rey después de la multiplicación de los panes (Juan 6, 15), y les
dijo claramente a sus discípulos que Él, siendo el Maestro y el Señor, no había
venido a ser servido, sino a servir. En otras palabras, el Reino de Cristo no
es un poder dominador y opresor, sino la soberanía del Amor en su significado
más completo.
3. "Para esto he nacido y venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad”
Es significativo que la respuesta de Jesús a Pilato
termine con una frase que se refiere a “la verdad”. Esto concuerda con
lo que dice el libro del Apocalipsis en la segunda lectura, al llamar a
Jesucristo “el Testigo fiel”: aquél que da un testimonio veraz,
transparente, del proyecto creador y salvador de Dios sobre la humanidad.
Además, Jesús le estaba diciendo a Pilato que la pretendida soberanía universal
del emperador romano, que exigía ser adorado como un dios, era una mentira
soberana.
También nosotros podemos aplicar esta afirmación de Jesús a nuestra
realidad actual. En el prefacio de la Misa de este domingo proclamamos el
señorío universal de Jesucristo como “reino de la verdad y la vida, la santidad
y la gracia, la justicia, el amor y la paz”. Dispongámonos todos por tanto a
poner en práctica nuestro reconocimiento de su soberanía, para que sea Él quien
reine verdaderamente en nuestra vida
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