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jueves, 20 de septiembre de 2012

NO TE HAGAS DAÑO A TI MISMO- LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD IV



Mucha gente está condicionada por los modelos de vida que han recibido de sus padres y de su trayectoria vital. Creen que son libres, pero lo que hacen en realidad es limitarse a seguir inconscientemente los modelos que han interiorizado de sus padres. La psicología nos ayuda a penetrar esos modelos. El psicólogo transpersonal Fadiman llama dramas de la personalidad a esos «modelos de conducta estereotipadamente repetidos y por tanto previsibles» (Fadiman, 196). El cometido de la terapia consiste para él en «irse distanciando de los propios dramas» (idem., 196).
Para la primera Carta de Pedro es el amor de Cristo el que nos puede liberar de estos modelos de conducta y de estos dramas personales.
Algunos ejemplos nos harán ver lo actual que es aún este mensaje. Una mujer se echa siempre la culpa de todo. Si algo no le sale, no se pregunta por qué, sino que se echa la culpa de que siempre le pasa lo mismo, de que todo lo hace mal. Y lo mismo le sucede en todas sus relaciones. Si su amiga la acusa de que se preocupa poco de ella, asume las acusaciones y se disculpa en seguida diciendo que no ha ido a verla porque ha estado muy ocupada..
Ante la idea de que las acusaciones de su amiga podrían dar la impresión de que lo que pretende es acapararla, de que lo que quiere es aprovecharse de ella, renuncia a ir a verla. Y tampoco se atreve a tomar en serio sus sentimientos, es decir, las agresiones que dirige contra sí misma. Éstas podrían ciertamente no existir. Durante la conversación queda muy claro que ha asumido los modelos de su madre. Esta determinaba siempre lo que estaba bien y no estaba bien para ella. Su madre siempre tenía razón. Los fallos eran siempre un reflejo de la maldad o de la pereza de su hija.
Este modelo se instala en el inconsciente y determina la conducta de esta mujer. ya adulta, desde hace tiempo. Esta mujer era piadosa. Quería vivir conscientemente en el espíritu de Cristo. Y como el encuentro con Cristo significa también liberarse de los falsos modelos, de momento se encuentra lejos de él. Pero seguir a Cristo es también para la primera Carta de Pedro captar el sinsentido de los modelos que hemos recibido de nuestros padres o de nuestras madres. Mirar a Cristo, que se ha entregado por nosotros, que ha muerto por mí en la cruz, puede liberarme de estos modelos insensatos de mi vida que, ponen malo a
cualquiera. Cuando en los ejercicios espirituales propongo para la meditación 1 Pe 1, 18s,
muchos caen en la cuenta de qué es lo que ha marcado su vida. Muchas veces han luchado contra sus fallos, pero no han ido más allá. Han vuelto a caer más tarde en los mismos. La meditación de este texto de la Biblia les ayuda a descubrir por qué se comportan así, a reconocer sus fallos, a penetrar las «conductas insensatas heredadas de los padres».
Traté una vez a una religiosa, que de niña jamás vio en su madre un «hogar». Su madre siempre tenía que llamarle la atención por algo. Y ella tenía que tener mucho cuidado en no ser una carga para su madre. Nunca podía dejarse llevar por sus sentimientos, sino que tenía que poner todo su empeño en que su madre estuviera contenta para que no se pusiera nerviosa y no se enfadara seriamente. En la comunidad de la institución religiosa encontró su hogar. Y se entregó a él absolutamente, con todas sus fuerzas. Pero siempre que alguna hermana joven se atreve a discutir algo en comunidad, reacciona llena de pánico. Acusa duramente a la joven hermana diciéndole que cómo se le ocurre pensar así. Y cree que debería controlar mejor su enfado. Ahora reconoce que de lo que realmente se trata es de penetrar y deponer las conductas insensatas heredadas de su madre. En su niñez había sobrevivido mientras todo lo hacía bien sólo para que su madre se enfadara menos. Ahora, con todo su empeño, ha conseguido que en la comunidad se le respete. La comunidad es su hogar, por el que ella lo da todo, pero ella también lo necesita para poder contener el profundo temor que siente ante la soledad y la falta de hogar. Cuando ahora una hermana se mete con el hogar, aflora su miedo del inconsciente y se convierte en pánico.
Sólo cuando descubrimos esos mecanismos, podemos distanciarnos de ellos y aprender poco a poco a reaccionar de otro modo ante la crítica y el cuestionamiento. Para algunos se trata simplemente de un conocimiento puramente psicológico. Pero a mí me resulta interesante que mucha gente choque con sus mecanismos psíquicos justamente cuando se confrontan con un texto de este tipo. Mirar a Cristo que se entrega por mí y que por esta entrega amorosa me libera «de la conducta insensata heredada de nuestros padres», me anima a descubrir los modelos que he recibido por tradición y a discernir los que me impiden vivir. La meditación de esos textos bíblicos puede tener efectos terapéuticos. Pero también es decisivo que yo perciba qué relación tienen con mi vida concreta. Si los interpreto sólo moralísticamente, sucede que me exigen demasiado. Y entonces estoy continuamente preocupado porque tengo que cambiar y mejorar absolutamente todo. Y no me doy cuenta de que con esos pensamientos lo único que hago es seguir el viejo modelo heredado de los padres, un modelo que me dice que todo lo hago mal y que he de cambiarlo todo desde su raíz para poder ser cristiano. Cuando en un curso con gente joven medité sobre el texto de 1 Pe 1, 18s y hablé de la conducta vital que hemos recibido de nuestros padres y madres, muchos se sintieron aludidos. Y hablaron de los modelos que les hacen sufrir. La cuestión era cómo liberarse de esos modelos. Mucha gente reconoce sus modelos. Pero tienen la     la impresión de recaer continuamente en ellos.
Es el caso de una mujer que por miedo a las palizas de sus padres se ha creado un modelo que la lleva a infravalorarse y a considerarse siempre una fracasada. Así anticipaba siempre las palizas de los padres. Pero con este modelo se ha herido a sí misma. Porque ha anticipado el castigo que temía, y se ha castigado a sí misma. De niña, éste era su modelo para poder sobrevivir. Pero ahora, que es ya una mujer madura, ese mismo modelo la sigue haciendo sufrir y es consciente de que la está destruyendo.
Es el caso también de un hombre, al que su padre consideró siempre un fracasado. Ahora, por miedo a volver a fracasar, le consiente todo a su mujer y no hace caso de sus sentimientos que a veces le piden que satisfaga sus necesidades y ponga límite a su compañera cuando le pone continuamente verde y le trata poco más o menos como su padre. Hay también una mujer joven que ha asumido el modelo depresivo de su madre. Ahora reacciona siempre impaciente y depresivamente con su amigo y se condena por eso. Le parece que es un peso para él. Asume la valoración de su madre, de que no puede ser depresión, y que por eso ella no ha crecido lo suficiente para la vida. En vez de descubrir la vertiente creativa de su melancolía, cada vez se hunde más con su lado melancólico.
Otra mujer joven, cuando era más joven, no sabía nunca lo que tenía que hacer. No tenía ninguna posibilidad de pasarle el agua a su hermana mayor. Su enorme inseguridad la había llevado a preguntarse siempre si sería capaz de hacerlo correctamente. La obsesión de que sea correcto todo lo que emprende, le hace la vida imposible. Al querer hacerlo todo bien, resulta que todo lo hace mal. Ella quiere hacer la voluntad de Dios, pero lo único que ha puesto en marcha como un «drama personal» es el modelo de su niñez.
La cuestión es cómo liberarnos de estos modelos insensatos que nos destruyen por completo. El primer paso es conocerlos. Porque es realmente fatal que alguien considere virtud su obsesión por el trabajo, que se dedique a los demás hasta agotarse y que tenga tiempo para todos menos para él. Pero en realidad se trata sólo del modelo de que tiene que demostrar lo que vale, que tiene que hacer ver a su madre lo útil que es que haya asumido como guión de su vida su autoinmolación por la familia. Mucha gente confunde su modelo con la voluntad de Dios. Pero en realidad no se trata de la voluntad de Dios, sino del modelo heredado de los padres.
Duele reconocer este hecho, y además todavía no nos libera del modelo. Pero al menos establece una cierta distancia ante él. Pues si no capto el modelo, me hiere cada vez más sin que yo lo vea. Y entonces me siento de algún modo engañado en mi vida. Pero ya es demasiado tarde para verme libre de este modelo. El segundo paso sería reconciliarse con el modelo. Ahí está, clavado en mi  ida. Y no podré librarme de él de la noche a la mañana. Además, el modelo no es algo radical y totalmente malo. Hubo un tiempo en que tuvo su sentido y me ayudó a sobrevivir. Pero ahora lo único que hace es ponerme trabas. Si logro reconciliarme con mi modelo, entonces podré irme distanciando de él. Pero para eso necesito también humor.
Saludo a mi modelo: «¡Hola! Otra vez aquí. Sí, ya te conozco. Puedes estar tranquilo. Pero hoy no te voy a seguir. Hoy no te necesito». Los modelos vuelven a aparecer una y otra vez. Y entonces mucha gente se enfada y quisiera despacharlos violentamente. Pero cuanto más de frente los abordan, tanto más marcados quedan por ellos. Tengo que aceptar mi modelo vital. Porque sólo entonces puedo distanciarme de él y relativizarlo. Y algún día me daré cuenta de que ese modelo ya no me maneja. Sí, aparecerá de vez en cuando, pero ya no me condicionará. El movimiento tiene forma de espiral. Volvemos siempre al punto de partida de nuestra evolución, pero cada vez en un nivel más alto.
Con los viejos modelos que hemos recibido de nuestros antepasados, nosherimos a nosotros mismos. No vivimos como deberíamos vivir. Estamos  condicionados por una conducta insensata y vacua. Muchos modelos vitales son directamente autodestructivos. Van contra nosotros, nos quitan la libertad, nos esclavizan. Volvemos a cometer una y otra vez los mismos fallos, porque no captamos lo vacuos e insensatos que son nuestros listones. El encuentro con Cristo debe llevarnos a una conducta que responda a lo que somos. Ese encuentro quiere liberarnos de los viejos modelos, del poder del super-yó que a menudo nos esclaviza. El que capta estos modelos, puede confirmar lo que Crisóstomo subraya una y otra vez en su sermón: El que no se hiere a sí mismo, no puede ser herido por nadie. Nos herimos a nosotros mismos, proseguimos las heridas de la niñez si no nos dejamos liberar de la «conducta insensata heredada de nuestros padres».

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