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martes, 29 de enero de 2013

LOS ESPACIOS Y LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL





LOS ESPACIOS Y LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL

¿Qué lugar ocupa la comunicación en nuestra vida? Cuantas personas, apenas comienza el día se sienten complacidas con un simple “ buenos días”, o de inmediato al levantarse ponen la radio o la televisión buscando relacionarse con el mundo. Lo que se busca es satisfacer una necesidad humana primera: la necesidad de contacto, de saber que formamos parte de un grupo, de una sociedad.

Este primer relacionamiento no basta, solo satisface algunas necesidades. A veces hasta genera corrientes de angustia, pesimismo y depresión, por la cantidad de dramas humanos que llegan a los individuos.
Necesitamos comunicarnos a otro nivel. Una persona  contaba que al estar triste bastaba que algún amigo lo saludara cordialmente para sentirse mejor.
La comunicación ocupa un lugar muy importante en nuestra existencia, a tal punto que la calidad de nuestra vida está en relación directa con la calidad de nuestra comunicación.
La experiencia nos demuestra  que el éxito o el fracaso en las relaciones humanas vienen determinados principalmente por el éxito o fracaso en la comunicación.
Desde el nacimiento, la comunicación aparece como el factor que fundamenta la vida futura del hombre.

domingo, 27 de enero de 2013

EVANGELIO EXPLICADO DEL DOMINGO 27 DE ENERO DEL 2013






EVANGELIO
Lc 1, 1-4; 4, 14-21
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido. Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor". Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Palabra del Señor.
 [Después de su bautismo y su retiro en el desierto,] Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor. Enseñaba en la sinagoga de cada lugar y todos le alababan. Fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado, y el sábado entró en la sinagoga como era su costumbre y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías y al leerlo encontró el lugar donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y dar la vista a los ciegos; a liberar a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”. Luego cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos tenían la vista fija en él. Y Él comenzó a hablar diciendo: -Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír. (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21).


1. “Un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros”
El Evangelio de hoy comprende dos partes: la primera es un prólogo con el cual introduce Lucas su relato, y la segunda es el comienzo del capítulo cuarto, donde el evangelista, después de haberse referido en los tres primeros a la infancia y vida oculta de Jesús, narra la inauguración de su vida pública.
En el prólogo, Lucas, médico de profesión que había sido discípulo de Jesús aunque no perteneció al grupo de los doce apóstoles, y que después fue colaborador de san Pablo -como nos lo cuenta él mismo en otro de sus escritos -los “Hechos de los Apóstoles”-, indica el propósito que lo anima a escribir su Evangelio a partir de la predicación oral de los “testigos presenciales”, es decir, los apóstoles y otros discípulos y discípulas que habían seguido a Jesús desde los comienzos de su vida pública hasta su muerte y resurrección: “para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”. Como quien dice, para que quien lea o escuche su Evangelio tome conciencia de que cuanto le han dicho de Jesús se fundamenta en una realidad histórica concreta y no en fantasías.
Lucas se dirige a un tal Teófilo, nombre que en griego significa amigo de Dios, por lo que bien podría tratarse de un destinatario simbólico, es decir, todo lector que se reconozca como tal. Reconozcámonos así nosotros y acerquémonos al Evangelio con la intención sincera de quien quiere profundizar en el conocimiento de ese mismo Dios que se nos reveló personalmente en Jesús de Nazaret.

2. “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu”
Como los demás evangelistas, Lucas también comienza la narración de la vida pública de Jesús con una referencia general a sus inicios en la región de Galilea, al norte de
Israel, después del bautismo que había recibido en el río Jordán. Desde entonces se había empezado a manifestar públicamente en Jesús la acción del Espíritu Santo, el mismo que lo había llevado primero a retirarse en el desierto y que ahora lo impulsaba a proclamar la Buena Noticia en las sinagogas o lugares de reunión que tenían los judíos en cada población para escuchar las Sagradas Escrituras y orar en comunidad. Pero hay un episodio que sólo aparece narrado en el Evangelio de Lucas: la autopresentación de Jesús en la aldea donde se había criado. Situémonos con nuestra imaginación en la sinagoga de Nazaret y contemplemos cómo inicia allí su predicación con base en la lectura del libro profético de Isaías (61, 1 y ss.), evocando lo que este texto había significado unos cinco siglos y medio antes, en la época de la liberación de los judíos de su cautiverio en Babilonia, a la cual se refiere a su vez la 1ª lectura bíblica de este domingo que nos presenta al sacerdote Esdras proclamando la Ley de Dios en Jerusalén después del regreso del exilio (Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10). Jesús anuncia ahora una nueva liberación y va a proclamar una nueva Ley, ambas mucho más completas, y ya no sólo en el ámbito de Israel, sino en el de toda la humanidad.

 3. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”
Con esta frase de Isaías, Jesús se presenta en el Evangelio de Lucas como el Mesías prometido y anunciado por las profecías bíblicas. En hebreo Mesías significa Ungido, lo mismo que Cristo en griego, y hace referencia al rito con el que eran consagrados los reyes, sacerdotes y profetas en el Antiguo Testamento, recibiendo el poder del Espíritu de Dios que les hacía posible cumplir la misión para la cual el Señor los había elegido. Nosotros, desde nuestra fe, reconocemos a Jesús como ese mismo Mesías prometido, cuya misión es dar la Buena Noticia a los pobres, liberar a los oprimidos, aliviar el dolor de los que sufren. Y esto es lo que significa en la Biblia el término griego “eu-angelion”: una buena noticia no sólo de palabra, sino realizada en hechos concretos.
Esa sería también la misión que Cristo les iba a dar a todos cuantos creyeran en Él y quisieran seguirlo: evangelizar, es decir, proclamar de palabra y de obra que, para todo ser humano que se encuentre en una situación difícil o esté sufriendo cualquier tipo de opresión, empezando por la que experimentan los pobres y explotados, es posible un porvenir nuevo, no sólo en el más allá, sino desde esta misma vida presente. Por lo tanto, al iniciar este nuevo año, que esperamos sea para todos un año de gracia del Señor, es decir, un año favorable y positivo, revisemos nuestro compromiso como creyentes en Jesucristo y seguidores suyos, y dispongámonos a ser también nosotros, como Jesús, portadores de esa Buena Noticia, mediante el testimonio de nuestras obras concretas para colaborar en la construcción de un mundo mejor para todos, empezando por los más necesitados. Que el Señor, con el mismo Espíritu con que Él fue ungido y con el cual también nosotros hemos sido consagrados en nuestro bautismo (como lo dice san Pablo en la 2ª lectura -1 Corintios 12, 12-30-: “hemos sido bautizados en un mismo Espíritu”), nos ilumine y nos dé la fuerza necesaria para ser, cada cual desde su vocación específica, auténticos seguidores de Jesús.-

domingo, 13 de enero de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO-BAUTISMO DEL SEÑOR





EVANGELIO

Lc 3, 15-16. 21-22

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego". Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".

Palabra del Señor.



En el tiempo de Adviento y en Navidad, hemos entrado en contacto con los personajes claves del Nuevo Testamento: Jesús, Juan Bautista, José y María. Pero nuestra atención se centró en el pesebre o en los Inocentes. Allí anida nuestra fantasía desde niños o desde tantas historias que hemos escuchado o leído. Hoy se nos presenta el bautismo del Señor, pero no tiene mucha popularidad, ni siquiera la de una fiesta de Bautismo de un bebé de hoy... Dos grandes se encuentran a orillas de un río mejor dicho de un arroyo. La iniciativa es de Juan, que trata de responder a las expectativas del pueblo, decla- rando que él no es el Mesías. Anunciaba y pedía un cambio, pero no algo definitivo, sino preparatorio del gran cambio que tenía que llegar. Jesús estaba entre el pueblo que iba a hacerse bautizar. No aceleró los tiempos ni se adelantó a los que esperaban ser bautizados. Esto mismo sería como ver hoy a un dignatario de la Iglesia que se pone en la fila, entre los últimos, para confesarse en un día de mucha gente. O un político que no usa sus privilegios para "perder" menos tiempo en trámites, cuando para todos el tiempo tiene el mismo valor. ¡Cuánto nos enseña Jesús mezclándose entre la gente! Hoy muchosquieren un pase privilegiado en todo... y cuando no lo tienen, buscan amigos o pagan gestores. La imagen del humilde Hijo de Dios, que nace en un corral de Belén, es la misma del que hace la fila para hacerse bautizar en el Jordán. Es él... No lo busquen entre los privi- legiados porque allí no lo van a encontrar. Tampoco en los círculos o grupos que convocan sólo a los "buenos". Con esta imagen, la celebración de hoy nos prepara para comenzar el año litúrgico en compañía del Señor. Si queremos caminar con él, ser bautizados con él, ya sabemos dónde tenemos que estar, tanto en la vida de la comunidad eclesial como en la comunidad de las relaciones humanas. Y no perdamos la serenidad ni la paz cuando velamos cómo otros buscan puestos de privilegios: son pobres hermanos nuestros que se disputan un lugar que no tiene valor ante Dios.



Esta fiesta es también una "epifanía", una "manifestación". Dios creador se manifestó en el comienzo en el Espíritu, que soplaba sobre las aguas. De esta misma manera, en el bautismo de su Hijo, el Espíritu Santo recrea sobre las aguas del Jordán a la humanidad toda. Con esta fiesta damos por concluido el tiempo litúrgico de la Navidad y comenzamos el "tiempo ordinario" o "tiempo durante el año", en el cual no se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo, sino que se procura profundizar el conjunto de la historia de salvación.

 El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo
El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse o ser sumergido en el agua, que es un imprescindible de la vida, para expresar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: si el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua como medio vital, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva.
Juan invitaba al bautismo en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús no necesitaba convertirse porque en Él no había pecado alguno, pero se sumó a la gente que recibía el bautismo de Juan para indicar que Él mismo, siendo inocente, llevaría humildemente sobre sí el pecado del mundo y así cumpliría la voluntad de Dios: hacernos posible a todos el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios.
Por eso, al celebrar el Bautismo de Jesús, se nos invita a revivir el sentido de nuestro Sacramento del Bautismo, por el cual hemos sido incorporados a Jesús para vivir, siguiendo su ejemplo de vidas, como verdaderos hijos de Dios.

“El Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma”
Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. En este pasaje evangélico, la imagen de la paloma evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis:
Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noe soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino que recomenzaba la vida en la tierra, gracias a una nueva creación.
La figura de una paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, nos remite entonces al comienzo de una nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él, en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, simbolizado por la paloma, que hará posible la paz en la existencia humana, gracias a la acción salvadora del amor de Dios. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad.

“Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido”
La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en los corazones de quienes estuvieran dispuestos a su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura de este domingo: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7).
Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá, proveniente de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios por su propio Padre que está en los cielos, va a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien no vino a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor.
En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, a quienes siempre les hacía el bien, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38).
También nosotros hemos recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia.