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viernes, 21 de mayo de 2010

Meditación Ascención del Señor

«Mientras los
bendecía,
se separó de ellos
y fue llevado al cielo»
Del Evangelio según san Lucas
(Lc 24, 46-53)


Muchos podrán preguntarse por el significado de la fiesta de la Ascensión del Señor, a la que hoy se le suele conceder tan poca importancia. Por una parte, la narración de la ascensión de Jesús al cielo que nos ofrecen los evangelistas, inevitablemente nos suena a cuento piadoso o relato fantástico; y por otra, después de haber reflexionado sobre algunas implicancias de la resurrección, bien podemos preguntarnos qué agrega la ascensión a lo ya contenido y expresado en la resurrección. Es evidente que las narraciones referidas a la ascensión de Jesús no fueron escritas con la intención de dar cuenta de un fenómeno científico ó de un hecho histórico perceptible a través de los sentidos. 
Tan cierto es esto, que los relatos varían muchísimo entre un evangelista y otro, lo que se puede comprobar con sólo leer los respectivos textos.Por lo tanto, hay que decir de entrada que estas narraciones pretenden expresar, con un lenguaje mitológico y de acuerdo a las categorías de la época en que fueron escritas, cierta realidad que no pertenece a la experiencia sensible sino a la visión de la fe. Y hay que decir también que por eso mismo, es inútil que nos preguntemos si efectivamente este hecho tuvo lugar y si sucedió tal y como se dice en los relatos. Tratemos, entonces, de acercarnos no tanto al  relato de la ascensión en sí cuanto a lo que esconden estas narraciones, a su sentido interior, a eso que está oculto por el velo de las palabras que resultan, por cierto, siempre inadecuadas cuando intentan «tocar» el misterio de la vida. Efectivamente, del misterio de la vida tenemos que hablar si deseamos comprender, o al menos aproximarnos, al sentido de la «ascensión de Jesús al cielo». Si hiciéramos un repaso de los escritos religiosos y mitológicos de muchos pueblos de la antigüedad, veríamos con gran sorpresa que «subir al cielo» fue la aspiración máxima del hombre antiguo. Al respecto basta recordar, por ser más cercano a nosotros, elfamoso mito griego de Ícaro, aquel héroe que pretendió llegar hasta el sol con sus alas de cera. Estos mitos no son simples cuentos infantiles ni meras fantasías, sino que expresan, con un lenguaje simbólico, la sed de trascendencia que anida en el corazón humano. Por eso, desde siempre, el hombre «envidió» el vuelo del pájaro, capaz de vencer toda inercia y de romper toda atadura para elevarse por encima de las nubes hacia los cielos. De alguna manera, el antiguo mito se hizo realidad con los viajes aéreos e interplanetarios. Pero lo que no se ha hecho realidad todavía es que el ser humano trascienda sus limitaciones y condicionamientos egocéntricos para experimentar algo de ese misterio insondable que algunos llamamos Dios y que otros designan con mil nombres diferentes, y pueda abrirse a una nueva manera de vivir, más conciente y lúcida, más amorosa y compasiva, más plena y auténticamente humana.

De modo que «subir al cielo» es una metáfora de lo que es alcanzar el fin último de la vida humana, fin último que puede variar según las diversas religiones o filosofías, pero que siempre,de una manera o de otra, se refiere a eso que hoy
se designa como «trascendencia», se entienda ésta cómo se entienda. Desde esta perspectiva, la «ascensión de Jesús al cielo» significa la culminación de su proceso vital, y rubrica el sentido de la resurrección: Jesús viene del Padre y vuelve al Padre. Viene del Amor y vuelve al Amor. Es fruto de la libertad absoluta de Dios y  vuelve a la libertad. Pero entendiendo, además, que él experimenta todo esto no en un indefinido «más allá», sino en el aquí y en el ahora.

Así, y como está dicho, el tema de la ascensión no es otro que el de la trascendencia humana. ¿Quién soy? ¿Para qué vivo? ¿Por qué me levanto cada mañana? ¿Cuál es el fin de mi existencia? ¿Adónde va a parar la historia humana y mi propia historia personal…? Estas son las preguntas a las que el misterio cristiano de la Ascensión pretende alumbrar una posible respuesta. Poco importa que la «morada» de Dios esté arriba o abajo, aquí o allá, dentro o fuera; poco importa que debamos cambiar  nuestra visión del cosmos; poco importa que las palabras de los antiguos puedan ser traducidas por otras más adecuadas a nuestra sensibilidad y a nuestras categorías…
Lo importante, ayer como hoy, es el ser humano y su problema fundamental: el sentido de su vida.

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