DOMINGO 27 DE JULIO DEL 2014
Evangelio según san Mateo (13,44-52):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
El
discurso de las parábolas, que se ha proclamado en el Evangelio de
estos últimos domingos, llega hoy al final. Con estas tres parábolas
Jesús muestra otros aspectos del Reino a los que se sentían atraídos por
su anuncio. Los que seguían a Jesús estaban convencidos de que el Reino
iba a llegar de un memento a otro. En esos años, tal vez más que nunca,
había gran ansiedad porque estaban pasando por situaciones muy
difíciles: los habitantes de Galilea tenían como gobernante un rey judío
indigno, y los de Judea estaban dominados por los romanos que les
hacían sentir su desprecio y les hacían sufrir la opresión. En las
parábolas que se han proclamado en las lecturas evangélicas de los
domingos precedentes se han visto diferentes aspectos del Reino que
anuncia Jesús. En este domingo se presentan en primer lugar dos
parábolas gemelas: el tesoro escondido y la perla de gran valor, que
Jesús dice en particular a los doce Apóstoles, una vez que se ha
dispersado la multitud.
DOS PARÁBOLAS SOBRE EL PRECIO
Estas
parábolas son muy similares y en el fondo significan lo mismo. Algunos
se preguntan por qué en la primera de ellas dice que el Reino se parece a
un tesoro, mientras que la segunda comienza diciendo que el Reino se
parece a un hombre que busca piedras preciosas. Pero esta variación no
debe hacernos confundir. Por los escritos de los maestros judíos de
aquel tiempo se sabe que era común expresarse de esta manera, y que lo
que se quiere decir en un caso y en el otro es que con la llegada del
Reino se produce una situación semejante a la que se da cuando un hombre
halla un tesoro o cuando un comerciante encuentra una perla preciosa.
Nos damos cuenta inmediatamente de que se refieren al "precio" que hay
que pagar para poder entrar en el Reino. Los dos personajes de estas
parábolas venden todo lo que tienen para comprar algo de gran valor que
han encontrado. Uno encontró un tesoro por casualidad, el otro estuvo
buscando piedras preciosas hasta que encontró la perla de valor
excepcional. Las situaciones que se describen coinciden en que se ha
encontrado algo tan valioso que todo lo demás pasa a ser secundario. En
los dos cases se dice que el precio del hallazgo es equivalente a todo
lo que se posee. No se trata de invertir todos los ahorros o de hacer un
gran gasto, sino de vender todo lo que se tiene. El Reino de Dios es
algo tan importante que para poder poseerlo no basta con que nos
despojemos de tal o cual cosa, sino que es necesario dar todo sin
reservarse nada. Si hay albo que no se vende, por pequeño que sea, ya no
alcanza el dinero para comprar el campo o la perla preciosa. Tal vez
los discípulos de Jesús pensaban que cuando llegara el Reino ellos
seguirían siendo como antes, y que lo que cambiaría sería el país, o los
gobernantes, o en todo caso los pecadores. Pero con esta enseñanza,
Jesús les dice que si quieren el Reino tienen que empezar por cambiar
ellos, y no en aspectos parciales, sino totalmente. Otro escrito del
Nuevo Testamento lo expresa de manera muy grafica cuando dice que es
necesario desvestirse del hombre para poder llegar a ser un hombre
nuevo. Con estas parábolas, Jesús nos dice que el Reino va a llegar por
un simple cambio de estructuras políticas, porque la raíz de todos los
males que nos molestan es el pecado que se esconde en nuestros
corazones. Hasta que no cambie nuestro corazón no entrara el Reino.
Jesús ya ha vencido al pecado y a la muerte, por eso el Reino ya esta
presente entre nosotros. Pero ahora es necesario que el Reino penetre
en el mundo, y penetrará a través de nuestros corazones en la medida en
que Dios vaya reinando en ellos. Si Dios tiene que reinar en el corazón
del hombre, entonces deberá desaparecer todo otro poder, toda otra
tiranía, toda otra esclavitud. Es necesario deshacerse de todo, saber
renunciar a todo. De lo contrario, no llegará el Reino. Los que esperan
que el Reino venga desde afuera, mientras ellos contemplan como
espectadores, quedarán desconcertados. Jesús nos dice que en el Reino no
hay espectadores. La única posibilidad de participar en el Reino es
siendo protagonistas. En otras palabras, en el Reino hay que
comprometerse, y solamente los comprometidos lo poseerán.
LOS QUE DESEAMOS EL REINO
Nosotros
también seguimos a Jesús. Venimos detrás de Él en grandes grupos, como
los que lo acompañaban aquel día junto al lago. Nosotros también
hablamos del Reino y deseamos que venga, ya que todos los días decimos
una o varias veces: "... que venga a nosotros tu Reino...". Y, aunque no
nos demos cuenta, también estamos deseando el Reino cuando advertimos
que las cosas andan muy mal en el mundo y ansiamos que todo cambie y se
haga de una vez por todas la voluntad de Dios. Por supuesto que no
queremos las injusticias ni la violencia. Nos molesta la mentira y el
fraude, deseamos que no haya más lágrimas ni dolor. Sabemos que Dios
quiere otra cosa para sus hijos, y esperamos que llegue el día en que se
haga la voluntad de Dios. Eso es esperar el Reino.
¿QUE VENDEREMOS?
Si
hay que vender todo lo que se posee, tenemos que hacer un recuento de
todo lo que es valioso para nosotros. No demos la respuesta fácil
calculando el dinero que llevamos encima o que tenemos ahorrado. Eso
será lo último que se nos pedirá. Tenemos que empezar por nuestra manera
de pensar, por nuestra manera de ser, por nuestros hábitos y
costumbres... Si de veras queremos que Dios sea el Rey en nuestra
sociedad, démosle lugar para que comience a ser Rey en nosotros mismos.
Si nos reservamos nuestras maneras de pensar, nuestros criterios para
juzgar o nuestros propios principios personales, ya no estará reinando
el Señor, sino que reinaremos nosotros mismos. Para que el Señor haga su
voluntad tenemos que renunciar a hacer lo que nosotros queremos. Si
seguimos reservándonos el derecho de decidir por nuestra propia cuenta
lo que está mal o lo que está bien, sin tener en cuenta a Dios, entonces
el Señor no será Rey porque no mandará para nada en nosotros. Y si no
lo dejamos hacer su voluntad en nosotros ¿cómo podemos quejarnos con
sinceridad porque no se hace su voluntad en el mundo? Y también tenemos
que pensar en nuestro dinero, en nuestras propiedades, en las cosas
grandes y pequeñas que poseemos. Si seguimos considerando todo esto como
exclusivamente nuestro, sin compartirlo o ponerlo al servicio de los
demás, nos mantenemos en la situación de esclavos y no tenemos la
suficiente libertad como para poder entrar en el Reino. Si estamos
dominados por las cosas materiales ya no tenemos espacio para que reine
el Señor. El Reino es el único valor que interesa. Ante él, todo lo
demás es secundario y por eso vale la pena renunciar a todo. Las dos
parábolas nos muestran la actitud alegre y decidida de los personajes,
que no dudan un memento en dar los pasos necesarios para adquirir
aquello tan valioso que han encontrado. Puede ser que alguien haya
encontrado el Reino de manera casual. De pronto. sin andar buscando,
Dios le ha hecho conocer su presencia y su plan sobre los hombres, le ha
hecho ver que hay algo más allá en lo cual conviene comprometerse. Como
el hombre que encontró el tesoro por casualidad, la alegría del
encuentro lo encaminará para que renuncie a todo y se lance a esta
aventura de dejarse transformar por el Reino para poder después
emprender la tarea de hacer llegar el Reino a todos los que todavía no
lo conocen. Otro puede andar buscando, con ojos de experto, como el
comerciante de piedras preciosas. Leerá, preguntará, discutirá y
reflexionará. Llegará el día en que de alguna manera Dios le hará ver
d0nde está la verdad, y entonces comprenderá que es necesario dejar todo
lo anterior para abrazar esta única verdad que supera a todas las
sabidurías humanas, y con la alegría del encuentro podrá empeñarse
también en hacer participar a otros de este valor incalculable que Dios
le ha confiado. El Reino ya está entre nosotros y quiere penetrar en el
mundo. Cuando se encuentran personas dispuestas a "vender todo lo que
tienen'' para poseerlo, entonces se abre paso y comienza a manifestarse
en la sociedad.
LA RED
La
última de las parábolas de este capítulo es la de la red arrojada al
mar. Jesús estaba predicando a un público familiarizado con la pesca, y
algunos de sus oyentes eran expertos pescadores, como es el caso de
Pedro y Andrés, Santiago y Juan. La parábola está dirigida a los que
quieren que el Reino se anuncie sólo a una cierta categoría de personas.
Entre los que oían a Jesús muchos pensaban que en el Reino estarían
solamente los que ellos consideraban buenos, o que estarán solamente los
judíos. y quedarían fuera los paganos. A los que pensaban así, Jesús
les relata esta breve parábola en la que dice que en el anuncio del
Reino sucede lo mismo que en la pesca: nadie puede elegir por anticipado
la clase de peces que va a recoger en la red. La red se arroja al mar, y
en ella vendrá toda clase de peces, de buena y de mala calidad. Por esa
razón esta parábola tiene mucho en común con la del trigo y la cizaña.
En las dos se plantea el problema de la presencia del mal y del juicio
que se hará al final de los tiempos. El Reino se anuncia a todos, a los
buenos y a los males, a judíos y a paganos. No se hace acepción de
personas. Solamente en el momento del juicio se dará la separación
definitiva. A los discípulos no les corresponde escoger anticipadamente
quienes van a ingresar en el Reino y quienes quedarán afuera. El mandato
de la misión no conoce límites. En todas estas parábolas ha quedado
claro que en el Reino se manifiesta la bondad y la paciencia de Dios,
que no apresura el juicio condenatorio, sino que espera y nos enseña a
esperar. Con elementos tomados del Antiguo Testamento, Jesús ha mostrado
la novedad del Reino. Como "un dueño de casa que saca de sus reservas
lo nuevo y lo viejo", ha conservado todo lo valioso que había en lo
antiguo y ha introducido lo nuevo.
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