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jueves, 26 de febrero de 2015

POR LA CRUZ HACIA LA GLORIA



EVANGELIO DEL DOMINGO 1º DE  MARZO DEL 2015
San Marcos 9, 2-10 

Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: "Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces, se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos». 

 POR LA CRUZ HACIA LA GLORIA 
Cada año, en el segundo domingo del tiempo de cuaresma, se proclama el relato de la transfiguración del Señor. Después de haber contemplado en el domingo precedente la figura de Cristo padeciendo la tentación como verdadero hombre, la palabra de Dios nos muestra hoy al Hijo de Dios con gloria igual al Padre.

EL CAMINO HACIA LA PASIÓN 
Este relato está ubicado en el evangelio en estrecha relación con el primer anuncio de la pasión, y se comprende a partir de el. 
Si tomamos el libro de los evangelios, podremos observar que, inmediatamente antes de esta escena de la transfiguración, se encuentra el texto en el que Jesús anuncia por primera vez que debe padecer, morir y resucitar, reprende a Pedro que no quiere oír hablar de los sufrimientos del Señor, y luego se dirige a los discípulos y a la gente, para decirles que quien quiera seguirlo deberá cargar con la cruz y venir detrás de él. 
El autor del evangelio introduce luego este relato de la transfiguración, del que estamos tratando, y lo enlaza con todo lo anterior indicando que seis días después de haber dicho estas palabras Jesús llevó con él a tres de sus discípulos a una montaña muy elevada. 

Al terminar el relato, vuelve nuevamente la mirada hacia el anuncio de la pasión, cuando indica que Jesús les ordenó guardar secrete hasta que se produzca la resurrección, e insiste en el mismo tema cuando dice que los discípulas no entendían qué quería decir "resucitar de entre los muertos" Otra conexión intencional con la pasión se encuentra en el hecho de que Pedro, Santiago y Juan, los únicos testigos de la transfiguración, serán también testigos de la angustiosa oración de Jesús en el jardín de Getsemaní, antes de ser entregado en manos de sus enemigos. El lector no puede dejar de advertir la semejanza entre las dos escenas. Todas estas relaciones tienen un sentido.
 El evangelio quiere mostrar que no debemos separar la pasión de la resurrección, así como no debemos hablar de los dolores de la cruz sin pensar en la gloria de la pascua. La liturgia también nos invita a mantener unidos estos dos grandes temas cuando en el transcurso de este tiempo penitencial de cuaresma, preparándonos para la Semana Santa, nos muestra esta escena gloriosa de la transfiguración, o también Cuando a continuación del relate de las tentaciones que hemos oído en el primer domingo de este tiempo, en el segundo domingo nos habla de la gloria. 
LA VISIÓN EN LA MONTANA
 El texto del evangelio dice que Jesús "se transfiguró" delante de sus discípulos. Transfigurarse significa cambiar la figura. Quiere decir entonces que Jesús se les presentó con una figura distinta a la que ellos veían todos los días. 
El autor del evangelio no describe esa nueva figura, y solamente nos habla de! blanco resplandeciente de su ropa, imposible de igualar en este mundo. Mas que como una figura, Jesús se les aparece como una luz resplandeciente. Junto a Jesús aparecen dos figuras que conversan con él. Son Moisés y Elías. 
Moisés es el que dio la Ley a Israel. Con su nombre se conservan los cinco primeros libros de la Biblia, que en su mayor parte hablan de su actividad cuando sacó al pueblo de la esclavitud de Egipto.
Elías vivió varios siglos después que Moisés. Es uno de los primeros profetas, famoso por sus milagros y además es mencionado como el que tendrá que volver a la tierra para anunciar la llegada del Mesías. 

La tradición piadosa de los judíos ha insistido mucho sobre este último tema. Tanto Moisés como Elías tuvieron el privilegio de poder hablar con Dios, cuando en distintas circunstancias subieron al monte Sinaí. Moisés lo hizo cuando sacó, al pueblo de Egipto y lo llevó a esa montana para hacer la alianza. Elías peregrinó al monte en un momento en que la familia real de Israel, adherida a la religión pagana, lo buscaba para matarlo, así como ya habían hecho con los demás profetas de Dios. Moisés y Elías, que en otro momento habían subido a una alta montaña para encontrarse con Dios, ahora aparecen en otra montaña hablando con Jesús. Y Este se presenta como una luz resplandeciente. Comprendemos fácilmente la intención del redactor: Jesús posee la gloria de la divinidad, y de esto son testigos Moisés y los Profetas, es decir las dos partes más importantes del Antiguo Testamento. 
 
LA VOZ DEL CIELO 
La visión de los discípulos culmina cuando se aparece una nube que los cubre y se oye una voz desde el cielo. Se nos insinúa así la presencia de Dios. Pero la presencia de Dios no queda relegada solamente al simbolismo de la nube. Una voz que viene desde el cielo indica que hay una revelación divina dirigida a todos los discípulos allí presentes. La voz proclama los títulos de Jesús: es el Hijo, amado. La expresión suena como la que Jesús oye, en el bautismo, pero ahora no va dirigida sólo a él, como en aquella oportunidad, sino a todos los presentes. Se añade un imperativo: "escúchenlo" 
 LA PALABRA QUE HAY QUE ESCUCHAR 
En el lugar en que está ubicado el relato de la transfiguración tiene mucha importancia esta palabra imperativa del Padre. Jesús ha anunciado su futura pasión, Pedro se ha rebelado contra la idea del dolor y ha reprendido al Señor porque hablaba en esos términos. Jesús, por su parte, ha reprendido también a Pedro y ha terminado llamando a todos sus discípulos y a la gente para que carguen la cruz y lo sigan.

 Es natural que entonces nos preguntemos qué autoridad tienen esas palabras tan duras, esas exigencias tan dolorosas. Dios responde mostrando a su Hijo con los resplandores de la gloria divina y añadiendo su palabra que lo proclama con sus títulos y exige obediencia a su palabra. La reacción de Pedro ante el primer anuncio de la pasión es la de cualquier hombre: nadie oye con gusto que se le hable de tener que sufrir.
 Es una realidad que el sufrimiento es un mal contra el que hay que luchar, y el mismo Jesús reacción curando a los enfermos. No se debe buscar el dolor por el dolor mismo, porque Dios nos ha creado para hacernos participar de su felicidad y no se complace en el sufrimiento de sus criaturas. 

Pero a veces el dolor tiene el carácter de medio: es necesario pasar por él para poder llegar a algo mejor. Se debe pasar por los dolores del parto para que haya una nueva vida, la semilla debe morir para que germine una planta y haya frutos, es necesario pasar por la muerte física para poder entrar en la vida eterna y llegar a la resurrección. Y en estos casos no se debe huir del dolor 

La pedagogía del evangelio nos muestra los pasos por los que se debe pasar. Una vez que se ha anunciado la pasión, se habla de la resurrección; una vez que hemos visto al Jesús verdadero hombre que debe soportar el dolor, se añade la visión de su gloria de resucitado. Pero Jesús no va solo al Calvario: ha invitado a todos a seguirlo con la cruz a cuestas. Esto nos hace descubrir que si compartimos la cruz con él, también compartiremos la gloria. Si padecemos con Él, nos dice san Pablo, es para que seamos glorificados con él. 
 LA TRANSFIGURACIÓN Y NUESTRA CUARESMA 

No podemos pensar en un seguimiento material de Jesús con una cruz de madera sobre los hombros. Aquí se habla de un seguimiento que consiste en asumir con todas sus responsabilidades y compromisos la condición de discípulo de Jesús. Ser discípulo implica renuncias, a veces dolorosas y sangrientas, junto con una constante lucha contra nuestras malas costumbres, nuestros vicios y malos hábitos adquiridos. 
Con esta disposición debemos unirnos a Cristo muriendo en la cruz para poder hacernos una sola cosa con el en la fe, y morir a nuestro hombre viejo pecador. Solamente de esa manera podemos resucitar con él a la nueva vida de resucitados. 

Cuando vamos a entrar en la segunda semana de cuaresma, la Iglesia nos habla de la transfiguración. Se nos ha dirigido el llamado de practicar la penitencia para prepararnos a la Pascua. Con una claridad mayor hoy se nos habla del término de nuestro camino. Si nos cuesta renunciar a algo que nos tiene aprisionados, si nos duele decirnos que no a nosotros mismos, miremos hacia delante, hacia el final del camino.

 La figura del Cristo glorioso nos muestra la condición de hijos de Dios que nos está reservada a quienes perseveremos con Jesús. Pero no miremos solamente hacia nuestro interior. La lucha que se nos propone también se refiere al mundo que nos rodea. Vivimos en un ambiente que no es precisamente cristiano, donde todo nos invita a vivir con criterios muy distintos a los del evangelio. Se nos propone gozar del momento presente sin pensar en lo que vendrá después; en los planteos y decisiones no ha quedado lugar para Dios; se tiene como mayor valor el tener más, sin que importen los medios con los cuales se consigue lo que se tiene; la humildad es considerada como un defecto, y se aplaude a los soberbios; solamente se mira a los más débiles como personas de las que se puede sacar provecho; y así se podrían seguir recitando los criterios del mundo en el que vivimos.
 Pero esto no está dicho aquí para criticar, sino para que nos examinemos y nos preguntemos si esos criterios también son los nuestros.
Si es así, debemos escuchar a Jesús que nos exhorta a vivir de acuerdo con la Palabra de Dios y nos muestra en su cuerpo glorificado el término hacia el cual somos todos llamados. Acompañando a Cristo hasta la cruz, podremos resucitar con Él.

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