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viernes, 1 de enero de 2010

Oración para nuestra Pascua

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro,vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Es palabra del Señor.

REFLEXIÓN
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La palabra “confianza” es una de esas palabras sencillas, modestas, cotidianas, que sin embargo es una de las más esenciales para vivir. Sin confianza no hay amor, no hay fe, no hay vida posibles. Sin confianza caminamos solos, aislados en una especie de “túnel” construido con nuestros propios problemas, inquietudes y preocupaciones. Y en este día nos puede venir bien recordar esto, porque muchas veces olvidamos que la Pascua es - justamente y antes que nada - la fiesta de la confianza. Desde la Pascua de Jesús podemos saber, con toda seguridad, en manos de quién estamos. Nuestra vida, que tiene su origen en el amor infinito de Dios, no termina con la muerte, no se pierde en la muerte. Todos estamos englobados en el misterio de la Resurrección de Jesús. No hay absolutamente nadie que quede excluido de ese destino último de vida en plenitud.
En el fondo, todos nuestros miedos y angustias, brotan de la angustia de la muerte. Tenemos miedo al dolor, a la vejez, a la desgracia, a la incertidumbre,a la soledad. Nos aferramos, a veces desesperadamente, a todo aquello que nos pueda dar algo de seguridad, consistencia o felicidad. Proyectamos sobre los demás nuestra frustración y nuestro desconcierto, tratando de sobresalir y dominar, luchando denodadamente por tener “algo” o por ser “alguien”. La fiesta de la Pascua nos invita a reemplazar la angustia de la muerte por la certeza de que al final, y pase lo que pase, todo estará bien. Si Jesús ha resucitado, quiere decir que la muerte
no tiene la última palabra, que la muerte no es lo definitivo. Podemos   vivir con confianza. Podemos esperar
más allá de la muerte. Podemos avanzar sin caer en la tristeza de la vejez,sin hundirnos en la desesperación ante un mal irreversible, sin ceder a la  tentación del pesimismo, sin aficionarnos al sarcasmo y la ironía, sin aceptar resignadamente la soledad, sin aferrarnos al consumismo, a la droga o al hedonismo y a tantas otras formas de evasión.
Vivir desde esta confianza no es dejar de ser lúcidos. Sentimos en nuestra propia carne la fragilidad, le debilidad y la limitación. La muerte parece amenazarnos por todas partes. El hambre, las enfermedades y el horror de las guerras, aniquilan continuamente a millones de seres humanos. Jesús sigue siendo crucificado en la actualidad, en el sufrimiento absurdo e injusto de tantos hermanos. Pese a los esfuerzos, continúan vigentes en el mundo la tortura, el exterminio y la esclavitud. Ciertamente, la confianza en la victoria final de la vida no nos vuelve insensibles.
Al contrario, nos lleva a compartir más de cerca y más solidariamente las desgracias y el sufrimiento de la gente.Los seguidores de Jesús llevamos en nuestro corazón, y a veces muy dentro y como escondida, la alegría de la Resurrección, y esa alegría sostiene nuestra confianza. Y desde allí queremos enfrentarnos diariamente a la tremenda insensatez que arranca a tantas personas la dignidad, la alegría y la vida. Desde allí queremos trabajar con todas nuestras fuerzas por una vida buena para todos.

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