BUSQUEMOS NUESTRA BIBLIA, SENTEMONOS Y LEAMOS EN SILENCIO EL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO PRÓXIMO. LUEGO PODEMOS SEGUIR LEYENDO ESTA EXPLICACIÓN PARA PROFUNDIZAR
Leamos San Lucas 10,1-12. 17-20
¿QUE NOS DICE ESTE EVANGELIO?
¿OTROS ENVIADOS?
Leamos San Lucas 10,1-12. 17-20
¿QUE NOS DICE ESTE EVANGELIO?
¿OTROS ENVIADOS?
Solamente el evangelio de san Lucas nos relata que además de los doce Apóstoles, el Señor envió a otros discípulos. Los manuscritos antiguos no están de acuerdo en la fijación del número, porque mientras que en unos se lee que los enviados eran setenta y dos, en otros dice solamente setenta. El Leccionario de la Misa sigue los manuscritos que dicen "setenta y dos", que parecen ser los más seguros.
Sorprende que en las directivas dadas a estos predicadores aparezcan algunas semejantes o iguales a las que se leen en san Mateo, en san Marcos y en el mismo san Lucas, en el relate del envío de los doce.
El evangelista ha recibido de la tradición de las palabras de Jesús estos textos referentes a la misión y con ellos ha elaborado dos discursos: uno semejante al de los otros evangelistas, sobre el envío de los doce; y otro propio de su evangelio, sobre el envío de una cantidad mucho mayor de predicadores.
Los doce aparecen como los patriarcas del nuevo Israel, y los setenta y dos como los primeros enviados a todo el resto del mundo. Si sumamos los doce a los setenta y dos, da un resultado de ochenta y cuatro, que equivale a siete veces doce. Si se admite que esta clase de cálculos eran del gusto de los antiguos escritores semitas, no resulta extraño admitir que aquí aparece la perfección del número doce. Se quema indicar la totalidad o la perfección de los enviados.
En estos nuevos enviados el evangelista prefigura los misioneros de todos los tiempos, que serán enviados a todos los pueblos y lugares de la tierra. Ya se ha dicho que la universalidad de la Iglesia es un tema predilecto de san Lucas.
En esa perspectiva, se entiende que el evangelista haya elegido las palabras sobre la abundancia de la cosecha y la carencia de obreros como introducción al discurso.
OVEJAS Y LOBOS
Después del imperativo con que se ordena la partida de los misioneros, el Señor describe el envío con una comparación. Ellos van como ovejas en medio de lobos. La figura es fácil de captar. Muestra por una parte la agresividad y la fuerza, quedando para las otras la debilidad y la falta de defensa. Pero a pesar de todo se los envía. Esa disparidad de fuerzas no es una razón para que los enviados se sientan eximidos de la obligación de llevar el mensaje, ni para que elijan la reclusión en vez de la actividad en el mundo.Los enviados saben que deben desempeñar su misión en medio de un mundo que se presenta como hostil, y que en ningún memento podrán buscar igualarse a él en su agresividad o en su violencia. Si llegaran a optar por la agresividad, habrán renunciado al mismo tiempo a la condición pacífica representada por las ovejas.
La comparación de las ovejas y los lobos empalma directamente con las enseñanzas que encontramos en otras partes del evangelio sobre la renuncia al recurso a la violencia. El cristiano debe aprender a vencer el mal con el bien, el evangelio se debe imponer por la fuerza de la misma verdad y por el poder que Dios manifiesta en su palabra. Utilizar otra clase de fuerza es negar la fe en el poder de la palabra de Dios.
NO LLEVAR NADA
Entre las primeras directivas para los mensajeros, se encuentran las disposiciones que prohíben llevar toda clase de recursos, e incluso impiden saludar a quienes eventualmente encuentren por el camino.
Es suficientemente claro que las directivas tienen un sentido que se debe interpretar. Sería un lamentable literalismo quedarse en el sonido de las palabras y querer reproducirlas al pie de la letra, sin preguntarse qué quiere decir cada una de ellas.
Esta salida sin equipaje y sin saludos, indica ante todo la urgencia del envío. No hay tiempo para distraerse en preparativos.
La llegada del reino es algo que compromete al hombre de tal manera, que toda otra ocupación o preocupación pasa a segundo lugar o desaparece totalmente. Lo mismo podemos observar en los llamados de los apóstoles: no hay tiempo que perder, y una vez que se recibe la vocación hay que abandonar todo y seguir a Jesús.
El reino no es algo que se agrega como un parche a nuestra vida, sino que es una realidad que nos transforma totalmente y que transforma también al mundo. Cuando se ha descubierto el reino no queda otra alternativa que asumirlo y llevarlo a su realización en el mundo. Toda tardanza o postergación puede aparecer como una necedad. Por eso se prohíbe hasta el saludar por el camino. Las ceremoniosas y complicadas costumbres orientales en lo referente a los saludos de quienes se encuentran en un camino, podrán ser un obstáculo en la predicación del reino, ya que existían detenciones prolongadas e incluso días de permanencia como huéspedes de quienes se han encontrado durante el viaje. No hay que olvidar que para los orientales es sumamente grave recha zar o despreciar la hospitalidad ofrecida.
Pero el no llevar nada para el camino está también en relación con lo que se ha dicho sobre la fuerza de la palabra de Dios. Al decir que no hay que llevar ni siquiera lo necesario, se pone de manifiesto que la fuerza del predicador no depende de sus recursos. Utilizando la imagen que nos proporciona la parábola del sembrador, podemos decir que la abundante cosecha no depende en última instancia de la capacidad del sembrador, sino de la vitalidad de la semilla. El sembrador deberá colocar la semilla en el lugar adecuado, pero la germinación y el fruto dependerán de la misma semilla.
DIGAN: ¡PAZ!
Como un ejemplo de lo anterior, se indica de qué manera se debe entrar en las casas de los que serán evangelizados. La indicación parecería innecesaria, ya que se dice que al entrar se diga «Paz», esto es 'Shalom', el saludo normal entre judíos.
Pero el Señor dice que esta palabra estará dotada de una eficacia que no vendrá del que la pronuncia, sino de Él, que es el que envía. Cuando los mensajeros saluden dando la paz, esta paz descenderá efectivamente sobre los que sean dignos de recibirla.
La paz que comunican los enviados de Cristo no es la simple ausencia de guerras, sino que es lo que este término significa en la Biblia: la totalidad de los bienes prometidos por Dios, la plenitud, el no carecer de ningún bien. Es esa paz de la que dice el evangelio de san Juan, que no es la que da el mundo.
Debiendo llevar a los hombres una palabra tan valiosa, los mensajeros no necesitan otra clase de auxilios. La palabra de Dios se basta por sí misma y produce su fruto en todos aquellos que la reciben con fe. Pero también, quien la posee, puede comunicarla a otros. Por eso decimos en la Misa que "nos damos la paz", y no solamente que la deseamos. Las directivas que da el Señor a continuación, insisten sobre esta urgencia de llevar un don tan valioso para todos los hombres. Los mensajeros no deben perder tiempo cambiando de lugar para alojarse ni en buscar diversidad de alimentos. Si antes se encareció la rapidez con la que había de dirigirse al lugar de la misión, sin detenciones inútiles en el camino, ahora se hace lo mismo con lo que puede suceder en la ciudad donde se predica. Como antes, se insiste en que el mensaje no admite dilaciones.
TODOS SOMOS ENVIADOS
Si en los setenta y dos enviados se prefiguraba a todos los enviados de todos los tiempos y en el mundo entero, debemos comprender que todos nosotros estamos representados en ellos.
El mandate misionero afecta a toda la Iglesia, y no solamente a los sacerdotes, religiosos y religiosas. Cada uno de los cristianos debe saber que por el bautismo ya tiene un compromiso de llevar la palabra de Dios a sus hermanos, y que para eso se le ha concedido una fuerza especial en el sacramento de la confirmación.
Todos los cristianos debemos anunciar a los hombres que el Reino de Dios se ha acercado. La venida del Reino es una realidad ya operante desde el memento que Jesucristo vino a este mundo, y cada hombre debe saber que el reino ya está aquí entre nosotros.
La primera forma de anunciar a los hombres que el Reino ya está aquí es vivir auténticamente la vida cristiana en la comunidad de la Iglesia, para que todos puedan percibir que ya están a la vista los gérmenes de la humanidad renovada por la fuerza del Espíritu que nos da Cristo resucitado. Cada uno, con su testimonio de vida, debe ser un predicador del Reino que se ha acercado.
A ésta dimensión comunitaria se refiere el extraño mandato de que no vayan de casa en casa, y de que se queden siempre en la misma casa en la que han sido recibidos. Se le da más importancia a la formación de una comunidad que al contacto individual con cada uno de los habitantes de la ciudad. Es como si dijera: «Cuando encuentren una familia que los reciba, quédense con ella y formen ahí una comunidad. Cuando esa comunidad viva auténticamente, ella misma resultará atractiva para todos los demás habitantes de la ciudad».
Pero también debemos dar testimonio exponiendo las razones de nuestra fe. El testimonio de vida debe ir acompañado por la palabra, así como la palabra no debe ir sola sino acompañada por un testimonio de vida, individual y comunitario a la vez. Esta lectura del evangelio debe hacernos sentir las palabras del envío como dirigidas a cada uno de nosotros. Es necesario fortalecer nuestra fe, para que así no nos sintamos desanimados al encontrarnos como ovejas en medio de lobos, y si la magnitud de la tarea nos parece excesiva para nuestra pequeñez, no la comparemos con nuestra debilidad sino con la fuerza de Dios que obra a través de su palabra.
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