Continuamos con este espacio para reflexionar el evangelio del domingo. Algo que podemos hacer a lo largo de la semana en nuestra intimidad pero que sirve para llevar a los demás.
“acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”
“estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas”
EL TEXTO DE LA LECTURA “
La lectura de este domingo, tal vez un poco larga, carece de unidad. Encontramos dos temas en cierta forma inconexos.Los primeros versículos tratan sobre el uso de los bienes materiales, y en realidad son parte de un discurso que no se ha leído hoy y que se refiere a las riquezas.Está más relacionado con la lectura del domingo pasado.A partir de la advertencia “ estén preparados…”, entramos en un segundo discurso, que tiene por tema la vigilancia que deben tomar los discípulos hasta que vuelva el Señor.
LAS TRES PARÁBOLAS
El discurso de Jesús sobre la vigilancia está compuesto por tres parábolas breves. La primera y la tercera de ellas se refieren a unos servidores que quedan al cuidado de la casa del patrón durante su ausencia. La parábola central habla de un dueño de casa que dbe vigilar para que un ladrón lo despoje. Las tres tienen como tema la hora de la llegada de alguien, y en dos se tremina con una bienaventuranza : ¡felices..! y ¡Feliz…!, pero mientras en una se habla de la recompensa en la segunda se extiende para describir el comportamiento y el castigo del servidor que no cumple su tarea.
LA VIGILANCIA
Jesús anunció la inminente llegada del Reino de Dios. Pero mientras sus contemporáneos esperaban la llegada FULMINANTE de un reino que transformara todo en un abrir y cerrar de ojos, el Señor fue enseñando que el reino ya se hacía presente en su persona, y que debía ser recibido en la fe. A través de un proceso muy lento, los primeros discípulos fueron descubriendo que el Reino, ya presente entre nosotros, debía ir desplegándose lentamente. Los primero cristianos aprendieron que en ese crecimiento paulatino del Reino había una manifestación plena del mismo que estaba muy cerca de cada uno. Esta manifestación era la del momento de la muerte. Por esa razón los llamados urgentes a estar atentos por la venida del Señor que se aproxima, tienen un doble valor: no olvidar que hay un final de la historia donde hay que preparar la manifestación del reino, y al mismo tiempo nos recuerda que hay un final de nuestra historia personal.
LA VIGILANCIA
Jesús anunció la inminente llegada del Reino de Dios. Pero mientras sus contemporáneos esperaban la llegada FULMINANTE de un reino que transformara todo en un abrir y cerrar de ojos, el Señor fue enseñando que el reino ya se hacía presente en su persona, y que debía ser recibido en la fe. A través de un proceso muy lento, los primeros discípulos fueron descubriendo que el Reino, ya presente entre nosotros, debía ir desplegándose lentamente. Los primero cristianos aprendieron que en ese crecimiento paulatino del Reino había una manifestación plena del mismo que estaba muy cerca de cada uno. Esta manifestación era la del momento de la muerte. Por esa razón los llamados urgentes a estar atentos por la venida del Señor que se aproxima, tienen un doble valor: no olvidar que hay un final de la historia donde hay que preparar la manifestación del reino, y al mismo tiempo nos recuerda que hay un final de nuestra historia personal.
EL SEÑOR QUE FUE A UNA FIESTA
La primera de las parábolas, al mismo tiempo que reitera el llamado a la vigilancia , nos advierte sobre la forma en que hay que esperar al Señor.
La espera no debe ser una actitud enfermiza sino la de los servidores que esperan el regreso de su señor. El señor se ha ido a esa fiesta pero no ha dicho a que hora volverá, por lo tanto los sirvientes deben esperarlo atentos y con las lámparas encendidas.
La bienaventuranza con la que termina la parábola nos coloca en una situación inaudita, el señor para retribuir la espera, los hace sentar a la mesa y los sirve para ofrecerles la cena que ellos han postergado. En la misa de cada día con la que ya adelantamos sacramentalmente el banquete celestial, nosotros somos los que comemos y Cristo nos sirve dándose en la mesa de su palabra y en la mesa de su cuerpo y de su sangre.
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