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sábado, 5 de octubre de 2013

EL PODER DE LA FE



Evangelio según San Lucas 17,5-10.

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: 
«Auméntanos la fe.» El Señor contestó: - «Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, le dirían a esa montaña: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y les obedecería. Supongan que un empleado de ustedes trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de ustedes le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le dirán: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras yo como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tienen ustedes que estar agradecidos al empleado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: "Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer." » (Lucas 17, 5-10).


Jesús le dice a los discípulos que siempre se debe perdonar al hermano al punto que si por día ese  hermano nos ofende siete veces y en cada vez vuelve arrepentido, las siete veces debemos perdonarlo. Pero no es un caso matemático, donde llevamos la cantidad de veces que debemos perdonar, sino que se refiere al sentido de los orientales por el número siete: la totalidad, la perfección. Sería lo mismo que decir  siempre.
El cristiano por la sangre de Cristo ha sido reconciliado con Dios, y por eso debe vivir reconciliado con los demás hombres, sin poner ninguna objeción ni limites. Una persona que no perdona a los demás se incapacita para recibir el perdón de Dios.
En el Padrenuestro aparece para que no se nos olvide “perdona …así como nosotros perdonamos”
¿Quién puede tener tal generosidad de alma?
Diríamos que humanamente es imposible. Por eso los discípulos hablan de un aumento de fe. Solamente desde la fe se puede aceptar esta exigencia del Señor.

GRANOS DE MOSTAZA


LA RESPUESTA DE JESÚS
Pero cuando ellos piden aumento de fe, Jesús les responde que no se trata del tamaño, de la cantidad de fe, sino del hecho de tenerla o no, de tener una fe auténtica o una apariencia de fe. La fe es un regale que nos hace Dios, es una donación que transforma todo nuestro ser y nuestra vida. Como todas las virtudes que llamamos sobrenaturales, es algo divino que se introduce en nosotros y nos eleva, dando a nuestra condición algo de divino.
Un mínimo contacto con lo divino nos capacita para vivir de una manera por encima de lo que puede nuestra debilidad y nuestra limitación humana. Jesús lo compara con un grano de mostaza. Es decir, con una pequeña semilla. Si la fe se pudiera comparar con un objeto material y así fuera posible medirla y pesarla, bastaría una  cantidad mínima para que ya fuéramos capaces de hacer lo que se considera imposible. Esto último también es tomado por el Señor y explicado con ejemplos que parecen imposibles para nosot
ros: darle órdenes a los árboles y ser obedecidos; plantar árboles en un terreno tan inapropiado como el mar, como haría un mago.
Todos estos son ejemplos que nos pone Jesús para que comprendamos lo que puede hacer la fe en nuestra vida. No caigamos en el ridículo de algunos fanáticos que quieren poner a prueba la fe exigiendo milagros o pensando que tener fe significa hacer cosas portentosas como obtener que con una orden de nuestros labios un árbol se traslade por el aire. Si entendemos bien las palabras del Evangelio, Jesús nos ensena, con estos ejemplos, que gracias al don de la fe estamos capacitados para realizar cosas tan asombrosas como es el perdonar a nuestros hermanos todas sus ofensas y mantenernos siempre en actitud de perdón. Esto es mucho más portentoso que trasladar un árbol con sólo pronunciar una palabra.

LA RECOMPENSA DE LOS ESCLAVOS

Si nos sentimos enriquecidos por la fe y nos damos cuenta de que gracias a ella podemos realizar cosas que de otra manera eran irrealizables, es lógico que experimentemos la tentación de creemos más de lo que somos.
No hay nada peor que la arrogancia de quien se cree virtuoso. Todos tenemos ejemplos de lo desagradable que resulta aquella persona que hace ostentación de su religiosidad. Por eso Jesús continúa hablando por medio de comparaciones, y después de haber dicho lo que puede hacer el hombre gracias a la fe, nos explica que todo eso se debe vivir con un espíritu de profunda humildad. 
Para eso nos pone el ejemplo de lo que sucedía con los esclavos. En los tiempos antiguos, cuando había esclavos, éstos debían trabajar sin descanso, y nunca se les pagaba un salario, ni les daban las gracias por lo que hacían. El esclavo era propiedad de un patrón que lo había comprado. Y Jesús dice que con respecto a Dios nosotros somos así: no tenemos nada propio, todo lo que tenemos es de Dios, y todo lo que hacemos se lo debemos a El, ya que nos da la vida y las posibilidades de obrar. Así es que Dios no tiene por qué estar agradecido a nosotros por lo que hacemos. Es cierto que en otro orden de cosas también somos hijos de Dios, y somos amigos, y somos participantes de su misma naturaleza. Pero no por eso dejamos de ser esclavos.

San Pablo, que sabía muy bien todas estas cosas, se llamaba a sí mismo «esclavo, servidor de Dios y de Jesucristo, porque comprendía que era el título más importante que tenía.
EL PODER DE NUESTRA FE
Tenemos delante de nosotros una inmensa tarea para realizar. El Evangelio nos propone cambiar el mundo para que llegue a ser el Reino de Dios. Si lo miramos desde nuestra debilidad humana, debemos decir que es imposible. Pero Jesús nos explica, con este texto del evangelio, que la fuerza para hacer lo que parece imposible ya nos ha sido dada cuando en el bautismo se nos dio la fe. 

Lo único que hace falta ahora es que la vivamos. La palabra del Evangelio que llevamos en nuestros labios tiene poder para realizar lo que dice. Es una palabra que puede cambiar nuestro corazón rencoroso, injusto, avaro, sensual... y convertirlo en un corazón semejante al de Cristo. Reconozcamos agradecidos que todo lo que podamos hacer desde la fe se lo debemos a Dios. No caigamos en la tentación de enorgullecernos como si se debiera a nosotros. No somos más que servidores inútiles: hacemos lo que se nos ha dado, y de nuestra parte no hemos puesto nada. 

Pidamos al Señor esa fe auténtica que necesitamos para vivir como cristianos y para realizar la obra que nos exige el Evangelio: Que el Señor nos conceda también que la vivamos humildemente.

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