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martes, 22 de febrero de 2000

UN NUEVO MOISÉS

San mateo 5, 38-48:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. 
Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Nos relata la Biblia en el libro del Éxodo que cuando los israelitas fueron liberados de la esclavitud de Egipto, Moisés los condujo hacia el monte: Sinaí y  allí Dios hizo una alianza con ellos y les entregó unas tablas de piedra donde estaban escritos los diez mandamientos. Los diez mandamientos son el resumen de lo que Dios, exige de todo hombre, son los deberes que cada uno tiene con respecto a Dios, con respecto a los demás y con respecto a sí mismo. San Pablo dice que aun los paganos, que no conocen esta Ley, la tienen escrita en su corazón. Se considera que la ley dada por medio de Moisés es insuperable: nadie puede proponer algo más perfecto. Cuando Jesús fue interrogado sobre lo que se debía hacer para entrar en la vida eterna, respondió simplemente: 'Cumplan los mandamientos". 

Pero en la Biblia encontramos otro relato: cuando Jesús salió a anunciar la llegada del Reino de los Dios, el Evangelio nos dice que se reunió junto a él una gran multitud. Jesús los llevó a un lugar desierto, subió a una montaña y desde allí comenzó: a dar nuevos mandamientos para el pueblo de Dios. Jesús se manifiesta así como un nuevo Moisés que da mandamientos a los hombres. Pero es superior a Moisés porque muestra que aquellos mandamientos,  que  hasta entonces se consideraban insuperables, merecían una nueva interpretación y una mayor perfección.

OJO POR OJO Y DIENTE POR DIENTE

En el Sermón de la Montaña Jesús comenta seis mandamientos de la antigua Ley, para mostrar cómo se deben vivir en esta nueva etapa de la historia de la salvación. El domingo pasado se vieron los cuatro primeros casos. En el texto del Evangelio estamos comentando, Jesús toma otras dos de las leyes dadas por Moisés para reemplazarla por una nueva exigencia. En la primera se trata de la ley que dice: "Ojo por ojo, y diente por diente". Muchas veces se toman estas palabras como si con ellas se permitiera e incluso se aconsejara la venganza. Sin embargo su verdadero sentido es muy diferente: en los pueblos antiguos con frecuencia se les imponían a los delincuentes penas que eran mucho más graves que los delitos que se habían cometido. Había penas terribles para faltas que hoy consideraríamos como de poca importancia, al mismo tiempo que se aconsejaba la venganza en caso de ofensas recibidas.

La ley de Moisés pone un límite a la venganza y a los castigos, mandando a los jueces que nunca impongan un castigo que vaya más allá del delito que se cometió. Para eso recurre a esta conocida fórmula: "ojo por ojo, diente por diente, vida por vida.., etcétera". Así como les manda a los jueces que no impongan penas mayores que el delito, a los particulares les pone barreras para impedir la venganza e incluso les aconseja el Perdón, como dice en el texto del Antiguo Testamento que se proclama en la primera lectura de este domingo. Se ve claramente que con la ley del ojo por ojo y diente por diente, la Biblia introduce un gran progreso sobre las costumbres de los pueblos antiguos. Con ella se puso un limite a los castigos para que nadie fuera a sufrir más de lo que es justo: la pena debía tener la misma gravedad que el delito. Jesús partió de esta ley del ojo por ojo y diente por diente, que exigía una rigurosa y estricta justicia, para proclamar una nueva enseñanza para el pueblo de Dios en la línea de reducir todos los mandamientos al mandamiento del amor a Dios y al prójimo. 

Si la ley de Moisés exigía una justicia tan estricta, de modo que por cada ofensa se debía imponer una pena igual, Jesús dice que en la nueva situación no hay que resistir al mal. Estas últimas palabras causarían asombro y tal vez escándalo entre los lectores del Evangelio. ¿Jesús estaría diciendo que hay que dejar al mal que progrese libremente? ¿Los cristianos tendremos que cruzarnos de brazos mientras los malvados actúan sin que nadie se les oponga?

LA OTRA MEJILLA

Tratemos de entender bien las enseñanzas de Jesús. El Señor no nos manda de ninguna manera que nos refugiemos en una pasividad injusta. Hay obligación de corregir al que esta equivocado, así como también estamos obligados a comprometernos en la lucha contra el mal y en el esfuerzo por promover el bien. Atendamos entonces a los tres ejemplos que nos propone Jesús cuando clarifica su enseñanza después de haber pronunciado el imperativo "no hay que resistir al mal". Estos ejemplos sirven para que entendamos el verdadero sentido de la enseñanza del Señor. 

Jesús nos dice cómo hay que reaccionar cuando se recibe una ofensa, luego, qué es lo que se debe hacer en caso de un juicio; y finalmente, cuál es la manera de preceder del cristiano cuando se le impone una obligación injusta. En el primer caso; la ley de Moisés exige que aquel que ha dado una bofetada reciba otra bofetada igual. Pero Jesús nos habla de renunciar a este derecho, y en vez de exigir que se aplique la pena, estemos dispuestos a recibir otras ofensas. En el segundo caso, en un juicio, cada uno trata de defender sus derechos y obtener el mayor beneficio posible. Jesús pone un ejemplo muy gráfico: si nos hacen un juicio para quitarnos la ropa con que estamos vestidos, tenemos que evitar el litigio renunciando a lo que nos quieren quitar y agregando todavía algo más como donación. En el tercer y último caso, los soldados romanos tenían derecho a detener a cualquier ciudadano en la calle para obligarlo a hacer algún trabajo. Así hicieron con Simón Cirene  o cuando le obligaron a llevar la cruz de Jesús. El Señor nos dice que cuando seamos tratados de esta forma, en vez de protestar o de hacer el trabajo considerándonos esclavos, hagamos más de lo que nos obligan y transformemos la obligación en un servicio que le prestamos al otro. Los tres ejemplos propuestos por Jesús no son normas que se deben cumplir literalmente, sino ejemplos de situaciones "límites", que hablan más bien de las disposiciones interiores con las que debe actuar quien es tratado violentamente. Podría suceder que en algún caso se dé una situación en la que uno de estos ejemplos deba ser reproducido literalmente por algún cristiano, pero el texto se refiere a lo que debe suceder siempre en la vida de todos los discípulos del Señor. Cada uno deberá ver luego cómo aplica esta enseñanza del Señor en cada caso que se le presente. Nosotros ponemos siempre nuestros derechos por encima de todo, y Jesús nos enseña que hay una escala de valores donde lo más importante es el amor. Y es tan importante, que tenemos que actuar con amor aún con aquellos que nos están haciendo algún mal. Jesús nos demostró con su propio ejemplo lo que se debe hacer en estos casos es cuando alguien le dio una bofetada. Jesús no respondió con otra bofetada, sino que le pidió razones al que lo ofendía: "Si he obrado bien ¿por qué me pegas?". 

No se debe responder a un golpe con otro golpe, pero como se obra con amor, sigue en pie la obligación de corregir al que está equivocado o está obrando mal. Sigue en pie la obligación de impedir que se siga haciendo el mal, siempre que se trate de vencer al mal con la fuerza del bien. Se ve claramente que con estas palabras Jesús no está dando normas a los jueces y a las autoridades que deben velar por el bien y la justicia dentro de la sociedad, sino que se esta dirigiendo a cada uno de los cristianos en particular para que cada uno sepa cómo responder con amor, cuando se le está haciendo el mal.

¿Y QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

La Ley del Antiguo Testamento, como se ha proclamado en la primera lectura de este domingo, exige amar al prójimo y no ejercer la venganza. La palabra "prójimo" significa "próximo, el que está cerca", y el Antiguo Testamento llamaba "prójimo" a cualquier miembro del pueblo de Israel, de modo que los forasteros y los extranjeros no eran prójimos. Como el mandamiento dice literalmente que se debe amar al 'prójimo', algunos llegaron a la conclusión que se podía odiar a los que no eran prójimos, es decir a los enemigos y a los extranjeros. Pero Jesús enseñó que todo ser humane es un 'prójimo', aunque pertenezca a otro país, a otra religión, lleve otro color político, o sea simplemente un enemigo. 

Así lo mostró en la parábola del buen samaritano, que Él expuso para responder a la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" Cuando se dice que hay que amar al prójimo, es frecuente que tratemos de disminuir el alcance de estas palabras: amamos solamente a los que nos aman, saludamos a los que nos saludan, y a muchos los tratamos como si no fueran prójimos. Jesús nos dice que amar a los que nos aman es algo que también hacen los pecadores, como por ejemplo los cobradores de impuestos, que en esa época, por razones políticas y sociales, eran considerados como los pecadores más indignos y aborrecibles, los peores de todos. Si aun los peores pecadores aman a los que los aman y saludan a los que los saludan, los cristianos, en su obrar, tienen otro modelo que es el preceder del Padre que está en el cielo. Cuando Dios hace salir el sol o hace llover, no hace distinción de personas: el sol sale para todos, tanto para los buenos como para los males, y lo mismo sucede con la Iluvia. Esa es la forma de amar que tiene que distinguir a los cristianos: amando sin distinción demostrarán que son hijos del Padre Celestial. 
Todo hijo refleja los rasgos de su padre; los cristianos, al amar a todos, muestran los rasgos de su Padre y tratan de imitar su perfección en la universalidad del amor.

ES UNA NUEVA LEY

Estas exigencias de Jesús van más allá de lo que aceptaría la mayoría de los hombres, incluso aquellos que se consideran muy religiosos. Unos dirán: "Si obramos así ¡nos van a aplastar!"; otros pensarán que son formas de decir que requieren ser interpretadas, lo que en el fondo puede significar que todo seguirá como antes. De hecho, con el Sermón de la montaña ha sucedido que en muchos casos se han "interpretado" tanto sus exigencias que han perdido mucho de su impacto original. Es indudable que la palabra del Evangelio debe ser interpretada y se debe preguntar qué significaban esas expresiones en los tiempos en que predicaba Jesús. Pero no se las debe interpretar de tal modo que se las vacíe de contenido. Debemos tomar estas palabras con seriedad, sin retacearlas y sin retroceder ante sus exigencias por más tremendas· que sean, sabiendo que en tiempos en que Jesús las pronunciaba también eran enseñanzas que sonaban como "escandalosas". 

En el mismo discurso en que hace este comentario a los mandamientos, Jesús ha proclamado las Bienaventuranzas, en las que nos dice que los herederos del Reino de los Cielos son los que tienen alma de pobres, los pacientes y los misericordiosos. El Reino no es una realidad que se impone desde afuera, como si se tratara de un nuevo régimen político, sino que es una realidad que comienza a actuar en el corazón del hombre y se extiende en la sociedad a partir de allí..Esta es la novedad que produce el Reino al entrar en este mundo: los hombres que lo aceptan quedan transformados de manera que pueden amar aún a sus enemigos. Los ciudadanos del Reino de los cielos son personas que al encontrarse con sus enemigos no buscan la venganza sino que ofrecen la reconciliación, saben renunciar a sus propios derechos por amor a los demás, obran con amor aún cuando corrigen y reprenden, saben detener la fuerza del mal oponiendo solamente la fuerza del bien y la bondad.

LA PARTE MÁS DIFICIL

Es muy fácil pronunciar palabras, lo difícil es llevarlas a la práctica. Sobre todo cuando son palabras tan exigentes como las del Evangelio. Y estas exigencias están dirigidas a cada uno de nosotros en particular. Pero la dificultad se reduce cuando sabemos que esto no sera consecuencia de un esfuerzo realizado exclusivamente con nuestras fuerzas humanas, sino que será el resultado de la acción de Dios en nosotros, transformándonos para que seamos capaces de obrar como hijos de Dios. Esa transformación nos llevará a amar a todos sin excepción. De esta manera, amando a los que nos atacan, no les responderemos con la violencia. Pero tampoco nos quedaremos tranquilos viendo que obran mal. El amor nos llevará a no herirlos, pero también a corregirlos para que lleguen a ser mejores. Y para eso es necesario aprender a corregir con amor. Esta forma de corregir con amor vale tanto para el oprimido que se rebela contra el que lo oprime, como para el que castiga a un delincuente, o para la madre que reprende a su hijo porque se porta mal. Se debe evitar que bajo la apariencia de una corrección se oculte una venganza. El Señor no nos promete que obrando de esta manera vayamos a tener mucho éxito en este mundo. Jesús no respondió con la violencia y terminó clavado en la cruz, y aún en la cruz rezó por los que lo estaban torturando. Esto es así porque el pertenecer al Reino de Dios es mucho más importante y más valioso que todos los éxitos fugaces que podemos conseguir con la fuerza de la violencia o del odio a los enemigos. 

El Reino se abre paso a partir de lo que Dios va realizando en el corazón de cada hombre, y lentamente se va manifestando en el mundo. Y si nos dejamos transformar por Dios, también la sociedad y el mundo se transformarán con nosotros. Llegará el día en que todo el mundo será transformado por el Reino de Dios. En ese día ya no será el mundo de la agresión, de las represalias y de las venganzas, sino el Reino de paz, de justicia y de amor.

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