Domingo 10 de abril de 2011
Nos acercamos a la entrada aclamada de Jesús en Jerusalem, el próximo Domingo de Ramos. En esta lectura reflexionamos sobre la fe como el umbral hacia la vida eterna y signo del amor de Jesús.
Nos acercamos a la entrada aclamada de Jesús en Jerusalem, el próximo Domingo de Ramos. En esta lectura reflexionamos sobre la fe como el umbral hacia la vida eterna y signo del amor de Jesús.
San Juan 11, 1-45
VIVIR PARA SIEMPRE
El Evangelio de san Juan presenta una serie de hechos de Jesús a los cuales el autor llama signos o señales. Se trata de actos prodigiosos realizados por el Señor, que en los otros evangelios son designados como milagros, y a través de los cuales Jesús se manifiesta a sí mismo.
El domingo pasado hemos tenido oportunidad de conocer uno de ellos: la curación del ciego de nacimiento. Más que el poder del Señor, lo que el evangelista quiere poner ante los ojos del lector es la misma persona de Jesús. Por eso algunos de estos signos están en estrecha relación con pronunciamientos del Señor en los que se expresa que el milagro en realidad lo describe a Él.
Así leemos que después de la multiplicación de los panes, Jesús dice: Yo soy el pan de la vida; antes de dar la vista al ciego pronuncia las palabras: Yo soy la luz del mundo; y antes de resucitar a Lázaro declara que Él es la resurrección y la vida. Sabiendo estas cosas, debemos leer el relato de la resurrección de Lázaro buscando captar la intención del autor del Evangelio: él ha querido mostrarnos a Jesús como vida y resurrección de los hombres.
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