EVANGELIO
Lc 24, 46-53
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús
dijo a sus discípulos: "Así está escrito: el Mesías debía sufrir y
resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por
Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la
conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo
esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en
la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo
alto". Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y,
elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de
ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado
delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían
continuamente en el Templo alabando a Dios.
Palabra del Señor.
Solemnidad. La Ascensión del Señor.
San Lucas 24,46-53: Reforzamiento de la fe y de le esperanza
Autor: SS. Juan Pablo II
(Ef 1,17-23) "Y todo lo puso bajo sus pies"
(Lc 24,46-53)"Mientras los bendecía se separó de ellos"
Homilía en la fiesta de la Ascensión (12-V-1983)
--- Reforzamiento de la fe y de le esperanza
--- Divinidad de Cristo y dignidad del hombre
--- Esperanza de nuestra resurrección
--- Reforzamiento de la fe y de le esperanza
“¡Asciende el Señor entre aclamaciones!”.
Para la Iglesia entera y también para la humanidad es motivo de alegría profunda la celebración litúrgica del misterio de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, que fue exaltado y glorificado solemnemente por Dios. A Cristo que vuelve al Padre aplica hoy la liturgia las palabras jubilosas que dedica el Salmista al Eterno:
“Dios desciende entre aclamaciones,/ El Señor al son de trompetas./ Pueblos todos, batid palmas,/ aclamad a Dios con gritos de júbilo./ Porque Dios es el rey del mundo,/ Dios reina sobre las naciones,/ Dios se sienta en su trono sagrado” (Sal 46(47),6-9).
En este “misterio de la vida de Cristo” meditamos, por una parte, la glorificación de Jesús de Nazaret muerto y resucitado, y, por otra, también su marcha de esta tierra y su vuelta al Padre.
Esta glorificación, incluido su aspecto cósmico, San Pablo la acentúa cuando nos habla de la grandeza extraordinaria del poder de Dios respecto de nosotros, que se manifiesta en Cristo “resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado y potestad... y de todo nombre conocido no sólo en este mundo, sino en el futuro” (Ef 1,20).
La Ascensión de Cristo constituye una de las etapas fundamentales de la “historia de la salvación”, es decir, del plan misericordioso y salvífico de Dios para la humanidad. Santo Tomás de Aquino, en sus meditaciones sobre los “misterios de la vida de Cristo”, subraya maravillosamente, con su precisión neta y profunda, que la Ascensión es causa de nuestra salvación bajo dos aspectos. De parte nuestra, porque la mente se centra en Cristo a través de la fe, esperanza y caridad; y de su parte, en cuanto al subir nos prepara el camino para ascender nosotros también al cielo; siendo Él nuestra Cabeza, es necesario que los miembros le sigan allí donde Él les ha precedido. “La Ascensión de Cristo al cielo es directamente causa de nuestra ascensión, pues se incoa en nuestra Cabeza y a ésta deben unirse los miembros” (S. Th. III, 57,6,ad 2).
--- Divinidad de Cristo y dignidad del hombre
La Ascensión no es sólo la glorificación definitiva de Jesús de Nazaret, sino también la prenda y garantía de la exaltación, de la elevación de la naturaleza humana. Nuestra fe y esperanza de cristianos se refuerzan y corroboran hoy, pues nos invita a meditar en nuestra pequeñez, sí, en nuestra fragilidad y miseria, pero también en la “transformación” más maravillosa aún que la propia creación, transformación que Cristo actúa en nosotros al estar unidos a Él por los sacramentos y la gracia. “Recordamos y celebramos litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza ha sido elevada en Cristo por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre -nos dice San León Magno-. Hemos sido establecidos y glorificados por este modo de obrar divino y así resplandece más maravillosamente la gracia de Dios..., y la fe se mantiene firme, la esperanza no vacila y el amor sigue encendido. En esto reside el vigor de los espíritus realmente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas fieles de verdad: creer sin vacilación lo que nuestros ojos no ven, tener fijo el deseo en lo que no puede alcanzar la mirada” (Sermo LXXIV,1; PL 54,597).
En el momento de separarse de los Apóstoles, Jesús les confiere el mandato de dar testimonio de Él en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines lejanos de la tierra (cfr. Hch 24,47).
--- Esperanza de nuestra resurrección
...Todos somos pecadores y todos necesitamos “ese cambio radical de espíritu, mente y vida que en la Biblia se llama metánoia, conversión. Esta actitud es suscitada y alimentada por la Palabra de Dios que es revelación de la misericordia del Señor (cfr. Mc 1,15), se actúa sobre todo por vía sacramental y se manifiesta en múltiples formas de caridad y servicio a los hermanos” (Aperite portas Redemptori,5).
Este es el rico significado litúrgico, teológico y espiritual de la solemnidad de hoy. A este propósito deseo hacer mías las palabras que otro gran predecesor mío, San Gregorio Magno, dirigía a los fieles de Roma reunidos en San Pedro en esta fiesta: “Debemos seguir a Jesús de todo corazón allí donde sabemos por fe que subió con su cuerpo. Rehuyamos los deseos de tierra, no nos contentemos con ninguno de los vínculos de aquí abajo, nosotros que tenemos un Padre en los cielos... Aunque os debatáis en el torbellino de los quehaceres, echad el ancla de la esperanza en la patria eterna ya desde ahora. No busque vuestra alma otra luz, sino la verdadera. Hemos oído que el Señor ascendió al cielo, pues reflexionemos con seriedad sobre aquello que creemos. No obstante la debilidad de la naturaleza humana que todavía nos retiene aquí, dejémonos atraer por el amor en pos de Él, pues estamos bien seguros de que Aquel que nos ha infundido este deseo, Jesucristo no defraudará nuestra esperanza” (In Evang, Homilia XXIX,11; PL 76,1219).
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