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lunes, 13 de octubre de 2014

Inviten a todos los que encuentren

Domingo 12 de octubre de 2014



Estando Jesús junto al Templo de Jerusalén, de nuevo tomó la palabra y les habló en parábolas a las autoridades religiosas del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó a sus servidores para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar a sus servidores, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Vengan a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los servidores y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego dijo a sus nuevos servidores: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan ahora ustedes a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren, convídenlos a la boda." Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.» (Mateo 22, 1-14).

1.- “Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir”

La imagen del banquete nos trae una primera enseñanza en la liturgia de este domingo. Como lo expresa el Salmo 23 (22), unos diez siglos antes de Cristo el rey David le había cantado al Dios que guió a su pueblo por el desierto hacia una tierra prometida como el pastor conduce a sus ovejas hacia praderas de hierba fresca, preparándole un banquete y protegiéndolo de sus enemigos. Dos siglos más tarde, en el siglo VIII a. C., el profeta Isaías (25, 6-10a) había anunciado que Dios prepararía para todos los pueblos una fiesta con manjares exquisitos.

En la parábola del Evangelio el banquete de bodas simboliza la alianza de Dios con su pueblo. Los profetas habían exhortado al pueblo de Israel a cumplir con esta alianza abandonando la idolatría y la injusticia, pero fueron rechazados por sus autoridades políticas y religiosas. Y este rechazo a la invitación de Dios iba a llegar hasta el punto de dar muerte a su Hijo en una cruz. Finalmente, la imagen de la ciudad consumida por el fuego hace referencia a lo que sucedió con Jerusalén, que en el año 70 d. C. fue incendiada y arrasada con todo y su templo.

También nosotros somos invitados por el Señor a abandonar la idolatría -los apegos desordenados- y la injusticia -los comportamientos destructivos contra la dignidad y los derechos de los demás-, para construir una comunidad en la que todos compartamos como hermanos la mesa de la creación. ¿Cómo estamos respondiendo a esta invitación? Para hacerlo positivamente contamos con la ayuda de Jesús, pues como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, “todo lo puedo en Aquél que me conforta” (Filipenses 4, 12-14.19-20).

2.- “Vayan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”

La segunda enseñanza consiste en reconocer la universalidad del mensaje salvador de Jesús. Los cruces de los caminos son una referencia simbólica a los lugares donde se encuentran las personas de las distintas culturas y condiciones sociales. Los profetas de Israel habían anunciado el alcance universal de las promesas de Dios, más allá de las fronteras. Al “banquete de manjares exquisitos y vino generoso” son invitados “todos los pueblos”, “todas las gentes”, dice el profeta Isaías en la primera lectura.

La Iglesia, nuevo pueblo de Dios del que somos invitados a formar parte todos los hombres y mujeres, tiene como misión mantener la misma actitud de apertura universal que mostró nuestro Señor Jesucristo, que acogía a los paganos, a los pobres, a los pecadores, contraria a la de los jefes religiosos del Templo que los rechazaban con sus leyes y ritos excluyentes. ¿Tengo yo la misma actitud de Jesús? ¿O me cierro a las personas que no son de mi propia raza, cultura, religión o condición social, o que son consideradas pecadoras, como lo hacían los jefes religiosos de Jerusalén?

3.- “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos

En esta conclusión de la parábola encontramos una tercera enseñanza. Hay un detalle muy significativo en la parábola del Evangelio: dice Jesús que los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, “malos y buenos”. Esto quiere decir que Dios no sólo llama a los justos, sino también a los pecadores, y Él mismo ofrece a todos, sin distinciones, la posibilidad de presentarse bien dispuestos para la fiesta a la que los invita. En las fiestas de bodas de la época de Jesús el anfitrión solía suministrarles a los invitados el vestido apropiado para la ocasión. El personaje de la parábola que se presenta sin este vestido, simboliza por tanto un rechazo al gesto amigable de quien lo ha invitado.

Dios nos ofrece a todos la vestidura que necesitamos para presentarnos a compartir la fiesta de la felicidad eterna, de la cual la Eucaristía es un signo anticipatorio porque en ella entramos en comunión con la vida resucitada de Jesús. Tal vestidura es lo que se llama el “estado de gracia”, es decir la situación resultante de estar en paz con Dios. Para alcanzar este “estado de gracia”, que como la palabra misma lo dice es un don gratuito no obtenido por nuestros méritos sino por la pura misericordia divina, tenemos que reconocer nuestra necesidad de reconciliarnos con Él y con nuestros prójimos, tanto con los que hayamos ofendido como con los que nos hayan hecho algún mal.

¿Estamos presentables para nuestro encuentro con el Señor, llevando la vestidura apropiada que Él mismo nos ofrece? Examinemos nuestra vida, revisemos nuestras actitudes y dispongámonos a responder positivamente a la invitación que Dios nos hace a participar en su banquete: el de la Eucaristía durante nuestra vida presente, y el de “la vida del mundo futuro” cuando pasemos a la eternidad.-

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