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martes, 14 de abril de 2015

La Manipulaciòn-la autoestima como barrera




Sustraerse al sufrimiento
La dificultad que encontramos en las personas que han padecido desde su infancia una influencia y una violencia ocultas es que no saben funcionar de otro modo y dan la impresión de agarrarse a su propio sufrimiento. Los psicoanalistas suelen interpretarlo como masoquismo: «Las cosas ocurren como si el análisis revelara un fondo de sufrimiento y de desamparo al que el paciente se agarra como a su bien más preciado, como si darle la espalda supusiera renunciar a su propia identidad».  El lazo con el sufrimiento se corresponde con unos lazos que se han ido entretejiendo con otros en el sufrimiento y en la pena. Si estos lazos nos han formado como seres humanos, nos parece imposible desprendernos de ellos sin al mismo tiempo separarnos de las personas implicadas en ellos. Por lo tanto, no se ama al sufrimiento en sí mismo, lo cual constituiría masoquismo, sino que se ama a todo el contexto en el que se aprendieron los primeros comportamientos.
La pretensión de sensibilizar demasiado pronto al paciente con su dinámica psíquica es peligrosa, por mucha que sepamos que, a menudo, ha entrado en una situación de dominio porque ahí tenía la ocasión de revivir algún aspecto de su infancia. El perverso, con una gran intuición, agarra a su víctima por sus grietas infantiles. Lo único que podemos hacer es ayudar al paciente a tener en cuenta los lazos que existen entre la situación reciente y las heridas anteriores. Y no debemos hacerlo mientras no estemos seguros de que se ha sustraído al dominio y ha alcanzado la suficiente solidez como para asumir su parte de responsabilidad sin caer en una culpabilidad patológica.
Los recuerdos involuntarios e intrusivos suponen una especie de repetición del trauma. Para evitar la angustia ligada a los recuerdos de la violencia que padecieron, las víctimas intentan controlar sus emociones. Pero, para empezar a vivir de nuevo, tienen que aceptar su propia angustia y saber que no desaparecerá inmediatamente. De hecho, necesitan asumir y soltar su impotencia a través de un verdadero trabajo de duelo. De este modo, podrán aprobar lo que sienten, reconocer su sufrimiento como una parte de sí mismas digna de estima y mirar su herida cara a cara. Sólo esta aceptación permite dejar de lamentarse y termina con la negación de la propia enfermedad.
En un clima de confianza, la víctima puede rememorar tanto la violencia que padeció como sus propias reacciones, puede volver a examinar la situación y puede ver qué actitud adoptó ante la agresión y de qué manera armó ella misma a su agresor. Ya no le hará falta huir de sus propios recuerdos, y encontrará una nueva manera de aceptarlos.
Curarse
Curarse significa volver a unir las partes dispersas y restablecer la circulación entre ellas. Una psicoterapia tiene que permitir que la víctima tome conciencia de que su vida no se reduce a su posición de víctima. Si utiliza su parte sólida, la parte masoquista que la mantenía eventualmente bajo el dominio retrocede. Para Paul Ricoeur, el trabajo de curación empieza en la región de la memoria y prosigue en la del olvido. Para él, tanto puede ocurrir que uno tenga demasiada memoria y que lo atormente el recuerdo de las humillaciones sufridas, como lo inverso, es decir, que uno padezca una falta de memoria y que huya de este modo de su propio pasado. 
El paciente debe reconocer su sufrimiento como una parte de sí mismo que es digna de estima y que le permitirá construir un porvenir. Tiene que encontrar el valor para mirar su herida cara a cara. Sólo entonces podrá dejar de lamentarse o de ocultarse a sí mismo su propia enfermedad.
La evolución de las víctimas que se liberan del dominio demuestra que no estamos ante un problema de masoquismo. Por el contrario, con mucha frecuencia, esta experiencia dolorosa sirve de lección: las víctimas aprenden a proteger su autonomía, a huir de la violencia verbal y a rechazar los ataques contra su autoestima. La víctima no es «globalmente» masoquista, sino que el perverso la ha agarrado por su grieta, que puede ser eventualmente masoquista. Cuando un psicoanalista le dice a una víctima que, con su sufrimiento, se autocompadece, está escamoteando el problema relacional. No somos un psiquismo aislado, sino un sistema de relaciones.
La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale de ella reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir. Ferenczi observa que un desamparo extremo puede despertar repentinamente aptitudes latentes. Allí donde el perverso había mantenido un vacío se puede producir una atracción de energía, una especie de aspiración de aire: «El intelecto no nace simplemente de los sufrimientos ordinarios, sino que nace únicamente de los sufrimientos traumáticos. Se constituye como un fenómeno secundario o como un intento de compensar una parálisis psíquica total».  La agresión puede adquirir de este modo un valor de prueba iniciática. La curación podría consistir en integrar el acontecimiento traumático como un episodio que estructura la vida y que facilita el reencuentro con un saber emocional reprimido.

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