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martes, 14 de julio de 2015

Cristiano sin misión, ¿cristiano?




Evangelio según San Marcos 6,7-13.
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;
que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.


El Padre envía, Jesús envía
Jesús envía. Los apóstoles no eran ni profetas ni sacerdotes de profesión. El Señor los aparta de la vida ordinaria y los envía por un camino inédito para ellos, como en el caso del profeta Amós.
Sí, Jesús envía a sus discípulos como Yahvéh había enviado a sus profetas. El envío es un mandato y un don.
El misionero no debe temer: Jesús repite las mismas palabras que Yahvéh decía a sus profetas: ¡No teman!.
El discípulo recibe la potestad (exousía) de hacer los mismos sig­nos que hacía el Señor.
Misión sagrada
Hasta este momento, el evangelista Marcos nos ha mostrado a Jesús en plena acción, hablando con autoridad, desplegando dones sobrenaturales. Luego de la crisis ocurrida en Nazaret, a causa del rechazo y falta de fe de los habitantes de su pueblo, Jesús continúa su misión, enviando a los Doce como heraldos suyos: en palabras y acciones.
En los escritos judíos había una cláusula que mandaba que nadie suba al monte del templo, con su bastón, sus sandalias o su alforja (Be­rakot, 9, 5). A la luz de ese texto, comprendemos que la misión de lós discípulos se considera como una tarea sagrada. Para el nuevo pueblo de Dios, la tarea de la evangelización es tan sagrada como era para el pueblo de Israel la peregrinación al templo de Jerusalén.
Comenzó a enviarlos
El evangelio de hoy nos relata el primer envío en misión de los se­guidores de Jesús: Llamó a los Doce y los envió de dos en dos. Se trata de algo nuevo. Por eso dice: comenzó a enviarlos. El verbo griego que se traduce aquí por enviar, transcrito suena así: apostéllo, y el sustan­tivo correspondiente es: apóstolos: enviado.
El Evangelio de hoy es la continuación del relato de la institución de los Doce. En este punto del evangelio, Jesús considera que ellos ya están suficientemente bien formados como para ser enviados, ellos solos, de dos en dos. Su tarea la describe el Evangelio así: Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. Es la misma actividad que ha desarrollado Jesús. Ellos comienzan a asu­mir la misma misión de Jesús. Se puede decir que, en vida de Jesús, comienzan a entrenarse para la tarea de prolongar la obra salvífica de Jesús.
De dos en dos
Los discípulos salen de dos en dos. Lo primero que señala el pa­saje es que Jesús los envió de dos en dos. En la antigüedad los acontecimientos importantes eran confirmados al menos por dos testigos. Además, el compañero servía de ayuda en el camino, juntos podían intercambiar experiencias y trabajos. Uno de los rasgos del estilo de vida misionero cristiano es el sentido comunitario.
Exigen la conversión, porque así lo ha dicho Jesús. Están cumplien­do la función de verdaderos testigos, y para esto es necesario que sean por lo menos dos.
Al enviarles de dos en dos, Jesús ha querido que sus discípulos se presenten ante la gente como testigos veraces.
Ligeros de equipaje
Pareciera que la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles re­vistiera suma urgencia. Las órdenes que él les da describen la actitud del que debe partir precipitadamente. Este es el carácter de la misión que Jesús encarga a sus discípulos. Es algo que no admite dilación alguna. La nota de urgencia está presente en toda la enseñanza de Je­sús. Él exige una decisión hoy y no mañana; mañana ya es demasiado tarde.
Con el espíritu de desprendimiento: los apóstoles no deben tener apego al dinero, a las comodidades, no deben sentirse retenidos por nada. Jesús les dijo que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero.
Esta actitud de completo desprendimiento es muy importante, porque, si una persona siente apego por sus propios intereses, no puede ser verdaderamente mensajera del amor de Dios.
Se menciona seis cosas: tres que no se deben llevar, y otras tres de las que se dice que deben llevar lo mínimo y lo más modesto.
Están en primer lugar las tres prohibiciones: en primer lugar que no lleven pan. Con esta palabra se designa toda clase de alimentos, como también acostumbramos a decir nosotros hoy. Junto a los ali­mentos, se indica que tampoco lleven dinero como para comprar lo que sea necesario para el viaje. Cuando se indica que tampoco lleven provisiones se quiere decir que no hay que llevar ningún equipaje.
Luego vienen las tres cosas que se permiten llevar, pero con limi­taciones. En primer lugar se permite un bastón. Para quienes deben recorrer largos caminos, sobre todo en zona montañosa, es un acom­pañante indispensable. Es lo único que el Señor permite llevar en las manos. Se dice también que vayan calzados con sandalias, es decir con lo más modesto que había en aquellos tiempos y que también, como el bastón, era necesario para recorrer terrenos pedregosos. En cuanto a la vestimenta, se permite llevar solamente una túnica. No se permite llevar otra, ni siquiera de repuesto.
Jesús quiere enseñar que para esta misión no se necesita nada, nada de esta tierra. Sólo es necesaria la fuerza del Espíritu y de ésta Cristo proveyó a sus apóstoles abundantemente dándoles su poder. Para ser apóstol de Cristo tampoco es necesario gozar de mucho talento humano, no sirve para nada la influencia que conceden el dinero, la inteligencia y la sabiduría humana y tanto menos la fuerza física.
La pobreza exterior del misionero debe ser un signo de su convic­ción de que toda su fuerza la recibe del Señor, y de que él no confía en sus propios medios para llevar a cabo la misión que se le ha enco­mendado.
Sacudirse el polvo
El no andar pasando de casa en casa está queriendo mostrar que la idea de lucro ha de estar ausente de la misión. Así es, quien anda cambiando de una casa a otra en la que se le trata con más considera­ción está indicando que, tras sus afanes misioneros, hay una idea de prosperidad que nada tiene que ver con el Reino.
Jesús advierte además a los discípulos que no siempre recibirán una acogida positiva: en ocasiones serán rechazados; más aún, tam­bién podrán ser perseguidos. Ahora bien, eso es algo que no debe impresionarles: es una realidad que forma parte de su destino. De­ben hablar en nombre de Jesús, predicar el Reino de Dios, aunque sin preocuparse por tener éxito.
Sacudirse el polvo. Era esta una costumbre que practicaban los ju­díos cuando volvían de tierras paganas. Manifestaban de este modo la renuncia a la impureza que se había podido quedar adherida en ellos a través del contacto con otros pueblos. El gesto indicaría para los cristianos itinerantes que ponían directamente bajo el juicio de Dios a esa gente, porque habían rechazado la oportunidad de convertirse. De modo que ser pagano no es pertenecer a tal o cual país distinto de Israel, sino recibir o no el mensaje ofrecido. Por eso, el paganismo se muestra en la asimilación o no de los valores del evangelio.
Conversión y bondad de Dios
Hay otra indicación muy importante en el texto evangélico: que los Doce no pueden contentarse con sólo predicar la conversión. A la tarea de la predicación deben añadir, según las instrucciones y el ejemplo dado por Jesús, la cura de los enfermos. El evangelio nos refiere, de hecho, que los apóstoles curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
La misión apostólica debe incluir siempre dos aspectos insepa­rables: la predicación de la Palabra de Dios y la manifestación de la bondad de Dios con gestos de caridad, de servicio y de entrega.




Poder sobre los espíritus impuros
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsa­ron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Los apóstoles van a la misión con el aval de un poder otorgado por el Señor Jesús para llevar a cabo la tarea de luchar contra las consecuencias que ha traído al mundo la tenebrosa fuerza demoníaca. Ellos deben derrotar el reino del mal, para establecer el Reino de Dios.
No es un poder de este mundo; es poder sobre los espíritus inmun­dos. El poder que Jesús les da es un poder espiritual, un poder que tiene relación con el misterio de la salvación; un poder que libera a los hombres de los males que ha introducido el maligno, tanto las enfer­medades como la muerte, pero sobre todo del pecado, que es lo que daña al hombre desde su interior.
No hay excusa para la misión
Todo cristiano es misionero. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia y lo han recordado las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Pero en la realidad, es frecuente que no siempre sea así. Son comunes las obje­ciones: no estoy preparado, no tengo tiempo, no se cómo hacerlo...
El laico cristiano que no es misionero peca contra la vocación in­herente a su bautismo: por ser Hijo de Dios es piedra viva de la Iglesia, sacerdote, profeta y rey. El laico cristiano es responsable de su salva­ción y de la salvación de los demás.
Y que nada ni nadie nos amedrente: la eficacia no depende de nuestras fuerzas sino del Señor que nos envía. Cada domingo, en la eucaristía está presente el Señor Jesús para alimentar nuestra debili­dad con su mismo Cuerpo eucarístico.

El envío de Jesucristo es claro y tajante: Vayan. Bauticen. Enseñen. Proclamen. Anuncien. Liberen. Curen. Un cristiano sin misión, ¿es cris­tiano?



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