Evangelio según San Marcos 6,7-13.
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;
que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
El
Padre envía, Jesús envía
Jesús envía. Los
apóstoles no eran ni profetas ni sacerdotes de profesión. El Señor los aparta
de la vida ordinaria y los envía por un camino inédito para ellos, como en el caso del
profeta Amós.
Sí, Jesús envía a sus
discípulos como Yahvéh había enviado a sus profetas. El envío es un mandato y un don.
El misionero no debe
temer: Jesús repite las mismas palabras que Yahvéh decía a sus profetas: ¡No teman!.
El discípulo recibe la
potestad (exousía) de hacer los mismos signos que hacía el Señor.
Misión sagrada
Hasta este momento, el
evangelista Marcos nos ha mostrado a Jesús en plena acción, hablando con autoridad,
desplegando dones sobrenaturales. Luego de la crisis ocurrida en Nazaret, a causa del rechazo y falta de fe de
los habitantes de su pueblo, Jesús continúa su misión, enviando a los Doce como heraldos suyos:
en palabras y acciones.
En los escritos judíos
había una cláusula que mandaba que nadie suba al monte del
templo, con su bastón, sus sandalias o su alforja (Berakot, 9, 5). A la luz
de ese texto, comprendemos que la misión de lós discípulos se considera como una tarea sagrada.
Para el nuevo pueblo de Dios, la tarea de la evangelización es tan sagrada como era para el pueblo de Israel la
peregrinación al templo de Jerusalén.
Comenzó a enviarlos
El evangelio de hoy nos
relata el primer envío en misión de los seguidores de Jesús: Llamó
a los Doce y los envió de dos en dos. Se trata de algo nuevo. Por eso dice: comenzó a enviarlos. El verbo griego que se traduce aquí por enviar, transcrito suena así: apostéllo,
y el sustantivo correspondiente es:
apóstolos: enviado.
El Evangelio de hoy es la
continuación del relato de la institución de los Doce. En este punto del evangelio, Jesús
considera que ellos ya están suficientemente bien formados como para ser enviados, ellos solos, de dos en dos. Su tarea la describe el Evangelio así: Entonces fueron a predicar,
exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios
y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. Es la misma actividad que ha
desarrollado Jesús. Ellos comienzan a asumir la misma misión de Jesús. Se puede decir que, en
vida de Jesús, comienzan a entrenarse para la tarea de prolongar la obra salvífica de Jesús.
De dos en dos
Los discípulos salen de
dos en dos. Lo primero que señala el pasaje es que Jesús los envió de dos en dos. En la
antigüedad los acontecimientos importantes
eran confirmados al menos por dos testigos. Además, el compañero servía de ayuda en el camino,
juntos podían intercambiar experiencias y trabajos. Uno de los rasgos del estilo de vida
misionero cristiano es el sentido comunitario.
Exigen la conversión,
porque así lo ha dicho Jesús. Están cumpliendo la función de verdaderos
testigos, y para esto es necesario que sean por lo menos dos.
Al enviarles de dos en
dos, Jesús ha querido que sus discípulos se presenten ante la gente como testigos veraces.
Ligeros de equipaje
Pareciera que la misión
que Jesús encomienda a sus apóstoles revistiera suma urgencia. Las órdenes que él les da
describen la actitud del que debe partir precipitadamente. Este es el carácter
de la misión que Jesús encarga a sus discípulos. Es algo que no admite dilación
alguna. La nota de
urgencia está presente en toda la enseñanza de Jesús. Él exige una decisión
hoy y no mañana; mañana ya es demasiado tarde.
Con el espíritu de
desprendimiento: los apóstoles no deben tener apego al dinero, a las comodidades, no deben
sentirse retenidos por nada. Jesús les dijo que no
llevaran para el camino más que un bastón; ni
pan, ni alforja, ni dinero.
Esta actitud de completo
desprendimiento es muy importante, porque, si una persona siente apego por sus
propios intereses, no puede ser verdaderamente mensajera del amor de Dios.
Se menciona seis cosas:
tres que no se deben llevar, y otras tres de las que se dice que deben llevar lo mínimo y lo más
modesto.
Están en primer lugar
las tres prohibiciones: en primer lugar que no lleven pan. Con esta palabra se
designa toda clase de alimentos, como también acostumbramos a decir nosotros
hoy. Junto a los alimentos, se indica que tampoco lleven dinero como para comprar lo que sea necesario para
el viaje. Cuando se indica que tampoco lleven provisiones se quiere decir que no hay que llevar
ningún equipaje.
Luego vienen las tres
cosas que se permiten llevar, pero con limitaciones. En primer lugar se permite un bastón. Para
quienes deben recorrer largos caminos, sobre todo en zona montañosa, es un acompañante
indispensable. Es lo único que el Señor permite llevar en las manos. Se dice
también que vayan calzados con sandalias, es decir con lo más modesto que había
en aquellos tiempos y que también, como el bastón, era necesario para recorrer terrenos
pedregosos. En cuanto a la vestimenta, se permite llevar solamente una túnica. No se permite llevar otra, ni siquiera
de repuesto.
Jesús quiere enseñar que
para esta misión no se necesita nada, nada de esta tierra. Sólo es necesaria la fuerza
del Espíritu y de ésta Cristo proveyó a sus apóstoles abundantemente dándoles su poder. Para ser apóstol de
Cristo tampoco es necesario gozar de mucho talento humano, no sirve para
nada la influencia que conceden el dinero, la inteligencia y la sabiduría humana y tanto menos la
fuerza física.
La pobreza exterior del
misionero debe ser un signo de su convicción de que toda su fuerza la recibe del Señor, y de
que él no confía en sus propios medios
para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado.
Sacudirse el
polvo
El no andar pasando de casa en casa está queriendo mostrar
que la idea de
lucro ha de estar ausente de la misión. Así es, quien anda cambiando de una
casa a otra en la que se le trata con más consideración está indicando que,
tras sus afanes misioneros, hay una idea de prosperidad que nada tiene que ver con el Reino.
Jesús advierte además a
los discípulos que no siempre recibirán una acogida positiva: en ocasiones serán rechazados;
más aún, también podrán ser perseguidos. Ahora bien, eso es algo que no debe impresionarles: es una
realidad que forma parte de su destino. Deben hablar en nombre de Jesús, predicar el Reino de
Dios, aunque sin preocuparse por tener éxito.
Sacudirse el polvo. Era
esta una costumbre que practicaban los judíos cuando volvían de tierras paganas. Manifestaban
de este modo la renuncia a la impureza que se había podido quedar adherida en ellos a través del contacto
con otros pueblos. El gesto indicaría para los cristianos itinerantes que ponían directamente bajo
el juicio de Dios a esa gente, porque habían rechazado la oportunidad de convertirse. De modo que ser pagano no
es pertenecer a tal o cual país distinto de Israel, sino recibir o no el mensaje ofrecido. Por
eso, el paganismo se muestra en la asimilación o no de los valores del evangelio.
Conversión y
bondad de Dios
Hay otra indicación muy
importante en el texto evangélico: que los Doce no pueden contentarse con sólo predicar la
conversión. A la tarea de la predicación deben añadir, según las instrucciones y el ejemplo dado por Jesús, la cura
de los enfermos. El evangelio nos refiere, de hecho, que los apóstoles curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con
óleo.
La misión apostólica
debe incluir siempre dos aspectos inseparables: la predicación de la Palabra de Dios y la
manifestación de la bondad de Dios con gestos de caridad, de servicio y de entrega.
Poder sobre
los espíritus impuros
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios y
curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Los apóstoles van a la
misión con el aval de un poder otorgado por el Señor Jesús para llevar a cabo la tarea de luchar
contra las consecuencias que ha traído al
mundo la tenebrosa fuerza demoníaca. Ellos deben derrotar el reino del mal, para establecer el
Reino de Dios.
No es un poder de este
mundo; es poder sobre los espíritus inmundos. El poder que Jesús les da es un poder espiritual, un poder que tiene relación con el
misterio de la salvación; un poder que libera a los hombres de los males que
ha introducido el maligno, tanto las enfermedades como la muerte, pero sobre todo del pecado,
que es lo que daña al hombre desde su interior.
No hay excusa
para la misión
Todo cristiano es
misionero. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia y lo han recordado las enseñanzas del Concilio
Vaticano II. Pero en la realidad, es frecuente que no siempre sea así. Son comunes las objeciones: no estoy
preparado, no tengo tiempo, no se cómo hacerlo...
El laico cristiano que no
es misionero peca contra la vocación inherente a su bautismo: por ser Hijo de Dios es
piedra viva de la Iglesia, sacerdote, profeta y rey. El laico cristiano es responsable de su salvación
y de la salvación de los demás.
Y que nada ni nadie nos
amedrente: la eficacia no depende de nuestras fuerzas sino del Señor que nos envía. Cada
domingo, en la eucaristía está presente el Señor Jesús para alimentar nuestra debilidad con su mismo Cuerpo
eucarístico.
El envío de Jesucristo
es claro y tajante: Vayan. Bauticen.
Enseñen. Proclamen. Anuncien.
Liberen. Curen. Un cristiano sin misión, ¿es cristiano?
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