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viernes, 22 de diciembre de 2000

EVANGELIO DEL DOMINGO 19 DE DICIEMBRE : EXPLICACIÓN

Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24):

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Ya estamos a punto

¿De qué estamos a punto? Una buena pregunta. La Navidad está tan cerca que podemos pensar que el Adviento ha sido apenas una preparación para que esta celebración nos salga bien, para cantar mejor los villancicos, para que el incienso arome el templo y todos escuchemos atentos el antiguo relato del niño que nace en Belén. 
      O quizá hay que pensar que el Adviento es mucho más que un tiempo litúrgico que dura cuatro semanas escasas y de lo que se trata es de tocar una de las dimensiones esenciales de nuestra fe. Porque para lo que nos deberíamos de preparar, y lo que debería estar realmente a punto, es para dejar que nazca en nosotros, en nuestra mente y en nuestro corazón, el “Dios-con-nosotros” de que nos hablan la primera lectura y el evangelio de este domingo. 
      La lectura de Isaías puede ser muy iluminadora en el momento actual. Hay quienes piensan que ya no hay lugar para la esperanza, que la fe cristiana está a punto de entrar en fase de decadencia definitiva, que la sociedad ha perdido sus raíces. Son personas que tienen una visión de nuestro mundo realmente oscura. Y es posible que sea verdad. Pero es una situación hasta un poco mejor de la que estaba viviendo el rey Acaz. Su ciudad estaba sitiada por el ejército enemigo. No tenía ya muchas posibilidades de defensa. Y en aquella época los ejércitos vencedores no se andaban con chiquitas. Lo normal era arrasar la ciudad y pasar a cuchillo a los que no convertían en esclavos. Así que Acaz y su pueblo tenían un futuro mucho más negro que el nuestro. 
La señal va a ser un niño
      Ahí, en esa situación, el profeta habla en nombre de Dios. Va a tener una señal y va a ser una señal de futuro. ¿Qué mejor prueba se puede ofrecer de que hay esperanza para la vida  que el nacimiento de un niño? El signo es que va a ser una virgen –y la virgen por sí sola no puede dar lugar a la vida– la que va a dar a luz un niño. Ese niño es el signo vivo de la esperanza, de la capacidad de Dios para crear la vida allí donde nosotros sólo vemos muerte. 
      Ese signo se cumple en María. Ella es la virgen que va a dar a luz la esperanza de la humanidad. En ese niño pequeño recién nacido se hará visible el amor inmenso con el que Dios nos ama a cada uno de nosotros. Es una paradoja porque ese niño precisamente necesitará –como todos los niños– de todos los cuidados y atenciones del mundo para poder crecer y convertirse en una persona mayor. Hasta es poco prudente por parte de Dios alumbrar así la esperanza. ¡Es tan frágil! Es como si el amor, la salvación, necesitase ser amado para poder salir adelante y crecer y dar fruto. Así es Dios. Se hace frágil para estar con nosotros.
El que viene es Emmanuel 
      Así que eso es la esperanza: un niño que va a nacer y que algo, desde muy dentro de nosotros, nos dice que es “Dios-con-nosotros”. Gracias a él podemos seguir mirando al futuro con esperanza y ver en cada hombre y mujer la presencia del amor de Dios, la dignidad inmensa que nos da el ser fruto de su amor. Esa esperanza se constituye en el mejor motor para empujar nuestros deseos de construir un mundo más hermano y más justo, un mundo donde nadie se sienta excluido por ninguna razón. 
      Esa esperanza la tenemos que cuidar como se cuida y atiende a un niño recién nacido. Es frágil y liviana. Está en nuestras manos. No podemos dejar que se caiga. Hay que alimentarla para que crezca y llegue a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Para que los rostros contraídos por el dolor y el sufrimiento de cualquier tipo conozcan la sonrisa que provoca el amanecer. 
      El Adviento es mucho más que preparar la celebración de la misa de gallo. El Adviento toca lo más central de nuestra fe y hace que arraigue en nosotros la esperanza y que, como José, hagamos todo lo que nos mande el ángel para prepararle una casa digna –un mundo más justo– al Emmanuel.

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