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martes, 29 de mayo de 2012

PENTECOSTÉS




PENTECOSTÉS
Jn 20, 19-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Palabra del Señor.


Pentecostés es el nombre de una antigua fiesta judía. Se celebra cincuenta días después de Pascua, para recordar el día en que los israelitas liberados de la esclavitud del Faraón de Egipto llegaron al monte Sinaí. Allí se manifestó Dios sobre la montaña en medio del fuego y de la nube, con relámpagos y fuertes truenos que llenaban de terror a todos los presentes. Dios habló a Moisés y luego hizo un pacto, una alianza con los israelitas. A partir de ese día Israel comenzaba a ser un pueblo: el pueblo de Dios, y Dios, a su vez era el Dios de Israel. El antiguo pueblo de Dios se formó con los esclavos fugitivos que pertenecían a las doce tribus que venían de la cautividad. En lo alto de la montaña, con gran ruido y manifestación de fuego se realizó la alianza y se entregaron los mandamientos. Este nuevo pueblo, el pueblo de Israel, se distinguiría de los demás pueblos porque tendría una Ley que le había dado el mismo Dios. San Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta que la primera comunidad cristiana formada por los Apóstoles y los discípulos reunidos en torno a María, la Madre de Jesús, estaban celebrando alegremente la fiesta de Pentecostés. Era la primera después de la resurrección del Señor. De pronto se oyó, un fuerte ruido y aparecieron llamas de fuego que se posaron sobre todos los que estaban reunidos. El Espíritu Santo se mostraba de esta forma como derramándose sobre todos aquellos que creían en Jesús, el Hijo de Dios.

EL SOPLO QUE DA LA VIDA
Tratemos de imaginar cómo se encontraban los discípulos de Jesús después de la crucifixión del Señor. El Evangelio de San Juan nos dice que estaban "con las puertas cerradas por temor". Tristeza, miedo, desorientación y duda serían algunas de las características más sobresalientes de ese primer domingo de Pascua. La escena se transforma en un instante cuando aparece Jesús resucitado: El les da la paz y ellos se llenan de alegría. Para que no quede lugar a dudas les muestra las heridas de los claves en sus manos y la abertura que ha dejado la lanza en su costado. La paz la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús. Todo podía haber terminado ahí: una vez recuperada la tranquilidad, quedarse todos juntos como buenos amigos celebrando la resurrección de Jesucristo y gozando de su compañía. Pero Jesús añade unas palabras que abren una nueva perspectiva a la vida de sus discípulos: "Como el Padre me envió así los envió yo a ustedes". Los apóstoles no tienen que quedarse encerrados, sino que tienen que salir al mundo: para eso son enviados como el mismo Jesús fue enviado por el Padre. Como ya se ha dicho en otro momento, la palabra “como” que aparece en la frase de Jesús ("corno el Padre me envió, yo los envío a ustedes"), tiene el sentido de una comparación y al mismo tiempo de una fundamentación: el acto por el que Jesús envía a los discípulos se produce porque el Padre lo ha enviado a El. El Padre ha enviado a Jesús, y la fuerza de ese envío llega a todos los discípulos por medio de Jesús.

EL ESPÍRITU SANTO
A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la Vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese momento es uno solo con el Padre y con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor,  ahora entrega al Espíritu Santo para que dé vida fuerza y amor a los creyentes. El Espíritu Santo es dado para que actúen. Por eso, de todas las obras que tienen que realizar los discípulos enviados por Jesús en el Evangelio se menciona una sola que parece ser la que de ninguna manera puede ser llevada a cabo por un simple hombre, la de perdonar los pecados. "¿Quién puede perdonar los pecados sino solamente Dios?", dijeron una vez aquellos hombres que oyeron a Jesús perdonando los pecados. Ahora Jesús les concede este poder a los hombres, lo que equivale a decir que les esta otorgando el poder de hacer cosas que solamente pueden ser hechas por Dios. Y si algunos hombres pueden perdonar los pecados es porque han recibido este Espíritu Santo que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, es un nuevo acto de creación. Esos discípulos que unos momentos antes estaban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar porque hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.
ENVIADOS COMO JESUS
El Espíritu Santo provoca en nosotros un nuevo nacimiento haciéndonos nacer como hijos de Dios; se pude decir que recibir el Espíritu Santo es como ser creados de nuevo. El Espíritu Santo nos hace hijos de Dios y al mismo tiempo nos hace tomar conciencia de nuestra condición de hijos. Es el mismo Espíritu el que en nuestro interior nos mueve para que recemos y podamos invocar a Dios como Padre. El Espíritu Santo enriquece nuestra vida nos hace valorar nuestro trabajo, nos hace tomar en consideración la vida de los demás. Al recibir al Espíritu nos comprometemos en la misma misión de Cristo: así como el Padre lo envió a El, ahora somos enviados nosotros. El amor de Dios nos impulsa por medio del Espíritu para que salgamos a transformar el mundo.
 
EL ESPÍRITU Y NUESTRA MISIÓN
La donación del Espíritu Santo no se limita al momento en que lo recibieron los apóstoles en la tarde del primer domingo de resurrección. Jesús sigue entregando el Espíritu a su Iglesia, y este Espíritu hace que los cristianos lleguen a ser testigos. Finalmente, la presencia del Espíritu que une con Cristo y con el Padre es la que mantiene unidos a los cristianos en una sola Iglesia y la que da impulsos a los que están separados para que busquen la unidad. La fiesta de Pentecostés nos llama a reunirnos en torno a Jesús para que le pidamos insistentemente el Espíritu Santo. Pidamos el Espíritu Santo que nos capacite para ser evangelizadores, viviendo la vida de hijos de Dios y acompañando a los demás hombres para que lleguen a ser participantes de esa misma vida. Esto es lo que hizo Jesús y nos dejó corno tarea a los cristianos. "Harán las mismas obras que yo he hecho, y las harán también mayores" dijo el Señor. Pidamos el Espíritu Santo que nos una con Dios y también entre nosotros. Pidamos el Espíritu que haga cesar todas las divisiones entre los hijos de Dios. El Espíritu es el que da la unidad, y tenemos que disponernos para recibirla. Pidamos al Espíritu que reavive cada día más el ímpetu misionero de la Iglesia, para que todos los hombres puedan llegar a ser hijos de Dios. Que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre toda la Iglesia para que no desfallezca en su misión de llevar una nueva vida al mundo entero.

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