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miércoles, 27 de febrero de 2013

VIVIENDO LA CUARESMA: OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES Y ESPIRITUALES



OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos


OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA
Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos

domingo, 24 de febrero de 2013

EVANGELIO EXPLICADO DOMINGO 24 DE FEBRERO 2013



EVANGELIO
Lc 9, 28b-36
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: "Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo". Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.

Cada año, en el segundo domingo del tiempo de Cuaresma, la Iglesia proclama el Evangelio que relata esta escena que se conoce como la transfiguración del Señor". Lo que nos relata esta página del Evangelio es algo muy diferente a la mayoría de los hechos que se encuentran narrados en el resto del mismo. No es un hecho que puede haber sido presenciado por cualquier otro testigo, un hombre sin fe o alguna  persona que pasara por casualidad. 

El autor del texto nos dice que esto era una visión. Las visiones son hechos muy especiales. Son experiencias religiosas que tienen algunas personas, en las cuales perciben realidades que no son de nuestro mundo, sino que vienen de Dios. El que tiene la visión -el vidente- percibe cosas que no se pueden describir con palabras humanas, porque como se ha dicho no se trata de cosas de este mundo. 

Por eso mismo al narrar sus experiencias siempre deben recurrir a comparaciones. Y también por eso mismo otras personas que ocasionalmente se encuentren junto con el que tiene la visión no verán nada de lo que él está viendo. Grandes místicos de la Iglesia explican que las ilusiones tienen lugar en el interior de las personas, sin perder por esto la objetividad de las mismas.

LA VISIÓN DE LOS DISCÍPULOS

El evangelio relata que Jesús eligió a tres de sus discípulos: a Pedro, a Santiago y a Juan. A estos los separó de la gente y los llevó a un lugar solitario. Estos mismos serán los elegidos para estar más cerca de Jesús en otro memento en que Él se aparte para rezar: la noche anterior a la pasión, cuando después de la cena fue a prepararse mientras esperaba que llegara Judas con los que venían a tomarlo preso. 

No hay que olvidar la semejanza que hay entre las dos escenas, sobre todo teniendo en cuenta que la transfiguración que estamos comentando tiene lugar seis días después que anunciara a sus discípulos, por primera vez, que iba a padecer y morir. Estos discípulos que han oído hablar de la pasión y la muerte del Señor se encuentran a solas con Jesús en un lugar apartado y tienen esta experiencia religiosa: Jesús cambia de aspecto ante ellos. El rostro del Señor se les presenta como el sol radiante, las ropas tienen la apariencia de la luz, que brilla y no se puede tocar. Junto al Señor están dos personajes del pasado: Moisés, el primer legislador de Israel, y Elías, el más portentoso de los profetas. Los dos resumen las grandes divisiones de la Biblia hebrea: la Ley y los Profetas. 

También fueron Moisés y Elías los que ascendieron al monte Sinaí para hablar con Dios, así como en esta escena se encuentran sobre una alta montaña hablando con Jesús. Finalmente aparece una nube resplandeciente que los cubre a todos, como la nube que envolvía la cumbre del Sinaí cuando ascendió Moisés. Jesús, brillando como el sol y como la luz sobre una montana muy elevada, hablando en la nube con Moisés y con Elías, se presenta entonces como teniendo la gloria que manifestó el mismo Dios en el Antiguo Testamento.

Se advierte la intención del evangelista de establecer una relación entre lo que los discípulos vieron en esta visión y lo que verán después en la noche de la oración en el huerto de los Olives. Este mismo Jesús, que a los ojos de todos es un hombre verdadero, capaz de sentir tristeza y angustia ante la pasión y la muerte, es el que a !os ojos de la fe se revela como verdadero Dios, poseedor de una gloria igual al Padre, atestiguado por la Ley y los Profetas.

LA VOZ DEL PADRE

La descripción de la visión culmina cuando se oye desde la nube una voz que proclama a Jesús. Es la voz del Padre que pronuncia varias palabras tomadas del Antiguo Testamento: "Este es mi Hijo... . Son las palabras que suenan como las de un salmo en el que se canta la coronación del rey Mesías. "El Amado en el que tengo mi predilección...". Palabras con las que en el libro de Isaías se presenta al misterioso Servidor de Dios que salvará al pueblo con sus padecimientos y Su muerte, y llevará la salvación a todas las naciones de la tierra. , Escúchenlo!". Es la orden que da Dios al pueblo cuando anuncia la venida de un profeta como Moisés. 
En estas pocas palabras, muy parecidas a las que se refieren en el relate del bautismo de Jesús, se condensa toda la esperanza de la Biblia sobre el Mesías de Dios: el rey hijo de David, glorioso y proclamado hijo de Dios; el servidor sufriente que carga con los pecados de todos, y el profeta que trae la palabra de Dios que todos tienen que escuchar.

CONTEMPLEMOS LA VISIÓN
La lectura atenta del texto nos ha hecho ver que lo que el autor del evangelio nos relata no es una crónica que registra detalladamente lo que cualquier hombre podría haber visto si hubiera estado con Jesús y sus discípulos en la montaña. Más bien, por medio de comparaciones, simbolismos y palabras tomadas del Antiguo Testamento nos ha puesto ante los ojos, para que también nosotros lo contemplemos, a Jesús verdadero Dios y verdadero hombre, Mesías Rey y Mesías sufriente. La experiencia religiosa, la visión, que tuvieron los discípulos elegidos de aquella ocasión, tiene que ser ahora nuestra visión. 


En primer lugar el autor del evangelio nos indica que no debemos disociar: el Jesús que padece la pasión es el Hijo de Dios. No nos escandalicemos al verlo sufrir. En segundo lugar nos enseña que para llegar a la gloria que El nos quiere hacer compartir, debemos compartir el camino de la cruz. ¿Qué significa seguir a Jesús por el camino de la cruz? 
Se trata de tomar el mismo camino difícil que Jesús tomó para redimir al mundo y llevar la salvación a todas las naciones. La tarea de instaurar el Reino de Dios podía ser entendida de muchas maneras. Así fue como Pedro no quería oír hablar de la pasión, Y Santiago y Juan pretendieron tener tronos y dignidades (¡y los tres están ahora ante la visión!).

En la voz del Padre que resuena durante la visión se dice que este Jesús, Hijo de Dios glorioso, es el mismo servidor que tomó las cargas de todos hasta morir por todos. Seguir a Jesús por el camino de la cruz es entonces hacerse servidor de todos los demás. Este es el único camino que conduce a la gloria del hijo de Dios.

El Padre nos ordena escuchar a este Jesús que nos promete la gloria celestial, pero siempre sepamos ir con él por el camino del servicio a los demás y de la solidaridad con todos, especialmente con los más débiles y más necesitados.

jueves, 21 de febrero de 2013

Exposición del P. Perez del Viso: “El creyente y el actual fenómeno homosexual”

Continuando con sus actividades de verano, el P. Raúl Bradley s.j. los invita muy especialmente a concurrir a la exposición del P. Ignacio Perez del Viso s.j. quien se referirá al tema “El creyente y el actual fenómeno homosexual” abordado desde una aguda y cristiana mirada para acercarse al tema referido.

El padre Ignacio Pérez del Viso, sacerdote jesuita, es un reconocido especialista en diálogo interreligioso; fue director de la Revista del CIAS -Centro de Investigación y Acción Social-; es profesor de Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología de San Miguel y director de la Revista Strómata, de Filosofía y Teología. Asimismo se desempeña como asesor de la Comisión Episcopal de Ecumenismo. Es capellán de los maristas del Manuel Belgrano y colabora en la parroquia San Martín de Porres.

Adjuntamos como archivo una nota publicada por el P. Perez del Viso en la Revista Criterio Nº 2363, como para ir aproximándose a su pensamiento.
Les pedimos hagan extensiva la presente invitación a toda persona interesada en el tema de referencia.
Asimismo les solicitamos confirmen su presencia ­_a través del presente correo o bien dejando mensaje en el teléfono de secretaría consignado_ con lo cual nos ayudarían a una mejor organización en cuanto a la elección de sala acorde a la concurrencia.

Fecha de realización : lunes 25 de febrero de 2013
Hora :   18 hs.
Lugar  Callao 542
Colaboración sugerida : $ 30.-
Información : Miércoles y Viernes de 17,45 a 20 hs.
                       Tel : 4373-9799 

El matrimonio “igualitario” y sus polémicas



El matrimonio “igualitario” y sus polémicas
por Pérez del Viso, Ignacio ·
(Publicado en la revista Criterio, nº 2363, Septiembre 2010.)

Los enfrentamientos que se dieron en torno a ley de matrimonio entre personas del mismo sexo evidenciaron, más allá de intolerancias y desaciertos, la imperiosa necesidad de saber leer los signos de los tiempos.
 La aprobación de la ley de matrimonio “igualitario”, que equiparó el matrimonio entre un hombre y una mujer con la unión civil entre personas del mismo sexo, incluyendo el derecho a la adopción, nos dejó a muchos un gusto amargo, al menos en los primeros días. Ante todo, porque se aplicaba el mismo nombre y la misma figura jurídica a dos realidades muy diversas, con la confusión que de ello se seguirá. Cuando una maestra deba enseñar a sus pequeños alumnos qué es el matrimonio, tendrá que caminar por el
filo de una navaja, exponiendo sus propias convicciones sin dar motivo a ser denunciada por contradecir la ley y “discriminar” a las parejas homosexuales.
En segundo lugar, a muchos nos desagradó que se haya hablado de una votación de conciencia, que en realidad no existió. En tales casos, los partidos y el gobierno presentan discretamente sus posiciones, pero sin jugarse por una u otra, máxime cuando los partidos no habían incorporado el tema a su plataforma electoral. Pero aquí fueron muchas las presiones ejercidas para que algunos senadores estuvieran ausentes, se abstuvieran o cambiaran su voto a último momento. Más aún, pareció que se trataba de una pulseada personal contra el cardenal Jorge Bergoglio por iniciativa del ex presidente Néstor Kirchner, quien afirmó que la Iglesia, entiéndase la jerarquía, debía modernizarse. En realidad, razón no le faltaba, ya que el Concilio Vaticano II fue convocado en 1959 por Juan XXIII precisamente para que la Iglesia se modernizara o actualizara. Pero las miras del Papa bueno ¿coincidirían con las del diputado Kirchner?

Ser signo de esperanza
Hay aspectos muy positivos que podemos rescatar de este proceso, que nos permitirá mirar hacia delante y no quedarnos lamiéndonos las heridas. Los creyentes, laicos y
sacerdotes, debemos ser un signo de esperanza para nuestra propia comunidad y para los de otras comunidades, es decir, para todas las personas de buena voluntad, sean creyentes o agnósticos. Ello no significa que coincidamos en todo, pero sí al menos en ciertos valores fundamentales. Comunidades judías o musulmanas pueden ser un signo
de esperanza para los cristianos en la medida en que constituyen un testimonio en favor de la paz y la justicia. Lo mismo podemos afirmar respecto de personas no creyentes que se esfuerzan por construir un mundo mejor.
Dentro de la Iglesia católica, el primer rasgo positivo en este proceso, el primer signo de esperanza, es la movilización de los laicos. Cuando se habla de la Iglesia se piensa en los obispos, a veces también en el clero, en los curas. Pero hemos visto declaraciones, reuniones y manifestaciones, en todo el país, organizadas en forma espontánea. No se pasaba lista, no se enviaba a las autoridades de los colegios con sus abanderados.
Se oyeron expresiones muy personales, como las de una salteña, que cito de memoria: “Me siento como una leona parida que defiende a su cría, es decir, a mis hijos y a mis nietos. Sepan que en Salta cada gaucho tiene su china”. Uno puede tomar distancia de ese modo de hablar, más propio del interior que de la ciudad de Buenos Aires, pero no cabe duda de que esas frases no se las sopló el obispo ni el cura. Le salieron del alma. El signo de esperanza consiste en una mayor conciencia de que cada creyente debe manifestar su fe y sus convicciones sin esperar órdenes de arriba. La aprobación de esta
ley, en cambio, no fue un signo de esperanza, porque obedeció órdenes que eran terminantes y no permitían cambiar una coma de lo aprobado en Diputados.
Un segundo rasgo positivo consiste en que la presentación del tema, realizada por el Departamento de Laicos, dependiente del episcopado, no era en contra de las personas homosexuales sino en pro de valores: concretamente el matrimonio, la familia y la vida. Si algunos manifestaron animosidad contra los de la vereda de enfrente, debe atribuirse al hecho de que no somos robots que ejecutan movimientos precisos sino personas con convicciones muy arraigadas. Tales desbordes se dieron en las dos “veredas” y no deben
ser magnificados. Estamos a leguas del enfrentamiento entre la “laica” y la “libre”, del tiempo del presidente Arturo Frondizi (1958-1962), cuando los manifestantes quemaban
autos en los puntos de choque. Esta vez, en cambio, había globos anaranjados de un lado y pancartas del otro. En medio siglo hemos aprendido a realizar manifestaciones sin necesidad de agarrarnos a palos. Este progreso se vio ya, hace dos años, en las concentraciones organizadas por los del campo, en Palermo, y los del gobierno, frente al Congreso, previas al voto “no positivo” del vicepresidente Julio Cobos.

Un examen de conciencia
Si nos atenemos a los números, la posición oficial de la Iglesia católica y de otros cultos sufrió una derrota contundente, ya que ni siquiera se rozó el empate en ninguna de las dos Cámaras del Congreso. Esto debe llevarnos a un examen de conciencia, no para buscar chivos expiatorios sino para saber dar razón de nuestra esperanza, como se nos pide en la 1ª Carta de san Pedro (3,15).
Dar razón no es repetir lo que creemos sino dialogar, buscando convencer a los que piensan de modo diferente. Y si no lo logramos, que al menos consideren razonable nuestra posición. Cuando se votó la ley de divorcio, en 1987, hubo obispos que hablaron con sensatez, como Justo Oscar Laguna, mientras que otros, con la mejor buena voluntad, manifestaron una belicosidad que resultó contraproducente. El obispo Emilio Ogñénovich organizó una procesión a Plaza de Mayo, encabezada por la Virgen de Luján, con escasa participación de fieles. Algunos obispos pensaron incluso que debían excomulgar a los diputados que habían votado la ley, a los cuales no se les había dejado margen de  maniobra.
En aquella ocasión escribí unas reflexiones en la Revista del CIAS, considerando un despropósito el recurso a la excomunión. En cuanto a la declaración del episcopado sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, me permito una sugerencia, no tanto mirando hacia atrás cuanto hacia delante. El documento fue presentado como la posición de todos los obispos argentinos. Ahora bien, es un secreto a voces que había dos posiciones en la asamblea episcopal, por lo cual la declaración parecía una verdad a medias. La transparencia hoy es un valor aceptado y exigido por todos. La mera sospecha de que se ha disimulado algo, se convierte en una pendiente difícil de remontar. Tomemos como modelo al Concilio, donde se hicieron públicos los votos de cada documento.
El que trataba de las religiones no cristianas, Nostra aetate, recibió 2.221 votos a favor y 88 en contra. El sector desconforme era un síntoma de que algunos puntos debían ser más trabajados, lo que se procuró hacer después del Concilio.
Al presentar una sola posición se manifestaba el deseo de reafirmar la identidad católica. Ahora bien, la categoría de identidad es utilizada sobre todo por las minorías, tanto religiosas, étnicas como culturales. Si presentan varias posiciones, su peso en la sociedad se diluye. En cambio, cerrando filas, una minoría puede ejercer una influencia muy superior al número de sus miembros.
E la Argentina, los católicos somos amplia mayoría. Según algunos estudios, el 75% de los habitantes se considera católico, aunque sea mucho menor el número de practicantes. Sin embargo, al observar las expresiones de religiosidad popular, como el millón de peregrinos a Luján en un día o el equivalente en otros santuarios del país, palpamos esa mayoría. Por ello, pienso que no deberíamos encerrarnos en el paradigma de la “identidad católica” monolítica, cerrando filas como una minoría, sino abrirnos al legítimo pluralismo en la Iglesia, que nos enriquece siempre.

Dar razón de la esperanza
En una carta de lectores de La Nación del 4 de junio, propuse que a las parejas de personas homosexuales se les entregara una Libreta de Convivencia, no una Libreta de Matrimonio. El domingo siguiente a la aprobación de la ley, leí en ese diario razonables reflexiones del arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, reconociendo que las parejas homosexuales poseen algunos derechos, como el de heredarse mutuamente.
En esa línea iba el sector del episcopado que buscaba dar una mejor razón de nuestra esperanza. La declaración de la asamblea de obispos podía haberse centrado en lo que
coincidían todos, es decir, en la reafirmación del matrimonio como unión de un hombre y una mujer. La llamada “unión civil”, que cubría lagunas jurídicas, podía haberse dejado a la interpretación de cada obispo, como un signo de flexibilidad y comprensión.
Otra forma de dar razón de nuestra esperanza consiste en hacerlo “con suavidad y respeto”, como se añade en la carta del apóstol san Pedro, antes citada. Ahora bien, algunas expresiones no condecían con la suavidad ni con el respeto debido a los de vida homosexual. Las afirmaciones que se atribuyeron al obispo Antonio Marino, auxiliar de La Plata y encargado del seguimiento legislativo, parecieron cañonazos, como la conjetura de que una persona homosexual podía llegar a tener 500 parejas en su vida. Quizás un heterosexual también, pero no nos interesaban los casos límite sino los promedios. La agencia de noticias católica AICA desmintió después esa atribución, con grandes elogios a la bondad del obispo, pero quedaron flotando las sorprendentes estadísticas, como provenientes de un equipo asesor.
Las personas homosexuales, por su deseo de acceder a los beneficios del matrimonio, parecían ser los enemigos de la humanidad, los destructores del orden social. No
distinguimos siempre entre el orden objetivo y la dignidad de las personas.
Creo que no sintieron que les prodigábamos el amor cristiano, debido incluso a los enemigos. Nos alegramos cuando ex combatientes de las Malvinas, argentinos y británicos, se abrazan con gran afecto y entablan una amistad. Pero respecto de los homosexuales continuamos manteniendo una distancia convencional, como respecto de los leprosos en tiempos de Jesús.

Signos de los tiempos
Podemos también dar razón de nuestra esperanza cuando consideramos la situación de cada persona y no metemos a todos en la misma bolsa. En este proceso se dijeron
muchas mentiras, como la ya indicada de que sería una votación de conciencia. Pero no todos mentían, aunque estuvieran equivocados.
Ahora bien, en la Biblia se habla del padre de la mentira, que es Satán, cita retomada en la carta del cardenal Jorge Bergoglio a las carmelitas. Desde el punto de vista teológico
la afirmación es correcta, pero dio pie a reacciones extrapoladas, en el terreno político. La presidenta Cristina Fernández habló de la Inquisición, infiltrada en este debate, y el senador Miguel Ángel Pichetto, jefe de la bancada oficial, encontraba ecos de la mentalidad nazi en el tema de la objeción de conciencia.
En ese contexto, parecía que el proceso respondía a un plan demoníaco. Los partidarios de la ley se sentían llevados a un terreno mágico, supersticioso, de ultratumba, donde
no vencen las razones sino los temores. Por eso, mirando hacia delante, diría que en casos similares los textos de los obispos deberían ser revisados por expertos en medios, de modo que la belleza de la verdad, más que la podredumbre de la mentira, sea
siempre un signo de esperanza. Cuando en 1870 le fueron arrebatados al Papa los Estados Pontificios, Pío IX excomulgó a los responsables de ese atropello y se negó a todo diálogo con los adversarios, que proponían diversas formas de arreglo. El
“No podemos” negociar resultó un signo de falta de esperanza. Un siglo después, Pablo VI, al recordar aquellos sucesos, reconoció allí la acción de la Providencia, que había
liberado a la Iglesia de sus dominios temporales, ya que ésta carecía de la capacidad de desprenderse de ellos en forma espontánea. Convirtió el signo de desesperación en signo de esperanza, proceso ya iniciado por Pío XI mediante los Pactos de Letrán, en 1929. Como vemos, la lectura profética de los signos de los tiempos es más que una interpretación histórica o sociológica de los hechos. Constituye incluso una recreación de lo sucedido en tiempos pasados. Lo negativo adquiere una dimensión positiva a la luz de la fe. Los mártires, comenzando por Jesús, tuvieron una muerte horrible. Pero en la liturgia, la Iglesia convierte esos martirios en testimonios de fe y motivos de alegría.
Con la ley de matrimonio igualitario no perdió la Iglesia. Perdimos todos. Pero el mundo no se viene abajo, como no se derrumbó después de la ley de divorcio. No añoremos lo que había antes. Releamos creativamente este signo de los tiempos. Continuemos mejorando la calidad de vida. Seamos solidarios con quienes padecen situaciones  adversas, como la pobreza, la enfermedad o la soledad. Y pensemos cómo podríamos ayudar a las personas homosexuales a sentirse más cerca de Dios. Ahora se sienten más lejos de la Iglesia. Pero cuando se apaguen los ruidos del enfrentamiento, vendrán “parejas” a pedir una bendición.
En realidad, si se bendicen las armas, bien podemos bendecir personas, aunque no sea fácil encontrar las palabras adecuadas. Qué lugar podríamos darles en nuestras actividades constituye un desafío a la imaginación. Pero a pesar de todos los obstáculos, no perdamos la alegría de anunciar el Evangelio de las Bienaventuranzas y de contagiar
con esa alegría a los que se sienten lejos de nosotros.

El autor, jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia.


domingo, 17 de febrero de 2013

Comenazamos juntos la Cuaresma







MIERCÓLES DE CENIZA 2013- COMENZAMOS LA CUARESMA


Evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara.»


Para la Iglesia no hay celebración más importante que la de Pascua. Por eso la prepara de una manera excepcional, durante un período que dura cuarenta días. De ahí el nombre de "cuaresma" Cuarenta días antes del domingo de Ramos - en un día que coincide con un miércoles - damos comienzo a esa preparación. 
Este día se llama tradicionalmente "Miércoles de ceniza", porque en él se bendice y se impone ceniza sobre la cabeza de los fieles que concurren a la Iglesia. Es una jornada de especial austeridad, y todos los católicos que tienen entre dieciocho y cincuenta y nueve años cumplidos están obligados a observar la ley del ayuno, y todos los mayores de catorce años no pueden comer carne o deben realizar alguna otra obra penitencial. La Iglesia impone estas obligaciones en este primer día del tiempo de Cuaresma, pero se nos aconseja a todos que durante este período anterior al domingo de Pascua mantengamos el mismo espíritu de penitencia y recogimiento. 

La costumbre de bendecir e imponer la ceniza a los fieles proviene de la época en que los pecadores públicos se disponían durante estos días, mediante una intensa penitencia, a recibir la absolución el jueves santo. Los que habían cometido delitos conocidos por todos, concurrían a la Iglesia y en presencia de toda la comunidad recibían la ropa que significaba su estado de penitentes: una túnica de tela grosera, como arpillera, y ceniza sobre su cabeza y sus ropas. Colocarse ceniza sobre la cabeza es signo de gran humillación, porque todos cuidamos el cabello, lo peinamos y tal vez lo perfumamos, tratamos de llevar la cara limpia, y las mujeres además suelen embellecerla por medio de cosméticos. 

Si en vez de todo esto nos ponemos ceniza, estamos afeando lo que llevamos con más orgullo y cuidado. El sacerdote, al ponernos la ceniza sobre la cabeza, nos dice algunas palabras tomadas de la Biblia. Pueden ser las que Dios dijo al hombre después del primer pecado, y que nos recuerda nuestra condición de mortales: "de polvo eres y al polvo volverás". También pueden ser las de la primera predicación de Jesús y que nos introducen en el espíritu que tiene que dominar durante toda la cuaresma: "Conviértete y cree en el Evangelio"


 LAS PRÁCTICAS DEL TIEMPO DE CUARESMA

Actualmente todos nos presentamos como pecadores públicos y recibimos nuestro hábito penitencial. De esta forma comenzamos nuestra preparación, para que cuando lleguen los días más solemnes, que son los que llamamos "la Semana Santa", nos encuentren bien dispuestos. La ceniza que aceptamos sobre nuestra cabeza es un compromiso de cambiar nuestra vida antes de la Semana Santa, como hacían los antiguos pecadores públicos. La primera práctica que tenemos en vista es la de la conversión, que significa "cambiar de mente", "cambiar nuestra forma de pensar". Es un cambio de camino, dejar el equivocado para tomar otro de acuerdo con el Evangelio. Junto a esta práctica, que es la principal, la Iglesia nos propone otras, a partir del Evangelio, que a su vez son como un camino para conseguir la primera: la limosna, la oración y el ayuno. 

Estas tres prácticas son las tradicionales de la piedad del pueblo judío, y que ya ocupaban un lugar privilegiado en la religiosidad del tiempo de Jesús. El evangelio de san Mateo, escrito para una comunidad judeocristiana, dedica un espacio del sermón de la montaña para instruir sobre la forma de realizar estas tres prácticas tradicionales, al mismo tiempo que corrige algunos defectos. 

En cada caso el evangelio se preocupa por la realización en secreto de estas prácticas religiosas. Tiene en vista a aquellos que las hacen solamente para ser vistos por la gente y recibir elogios y aplausos. No seamos tan literalistas que lleguemos a pensar que nunca podemos dar limosna, rezar o ayunar si alguien se puede enterar de nuestro gesto. El mismo Jesús, que aquí aparece diciendo estas cosas, en otras partes del evangelio aparece rezando en presencia de otras personas, y mandando a sus discípulos que pongan sus buenas obras a la vista de todos para que así los hombres glorifiquen al Padre. Lo que quiere decir el evangelio es que no debemos hacer las obras de piedad con la intención de que nos vean y nos aplaudan.
Si evitamos esta mala intención, debemos hacer las obras piadosas sin dar importancia al hecho de que los demás las vean o no.

LA LIMOSNA, LA ORACIÓN Y EL AYUNO

Para lograr nuestra conversión se nos recomienda en primer lugar practicar la limosna, la oración y el ayuno. Cuando hablamos de limosna, no pensemos en una moneda dada de lo que nos sobra. Limosna significa 'misericordia'. La Iglesia antigua  entendía que era privarse de algo para dar al que necesitaba, y por eso siempre iba unida al ayuno: un día sin comer para poder dar al que no tiene nada. Un Papa de los primeros siglos aconsejaba a los fieles: “Hágase de la abstinencia de los fieles el alimento de los pobres, Y lo que Cada cual sustrae de su alimentación, aproveche al necesitado"

Es por eso que el ayuno y la abstinencia es una forma privilegiada de la conversión. Nos hace salir de nosotros mismos para ocuparnos de las necesidades del prójimo. Mediante la limosna dejamos de pensar sólo atención en las necesidades que en nosotros para fijar nuestra están padeciendo otros hermanos nuestros, y tratamos de compartir. En vez de acumular para nosotros, o adquirir lo superfluo, tratamos de remediar las carencias de los que reciben un salario que no les alcanza para comprar los alimentos necesarios o cubrir los gastos de cada día, o nos hacemos cargo de las necesidades de quienes no tienen trabajo, o por la edad o la enfermedad ya no pueden trabajar.

El ayuno no es una práctica que realizamos por conveniencia para nuestra salud, ni para adquirir mayor dominio sobre nosotros mismos, como hacían los antiguos filósofos. Para un cristiano el ayuno debe ir acompañado de la limosna: privarse del alimento para darlo a quien no lo tiene. Al mismo tiempo es elegir una forma de solidaridad con el pobre, padeciendo voluntariamente lo que él tiene que padecer diariamente por necesidad. A quienes buscamos siempre el bienestar, la práctica del ayuno nos saca de nosotros mismos para colocarnos en la condición del prójimo y nos ofrece otro camino de conversión.

martes, 12 de febrero de 2013

DEFINIENDO LOS ESPACIOS




Queremos utilizar el concepto de espacio como base del taller, por tal motivo, proponemos que frente a cualquier situación que se tenga que clarificar o resolver, se empiece definiendo el espacio con al pregunta ¿DE QUIEN ES EL ESPACIO?
La cual resulta clave para las personas entrenadas en estos conceptos.
Optamos sin embargo trabajar con una pregunta que es esencialmente la misma, pero más explícita y más sencilla.¿ EN EL ESPACIO DE QUIEN ESTA TAL REALIDAD?

LAS POSIBLES RESPUESTAS

Primero: está en mi espacio. Esto significa que a mí me corresponde  atender este asunto, sea un sentimiento mío, una necesidad propia, un logro, merito, responsabilidad, una decisión, un problema, un valor, etc.

Segundo: Está en el espacio de otra persona. En consecuencia, la primera actitud mía va a ser el respeto. Puedo opinar, dar mis gustos, hasta argumentar, pero con la actitud de quien sabe que la decisión será del otro y con la disposición de respetarla.
Muchas veces la respuesta está en el espacio del otro, pero este otro no asume su responsabilidad. Mi primera actitud será el respeto. Además aparece otro concepto importante, el de “acompañamiento”. Voy a respetar su espacio y acompañarlo para que él asuma la responsabilidad de su espacio. No es lo mismo acompañar a un niño para que haga su tarea que hacérsela yo.

Tercero: está en un  espacio compartido, es el espacio de la pareja, de la familia, del grupo. Las actitudes son las mismas, respeto y acompañamiento.
Acompañamiento: acompañar es, según las situaciones, reconocer, motivar, apoyar, escuchar, convencer, estar con..

domingo, 10 de febrero de 2013

EVANGELIO EXPLICADO DEL DOMINGO 10 DE FEBRERO




EVANGELIO
Lc 5, 1-11
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres". Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.

“Por tu palabra echaré las redes”
Un gran poder de atracción debió de ejercer la predicación de Jesús entre la gente que “se agolpaba alrededor de Él para oír la Palabra de Dios” a orillas del lago de Genesaret -también llamado lago de Tiberíades, y “Mar de Galilea” por su extensión y profundidad-. Nosotros también somos invitados a escuchar esa misma Palabra. Y así como lo hizo con aquellos pescadores que habían bregado toda la noche sin resultados positivos y que gracias a la energía que les infundió pudieron ver premiados sus esfuerzos, Jesús nos exhorta a no desanimarnos en la búsqueda de las metas que nos proponemos, a confiar en su poder a pesar de las dificultades que encontramos.
El pasaje evangélico conocido como “la pesca milagrosa”, es ante todo un relato de vocación. En él se concreta el contenido del llamamiento de Jesús a sus primeros cuatro discípulos: Simón, su hermano Andrés -que no es nombrado aquí pero podemos deducirlo por el contexto-, y otros dos, también hermanos, Santiago y Juan, los “socios de la otra barca” que ayudaron a Simón y Andrés a recoger la pesca abundante.



“Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”

La primera lectura de este domingo (Isaías 6, 1-8) describe la vocación de Isaías. Este profeta vivió entre los años 765 y 700 antes de Cristo, y se calcula que recibió aquel llamamiento especial, narrado por él mismo en el libro que lleva su nombre, hacia el año 740. Cabe destacar en el relato de Isaías la actitud humilde de quien se reconoce pecador, indigno de ser escogido por Él para ser su “profeta”, es decir, para hablar en su nombre. La actitud de Simón Pedro en el pasaje del Evangelio es similar, pero su experiencia de la majestad y del poder de Dios no acontece en el Templo de Jerusalén, como en el caso de Isaías, sino en el lago, cuando realiza su trabajo como pescador.
También a nosotros se nos ofrece la posibilidad de vivir la experiencia del Dios hecho hombre en Jesús, quien, no obstante nuestra condición de pecadores, tal como le decimos en el “Yo confieso” al comenzar la celebración eucarística, y precisamente
para liberarnos del pecado, se nos comunica a través de sus enseñanzas y de su vida entregada en la cruz y resucitada. Esto puede acontecer no sólo cuando nos reunimos en un lugar de culto para celebrar la Eucaristía; también en medio de nuestra actividad cotidiana podemos experimentar la presencia y la acción salvadora del Señor significada en la pesca milagrosa, cuando, a pesar de las dificultades que nos toca afrontar en nuestra vida cotidiana para alcanzar los logros que nos proponemos, Él mismo nos muestra que es posible obtener resultados positivos si confiamos en su poder.



Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron

Los Evangelios nos cuentan de distintas formas cómo los primeros discípulos fueron atraídos de tal manera por la personalidad de Jesús, que lo siguieron “dejándolo todo”. La invitación que les hizo Jesús a ser “pescadores de hombres” es especialmente significativa por lo que implica esta forma simbólica de expresar la misión que les iba a dar a quienes serían sus apóstoles, es decir, sus enviados. La imagen de la red repleta de peces es símbolo del reino de Dios, es decir, del poder del Amor que, a través del esfuerzo paciente de quienes siguen de verdad a Jesús, hace posible que crezca y se desarrolle la Iglesia, que es la comunidad convocada por Dios alrededor de su Hijo.
También el apóstol Pablo, que no había conocido a Jesús durante su vida terrena, pero tuvo una profunda experiencia del Señor resucitado que lo llevó a convertirse pasando de ser perseguidor de los cristianos a propagador de la fe en Jesucristo, primero entre los judíos y luego entre los “gentiles” o paganos de su época, sería, como Pedro y los primeros discípulos, llamado a ser “pescador de hombres”. En la segunda lectura de este domingo, tomada de su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 15, 1-11), Pablo reconoce que, no obstante su condición de pecador, Dios fue infinitamente bueno y compasivo con él: “por la gracia de Dios soy lo que soy”.
Dispongámonos asimismo nosotros a seguir a Jesús que nos llama y nos envía, a cada uno y cada una con una vocación y una misión específicas, para colaborar con él en la tarea de ser “pescadores”, es decir, de motivar a todas las personas que podamos, con nuestro testimonio de vida, para construir juntos un mundo nuevo, la nueva civilización del amor, cada cual poniendo todo cuanto esté de su parte. Para ello es preciso que dejemos nuestras “redes”, es decir, que nos des-en-redemos de nuestros afectos desordenados, de todo cuanto nos impide seguir de lleno a Jesús, poniendo en práctica lo que dice la canción que suele cantarse en las celebraciones eucarísticas mientras se reparte la sagrada comunión:
“Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca, junto a Ti buscaré otro mar”-.

domingo, 3 de febrero de 2013

EVANGELIO EXPLICADO DEL DOMINGO 3 DE FEBRERO DEL 2012



EVANGELIO
Lc 4, 21-30
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Después que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, sánate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra de Señor.

 El relato que nos trae el Evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado, en el cual, después de leer en la sinagoga de Nazaret un texto del libro profético de Isaías, Jesús se presentaba como el Mesías, el ungido o consagrado y enviado por Dios para darles una “buena noticia” de liberación a los pobres y oprimidos (Lucas 4, 14-21). Ahora el mismo Evangelio según san Lucas nos narra el conflicto que ocasionó entre Jesús y sus oyentes la falta de fe con que lo recibieron. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra situación actual lo que nos dice hoy la Palabra de Dios.

Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”
Esta pregunta de los paisanos de Jesús, que aparece varias veces en los Evangelios, corresponde a la incredulidad de quienes lo habían visto crecer en Nazaret como “el hijo del carpintero”, un ser humano común y corriente que había mantenido entre sus vecinos lo que hoy diríamos “un bajo perfil” y ahora se presentaba nada menos que como el Mesías prometido. Es curioso el contraste entre la actitud inicial y el comportamiento final de quienes escuchaban a Jesús. Primero, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”, y poco después reaccionan ante lo que Jesús les dice: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”.
La razón de este contraste parece ser la exigencia que le hacían sus oyentes de señales prodigiosas para creer, cuando el orden debido es al revés: es la disposición de fe la que hace posible experimentar la acción milagrosa del Señor. Algo parecido puede suceder entre nosotros. Podemos aceptar intelectualmente la palabra de Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras, pero esto no basta. Necesitamos una disposición de fe para ponernos confiadamente en las manos de Dios sin exigirle que demuestre su poder.

«Les aseguro, ningún profeta es bien mirado en su tierra».
Esta aseveración de Jesús se ha convertido en un refrán precisamente porque expresa una realidad continuamente verificable en la vida cotidiana. No resulta fácil para quienes han visto crecer a alguien desde su infancia y han conocido su familia, todavía menos si es pobre y humilde, reconocer después en esa persona algo más de lo que se supone que debería ser por su origen. No pueden ver más allá de las apariencias y prejuicios, y por eso se resisten a creer en ella.
Jesús, presentándose a sí mismo como un profeta, es decir, como quien habla en nombre de Dios (que es lo que significa este término), evoca a dos profetas del Antiguo Testamento, conocidos por lo que se cuenta de ellos en los libros I y II de los Reyes. Se trata de Elías y su discípulo Eliseo, quienes vivieron en el siglo VIII antes de Cristo y fueron rechazados por sus coterráneos porque su mensaje les resultaba incómodo. Elías y Eliseo se habían opuesto a la idolatría que pretendía poner la divinidad al servicio de intereses egoístas de poder terrenal, lo cual llevaba inevitablemente a situaciones de injusticia social. En este sentido, aquellos dos profetas habían invitado a los habitantes de Israel a creer en el Dios único creador de todo el universo, que no abandona a sus hijos que confían en él y ajustan su comportamiento a las exigencias de justicia y de opción por los oprimidos que exige esa misma fe. Sin embargo, mientras sus propios paisanos los rechazaban, los extranjeros acogían sus enseñanzas al reconocerse necesitados de salvación, y por eso pudieron experimentar en sus vidas la acción transformadora de Dios.
La primera lectura de este domingo, tomada del libro de Jeremías (1, 4-5-17-19), nos presenta la vocación o llamamiento que recibió este otro profeta de parte de Dios para cumplir con una misión que ciertamente no seria fácil de realizar, sino que encontraría resistencias e incomprensiones, y en este sentido tanto Jeremías como los demás profetas del Antiguo Testamento son prefiguraciones de lo que iba a suceder con Jesús.

Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó
Este desenlace del relato del Evangelio de hoy nos pone de presente la autoridad de Jesús, distinta del falso poder de los milagreros o magos obradores de prodigios espectaculares. Una de las características de Jesús es su libertad frente a quienes lo criticaban, concretamente los líderes religiosos de aquel tiempo, los engreídos doctores de la Ley, que seguramente fueron quienes azuzaron al pueblo para llevarlo al despeñadero. Jesús iba a entregar más tarde su vida como consecuencia del rechazo de quienes se oponían a sus enseñanzas, pero lo iba a hacer con plena libertad, en el momento en que él lo decidiera. Esto es lo que parece querer mostrar el evangelista.
Con este ejemplo de libertad, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por la búsqueda de una aceptación de los demás renunciando a nuestros principios y convicciones, a nuestros deberes éticos y a las implicaciones de confrontación que muchas veces nos exige la misión que cada no de nosotros tiene que cumplir en la vida. Pidámosle entonces al Señor que nos dé siempre la energía del Espíritu Santo para asumir nuestros deberes con valentía hasta las últimas consecuencias.-