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jueves, 21 de febrero de 2013

El matrimonio “igualitario” y sus polémicas



El matrimonio “igualitario” y sus polémicas
por Pérez del Viso, Ignacio ·
(Publicado en la revista Criterio, nº 2363, Septiembre 2010.)

Los enfrentamientos que se dieron en torno a ley de matrimonio entre personas del mismo sexo evidenciaron, más allá de intolerancias y desaciertos, la imperiosa necesidad de saber leer los signos de los tiempos.
 La aprobación de la ley de matrimonio “igualitario”, que equiparó el matrimonio entre un hombre y una mujer con la unión civil entre personas del mismo sexo, incluyendo el derecho a la adopción, nos dejó a muchos un gusto amargo, al menos en los primeros días. Ante todo, porque se aplicaba el mismo nombre y la misma figura jurídica a dos realidades muy diversas, con la confusión que de ello se seguirá. Cuando una maestra deba enseñar a sus pequeños alumnos qué es el matrimonio, tendrá que caminar por el
filo de una navaja, exponiendo sus propias convicciones sin dar motivo a ser denunciada por contradecir la ley y “discriminar” a las parejas homosexuales.
En segundo lugar, a muchos nos desagradó que se haya hablado de una votación de conciencia, que en realidad no existió. En tales casos, los partidos y el gobierno presentan discretamente sus posiciones, pero sin jugarse por una u otra, máxime cuando los partidos no habían incorporado el tema a su plataforma electoral. Pero aquí fueron muchas las presiones ejercidas para que algunos senadores estuvieran ausentes, se abstuvieran o cambiaran su voto a último momento. Más aún, pareció que se trataba de una pulseada personal contra el cardenal Jorge Bergoglio por iniciativa del ex presidente Néstor Kirchner, quien afirmó que la Iglesia, entiéndase la jerarquía, debía modernizarse. En realidad, razón no le faltaba, ya que el Concilio Vaticano II fue convocado en 1959 por Juan XXIII precisamente para que la Iglesia se modernizara o actualizara. Pero las miras del Papa bueno ¿coincidirían con las del diputado Kirchner?

Ser signo de esperanza
Hay aspectos muy positivos que podemos rescatar de este proceso, que nos permitirá mirar hacia delante y no quedarnos lamiéndonos las heridas. Los creyentes, laicos y
sacerdotes, debemos ser un signo de esperanza para nuestra propia comunidad y para los de otras comunidades, es decir, para todas las personas de buena voluntad, sean creyentes o agnósticos. Ello no significa que coincidamos en todo, pero sí al menos en ciertos valores fundamentales. Comunidades judías o musulmanas pueden ser un signo
de esperanza para los cristianos en la medida en que constituyen un testimonio en favor de la paz y la justicia. Lo mismo podemos afirmar respecto de personas no creyentes que se esfuerzan por construir un mundo mejor.
Dentro de la Iglesia católica, el primer rasgo positivo en este proceso, el primer signo de esperanza, es la movilización de los laicos. Cuando se habla de la Iglesia se piensa en los obispos, a veces también en el clero, en los curas. Pero hemos visto declaraciones, reuniones y manifestaciones, en todo el país, organizadas en forma espontánea. No se pasaba lista, no se enviaba a las autoridades de los colegios con sus abanderados.
Se oyeron expresiones muy personales, como las de una salteña, que cito de memoria: “Me siento como una leona parida que defiende a su cría, es decir, a mis hijos y a mis nietos. Sepan que en Salta cada gaucho tiene su china”. Uno puede tomar distancia de ese modo de hablar, más propio del interior que de la ciudad de Buenos Aires, pero no cabe duda de que esas frases no se las sopló el obispo ni el cura. Le salieron del alma. El signo de esperanza consiste en una mayor conciencia de que cada creyente debe manifestar su fe y sus convicciones sin esperar órdenes de arriba. La aprobación de esta
ley, en cambio, no fue un signo de esperanza, porque obedeció órdenes que eran terminantes y no permitían cambiar una coma de lo aprobado en Diputados.
Un segundo rasgo positivo consiste en que la presentación del tema, realizada por el Departamento de Laicos, dependiente del episcopado, no era en contra de las personas homosexuales sino en pro de valores: concretamente el matrimonio, la familia y la vida. Si algunos manifestaron animosidad contra los de la vereda de enfrente, debe atribuirse al hecho de que no somos robots que ejecutan movimientos precisos sino personas con convicciones muy arraigadas. Tales desbordes se dieron en las dos “veredas” y no deben
ser magnificados. Estamos a leguas del enfrentamiento entre la “laica” y la “libre”, del tiempo del presidente Arturo Frondizi (1958-1962), cuando los manifestantes quemaban
autos en los puntos de choque. Esta vez, en cambio, había globos anaranjados de un lado y pancartas del otro. En medio siglo hemos aprendido a realizar manifestaciones sin necesidad de agarrarnos a palos. Este progreso se vio ya, hace dos años, en las concentraciones organizadas por los del campo, en Palermo, y los del gobierno, frente al Congreso, previas al voto “no positivo” del vicepresidente Julio Cobos.

Un examen de conciencia
Si nos atenemos a los números, la posición oficial de la Iglesia católica y de otros cultos sufrió una derrota contundente, ya que ni siquiera se rozó el empate en ninguna de las dos Cámaras del Congreso. Esto debe llevarnos a un examen de conciencia, no para buscar chivos expiatorios sino para saber dar razón de nuestra esperanza, como se nos pide en la 1ª Carta de san Pedro (3,15).
Dar razón no es repetir lo que creemos sino dialogar, buscando convencer a los que piensan de modo diferente. Y si no lo logramos, que al menos consideren razonable nuestra posición. Cuando se votó la ley de divorcio, en 1987, hubo obispos que hablaron con sensatez, como Justo Oscar Laguna, mientras que otros, con la mejor buena voluntad, manifestaron una belicosidad que resultó contraproducente. El obispo Emilio Ogñénovich organizó una procesión a Plaza de Mayo, encabezada por la Virgen de Luján, con escasa participación de fieles. Algunos obispos pensaron incluso que debían excomulgar a los diputados que habían votado la ley, a los cuales no se les había dejado margen de  maniobra.
En aquella ocasión escribí unas reflexiones en la Revista del CIAS, considerando un despropósito el recurso a la excomunión. En cuanto a la declaración del episcopado sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, me permito una sugerencia, no tanto mirando hacia atrás cuanto hacia delante. El documento fue presentado como la posición de todos los obispos argentinos. Ahora bien, es un secreto a voces que había dos posiciones en la asamblea episcopal, por lo cual la declaración parecía una verdad a medias. La transparencia hoy es un valor aceptado y exigido por todos. La mera sospecha de que se ha disimulado algo, se convierte en una pendiente difícil de remontar. Tomemos como modelo al Concilio, donde se hicieron públicos los votos de cada documento.
El que trataba de las religiones no cristianas, Nostra aetate, recibió 2.221 votos a favor y 88 en contra. El sector desconforme era un síntoma de que algunos puntos debían ser más trabajados, lo que se procuró hacer después del Concilio.
Al presentar una sola posición se manifestaba el deseo de reafirmar la identidad católica. Ahora bien, la categoría de identidad es utilizada sobre todo por las minorías, tanto religiosas, étnicas como culturales. Si presentan varias posiciones, su peso en la sociedad se diluye. En cambio, cerrando filas, una minoría puede ejercer una influencia muy superior al número de sus miembros.
E la Argentina, los católicos somos amplia mayoría. Según algunos estudios, el 75% de los habitantes se considera católico, aunque sea mucho menor el número de practicantes. Sin embargo, al observar las expresiones de religiosidad popular, como el millón de peregrinos a Luján en un día o el equivalente en otros santuarios del país, palpamos esa mayoría. Por ello, pienso que no deberíamos encerrarnos en el paradigma de la “identidad católica” monolítica, cerrando filas como una minoría, sino abrirnos al legítimo pluralismo en la Iglesia, que nos enriquece siempre.

Dar razón de la esperanza
En una carta de lectores de La Nación del 4 de junio, propuse que a las parejas de personas homosexuales se les entregara una Libreta de Convivencia, no una Libreta de Matrimonio. El domingo siguiente a la aprobación de la ley, leí en ese diario razonables reflexiones del arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, reconociendo que las parejas homosexuales poseen algunos derechos, como el de heredarse mutuamente.
En esa línea iba el sector del episcopado que buscaba dar una mejor razón de nuestra esperanza. La declaración de la asamblea de obispos podía haberse centrado en lo que
coincidían todos, es decir, en la reafirmación del matrimonio como unión de un hombre y una mujer. La llamada “unión civil”, que cubría lagunas jurídicas, podía haberse dejado a la interpretación de cada obispo, como un signo de flexibilidad y comprensión.
Otra forma de dar razón de nuestra esperanza consiste en hacerlo “con suavidad y respeto”, como se añade en la carta del apóstol san Pedro, antes citada. Ahora bien, algunas expresiones no condecían con la suavidad ni con el respeto debido a los de vida homosexual. Las afirmaciones que se atribuyeron al obispo Antonio Marino, auxiliar de La Plata y encargado del seguimiento legislativo, parecieron cañonazos, como la conjetura de que una persona homosexual podía llegar a tener 500 parejas en su vida. Quizás un heterosexual también, pero no nos interesaban los casos límite sino los promedios. La agencia de noticias católica AICA desmintió después esa atribución, con grandes elogios a la bondad del obispo, pero quedaron flotando las sorprendentes estadísticas, como provenientes de un equipo asesor.
Las personas homosexuales, por su deseo de acceder a los beneficios del matrimonio, parecían ser los enemigos de la humanidad, los destructores del orden social. No
distinguimos siempre entre el orden objetivo y la dignidad de las personas.
Creo que no sintieron que les prodigábamos el amor cristiano, debido incluso a los enemigos. Nos alegramos cuando ex combatientes de las Malvinas, argentinos y británicos, se abrazan con gran afecto y entablan una amistad. Pero respecto de los homosexuales continuamos manteniendo una distancia convencional, como respecto de los leprosos en tiempos de Jesús.

Signos de los tiempos
Podemos también dar razón de nuestra esperanza cuando consideramos la situación de cada persona y no metemos a todos en la misma bolsa. En este proceso se dijeron
muchas mentiras, como la ya indicada de que sería una votación de conciencia. Pero no todos mentían, aunque estuvieran equivocados.
Ahora bien, en la Biblia se habla del padre de la mentira, que es Satán, cita retomada en la carta del cardenal Jorge Bergoglio a las carmelitas. Desde el punto de vista teológico
la afirmación es correcta, pero dio pie a reacciones extrapoladas, en el terreno político. La presidenta Cristina Fernández habló de la Inquisición, infiltrada en este debate, y el senador Miguel Ángel Pichetto, jefe de la bancada oficial, encontraba ecos de la mentalidad nazi en el tema de la objeción de conciencia.
En ese contexto, parecía que el proceso respondía a un plan demoníaco. Los partidarios de la ley se sentían llevados a un terreno mágico, supersticioso, de ultratumba, donde
no vencen las razones sino los temores. Por eso, mirando hacia delante, diría que en casos similares los textos de los obispos deberían ser revisados por expertos en medios, de modo que la belleza de la verdad, más que la podredumbre de la mentira, sea
siempre un signo de esperanza. Cuando en 1870 le fueron arrebatados al Papa los Estados Pontificios, Pío IX excomulgó a los responsables de ese atropello y se negó a todo diálogo con los adversarios, que proponían diversas formas de arreglo. El
“No podemos” negociar resultó un signo de falta de esperanza. Un siglo después, Pablo VI, al recordar aquellos sucesos, reconoció allí la acción de la Providencia, que había
liberado a la Iglesia de sus dominios temporales, ya que ésta carecía de la capacidad de desprenderse de ellos en forma espontánea. Convirtió el signo de desesperación en signo de esperanza, proceso ya iniciado por Pío XI mediante los Pactos de Letrán, en 1929. Como vemos, la lectura profética de los signos de los tiempos es más que una interpretación histórica o sociológica de los hechos. Constituye incluso una recreación de lo sucedido en tiempos pasados. Lo negativo adquiere una dimensión positiva a la luz de la fe. Los mártires, comenzando por Jesús, tuvieron una muerte horrible. Pero en la liturgia, la Iglesia convierte esos martirios en testimonios de fe y motivos de alegría.
Con la ley de matrimonio igualitario no perdió la Iglesia. Perdimos todos. Pero el mundo no se viene abajo, como no se derrumbó después de la ley de divorcio. No añoremos lo que había antes. Releamos creativamente este signo de los tiempos. Continuemos mejorando la calidad de vida. Seamos solidarios con quienes padecen situaciones  adversas, como la pobreza, la enfermedad o la soledad. Y pensemos cómo podríamos ayudar a las personas homosexuales a sentirse más cerca de Dios. Ahora se sienten más lejos de la Iglesia. Pero cuando se apaguen los ruidos del enfrentamiento, vendrán “parejas” a pedir una bendición.
En realidad, si se bendicen las armas, bien podemos bendecir personas, aunque no sea fácil encontrar las palabras adecuadas. Qué lugar podríamos darles en nuestras actividades constituye un desafío a la imaginación. Pero a pesar de todos los obstáculos, no perdamos la alegría de anunciar el Evangelio de las Bienaventuranzas y de contagiar
con esa alegría a los que se sienten lejos de nosotros.

El autor, jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia.


1 comentario:

  1. En primer lugar queremos presentarnos: Somos los miembros de la Comunidad Católica gay un grupo de hombres que desde hace 6 años aproximadamente nos reunimos los domingos para compartir la experiencia de un Dios Padre que nos ama y nos hace sus hijos desde la misericordia.
    Reflexionamos juntos acerca de que “ser gay” no reside en un desvio ni nada malo para la convivencia diaria con los demás hombres y mujeres. En nuestros diferentes ambientes de trabajo, relaciones sociales y amistades mantenemos el respeto y la fraternidad por lo cual cuando tenemos una pareja esto se convierte en algo más para nuestras vidas y el amor lo llevamos con toda naturalidad como lo hacen los heterosexuales.
    En relación a la nota que usted escribió sentimos que existen algunos puntos en los cuales se necesita una aclaración o hacernos entender para poder llegar a un mejor diálogo y comprensión. En el fragmento en el que se pone el acento en el educador que debe hablar sobre las parejas homosexuales con sus alumnos, creemos que la escuela debe enseñar las diferentes posibilidades que existen frente a las parejas, no una sola y que a nadie se lo obliga a pensar desde la heterosexualidad.
    En nuestra comunidad C. G. compartimos la vivencia de ser laicos que transitamos una experiencia tan especial de comunicar la alegría del amor y de un Dios que nos ama tal cual somos y en este, nuestro slogan para la marcha del Orgullo o la caminata a Luján, sentimos que en estas palabras se encuentra el resumen de nuestras vidas.
    Entendemos que desde nuestras parejas también podemos ser familia y hasta en el adoptar para transmitir los valores de cariño, solidaridad y de protección con esos pequeños que necesita un hogar y adultos que respondan a ellos en respuesta a la soledad y al abandono de su familia original. También, compartimos la ayuda de sobrinos, ahijados, hijos de amigos y hasta somos más padres y madres sin lo biológico. Creemos que en el amor se encuentra lo más importante para nuestras vidas y allí se encuentra la piedra fundamental de todas nuestras acciones para todos los que nos rodean y comparten nuestras actividades.
    El fragmento más frío y discriminatorio esta en donde se hace alusión a la distancia que mantenemos los homosexuales como los leprosos en tiempos de Jesús (Mateo 11, 5 ss). Esta afirmación entendemos que resulta tan negativa e indiferente porque en primer lugar, Nuestro Señor nunca dejó de lado ni discriminó a ningún hombre o mujer en los Evangelios, al contrario, se mantuvo más cerca de ellos por ser los antihéroes de esa sociedad. Ninguno de nosotros se considera un “leproso”. En segundo lugar, Jesús ha tenido un amor tan especial por todos los personajes discriminados que se nombran en el Nuevo Testamento como la Samaritana, María Magdalena, los que curaba y tantos otros con quieres seguramente, se habrá topado a lo largo de su vida terrenal. Las enseñanzas de Jesús se basaron en sentir lo mismo que el otro a pesar de las diferencias y de transmitir la compasión y la misericordia de un Dios lleno de Vida.
    Concebimos que nuestras existencias están llenas de la vivencia de un Dios Padre y Madre que a cada segundo nos deja la libertad y somos su creación más perfecta porque fuimos hechos a su imagen y semejanza en el Amor. Confiamos en su providencia y hacemos de nuestras biografías un testimonio diario para que nuestros pares gays también puedan contagiarse de esa manifestación única e irrepetible que sólo Dios nos puede regalar. Cuando nos acercamos a los demás gays a quienes les falta esa experiencia divina de un Dios amoroso sentimos la posibilidad de contarles que sólo al encontrarla todo se transforma y todo adquiere sentido.
    En nuestra comunidad no existe una cabeza que mande al resto, sino que todos colaboramos y trabajamos desde el mismo lugar: servidores de los demás hermanos en cada necesidad.
    Nos despedimos fraternalmente compartiendo la misma FE y el mismo Amor.
    Comunidad Católica Gay.



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