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sábado, 9 de mayo de 2015

Dios es amor en acción

VI DOMINGO DE PASCUA




Primera lectura: Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48
Todo el que lo teme y practica la justicia es agradable al Señor

Salmo responsorial: Salmo 97
El Señor reveló su victoria a las naciones

Segunda lectura: 1 Juan 4, 7-10
Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios

 Evangelio: Juan 15, 9-17
Ámense los unos a los otros como yo los he amado

Dios es amor en acción

El amor en acción transforma Un día, en el hospital, el monseñor comendador de la orden del Santo Espíritu de Roma mandó llamar a san Camilo de Lelis (1550-1614). El santo que eligió como distintivo la cruz roja estaba sirviendo a un enfermo, muy llagado, con la misma dedicación que una madre para con su único hijo enfermo. A quien le trajo el recado le respondió: Digan a monseñor que estoy ocupado con Jesucristo; en cuanto termine la caridad estaré con su señoría. El mensajero quedó impresionado con aquella escena y respuesta. El que ha visto el amor en acción no lo olvidará jamás. Es capaz de transformar en un instante a una persona. Deja en él una impresión imborrable. ¿No es verdad?

Cristo es el revelador del amor en acción

Nos acercamos hoy al corazón del mensaje de Jesús y a la motivación más profunda de toda su vida. Estamos verdaderamente en el punto más elevado de la revelación del Nuevo Testamento. El amor procede del Padre, pasa a través del corazón de Jesús y por su Espíritu Santo llega hasta nosotros. El amor (que es de Dios) ha sido revelado a este mundo en Jesucristo. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (2a lectura). En la persona encarnada de Jesús hemos conocido lo que es el amor autentico. Para poder amar verdaderamente además de tomar ejemplo de Jesucristo hay que permanecer en su amor.
En esta primera lectura encontramos la narración de la conversación del pagano Cornelio, que tanto impactó a la Iglesia naciente. En este hecho, Pedro comprendió que Dios tomó la iniciativa de llamar también a los no judíos porque Dios no hace diferencia entre personas y todos constataron que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. El amor de Dios no conoce fronteras.
Este texto nos muestra que este amor es universal. En el Antiguo Testamento se podía tener la impresión de que el amor de Dios se limitaba al pueblo elegido. En realidad, Dios había querido que el privilegio del pueblo judío no siguiera siendo exclusivo, sino que se extendiera a todas las naciones. Ya había insinuado desde la llamada a Abrahán: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Por consiguiente, su proyecto es universal, y se lleva a cabo por medio del misterio pascual de Jesús, por medio del misterio de su muerte y resurrección.
El Señor reveló su victoria a las naciones. El salmo responsorial aclara que Dios es fiel y por eso no puede olvidar su misericordia hacia Israel y hacia todos los pueblos.

El relato evangélico es la continuación del texto del domingo pasado que nos presentaba la primera parte del discurso de Jesús sobre la vid verdadera. Allí se apelaba a la imagen de una planta para explicar la relación que existe, después de la Pascua, entre Jesús y los creyentes. El Señor sigue llamándonos a permanecer en él, como el sarmiento a la vid, en una honda comunión de vida y apostolado.

Amor y obediencia

 El texto evangélico responde a una pregunta: ¿cómo mantenerse unidos a Cristo para dar fruto? La respuesta: permaneciendo en su amor (íntimamente unidos como la vid y el sarmiento) y guardando sus mandamientos, especialmente el del amor fraterno. Lo que les mando es que se amen los unos a los otros.
Jesús insiste en la realidad del amor. En el texto evangélico, cuatro veces se repite el sustantivo amor y cinco veces el verbo amar. Pero tengamos en cuenta que el amor verdadero no está al alcance del hombre abandonado a sus propias fuerzas. Sin la gracia de Dios, la naturaleza humana desvirtúa el amor auténtico. Dos grandes frutos se obtienen de permanecer en el amor de Jesús: el amor mismo y la obediencia, que no se excluyen mutuamente sino que dependen el uno del otro, pues la obediencia a Dios brota del amor a él: y este amor, a su vez, plenifica la obediencia creando la paz y la alegría profundas.

¿Se puede mandar el amor?

 Este es mí mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado.
Nadie puede obligar a otro que lo ame, o que ame a otra persona. Esto no se lo podemos pedir ni siquiera a una madre para con su hijo. Ni siquiera Dios nos obliga a que lo amemos a él o a las demás personas. El amor nunca puede ser obligado. Ya sabemos que cuando se introduce en él la obligación sólo produce rechazo. Tampoco resulta si el amor es mandado.
La sabiduría de la fe está en navegar en esta corriente de amor que procede del Padre, se nos manifiesta en Jesucristo (el Hijo amado) y se actualiza por el Espíritu Santo. Es una relación en el dinamismo unitivo del amor.
 Comentaba san Francisco de Sales: El corazón lleno de amor ama los mandamientos y cuanto más difíciles son los encuentra más dulces y agradables, porque complacen más al Amado y le dan más honor.

Amor servicial con medida previa

Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes... Ámense los unos a los otros como yo los he amado... Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mí Padre y permanezco en su amor.
 Se establece una comparación entre el amor del Padre a Jesús y el amor de Jesús a los discípulos. Y también sobre la obediencia de Cristo al mandamiento que le ha dado el Padre, y la obediencia de los discípulos al mandamiento que les da Cristo.
 Es gozoso que Jesús hable del amor que tiene a los discípulos afirmando que los ama tal como él es amado por el Padre. Admirémonos gratamente al escuchar que la intensidad de este amor es como la del amor que le tiene el Padre.
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por aquellos a quienes ama. Muchos sabios y filósofos lo habían dicho. Se trata de algo indiscutible. Ahora comprendemos la dignidad que tenemos ante Dios. Es cierto que siempre somos servidores del Señor pero, por el modo en que nos trata, él nos pone en la categoría de amigos. Al sentirnos amados de esta manera, y al saber que no se trata solamente de un ejemplo que debemos imitar sino de una fuerza que ya actúa en nuestro interior, nuestro amor se pone en acción.
Y un amor obediente
El Hijo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 8).
Es lo que Jesús declara y condensa en sus últimas palabras antes de morir en la cruz: Todo se ha cumplido Un 19, 30).
 El mandamiento del amor no nos viene desde afuera y nos obliga, sino que es una fuerza que desde lo interior nos impulsa a amar y a entregar nuestra vida por los demás, en obediencia gozosa, en plena sintonía con la voluntad de Dios.

Y un amor gozoso
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Cada vez que oímos estas palabras, podemos llenarnos de pena. ¿Habremos nosotros descubierto el vínculo entre el amor y el gozo? Ama como yo y descubrirás un gozo del que no tienes la menor idea, parece que nos dice nuestro Dios. ¿Estamos convencidos de que es posible sentirse Heno de gozo a fuerza de amar?

Intentemos abrirnos plenamente a esa afirmación de Jesús. El gozo de amar es locamente plenificante, pero su precio también es loco; resulta fácil comprender las vacilaciones.
Pareciera que no abunda la gente feliz de verdad, y que escasean las personas profundamente alegres que contagien humor jovial. Todos ocultamos un fondo de insatisfacción, una añoranza de dicha, quizá una amargura de tristeza. ¿Por qué? Aparte de las razones que apuntan a la radical limitación humana (el vacío interior, la inmadurez personal, la incapacidad de entrega) hay una causa definitiva: la falta de apertura al amor de Dios. El amor de Dios en nuestra vida es fuente de amor y de gozo; es preventivo y terapéutico.
Y un amor amistoso
Uno de los atributos de Moisés como amigo de Dios era poder hablarle con total libertad. Dice el libro del Éxodo que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (cf. Éx 33, 11). Aquella expresión marca lo más hondo de las nostalgias de un creyente. Hablar a Dios como a un amigo: he ahí la aspiración más alta de quien se postra ante el Señor de todo.
El término amigos aparece en Filón (filósofo judío, 20 a.0 -50 d.C.) para designar a los sabios que son amigos de Dios en lugar de ser sus esclavos.
 Pero ¿cómo es posible la amistad entre el Absoluto y Eterno con los mortales? Jesús es la respuesta a ese dilema. En él se hace posible la amistad entre Dios y el hombre. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
Jesús es tu mejor amigo. ¿Tienes apertura interior para que él sea tu mejor amigo? ¿Tú eres el mejor amigo de Jesús?


Y un amor adelantado y comprometido
 Los destiné para que vayan y den fruto y ese fruto sea duradero.
 Y en caso que aún quedara en los primeros discípulos -y en nosotros- alguna pretensión de habernos anticipado a Dios o de ponernos nosotros en primer lugar, Jesús nos dice: No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes (Jn 15, 16).
Las ramas no pueden ser diferentes ni dar otros frutos que los que da el árbol. Por nosotros corre la misma savia que viene desde el Padre. Por ello, no podemos tratar a los demás hombres de otra manera distinta de como los mira el Padre. Y es que amor crea amor.

Y un amor orante
Decía Santa Teresa de Jesús que orar es hablar de amistad con quien sabemos que nos ama. Por eso, las palabras de Jesús que hemos meditado en el evangelio de hoy deben conducirnos obligatoriamente a la oración, encuentro de amigo a amigo.
 Formamos un solo cuerpo con Cristo, siendo él la vid y nosotros los sarmientos. De ahí se sigue que hay una sola oración al Padre, hecha por Cristo y todos sus discípulos. San Agustín nos ha enseñado que Cristo reza en nosotros y nosotros rezamos por medio de él. El Padre no puede dejar de escuchar las oraciones de su Hijo, y por esa razón tenemos la certeza de que nuestras oraciones son siempre escuchadas (L. H. Rivas).
Puesto que Jesucristo nos dice que en este dinamismo del amor podemos confiar que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se los concederá (Jn 15, 16), pidamos lo propio del Reino de Dios, que nos enseñe vivir bajo su amor y voluntad, que aprendamos a amar como él ama, que crezcamos como una comunidad de fe que lo sigue en su camino con una vida entregada según su amor.

¿Queremos ser amigos de Jesús?
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les he mandado.
Jesús nos pide permanencia en un amor que no es puramente platónico ni contemplativo o estético sino activo y práctico: Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor (Jn 5, 1 0).
 Al celebrar la eucaristía estamos conociendo y reconociendo el amor de Jesús. Nuestra eucaristía es acción de gracias para Aquél que nos amó primero Agradezcamos al Padre ser el Dios del amor y su manifestación en Jesucristo que es:
• El amor comprometido, generoso, valiente.
• El amor fiel, abnegado, para siempre.
• El amor bello, verdadero y libre.
 • El amor en acción, que educa y transforma.
• El amor que no excluye el sufrimiento.
• El amor sacrificial que redime.
• El amor que alimenta, eucarístico.
• El amor no escrito en la corteza de un árbol sino en la cruz.
La eucaristía calienta nuestro amor con el Amigo-Jesús y con los

amigos-hombres. 

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