VI DOMINGO DE PASCUA
Primera lectura: Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48
Todo el que lo teme y practica la justicia es agradable
al Señor
Salmo responsorial: Salmo 97
El Señor reveló su victoria a las naciones
Segunda lectura: 1 Juan 4, 7-10
Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios
Evangelio: Juan
15, 9-17
Ámense los unos a los otros como yo los he amado
Dios
es amor en acción
El amor en acción transforma
Un día, en el hospital, el monseñor comendador de la orden del Santo Espíritu
de Roma mandó llamar a san Camilo de Lelis (1550-1614). El santo que eligió
como distintivo la cruz roja estaba sirviendo a un enfermo, muy llagado, con la
misma dedicación que una madre para con su único hijo enfermo. A quien le trajo
el recado le respondió: Digan a monseñor que estoy ocupado con Jesucristo; en
cuanto termine la caridad estaré con su señoría. El mensajero quedó
impresionado con aquella escena y respuesta. El que ha visto el amor en acción
no lo olvidará jamás. Es capaz de transformar en un instante a una persona.
Deja en él una impresión imborrable. ¿No es verdad?
Cristo
es el revelador del amor en acción
Nos acercamos hoy al corazón
del mensaje de Jesús y a la motivación más profunda de toda su vida. Estamos
verdaderamente en el punto más elevado de la revelación del Nuevo Testamento.
El amor procede del Padre, pasa a través del corazón de Jesús y por su Espíritu
Santo llega hasta nosotros. El amor (que es de Dios) ha sido revelado a este
mundo en Jesucristo. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al
mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su
Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (2a lectura). En la
persona encarnada de Jesús hemos conocido lo que es el amor autentico. Para
poder amar verdaderamente además de tomar ejemplo de Jesucristo hay que
permanecer en su amor.
En esta primera lectura
encontramos la narración de la conversación del pagano Cornelio, que tanto
impactó a la Iglesia naciente. En este hecho, Pedro comprendió que Dios tomó la
iniciativa de llamar también a los no judíos porque Dios no hace diferencia
entre personas y todos constataron que el Espíritu Santo era derramado también
sobre los paganos. El amor de Dios no conoce fronteras.
Este texto nos muestra que
este amor es universal. En el Antiguo Testamento se podía tener la impresión de
que el amor de Dios se limitaba al pueblo elegido. En realidad, Dios había
querido que el privilegio del pueblo judío no siguiera siendo exclusivo, sino
que se extendiera a todas las naciones. Ya había insinuado desde la llamada a
Abrahán: Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Por
consiguiente, su proyecto es universal, y se lleva a cabo por medio del misterio
pascual de Jesús, por medio del misterio de su muerte y resurrección.
El Señor reveló su victoria
a las naciones. El salmo responsorial aclara que Dios es fiel y por eso no
puede olvidar su misericordia hacia Israel y hacia todos los pueblos.
El relato evangélico es la
continuación del texto del domingo pasado que nos presentaba la primera parte
del discurso de Jesús sobre la vid verdadera. Allí se apelaba a la imagen de
una planta para explicar la relación que existe, después de la Pascua, entre
Jesús y los creyentes. El Señor sigue llamándonos a permanecer en él, como el
sarmiento a la vid, en una honda comunión de vida y apostolado.
Amor
y obediencia
El texto evangélico responde a una pregunta:
¿cómo mantenerse unidos a Cristo para dar fruto? La respuesta: permaneciendo en
su amor (íntimamente unidos como la vid y el sarmiento) y guardando sus
mandamientos, especialmente el del amor fraterno. Lo que les mando es que se
amen los unos a los otros.
Jesús insiste en la realidad
del amor. En el texto evangélico, cuatro veces se repite el sustantivo amor y
cinco veces el verbo amar. Pero tengamos en cuenta que el amor verdadero no
está al alcance del hombre abandonado a sus propias fuerzas. Sin la gracia de
Dios, la naturaleza humana desvirtúa el amor auténtico. Dos grandes frutos se
obtienen de permanecer en el amor de Jesús: el amor mismo y la obediencia, que
no se excluyen mutuamente sino que dependen el uno del otro, pues la obediencia
a Dios brota del amor a él: y este amor, a su vez, plenifica la obediencia
creando la paz y la alegría profundas.
¿Se
puede mandar el amor?
Este es mí mandamiento: Ámense los unos a los
otros como yo los he amado.
Nadie puede obligar a otro
que lo ame, o que ame a otra persona. Esto no se lo podemos pedir ni siquiera a
una madre para con su hijo. Ni siquiera Dios nos obliga a que lo amemos a él o
a las demás personas. El amor nunca puede ser obligado. Ya sabemos que cuando
se introduce en él la obligación sólo produce rechazo. Tampoco resulta si el
amor es mandado.
La sabiduría de la fe está
en navegar en esta corriente de amor que procede del Padre, se nos manifiesta
en Jesucristo (el Hijo amado) y se actualiza por el Espíritu Santo. Es una
relación en el dinamismo unitivo del amor.
Comentaba san Francisco de Sales: El corazón
lleno de amor ama los mandamientos y cuanto más difíciles son los encuentra más
dulces y agradables, porque complacen más al Amado y le dan más honor.
Amor
servicial con medida previa
Como el Padre me amó,
también yo los he amado a ustedes... Ámense los unos a los otros como yo los he
amado... Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí
los mandamientos de mí Padre y permanezco en su amor.
Se establece una comparación entre el amor del
Padre a Jesús y el amor de Jesús a los discípulos. Y también sobre la
obediencia de Cristo al mandamiento que le ha dado el Padre, y la obediencia de
los discípulos al mandamiento que les da Cristo.
Es gozoso que Jesús hable del amor que tiene a
los discípulos afirmando que los ama tal como él es amado por el Padre.
Admirémonos gratamente al escuchar que la intensidad de este amor es como la
del amor que le tiene el Padre.
Nadie tiene mayor amor que
el que da la vida por aquellos a quienes ama. Muchos sabios y filósofos lo
habían dicho. Se trata de algo indiscutible. Ahora comprendemos la dignidad que
tenemos ante Dios. Es cierto que siempre somos servidores del Señor pero, por
el modo en que nos trata, él nos pone en la categoría de amigos. Al sentirnos
amados de esta manera, y al saber que no se trata solamente de un ejemplo que
debemos imitar sino de una fuerza que ya actúa en nuestro interior, nuestro
amor se pone en acción.
Y
un amor obediente
El Hijo se hizo obediente
hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 8).
Es lo que Jesús declara y
condensa en sus últimas palabras antes de morir en la cruz: Todo se ha cumplido
Un 19, 30).
El mandamiento del amor no nos viene desde
afuera y nos obliga, sino que es una fuerza que desde lo interior nos impulsa a
amar y a entregar nuestra vida por los demás, en obediencia gozosa, en plena
sintonía con la voluntad de Dios.
Y
un amor gozoso
Les
he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Cada vez que oímos estas
palabras, podemos llenarnos de pena. ¿Habremos nosotros descubierto el vínculo
entre el amor y el gozo? Ama como yo y descubrirás un gozo del que no tienes la
menor idea, parece que nos dice nuestro Dios. ¿Estamos convencidos de que es
posible sentirse Heno de gozo a fuerza de amar?
Intentemos abrirnos plenamente a esa
afirmación de Jesús. El gozo de amar es locamente plenificante, pero su precio
también es loco; resulta fácil comprender las vacilaciones.
Pareciera que no abunda la
gente feliz de verdad, y que escasean las personas profundamente alegres que
contagien humor jovial. Todos ocultamos un fondo de insatisfacción, una
añoranza de dicha, quizá una amargura de tristeza. ¿Por qué? Aparte de las
razones que apuntan a la radical limitación humana (el vacío interior, la
inmadurez personal, la incapacidad de entrega) hay una causa definitiva: la
falta de apertura al amor de Dios. El amor de Dios en nuestra vida es fuente de
amor y de gozo; es preventivo y terapéutico.
Y
un amor amistoso
Uno de los atributos de
Moisés como amigo de Dios era poder hablarle con total libertad. Dice el libro
del Éxodo que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo (cf. Éx 33, 11). Aquella expresión marca lo más hondo de las nostalgias
de un creyente. Hablar a Dios como a un amigo: he ahí la aspiración más alta de
quien se postra ante el Señor de todo.
El término amigos aparece en
Filón (filósofo judío, 20 a.0 -50 d.C.) para designar a los sabios que son
amigos de Dios en lugar de ser sus esclavos.
Pero ¿cómo es posible la amistad entre el
Absoluto y Eterno con los mortales? Jesús es la respuesta a ese dilema. En él
se hace posible la amistad entre Dios y el hombre. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su
señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi
Padre.
Jesús es tu mejor amigo.
¿Tienes apertura interior para que él sea tu mejor amigo? ¿Tú eres el mejor
amigo de Jesús?
Y
un amor adelantado y comprometido
Los
destiné para que vayan y den fruto y ese fruto sea duradero.
Y en caso que aún quedara en los primeros
discípulos -y en nosotros- alguna pretensión de habernos anticipado a Dios o de
ponernos nosotros en primer lugar, Jesús nos dice: No son ustedes los que me
eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes (Jn 15, 16).
Las ramas no pueden ser
diferentes ni dar otros frutos que los que da el árbol. Por nosotros corre la
misma savia que viene desde el Padre. Por ello, no podemos tratar a los demás
hombres de otra manera distinta de como los mira el Padre. Y es que amor crea amor.
Y
un amor orante
Decía Santa Teresa de Jesús
que orar es hablar de amistad con quien sabemos que nos ama. Por eso, las
palabras de Jesús que hemos meditado en el evangelio de hoy deben conducirnos
obligatoriamente a la oración, encuentro de amigo a amigo.
Formamos un solo cuerpo con Cristo, siendo él
la vid y nosotros los sarmientos. De ahí se sigue que hay una sola oración al
Padre, hecha por Cristo y todos sus discípulos. San Agustín nos ha enseñado que
Cristo reza en nosotros y nosotros rezamos por medio de él. El Padre no puede
dejar de escuchar las oraciones de su Hijo, y por esa razón tenemos la certeza
de que nuestras oraciones son siempre escuchadas (L. H. Rivas).
Puesto que Jesucristo nos
dice que en este dinamismo del amor podemos confiar que todo lo que pidan al
Padre en mi nombre se los concederá (Jn 15, 16), pidamos lo propio del Reino de
Dios, que nos enseñe vivir bajo su amor y voluntad, que aprendamos a amar como
él ama, que crezcamos como una comunidad de fe que lo sigue en su camino con una
vida entregada según su amor.
¿Queremos
ser amigos de Jesús?
Ustedes
son mis amigos si hacen lo que yo les he mandado.
Jesús nos pide permanencia
en un amor que no es puramente platónico ni contemplativo o estético sino
activo y práctico: Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor (Jn 5, 1
0).
Al celebrar la eucaristía estamos conociendo y
reconociendo el amor de Jesús. Nuestra eucaristía es acción de gracias para
Aquél que nos amó primero Agradezcamos al Padre ser el Dios del amor y su
manifestación en Jesucristo que es:
• El amor comprometido,
generoso, valiente.
• El amor fiel, abnegado,
para siempre.
• El amor bello, verdadero y
libre.
• El amor en acción, que educa y transforma.
• El amor que no excluye el
sufrimiento.
• El amor sacrificial que
redime.
• El amor que alimenta,
eucarístico.
• El amor no escrito en la
corteza de un árbol sino en la cruz.
La eucaristía calienta
nuestro amor con el Amigo-Jesús y con los
amigos-hombres.
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