Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y todos los oímos hablar de las maravillas de Dios, cada uno en la propia lengua”. (Hechos de los Apóstoles 2, 1-11)
El término Pentecostés (que en griego se refiere al número cincuenta) proviene de una fiesta anual que marcaba el fin de la cosecha del trigo y la cebada en la región de Canaán, en la que se habían establecido los israelitas desde el siglo XII a. C. Era la fiesta de las Siete Semanas, 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los israelitas le dieron un significado histórico al conmemorar en ella la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después de la Pascua que evocaba su liberación de la esclavitud en Egipto. Para la Iglesia Católica, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que, 50 días después de la Pascua, los apóstoles reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo para realizar la misión de proclamar, ya no sólo para un pueblo sino para toda la humanidad, la Buena Noticia de una nueva Ley: la ley del amor universal enseñada por Jesucristo nuestro Señor.
1. El Espíritu Santo es el aliento vivificante de Dios
Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (la Ruah, es decir el Soplo, el Viento o el Aliento) de Dios se movía (o ‘aleteaba’) sobre las aguas” (Gn 1, 2) y que Dios “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Gn 2, 7). En hebreo la palabra Ruah es de género femenino, lo cual es muy significativo al expresar la acción creadora de Dios. Los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) hablan de un viento fuerte; el Salmo responsorial [104 (103)] se refiere al aliento de Dios dador de vida, y el Evangelio (Juan 20, 19-23) al soplo de Jesús sobre sus discípulos.
Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento para referirse al Espíritu Santo:
El fuego, que simboliza la energía divina que transforma y que da luz y calor.
El agua, que es signo de la vida nueva recibida en el sacramento del Bautismo.
El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza y se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos.
La paloma, que llega con una rama de olivo al concluir el diluvio (Gn 8, 11), y que se posa sobre Jesús bautizado, (Jn 1, 32), con quien comienza una nueva creación.
La imposición de las manos, que expresa la comunicación del Espíritu Santo.
2. El Espíritu Santo hace posibles el nacimiento y el desarrollo de la Iglesia
Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas que recibimos los bautizados, según la vocación de cada cual, para realizar nuestra misión en la vida. Con base en ese texto bíblico, la Iglesia reconoce estos 7 dones del Espíritu Santo:
1. Sabiduría, para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas.
2. Entendimiento, para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios
3. Ciencia, para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.
4. Consejo, para orientar a otros cuando nos lo solicitan o necesitan de nuestra ayuda.
5. Fortaleza, para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades.
6. Piedad, para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.
7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero en un sentido diferente del
miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos.
3. El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor
Toda la historia de la acción creadora, salvadora y renovadora de Dios es un paso de la incomunicación de Babel a la comunicación de Pentecostés. Cuando la intención humana es de dominación opresora, se produce como consecuencia una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Gn 11, 1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12).
En medio de la pluralidad y diversidad de lenguas y pueblos, hay un idioma que hace posible que todos los seres humanos podamos entendernos cuando lo ponemos en práctica: el lenguaje del amor. Este fue el lenguaje que expresaron los primeros seguidores de Jesús, gracias al Espíritu Santo que los llenó de la energía interior que necesitaban para proclamar el Evangelio, la Buena Noticia de la acción amorosamente salvadora de Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo.
Al celebrar la fiesta de Pentecostés, unidos en oración como los primeros discípulos lo estaban con María, la madre de Jesús, pidámosle al Señor que renueve en cada uno nosotros la venida del Espíritu Santo, repitiendo en nuestro interior la invocación que antecede en la liturgia eucarística al Evangelio de este domingo: Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario