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lunes, 31 de julio de 2000

PAN PARA LA VIDA DEL MUNDO

Mt 14, 13-21
Evangelio según san Mateo del domingo 31 de julio del 2011
Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.


Con el discurso de las parábolas, que se ha proclamado en los últimos domingos, el evangelio de san Mateo concluye una sección dedicada a instruir sobre el misterio del Reino de los cielos. Se abre ahora otra sección en la que el tema central será la formación de los discípulos, entre los cuales Pedro obtendrá un lugar central. Dejando atrás otros relatos, la lectura dominical se detiene hoy en la multiplicación de los panes. Entre los milagros de Jesús, el de la multiplicación de los panes es tal vez el que más ha impresionado a los cristianos de los primeros años de la Iglesia. Los autores de los evangelios lo han recibido transmitido por varias tradiciones, y una prueba de ello es el hecho de que es el único de los milagros del Señor que se encuentra relatado en los cuatro evangelios, y tanto en el Evangelio de san Mateo como en el de san Marcos está relatado dos veces. Otros milagros mucho más impactantes no han merecido tanta atención, como sucede, por ejemplo, con la resurrección del joven de Naim, que está solamente en el evangelio de Lucas, y con la de Lázaro, que está solamente en el evangelio de Juan. Leyendo con atención esta histona de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, podemos observar que en el evangelio de san Mateo está elaborada como una instrucción sobre la tarea que deben desempeñar los Doce apóstoles en la distribución del otro pan que Jesús ofrece a la multitud: el pan de la Eucaristía.
LA FRACCION DEL PAN
Cualquier lector que toma hoy el texto que refiere el milagro de la multiplicación de los panes se puede dar cuenta de que el  autor ha pasado por alto la explicación del modo en que se realizó el milagro. No nos dice una sola palabra sobre si sucedió en manos de Jesús, o si era en el momento en que lo repartían los discípulos, o sobre si se iba formando una montaña de panes... Por el contrario, el redactor se ha detenido en consignar uno por uno todos los gestos que hizo Jesús cuando pronunció la bendición y partió el pan. Al leer esas frases ¿quién no recuerda que son los mismos gestos que Jesús hizo durante la última cena y que son los mismos que realiza el sacerdote cada vez que celebra la santa Misa? Al decir que "Jesús partió el pan" se usa una forma de hablar que para los primeros cristianos tenía un significado muy especial. En los primeros tiempos, lo que hoy llamamos "Eucaristía" se llamaba "Fracción del pan". Más tarde se cambió el nombre por el que hoy lo designamos nosotros. Todos los lectores de los primeros tiempos de la Iglesia comprendían que en esta narración de la multiplicación de los panes estaba anunciado y explicado de una manera bastante clara a lo que se realizaba cada vez que se reunía la comunidad.
 LA MULTITUD EN EL DESIERTO
Para que comprendamos entonces lo que significa para nosotros la Eucaristía que celebramos cada vez que nos reunimos en la iglesia, no debemos dejar pasar por alto ninguno de los detalles del relato. Comienza diciendo que Jesús ofrece este pan porque se compadece de una multitud enferma que se encuentra en el desierto. Estar en el desierto sin comida, cuando ya se está haciendo de noche, es lo mismo que encontrarse en peligro de muerte. Esto se agrava si se añade que están enfermos. En esa multitud en esas condiciones tenemos que reconocernos todos nosotros, y también tenemos que reconocer a todo el mundo. En esa multitud tenemos que reconocer los rasgos de nuestro pueblo desalentado, cansado de violencias y de insatisfacciones, hambriento de una realidad que le pueda asegurar la verdadera paz, la felicidad estable y la liberación del fantasma de la muerte.
NADA MÁS QUE CINCO PANES...
El texto nos dice que Jesús se compadece de ellos y cura a los enfermos. Pero para darles el alimento que necesitan, el Señor da una orden a los Doce: "Denles de comer ustedes mismos". Es imposible cumplir esa orden de Jesús: para poder alimentar a esa multitud hambrienta, los discípulos tienen muy poco: nada más que cinco panes y dos peces. Sin embargo Jesús no lo desprecia. Con esos pocos elementos que aportan sus discípulos, Él realizará el milagro de alimentar a los cinco mil. En vista de que la humanidad sufre hambre de tantos alimentos, Jesús nos dice también a nosotros: Ustedes tienen que darles de comer. Pero las necesidades son muchas y tenemos muy pocas cosas para ofrecer. Sabemos que Jesús nos habla así porque está dispuesto a transformar lo poco que tenemos en alimento capaz de satisfacer a todos. En la Misa, dos fieles se acercan al altar y llevan un poco de pan y un poco de vino, "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Pero por obra de Dios y por el acto del sacerdote, ese pan y ese vino se convertirán en el cuerpo y la sangre de Cristo para alimento de los creyentes. Lo que sucede en la Misa nos hace ver cómo el pequeño o el gran trabajo que cada uno realiza en el mundo puede ser elevado por Dios para que sirva para calmar el hambre de todo el mundo. Lo que sucede en la Misa es único y excepcional, pero ilumina el sentido de toda la actividad del hombre en el mundo: el trabajo humane se convierte en parte de la obra creadora de Dios y en instrumento de la obra redentora de Cristo.
LE DIJO A SUS DISCIPULOS...
En el relato observamos claramente que Jesús no hace nada sin hacer participar a los Doce Apóstoles. A ellos les manda que den de comer a la gente, a ellos les pide que traigan los panes y los peces, y finalmente a ellos les encarga que repartan el pan a la multitud. Se sugiere al final que también ellos son los encargados de recoger los trozos que sobraron. De esta forma, el evangelista nos dice que, a través de lo que hacen los discípulos, Jesús realiza la acción de alimentar a la multitud. Y Él no lo quiere realizar sin los discípulos. Varios detalles del relato hacen pensar en la última cena de Jesús con los discípulos. En la lengua en que el Evangelio fue escrito, para decir que la gente está sentada se utiliza la palabra griega que indica que está recostada. En ese tiempo todos se sentaban para comer, pero en la celebración de la noche de Pascua se recostaban sobre almohadones. Durante la última cena, Jesús y los Doce estaban recostados. El relate dice juego que Jesús realizó los mismos gestos que Jesús hizo en aquella oportunidad: tomó el pan, pronunció la bendición, partió el pan, lo dio a los discípulos. Pero mientras que en la cena Jesús entregó el pan a los discípulos y éstos comieron, en el memento de la multiplicación los discípulos son los encargados de llevar el pan a la gente, para que todos coman. Jesús habla a su Pueblo Todo esto, y algunos detalles más que se podrían proponer, indica que existe como un hilo secreto que une los dos relatos, el de la multiplicación de los panes y el de la última cena. Cada uno de ellos ilumina al otro.
LA COMIDA DEL REINO
Los Doce apóstoles fueron elegidos y enviados para anunciar la llegada del Reino y para congregar a los hombres de todas las naciones en un nuevo pueblo de Dios en el que ya se fueran manifestando los rasgos de ese Reino. A ellos se les dijo que serían "pescadores de hombres". En este relato de la multiplicación vemos representada la función que ellos deben cumplir. Deben dirigirse a una multitud desesperanzada, representada con los rasgos de un pueblo enfermo, de noche y en el desierto, para reunirla y alimentarla. El relate de la última cena arroja mayor luz sobre esta tarea: el Pan con el que deben alimentar a toda esta gente no es una comida ordinaria, sino que es el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Cristo. En la celebración eucarística se verifica el momento más intense en la realización de esta nueva  comunidad: allí el mismo Cristo se hace presente en su palabra como alimento de vida eterna, y se hace presente en su cuerpo y su sangre que son verdadera comida y verdadera bebida. Este memento único anticipa lo que será la plena realización del Reino en el banquete celestial. La tarea de la construcción del Reino a la que son enviados los discípulos tiene su modelo en la celebración eucarística. Los discípulos, como pastores, deben formar comunidades que se orienten hacia el banquete celestial a través del banquete eucarístico. De modo que toda reunión de hermanos, donde se comparte el pan, adquiere un nuevo valor porque en cierta forma ya refleja lo que se hace en la Eucaristía y se consumará en el cielo. Terminada la comida de la gente, se recogieron los trozos de pan que han sobrado. Dice el relato que se llenaron doce canastos. Los doce apóstoles habían sido los encargados de acercar los panes a Jesús y luego distribuirlos a la gente. Se supone que ellos han sido los que recogieron el pan sobrante, y que los doce canastos corresponden a los doce apóstoles. Una vez que Jesús alimentó a la multitud con el pan que no se acaba, ese pan queda en manes de los discípulos. Cada uno de ellos tiene un canasto del pan que ofrece Jesús. Jesús quiere realizar sus funciones de Pastor a través de aquellos a quienes Él mismo ha instituido como pastores de su pueblo. A través de hombres iguales a nosotros nos llega la acción de Jesús que se compadece de la multitud. Los pastores de la Iglesia son los encargados de hacer sentir a los hombres la compasión de Dios por los que están como una multitud enferma en el desierto. Ellos deben reunir a la multitud dispersa y desorientada para convertirla en una comunidad; ellos tienen que ir formando las pequeñas células reunidas por la predicación que viene de los Apóstoles, en las que se vive como hermanos compartiendo todo por amor y en las que se recibe la vida y la unidad gracias a la participación del sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor; ellos deben hacerles llegar el pan de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo para que no desfallezcan ni mueran de hambre. Estas células tienen que ser el comienzo y anticipo del mundo nuevo que surge de la obra redentora de Cristo.

martes, 25 de julio de 2000

EL TESORO ESCONDIDO


DOMINGO24 DE JULIO DEL 2011
Evangelio según san Mateo (13,44-52):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

El discurso de las parábolas, que se ha proclamado en el Evangelio de estos últimos domingos, llega hoy al final. Con estas tres parábolas Jesús muestra otros aspectos del Reino a los que se sentían atraídos por su anuncio. Los que seguían a Jesús estaban convencidos de que el Reino iba a llegar de un memento a otro. En esos años, tal vez más que nunca, había gran ansiedad porque estaban pasando por situaciones muy difíciles: los habitantes de Galilea tenían como gobernante un rey judío indigno, y los de Judea estaban dominados por los romanos que les hacían sentir su desprecio y les hacían sufrir la opresión. En las parábolas que se han proclamado en las lecturas evangélicas de los domingos precedentes se han visto diferentes aspectos del Reino que anuncia Jesús. En este domingo se presentan en primer lugar dos parábolas gemelas: el tesoro escondido y la perla de gran valor, que Jesús dice en particular a los doce Apóstoles, una vez que se ha dispersado la multitud. 

DOS PARÁBOLAS SOBRE EL PRECIO
Estas parábolas son muy similares y en el fondo significan lo mismo. Algunos se preguntan por qué en la primera de ellas dice que el Reino se parece a un tesoro, mientras que la segunda comienza diciendo que el Reino se parece a un hombre que busca piedras preciosas. Pero esta variación no debe hacernos confundir. Por los escritos de los maestros judíos de aquel tiempo se sabe que era común expresarse de esta manera, y que lo que se quiere decir en un caso y en el otro es que con la llegada del Reino se produce una situación semejante a la que se da cuando un hombre halla un tesoro o cuando un comerciante encuentra una perla preciosa. Nos damos cuenta inmediatamente de que se refieren al "precio" que hay que pagar para poder entrar en el Reino. Los dos personajes de estas parábolas venden todo lo que tienen para comprar algo de gran valor que han encontrado. Uno encontró un tesoro por casualidad, el otro estuvo buscando piedras preciosas hasta que encontró la perla de valor excepcional. Las situaciones que se describen coinciden en que se ha encontrado algo tan valioso que todo lo demás pasa a ser secundario. En los dos cases se dice que el precio del hallazgo es equivalente a todo lo que se posee. No se trata de invertir todos los ahorros o de hacer un gran gasto, sino de vender todo lo que se tiene. El Reino de Dios es algo tan importante que para poder poseerlo no basta con que nos despojemos de tal o cual cosa, sino que es necesario dar todo sin reservarse nada. Si hay albo que no se vende, por pequeño que sea, ya no alcanza el dinero para comprar el campo o la perla preciosa. Tal vez los discípulos de Jesús pensaban que cuando llegara el Reino ellos seguirían siendo como antes, y que lo que cambiaría sería el país, o los gobernantes, o en todo caso los pecadores. Pero con esta enseñanza, Jesús les dice que si quieren el Reino tienen que empezar por cambiar ellos, y no en aspectos parciales, sino totalmente. Otro escrito del Nuevo Testamento lo expresa de manera muy grafica cuando dice que es necesario desvestirse del hombre para poder llegar a ser un hombre nuevo. Con estas parábolas, Jesús nos dice que el Reino  va a llegar por un simple cambio de estructuras políticas, porque la raíz de todos los males que nos molestan es el pecado que se esconde en nuestros corazones. Hasta que no cambie nuestro corazón no entrara el Reino. Jesús ya ha vencido al pecado y a la muerte, por eso el Reino ya esta presente entre nosotros.  Pero ahora es necesario que el Reino penetre en el mundo, y penetrará a través de nuestros corazones en la medida en que Dios vaya reinando en ellos. Si Dios tiene que reinar en el corazón del hombre, entonces deberá desaparecer todo otro poder, toda otra tiranía, toda otra esclavitud. Es necesario deshacerse de todo, saber renunciar a todo. De lo contrario, no llegará el Reino. Los que esperan que el Reino venga desde afuera, mientras ellos contemplan como espectadores, quedarán desconcertados. Jesús nos dice que en el Reino no hay espectadores. La única posibilidad de participar en el Reino es siendo protagonistas. En otras palabras, en el Reino hay que comprometerse, y solamente los comprometidos lo poseerán. 

LOS QUE DESEAMOS EL REINO
Nosotros también seguimos a Jesús. Venimos detrás de Él en grandes grupos, como los que lo acompañaban aquel día junto al lago. Nosotros también hablamos del Reino y deseamos que venga, ya que todos los días decimos una o varias veces: "... que venga a nosotros tu Reino...". Y, aunque no nos demos cuenta, también estamos deseando el Reino cuando advertimos que las cosas andan muy mal en el mundo y ansiamos que todo cambie y se haga de una vez por todas la voluntad de Dios. Por supuesto que no queremos las injusticias ni la violencia. Nos molesta la mentira y el fraude, deseamos que no haya más lágrimas ni dolor. Sabemos que Dios quiere otra cosa para sus hijos, y esperamos que llegue el día en que se haga la voluntad de Dios. Eso es esperar el Reino.

¿QUE VENDEREMOS?
Si hay que vender todo lo que se posee, tenemos que hacer un recuento de todo lo que es valioso para nosotros. No demos la respuesta fácil calculando el dinero que llevamos encima o que tenemos ahorrado. Eso será lo último que se nos pedirá. Tenemos que empezar por nuestra manera de pensar, por nuestra manera de ser, por nuestros hábitos y costumbres... Si de veras queremos que Dios sea el Rey en nuestra sociedad, démosle lugar para que comience a ser Rey en nosotros mismos. Si nos reservamos nuestras maneras de pensar, nuestros criterios para juzgar o nuestros propios principios personales, ya no estará reinando el Señor, sino que reinaremos nosotros mismos. Para que el Señor haga su voluntad tenemos que renunciar a hacer lo que nosotros queremos. Si seguimos reservándonos el derecho de decidir por nuestra propia cuenta lo que está mal o lo que está bien, sin tener en cuenta a Dios, entonces el Señor no será Rey porque no mandará para nada en nosotros. Y si no lo dejamos hacer su voluntad en nosotros ¿cómo podemos quejarnos con sinceridad porque no se hace su voluntad en el mundo? Y también tenemos que pensar en nuestro dinero, en nuestras propiedades, en las cosas grandes y pequeñas que poseemos. Si seguimos considerando todo esto como exclusivamente nuestro, sin compartirlo o ponerlo al servicio de los demás, nos mantenemos en la situación de esclavos y no tenemos la suficiente libertad como para poder entrar en el Reino. Si estamos dominados por las cosas materiales ya no tenemos espacio para que reine el Señor. El Reino es el único valor que interesa. Ante él, todo lo demás es secundario y por eso vale la pena renunciar a todo. Las dos parábolas nos muestran la actitud alegre y decidida de los personajes, que no dudan un memento en dar los pasos necesarios para adquirir aquello tan valioso que han encontrado. Puede ser que alguien haya encontrado el Reino de manera casual. De pronto. sin andar buscando, Dios le ha hecho conocer su presencia y su plan sobre los hombres, le ha hecho ver que hay algo más allá en lo cual conviene comprometerse. Como el hombre que encontró el tesoro por casualidad, la alegría del encuentro lo encaminará para que renuncie a todo y se lance a esta aventura de dejarse transformar por el Reino para poder después emprender la tarea de hacer llegar el Reino a todos los que todavía no lo conocen. Otro puede andar buscando, con ojos de experto, como el comerciante de piedras preciosas. Leerá, preguntará, discutirá y reflexionará. Llegará el día en que de alguna manera Dios le hará ver d0nde está la verdad, y entonces comprenderá que es necesario dejar todo lo anterior para abrazar esta única verdad que supera a todas las sabidurías humanas, y con la alegría del encuentro podrá empeñarse también en hacer participar a otros de este valor incalculable que Dios le ha confiado. El Reino ya está entre nosotros y quiere penetrar en el mundo. Cuando se encuentran personas dispuestas a "vender todo lo que tienen'' para poseerlo, entonces se abre paso y comienza a manifestarse en la sociedad. 

LA RED
La última de las parábolas de este capítulo es la de la red arrojada al mar. Jesús estaba predicando a un público familiarizado con la pesca, y algunos de sus oyentes eran expertos pescadores, como es el caso de Pedro y Andrés, Santiago y Juan. La parábola está dirigida a los que quieren que el Reino se anuncie sólo a una cierta categoría de personas. Entre los que oían a Jesús muchos pensaban que en el Reino estarían solamente los que ellos consideraban buenos, o que estarán solamente los judíos. y quedarían fuera los paganos. A los que pensaban así, Jesús les relata esta breve parábola en la que dice que en el anuncio del Reino sucede lo mismo que en la pesca: nadie puede elegir por anticipado la clase de peces que va a recoger en la red. La red se arroja al mar, y en ella vendrá toda clase de peces, de buena y de mala calidad. Por esa razón esta parábola tiene mucho en común con la del trigo y la cizaña. En las dos se plantea el problema de la presencia del mal y del juicio que se hará al final de los tiempos. El Reino se anuncia a todos, a los buenos y a los males, a judíos y a paganos. No se hace acepción de personas. Solamente en el momento del juicio se dará la separación definitiva. A los discípulos no les corresponde escoger anticipadamente quienes van a ingresar en el Reino y quienes quedarán afuera. El mandato de la misión no conoce límites. En todas estas parábolas ha quedado claro que en el Reino se manifiesta la bondad y la paciencia de Dios, que no apresura el juicio condenatorio, sino que espera y nos enseña a esperar. Con elementos tomados del Antiguo Testamento, Jesús ha mostrado la novedad del Reino. Como "un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo", ha conservado todo lo valioso que había en lo antiguo y ha introducido lo nuevo.

martes, 18 de julio de 2000

DEJENLOS CRECER JUNTOS

Evangelio del domingo 17 de julio del 2011 según san Mateo 13,24-43

Dejadlos crecer juntos hasta la siega


En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'

[Les propuso esta otra parábola: "El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas."
Les dijo otra parábola: "El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente."
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo." Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo." Él les contestó: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga."“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca”.

La Palabra de Dios de este Domingo se concentra en imágenes propias del tiempo de verano en el mundo rural, cuando los segadores, ataviados con zagones, zoquetas y hoces, marchaban de sol a sol a segar la mies sazonada, para después, en carros o a lomo de caballerías, acarrear los haces hasta la era, colmando de olor a trigo maduro los caminos. Es un privilegio haber pertenecido a la cultura agrícola que fue referencia permanente para los escritores sagrados.

Desde un contexto de recogida de frutos, se entona la oración del salmo, que canta a quien es el Dador de todo bien: “Tú preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. Los valles se visten de mieses que aclaman y cantan”

Los textos no sólo llevan a imaginar una época ya pasada de trabajos agrícolas, sino que son ejemplo para invitar a trabajar interiormente la tierra del propio corazón, para que sea tierra profunda, húmeda, que reciba la semilla de la Palabra y dé el fruto de una cosecha abundante en la medida del don recibido.

Un corazón endurecido como el pedregal, un corazón repleto de afectos y de dependencias, enredado en deseos y evasiones, un corazón frívolo, colocado al borde de todos los caminos, que se ofrece al mejor postor, no es tierra buena para la Palabra.

Las lecturas de hoy nos invitan a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, como sucede en el proceso de la siembra y de la germinación, cuando, después de los duros trabajos que exigen fidelidad, se exulta de alegría por los frutos maduros. “Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno.”

Cuando el labrador tiene en su mano el trigo limpio, recién aventado, y lo ha acarreado a la troje, a resguardo de posibles amigos de lo ajeno, las palabras del Apóstol San Pablo toman realismo: “Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”.

¿Cómo ha sido tu cosecha, del treinta, del setenta, del ciento por uno?

lunes, 10 de julio de 2000

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR


Evangelio del domingo 10 de julio del 2011
san Mateo (13,1-23):

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.

Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»


La palabra, lluvia y semilla


La revelación que Dios realiza a los sencillos por medio de Jesucristo no discurre por medios llamativos y extraordinarios: no consiste en tremendos acontecimientos cósmicos, ni se transmite mediante visiones y apariciones reservadas a unos pocos. Al contrario, son también vías sencillas y accesibles a todos las que nos comunican la sabiduría de Dios. El medio más común y habitual de comunicación entre los hombres es la palabra, y Dios se nos manifiesta como Palabra, y una palabra encarnada, es decir, “traducida” al lenguaje humano, de manera que la podamos entender y acoger. Esa Palabra es palabra de Dios, pero al mismo tiempo es palabra humana, encarnada, cercana y accesible: el mismo Jesús. Suele decirse que el cristianismo es una de las religiones del libro, pero es más exacto afirmar que la fe cristiana es la religión de la Palabra: una Palabra viva y eficaz (cf. Hb 4, 12), que, como la lluvia que empapa la tierra, la fecunda y produce vida, actúa y da frutos en quien la escucha y acepta.

Pero la fuerza y eficacia de la Palabra depende también de aquellos a los que se dirige. No es una palabra de ordeno y mando, ni se impone por la fuerza o las amenazas, sino que apela con respeto a nuestra libertad, invita y llama a establecer un diálogo. Así como la lluvia da frutos si encuentra una tierra bien dispuesta, la Palabra que Dios nos dirige necesita de una respuesta adecuada por parte del hombre.


Jesús compara a la Palabra (que es su propia persona y su misión, realizada en palabras y obras) con una semilla que se arroja a la tierra y encuentra distintas respuestas. Por ello, el objeto principal de la parábola son las distintas actitudes con las que se puede recibir esta semilla llamada a fructificar. Jesús divide a los hombres en cuatro grupos, dependiendo de su actitud ante la Palabra: el rechazo frontal, la acogida superficial que impide que la semilla de la Palabra eche raíces, la acogida sincera, pero que tiene que rivalizar con otras preocupaciones que acaban teniendo toda la prioridad, y, finalmente, la buena tierra, en la que la Palabra muestra toda su fecundidad. Si se tiene en cuenta que en aquel tiempo se consideraba el siete por ciento una buena cosecha, se entiende hasta qué punto Jesús, al hablar del treinta, el sesenta y el cien por ciento, subraya la extraordinaria eficacia de esta semilla lanzada por Dios al mundo cuando encuentra aceptación sincera. Con esta parábola Jesucristo responde al desánimo de los discípulos, que tienen la sensación de que el anuncio del Reino de Dios no acaba de prender y avanza con demasiada lentitud. La parábola del sembrador, como otras parábolas agrícolas de Jesús, es una llamada a la esperanza y a la confianza. Pero también a la responsabilidad. Dios hace su parte sin escatimar nada, pero si el Reino de Dios parece no hacerse presente, al menos suficientemente, tenemos que examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos haciendo la parte que nos corresponde, si no será que con nuestras actitudes personales estamos haciendo estéril la rica semilla de la Palabra.


Es importante atender al escenario en el que Mateo sitúa esta y otras parábolas sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la multitud que está de pie en la orilla, mientras él está sentado en la barca a una pequeña distancia; se dirige a todos sin distinción, sabiendo que posiblemente muchos de los que le oyen no están en disposición de acoger hasta el final sus palabras: oyen sin entender, miran si ver, porque no están dispuestos a la conversión. De hecho, esta falta de comprensión de las parábolas y, en consecuencia, de la cercanía del Reino de Dios, nos afecta a todos de un modo u otro. Es necesario que, acuciados por esa falta de comprensión, nos lancemos al agua, nos mojemos y nos acerquemos a Jesús para preguntarle por el sentido de sus palabras.
El evangelio de hoy puede leerse en su versión breve, que reproduce escuetamente la parábola del sembrador, o en su versión larga, que incluye la pregunta de los discípulos y la explicación detallada por parte de Jesús. De hecho, las dos versiones son procedentes. La más breve puede suscitar en nosotros el deseo de una comprensión en profundidad, y provocar el que salgamos de la multitud que se mantiene de pie a una cierta distancia, que nos pongamos en movimiento, nos acerquemos a Jesús y, entrando en la barca en la que se sienta, le expongamos nuestras dudas. Es ese movimiento de acercarnos y preguntar lo que nos convierte en discípulos. Y la explicación de Jesús nos puede ayudar a comprender que no sólo existen cuatro grupos de personas que reaccionan de manera distinta ante la predicación de Jesús, sino que esas cuatro actitudes posiblemente son como territorios que conviven de un modo u otro en cada uno de nosotros.

El borde del camino, el rechazo frontal de la Palabra, indica que, aunque nos consideremos creyentes, pueden existir en nosotros “territorios paganos”, sin evangelizar, impermeables al evangelio. En esos aspectos de nuestra vida, sencillamente, no estamos en camino, sino al margen del mismo. Pueden ser actitudes antievangélicas de odio hacia ciertas personas o grupos, de rencor y resentimiento, de falta de perdón expresamente afirmada, o costumbres y formas de vida que contradicen abiertamente las exigencias de la fe y no se dejan interpelar por ella. Más frecuente puede ser el terreno pedregoso, la superficialidad que impide que la Palabra eche raíces en nuestra vida. No es raro que la aceptación de la fe se haga por motivos demasiado coyunturales: la nacionalidad, el contexto cultural, la presión social. Si no se llega a asumir personalmente y en profundidad, la semilla se encontrará en terreno pedregoso, sin posibilidad de dar frutos. En estos casos la fe depende demasiado del estado de ánimo o del entorno social favorable o contrario. Falta constancia, perseverancia y, en consecuencia, fidelidad. En muchas personas sinceramente creyentes, incluso consagradas a Dios, es fácil encontrar el terreno en el que crecen las zarzas. Aunque aquí hay una acogida consciente y personal de la Palabra, dominan en nuestra vida urgencias que impiden prestar atención a lo más importante.


Estas pueden ser preocupaciones mundanas, como el éxito o la riqueza, que nos roban el corazón para lo esencial; pero también podemos ocuparnos de cosas muy buenas y santas, como la atención a los demás, el trabajo apostólico, el servicio de la Iglesia, pero que no nos dejan tiempo para la oración y la escucha en profundidad de la Palabra. Uno de los peligros que acecha a los cristianos más comprometidos, sacerdotes y religiosos incluidos, es que hablen mucho de Dios, de Jesús, pero no tengan tiempo para hablar con él y escucharlo. La presencia de estos “territorios” más o menos cerrados a la Palabra no deben hacernos olvidar que Jesús afirma también la existencia en el mundo, en cada uno de nosotros, de tierra buena, en la que el sembrador siembra con la seguridad de una cosecha sobreabundante. Cuando contemplamos la obra que la Palabra de Dios en personas que han sabido ser buena tierra, como pueden ser los santos (y que cada cual elija los que sean de su devoción), no podemos dejar de admirar los frutos abundantes que han dado, y no sólo para sí, sino también para la vida del mundo. También hay en nosotros buena tierra. Por ello, Dios siembra esperanzado. La Palabra de Dios es eficaz y produce frutos. Una falsa humildad no debe descalificar o dejar de mirar esta realidad: Dios no siembra en balde. Él está en nuestra vida y nos urge, con suavidad, pero con insistencia.

El borde del camino, el pedregal, los abrojos, la buena tierra..., a través de nuestras actitudes, hábitos, aficiones, prejuicios, etc., en la complejidad de nuestra vida, somos un poco todo eso. No podemos, sin embargo, contentarnos con ello. No basta con cuidar con mimo la semilla que cae en buena tierra (aquello que ya hemos conseguido, donde podemos hacer algún progreso); hay que trabajar para que todo en nosotros se vaya transformando en buena tierra. Hay que desbrozar, roturar y abonar. Por medio de la oración, los sacramentos, el contacto vivo con Jesús, nuestro Maestro, que nos invita a acercarnos a él y subirnos a su barca, podemos ir convirtiendo en buena tierra los espacios de nuestra vida reacios a la Palabra. Los frutos que demos así no son un botín personal, “méritos” propios; los frutos evocan el don que se ofrece a los demás, que sirve para ayudar y alimentar a otros. Es verdad que ese trabajo puede comportar algunas renuncias y sufrimientos, pero, como dice San Pablo en su carta a los romanos, esos sufrimientos “no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”. Pero no hay que pensar, como a veces hacemos, en una especie de “premio” que, en el fondo, sería externo a nosotros mismos. El fruto principal de la Palabra de Dios en nosotros es la plena manifestación los hijos de Dios, en la que cada uno será plenamente sí mismo. Al hacernos hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, nuestra vida se convierte en semilla y en palabra, en don y testimonio. Si, como hemos dicho, el cristianismo es la religión de la Palabra, nosotros estamos llamados a ser letras vivas de la misma.

domingo, 2 de julio de 2000

LOS TRES CENTROS DE PERSONALIDAD: VISCERALES, DEL CORAZÓN Y DE LA CABEZA





PERSONAS VISCERALES :8,9,1


Las PERSONAS VISCERALES , 8, 9, 1, escogen como su centro preferido el instintivo o móvil. Típicamente se introducen  en una situación, se plantan y dicen . “aquí estoy enfréntense conmigo”. Esperan que los demás se fijen en ellos. Buscan hacerse con el control por la fuerza del mero estar allí. Parecen decirse a sí mismos: “me encontraré bien en esta situación  si me dejo llevar simplemente por el flujo de energía; de ese modo, sabré cómo actuar.» Esta actuación instintiva les da sensación de dignidad y realización. Se concentran en estar presentes y ser ellos mismos. Como el instinto se construye con las experiencias pasadas, el pasado tiende a ser dominante en ellos. Asimismo, su energía está dominada por lo que debería hacerse y mantienen elevadas expectativas y exigencias respecto a los demás y a sí mismos. 

8.  Los OCHO se centran en ser ellos mismos por su fortaleza en relación con los demás. Los OCHO insisten en que los demás los traten como personas fuertes y enraizadas en convicciones. Estando en posición adyacente respecto al centro de la cabeza, no les resulta incómodo pensar, pero tienden a rechazar su centro de los sentimientos. En vez de basar sus relaciones en el centro del corazón, utilizan su centro instintivo, su propia vitalidad y su arraigo para los encuentros personales. Esto se traduce en que sienten instintivamente que se relacionan con el otro por su asertividad, aunque en realidad pueden estar trastornando la relación pisando el terreno del otro. Tienen un problema real para participar en una experiencia sentimental de ternura y son incapaces de plantear las preguntas características de las PERSONAS DE CORAZON, como: ¿Me vas a gustar? o ¿Qué necesitas?. En cambio, dirán: ¡Enfréntate conmigo!

9. Los NUEVE se encuentran en el punto de negación del centro visceral en el eneagrama. Suelen usar su centro instintivo en sustitución de los centros de sentimiento y de pensamiento, al precio de no experimentar el funcionamiento adecuado del mismo centro visceral. Por ejemplo, sustituyen el sentimiento por el instinto, sin lograr hacer nuevos amigos, conformándose con sus amigos habituales. Utilizan también el instinto para conocer; tienen intereses muy limitados y parecen contentarse con una forma reiterativa de conocimiento haciendo una y otra vez lo mismo o siguiendo la misma serie de acontecimientos deportivos ano tras ano. Con respecto a su funcionamiento instintivo, parecen no estar en contacto con su propia vitalidad interior. Les gusta vivir de forma rutinaria, pero hay un punto en su energía instintiva en el que reaccionan con vitalidad a muy diversos estímulos externos. A menudo carecen de reacción natural y espontánea frente a lo que ocurre, y ése es uno de los principales problemas que no suelen reconocer.

1. Los UNO se encuentran en el ala del centro visceral próxima al centro de los sentimientos. Tienden a rechazar su centro de pensamiento, sustituyéndolo por el «pensamiento» del instinto. Esto significa que no consiguen plantearse las preguntas de las PERSONAS DE CABEZA: ¿Cómo se integra todo esto? Típicamente, se introducen en una situación con un sesgo de su pensamiento, provocando que la situación les domine, en vez de tratar de comprender cómo pueden integrarse todos sus aspectos. El pensamiento de los UNO se caracteriza por carecer de una perspectiva objetiva.

PERSONAS DE CORAZON: 2, 3, 4 

Las PERSONAS DE CORAZON, 2, 3, 4 se introducen en una situación y se preguntan automáticamente: «Esta persona, ¿es amiga u hostil? ... ¿Me gustarás o no?» Asimismo, adquieren información preguntando: «¿Qué necesitas?» Se orientan al control en el nivel de cómo son con los otros. Se preguntan a sí mismas: «¿Cómo me responden los demás?» Entre sus preocupaciones, predominan las relaciones con los demás. Las PERSONAS DE CORAZON se preocupan de lo que necesitan los otros con el fin de conseguir una respuesta favorable de ellos cuando les proporcionan algo que les guste o ayude.

 2. Los DOS se encuentran en el ala del centro del corazón, próximos al centro visceral. Aunque acepten vivir en el nivel visceral además de en su nivel preferido del corazón, rechazan su centro de la cabeza y emplean los sentimientos de su centro del corazón como sustitutos en la función pensante. No consiguen ver el valor de una visión general, reduciendo, en cambio, sus intereses a las relaciones con personas individuales. Su conversación habitual revela esta reducción porque, sobre todo, hablan con personas que son especiales para ellos y dan la sensación de tener poco interés por las cuestiones del mundo en general o por cualquier problema que se salga del marco de sus propias familias. Son proclives también a mostrar un sesgo contra cualquier tipo de pensamiento abstracto, al menos en la medida en que no sea útil para ayudar a alguien que conozcan. 

3.Los TRES, situados en el punto de negación del centro del corazón, sustituyen las funciones de los otros dos centros por la de su sentimiento, teniendo, sin embargo, problemas para vivir en un nivel sentimental. Es notorio el sacrificio de la parte sentimental de las relaciones personales y familiares en beneficio del éxito en los negocios o en el mundo profesional. No se permiten a sí mismos vivir profundamente en su centro preferido del corazón, aplicando, no obstante, la función sentimental para sustituir al pensamiento y a la conducta instintiva. Utilizan el sentimiento para conocer; restringen sus intereses a lo que les ayude a conseguir éxito, padeciendo a menudo la falta de desarrollo cultural de sus talentos. No logran reconocer el saber como algo bueno en sí mismo; tratan de conocer lo que contribuye al éxito, su interés máximo y absorbente. Utilizan también el sentimiento para su funcionamiento instintivo; se revisten de sus sentimientos y llevan una máscara en vez de dejar simplemente que su persona exprese sus reacciones instintivas. Su lenguaje corporal transmite una apariencia que provoca una reacción favorable a lo que venden o promueven.

4.  Los CUATRO, situados en el ala del centro del corazón más próxima al de la cabeza, tienen problemas con su centro visceral. Viven en el nivel del sentimiento y, hasta cierto punto, en el de pensamiento, pero sustituyen el centro visceral por su función sentimental. En vez de dejar que la espontaneidad surja libremente de los instintos, tratan de que sus reacciones corporales expresen algún sentimiento especial. Ensayan cómo se expresarán a sí mismos en vez de mostrar sus reacciones instintivas. Utilizan su sentimiento para esto porque pretenden que la expresión de sí mismos constituya una forma de relacionarse de manera auténtica con los demás. Así, el carácter exclusive de sus sentimientos se pone de manifiesto. La conducta instintiva del CUATRO parece algo prefabricada, expresando más sentimiento que el realmente presente en su corazón. Los CUATRO tienden a presentar una máscara artística de movimiento corporal que impide a los demás conocer a la persona real.

PERSONAS DE CABEZA: 5, 6, 7
Las PERSONAS DE CABEZA escogen su función de pensamiento como la más importante para ser persona. Consideran central el saber para su funcionamiento como personas en relación con el mundo. Se preguntan: «¿Cómo se integra todo esto?» Miran al conjunto de su medio ambiente y se plantean cómo se ajusta cada parte con el resto. No se centran en los individuos, como las PERSONAS DEL CORAZON; en cambio, atienden a la situación total. Tratan de captar el sentido de lo total y de cómo se entrelazan todas las piezas. Al experimentar su ambiente de este modo adquieren el sentido de lo que sucede. Con esa información, saben cómo estar en situación. No entran de lleno en la situación, plantándose en ella como las PERSONAS VISCERALES. Primero, tienen que conocer la situación total, para saber después cómo ajustarse a ella. Cuando ven automáticamente la situación, se ponen a sí mismos en el lugar de los otros. Tratan de entender dónde se sitúan los demás. No se centran en su forma de relacionarse con los otros, sino más bien en cómo están los demás en relación con la situación total. Esto permite a las PERSONAS DE CABEZA entrar en las vidas de los demás con un espíritu de empatía. Por medio de su función de pensamiento, se ponen con facilidad en el lugar de los otros. Las PERSONAS DE CABEZA buscan el control por el conocimiento del ajuste de cada cosa. Están dominadas por sus ideas, planes y percepciones, que les dicen en dónde se halla cada cosa. Esperan que su pensamiento y reflexión les manifiesten todo sin reconocer la necesidad de la información sobre las consecuencias procedente de otro. Si piensan que algo está bien, concluyen que, en efecto, está bien. Tras una experiencia, la repiten mentalmente para decidir cómo se comportarán en la siguiente ocasión.

5. Situados en el ala del centro de la cabeza, los CINCO se encuentran también en su medio en su centro del corazón, pero rechazan el centro visceral. Su autoconsciencia pesa mucho en su vida instintiva. Para ellos, no es fácil ser espontáneos; en cambio, tienden a que sus acciones y reacciones sean deliberadas. Ante una situación nueva, reflexionan en vez de reaccionar espontáneamente. A menudo parecen muy comedidos en sus reacciones. Como la memoria es una función instintiva y no se encuentra bajo el control directo de la mente, tienden a olvidar los nombres de las personas. Al sustituir el funcionamiento adecuado de su centro visceral por el pensamiento, pueden imponer a sus movimientos corporales una regularidad mecánica. Con frecuencia, en los deportes son torpes porque reemplazan con su pensamiento el flujo natural de energía en el nivel visceral necesario para la coherencia de la ejecución y las reacciones rápidas.

6.  Como los SEIS se encuentran en el punto de negación del centro de la cabeza, tienen problemas para vivir en su centro de cabeza preferido y lo utilizan para desempeñar las funciones propias de los otros dos centros. Tienen problemas respecto al conocer, pero lo niegan. Tienden a obstaculizar los conocimientos nuevos que harían menos exigente o amenazadora la vida. Mantienen el conocimiento adquirido con gran convencimiento y consideran los conocimientos nuevos como amenazadores porque se sumarían a sus responsabilidades. Los conocimientos que poseen les dan seguridad y un conocimiento nuevo atentaría contra esta seguridad porque provocaría conflictos con lo que ya saben. Quieren vivir en el nivel de la cabeza como forma de obtener la máxima seguridad, pero los contenidos de su conocimiento no deben cambiar; eso amenazaría la seguridad que les proporciona su conocimiento actual. En consecuencia, se resisten a hacer lecturas serias o a asistir a seminarios sobre nuevas orientaciones del pensamiento. Desprecian estas cosas como «extravagantes» porque las consideran amenazadoras. Emplean su centro de la cabeza para reemplazar sus funciones instintivas y sentimentales. Sus movimientos corporales suelen estar regidos por el centro de la cabeza. Los SEIS se  adaptan conscientemente a las reglas que su centro de cabeza considera adecuadas para estos movimientos. No se expresan a sí mismos a través de los movimientos corporales, sino lo que la cabeza les dice que ha de hacerse en relación con lo que se les exige. Esto provoca una rigidez en su conducta, por ejemplo, en las reuniones. Para el SEIS es importante que todo se haga de acuerdo con las reglas que, generalmente, no varían de una reunión a otra. Su función de cabeza sustituye también a la de su centro del corazón. Su sentido de la responsabilidad en su trabajo les lleva a pasar por alto la cuestión de si les gustan o no los otros, cuestión que se plantean las PERSONAS DE CORAZON. No permiten que la ejecución de las tareas se vea perturbada por los sentimientos sobre otras personas durante las horas de trabajo. En consecuencia, los SEIS pueden desarrollar una enorme cantidad de trabajo y creen que serán queridos por el trabajo que hagan. Puede que ni se les ocurra que el nivel del sentimiento es fundamental para amar. Los padres SEIS pueden pensar que sus hijos les amarán por las cosas materiales que les proporcionen, sin necesidad de expresiones de afecto ni conversaciones íntimas. Los SEIS tienen dificultad para abrir sus corazones y tienden a explicar sus vidas a partir del rol o la responsabilidad que se les ha encomendado, en vez de como una travesía vital centrada en los sentimientos. Consideran las cuestiones morales como cuestiones de bien o mal de acuerdo con las leyes o las decisiones de la autoridad. Se encuentran incómodos con las áreas poco definidas en el crecimiento personal. Ordinariamente, no dicen a otro que lo está haciendo bien «porque eso es lo que tiene que hacer». Piensan que las personas han de adaptarse a las normas del grupo o, de lo contrario, «ser despedidas», aunque el grupo sea la familia, la iglesia o la nación.
7. Los SIETE son PERSONAS DE CABEZA situadas en el ala próxima al centro visceral. Sustituyen la función del corazón por su pensamiento. En consecuencia, imponen sus planes a los demás sin preocuparse de lo que sientan. No se plantean las preguntas de las PERSONAS DE CORAZON, como: « ¿Eres amigo o enemigo mío?» Usan simplemente su función de planificación para reemplazar el sentimiento y dan por supuesto que todo el mundo aplaudirá lo planeado. A pesar de su efervescencia, puede no resultar fácil aproximarse a ellos en un nivel íntimo de sentimiento. Son personas de fiesta más que personas que disfruten con un abrazo. Les gusta multiplicar contactos con mucha gente más que pasar el tiempo con alguien especial en un ambiente íntimo. Sus cabezas constituyen el centro de sus vidas y creen que pueden agradar a todo el mundo planeando actividades divertidas.

LOS ELEGIDOS DEL REINO





Evangelio del Domingo 3 de Julio del 2011

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

LOS ELEGIDOS DEL REINO

Jesús ha anunciado la llegada del reino de los cielos, y ha enviado a sus discípulos para que lleven esa buena noticia a todos. El evangelio de san Mateo muestra que este anuncio no fue bien recibido salvo por los más humildes y los pecadores. Por esa razón Jesús se vuelve ahora hacia el  Padre para darle gracias porque reveló a los pequeños lo que dejó oculto a los sabios y prudentes.

La página del evangelio que se proclama este domingo incluye tres frases de Jesús. La primera es una alabanza al Padre ("Te alabo, Padre...''); la segunda es una frase de revelación ("Todo me ha sido dado.. ."), y la tercera es un llamado ("Vengan...). Las dos primeras se encuentran también en el evangelio de Lucas, pero la tercera es exclusiva del evangelio de san Mateo.


LA ALABANZA AL PADRE

El texto que comentamos comienza con una alabanza que Jesús dirige al Padre porque ha revelado ciertas cosas a los pequeños, aun cuando las ha ocultado a los sabios y a los prudentes. En el contexto en que san Mateo ha ubicado este texto, las palabras aparecen como una contraparte a las palabras de lamentación que Jesús acaba de pronunciar contra las ciudades de Corazaín, Betzaida y Cafarnaúm, que no se convirtieron a pesar de los milagros que se realizaron en ellas. Así como hay palabras de reproche a quienes no abrieron su corazón y su mente a la revelación, ahora hay palabras de alabanza a Dios que ha trazado este misterioso plan según el cual los soberbios y orgullosos, confiados en su propia ciencia, han quedado excluidos, mientras que los pequeños y humildes han sido favorecidos con el conocimiento de Dios. Los pequeños ocupan un lugar destacado en el evangelio de san Mateo. En cierto sentido, se puede decir que en este evangelio es un nombre de los cristianos. Se dice que para ser discípulo de Jesús es necesario hacerse pequeño como un niño, que hay que tener gran cuidado por los pequeños porque el Padre no quiere que se pierda ni uno solo de ellos, y que lo que se haga a los pequeños es como si se hiciera al mismo Cristo. Se podrían seguir citando muchos otros textos en este mismo sentido. La pequeñez designa esa cualidad que Jesús señala como primera condición para poder ser su discípulo. Es equivalente a la pobreza de corazón, a la humildad, a la mansedumbre. Es todo lo opuesto a la soberbia, al orgullo, a la autosuficiencia, a la confianza puesta en la fuerza o en los bienes. Pero también hay que incluir en este grupo de los pequeños a los pobres y a los ignorantes, que eran menospreciados por los más religiosos de su tiempo, pero que gozaban de la predilección de Jesús. Los que tienen esta cualidad de la pequeñez son los destinatarios de esa revelación que Dios ha negado a los sabios y prudentes, porque son los únicos capacitados para comprender el lenguaje que habla Dios. Esta predilección del Padre por los pequeños es la que alaba Jesús en su oración.



LA REVELACION

¿Y qué es lo que Dios revela a los pequeños? Jesús declara solemnemente que nadie puede conocer al Padre sino solamente el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. El Padre permanece en el misterio. La mente humana, por sus propias fuerzas, puede conocer muy poco sobre la existencia de Dios. Pero sobre la persona del Padre, su amor por los hombres, su deseo de redimir y de hacer participar a los hombres de su propia vida y de su felicidad, no sabíamos absolutamente nada si el Hijo no viniera a darlo a conocer. El Hijo de Dios ha venido para que nosotros conozcamos y experimentemos el amor del Padre por nosotros. Jesús, según el designio de Dios, ha elegido a los pequeños para hacerles conocer el misterio del Padre. Ha puesto una condición para poder ser discípulo  suyo: es necesaria esa pobreza de corazón que en este texto se llama pequeñez. Los soberbios quedan excluidos de su escuela. Los sabios,  los prudentes quieren explicarse el misterio de Dios con sus propios razonamientos y no aceptan ser alumnos. Ellos quieren ser solamente maestros. Por esa razón no alcanzan a conocer al Padre y quedan excluidos del plan de la salvación. Para poder conocer verdaderamente al Padre, para poder experimentar su amor, para poder ser alcanzado por su gracia y su perdón, es necesario tener humildad como para sentarse a escuchar como discípulo a Aquél que es el único que conoce al Padre y experimenta desde toda la eternidad su amor porque es el Hijo único que vive desde siempre en la intimidad de Dios. Por esta razón el evangelio completa este texto incluyendo el llamado de Jesús a los hombres para que se dispongan a frecuentar su escuela. 



EL YUGO PARA LOS AGOBIADOS

En la última parte del Evangelio que comentamos, Jesús hace un llamado a los hombres. La forma de expresarse nos trae a la memoria los discursos de la Sabiduría del Antiguo Testamento. Jesús es presentado como la misma Sabiduría de Dios que llama a los hombres y los invita a dejarse instruir por ella: "Vengan a mi..." El Señor se dirige a los que están cansados y agobiados y los invita a cargar su yugo. El yugo, esa pesada madera que se coloca sobre la nuca de los animales de tiro (los bueyes) para que arrastren las carretas y las cargas, es para los judíos el símbolo de la enseñanza de la Ley de Dios. Ya desde antiguo los discípulos que se inscribían en las escuelas de los famosos maestros para aprender la Ley de Dios decían con orgullo que "cargaban el yugo en la escuela del maestro Tal...". Pero el yugo de la Ley engendraba hombres cansados y agobiados. Se buscaba agradar a Dios mediante el cumplimiento exacto de toda la legislación del Antiguo Testamento, y de esa manera la santificación del hombre aparecía como obra del mismo hombre, que jamás era capaz de llegar a cumplir a la perfección todas las prescripciones. El sentimiento de fracaso por una parte y la angustia de sentirse culpable por la otra, hacían que los piadosos estuvieran siempre bajo el peso de una carga insoportable. El apóstol san Pedro, en otro momento, se referirá a la Ley diciendo: “ese yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos soportar" Jesús, como maestro, llama a todos los que se encuentran en esa situación. Llama a los que quieren cumplir la voluntad de Dios pero que por el camino de la Ley solamente encuentran cansancio y desazón. Son los que quieren ser justos pero no pueden. Son los mismos que en otra parte del evangelio de san Mateo son llamados con el título de “los que tienen hambre y sed de ser justos". A todos ellos se dirige el Señor y los invita a cargar otro yugo, el yugo de Jesús. Pero este yugo contiene otra enseñanza: en vez de aprender la Ley con todas sus implicancias y todas sus meticulosidades, los discípulos deben aprender del mismo Jesús. “Aprendan de mí..." dice el Señor. ¿Y qué es lo que hay que aprender de Jesús? No se trata de aquellas cosas que sólo  puede hacer porque es el Hijo de Dios, ni tampoco de cosas muy difíciles que solamente son accesibles a los sabios. Lo que hay que aprender es que Jesús es "paciente y humilde de corazón". Estos títulos constituyen el tema de las dos primeras bienaventuranzas del evangelio de san Mateo, y aparecen en la profecía de Zacarías que se ha proclamado en la primera lectura de la Misa de este día. Por esta razón el yugo de Jesús aporta descanso a los hombres. La búsqueda de la santidad no se hace desde la debilidad humana, sino desde una apertura humilde y sencilla, que permite a Jesús imprimir su propia imagen en el alumno, y elevarlo con su propia fuerza hasta la dignidad de hijo de Dios. En el mundo actual encontramos a muchos maestros que prometen a los hombres sacarlos de sus conflictos y de sus angustias. Todos prometen mundos de felicidad y bienestar, y conducen a sus discípulos por caminos de doctrinas extrañas con la práctica de severas disciplinas. Incluso algunos cristianos piensan que agradarán más a Dios si se dedican a santificarse a sí mismos mediante rigurosas disciplinas centradas en la Ley y no en el amor de Dios. Si querernos encontrar descanso debemos escuchar al único maestro que verdaderamente conoce al Padre y nos puede conducir a Él. Jesús es el único que nos puede garantizar el encuentro con el Padre, porque no cuenta solamente con la debilidad de nuestra naturaleza humana, sino que está investido con la fuerza de Dios. Él es el único que nos puede purificar de todas nuestras culpas, puede curar todas nuestras heridas, librarnos de todos nuestros vicios y malas inclinaciones y hacer que se realice en nosotros el plan de hacernos vivir como hijos de Dios.


"Aprendan de mí” Que el pueblo escuche al que dice "Aprendan de mí'', y responda: "¿Qué aprenderemos de ti?" No sé qué le oiremos decir a este gran artífice cuando clama "Aprendan de mí". ¿Quién es el que dice 'Aprendan de mí'? El que formó la tierra, separó el mar de la tierra seca, creó los pájaros, los animales terrestres y acuáticos, puso los astros en el cielo, distinguió entre el día y la noche, estableció el firmamento y separó la luz de las tinieblas. ¿Acaso el que dice "Aprendan de mí" nos dirá que hagamos con Él todas estas cosas? ¿Quién puede hacerlas, si sólo las hace Dios? "No temas, dice, no te impongo esta carga... Aprende de mí, no a formar la creatura que fue hecha por mí. Tampoco te digo que aprendas aquellas cosas que no les di a todos sino a algunos, a los que yo quise: resucitar muertos, dar vista a los ciegos, abrir los oídos a los sordos... Si a alguno no le dio el poder de resucitar a los muertos y a otro no le dio el don de la palabra, ¿qué es lo que le dio a todos? Lo oímos cuando decía: "Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón". Hermanos míos ¿qué provecho tiene el soberbio que hace milagros, y no es manso y humilde de corazón?"

San Agustín, Sermón CXLII, 11