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lunes, 31 de julio de 2000

PAN PARA LA VIDA DEL MUNDO

Mt 14, 13-21
Evangelio según san Mateo del domingo 31 de julio del 2011
Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.


Con el discurso de las parábolas, que se ha proclamado en los últimos domingos, el evangelio de san Mateo concluye una sección dedicada a instruir sobre el misterio del Reino de los cielos. Se abre ahora otra sección en la que el tema central será la formación de los discípulos, entre los cuales Pedro obtendrá un lugar central. Dejando atrás otros relatos, la lectura dominical se detiene hoy en la multiplicación de los panes. Entre los milagros de Jesús, el de la multiplicación de los panes es tal vez el que más ha impresionado a los cristianos de los primeros años de la Iglesia. Los autores de los evangelios lo han recibido transmitido por varias tradiciones, y una prueba de ello es el hecho de que es el único de los milagros del Señor que se encuentra relatado en los cuatro evangelios, y tanto en el Evangelio de san Mateo como en el de san Marcos está relatado dos veces. Otros milagros mucho más impactantes no han merecido tanta atención, como sucede, por ejemplo, con la resurrección del joven de Naim, que está solamente en el evangelio de Lucas, y con la de Lázaro, que está solamente en el evangelio de Juan. Leyendo con atención esta histona de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces, podemos observar que en el evangelio de san Mateo está elaborada como una instrucción sobre la tarea que deben desempeñar los Doce apóstoles en la distribución del otro pan que Jesús ofrece a la multitud: el pan de la Eucaristía.
LA FRACCION DEL PAN
Cualquier lector que toma hoy el texto que refiere el milagro de la multiplicación de los panes se puede dar cuenta de que el  autor ha pasado por alto la explicación del modo en que se realizó el milagro. No nos dice una sola palabra sobre si sucedió en manos de Jesús, o si era en el momento en que lo repartían los discípulos, o sobre si se iba formando una montaña de panes... Por el contrario, el redactor se ha detenido en consignar uno por uno todos los gestos que hizo Jesús cuando pronunció la bendición y partió el pan. Al leer esas frases ¿quién no recuerda que son los mismos gestos que Jesús hizo durante la última cena y que son los mismos que realiza el sacerdote cada vez que celebra la santa Misa? Al decir que "Jesús partió el pan" se usa una forma de hablar que para los primeros cristianos tenía un significado muy especial. En los primeros tiempos, lo que hoy llamamos "Eucaristía" se llamaba "Fracción del pan". Más tarde se cambió el nombre por el que hoy lo designamos nosotros. Todos los lectores de los primeros tiempos de la Iglesia comprendían que en esta narración de la multiplicación de los panes estaba anunciado y explicado de una manera bastante clara a lo que se realizaba cada vez que se reunía la comunidad.
 LA MULTITUD EN EL DESIERTO
Para que comprendamos entonces lo que significa para nosotros la Eucaristía que celebramos cada vez que nos reunimos en la iglesia, no debemos dejar pasar por alto ninguno de los detalles del relato. Comienza diciendo que Jesús ofrece este pan porque se compadece de una multitud enferma que se encuentra en el desierto. Estar en el desierto sin comida, cuando ya se está haciendo de noche, es lo mismo que encontrarse en peligro de muerte. Esto se agrava si se añade que están enfermos. En esa multitud en esas condiciones tenemos que reconocernos todos nosotros, y también tenemos que reconocer a todo el mundo. En esa multitud tenemos que reconocer los rasgos de nuestro pueblo desalentado, cansado de violencias y de insatisfacciones, hambriento de una realidad que le pueda asegurar la verdadera paz, la felicidad estable y la liberación del fantasma de la muerte.
NADA MÁS QUE CINCO PANES...
El texto nos dice que Jesús se compadece de ellos y cura a los enfermos. Pero para darles el alimento que necesitan, el Señor da una orden a los Doce: "Denles de comer ustedes mismos". Es imposible cumplir esa orden de Jesús: para poder alimentar a esa multitud hambrienta, los discípulos tienen muy poco: nada más que cinco panes y dos peces. Sin embargo Jesús no lo desprecia. Con esos pocos elementos que aportan sus discípulos, Él realizará el milagro de alimentar a los cinco mil. En vista de que la humanidad sufre hambre de tantos alimentos, Jesús nos dice también a nosotros: Ustedes tienen que darles de comer. Pero las necesidades son muchas y tenemos muy pocas cosas para ofrecer. Sabemos que Jesús nos habla así porque está dispuesto a transformar lo poco que tenemos en alimento capaz de satisfacer a todos. En la Misa, dos fieles se acercan al altar y llevan un poco de pan y un poco de vino, "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Pero por obra de Dios y por el acto del sacerdote, ese pan y ese vino se convertirán en el cuerpo y la sangre de Cristo para alimento de los creyentes. Lo que sucede en la Misa nos hace ver cómo el pequeño o el gran trabajo que cada uno realiza en el mundo puede ser elevado por Dios para que sirva para calmar el hambre de todo el mundo. Lo que sucede en la Misa es único y excepcional, pero ilumina el sentido de toda la actividad del hombre en el mundo: el trabajo humane se convierte en parte de la obra creadora de Dios y en instrumento de la obra redentora de Cristo.
LE DIJO A SUS DISCIPULOS...
En el relato observamos claramente que Jesús no hace nada sin hacer participar a los Doce Apóstoles. A ellos les manda que den de comer a la gente, a ellos les pide que traigan los panes y los peces, y finalmente a ellos les encarga que repartan el pan a la multitud. Se sugiere al final que también ellos son los encargados de recoger los trozos que sobraron. De esta forma, el evangelista nos dice que, a través de lo que hacen los discípulos, Jesús realiza la acción de alimentar a la multitud. Y Él no lo quiere realizar sin los discípulos. Varios detalles del relato hacen pensar en la última cena de Jesús con los discípulos. En la lengua en que el Evangelio fue escrito, para decir que la gente está sentada se utiliza la palabra griega que indica que está recostada. En ese tiempo todos se sentaban para comer, pero en la celebración de la noche de Pascua se recostaban sobre almohadones. Durante la última cena, Jesús y los Doce estaban recostados. El relate dice juego que Jesús realizó los mismos gestos que Jesús hizo en aquella oportunidad: tomó el pan, pronunció la bendición, partió el pan, lo dio a los discípulos. Pero mientras que en la cena Jesús entregó el pan a los discípulos y éstos comieron, en el memento de la multiplicación los discípulos son los encargados de llevar el pan a la gente, para que todos coman. Jesús habla a su Pueblo Todo esto, y algunos detalles más que se podrían proponer, indica que existe como un hilo secreto que une los dos relatos, el de la multiplicación de los panes y el de la última cena. Cada uno de ellos ilumina al otro.
LA COMIDA DEL REINO
Los Doce apóstoles fueron elegidos y enviados para anunciar la llegada del Reino y para congregar a los hombres de todas las naciones en un nuevo pueblo de Dios en el que ya se fueran manifestando los rasgos de ese Reino. A ellos se les dijo que serían "pescadores de hombres". En este relato de la multiplicación vemos representada la función que ellos deben cumplir. Deben dirigirse a una multitud desesperanzada, representada con los rasgos de un pueblo enfermo, de noche y en el desierto, para reunirla y alimentarla. El relate de la última cena arroja mayor luz sobre esta tarea: el Pan con el que deben alimentar a toda esta gente no es una comida ordinaria, sino que es el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Cristo. En la celebración eucarística se verifica el momento más intense en la realización de esta nueva  comunidad: allí el mismo Cristo se hace presente en su palabra como alimento de vida eterna, y se hace presente en su cuerpo y su sangre que son verdadera comida y verdadera bebida. Este memento único anticipa lo que será la plena realización del Reino en el banquete celestial. La tarea de la construcción del Reino a la que son enviados los discípulos tiene su modelo en la celebración eucarística. Los discípulos, como pastores, deben formar comunidades que se orienten hacia el banquete celestial a través del banquete eucarístico. De modo que toda reunión de hermanos, donde se comparte el pan, adquiere un nuevo valor porque en cierta forma ya refleja lo que se hace en la Eucaristía y se consumará en el cielo. Terminada la comida de la gente, se recogieron los trozos de pan que han sobrado. Dice el relato que se llenaron doce canastos. Los doce apóstoles habían sido los encargados de acercar los panes a Jesús y luego distribuirlos a la gente. Se supone que ellos han sido los que recogieron el pan sobrante, y que los doce canastos corresponden a los doce apóstoles. Una vez que Jesús alimentó a la multitud con el pan que no se acaba, ese pan queda en manes de los discípulos. Cada uno de ellos tiene un canasto del pan que ofrece Jesús. Jesús quiere realizar sus funciones de Pastor a través de aquellos a quienes Él mismo ha instituido como pastores de su pueblo. A través de hombres iguales a nosotros nos llega la acción de Jesús que se compadece de la multitud. Los pastores de la Iglesia son los encargados de hacer sentir a los hombres la compasión de Dios por los que están como una multitud enferma en el desierto. Ellos deben reunir a la multitud dispersa y desorientada para convertirla en una comunidad; ellos tienen que ir formando las pequeñas células reunidas por la predicación que viene de los Apóstoles, en las que se vive como hermanos compartiendo todo por amor y en las que se recibe la vida y la unidad gracias a la participación del sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor; ellos deben hacerles llegar el pan de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo para que no desfallezcan ni mueran de hambre. Estas células tienen que ser el comienzo y anticipo del mundo nuevo que surge de la obra redentora de Cristo.

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