Vivir con circunspección, justicia y piedad
De modo similar a corno la primera Carta de Pedro ve la salvación en la liberación de los viejos e insensatos modelos vitales, entiende la Carta a Tito el influjo de la gracia que se nos ha aparecido en Cristo. La Carta a Tito se escribió en torno al año 100. Su objetivo no era solamente presentar a los jefes de la comunidad en su responsabilidad, sino también reformular la enseñanza de Pablo a finales del siglo I. La Carta de Tito traduce el mensaje liberador de Pablo al lenguaje del helenismo. Dice así:
«Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con circunspección, justicia y piedad, aguardando nuestra feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos (‘para liberarnos de todas las heridas de la Torá’ -traduce David Stern), a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien» (Tit 2, 11-14).
Para describir la libertad cristiana, se utilizan en este texto conceptos muy extendidos en el mundo helenístico. El concepto de epiphaneia, que tan importante papel desempeñaba en el culto al César. Cuando el César visitaba una capital de provincia, se hablaba de epiphaneia, de manifestación del César. Y esta epiphaneia solía comportar beneficios fiscales u otras ventajas para esa ciudad, como el trazado de calles o la construcción de un teatro. En Jesucristo se ha manifestado visiblemente la gracia de Dios, la tierna donación de Dios a los hombres. El objetivo de esta epiphaneia era la salvación del hombre, pero en este caso no de las deudas fiscales o de cualesquiera otros sistemas estatales coercitivos de los que el César podía liberar, sino de una vida de apariencias y de una coerción interior. La gracia de Dios tiene aquí un efecto educativo. Nos enseña la verdadera vida, nos introduce en el arte de una vida sana. Nos forma y prepara para ser hombres según la voluntad de Dios, nos forma para ser hombres verdaderos.
Por eso puede decir también la Carta a Tito: «Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres (humanitas)» (Tit 3, 4). En Cristo puede verse la verdadera imagen del hombre. En ella se nos aparece la humanidad, tal como Dios la ha llamado. Para el filósofo cristiano Peter Wust, que tanto sufrió bajo los nazis, la frase de la manifestación de la humanidad de Dios en Jesucristo es la frase central de la Biblia; y es la frase que el filósofo dejó a sus discípulos en el lecho de muerte como palabra de despedida. La idea, según la imagen primitiva, que Dios se ha hecho del hombre, se presenta sobre todo como negación. como abandono, como autoliberación del ateísmo y de las pasiones humanas. El autor de la Carta a Tito describe con estos dos conceptos la situación del mundo de entonces. Los hombres viven como si no hubiera ningún Dios.
No se preocupan lo más mínimo de lo que Dios quiere de ellos. Actúan al margen de Dios y al margen del derecho, sin tener en cuenta las leyes y las normas de la vida. Están dominados por sus pasiones, por las epithymiai. Las pasiones eran para la Stoa un concepto importante. Caracterizan al hombre sin libertad. Nacen de las falsas ideas que nos hacemos de las cosas.
Estas pasiones son para Epicteto sobre todo ira y agresividad. Los hombres están determinados por sus afectos. No pueden pensar con claridad. Son impelidos. Las pasiones se califican aquí de terrenales. Se refieren solamente a las cosas de latierra, a la posesión, al comer y al beber, a la satisfacción sexual. Ahí ve Evagrio Póntico las tres pasiones del hombre: gula, deshonestidad y codicia. La aparición de la gracia salvadora en Jesucristo nos ha liberado del vacuo impulso del ateísmo y de la esclavitud de los instintos. El cristiano es un hombre libre que dirige por sí mismo su vida. No se deja llevar porque sí. La epifanía de la donación amorosa de Dios en Jesucristo lo educa para una vida como ésa. Esta concepción de la salvación por Jesucristo la ha desarrollado más tarde Clemente de Alejandría, cuando llama paidagogos a Jesucristo, es decir, el educador que educa al cristiano para ser gnóstico, para ser un hombre libre que vive de acuerdo con lo que es, que une la sabiduría de la filosofía griega con su fe en Dios, creador del mundo y padre de Jesucristo. La Carta a Tito describe con tres palabras lo que debe entender el cristiano por
libertad. El cristiano ha de vivir en el tiempo presente con circunspección, justicia y piedad. Estas palabras son a la vez tres conceptos básicos de la filosofía griega: sophron, con circunspección, viene propiamente de saos phrenes, estar en su sano juicio, tener una recta comprensión del mundo. Normalmente significa ser razonable en el sentido de ser adecuado, mesurado, disciplinado, casto. Pero también puede significar pensar razonablemente, es decir, sin ilusiones (Luck, 1094).
Circunspección es pues tener un pensamiento correcto sobre la realidad. Vemos la realidad tal como es. No nos hacemos ilusiones ni falsas ideas (dogmata sobre ella. Para la Stoa, la circunspección es una virtud cardinal. Significa que el hombre vive de acuerdo con su orden interior, sin dejarse dominar por las cosas de mundo, porque sabe cuál es la correcta relación entre las cosas y él. La segunda actitud es la justicia. El cristiano vivirá justamente (dikaios), es decir, cumplirá las leyes del Estado, pero sobre todo los mandamientos de Dios. Vivirá correctamente, esto es, de acuerdo con lo que es. Y debe vivir de forma que no se hiera a sí mismo, que no sea injusto consigo, que no destruya su orden interior.
Para Epicteto la justicia consiste en vivir en sintonía con el orden interior del alma, en ser correcto yen portarse bien con uno mismo. En el sermón de Crisóstomo, herirse-a-sí-mismo se designa siempre con la palabra adikoun. Quien no hace justicia a su propio ser, quien se hace daño a sí mismo, ese jamás cesará de herirse. En la Stoa, la justicia no sólo tiene que ver con la propia persona, sino también con los demás hombres. Vive justamente el que hace justicia a los otros, el que tiene en cuenta las necesidades justificadas de los demás, el que respeta su libertad, el que les da lo que para ellos es conveniente y equitativo.
La tercera actitud que caracteriza al cristiano es la piedad (eusebos). Eusebeia designa la relación con Dios. Sólo cuando damos a Dios lo que es de Dios podemos vivir como hombres libres. La relación con Dios nos saca de la vorágine de la corrupción que los primeros cristianos se encontraron a derecha e izquierda. Piadoso significa también ver las cosas desde Dios tal como él las ve. Si veo la realidad desde Dios, no me haré ninguna ilusión sobre ella. Y entonces la posesión de las cosas terrenas y el reconocimiento dejarán de ser importantes. Y si veo correctamente las cosas, también podré vivir correctamente. Por consiguiente, la piedad no es una conquista humana, sino un modo de ser que corresponde a lo que uno es, porque se verá y vivirá desde Dios.
A esta vida libre y conforme al ser pertenece también la esperanza en la consumación. La vida aquí no lo es todo. Pues sólo si espero que Dios puede satisfacer todos mis deseos, si él aparece en toda su gloria, podré vivir conforme a la realidad, podré vivir con realismo. La gracia de Dios no sólo ha aparecido en el mundo. La verdadera epifanía tendrá lugar al final de los tiempos, cuando Cristo, nuestro Salvador, resplandezca en su gloria y todos lo puedan ver. Sólo quien vive en la esperanza, vive como debe vivir.
Aquí la palabra esperanza va unida al término makarios, bienaventurado, feliz. El que vive esta feliz esperanza en la aparición de Cristo, jamás se aferrará convulsivamente a las cosas terrenas, no se verá arrastrado por las pasiones. Es una persona verdaderamente libre. Y esta libertad del cristiano se describirá aún mediante dos expresiones. Por un lado, mediante una referencia a la salvación por Cristo. Cristo se ha entregado por nosotros para liberarnos de toda ausencia de ley (anomia). El nos ha sacado del estado de ausencia de ley (en la traducción ecuménica, anomia se ha traducido por culpa), situación frecuente en el mundo de entonces, pero que también hoy sigue existiendo. Y nos ha purificado para ser pueblo de su propiedad. Él nos ha renovado como hombres que pertenecen a Dios. Y prueba de esta pertenencia a Dios es el celo por las buenas obras. Una nueva conducta es el signo de la libertad de los cristianos. Y el celo por las obras del amor.
Si vemos estas expresiones de la Carta a Tito a la luz de la filosofía estoica y las trasponemos a la situación que nos toca vivir, veremos con absoluta claridad que para ser cristiano es esencial la capacidad de vivir correctamente, de acuerdo con lo que se es, en línea con la dignidad humana y en libertad. La premisa para esta vida en libertad no es otra que una actitud de circunspección, justicia y piedad. El cristiano tiene una idea correcta del mundo y por tanto puede vivir en sintonía con el mundo y con Dios, y a la vez de acuerdo con la estructura interna de su alma. Lo que la filosofía estoica pide al hombre que quiere ser interiormente libre, lo aprende el cristiano mirando a Jesucristo. La gracia de Dios, su donación amorosa en Jesucristo, convierte al cristiano en un hombre que sabe vivir con circunspección y libertad, que sabe vivir sin herirse a sí mismo, que vive de tal modo que todo le sienta bien.
De modo similar a corno la primera Carta de Pedro ve la salvación en la liberación de los viejos e insensatos modelos vitales, entiende la Carta a Tito el influjo de la gracia que se nos ha aparecido en Cristo. La Carta a Tito se escribió en torno al año 100. Su objetivo no era solamente presentar a los jefes de la comunidad en su responsabilidad, sino también reformular la enseñanza de Pablo a finales del siglo I. La Carta de Tito traduce el mensaje liberador de Pablo al lenguaje del helenismo. Dice así:
«Porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Ella nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos del mundo, para que vivamos en el tiempo presente con circunspección, justicia y piedad, aguardando nuestra feliz esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, el cual se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos (‘para liberarnos de todas las heridas de la Torá’ -traduce David Stern), a fin de que seamos su pueblo escogido, siempre deseoso de practicar el bien» (Tit 2, 11-14).
Para describir la libertad cristiana, se utilizan en este texto conceptos muy extendidos en el mundo helenístico. El concepto de epiphaneia, que tan importante papel desempeñaba en el culto al César. Cuando el César visitaba una capital de provincia, se hablaba de epiphaneia, de manifestación del César. Y esta epiphaneia solía comportar beneficios fiscales u otras ventajas para esa ciudad, como el trazado de calles o la construcción de un teatro. En Jesucristo se ha manifestado visiblemente la gracia de Dios, la tierna donación de Dios a los hombres. El objetivo de esta epiphaneia era la salvación del hombre, pero en este caso no de las deudas fiscales o de cualesquiera otros sistemas estatales coercitivos de los que el César podía liberar, sino de una vida de apariencias y de una coerción interior. La gracia de Dios tiene aquí un efecto educativo. Nos enseña la verdadera vida, nos introduce en el arte de una vida sana. Nos forma y prepara para ser hombres según la voluntad de Dios, nos forma para ser hombres verdaderos.
Por eso puede decir también la Carta a Tito: «Pero ahora ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres (humanitas)» (Tit 3, 4). En Cristo puede verse la verdadera imagen del hombre. En ella se nos aparece la humanidad, tal como Dios la ha llamado. Para el filósofo cristiano Peter Wust, que tanto sufrió bajo los nazis, la frase de la manifestación de la humanidad de Dios en Jesucristo es la frase central de la Biblia; y es la frase que el filósofo dejó a sus discípulos en el lecho de muerte como palabra de despedida. La idea, según la imagen primitiva, que Dios se ha hecho del hombre, se presenta sobre todo como negación. como abandono, como autoliberación del ateísmo y de las pasiones humanas. El autor de la Carta a Tito describe con estos dos conceptos la situación del mundo de entonces. Los hombres viven como si no hubiera ningún Dios.
No se preocupan lo más mínimo de lo que Dios quiere de ellos. Actúan al margen de Dios y al margen del derecho, sin tener en cuenta las leyes y las normas de la vida. Están dominados por sus pasiones, por las epithymiai. Las pasiones eran para la Stoa un concepto importante. Caracterizan al hombre sin libertad. Nacen de las falsas ideas que nos hacemos de las cosas.
Estas pasiones son para Epicteto sobre todo ira y agresividad. Los hombres están determinados por sus afectos. No pueden pensar con claridad. Son impelidos. Las pasiones se califican aquí de terrenales. Se refieren solamente a las cosas de latierra, a la posesión, al comer y al beber, a la satisfacción sexual. Ahí ve Evagrio Póntico las tres pasiones del hombre: gula, deshonestidad y codicia. La aparición de la gracia salvadora en Jesucristo nos ha liberado del vacuo impulso del ateísmo y de la esclavitud de los instintos. El cristiano es un hombre libre que dirige por sí mismo su vida. No se deja llevar porque sí. La epifanía de la donación amorosa de Dios en Jesucristo lo educa para una vida como ésa. Esta concepción de la salvación por Jesucristo la ha desarrollado más tarde Clemente de Alejandría, cuando llama paidagogos a Jesucristo, es decir, el educador que educa al cristiano para ser gnóstico, para ser un hombre libre que vive de acuerdo con lo que es, que une la sabiduría de la filosofía griega con su fe en Dios, creador del mundo y padre de Jesucristo. La Carta a Tito describe con tres palabras lo que debe entender el cristiano por
libertad. El cristiano ha de vivir en el tiempo presente con circunspección, justicia y piedad. Estas palabras son a la vez tres conceptos básicos de la filosofía griega: sophron, con circunspección, viene propiamente de saos phrenes, estar en su sano juicio, tener una recta comprensión del mundo. Normalmente significa ser razonable en el sentido de ser adecuado, mesurado, disciplinado, casto. Pero también puede significar pensar razonablemente, es decir, sin ilusiones (Luck, 1094).
Circunspección es pues tener un pensamiento correcto sobre la realidad. Vemos la realidad tal como es. No nos hacemos ilusiones ni falsas ideas (dogmata sobre ella. Para la Stoa, la circunspección es una virtud cardinal. Significa que el hombre vive de acuerdo con su orden interior, sin dejarse dominar por las cosas de mundo, porque sabe cuál es la correcta relación entre las cosas y él. La segunda actitud es la justicia. El cristiano vivirá justamente (dikaios), es decir, cumplirá las leyes del Estado, pero sobre todo los mandamientos de Dios. Vivirá correctamente, esto es, de acuerdo con lo que es. Y debe vivir de forma que no se hiera a sí mismo, que no sea injusto consigo, que no destruya su orden interior.
Para Epicteto la justicia consiste en vivir en sintonía con el orden interior del alma, en ser correcto yen portarse bien con uno mismo. En el sermón de Crisóstomo, herirse-a-sí-mismo se designa siempre con la palabra adikoun. Quien no hace justicia a su propio ser, quien se hace daño a sí mismo, ese jamás cesará de herirse. En la Stoa, la justicia no sólo tiene que ver con la propia persona, sino también con los demás hombres. Vive justamente el que hace justicia a los otros, el que tiene en cuenta las necesidades justificadas de los demás, el que respeta su libertad, el que les da lo que para ellos es conveniente y equitativo.
La tercera actitud que caracteriza al cristiano es la piedad (eusebos). Eusebeia designa la relación con Dios. Sólo cuando damos a Dios lo que es de Dios podemos vivir como hombres libres. La relación con Dios nos saca de la vorágine de la corrupción que los primeros cristianos se encontraron a derecha e izquierda. Piadoso significa también ver las cosas desde Dios tal como él las ve. Si veo la realidad desde Dios, no me haré ninguna ilusión sobre ella. Y entonces la posesión de las cosas terrenas y el reconocimiento dejarán de ser importantes. Y si veo correctamente las cosas, también podré vivir correctamente. Por consiguiente, la piedad no es una conquista humana, sino un modo de ser que corresponde a lo que uno es, porque se verá y vivirá desde Dios.
A esta vida libre y conforme al ser pertenece también la esperanza en la consumación. La vida aquí no lo es todo. Pues sólo si espero que Dios puede satisfacer todos mis deseos, si él aparece en toda su gloria, podré vivir conforme a la realidad, podré vivir con realismo. La gracia de Dios no sólo ha aparecido en el mundo. La verdadera epifanía tendrá lugar al final de los tiempos, cuando Cristo, nuestro Salvador, resplandezca en su gloria y todos lo puedan ver. Sólo quien vive en la esperanza, vive como debe vivir.
Aquí la palabra esperanza va unida al término makarios, bienaventurado, feliz. El que vive esta feliz esperanza en la aparición de Cristo, jamás se aferrará convulsivamente a las cosas terrenas, no se verá arrastrado por las pasiones. Es una persona verdaderamente libre. Y esta libertad del cristiano se describirá aún mediante dos expresiones. Por un lado, mediante una referencia a la salvación por Cristo. Cristo se ha entregado por nosotros para liberarnos de toda ausencia de ley (anomia). El nos ha sacado del estado de ausencia de ley (en la traducción ecuménica, anomia se ha traducido por culpa), situación frecuente en el mundo de entonces, pero que también hoy sigue existiendo. Y nos ha purificado para ser pueblo de su propiedad. Él nos ha renovado como hombres que pertenecen a Dios. Y prueba de esta pertenencia a Dios es el celo por las buenas obras. Una nueva conducta es el signo de la libertad de los cristianos. Y el celo por las obras del amor.
Si vemos estas expresiones de la Carta a Tito a la luz de la filosofía estoica y las trasponemos a la situación que nos toca vivir, veremos con absoluta claridad que para ser cristiano es esencial la capacidad de vivir correctamente, de acuerdo con lo que se es, en línea con la dignidad humana y en libertad. La premisa para esta vida en libertad no es otra que una actitud de circunspección, justicia y piedad. El cristiano tiene una idea correcta del mundo y por tanto puede vivir en sintonía con el mundo y con Dios, y a la vez de acuerdo con la estructura interna de su alma. Lo que la filosofía estoica pide al hombre que quiere ser interiormente libre, lo aprende el cristiano mirando a Jesucristo. La gracia de Dios, su donación amorosa en Jesucristo, convierte al cristiano en un hombre que sabe vivir con circunspección y libertad, que sabe vivir sin herirse a sí mismo, que vive de tal modo que todo le sienta bien.
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