Domingo XXIV del tiempo ordinario - Ciclo C - (15 de septiembre de 2013)
Solían acercarse a Jesús los publicanos o recaudadores de impuestos y los pecadores para escucharlo. Y los fariseos y los escribas doctores de la ley murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come
con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
“Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y al encontrarla, reúne a las amigas y vecinas para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.’ Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.” También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia.’ El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’ Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los empleados le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.’ Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentaba persuadirlo, y él le replicó: ‘Mira: en tantos años que llevo sirviéndote sin desobedecer una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando viene ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.’ El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ ” (Lucas 15, 1-32).
1. Jesús revela con sus hechos y palabras a un Dios compasivo
La primera de estas narraciones llamadas “parábolas de la misericordia” -la de la oveja perdida y rescatada-, inspiró a los cristianos que se refugiaban en las catacumbas de las afueras de Roma durante las persecuciones desatadas contra ellos. En una de esas catacumbas, la de San Calixto, fue encontrada la imagen figurativa más antigua que se conoce de Jesús: la de un joven pastor que carga una oveja sobre sus hombros. Con esta parábola, como también con la segunda, la de la moneda perdida y hallada, Jesús quiso mostrar la misericordia infinita de Dios que busca al pecador para que se convierta. Y con la tercera, conocida como la parábola del “hijo pródigo” (o derrochador), pero que en su sentido completo debería llamarse más bien la parábola del “padre misericordioso y del hijo arrepentido”, nos muestra el amor infinito de Dios a quien, reconociendo y confesando su pecado, le pide perdón: sin dejarle terminar la confesión que había preparado, el Padre recibe con un abrazo a su hijo que ha vuelto y le celebra una fiesta.
2. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo
2. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo
Los fariseos y escribas o doctores de la ley, que se consideraban a sí mismos santos, rechazaban a Jesús porque dejaba que se le acercaran los “publicanos” o recaudadores de impuestos del imperio romano, que eran considerados pecadores por trabajar para los opresores y enriquecerse a costa de los contribuyentes. Y murmuraban contra él porque no sólo acogía a los pecadores, sino incluso comía con ellos. La actitud farisaica, soberbia e incapaz de compasión, que existe también actualmente en no pocas personas que se creen superiores a los demás, corresponde a la del hijo mayor de la tercera parábola. Jesús, en cambio, con su actitud misericordiosa, no sólo nos muestra cómo se comporta el Dios verdadero, totalmente distinto del falso dios rencoroso y vengador en el que creen los fanáticos religiosos, sino que además nos invita a tener nosotros la misma actitud de compasión y la misma disposición a perdonar que Él nos ha enseñado con su propio ejemplo como Dios hecho hombre. En otro pasaje del mismo Evangelio (Lucas 6, 36), Jesús nos dice: “Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo”. Esta frase corresponde a la que nos trae el Evangelio según san Mateo (5, 48), dicha también por Jesús en el mismo contexto: “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto”, lo cual quiere decir que la perfección de Dios consiste precisamente en su compasión.
3. Perdonar como Dios perdona y pedir perdón como el hijo arrepentido
El Dios verdadero, tal como nos lo presenta la primera lectura (Éxodo 32, 7-11.13-14), es un Dios que “se arrepiente” de la amenaza que le había hecho a su pueblo. Así, ya desde el Antiguo Testamento se nos va mostrando una evolución en la forma de reconocer al Dios verdadero, al que Jesús iba a revelar como un padre infinitamente misericordioso. Y ese mismo Dios compasivo es el que nos presenta el apóstol San Pablo en la segunda lectura (I Timoteo 1, 12-17): “Dios tuvo compasión de mí (…)”. “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero (…)”.
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