.

.
P.BRADLEY ,EQUIPO ,COLABORADORES Y AMIGOS

EN BS. AS. :COLEGIO DEL SALVADOR -Callao 542 -
Tel. conmutador: (11) 5235 2281
EN MENDOZA: RESIDENCIA DE LA COMPAÑÍA . IGLESIA DEL SAGRADO CORAZÓN
Portería Colón 67 Tel./Fax (261) 429 9437

E-mail : centroamarservir@gmail.com


domingo, 25 de agosto de 2013

Domingo XXI del tiempo ordinario - Ciclo C - 25 de agosto de 2013



Domingo XXI del tiempo ordinario - Ciclo C - (25 de agosto de 2013)
Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es
verdad que son pocos los que se salvarán?” Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no lo lograrán. Si ustedes se quedan afuera cuando el dueño de casa se levante y cierre la puerta, entonces se pondrán a golpearla y a gritar: -¡Señor, ábrenos! Pero él les contestará: -No sé de dónde son ustedes. Entonces comenzarán a decir: - Nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él les dirá de nuevo: -No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores! Habrá llanto y rechinar de dientes cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes, en cambio, sean echados fuera. Gentes del oriente y del poniente, del norte y del sur, vendrán a sentarse a la mesa en el Reino de Dios. ¡Qué sorpresa! Unos que estaban entre los últimos son ahora los primeros, mientras que los
primeros han pasado a ser últimos” (Lucas 13, 22-30).


La respuesta que le da Jesús a quien está interesado en saber si son pocos los que se van a salvar, es muy diferente de los cálculos matemáticos. Jesús aprovecha lo que se le pregunta para invitar a quienes lo escuchan a no quedarse en especulaciones, sino a esforzarse por lograr la salvación. Meditemos en lo que esta invitación significa para nosotros, teniendo en cuenta también lo que nos dicen los textos de Isaías 66, 18-21 (primera lectura) y de la Carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13 (segunda lectura).

1. “Esfuércense en entrar por la puerta angosta”
El Evangelio comienza diciendo que Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén. Había en sus murallas una puerta muy angosta llamada “El Ojo de la Aguja”, a la cual se refiere Jesús en otro lugar de los evangelios indicando la exigencia de desprenderse de la carga de las riquezas materiales para pasar por ella: Es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja, que para un rico entrar en el Reino de los Cielos (Mt 19, 24). El texto de Lucas en el Evangelio de hoy parece hacer alusión precisamente a esto, y el paralelo de Mateo nos habla no sólo de la puerta, sino también del camino: ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina; pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el
camino que conduce a la salvación! (Mateo 7, 13-14).
La segunda lectura dice al final: Enderecen los caminos tortuosos por donde han de pasar. Las imágenes de la puerta estrecha y del camino difícil nos indican que para lograr la salvación -para ser verdaderamente felices- debemos tener una conducta opuesta al facilismo. Hoy la publicidad suele invitar al éxito fácil y aparente, sin esfuerzo. Jesús propone todo lo contrario: la auténtica felicidad sólo podemos conseguirla desapegándonos de todo lo que nos estorba, es decir, de los afectos desordenados que nos impiden caminar y pasar por la puerta que nos conduce a la salvación.
2. “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!”
Entre quienes oían a Jesús cuando pasaba predicando por ciudades y pueblos, había escribas o doctores de la ley, fariseos que se preciaban de pertenecer al pueblo escogido (como puede deducirse del versículo 31 del mismo capítulo 13 del Evangelio de Lucas, que sigue inmediatamente al pasaje de este domingo: (“También entonces llegaron algunos fariseos, y le dijeron a Jesús: -Vete de aquí…”). Ellos consideraban que ya tenían asegurada la salvación, simplemente por ser descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, de quienes provenía la nación de Israel, y por cumplir unos ritos externos a los cuales habían reducido el sentido de la ley de Dios promulgada antiguamente por Moisés. Pero no sólo ellos. También entre los primeros discípulos de Jesús existió la tentación, y persiste todavía entre nosotros, de pensar que por pertenecer a la Iglesia, por haber participado con frecuencia en la Eucaristía (hemos comido y bebido contigo), por haber oído sus enseñanzas (tú has enseñado en nuestras plazas), ya tenemos asegurada la salvación. Nada de eso. No bastan los ritos, ni los rezos, ni haber escuchado la Palabra de Dios. Hay que llevarla a la acción, lo cual muchas veces resulta difícil, sobre todo cuando esa acción implica renunciar a nuestro egoísmo y desprendernos de los apegos que impiden en nuestra vida el reinado de Dios, el cumplimiento de su voluntad.

3. “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos”
Esta frase, que aparece varias veces dicha por Jesús en los evangelios, puede entenderse mejor si la relacionamos con la primera lectura: “Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas”. Cuando Jesús dice que los últimos serán los primeros, se refiere precisamente a esos paganos, también llamados “gentiles” (en el hebreo bíblico “goyim”), a quienes los fariseos y doctores de la ley que se creían santos rechazaban y despreciaban relegándolos al último plano por no pertenecer racialmente a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob. Lo que Jesús quiere decir es que aquellos “gentiles” que estuvieran dispuestos a escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica iban a ser los primeros beneficiarios de la acción salvadora de Dios por estar abiertos a Él. En cambio, quienes se preciaban de ser depositarios y beneficiarios únicos de las promesas del Señor y pensaban que éstas se cumplirían en ellos simplemente porque pertenecían al pueblo escogido y realizaban los ritos de una tradición religiosa que consideraban superior a las demás, quedarían en último lugar sin poder entrar en el Reino de Dios. Esta es entonces la lección que nos trae la Palabra del Señor este domingo: tenemos que esforzarnos para lograr la verdadera felicidad, desapegándonos de todo cuanto nos impide caminar por la senda difícil que nos conduce a la salvación y pasar por la puerta estrecha que nos permite el acceso al Reino de Dios. Señor Jesucristo, Maestro y Salvador nuestro, danos la fuerza de tu Espíritu para poner en práctica tus enseñanzas y así poder entrar en el Reino de los cielos, que es el reino de la felicidad eterna al cual tú mismo nos invitas. Amén.-

domingo, 18 de agosto de 2013

Domingo XX del tiempo ordinario - Ciclo C - 18 de agosto de 2013




Domingo XX del tiempo ordinario - Ciclo C - (18 de agosto de 2013)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo he venido a prender fuego en la tierra, y ¡cómo quisiera que ya estuviera  ardiendo! Tengo que ser sometido a un bautismo, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Porque, de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra” (Lucas (12, 49-53).



Estas palabras de Jesús parecen a primera vista contrarias a todo lo que en muchos otros pasajes de los Evangelios se nos dice acerca de su mensaje constructivo de amor y de paz. Por eso hay que tratar de entenderlas en el contexto en el cual nos las presentan los evangelistas: Lucas en el texto de este domingo y Mateo en un pasaje paralelo (10, 34-36). El contexto es el viaje de Jesús con sus discípulos desde Galilea hacia Jerusalén, donde Él va a padecer y a morir en la cruz, precisamente porque su mensaje es rechazado por quienes detentan el poder religioso y político en esta ciudad y en toda la nación judía. Por eso quiere advertir a sus discípulos, para que tengan bien claro que la aceptación de su mensaje implica la exigencia de estar dispuestos a seguir a su Maestro hasta las últimas consecuencias.

1. “Yo he venido a prender fuego en la tierra” 
La imagen del oro que es purificado por el fuego en el crisol, suele ser utilizada en varios textos bíblicos para hacer referencia al proceso de purificación que libera al metal precioso de la escoria, es decir, de lo que no corresponde a su esencia. Jesús emplea en este sentido el símbolo del fuego, para indicar que su misión es liberar a todos los que quieran acoger su mensaje mediante una purificación interior de la escoria del pecado, de todas las formas del egoísmo que le impiden al ser humano vivir en el amor, es decir vivir de acuerdo con el plan creador de Dios y ser verdaderamente feliz. La tierra -o “el mundo”, como dicen otras traducciones de este pasaje de Evangelio- , es el lugar al que Jesús, como enviado de Dios Padre, ha venido para realizar ese proceso de liberación con su pasión, muerte y resurrección y mediante la acción del Espíritu Santo, uno de cuyos símbolos es precisamente el fuego, que además de ser un elemento de purificación es también energía que hace posible la luz y el calor para que se desarrolle y se renueve la vida. La Iglesia en su liturgia expresa una petición muy significativa en este sentido: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”. Este fuego del amor es el que Jesús ha querido encender, a partir de su pasión, muerte y resurrección.


2. “Tengo que pasar por un bautismo, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo!” 
El verbo “bautizar”, proveniente del griego, indica originalmente el acto por el cual una persona se sumerge o es sumergida en el agua, con un sentido de purificación y renovación vital. Los símbolos unidos del fuego y el agua son empleados por los textos bíblicos del género llamado “apocalíptico”, es decir, el que se refiere a la revelación definitiva de Dios a la humanidad, para describir el juicio con el que será vencido el reino del pecado para instaurar el Reino de Dios y construir así un mundo nuevo. El Evangelio de hoy corresponde a este simbolismo. Jesús, el justo por excelencia que no necesita ser purificado, sin embargo se somete al juicio de Dios tomando sobre sus hombros la carga del pecado de toda la humanidad para que sea purificada y renovada en el crisol y en el torrente de su sacrificio redentor en la cruz. A esto se refiere concretamente Él cuando les anuncia a sus discípulos que ha venido a ser bautizado, es decir, sumergido en el torrente de su pasión y muerte de cruz, para luego resucitar con una vida nueva, y así darnos a todos nosotros la garantía de que también nuestra existencia tiene un horizonte de eternidad. 


3. “¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división” 
Los profetas auténticos del Antiguo Testamento, como por ejemplo Jeremías, de cuyo libro está tomada la primera lectura de este domingo (38, 4-6. 8-10), solían crear en torno a ellos mismos reacciones encontradas, divisiones y contradicciones. En este sentido, ellos fueron prefiguraciones de lo que iba a ser el Mesías prometido en el cumplimiento de su misión profética. En otro pasaje del mismo Evangelio según san Lucas se cuenta que, cuando el niño Jesús fue presentado en el Templo de Jerusalén, un anciano llamado Simeón le dijo a María, su madre: “Mira, éste ha sido puesto para la ruina y la resurrección de muchos en Israel, para ser signo de contradicción” (Lucas 2:34).Esto quiere decir que unos acogerán su mensaje y otros lo rechazarán, produciéndose así una división que, como lo dice el propio Jesús, se daría incluso en el seno de las familias. En efecto, ya desde los inicios de la Iglesia fundada por Jesucristo con la colaboración de sus apóstoles y primeros discípulos, su vida y sus enseñanzas suscitaron enfrentamientos en un ambiente de persecución al que se vieron sometidos los primeros cristianos, tanto por las autoridades  religiosas del judaísmo como por las autoridades políticas de imperio romano. Pero el tema de la división no sólo corresponde a estos hechos iniciales, sino también al  enfrentamiento, a menudo lleno de odio y de violencia, que a lo largo de la historia del cristianismo se ha dado entre las distintas interpretaciones y modalidades de expresión del mensaje de Cristo, tanto en el ámbito de las distintas iglesias, como también incluso dentro del propia Iglesia católica. Ante esta situación, la tarea que le corresponde a la Iglesia católica, como también a todas las otras iglesias, es procurar vivir el mandamiento del amor mediante la tolerancia, la aceptación constructiva de la diversidad y la pluralidad. Y en lugar de pelearnos entre los seres humanos que nos reconocemos hijos de un mismo Creador, orientar más bien nuestras energías en la pelea contra el pecado, de acuerdo con lo que nos dice la segunda lectura de este domingo, tomada de la Carta a los Hebreos 12, 1-4), es decir, contra nuestros propios egoísmos y contra cualquier forma de injusticia.-

domingo, 4 de agosto de 2013

Constelación Familiar y dinámicas integradoras de reconciliación



El P. Raúl Bradley s.j  los invita a participar de una Constelación Familiar, sumada a dinámicas integradoras de reconciliación consigo mismo y con los demás, a realizarse el sábado 10 de Agosto y, como siempre, con la coordinación de la Lic. Gladys Brites.
Es IMPRESCINDIBLE confirmar asistencia a través de este medio o al teléfono de Secretaría abajo consignado.
Asimismo invitamos a quienes asisten por primera vez a una Constelación, concurrir a las 15 hs. para una charla grupal previa con el P. Bradley.

También les pedimos hacer extensiva la presente invitación a toda persona interesada en el tema de referencia.

Fecha de realización : sábado 10 de Agosto de 2013
Horario : 16 hs a 19 hs. (se ruega puntualidad)
Lugar : Callao 542 – 2º piso
Colaboración sugerida :   $ 80 . Pedimos colaboración abonando con cambio
Secretaría : Sra. Myriam Ruiz Carmona : Martes, Miércoles, Jueves y Viernes de 18 a  20 hs.                    Tel : 4373.9799

EVANGELIO DEL DOMINGO 4 DE AGOSTO DEL 2013

Domingo XVIII del tiempo ordinario - Ciclo C - (4 de agosto de 2013) 
En aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi  hermano que reparte conmigo la herencia”. El le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” Y dijo a la  gente: “Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: ‘Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida’. 
Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?’. Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios” (Evangelio según san Lucas 12, 13-21)

1. Guárdense de toda clase de codicia
Jesús no desaprovechaba las ocasiones que se le presentaban para invitar a sus interlocutores a orientar su vida en la onda del Reino de Dios. En esta ocasión, ante la solicitud que le hace “uno del público”pidiéndole que le ordene a su hermano repartir su herencia con él, lo invita no sólo a no tratar a Dios como un juez o un árbitro de quien esperamos fallos favorables a nuestros propios intereses materiales, sino también a descubrir lo que significa la verdadera riqueza. Y es precisamente éste el sentido de la parábola del granjero codicioso y avaro, con la cual, en definitiva, le dio Jesús una respuesta positiva a su interlocutor yendo mucho mas allá de lo que este le pedía.La enseñanza concreta del pasaje evangélico de este domingo nos muestra una interesante consonancia con el texto bíblico de libro del Eclesiastés (en hebreo “Cohelet” -el Predicador-), del cual está tomada la primera lectura (Ecl. 1,2; 2,21-23): Vanidad de vanidades, todo es vanidad... Se trata de una reflexión sobre la codicia, que en definitiva tiene como resultado la avaricia, uno de los llamados “siete pecados capitales”, consistente en el afán desmedido de acumular bienes materiales, que lleva a quien se deja llevar de él a la esclavitud de la ambición de poseer.

2. “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”
Las cuentas que comenzó a hacer el hombre rico de la parábola son una muestra de lo que ocurre cuando una persona se deja llevar por la ambición de acumular riquezas materiales. Es significativo cómo en sus cálculos sólo entra él, nadie más. Por ninguna parte aparece en su mente la idea de compartir sus bienes o de hacer algo productivo por los demás, ni siquiera por sus seres queridos, pues parece que ni los tiene. Es un perfecto egoísta que solo piensa en sí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida”. Por eso la pregunta que le hace Dios al final, tiene la finalidad de bajarlo de esa nube: Lo que has acumulado, ¿de quién será? Es una pregunta que lo invita a volver a la realidad y reconocer lo transitorio de la vida y, a partir de este reconocimiento, cambiar su mentalidad.El Salmo 90 (89), escogido para la liturgia eucarística de este domingo, contiene una petición que va también en consonancia con la enseñanza del Evangelio: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. En otras palabras, se trata de una petición de sabiduría parar reconocer que la vida presente es transitoria, y que por tanto lo que verdaderamente importa es aprovecharla, no para acumular riquezas materiales que en definitiva son pasajeras y no podremos llevarnos al más allá, sino para enriquecernos con los bienes espirituales, que sí tienen un valor eterno.

3. “Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”
En la segunda lectura de este domingo, tomada de la carta san Pablo a los Colosenses (3, 1-5.9-11), el apóstol les hace una invitación que es también para todos nosotros: “Aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra (…) No sigan engañándose unos a otros. Despójense de la vieja condición humana, con sus obras, y revístanse de la nueva condición”. Entre las características de la “vieja condición”, que corresponde a “todo lo terreno” que hay en nosotros, san Pablo enumera precisamente “la codicia y la avaricia”. Pero hay un detalle muy significativo: cuando se refiere a la avaricia, dice que es una idolatría. En  efecto, quien se deja esclavizar por la ambición de poseer se convierte en adorador del falso dios dinero. ¡Qué lamentable es la vida de quienes se postran ante este ídolo, entregándole y sacrificándole todo, dejándose arrastrar hacia la corrupción, la traición a la familia y a los amigos, la explotación de las personas, hasta llegar incluso a la violencia y a los crímenes mas abominables, todo para satisfacer los caprichos de la ambición de poseer y acumular riquezas materiales! Qué despreciable es en definitiva la vida del codicioso, del avaro, del tacaño.
“Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios”, termina diciendo Jesús al concluir la parábola en el Evangelio de hoy. ¿Y qué es ser rico ante Dios”. Para responder a esta pregunta, conviene tener en cuenta los versículos que siguen en el mismo capítulo 12 del texto de Lucas, en los que Jesús nos invita a no andar afligidos por la búsqueda de lo material como si fuera el fin supremo de la vida, sino a buscar ante todo el Reino de Dios compartiendo la creación con los necesitados. Porque si buscamos primero que todo el Reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz, lo demás vendrá por añadidura (Lc 12, 2-34).-

martes, 30 de julio de 2013

LAS CONSECUENCIAS LÓGICAS Y NATURALES PRINCIPIOS BÁSICOS


LAS  CONSECUENCIAS LÓGICAS Y NATURALES
PRINCIPIOS BÁSICOS

 *los castigos y las recompensas restan a las personas la ocasión  de tomar sus propias decisiones y de ser responsables de sus comportamientos.

*Las consecuencias naturales y lógicas exigen que cada uno sea responsable de su propio comportamiento.

* las consecuencias naturales son aquellas que permiten aprender del orden natural del mundo físico. Por ejemplo: que no comer produce hambre; que fumar inevitablemente deteriora los órganos respiratorios.

*Las consecuencias lógicas son aquellas que permiten aprender a partir de la realidad que constituye el orden social. Por ejemplo: el niño que se levanta tarde, llegará al colegio con retraso. Perderá las clases y tendrá mayor trabajo para ponerse al día.

* para ser eficaces , las consecuencias deben ser percibidas por la persona, como una consecuencia lógica de su comportamiento, y no depende de la voluntad del otro.

* la utilización de las consecuencias lógicas y naturales tiene como objetivo motivar a las personas a tomar decisiones responsables, no manipular a otros. Las consecuencias son eficaces solamente si se evita tener fines ocultos como querer ganar o controlar.

* conviene ser amable y firme a la vez. Amable en el momento de presentar las opciones de alternativa. Firme en el momento de mantener la decisión y respetar el espacio de responsabilidad.

*dar mensajes claros. Evitar dar sermones. Hablar poco y actuar más.

* cuando se hacen por un niño o por un adulto las cosas que tendría que hacer él, se le priva del respeto por sí mismo, del desarrollo de su autonomía de la responsabilidad de sus actos.

*evitar luchas de poder. Negociar sobre la base del respeto mutuo. Expresar su punto de vista con claridad y ofrecer una alternativa.


* ser paciente. Puede pasar algún tiempo antes de que las consecuencias naturales y lógicas produzcan sus efectos.

Fiesta de San Ignacio de Loyola- 31 de julio del 2013

ACERCANDOSE LA FESTIVIDAD DEL SANTO, ES BUENO LEER QUIÉN ERA Y LOS FUNDAMENTOS DE SU OBRA TAN GRANDE Y PROFUNDA

San Ignacio y Sus Primeros Años

Joven Ignacio en su armadura. Iñigo de Loyola nació en 1491 en Azpeitia, en la provincia vasca de Guipúzcoa en el norte de España. Era el más pequeño de trece hijos. A los 16 años sus padres lo enviaron a servir como paje de Juan Velázquez, el administrador del reino de Castilla. Como miembro de la casa de Velázquez, Iñigo frecuentaba la corte y desarrolló el gusto por los placeres que ésta ofrecía, especialmente las mujeres. Era adicto al juego, le gustaban las batallas y tomaba parte en duelos de vez en cuando. De hecho, en una querella entre los Loyola y otra familia, Ignacio, su hermano, y otros parientes dieron una emboscada a algunos clérigos que eran miembros de la otra familia. Ignacio tuvo que escaparse de la ciudad. Cuando por fin lo llevaron ante la justicia, alegó inmunidad clerical utilizando la excusa de que había sido tonsurado de muchacho, y por lo tanto estaba exento de persecución civil. La defensa había sido engañada porque durante muchos años Ignacio había vestido como guerrero, con escudo y armadura, llevando espada y otras armas — ciertamente no el traje normal de un clérigo. El caso se prolongó por semanas, pero al parecer los Loyola eran poderosos. Probablemente gracias a la influencia de su poder, se abandonó el pleito contra Ignacio.
PARA LEER TODO EL TEXTO DAR UN CLIC ACÁ

domingo, 28 de julio de 2013

EVANGELIO EXPLICADO Domingo 28 de julio 2013



Domingo XVII del tiempo ordinario - Ciclo C - (28 de julio 2013)

Una vez, Jesús estaba orando en un lugar; cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos. Jesús les dijo: -Cuando oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal. No nos expongas a la tentación.” 
También les dijo Jesús: -Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa, y no tengo nada que darle.” Sin duda el otro no le contestará desde adentro:“No me molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo ya estamos acostados; no puedo levantarme a darte nada.” Les digo que, aunque no se levante a darle algo por ser su amigo, lo hará por su impertinencia, y le dará todo lo que necesita. Así que yo les digo: Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! (Lucas 11, 1-13).

1. Cuando oren, digan: “Padre…”

Varias veces los evangelios nos presentan a Jesús en oración, siendo ésta una de las características que más resaltan de aquél Maestro bueno que se mantenía en constante unión con el Dios cuya cercanía predicaba y al que llamaba Padre. Esta invocación aparece en algunos pasajes con la palabra Abbá, que, en el idioma arameo empleado por Jesús significaba exactamente lo mismo que nosotros expresamos con el término Papá. Por eso, cuando los discípulos de Jesús le piden a su Maestro que les enseñe a orar como Juan el Bautista lo había hecho con los suyos, comienza diciéndoles cómo invocar a Dios Creador: como a un padre bondadoso y compasivo, reconociéndonos por tanto como sus hijos y, por ello mismo, como hermanos entre nosotros. Nadie antes se había dirigido así a Dios, y en eso consiste en gran parte la novedad del mensaje de Jesús. En las dos versiones del “Padre nuestro” que aparecen en los evangelios, la oración se hace en plural: tanto en la de Mateo -que es la más extensa, la empleada por la liturgia y la que nosotros rezamos- y la de Lucas -que corresponde al evangelio de este domingo-. Esta forma en plural quiere decir que, cuando Jesús enseña a sus discípulos a orar, los exhorta a superar el individualismo egoísta y tener en cuenta a toda la humanidad. Por eso el “Padre nuestro” es una oración solidaria, en la que si decimos “danos cada día nuestro pan…”, o si pedimos perdón o imploramos ayuda para no caer en la tentación, no lo estamos haciendo para uno o unos cuantos, sino para todos.

2. El Padre Nuestro es oración de alabanza, ofrecimiento y petición

El “Padre Nuestro” suele ser considerado como una oración de petición, y en verdad lo es. Sin
embargo, lo primero que encontramos en ella es la alabanza, en segundo lugar el ofrecimiento, y por último vienen las peticiones, una de las cuales es la del perdón pero que también implica la disposición a perdonar. Primero está la alabanza, porque al decir santificado sea tu nombre, expresamos nuestra gratitud y nuestro deseo de que el Creador, que se reveló en el monte Sinaí con el nombre de “Yahvé” (Yo soy), sea reconocido y glorificado en su ser como un Padre que nos ama a todos sus hijos e hijas. Luego está el ofrecimiento, porque cuando decimos venga tu reino -o ven a reinar en nosotros-, le estamos ofreciendo nuestra disposición a que su poder, que es el poder del Amor, dirija nuestra vida personal y social para que así podamos ser todos felices, que es lo que Él quiere. La versión del Evangelio según san Lucas, correspondiente a este domingo, omite la frase “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, que sí aparece en el de san Mateo. Pero, en definitiva, esta frase ya está implícita en la anterior (venga tu Reino), pues la realización del Reino de Dios es justamente el cumplimiento de lo que él quiere, que se haga presente cada vez más en nosotros el poder de su Amor. Y después de la alabanza y el ofrecimiento, vienen las peticiones propiamente dichas. Jesús nos invita a pedir que no nos falte el alimento: danos cada día el pan que necesitamos; no se trata solamente del pan material, sino también del espiritual que recibimos con la Palabra de Dios y la comunión en la Eucaristía. Jesús nos invita a pedir perdón, manifestando nosotros nuestra disposición a perdonar: Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han hecho mal. Y finalmente, Jesús nos invita a pedirle al Creador que no nos exponga a la tentación, lo (aquí concluye la versión de Lucas, mientras que la de Mateo agrega “y líbranos del maligno”). Son tres peticiones que a su vez nos recuerdan las tres necesidades fundamentales de nuestra vida: el alimento diario, la reconciliación con nuestros prójimos como condición para estar en paz con Dios, y la fuerza protectora de su Espíritu para no dejarnos vencer por las tentaciones y el poder del mal.

3. Lo que ante todo debemos pedir en la oración

Un detalle muy importante en el Evangelio de hoy es la conclusión que saca Jesús de su parábola del amigo insistente, con la que concluye su enseñanza sobre la oración: “Pues si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”. Con esta reflexión Jesús no sólo nos invita a pedir con constancia, sino además a pedir lo que de verdad y ante todo necesitamos. Muchas veces podemos experimentar la tentación de desanimarnos y desistir de la oración porque sentimos que Dios no atiende a nuestras peticiones. Pero lo que puede estar ocurriendo en estos casos es que el Señor no nos concede lo que no nos conviene para nuestra verdadera felicidad, que en definitiva es la felicidad eterna. Por eso lo primero que debemos pedirle es justamente la disposición que necesitamos para recibir lo que sólo Él sabe que es más conveniente para nuestra vida. Esta disposición sólo podemos tenerla si actúa en nosotros el Espíritu Santo, y éste es precisamente el sentido de la frase venga tu Reino: dejar que actúe en nosotros el poder de Dios, que es el poder del Amor.

martes, 23 de julio de 2013

EL ESPACIO CONTAMINADO SALVADOR-VICTIMA-PERSEGUIDOR


EL ESPACIO CONTAMINADO
SALVADOR-VICTIMA-PERSEGUIDOR

Para desarrollar nuestra competencia y utilizar las consecuencias lógicas con fines educativos, , es conveniente conocer ciertas posturas  psicológicas o tendencias de la conducta humana. Al relacionarse entre sí, las personas suelen tomar posiciones y representar roles. Se adoptan posturas, generalmente inconscientes, de salvado, de Víctima, o de Perseguidor.
Cuando estas tendencias se exageran  y se utilizan como máscaras, la persona se vuelve manipuladora. Busca atraer la atención y lograr sus objetivos. Estas exageraciones se llaman juegos e impiden vivir relaciones profundas y gratificantes. Se juega en lugar de vivir. Podemos identificar nuestra tendencia y moderarla, buscando el equilibrio a partir del triángulo de Karpan 

SALVADOR: es alguien que con el pretexto de ayudar, sobreproteje y mantiene a los demás dependientes de él. Invita a que le tengan lástima.

VÍCTIMA: es alguien que se relaciona con los demás a partir de su impotencia, de su debilidad. Crea culpabilidad. Invita a que lo abandonen.
PERSEGUIDOR: es alguien que fija límites, corrige y pone reglas innecesariamente estrictas. Desacredita y disminuye. Invita a la venganza.

Al crear relacionamientos falsos, comunicación superficial y dependencias inaceptables, estas tendencias contaminan el espacio y hacen que el otro detenga su crecimiento.

Muchas veces, cuando decidimos aplicar las consecuencias lógicas, descubrimos que la situación  se creó porque hemos invadido el espacio del otro jugando uno de estos roles.

domingo, 21 de julio de 2013

Domingo 21 de julio 2013:Dos formas distintas de atención al Señor



Domingo XVI del tiempo ordinario - Ciclo C - (21 de julio 2013)
Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, fíjate que mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lucas 10, 38-42).

1. Dos formas distintas de atención al Señor
Por los datos que encontramos en los otros tres evangelios, pero especialmente en el de Juan, el pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas se llama Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos de una familia que tenía una especial amistad con Jesús. El Evangelio de Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque seguramente no el único, pues el evangelista menciona además a los doce apóstoles. De Lázaro no se nos dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende a los invitados de distinto modo. Marta preparándoles algo de comer y beber, y María dedicada únicamente a escuchar a Jesús. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso estar con ellos y escucharlos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios? Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. En la Iglesia existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración (que son las propias por ejemplo de las comunidades llamadas “contemplativas”), otras dedicadas al trabajo externo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, sea en diferentes comunidades religiosas o en variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio a través del cual se presta un servicio constructivo a los demás. Todas estas formas de servir a Dios son valiosas, pero, eso sí, en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado.

2. No desperdiciar la presencia del Señor
La primera lectura bíblica de este domingo, tomada del Génesis (18, 1-10a), nos cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó a Abraham y a Sara su presencia a través de aquellos visitantes, para anunciarles que tendrían un hijo. Abraham hubiera podido dejar pasar de largo a los tres caminantes, pero no desperdició la presencia de Dios, como tampoco la desperdiciaron Marta y María en Betania al recibir y atender a Jesús. Él está en el sagrario, pues en la Eucaristía ha querido dejarnos su presencia real. Pero también se nos hace presente de muchas otras formas, por ejemplo en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia? Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en la vida cotidiana de cada uno y cada una de nosotros de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía y su presencia.

3. “Sólo una cosa es necesaria…”
Muchas veces el ajetreo de las preocupaciones materiales nos impide atender a nuestras necesidades espirituales y prestar la atención debida a lo que nos quiere decir el Señor. De tal manera podemos dejarnos envolver por el activismo, que no encontremos tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a situaciones en las cuales no tenemos espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios. Pensemos por ejemplo en la familia: esposos y esposas enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la recreación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación). Por eso, a la luz de la Palabra de Dios, revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de la verdadera prioridad, que en definitiva es lo “único necesario”: abrir espacios en nuestra vida para escuchar a Dios en el silencio interior de la oración personal y en lo que pueden o necesitan decirnos las personas con quienes convivimos y trabajamos. Todo lo demás vendrá por añadidura.- 

sábado, 13 de julio de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO 14 DE JULIO DEL 2013




En cierta ocasión, un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué es lo que lees? El maestro de la Ley contestó: -'Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente';y 'ama a tu prójimo como a ti mismo.' Jesús le dijo: -Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida.Pero el maestro de la Ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo?Jesús entonces le contestó:  -Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: 'Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.' Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la Ley contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo.(Lucas 10, 25-37).


1. “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”
Cuando Jesús contesta a esta pregunta del maestro de la Ley con otra que lo remite a la Sagrada Escritura (cuyos cinco primeros libros componen lo que en hebreo se llama la “Torá”,es decir, la Ley), lo invita a que este mismo, que se precia de conocerla al pie de la letra, se confronte ante lo que en ella se dice. La primera lectura de este domingo, tomada de uno de los 5 libros de la Torá, el Deuteronomio (30, 10-14), nos invita a escuchar la voz de Dios y guardar sus mandamientos, que son conocidos y están al alcance de todos.  Y en el Evangelio, el maestro de la Leyal responderle a Jesús cita en primer lugar otro pasaje del mismo Deuteronomio (escrito hacia el siglo VII a. C. y que en griego significa “la segunda formulación de la ley”): Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu (6, 4- 5). Este es el primero de los diez mandamientos, descritos anteriormente en el Éxodo (20, 1- 17) -otro libro de la Torá cuyo nombre significa “salida” y que narra la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto-, y nuevamente formulados en el Deuteronomio (5, 1-21).  Pero para explicitar con mayor claridad la esencia de la Ley de Dios, es preciso citar además -y es lo que hace el mismo maestro de la Ley- otro precepto que se encuentra también en la Torá, en el libro llamado Levítico, correspondiente a la tradición sacerdotal judía según la cual los levitas o descendientes de la tribu de Leví -uno de los 12 hijos de Jacob- se ocupaban desde el siglo V a. C. de la administración del culto en el Templo de Jerusalén. En este libro, después de una nueva evocación de los diez mandamientos y de otros preceptos referentes a las relaciones humanas (19, 3-18a), se concluye diciendo: Ama a tu prójimo como a ti mismo (19,18b).


2.“¿Y quién es mi prójimo?”
Toda la Ley de Dios se resume en una sola palabra: hesed en hebreo, ágape en griego. Estos términos bíblicos equivalen en castellano a nuestro término amor (o caridad) en su sentido más completo: el amor benevolente, que supera la autosatisfacción del “ego” para querer por encima de todo el bien del otro. Su grado máximo es la compasión, es decir, la disposición efectiva a compartir el sentimiento y aliviar la situación de quien padece cualquier tipo de dolor o necesidad. Por eso la “parábola del buen samaritano” puede llamarse también parábola de la compasión y parábola del prójimo. Los judíos solían considerar prójimos -próximos o cercanos- a los de su misma raza, cultura, nación o religión. Jesús, en cambio, muestra como prójimo nada menos que a un extranjero, perteneciente a un pueblo de distinta procedencia étnica y de distinto credo, y además enemigo de los judíos. Esta forma de pensar de Jesús era inconcebible para sus contemporáneos y sigue siéndolo hoy para quienes no son capaces de reconocer la dignidad de cualquier ser humano. Por eso la parábola del buen samaritano constituye una enseñanza no sólo en el sentido de la compasión como grado máximo del amor, sino aún más: nos enseña también que el prójimo es cualquier persona, sin importar las diferencias, y especialmente toda persona necesitada; y además que Jesús mismo, representado en el samaritano, es nuestro “prójimo”, el Dios próximo, el Dios cercano, el Dios-con-nosotros, el Dios compasivo y misericordioso que se hizo hombre para salvarnos, hasta dar su vida por toda la humanidad con su sangre derramada en la cruz -como escribe san Pablo en su carta a los Colosenses, de la cual está tomada la segunda lectura-, y por eso podemos dirigirnos a él con las palabras del Salmo 69 (68), que se encuentra entre las lecturas de este domingo: Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compasión vuélvete hacia mí … Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu salvación me levante.

3- Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo.
Es muy común la expresión “yo no le hago mal a nadie”, por parte de quienes dicen que no tienen nada de qué arrepentirse. No obrar el mal ya es algo en un mundo o un país plagado de violencia. Pero no es suficiente. Además del pecado de acción, existe el de omisión, que es el más frecuente y nos hace cómplices de la injusticia social, la primera de todas las violencias, cuando pasamos de largo y nos desentendemos del pobre, del necesitado, del oprimido, del marginado, del excluido, del que sufre. Tal es en la parábola de Jesús la actitud del sacerdote y del levita (o funcionario del culto), que consideraban más importante llegar temprano al templo que atender a aquél pobre hombre que yacía en el camino malherido y medio muerto.  Al rezar el Yo confieso, reconocemos ante Dios y la comunidad que hemos pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión. Y una de las modalidades más frecuentes del pecado de omisión es dejar de hacer el bien a las personas necesitadas. Que nuestra reflexión sobre la parábola del buen samaritano, de la compasión o del prójimo, nos confronte y nos impulse a no pasar de largo ante tantos hombres y mujeres que sufren los efectos de la injusticia social y de todas las demás formas de la violencia.

domingo, 30 de junio de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO EXPLICADO DEL 30 DE JUNIO DEL 2013




Domingo XIII del tiempo ordinario - Ciclo C - (30 de junio 2013)
Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: -Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, un hombre le dijo a Jesús: -Señor, deseo seguirte a dondequiera que vayas. Jesús le contestó: -Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Jesús le dijo a otro: -Sígueme. Pero él respondió: -Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: -Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: -El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios (Lucas 9, 51-62). 


Este pasaje del Evangelio nos propone una reflexión sobre las condiciones que exige el seguimiento de Jesús. Veamos cuáles son esas condiciones, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo [1 Reyes 19, 16b.19-21; Salmo 16 (15); Carta de Pablo a los Gálatas 5, 1.13-18]. 
“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?”
La primera condición para seguir a Jesús es la actitud de tolerancia, opuesta diametralmente al fanatismo. El relato del Evangelio nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos de norte a sur, es decir, desde la región de Galilea hacia la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén. Para llegar a esta ciudad tenían que pasar por el país de Samaria, cuyos pobladores, los llamados “samaritanos”, eran enemigos de los judíos. La reacción de Santiago y Juan, que en los evangelios son apodados “los hijos del trueno” seguramente por los impulsos de su temperamento primario pero también precisamente por aquello de querer que cayera un rayo sobre los samaritanos que no habían querido recibir a Jesús, es ni más ni menos la misma de los fanáticos religiosos, que consideran que su causa tiene que triunfar mediante la destrucción o eliminación de quienes se les opongan. Esta actitud intransigente e intolerante, que tiene mucho en común con las posiciones políticas extremas -sean de “izquierda” o de “derecha”-, existen por desgracia en todas las religiones, como también en todos los grupos sectarios que se consideran a sí mismos como los buenos y santos, y conciben a Dios como un juez castigador y destructor de aquellos a quienes ellos consideran los malos y pecadores. La actitud de Jesús, que con su ejemplo nos revela cómo es y como actúa Dios, es totalmente contraria al fanatismo intolerante. 
Revisemos entonces cuál es nuestro grado de tolerancia o de intolerancia, y saquemos nuestras propias conclusiones si de verdad queremos ser coherentes con nuestra opción de ser auténticos seguidores de Cristo. ¿Aceptamos la diferencia de pensamientos y opiniones? ¿O somos intransigentes porque nos creemos los “buenos” y consideramos “malos” a quienes no piensan como nosotros?

“El Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”
Una segunda condición del seguimiento de Jesús es el desapego, consistente en la disposición a no vivir instalados. Ser discípulo de Cristo exige no apegarse a las comodidades materiales y tener la fortaleza necesaria para asumir las dificultades y los sacrificios que implica cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de amor mostrada más en las obras que en las palabras. Esta disposición va en contra de la tentación del facilismo, tan característica de la mentalidad de quienes quieren el éxito sin esfuerzos, el dinero sin trabajo, las comodidades y los placeres propios de una existencia esclavizada por el culto a lo material. El verdadero seguidor de Jesús, por el contrario, es un ser libre de la esclavitud del egoísmo que impide realizar la ley del amor, tal como nos lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura: “Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud. Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: "Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5, 1. 13-14). Preguntémonos: ¿Tengo la disposición de asumir el esfuerzo que implica seguir a Jesús, con la libertad propia de quien no se deja atar por los apegos o afectos desordenados? ¿Cuáles son en mi caso esos apegos, esos afectos que me impiden seguir libremente a Jesucristo, y por lo mismo me impiden amar de verdad? 

“El que empuña el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios”
La tercera condición es no dejarse enredar por lo que pueda impedir la perseverancia en el camino emprendido. En contraste con lo que cuenta el relato de la primera lectura refiriéndose a la vocación profética de Eliseo para seguir como discípulo al profeta Elías (1 Reyes 19, 16b.19-21), a primera vista parece desconsiderado lo que le dice Jesús a quien le pide ir primero a enterrar a su padre, o al otro que quiere ir a despedirse de su familia. Sin embargo, lo que el Evangelio pretende resaltar es la radicalidad que implica la decisión prioritaria de seguir a Cristo: el Señor está por encima de todo, incluso de la propia familia, a la cual podría estar uno tan apegado que los lazos de parentesco le impidan seguirlo con una disponibilidad total. Esto resulta muy significativo en el contexto en el que fueron escritos los primeros evangelios -como el de Lucas-, entre los años 64 y 80 d. C., cuando los cristianos eran perseguidos y podían tener en sus propia familias a posibles delatores ante las autoridades del imperio romano. La imagen del arado, instrumento con el que se prepara el campo para la siembra, es muy significativa en el lenguaje de Jesús, que empleaba comparaciones tomadas de la vida cotidiana de sus oyentes. Cada uno de nosotros está llamado a colaborar con Él en la tarea de sembrar la semilla del reino de Dios, reino de justicia y de amor cuya cosecha será la paz y la felicidad para todos los que acojan la Palabra de Dios. ¿Estamos realizando esta tarea con la tenacidad de quienes persisten a pesar de las dificultades? Pidámosle al Señor que nos ayude a seguirlo con la disponibilidad plena que exige nuestra opción por Él, cumpliendo las condiciones que Él mismo nos señala para ser sus auténticos discípulos.-

martes, 25 de junio de 2013

REFORMULACIÓN Y REFLEJO





REFORMULACIÓN Y REFLEJO

Existen dos habilidades que son de mucha utilidad para ordenar el discurso, para expresarlo con más claridad y precisión y facilitar la expresión de sentimientos y de las emociones. El objetivo es lograr que la persona, al hablar, vaya tomando conciencia de los diversos elementos de su problemática, que hasta ese momento, tal vez, no tenía integrados. Estas dos habilidades son la Reformulación y el Reflejo.

Descripción
Reformulación: reformular un mensaje es repetir lo esencial del discurso de la otra persona. Es volver a formular sus propias palabras y repetir sus conceptos.
Reflejo: reflejar una vivencia emocional es hacer el espejo de los sentimientos y de las emociones de la otra persona. Es ponerle enfrente su propio sentir.

Aplicación
Reformulación: es concentrar la atención en las situaciones que la persona va contando, en los conceptos que va desarrollando y reformular lo esencial del mensaje. Es decir, devolverle lo dicho repitiendo su propio discurso. Para hacerlo, se retienen especialmente los verbos y los sustantivos y se reconstruye el mensaje. También es conveniente tratar de funcionar en la principal tendencia sensorial de la otra persona. Identificar su principal área sensorial y utilizar términos que estén en esa línea.
Por ejemplo:
VISUAL=veo.., está claro que .., imagino…,
AUDITIVO=escucho…, me decís…, me contás…,

Reflejo: a medida que la persona va hablando, prestar atención a las emociones, a los sentimientos que está viviendo, probablemente, sin estar consciente de ello, y de reflejarle su vivencia emocional. Es decir, hacer el espejo de sus propias emociones, de lo que está sintiendo en ese momento. Para ello es conveniente acercarse a lo que vive emocionalmente. Aquí hay dos aspectos que pueden ayudar a perfeccionar la práctica de la Escucha Activa:
1-observar el lenguaje no verbal de la persona: su cuerpo, sus gestos, su rostro, su mirada, hablan mucho de sus sentimientos.
2- desarrollar la empatía, que es identificar dentro de mis propias vivencias el sentimiento del otro. Para eso me puedo ayudar con esta pregunta: ¿cómo se siente alguien que vive lo que está contando?
Hablar desde mi profundidad hace que el reflejo sea más autentico. Para hacer un reflejo se utilizan especialmente adjetivos. Estos van acompañados de expresiones como: “estás…”, “te sientes...” (contento, cansado, deprimido, sereno…)


Antes de practicar estas habilidades es bueno aceptar que vamos a escuchar sin juzgar, sin interpretar, sin aconsejar, y sobre todo, sin dar soluciones. Saber que vamos a repetir lo dicho y reflejar las emociones, buscando comprender y acompañar.
Estos son los efectos que la reformulación y el reflejo producen en la persona que cuenta un problema; “me está escuchando”, “me toma en serio”, “me siento aceptado”, “me siento reconocido”, “me siento importante”.

La reformulación ayuda al otro a ubicarse en su problema, a ver mejor la situación, a aclarar sus ideas, a ser más objetivo y a orientarse hacia una solución propia. El reflejo, por su parte, ayuda a precisar su sentir, a tomar conciencia de sus emociones, a aceptar sus sentimientos y a expresarlos, iniciando así un proceso de sanación y de liberación.
Sugerencias para mejorar la escucha activa

1-    Estar a la escucha de las propias emociones para poder identificarlas, aceptarlas y permitirles que se transformen.
2-    Habituarse a observar los pequeños cambios físicos en la persona. Escuchar el tono de voz. Estar atento a los signos no verbales que son los que mejor revelan la emoción.
3-    Una emoción que se expresa, se transforma en otras emociones. Seguir la evolución de una emoción. Evitar quedarse  en la primera expresión de la emoción cuando realmente ella está cambiando.
4-    Cuando el mensaje se presenta incompleto y la información es confusa, se dificulta el contacto con la experiencia vivida. En estos casos es posible pedir aclaraciones utilizando preguntas.
5-    A nivel del lenguaje posible verificar si las dos personas dan a las palabras el mismo significado. Ej: “¿Qué significa para vos que te llamen irresponsable?”
6-    Evitar estos errores:
·         Perturbar el ritmo de apertura
·         Hacer como loro, reflejar sin ninguna emotividad.
·         Cerrar las puertas después de haberlas abierto.
·         No respetar los silencios. Forzar la apertura.